Ebook0009

Page 1

1


EL OTRO ENGENDRO Carlos Enrique Saldivar Ilustración de cubierta: Sergio Castro © 2012 Infografía: Graciela I. Lorenzo Tillard. Diagramación: José Ángel Menéndez Lucas Ebooks Alfa Eridiani nº 9 ISSN: 696 6538 Primera edición: junio de 2012 © 2010-2012 Carlos Enrique Saldivar © 2012 Asociación Alfa Eridiani C/ Villajimena, 49 3º B 28032 Madrid Tel.: 91 371 96 84 http:\\www.alfaeridiani.info alfaeridiani@yahoo.es

2


EL OTRO ENGENDRO «En aquel momento, yo estaré a su lado y guiaré su brazo». Mary W. Shelley, Frankenstein.

1 Al llegar ahí pensé que no eran el lugar ni el momento adecuados, sin embargo mi naturaleza mundana me brindaba el ánimo necesario para encaminarme a aquel concierto de aventuras. Peter Fedrich Dacois III es mi nombre, noble nacido en París y aristócrata de buena casta. Estudiante universitario, por supuesto. E investigador incansable de los secretos más recónditos ubicados dentro del cuerpo humano. La medicina es mi vida, mi abuelo y mi padre, Dacois I y Dacois II, habían resultado médicos de gran talento; por cierto, también famosos. Al menos mi padre, a quien tuve oportunidad de acompañar a las consultas cuando era un niño, poseía la sobrenatural capacidad de poner de pie, en poco tiempo, a un moribundo. Su especialidad consistía en curar las heridas de guerra. Era solo cuestión de tiempo para que el legado familiar me alcanzara y pudiera desarrollar mis capacidades en tan soberana ciencia. Sin embargo, confieso, yo no podía con mi genio. Había decidido especializarme en medicina de mujeres. De hecho, por causa de una de ellas es que me encontraba en esta inhóspita región de Alemania. No podía haber otro motivo. Su nombre era Agnes, recién acababa de cumplir los dieciocho años y sus padres la habían casado con un rico comerciante alemán. La dulce chiquilla había sido mi gran amor en la escuela. Su familia siempre opinó mal de mí, creían que mi amistad resultaba ignominiosa para ella, que todo cuanto yo tocaba se consumía como encendido por un fuego y que un noviazgo conmigo solo podía representar una vida de perversión y la entrada segura al infierno. Si hubieran sabido la verdad, hubiesen intentado cortarme la cabeza —o algo más— porque ciertamente fui quien desfloró a la apasionada doncella, la cual, a pesar de su corta edad, aceptó mis oscuras intenciones y poco religiosas muestras de afecto. Fue asombroso ver cómo sus cimbreantes pétalos dorados reverdecían. Y puede que sus padres y hermanos tuviesen razón en, al menos, la mitad de sus negativos pensamientos, pero el amor adolescente es más poderoso que mil muros de hierro y, aún en la distancia, logra mantenerse firme. Por desventura, con el paso de los años mis sentimientos han ido cambiando. Teniendo hoy veintiún noviembres, he descubierto que no puedo amar a una sola mujer, que mi juventud y talento merecen estar al servicio de todas aquellas criaturas que Dios (en caso de existir) brindó como compañía a los hombres. Las cartas durante dos años habían dado resultado, mi amada había encontrado el momento propicio para escapar de su improvisada celda y así venir a verme en estos bosques, alejados de todo atisbo de esplendor. No fue un viaje fácil, aunque no he de

3


quejarme. Llevé conmigo algunos entretenidos e ilustres compañeros de travesía: El paraíso perdido de Milton, Vida de los hombres ilustres de Grecia y Roma de Plutarco y Las desventuras del joven Werther de Goethe. De más está contar que mi avidez por la lectura solo era comparable al ansia por desentrañar los misterios de la naturaleza humana. Después de dormir en algunos hospicios de modesta categoría he logrado alcanzar la aldea indicada y me mantengo a la espera de aquélla que me hará ver estrellas de mañana y el Sol durante la noche. Un día entero con esa provocativa ninfa. Me aturdo de solo pensarlo. Pudiera ser la única vez, aunque haré todo cuanto esté a mi alcance por lograr que haya más oportunidades. Sé bien que esto nos convierte en amantes, pero... la verdad del caso es que para mí este peligro resulta dulce como la miel y, a la vez, excitante como los pezones de una mujer en pleno ardor. Hay ruido. Un carruaje se acerca. 2 La Luna nunca se había visto más bella. Agnes dormitaba a mi lado, cansada tras una multitud de intensos jugueteos que habíamos llevado a cabo desde que nos reuniéramos. Fue para mí una sorpresa ver a un joven apuesto descender del transporte, empero, al mirar bien sus ojos de esmeralda, pude ver con claridad a la persona que esperaba. Almorzamos cerca del camino y ella me lo contó todo. Se había disfrazado de hombre para que las autoridades del lugar no la reconocieran ya que no sabía con certeza quién podía tener amistad con su esposo. Agnes se despojó del sombrero que cubría sus rubios cabellos ondeados y lloró. Por mí, por ella, por nosotros. Y por su triste suerte. Me abrazó con una ternura inquietante y me dio un beso. Estaba con una fiel criada que la había secundado en su escape. El hombre que conducía el carruaje era el esposo de aquella sierva. Podía confiar en ellos. Su plan estaba bien pensado. Se suponía que mi amada había viajado a la región vecina. Por supuesto, no había sido así; una amiga se encargaría de cubrir su ausencia. Disponía de dos o tres días libres. Solamente estaría un día conmigo. Esto se me hacía lastimoso, sin embargo, al verla junto a mí, me dije que la espera bien había valido el viaje. Al alejarse los criados, ella se cambió frente a mí. Se quitó la ropa de caballero y se puso un llamativo vestido blanco que delineaba su acariciante figura. Guardé sus vestimentas en un amplio bolso de cuero, donde se hallaban mis libros y donde mantenía dos mudas más de ropa. Me quité el saco y lo guardé en el morral, el cual dejé junto a un grueso árbol. Los sirvientes habían introducido el carruaje por un estrecho sendero, nos esperarían allí. Agnes y yo nos internamos en el bosque para encontrar un lugar apropiado donde recostarnos. A pesar de que el recato dirigió nuestra actitud los primeros minutos, la pasión terminó por vencernos y nos amamos durante horas sobre una manta grande y nívea, extendida en medio del pasto. Fue fácil quitarle el vestido y la ropa interior. Lo difícil fue desvestirme yo. Aunque no hacía falta desesperarse, teníamos un día entero. Mucho y al

4


mismo tiempo muy poco. Solo los dos existíamos en el mundo. Nos devoramos como dos lobos hambrientos hasta que la oscuridad nos envolvió. La noche era tibia e intensa. Un bosque sin pájaros, tal vez sin insectos. Agnes me susurraba cosas al oído que yo no entendía. Luego habló con más claridad. Odiaba con intensidad a su esposo. El sujeto era insoportable, la lucía como un trofeo en cuanta fiesta acudía con ella. Era un hombre mayor, de unos cincuenta y cinco años y, debido a eso, su carácter resultaba amargado y falto de pulimento. Deseaba que Agnes le brindara un hijo a toda costa. Sin embargo, ella no cedía a tan nefasto designio. Lo peor de todo era que no la dejaba salir, los pasos de la pobrecilla solo alcanzaban el jardín de su enorme mansión. El villano únicamente le permitía visitar cada cinco o seis meses a una amiga a quien él conocía muy bien. Dicha señorita fue quien ayudó a escabullirse a mi desgraciada doncella. Agnes le había confiado el amor que sentía por mí, logrando remover sus sentimientos. Mi amada me abrazó y me dijo que yo debí haberme casado con ella, que solo yo merecía ser el padre de su hijo. Tal vez tenía razón, pero el matrimonio y la paternidad eran aspectos de la vida que por el momento no me interesaban. Al dormirse mi amante de turno, percibí que una sombra enorme se movía a unos diez metros tras unos árboles. Me puse de pie, nervioso, y exploré el terreno durante unos minutos. No encontré nada anormal. Estaba, además, muy oscuro. Me recosté, dando la espalda a mi acompañante y me dormí rápidamente. Ya la luz del Sol se encargaría de brindarme atisbos de aquello que había ocurrido realmente. A veces la claridad del día consigue alumbrar horrores que la oscuridad, de vez en cuando, disimula. 3 Nos separamos, así tenía que ser. No podía concentrarme en su bello rostro ni en sus lágrimas oceánicas. Solo podía pensar en todo lo que habíamos hecho durante la noche. En especial, en aquello que había hecho yo con su delicioso cuerpo. El carruaje partió al mediodía con la promesa de que en cuatro o cinco meses nuestra aventura se repetiría. Agnes decidió obsequiarme las prendas masculinas que había vestido el día anterior. Sería un interesante y perverso recuerdo de nuestra noche juntos. Ella vestiría unas prendas nuevas para poder salir de la región con disimulo. Al llegar al árbol más grande en el extremo del bosque no pude encontrar mi bolso de cuero. Alguien lo había robado. Las enormes huellas alrededor indicaban que una persona había pasado cerca de allí hacía pocas horas. Debía tratarse de un hombre grande pues mis dos pies juntos casi entraban en una sola pisada suya. De solo imaginar que tal gigante había contemplado en primera fila mi encuentro amoroso con Agnes, la piel se me ponía de gallina. Afortunadamente había escondido mi dinero en una funda atada al cinturón del pantalón que ahora vestía. Era preciso encontrar al sucio ladrón cuanto antes. La ropa me importaba poco, no obstante los libros que había traído eran valiosos. Procedí a seguir las huellas que me conducirían a un bosque vecino. La odisea me llevaría el resto de la tarde,

5


con toda seguridad encontraría al vil personaje al anochecer. Sin embargo, a veces pienso que quizá estuve en el lugar y momento equivocados. Que todo lo ocurrido fue un sueño o una alucinación. Que aquello que encontré en el cobertizo de una humilde casa fue realmente un ser humano. 4 No conocía aquellos parajes, por eso mi búsqueda llevó más de lo esperado. En realidad estuve dando vueltas durante mucho tiempo y no intenté hablar con nadie pues no sabía si la gente de esa región recibiría de buena gana a un forastero. Intentaba analizar en mi mente al ladronzuelo y las razones que tuvo para coger mi bolso. Debía tratarse de un mendigo, de esta manera se explicaba su ambición por la ropa, aunque... ¿qué interés podría tener en mis libros? ¿Acaso dicho miserable deseaba educarse? Lo más probable era que no supiera leer o escribir, pero... ¿si se trataba de un personaje culto? Quizá un mirón (de pronto lo imaginé observando con gran frenesí mi noche amorosa junto a Agnes), este tipo de individuos abunda en la clase aristocrática. Yo soy uno de ellos, por ejemplo. No, ningún hombre de clase alta caminaría a tal hora por estos lares. A lo mejor había sido una mujer, lo cual convertiría la situación en algo más interesante. O, tal vez, se trataba de uno de esos sujetos que coge los artículos ajenos sin motivo alguno, sólo por impulso. La noche se había cernido sobre mi cabeza con una siniestra rapidez. La oscuridad era espesa, el aire, seco. Ya no me hallaba en el bosque, caminaba por unos senderos tenebrosos que me llevaban hacia ninguna parte. Había perdido las huellas del rufián de momento. No obstante, al poco tiempo, logré encontrar un par de éstas al costado del camino. La luz lunar me ayudó sobremanera. Di gracias a mi suerte por contar con esa gracia. Mi abuelo había sido, además de médico, rastreador en el ejército y me había brindado algunas pautas en el extraño arte de seguir la pista de otro hombre. Las pisadas enfilaban hacia una huerta. Junto a ella había un pequeño estanque y, más adelante, un modesto chalet de madera. Estaba convencido de que mi agresor se hallaba ahí. Mi única arma era un filoso y largo estilete que escondí en la parte baja de mi pierna izquierda. Lo saqué, su brillo lucía como una amenaza fantasmagórica. Debía acercarme con cuidado y no permitir que otras personas me vieran. Lo contrario podría resultarme poco saludable. En aquel lugar el vagabundo era yo, de nada servirían mis explicaciones si me hallaban merodeando. De seguro me mandarían preso, pero antes me darían una paliza que jamás olvidaría. Enseguida deduje que el villano no vivía en la residencia. Había un establo con algunos animales a pocos metros. Entré y busqué, mas no hallé a nadie. De pronto, al rodear el chalet, me percaté de que las huellas se acercaban a un pequeño cobertizo anexo a la vivienda. Mi corazón latía con fuerza, no obstante decidí aproximarme, empuñando con fuerza el arma. Descubrí que en la pared del cobertizo había un hoyo que podía permitir el paso de un tipo grande. Toqué dos veces con mi puño y a través de una abertura vi un ojo que me atisbaba con curiosidad. Me estremecí. ¿Qué clase de sujeto...? No, no podía ser el ojo de un hombre,

6


estaba cubierto con una masa blanca y la pupila era gris metálica, como la plata. Cedieron algunas tablas y pude ver el rostro de mi asaltante. Caí sentado al suelo, mi primera reacción fue la de gritar, sin embargo me tapé la boca y el aullido quedó ahogado. De inmediato, pensé en escapar porque, aunque la oscuridad me impedía verlo con detalle, su monstruosa figura en las sombras me sugería que aquella bestia no pertenecía a la raza humana. La luz de la Luna incidía sobre nosotros. Yo, sentado en el suelo de tierra, con la faz iluminada, era visible para él, quien se mantenía escondido en las tinieblas, constreñido a esconder su fealdad. De súbito, liberó algunas palabras: —Bienvenido, me sorprende el hecho de que me haya encontrado. Así conocí al ser más asombroso e infeliz del universo. 5 Los hechos que siguieron se desarrollaron a una velocidad inusitada. Sentí que eran horas las que llevábamos charlando cuando, en realidad, solamente se trataba de unos pocos minutos. Por cierto, no llegaría a estar en su compañía mucho tiempo. Platicábamos en voz baja para que los habitantes del chalet —un anciano ciego, sus dos hijos y una joven de origen árabe— no nos descubrieran. —Sí, fui yo quien tomó tu bolso de cuero. Lo tengo aquí mismo y no pienso devolvértelo. —Quédate con la ropa si quieres, pero los libros que están ahí son valiosos. —He dicho que no. —¿Qué tal si te acuso a los habitantes de la casa? Te echarán a palos en cuanto sepan que hay un extraño aquí, viviendo a costa de ellos. —No es a costa de ellos, les ayudo a recoger semillas y a cortar leña, tengo una gran fuerza, quizá la de diez hombres, no me canso con facilidad. Soy capaz de destruir un árbol con pocos golpes de mis puños. Hablaba con una siniestra tranquilidad, su voz no provocaba ecos, aunque retumbaba profundamente en mis oídos. Sabía que mentía, la gente, por más buena que fuese, no emplearía a tal criatura para las labores del campo. Además, dichas personas eran pobres. ¿Cómo podrían pagar tal servicio? Empero, había una cierta convicción en la voz de mi interlocutor. Si ayudó en algún modo a aquella humilde gente (obviamente sin que ésta se enterara) probablemente no lo había hecho por dinero. Tal vez lo hizo por... —De acuerdo, puedes quedarte con mis cosas. Si ha de ser así, nuestra conversación ha terminado. Me retiro, pero que quede claro que eres un ladrón. Un vulgar y apestoso ladrón. Un sucio malhechor como tú no merece el afecto de nadie, ni siquiera la más mínima consideración. —Hice el gesto

7


de retirarme. Aunque realmente no planeaba hacerlo. Por supuesto que no me iría todavía. —Espera —rogó la criatura—, tengo una pregunta que hacerte. —De acuerdo, tú harás una pregunta y yo haré otra. —Es un trato justo. —Mi nombre es Fedrich —no le mencioné mi apellido por seguridad. —Y yo soy... soy... —La criatura se bajó la cabeza y se miró las manos, eran monstruosas, pétreas y cada una tan grande como mis dos manos juntas. Volteé la mirada después de contemplar por un segundo tal horror. —Está bien, no tienes nombre. Hazme la pregunta. —¿Qué significado tiene lo que hiciste con aquella mujer la pasada noche? Me sonrojé, esta cosa horrible había visto todo lo que había hecho con Agnes, sin embargo parecía no entender lo que significaba el sexo. ¿Tal podía ser su ingenuidad? Porque «inocencia», no tenía. Estoy seguro de que el monstruo no poseía esta segunda cualidad. Decidí calcular bien cada una de mis frases. —¿Te gustó lo que viste, camarada? —pregunté, jugando un poco con él. —Sí, me gustó. Tú y ella juntos, tan hermosos los dos, recostados sobre una sábana blanca, besándose con fuerza, adoptando posiciones extrañas. Susurrando como emborrachados, como poseídos por algún espíritu del bosque. No vi mucho, sólo estuve ahí pocos minutos, no obstante la hermosura de ella permanece en mí, como un divino recuerdo. Al verla haciendo eso sentí muchas cosas: que mis músculos se endurecían, que un sol llameaba dentro de mi estómago, que el sudor recorría mi espalda, mis brazos, mis piernas y los lados de mi dura cabeza. Anda, dime, Fedrich, ¿qué significado tuvo eso? —Es el significado del amor. Ella me ama, por eso se entregó a mí. En mi caso fue deseo, satisfacer una necesidad física presente en todos los hombres. La de penetrar a una mujer y verter mi... energía dentro de ella. La bestia enmudeció. Estaba convencido de que debía explicarlo más a fondo, pero no planeaba hacerlo. No era un profesor y no podía pasar toda la noche dando clases de reproducción a un monstruo, de modo que fui lo más breve y certero posible: —Cuando un hombre y una mujer se aman, buscan un lugar alejado de todas las miradas, se quitan las ropas hasta quedar como vinieron al mundo, se llenan de besos y caricias, y, finalmente, el hombre introduce su pene en la vagina de la mujer. Tal es la muestra suprema de amor. Como te dije, yo la deseaba, nada más, es una chica preciosa. En cambio, ella me amaba, por eso me permitió poseerla. —¿Los hombres lo hacen por deseo y las mujeres por amor?

8


—No, los hombres y las mujeres lo hacen ya sea por deseo, por amor o por ambas cosas. El deseo es entendido también como placer, es algo momentáneo. Intuyo que el amor es un proceso que dura más. El acto que te he descrito es lo que causa que nazcan los niños. El hombre deja su semilla dentro de la mujer y nueve meses más tarde llega un bebé. Aunque ese es otro tema. —No creo entender bien. —¿Quieres que te lo dibuje? ¡Olvídalo! Se ve que no sabes nada acerca de los misterios del amor y del sexo. Y no seré yo quien te eduque al respecto. Pero puedes buscar libros sobre el tema, ve a alguna biblioteca y róbalos ya que eres tan bueno en curiosear donde no eres solicitado. —Aquella mujer... ¿cómo se llama? —Ya son dos preguntas, luego yo te haré dos para estar a la par. —De acuerdo. —Se llama Nessa —mentí. No me sorprendía que la bestia no conociese su nombre, a pesar de habernos visto y escuchado. Nunca llamé a mi amada Agnes. Todo el tiempo que estuvimos juntos la cubrí de sensuales adjetivos— . ¿Acaso te gusta, camarada? Casi es una niña, no tiene más de dieciocho años. —Es una mujer hermosa. Es casi tan bella como Ágata. —¿Quién es Ágata? —La muchacha que vive en la casa, la hermana de Félix. —Oh ya veo, ¿te gusta Ágata? La criatura asintió. Le pregunté con voz muy baja: —¿La deseas? El monstruo no se movió. Después de un corto silencio mencionó con voz muy seria: —Ya has sobrepasado tu límite de preguntas. —Permíteme decirte algo —añadí con firmeza—, no es bueno que la desees, no podría ser tuya jamás. Verás, para que un hombre y una mujer se amen deben gustarse. Tú debes agradarle a ella. Pero eso sería imposible, a las mujeres les atraen los hombres que, al menos, luzcan como hombres. Además, tú tienes la personalidad de un zorrillo. A lo mejor si Ágata fuera ciega. —¿Cómo De Lacey? —¿Quién es De Lacey? —El padre de Ágata y Félix. —Oh, el anciano de la casa, ¿cierto? Sí, como él. Quizá si ella fuese invidente... no, lo que ella toque o bese no le gustaría. Sería como pedirle a

9


un niño que juegue con escorpiones. Lo lamento, camarada. El amor y el sexo no se crearon para ti. —Sin embargo, yo fui creado. —Sí, yo también fui creado. Todos los hombres fuimos creados por Dios, lo dice en la Biblia, aunque yo mantengo la teoría de que nuestra existencia se debe a la casualidad. —¿Dios? No. Yo fui creado por un hombre. Sus palabras me llenaron de un miedo tremendo. La bestia, en definitiva, había tenido un padre y una madre. Así que lo dicho tenía sentido, no obstante el modo en que lo dijo... —¿Quiénes son tus padres? —pregunté, intrigado. —No sé quien es mi madre, pero sí sé quien es mi padre. —¿Y quién es tu padre? —Víctor Frankenstein. No entendí al principio. Todo se aclaró en cuanto revisé el diario que me alcanzó. 6 ¿Cómo ser capaz de contar las cosas que leí en dicho cuaderno? Se trataba del diario del Víctor Frankenstein, un joven estudiante ginebrino. Me embarqué en la lectura del texto de inmediato y ésta me absorbió de tal manera que, aún después del tiempo transcurrido, la emoción persiste sólida y tangible en mi alma. Frankenstein narraba todos sus deseos, anhelos, su vida entera. Su amor por su prima Elizabeth, la trágica muerte de su madre, sus planes para lograr vencer a la muerte. El diario abarcaba los cuatro meses previos a la creación de la cosa. Los estudios realizados, el apoyo de ciertos maestros, el rechazo de otros, las lecturas que le sirvieron de base, la implementación del laboratorio. Y por fin, el experimento que se llevó a cabo después de robar trozos de cadáveres. Maldito profanador de tumbas. Corrupto genio maquinal. El proceso no era muy complicado, sin embargo en unas diez páginas el sujeto narraba todos los pasos que había que seguir para dar vida a la materia muerta. Me puse de pie y di dos saltos en silencio. Me reí a carcajadas en el interior de mí. Di dos o tres vueltas y luego caí sentado en el suelo. Mi alegría era tal que sentía deseos de desmayarme. Estoy seguro de que la criatura se sorprendió por mi actitud, no obstante permaneció inmóvil en la oscuridad. —¿Dónde conseguiste este cuaderno? —le pregunté. —Estaba en el bolsillo de una chaqueta que tomé al huir del laboratorio. —¿Y no te quedaste a preguntar qué pasó? ¿No hallaste a nadie que te diera respuestas?

10


—Estaba solo, confundido, no sabía ni siquiera cómo funcionaba mi cuerpo. Y sentía dolor. Estaba desesperado. —Entiendo. Quizá tu creador quedó consternado al ver lo que había hecho. O quizá te dejó solo a propósito, como si fueras un perro. Qué digo un perro, como un gusano que es dejado al sol para morir achicharrado. —No, mi padre nunca habría hecho eso. Fue culpa mía por escapar. Papá debe estar buscándome. Pronto saldré de aquí e iré a su encuentro. Me aceptará como su hijo y me brindará afecto. Me disfrazaré y preguntaré por él en los caminos. Víctor Frankenstein es su nombre, pues por ese nombre indagaré hasta que se me seque la garganta. —Puede que tu padre haya enloquecido, puede ser también que haya considerado tu nacimiento como una alucinación. En caso de que este sujeto no haya caído en la demencia, dudo mucho que te acepte como un hijo y te brinde cariño de padre. Lee lo que dice aquí, anda lee. —Yo... no sé leer bien aún, hay partes que no comprendo. Lo he intentado como he podido. Aunque ya estoy aprendiendo, la joven árabe, Safie, no conoce nuestro idioma, Félix y Ágata le han estado dando clases y yo he estado atento a ellas. De ese modo voy entendiendo el proceso de lectura. Dentro de poco estaré listo para leer cualquier cosa. —Muy bien, entonces leeré por ti: «Oh, Dios, ¿por qué me has permitido crear tal abominación? Al verla allí, tendida con los ojos cerrados, ruego al cielo y a todo lo que es conocido como divino que no extienda los párpados. ¡Maldito el día que lo vio nacer! ¡Maldito yo por crearlo! Por favor, Todopoderoso, que no despierte nunca. No me castigues con la desdicha de verlo levantarse y penetrar a un mundo en el cual no debería vivir. Ruego que alguna fuerza divina se lo lleve al infierno porque tal cosa, tal deformidad, no merece la gloria del cielo, ni siquiera la oportunidad de deslizarse por nuestro universo. Lo correcto es darle fin ahora mismo, aunque no se me ocurre cómo lograrlo. He creado a un ser muy fuerte, poderoso, diría yo. Ha superado a la muerte una vez y la superará mil veces en el futuro. Pero no sé si está vivo o muerto. Su existencia contradice toda ley natural. ¡Maldito sea yo por traer a la Tierra esta escoria del universo! ¡Estúpido de mí por haber imitado a Dios, por haber traspasado los límites de lo que permite la ciencia humana! ¡Debería morirme yo junto a este monstruo! ¡Debería incendiarme ya mismo al lado de esto! ¡No! ¡No acepto la responsabilidad de mis actos! He de pensar como acabar con esta aberración de inmediato antes de que... ¡No! ¡Es demasiado tarde! ¡Está abriendo los ojos! ¡Mi cerebro se fatiga...!» La criatura casi se puso de pie. El cobertizo era lo suficientemente pequeño como para impedir tal acción. Rugió, gimió por dentro. Pude sentir su odio desbordarse a través del aire. El terror me invadió, imaginé que saldría de su guarida, destruyéndolo todo para arrojarse sobre mí y despedazarme. No obstante, volvió a sumirse en el silencio y en la oscuridad. Creo que lloraba. Era preciso que entendiera que, a pesar de ser un ente repulsivo, sus virtudes eran notables. Sería muy difícil que alguien pudiera 11


matar a una criatura como aquélla. Su fuerza y agilidad eran sobrehumanas. Y su inteligencia iba en aumento a paso acelerado. En pocos años, tal vez meses, alcanzaría una sabiduría superior a la del promedio. Y con ésta su maldad se acrecentaría. Decidí que dominaría la situación, por ello escogí muy bien las palabras que a continuación diría: —Es preciso que lo encuentres. Debes mostrarte tal cual. Tú fuiste creado por él. Eres su responsabilidad, aunque te odie debe educarte y mantenerte. Ésa es la labor de un padre. —Aún no sé lo que haré. Sin embargo, hoy he abierto los ojos. He comprendido muchas cosas. —Debes darte cuenta de que eres especial. Eres horrible, sí, deforme, e inspiras, de seguro, miedo a donde vas. Pero también tienes habilidades que otros no poseen. Éstas serán tus armas para sobrevivir en este mundo amoral. Utilízalas, si alguien quiere golpearte aplasta su cabeza. Si alguien te insulta o se burla de ti destroza su cuello como se quiebra una rama delgada. Si una mujer te rechaza por tu fealdad, has de tomarla por la fuerza y enseñarle quién manda. No eres tan desafortunado. Si Víctor Frankenstein no te quiere cerca de él, oblígalo, tal es su deber y tu derecho. —Mi padre nunca me aceptará. Estoy convencido de eso. —Entonces, adelántate al mal momento. Somételo, tortúralo, atácalo por donde más le duele: su familia. Cierta vez un soldado francés, al ver que yo cortejaba a su hermana menor, me retó a duelo. Lo amenacé con lastimarla a ella a través de terceros si insistía en hacerme daño. Y dio resultado. El día de la pelea lanzó su espada al suelo y se rindió Su debilidad era su hermanita. Las personas son frágiles por su familia. Debes quebrar esa unión, es la única manera de conquistar el alma de tu progenitor. ¡Hazlo! —¡No, no podría hacerlo! —¡Hazlo, monstruo! ¿O acaso aparte de repulsivo eres también cobarde? —¡Cállate o te convertirás en mi primera víctima! —¡Así, muy bien, deja ver a la bestia que descansa en tu interior! —¡No, por dentro no soy una bestia! —¡Eres un demonio por dentro y por fuera! —¡Basta, por favor, basta! Nos callamos. Estábamos haciendo mucho ruido. Sentí pasos en el interior de la casa. Bajamos la voz. Decidí que pronto me retiraría. Aunque antes debía descubrir algo. —Frankenstein, dos preguntas más. —¿Frankenstein? ¿Por qué me llamas así? —Tu padre se llama Víctor Frankenstein. Por ende, tú eres un Frankenstein. Ése será tu nombre.

12


—Soy un Frankenstein. Soy... Frankenstein. —Así es. La primera pregunta que deseo hacerte es: ¿Deseas vivir o morir? —Deseo vivir. —La segunda pregunta es: ¿Por qué deseas vivir? —Porque es agradable vivir. —Y también es agradable tener una familia, poseer a una mujer, conocer el amor de pareja. Es agradable sentir también el placer del acto sexual. —Sí, yo sería dichoso si alcanzara todos aquellos prodigios. —Aunque nunca los tendrás, ¿entiendes? —Ya basta, Fedrich. No eres más que un instigador. ¡Lárgate de aquí si no quieres que te arranque la cabeza! Nuestra conversación ha finalizado. —¡Muy bien! Pero recuerda algo: Víctor, tu padre, es afortunado. Mientras tú vives en un cobertizo, él ha de estar descansando en una cómoda habitación. Quizá en este momento repose junto a su amada Elizabeth. ¡Sí! Elizabeth, su adorada prima, la mujer que ama, la mujer que lo ama a él. ¿Es posible que permitas que él goce de esos placeres cuando tú te hallas en una situación peor a la de un mendigo? —¡Basta, te voy a callar de un golpe! —¿Es admisible que él disfrute de la compañía de una fémina, a todas luces hermosa, mientas tú te encuentras solo? Quizá él y ella estén haciendo el amor en este momento... —¡Cállate, miserable! ¡Te lo advierto! —Tú nunca conocerás el placer de poseer a una mujer. De hacer tuya su mente, su alma, su cuerpo. Se oyeron ruidos nuevamente en la casa. Esta vez con más intensidad. Al parecer, la primera vez, la persona en cuestión había tomado nuestras voces como el ruido de los animales o el crujido de algunos tablones. No obstante, habíamos elevado mucho el tono y esta vez debía haber escuchado lo que decíamos. Aunque dudo que con gran nitidez. Procedí a decirle al monstruo unas palabras antes de retirarme. —Lo siento. Perdóname. Es preciso que parta de una vez. Y no lo haré sin darte un consejo de amigo. —Tú y yo no somos amigos, Fedrich. —Tal vez sí, tal vez no. Nunca has tenido uno. Por eso estoy seguro de que soy el primer amigo que has tenido en tu vida. Presta atención, hay una manera de que puedas alcanzar los placeres humanos. Pídele a Víctor, a tu padre, que dé vida a una compañera para ti. —¿Es eso posible? —Claro, si lo hizo una vez será factible que lo haga de nuevo. Y hasta puede que el resultado sea mejor. Cometió muchos errores contigo, empero, 13


al realizar el experimento de nuevo, el grado de efectividad irá en aumento. Solo debe seleccionar restos femeninos, como seleccionó restos masculinos contigo. —Lo que me dices me da esperanza. Es una idea brillante. —Soy brillante, amigo, demasiado. Víctor se negará, no querrá hacerlo, por miedo, o quizá por egoísmo, entonces tú lo forzarás. Recurre a los medios que creas necesarios. Tendrá que ceder. La puerta de la casa se abrió. Se oyó la voz de un muchacho: «¿Quién anda ahí?» Se sintieron pasos que salían al exterior, rodeaban el chalet y se iban acercando. Decidí marcharme de una vez. El monstruo extendió la mano para que le entregara el diario que no había podido soltar en ningún momento por considerarlo un documento de monumental valía. Se lo di, no sin cierto desdén. —Adiós, camarada —se despidió de mí la criatura más fascinante y triste que hubiera conocido jamás. —Adiós y buena suerte —respondí, dibujando una sonrisa. Mientras me alejaba, percibí que el hoyo en la pared del cobertizo era cubierto por dos gruesas maderas. Frankenstein sabía esconderse muy bien. Definitivamente no sería encontrado en su improvisado cubil. Al menos hoy no. Salí por detrás del establo, luego cogí un sendero, al otro extremo de la laguna. Félix no me vio. Solo gritó una vez más: «¿Hay alguien ahí?» Me ayudó que la luz de la Luna se apagara. Ahora únicamente la oscuridad reinaba, fría e impertérrita. Yo me alejaba más y más, dejaba atrás mi bolso de cuero con ropas y libros, y, junto a ellos, uno de los milagros más grandes de la historia moderna. Recuerdo que desanduve la ruta inicial hasta llegar al bosque vecino y no dejé de caminar hasta hallar la vía principal que llevaba al pueblo. Y seguí avanzando hasta que el cielo se tiñó de rojo por la inminente luminosidad del amanecer. Cuando escuché que un gallo cantaba, arribé a un modesto hospedaje en donde tomé un cuarto para adentrarme en un sueño que me abrazaría hasta la hora de almuerzo. Luego de llenar bien mi estómago partiría a Francia para iniciar, lo antes posible, la labor que ya tenía planeada. 7 Víctor Frankenstein fue un imbécil. Y también un cobarde. Un aristócrata con alma de niña. Un prodigio de nada más un día. Tenía el genio, eso está fuera de discusión, pero no tenía la osadía, el valor, la determinación, virtudes que yo sí poseo. No va a crearle una compañera a ese pobre desdichado nunca. Fue fácil notarlo al ver su nerviosa letra y los desabridos apuntes que realizó. Acciones de la vida diaria. Adoración por la novia y la familia, ¡por favor! Tal carestía de personalidad pintaba por entero la clase de hombre que era. En cambio, el monstruo me ha sorprendido. Frankenstein está aprendiendo. Llegará lejos, eso es seguro. Tal vez nunca

14


vuelva a verlo. O quizá tengas noticias de él muy pronto. Es imposible determinar lo uno o lo otro. Una criatura tan poderosa, casi tanto como un dios, y al mismo tiempo, miserable como un diablo. Su candidez era enojosa, aunque como dije, va mejorando. Pronto dejará de lado la timidez y la ingenuidad. En poco tiempo surgirá la fiera que lleva dentro. Es increíble que no se haya dado cuenta de que arranqué cuatro páginas del diario de su padre. Precisamente aquellas que narran cuáles son las mezclas químicas a utilizar en el cuerpo muerto y cómo hacer uso de ellas. No podrá notar que faltan dichas páginas y, si algún día lo descubre, no le importará. Después de todo, eso no le interesa. Solo enfocará su mente en el odio y en su plan de venganza. Tengo miedo. No puedo permanecer en la misma tierra que aquel ser. He de partir a Francia ahora mismo. Ya he comido hasta hartarme. Saldré de este pueblo y conseguiré un transporte en las afueras. Nunca más volveré. Con los datos que poseo realizaré mi gran proyecto. Mi mente tiene la capacidad de recordar palabras con suma eficacia. He pedido pluma y papel a la dueña del hospicio. He apuntado todo cuanto recuerdo respecto del proceso previo a la creación de la bestia. Y, gracias los datos que poseo escritos, podré realizar el experimento. Será en la universidad. En París. Intentaré no cometer los errores de Víctor Frankenstein. Y, por supuesto, no rechazaré a mi criatura. Al contrario, la educaré y guiaré del modo más adecuado. Y, con el tiempo, obtendré poder a costa de aquel nuevo engendro. Lograré cosas inimaginables. Habré vencido a la muerte. Me habré convertido en Dios. Y obtendré un lugar importante en la historia del mundo. Así tendrá que ser. Ahora me convenzo de que estuve en el lugar y en el momento adecuados. Sin embargo, una inexorable cuestión ensombrece mi dicha: ¿El padre de un monstruo es también un...? La respuesta me irrita sobremanera. © Carlos Enrique Saldivar Carlos Enrique Saldivar (Lima, 1982). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villareal. Es director de la revista Argonautas y del fanzine El horla, ambas publicaciones impresas de literatura fantástica. Ha publicado reseñas, artículos, poemas y relatos en diversos blogs y revistas. Cuentos y poemas suyos han aparecido en algunas antologías del medio e internacionales. Ha sido finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011 en la categoría relato. Ha publicado los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008) y Horizontes de fantasía (2010). Compiló además los libros: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011) e Infrarrojos (una selección de fantasía, terror y ciencia ficción). (2012). Forma parte del taller virtual de creación literaria Los forjadores y del grupo Locus, de escritores y seguidores de la literatura fantástica y otras vertientes del arte no realista.

15


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.