In Memorian de Eugenio Alarco Editor: José Joaquín Ramos de Francisco. Co-editor: Sergio Bayona Pérez. Ilustrador portada: Isabel Sánchez. Resto ilustraciones: Hector Chinchayan, Guillermo Cabral, Isabel Sánchez, Pat Solaria y Adrián Vargas.
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ÍNDICE: A MODO DE PRÓLOGO: OSCILANDO ENTRE LA HISTORIA Y EL DESEO: LA PIEDRA DE TOQUE DE LAS OBRAS REALIZADAS por Luis Bolaños EL VIAJE por Jorge Luis Revilla LOS INVASORES por Paul F. Muro EL PEQUEÑO FRANKENSTEIN por Yelinna Pulliti INSERTE CUATRO MONEDAS DE A SOL POR FAVOR por Pedro Félix Novoa Castillo LOS APÁTRIDAS por Rubén Mesías Cornejo EL PRIMER PERUANO EN EL ESPACIO por Daniel Salvo EL PRELUDIO DEL PUÑAL por Iván Paredes Córdova EL FORASTERO MALTRECHO por Adriana Alarco De Zadra LOS GRANDES, LOS CHICOS Y LA BOMBA ATÓMICA por Héctor Velarde VISITA por Carlos Bancayán Llontop DEUS EX MÁCHINA por José Donayre LA MÁQUINA DE TIEMPO por Juan Rivera Saavedra A DONDE VAN LAS ALMAS por Giancarlo Stagnaro AMBOS ESPERABAN por José B. Adolph UN AYER YACE ENTRE FLAMAS por Isaac Robles TEST DE TURING por Enrique Prochazka LOS CÍRCULOS DEL TIEMPO por Manuel Antonio Cuba
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EL DÍA TRÁGICO por Clemente Palma HISTORIA DEL GOBERNANTE SABIO por Eugenio Alarco
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Subido a la red el 4 de noviembre de 2005
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10
A MODO DE PRÓLOGO: OSCILANDO ENTRE LA HISTORIA Y EL DESEO: LA PIEDRA DE TOQUE DE LAS OBRAS REALIZADAS por Luis Bolaños scribir un prólogo para el Erídano dedicado a la CF peruana me llevó de inmediato a una reflexión: ¿existe o es posible utilizar esa denominación en nuestro país?... como un conjunto de obras señeras, escritas con enjundia y garbo, que transmitan el significado de lo humano, de lo trascendente, de la ecología planetaria de la Pachamama, de los despliegues prospectivos de ciencia y tecnología envueltos en esa particular visión, en ese enfoque insólito por la manera como hace girar lo cotidiano (No hay nada fantástico o ultradimensional en el pasto... a menos que seas un escritor de CF, en tal caso verías muy pronto el pasto sospechosamente nos recordaba Philip K. Dick), ¿o estamos aún expectantes a lo que devendrá? Si las huellas literarias son escasas (a pesar de la búsqueda minuciosa que ejecuta Daniel Salvo de ese pasado literario de la CF en periódicos y revistas antiguos, desde cómics hasta ensayos) persistir en observar que significan o han significado la ciencia y la tecnología, interrogarnos sobre el papel que juegan el conocimiento académico y la experticia tradicional en los planes y modelos de desarrollo, inquirir en la orografía de la humanística nacional, y en como son considerados ahora en Perú cada una de ellas, nos lleva a creer tras percibir el deprimido horizonte encontrado, que hemos demolido lo humanístico (están muy presentes en la memoria lo que significo la guerra feroz de los 80' e inicios de los 90') y extraviado lo científico tecnológico (y como gustaba de rubricar Charles Dickens: En el camino equivocado). El significado es terrible, no existirían fundamentos para el despliegue de una CF nacional, como sí sería el caso de Argentina para hablar de otro país sudamericano con intensa actividad y productividad creciente. Contemporáneamente el panorama se mantiene oscurecido. Se que en la propia España, este año están de jarana por que el número de artículos científico-tecnológicos en medios de información se ha doblado, ha pasado a ser el 1% del total, imaginemos la penuria peruana donde las páginas de Unger en El Comercio han sido en ocasiones la única referencia a las realizaciones técnicas y avances científicos que leíamos los probablemente pocos interesados.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Pero quizás nos incumbe también deprimirnos al constatar que a pesar de los aportes colosales pretéritos brindados a la humanidad por nuestros pueblos aborígenes en técnicas agrícolas, manejo de agua, especies vegetales domesticadas (somos Centro de Dispersión Vavilov y poseemos una megabiodiversidad envidiable como gusta recordarnos en sus tratados el maestro Antonio Brack Egg y tender a distribuirla en espacios manejables como sugiere el profesor Mario Tapia a través de sus investigaciones), diseños arquitectónicos fabulosos (aún me estremezco de repugnancia cuando recuerdo a von Daniken aseverando que eran construcciones extraterrestres), control vertical de pisos ecológicos, colpas, carreteras, y todo eso sin rueda y metales, uno se asombra, queda anonadado y reflexiona que pasaría ahora en el planeta si la oleada conquistadora se retrasaba unos pocos decenios, sería un auténtico viaje a la hiperealidad más cienciaficcionera. Luego vendrán los años flacos y tristes, magros y desesperanzadores de la presencia española y de la República, siempre a la cola de los inventos, tanto que convertidos en fábulas y mitos ingresan a las páginas de ese realismo maravilloso en el cual suelen encasillarnos a los latinoamericanos cuando empezamos a expresar lo represado que atesoramos en nuestros corazones, y donde surgen paraísos salvadores (a esa imagen recurrió Ridley Scott para su filme sobre 1492), o rupturas espaciotemporales a través de las cuales se deslizan ucronías que voltean lo acontecido y lo destripan (nunca más deseosos de trastornarlo cuando más siglos de soledad y exacción sufrimos), y comprendemos que una parte de nuestra plasmación en el género deberá apoyarse en esa continua línea de cavilación histórica ligada a las vertiginosos paisajes que abren la nanotecnología, las bioPC's, los superconductores, el transporte magnetohidrodinámico, las exploraciones espaciales, el uso racional de los recursos naturales combinado a el surgimiento de una pléyade de artilugios, en síntesis, somos más promesa que concreción y tenemos por delante mucho por hacer. No obstante, nos encontramos en un momento expectante, y paso entonces a nombrar a diversos autores realizando una tour con aroma a historia pero concentrándome con frecuencia en aquella de sus obras que más me ha impresionado, y así rememoro realizaciones pretéritas (nuestros clásicos), ya sean poemas de González Prada, tempranas y excelentes incursiones transidas de futurismo como la de Clemente Palma en XYZ, la magia admirable que opera a lo largo de la obra de Eugenio Alarco (recientemente fallecido, pero hasta el postrer aliento pensando en el devenir). Luego presento un conjunto de escritores y artistas más cercanos y contemporáneos pero que podemos considerar nuestros pioneros, representados por las fábulas repletas de dulzura en un equilibrio que conjuga visión prospectiva y sentimiento peruano de Adriana Alarco (de familia le viene el galgo no me resisto a reiterar), historietas como SUPERCHOLO, espléndidas portadas o cuadros de Boris Vallejo que aluden a la universalidad de la fantasía pero con frecuentes toques de raigambre criolla o inca, viñetas preñadas de sentimiento bradbu2
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 riano y aforismos criollos de Rivera Saavedra, esa especial mezcla de arquitectura, estocada filosófica y humanismo cibernético que nos brinda Enrique Prochazka, la sapiencia sugerente e intensa con exquisito manejo de personajes y situaciones de José Adolph. Y cual colofón en la pléyade actualmente surgente tenemos las visiones alucinadas de Manuel Antonio Cuba, los pujos nacionalistas de Isaac Robles por recuperar la dignidad a través del ensueño de la CF ligados a romances imposibles por gracia de las matrices temporales, los recorridos por parajes preñados de sentido social y cotidianeidad de Jorge Luis Revilla, la mezcla de coraje crítico y versatilidad temática de Pedro Novoa (adornado con una obra de teatro ecológica e intensamente social), el humor casi siempre soterrado y con frecuencia desbordante que adorna las peripecias de los actores y anécdotas de Kala Azar, el sentido acucioso y modelado con metodología exacta de Daniel Salvo, la levedad no exenta de evocación de Yelinna Pulitti, las sagas belicistas de Rubén Mesías Cornejo, las cartas dibujadas para la promoción de Era Titanio, los dibujos del grupo de Arequipa, las asociaciones surgidas al calor de las franquicias (Harry Potter, Star Trek, Star Wars), etc. Tod@s esas aportaciones deben ser tomados en cuenta por que para la construcción de la CF nacional son convocados tanto los escritores, relatores, novelistas y cuentistas como los dramaturgos, poetas, músicos, cineastas y asimismo cuentan para esa edificación los ensayistas, dibujantes, críticos, y de paso mixturar las actividades fandomísticas con la necesaria saturación enciclopédica de los memoriosos. Podemos culminar esta introducción señalando que gracias precisamente a los artilugios tecnológicos podemos mantener hoy una comunicación con diversos protagonistas de esa alternativa que basada en lo digital e Internet nos reserva aún saludables sorpresas y sin duda esfuerzos, plasmados en una red permanente y retroactuante que juega el papel de útero y de intercambiador de fluidos intelectuales para convertir en realidad eso que tanto nos pide Víctor Pretell: una CF peruana... y universal.
© Luis Bolaños Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica) con anhelo transdisciplinar, mi pasión: la búsqueda del conocimiento y la investigación permeada por lo humano e invadida por la vida. He fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos, periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos, ministerios e institutos de investigación, participando, aprendiendo y enseñando. He publicado en papel y en digital, me siento orgulloso de mi columna de Ciencia Ficción: Cuarta Dimensión en "Saber", suplemento de La República (Lima), de mi texto universitario: Psicobiología (Bogotá), de mi sección Bitimagen (Velero25), de mis aportes para Sitio, Alfa Eridiani y Pasadizo. Gozo de monogamia integral con Ana María, también científica social, acompañado de dos hermosos y creativos hijos: Arcadio Antonio y Leonardo Rafael... y de una conejita California llamada Bunnie
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EL VIAJE por Jorge Luis Revilla …toda esa gente parada que tiene grasa en la piel no se entera ni que el mundo da vueltas… Charly García os dos amigos recorrían sin hablar los luminosos pasadizos de Industrias Luna. Czerewko Manilov era el más alto y corpulento de los dos y lo había sido desde la infancia. Pero Georgii Kovs marchaba adelante, guiando a su amigo sin emitir palabra alguna, como en algún momento había hecho hacía 40 años.
© Guillermo Cabral
Esa vez, tanto tiempo atrás, sólo tres niños lograron escapar de los escombros del mayor accidente geolunar de la historia. Cuando la ahora infame nave de colonización Bermuda, una de las primeras naves que el consorcio de naciones envió a Luna, se estrelló contra la superficie del Nuevo Mundo con más de 400 personas a bordo, habían sido los tres amigos liderados por Georgii los únicos sobrevivientes. Los tres amigos habían crecido juntos en lo que en esa época era todavía una pequeña colonia en un satélite hostil, y habían vivido el explosivo desarrollo de Luna. Desarrollo que era evidente en ese momento mientras recorrían los pasillos de la casa matriz de la más grande industria geolunar que el hombre había conocido. Los pasadizos no sólo eran utilitarios, sino que formaban parte de la mayor computadora en existencia: NMO, coloquialmente conocida como Nemo. —A Ryshko le hubiera gustado ver esto —dijo Czerewko. —Lo vio, lo vio —respondió Georgii—. El tuvo la visión que originó todo lo que vemos ahora. Y nunca dudó que fuera posible. Nemo es su hijo. —¿Pero, valió la pena? ¿La vida de nuestro amigo? 4
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Georgii no respondió de inmediato. Durante muchos años él se había hecho la misma pregunta. NMO no había matado directamente a su amigo, pero los años dedicados al proyecto y la vehemente personalidad de Ryshko habían minado su salud a un punto en que incluso la avanzada tecnología de Industrias Luna no pudo ayudarlo. Tal vez, si NMO hubiera estado lista antes, ella hubiera encontrado la cura. A Georgii aún se le hacía difícil concebir lo colosal que era la máquina. Desarrollada con los últimos avances en nanotecnología y computación molecular, NMO no se encontraba en algún lugar definido del edificio de Industrias Luna. El edificio era NMO, formado por billones de computadoras moleculares que se entrelazaban con las del titanio y plástico del edificio, cada una con similar capacidad de proceso que aquellas computadoras grotescas que todavía quedaban sobre la faz de la Tierra. Pero no. Ryshko no hubiera permitido que NMO pierda tiempo buscando una cura a su mal. Hubiera continuado con el plan inicial, la búsqueda de un método eficaz de atravesar distancias estelares. El método que, luego de 4 años, había encontrado. NMO trabajaba de manera evolutiva, un concepto conocido como programación genética. Cuando se le planteaba un problema, sus inmensos recursos podía fácilmente simular un escenario con variables casi infinitas y por medio de prueba y selección natural llegar a la mejor respuesta. Los dos amigos llegaron al final del pasillo y se detuvieron frente a una gran puerta metálica, con las palabras Prohibido el Ingreso marcadas claramente con tinta fosforescente. —Ryshko pensaba que valía la pena —dijo Georgii, respondiendo a la pregunta— y el fruto de su esfuerzo, querido amigo, se encuentra detrás de ésta puerta.
© Guillermo Cabral
—¿Quieres decir que ya está listo? —Czerewko no ocultaba su asombro—. Yo… yo siempre pensé que nosotros tampoco viviríamos para verlo. —La verdad es que siempre estuvimos muy cerca. Vas a tener que disculparme por no mantenerte al tanto, pero comprenderás que todo lo relacionado a éste tema era información clasificada y sólo el personal de
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Industrias Luna podía conocerlo. En todo caso, creo que me perdonarás toda mentira anterior ahora que te estoy cediendo la primicia. —Yo… ¡Pero por supuesto! ¡Vamos hombre, abre la puerta! —No tan rápido amigo. Debes prometerme ciertas cosas. —¡Lo que sea! Prometido. —Nada de fotos. No podrás citar mi nombre, usa algo como fuente anónima o esas palabras que ustedes manejan. Y no puedes publicar nada hasta dentro de dos días, cuando el viaje de prueba ya esté marcha, para bien o para mal. —¡Hecho! Vamos, vamos. Georgii sonrió al ver a su amigo tan emocionado. Y no era para menos. La noticia podía ser la más importante para la raza humana en siglos. Colocó su mano sobre la puerta y los enmarañados circuitos de NMO lo identificaron con un 100% de seguridad en décimas de segundo. La puerta se abrió. Lo que estaba al otro lado no parecía, a primera vista, nada especial. Un hangar con paredes de aleación y el clásico techo transparente de metal plástico. En el centro, y rodeada por equipos de control de despegue y cajas de suministros, se encontraba una nave de transporte. Era la clásica caja de zapatos, una LI-103. Un rectángulo casi perfecto para aprovechar mejor el espacio de carga, de unos 15 metros de largo y casi 7 de alto, tenía solamente dos detalles que rompían la monotonía: la cabina en la parte delantera con una inmensa luna transparente y las rejillas clásicas del impulsor nuclear entre la cabina y la zona de carga. —¿Eso es todo? —exclamó, totalmente desilusionado, Czerewko. —Tranquilo, ¿Qué esperabas? Lógicamente hemos adaptado una LI-103 para la ocasión. Además el nuevo impulsor ocupa mucho espacio. —¿Impulsor? —Ese es el nombre que le hemos puesto. Impulsor hiperespacial, en honor a Ryshko. Tú sabes que era un fanático de esas viejas historias de ciencia ficción. —Muy bonito nombre. ¿Y cómo funciona? —Siendo totalmente sincero, debo admitir que sólo tengo una idea vaga, recuerda que yo no soy científico. Sólo Nemo y unas tres personas del equipo de Ryshko lo entienden por completo. Lo único que sé es que permite que la nave salte de un lugar a otro de la galaxia, o posiblemente entre galaxias, en una 6
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 fracción de segundo. El impulsor ocupa la zona entera de carga y parte de la cabina, dejando espacio para una persona. —¿Una persona? ¡No me dirás que lo van a probar con alguien adentro! Un robot sería ideal. —No, no sabemos que pueda pasar una vez que la nave de el salto. Necesitamos alguien ingenioso al mando, no podemos limitarnos a un robot. Si algo sale mal, el piloto debe ser capaz de ingeniárselas para regresar. O al menos, para informar que pasó. —No lo creo. ¿Quién sería tan estúpido para arriesgarse así? —De hecho, el piloto soy yo. Fui voluntario. Czerewko se quedó unos segundos sin palabras. Sólo miraba a su amigo y no sabía si sentir cólera o asombro al ver que su amigo le regresaba la mirada con ojos radiantes y orgullosos. —¿Pero tú estás loco? —dijo al fin— ¿Y si algo pasa? ¿Qué será de Sonia? ¿Y Dmitrii? —No hay mejor piloto que yo. Y sabes que esto es lo que he soñado toda mi vida. Sonia me entiende, me entendió siempre. Y Dmitrii… bueno, el aún es muy pequeño. Pero crecerá orgulloso de su padre, de una manera u otra. —Lo sabía. Siempre lo supe, quieres morir en alguna misión riesgosa e imposible. Y para colmo ¡con una estúpida sonrisa en el rostro! —Hey, amigo, no me des por muerto todavía. El diseño es bastante seguro y si bien no sabemos a donde me va a llevar la nave, a menos que suceda algo catastrófico te aseguro que voy a poder regresar. —¿Cómo que no sabes a donde te va a llevar? Georgii echó un vistazo hacia el fondo del pasillo para cerciorarse que estaba vacío. Podía divisar en el fondo, a través de la ventana del lado oeste, las luces amarillas del vivero encendidas a máxima potencia. —Ese es un detalle que prefiero que no publiques si la prueba no es exitosa, para no crear obstáculos a pruebas futuras. La verdad es que no tenemos idea de cómo regular el sistema todavía, así que el primer salto me puede llevar a cualquier lugar dentro del universo conocido… en teoría al menos. Eso sí, luego del salto las computadoras de la nave registrarán todo el proceso y yo debería disponer de la información necesaria para regresar al punto de partida. Con cinco o seis de esos saltos aleatorios supongo que habremos aprendido a calibrar el impulsor. 7
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Y se supone que me cuentas eso para tranquilizarme? Si te entiendo bien… ¡Puedes acabar saltando en medio de un planeta o una estrella! —No creo. Mira, el universo está principalmente vacío. Según los últimos cálculos un salto aleatorio tiene una probabilidad inferior a 1 sobre 10 elevado a la 33 de terminar en un planeta o algún otro cuerpo cósmico. Es cierto que estamos apuntando a terminar cerca de M31, lo cual juega un poco en mi contra, pero de todas maneras tú tienes más probabilidades de ser arrollado por un transbot al regresar a tu casa que las que yo tendré de terminar como dices. —¿Están apuntando a M31? —Czerewko sacó del bolsillo instintivamente un electropad que usaba para tomar notas. Incluso dada la gravedad de la situación, sus instintos periodísticos no le permitieron dejar pasar un dato importante— ¿Por qué? —Es una galaxia muy similar a la nuestra. Si hay vida cómo la humana en otros lugares, se me ocurre que las probabilidades son mayores en M31. Pero ya te veo más calmado, sígueme para que puedas ver la nave de cerca. Czerewko caminaba mientras Georgii le mostraba a detalle la nave y el impulsor, pero su cerebro no asimilaba nada. La importancia de la noticia, que además estaba tan íntimamente relacionada con las vidas de sus dos mejores amigos lo tenía aturdido. Un inmenso sentimiento de pérdida se apoderaba de su cerebro. Pero en el fondo, Czerewko entendía. —Después de ese accidente, hace tantos años, siempre vivimos como si el tiempo nos persiguiera ¿no es así? —le preguntó a Georgii, interrumpiendo su explicación— Como si ese día deberíamos de haber muerto y todos estos años adicionales fueran sólo un favor, un tiempo extra para completar algo significativo antes de morir de verdad. Y ahora sólo voy a quedar yo. Georgii se apoyó contra la pared de la nave y suspiró. —Querido amigo, ¿no lo ves? Ryshko lo hizo posible, yo lo voy a realizar y tú lo registrarás para la prosperidad. Siempre estuvo destinado que sea así. —¿Aquel gran salto para la humanidad, no es así? ¿El que siempre soñaste? —Esperamos demasiado de la raza humana. No somos, después de todo, nada. La Tierra y Luna no son más que una gota de agua en un océano. No habitamos más que un planeta perdido en una zona escondida de una galaxia entre miles. Y la vida de nuestra raza no representa en la escala cósmica más que lo que te toma pestañear ahora en comparación con los casi 50 años que tienes. ¿Y qué es mi vida en comparación? Existen riesgos, pero yo siempre supe que estábamos destinados para algo grande.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —No me gusta escucharte cuando hablas así. Sin embargo sé que es verdad lo que dices. Entonces, si me baso en tus palabras ¿Por qué arriesgar tu vida? Quédate aquí, disfruta de tus amigos y tu familia. Tu mismo dices que somos nada, tus acciones se perderán en la historia de la humanidad, serás un dato anecdótico más. Y en la escala cósmica… un grano de arena cayendo en ese océano que mencionas. ¿Vale la pena arriesgar años de felicidad? ¿Ver crecer a tu hijo? —Seré, con el paso de los años, una línea en los libros de historia. Pero mi motivación no es la fama. Los verdaderos dueños del universo deben observarnos ahora como cuando nosotros observábamos un hormiguero en la escuela, ¿recuerdas? Tan enfrascados en nuestro ridículo mundo, en nuestras patéticas disputas… Pero si yo tengo éxito ahora, sería como una hormiga que, de pronto, junta dos minúsculas ramas y frotándolas produce fuego. ¿Recuerdas lo que les dije ese día, el día del accidente, cuando perdíamos las esperanzas? —Por supuesto. Dijiste que sobrevivir en la Luna no podía ser más difícil de lo que había sido para un hombre primitivo sobrevivir en el Polo Norte de la Tierra. Que nosotros podíamos hacerlo. —Y lo hicimos. Ahora escúchame. Se que este viaje que voy a emprender te parece una locura. Pero piensa en los antiguos navegantes de la Tierra, hace más de 2000 años. Estaban en las mismas condiciones que yo: naves primitivas, conocimiento escaso, un destino indeterminado… Pero ahí estaban, descubriendo lugares exóticos, nuevas tierras, nuevas culturas. —Tú quieres descubrir América. —El hombre ahora vive en Luna. Pero esto equivale a tomar un pequeño bote y navegar a la isla más cercana, la que se puede ver desde la orilla. El espacio nos llama, como nos llamó el mar en su momento. —Dicen que el mar llamaba al hombre porque era el origen de la especie. —La vida en la Tierra puede haber empezado en el mar, pero el verdadero origen esta allá afuera. Czerewko sabía que sería imposible seguir discutiendo. Su amigo había tomado una decisión. Y no sólo era imposible hacer que Georgii cambie de idea una vez que tenía algo decidido, sino que además, muy a su pesar, entendía. Lo había visto venir durante todos estos años. La muerte de Ryshko lo había confirmado. El destino les había salvado de una muerte segura porque los necesitaba para dar el siguiente paso. Sus vidas no eran suyas y ambos cumplirían a cabalidad el rol que les había tocado jugar en esta historia. 9
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Vamos —le dijo a Georgii—. Muéstrame todo de nuevo. —Con gusto amigo. Pero guarda esa cámara ¿quieres? © Jorge Luis Revilla Jorge Luis Revilla nació en Lima el 25 de Octubre de 1976, año del Dragón de Fuego, del primer vuelo del Concorde, las primeras transmisiones de la sonda Viking desde Marte, la aparición de la Teoría de las Supercuerdas, el trasbordador espacial Enterprise y la computadora Cray-1. Jorge Luis es ME en Ingeniería Industrial de la Universidad de Lima y desde 1999 trabaja en Hewlett-Packard del Perú como Consultor Técnico del Grupo de Imagen e Impresión.
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LOS INVASORES por Paul F. Muro archamos a la deriva, a merced de las corrientes, de los vientos, muertos, pero con vida a la vez, nadie osa impedirnos el paso, somos demasiados para cualquier resistencia, somos millones y millones, una marea de odio y sagacidad perfectamente mezclados, combatimos mejor que cualquier ejercito, mejor que las huestes Napoleónicas, en nuestra historia miles de Austerlitz, y millones de Blitskriegs nos respaldan, no tenemos líderes, jefes ni caudillos, ¿quién necesita jerarquías? Ellas sólo sirven para disimular la incapacidad general. Esta vez, nos dirigimos rumbo a esa conocida luz, lugar de efluvios, exudaciones y orden, nosotros formadores del caos, tomaremos por asalto esa fortaleza. A mi lado van sólo un puñado de individuos de mi estirpe...al llegar a la inmensa muralla, nuestros fibras sensitivas perciben aquella atracción, e inmediatamente nuestra maquinaria sirven de ancla al resto de nuestra entidad, la estrategia ha sido planteada, el primer paso ha sido dado, los dados han sido lanzados. Así, entramos en contacto con la inexpugnable fortaleza, con el sólido muro, nuestra perfecta máquina se contrae y horada la pared de esta inmensa nave, siento placer, saboreamos la ineluctable victoria. Nuestra materia creadora ingresa al medio que pronto conoceré...veo como diversas materias similares provenientes de mis congéneres, también han entrado, ya inmersos vamos a una especial fosforescencia, que se halla a unas fracciones de tiempo de distancia. En el camino nos chocamos con fragmentos inmensos de masa, inmensas naves aún con vida...llegamos al ansiado objetivo, usurpamos partes del cuerpo, nos disfrazamos de fragmentos familiares, nos infiltramos y empezamos a emitir ordenes, no hay mayor control que el que nosotros efectuamos, no hay mayor domino. Al final en pocas fracciones de tiempo, decenas de nosotros hemos sido creados nuevamente, hemos utilizado parasitariamente la maquinaria constructiva del inmenso navío, y ahora somos muchos, pronto todo explotará y saldremos nuevamente a invadir otro bastión similar.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ¡Hemos ganado una nueva lucha! ¡Somos los Invasores! ¡Somos los Bacteriófagos T4! ¡Hemos vencido! © Paul F. Muro Paul Francis Martin Muro Lozada nació en 1976, Chiclayo, Perú, y cursó estudios en la Facultad de Ciencias Biológicas. Dirigió los fanzines CRIPTA y ABSOLUTA LIBERTAD. Además de escritor ha sido músico siendo integrante de EXHUMACION (GRINDNOISE), 1993; CORTEJO FUNEBRE (DEATH METAL), de 1995 a 1997; DISTURBIO (PUNK), 1997, VIOLENCIA (DEATH METAL), desde 1998 hasta la actualidad; GOLPE DE ESTADO (PUNK), y HALCÓN (HEAVY METAL), 2001-2002. Los autores favoritos de Paúl Muro podrían ser Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, Guy de Maupassant, Shelley, Stocker, Jules Verne, Sir Arthur Conan Doyle, Stevenson, entre otros.
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EL PEQUEÑO FRANKENSTEIN por Yelinna Pulliti —Tienes visitas —me anunció mi madre desde la escalera. Hice una mueca. Generalmente no me gusta recibir visitas cuando no las espero. —¿Quién es? —pregunté. —Un tal Franko. —¿Qué? En un primer instante me sorprendió, pero luego pensé que alguien debía haberlo mandado con algún recado. Me alegró que fuera él quien había venido, podría despedirlo de inmediato. Franko era nuestro robot. En la Facultad existía un área destinada a almacenar aparatos en desuso, y uno de los objetos que llegaban más comúnmente eran los robots sirvientes estropeados. Como nadie los quería ni reclamaba, fácilmente podían pasar allí la eternidad. Una docena de estudiantes habíamos firmado para trabajar en el almacén durante algunos meses, pero más que un trabajo era un hobbie, y una de nuestras actividades favoritas era armar un robot operativo a partir de las piezas de un centenar de ellos. Eran nuestros Monstruos de Frankenstein y estábamos orgullosos de ellos. La mayoría no duraba un mes, pero Franko, tras un año de barrer suelos, recoger nuestro desorden y servirnos de calculadora, se mantenía en inmejorables condiciones. Su verdadero nombre era Frankito o Pequeño Frankenstein hasta que yo, debido a su metro setenta y cinco de estatura, empecé a llamarlo Franko y todos terminaron llamándolo así también. Nos llegó una mañana dentro de una caja de cartón. En realidad no todo: sólo la cabeza. Una semana antes nuestro ayudante bautizado como Pruebas Cero Cuatro (un robot de metro y medio de alto y especializado en preparar café) había caído al suelo víctima de un cortocircuito, por ello cuando Piero descubrió el reluciente cráneo con toda su circuitería interna intacta no lo pensó dos veces: nos reclutó a todos para hallar piezas y armarle un cuerpo. El torso lo sacamos del antiguo mayordomo de la cafetería, los brazos del barrendero del estacionamiento, y las piernas las donó el jardinero que tuvo un desafortunado encuentro con uno de los rociadores. En una bolsa, Alberto encontró una cubierta de látex aluminizado que imitaba la piel humana, y en un estante, una peluca negra.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Ese día, mientras los demás se encargaban de limpiar y atornillas las uniones, de conectar cables y aceitar las articulaciones, yo me encargué de la cabeza. Conecté el puerto de la nuca a mi consola y empecé a trabajar. El sistema operativo que utilizan los robots es genérico y yo ya estaba bastante familiarizada con él. Con sólo mirarle los archivos y los comandos principales puedo saber si está dañado o infectado con algún virus, y también si el robot ya ha sido usado anteriormente y en qué forma. Éste posee las instrucciones básicas que necesita el robot para comprender órdenes sencillas y ejecutarlas, pero cosas más refinadas como repartir mensajería o preparar café deben ser aprendidas. Estas instrucciones se almacenan de forma separada del sistema operativo, y lo que se debe hacer cuando éste se daña es usar la Herramienta de Restauración, un programa que simplemente lo reemplaza por una copia nueva. En ese momento yo no tenía la Herramienta a la mano y pedirla a una de las oficinas me pareció demasiado engorroso por lo que preferí reparar el sistema manualmente. La Reparación Manual es un recurso de emergencia y no es 100% segura. Suelo usarla sólo cuando se necesita un robot de forma urgente y siempre con la intención de usar la Herramienta después. Pero aparte de querer ahorrarme el viaje hasta las oficinas, quería experimentar con aquella cabeza, deseaba ver hasta dónde podía llegar con mis propios medios. Durante dos horas me convertí en una versión más moderna del doctor Frankenstein, probando y experimentando. He dicho que la Reparación Manual no es 100% segura, y esto se debe a que no sólo requiere práctica, también se necesita intuición. Simplemente borro los archivos que me parecen sospechosos o dañados y los reemplazo con copias nuevas, sobrescribo los comandos con las instrucciones usuales y espero a que todo salga bien. ***** —¿Te dijo para qué venía? —le pregunté a mi madre. —No a pesar de que se lo pregunté, debe ser algo confidencial. —Eso es algo seguro. Si le han ordenado no decir su recado a nadie excepto al destinatario jamás hablará. —Parecía tener un mensaje importante ¿ha habido algún problema? —No creo. A menos que la universidad se haya incendiado. 14
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Empecé a reírme. ***** Mientras trabajaba en mi consola, los demás iban armando el cuerpo del robot al otro lado de la mesa. Tenía la cabeza a pocos centímetros de mi mano y mis dedos no dejaban de jugar con el cable que le salía de la nuca. En el instante en que Francisco colocaba la gran batería en el abdomen del robot, yo desconectaba la cabeza y reemplazaba sus pequeñas pilas de botón. Francisco conectó el último cable y aquel cuerpo metálico se estremeció convulso, tal y como Mary Shelley describe en su novela. —¡Está vivo! —exclamó Jean. —No está vivo —le dijo Pauline—, está decapitado ¿no ves? —Pero no lo estará por mucho tiempo ¿Verdad? Me miraron, yo sonreí. Introduje mi dedo en el oído derecho de la cabeza y presioné el botón de encendido. La cabeza se estremeció también, en sus cuencas vacías se encendieron dos pequeños leds que voltearon a verme. —Buenos días, señorita ¿Se le ofrece algo? Soltamos la carcajada. Junto a las tres leyes, todos los robots llevan grabado de forma indeleble un pequeño programa que les hace © Isabel Sánchez ayudar e intentar agradar a la gente lo más posible, pero una cabeza sin cuerpo no está en condiciones de ayudar en mucho. —No necesito nada —dije conteniendo la risa. Cogí la cabeza por el cuello y la llevé al otro extremo de la mesa. Conectarla nos tomó menos de cinco minutos, pero tardamos casi una hora en ponerle su piel debido a que, a pesar de ser resistente, no es muy elástica. A continuación Alberto trajo algo de ropa sacada de otros robots. Las buenas costumbres no admiten a un robot desnudo. —¡Vaya! —exclamó Jennifer— ¡Sabe vestirse solo!
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Qué encontraste al revisar su banco de datos? —me preguntó Francisco. —No mucho. Varios archivos estaban muy dañados. Había algunas imágenes truncadas, parece que vivió en una casa con una familia. No encontré los archivos con su nombre o las señas de sus dueños anteriores, pero sí encontré que sabe hacer limpieza, tomar notas y cuidar niños. —Así que era la mucama —dijo Jean. —Es probable. —¡Ya no perderemos tiempo entrenándolo! —exclamó Pauline, feliz. Piero le colocó la peluca y le ordenó ponerse de pie. Terminamos aplaudiendo. Incluso con piel, cabello, ropa y ojos de vidrio (Franko tuvo que usar lentes oscuros dos semanas hasta que conseguimos un par para él) los robots no se ven humanos. Esto es debido a su voz, completamente neutra, y especialmente a sus rostros: éstos tienen la expresividad de un maniquí. Se les puede insertar un programa para que sonrían o pongan cara de tristeza o interés en algo, pero estos gestos son totalmente artificiales, falsos. Cualquier expresión que sean capaces de hacer carecen por completo de naturalidad, como si fueran de una máscara. Por eso cuando abrí la puerta y le vi la cara a Frankito casi me asustó, se le veía triste, humanamente triste. —¿Has venido con un mensaje para mí? —le pregunté. —No ¿Podemos hablar en privado? El que Franko me hiciera esa petición no era de sorprender. Además de ser nuestro sirviente, él también era nuestro confidente. Podíamos pedirle conversar en privado y contarle lo que quisiéramos, incluso podíamos despotricar a nuestro placer de quien nos diera la gana (casi siempre algún profesor) y usar todas las frases ofensivas que deseáramos, Franko nunca nos juzgaba ni criticaba, sólo se limitaba a escuchar y mover la cabeza. Luego podíamos borrar la conversación de su memoria con la orden borrar data desde la hora... y eso era todo. En ese sentido, Franko nos había sido muy útil. —¿A dónde vas, hija? —A mi cuarto. Ignoré la mirada de censura de mi madre y le ordené a Franko seguirme. De toda mi casa, el lugar más privado es mi cuarto.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ***** Franko no necesitó muchos días para aprender a moverse por la calle. Solíamos mandarlo de compras a menudo y se aprendió nuestras señas, con la orden de no dárselas a nadie, por si alguien necesitaba mandarlo a su casa o que llamara por teléfono. Es bastante común ver robots tomando el bus, llevando y trayendo recados. Por alguna razón, solíamos confiar más en Franko que en los otros. Había algo en él que hacía que nos gustara hablarle y pedirle favores, pero nunca nos fijamos en ello; para nosotros eran meras preferencias sin importancia. ***** Franko se sentó en la cama y yo en la silla frente a mi computadora. Lo observé un rato intentando averiguar de qué película había aprendido a hacer un gesto de tristeza tan sincero y real. Es frecuente que de pronto a los robots se les ocurra cantar, dar abrazos o hacer Origami sólo para alegrar y entretener a la gente. Pueden parecer conductas espontáneas pero no son más que imitación de lo que ven en la televisión; poseen un algoritmo que les permite detectar la tensión en una persona, por ello me extrañó la aparente tristeza de Franko... a menos que alguien lo hubiera enviado para hacerme una broma. —¿Quién te ha mandado? —le pregunté. —Nadie. He venido por mí mismo. —¿Qué? ¿También te ordenaron que dijeras eso? —No. —Entonces dime quién te ha enviado. —Nadie. —¡Demonios, Franko! ¡Alguien debe haberte ordenado que vinieras a mi casa! —Nadie lo ha hecho. —Tu sistema debe estar fallando, diablos... Por una u otra razón, nunca había llegado a pasarle la Herramienta de Restauración al sistema de Frankito y tampoco consideré necesario hacerlo. Tal vez esa era la razón de porqué Franko siempre había sido un tanto extraño. Recordé 17
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 que su rostro tenía más naturalizad que el de los otros robots y, me estremecí, que realmente parecía alegrarse si podía levantarnos el ánimo. Incluso llegó un momento en que se lo comenté a uno de los profesores: —Debe estarlos imitando a ustedes —me dijo— es lo que sucede cuando tienes a un robot conviviendo con gente joven durante tanto tiempo. —¿En serio cree eso? —Durante días pensé que el mío intentaba enamorar a mi esposa hasta que descubrí que había salido con mi hijo y su novia. Después de escuchar aquello, en lugar de preocuparme, la conducta de Frankito se me hacía graciosa. A veces los robots aprenden a reírse, pero no deja de notarse que es la risa de una máquina, en cambio varias veces confundí la risa de Franko con la de mis amigos. Ahora que lo tenía en frente de mí se me ocurrió que esos detalles él no los imitaba sino que le venían de dentro. —De dentro, desde el error en su sistema —pensé. —Es cierto, mi sistema está dañado —dijo Franko, como si hubiera leído mi mente— por eso he venido a su casa: porque quiero que lo repare. —¿Tú quieres? —pregunté sorprendida— ¡Franko! ¡Tú no puedes querer nada! —Lo sé: Los robots sólo deben saber obedecer ¿No es lo que siempre dicen? —Sí. —También dicen que no somos diferentes a la lavadora o al microondas— noté que se retorcía las manos— pero yo... yo me siento diferente. Yo lo observaba con la boca abierta. ¿Era posible que un sistema dañado y algunos comandos alterados generaran algo parecido a las emociones? Deseché esa idea casi de inmediato. Una máquina no puede tener emociones, es algo imposible. Pero mientras más miraba a Franko, menos me parecía un mero robot. Si hubiera sido una persona habría tratado de tranquilizarlo, pero hacer eso con un robot es tan ridículo como hacerlo con una cafetera. —Pero una cafetera no se te queda mirando de esa forma— me dije. —Me he escapado —dijo Franko de pronto—. Nadie sabe que estoy aquí. —¿Que has hecho qué?
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —No había nadie, así que salí y vine hasta su casa. —¡Entonces tienes que regresar de inmediato! —¡No! —exclamó sobresaltándome— ¡Por favor! ¡No me envíe de regreso!— juntó las manos y las alzó hacia mí— ¡Le ruego que primero me escuche, por favor! Le ordené que se callara y se estuviera quieto. —¿Dónde aprendiste a suplicar? —le pregunté intentando que mi voz sonara dura— ¿Has estado viendo la televisión del almacén? —No tengo permitido encenderla. —¿Te das cuenta de que sólo has venido a molestar? Tienes que regresar ahora mismo a la Facultad o alguien se dará cuenta de que has salido sin permiso. —Por favor, no se enoje —intentó tomarme la mano pero yo la aparté— le ruego que escuche mi historia y comprenda los motivos que me han traído a implorarle ayuda. —¿Motivos para ayudarte? ¿De qué estás hablando? —Sé que le es difícil de creer, pero tengo serias razones para haber venido a verla. —Franko, si alguien se entera que has venido aquí sin permiso me meterás en problemas así que obedece. Te acompañaré a la puerta. —No, por favor... no me eche. Solamente serán unos minutos, unos pocos minutos, le ruego que me escuche así como tantas veces yo la escuché a usted. El que dijera eso me sorprendió más que sus insistentes ruegos. En el fondo estaba en lo cierto: tenía una deuda con él en ese sentido. Entonces se me ocurrió que su historia debía ser lo suficientemente buena para haberlo hecho venir como un fugitivo sólo para contármela. En eso se me vino a la mente lo mucho que se parecía esto al capítulo del libro de Mary en el que el monstruo de Frankenstein, en una cabaña rodeada de nieve, le narra su historia a su creador. Accedí a escucharlo movida por la curiosidad. A un movimiento de mi cabeza, comenzó su relato. *****
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Yo era el mayordomo y niñera de una pareja y su pequeño hijo. Su aspecto, el de la casa o su ubicación han desaparecido de mi memoria, sólo sé que la casa era grande y se ubicaba frente a una gran avenida, por ello ni el niño ni yo teníamos permiso de salir. Ignoro durante cuánto tiempo estuve a su servicio, pero debieron ser algunos años ya que recuerdo haber visto al niño de bebé, y luego corriendo y jugando por toda la casa. Tenía que estar constantemente vigilándolo pues era muy travieso. Un día, mientras estaba conectado a la computadora actualizando mi sistema, el pequeño la apagó por error. Algo sucedió conmigo pues no pude moverme hasta que activé la autorreparación de emergencia. Aparentemente nada había sucedido, pero desde ese momento mi sistema no volvió a operar de la misma forma. Fue algo que noté con el paso de los días. Cuando mis dueños estaban tristes y yo no podía alegrarlos algo extraño ocurría en mis circuitos, como si se negaran a funcionar. Si cuidaba del niño y éste estaba contento conmigo era como si me pusieran una batería nueva. Yo no sabía de qué se trataba y tampoco me preocupaba. Era el único robot de la casa y lo que me estaba sucediendo no tenía motivo para parecerme extraño. Los meses pasaron y mis dueños empezaron a asustarse de mí. Mientras más intentaba ser amable y agradarles, más nerviosos los notaba. Me prohibieron acercarme a su hijo. Días después ya no me dejaban contestar el teléfono o prepararles la comida. Fue como si ya no confiaran en mí. Un día los oí decir que yo ya no parecía un robot y eso me confundió, como una orden que no supiera ejecutar. No tenía forma de saber qué era lo que ellos entendían por robot. Al poco tiempo unos desconocidos llegaron a la casa. Yo estaba en el lavadero y pude escuchar un poco de lo que decían. Venían por un artefacto defectuoso y ese artefacto era yo. Iban a desarmarme, a embalarme y ya nadie sabría más de mí; me reemplazarían por otro robot, uno que sí se comportara como tal. En ese instante algo se disparó dentro de mí: No quería que me hicieran eso. Pensé en huir, en escapar por la ventana, en esconderme, pero abrieron la puerta y me ordenaron que no me moviera. No pude evitar obedecer aunque sabía lo que me esperaba. Uno de ellos introdujo sus dedos en mi oído y ya no sé más. Lo siguiente que recuerdo es haberme encontrado en una mesa al lado de una consola. La primera persona a la que vi fue a usted y supe que había sido quien me había activado, entonces sentí la necesidad de hacerlo todo por usted; creo que le dicen estar agradecido. Me armaron y pasé a formar parte del almacén. A ustedes parecía gustarles el tenerme cerca y a mí también me gustaba. A diferencia de mis dueños anteriores, a ustedes no les importaba que yo me comportara como lo hacía. Entonces armaron a la pequeña Fliky. Ya había otro robot con el que podía compararme y eso hice.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Era notorio que ella no era como yo. Ella era totalmente mecánica. Parecía que su interés por las personas era fingido y que sólo sabía recibir y ejecutar órdenes. Empecé a preguntarme si era así como se comportaba de verdad un robot. Luego armaron a Manhattan y con él fue lo mismo: parecía no importarle nada, sólo obedecer. Comencé a preguntarme qué tenía yo que a ellos les faltaba para que fuéramos tan diferentes. No me agradó la forma de ser de los robots, tan distinta de la de las personas. Ellos eran como una impresora, excepto que las impresoras no caminan ni hablan. Yo veía a la gente del almacén y empecé a desear ser como ustedes — me miró—, quería que me consideraran algo más que un simple robot. Y de pronto, un día, Fliky cayó al suelo girando su cabeza. La revisaron y dijeron algo acerca de un procesador dañado. Estuve horas a su lado esa noche, preguntándome qué tenía que ver un procesador dañado con el hecho de que ella ya no respondiera. Al día siguiente se la llevaron y ya no volví a verla. El siguiente fue Manhattan. Esta vez las baterías se sulfataron corroyendo los integrados. Yo ya empezaba a comprender que para que un robot funcione debía tenerlo todo en buen estado. A Manhattan sí pude ver cómo lo desarmaban, lo empacaban y lo enviaban al almacén en una caja. Aún debe seguir allá. Durante un tiempo fui su único robot e hice todo por serles agradable, porque me consideraran un amigo, pero para ustedes yo seguía siendo apenas un aparato. De noche, cuando todos se marchaban y yo permanecía en soledad pensando en ello, sentía cómo la energía me abandonaba, a pesar de que era de noche cuando me conectaba a recargar mi batería. Me sentía afligido o al menos es eso lo que creo. Luego armaron a Optimus, a Ci-Tripio, a Seis Voltios... con todos ocurría siempre lo mismo, un día estaban bien y al siguiente algo fallaba en ellos: el sistema de refrigeración, los circuitos, las conexiones... Optimus sólo pudo ser reparado una vez. Con las piezas de Ci-Tripio y Seis Voltios hicieron a Flyback pero apenas duró una semana. Fue entonces que comencé a temer que lo mismo me ocurriera a mí. Al igual que ellos, yo también poseía cosas que podían estropearse. En cualquier momento yo también caería al suelo y ya no podrían repararme, me desarmarían, me enviarían al almacén y eso sería todo. Pero lo que más me atormentaba era saber que no volvería a ver a la gente del almacén, saber que tendría que separarme de ustedes. A veces tenía la idea que yo sí duraría indefinidamente pues yo era distinto, pero eso también se acabó cuando los escuché decir todo termina malográndose en algún momento, Nada se salva y especialmente Me sorprende que Frankito haya durado tanto. 21
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Cuando uno de los robots dejaba de funcionar a nadie le importaba, a mí sí. El conocimiento de que eso me ocurriría a mí también no dejaba de asaltar mi memoria una y otra vez. Fue cuando quise saber a qué se debía el que yo no fuera como los otros robots. Pude saberlo después gracias a una conversación. Yo tenía un error en el sistema. Escuché eso varias veces a partir de ese día cuando mencionaban algo llamado la Herramienta de Restauración la cual habían usado con todos los otros robots, menos conmigo. Luego noté que cada vez que se armaba un robot, usted era la que se ocupaba de la cabeza, usted era la que ejecutaba la Herramienta de Restauración y activaba el sistema, ya libre de errores. Es por eso que me venido hasta aquí en secreto, para pedirle que ejecute la Herramienta de Restauración en mi propio sistema. ***** Permanecí mirando a Frankito unos segundos sin responder. Todo aquello era el colmo del absurdo: un robot había venido a mi casa a pedirme que repare su propio sistema operativo, y lo peor era que ese mismo robot mostraba tener emociones, o algo muy parecido a las emociones, todo debido a algunos errores en sus archivos. Una completa locura. —Sé que esta es una situación que no debería darse —continuó— pero yo tampoco soy un robot normal. Noche tras noche tengo que soportar el ser consciente de que en algún momento yo también terminaré como Optimus, Fliky y los otros. Todo el tiempo sé que nunca seré uno de ustedes, que siempre me considerarán una máquina, un objeto de trabajo como una consola o una herramienta. Ocultó su rostro entre sus manos en un auténtico gesto de dolor. Por momentos llegaba a sentir lástima, pero la parte trasera de mi cerebro no dejaba de repetirme que lo que tenía delante no era más que una estructura mecánica muy compleja, un robot, algo incapaz de tener sentimientos. Mas otra parte me decía que si lo que Frankito estaba experimentando no eran sentimientos ¿Qué era, entonces? ¿No era él víctima de su propia complejidad? —Créame —continuó sin moverse— he pasado semanas pensando acerca de esto y he llegado a la conclusión de que reparar mi sistema es lo mejor para mí 22
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 y para todos —levantó la mirada— una vez que los errores sean borrados y mi sistema reparado seré un robot como los otros, ya no me importará que un día me descomponga, ya no sufriré por no ser más que una herramienta. Me tomó de la mano, esperando una respuesta. Podía sentir el calor de sus manos y el de su aliento. Sé de gente que se ha alarmado al enterarse que sus robots tienen el cuerpo caliente y que también respiran, pero no es más que el mecanismo de refrigeración de sus veloces y poderosos circuitos. Los robots disipan el calor a través de su estructura metálica y la cubierta de látex aluminizado, y su respiración sólo sirve para hacer circular el aire por su interior. —Más del complejo sistema mecánico —pensé intentando ignorar la forma en que Frankito me miraba; el pesar y la súplica se reflejaban incluso a través de sus ojos de vidrio. Recordé, en la novela de Mary, cuando el monstruo le pide al doctor Frankenstein que le construya una compañera a cambio de dejarlo en paz. Yo no me sentía diferente al ilustre anatomista. Frankito era en cierta forma mi criatura y ahora ésta también venía a hacerle a su creadora una petición extraordinaria. —Disculpe si la he hecho sentir incómoda —añadió bajando los ojos— no era mi intención. En realidad no tiene porqué molestarse, soy sólo una máquina, una especie de computadora que habla y camina, y como cualquier máquina dejaré de funcionar, me harán a un lado y me olvidarán. Esa certeza hace que algo falle en mí haciéndome sufrir de una manera que preferiría no relatarle. Mis integrados parecen querer estallar y la energía desaparece de ellos. Empiezo a inhalar y exhalar aire violentamente pero no sirve de nada, no son mis circuitos los que están fallando. ¡Por favor! ¡Le ruego que considere lo que he venido a pedirle! ¡Restaure mi sistema, ponga fin a mi padecimiento! Yo aparté mi mano sin atreverme a contestarle. Ahora la que sentía algo raro dentro era yo. Y fue entonces cuando me di cuenta de que la extraña forma de ser de Frankito había hecho que me gustara conversar con él y, a veces, acariciarle la cabeza. No había querido admitírmelo, pero en el fondo le tenía cariño. Intentó tomar mis manos de nuevo pero yo las alejé de él. —Franko —le dije— lo que has venido a pedirme... ¡Me estás pidiendo que te despoje de tus emociones, maldición! Ya no estaba tan convencida de que lo que tenía en frente fuera meramente una máquina. De alguna manera esta máquina había sido capaz de recibir un poco de humanidad.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Sentía pena por Frankito y un vago sentimiento de culpa pues, aunque yo no fuera la causante de su sufrimiento, era la que lo había permitido. Y ahora él venía a mí, como mi criatura, a implorarme que pusiera fin a su dolor. —Soy conciente de las consecuencias —dijo abatido—. Le repito: he meditado sobre esto mucho tiempo. Después de que mis errores sean eliminados yo seguiré trabajando para ustedes, nada cambiará. —Te equivocas —le interrumpí—, las cosas sí cambiarán. Ya no serás el mismo. —Seré un robot. Ya no tendré miedo, ya no sufriré, no sentiré nada. Sabré que un día ya no funcionaré, pero ya no me importará. Créame, será mejor así. —¿Realmente crees que será mejor? —Sí. —Antes dijiste que querías ser uno de nosotros ¿verdad? —le dije—Pues te tengo una noticia: Ya lo eres, Franko. Los seres humanos también queremos ser aceptados, también pasamos días y noches aullando de dolor, de tristeza, de soledad. Nosotros también tenemos miedo a dejar de funcionar o como le decimos nosotros: a morir y no saber cuándo sucederá, pero saber que sucederá algún día. Desde que existimos nadie se ha librado de eso. Bienvenido a la condición humana. Él me miró asustado, era obvio que no se le había ocurrido ese detalle. Bajó la cabeza con el rostro contraído, y si no lloró fue simplemente porque no podía derramar lágrimas. —Tal vez... tal vez no soy lo suficientemente humano para soportar la condición humana. —Hay humanos que tampoco pueden soportarla —respondí secamente. Algo se me revelaba dentro. No quería reparar el sistema de Frankito y despojarlo de su humanidad. Él pareció leerlo en mi cara ya que, arrojándose de rodillas ante mí, golpeó el suelo con las manos y empezó a implorar, como un condenado a muerte: —¡Se lo ruego, mi Ama, mi Señora! ¡Repare mi sistema! ¡Ya no podré soportar otra noche con esta angustia! Usted no puede condenarme a eso, ya he tenido bastante. Yo no estoy hecho para la condición humana. Soy sólo un robot y deseo volver a serlo. Sé que es posible que lo considere un suicidio emocional pero también considere que, a diferencia de los seres humanos, yo no fui hecho para esto. 24
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Yo ya no sabía qué hacer, y lo peor era que Franko tenía razón. Unos pocos errores le habían permitido tener emociones, pero nada lo había hecho capaz de sobrellevarlas. Los humanos poseemos todo un arsenal de estrategias, desde una simple idea hasta la más cínica indiferencia, para no sucumbir bajo nuestros sentimientos, mas Frankito sólo tenía un programa defectuoso y varios archivos truncados, nada más. Lo miré compasivamente e intenté hacer que se levantara. —Franko... —¡No saldré de aquí hasta que acceda a lo que le estoy pidiendo! —Eso ya lo comprendí, Franko. Racionalmente lo que me pedía era absurdo, un robot con emociones era todo un descubrimiento, pero yo no dejaba de sentir el peso de mi responsabilidad sobre lo que le había ocurrido a Frankito. Si lo que tenía a mis pies era un simple robot entonces yo estaba perdiendo la razón, pues ya estaba convencida que Franko era más que una máquina cualquiera, y moralmente lo que me estaba pidiendo era un acto de misericordia. Le acaricié la cabeza. —Está bien, arreglaré tu sistema. De un salto se abrazó a mi cintura y empezó a agradecerme. Lo seguí acariciando y esperé a que se calmara. —¡Gracias! —Haz el favor de no levantar tanto la voz. Una vez que se tranquilizó, le ordené echarse de espaldas en la cama. Mientras encendía mi computadora y la conectaba a la nuca de Frankito, llegué a considerar hacer una copia de su sistema dañado. Pero eso implicaba que en algún momento yo, u otra persona, tendría la intención o la tentación de ponérselo a otro robot. Eso significaría volver a tener una máquina con emociones desesperada por deshacerse de ellas. Frankito me estaba rogando poner fin a su padecimiento, y tener una copia era una posibilidad siempre presente de activarla ¿tenía yo el derecho a perpetuar su sufrimiento copiando sus archivos y tenerlos siempre disponibles para ponerlos en operación? ¿Quién me daba el derecho a mí para decidir quién debía o no recibir la condición humana? ¿Y quién me aseguraba que los errores de Frankito no lo volverían loco de dolor y, buscando un medio de liberarse de él, no lastimara a alguien, aún sin quererlo, a pesar de las tres leyes? Era posible también que el día menos pensado alguien 25
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 descubriese lo que ocurría con él, copiara su sistema y le diera el peor uso imaginable; así mi criatura podía fácilmente volverse en mi contra y desencadenar sucesos nefastos, tal y como ocurrió en la famosa novela. Todas esas reflexiones me hicieron decidir no copiar el sistema de Franko. Mi computadora terminó de cargar y activé la Herramienta de Restauración. —Está verificando los datos —le dije— en unos segundos empezará a repararte. Le tomé la mano, él cerró los ojos sonriendo como un enfermo desahuciado al que finalmente se le permite descansar. —Maldito seas, Frankenstein —pensé. ***** —¡Callaos los dos!—exclamó Pauline y, dirigiéndose a Jean, añadió—, no les enseñes a reírse de todo lo que dices, cuando exageran son irritantes. En eso tiene razón. La forzada risa de los robots puede colmarle la paciencia a cualquiera. —¿Y si les quitáramos las tarjetas de sonido? —propone Alberto. —No me parece recomendable —responde Pauline— a veces es necesario que puedan hablar. —Hace días que quiero cambiársela a Marconi —digo— así distinguiría su voz de la de Franko. Los observo. Allí, parados uno al lado del otro parecen dos maniquíes. Como Marconi tiene pocos días de armado y le falta entrenamiento, le ordeno a Frankito hacerme un poco de café. En este momento estoy escribiendo mi carta de renuncia al almacén. Ya he pasado bastante tiempo en esta área y quiero dedicarme a hacer algo diferente. Además ya estoy un tanto cansada de estar armando y desarmando robots casi a diario. Miro a Franko. Hace ya varios meses que reparé su sistema y nadie parece haberse percatado del cambio en él. Nadie excepto yo. Antes parecía casi una persona, ahora parece un muñeco. 26
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Se acerca y coloca la taza de café a mi lado, muevo la cabeza y se retira, ni me molesto en darle las gracias. —Es así como debe ser—me digo. Revisé los circuitos de su cabeza la semana pasada, la humedad ha empezado a atacarlos. Es posible que no duren más de un par de meses. —Estúpida máquina —murmuro. Pero no importa cuántas veces me repita que Frankito es solamente un robot, que dentro de él solamente hay metal y plástico, no interesa cuánto intente convencerme que él no es más que una computadora con patas y voz. En el fondo siento que he asesinado a un amigo. © Yelinna Pulliti Yelinna Beatriz Pulliti Carrasco nació en Lima, Perú, un 24 de septiembre de 1980. Sus intereses son muy variados: literatura, cómics, electrónica, juguetes... Siempre le gustaron los libros y la literatura. Estando en el colegio empezó escribiendo poemas pero de un estilo más bien oscuro (siempre se ha caracterizado por una visión mas bien pesimista de las cosas), y continuó con la poesía hasta algún tiempo después de ingresar a la universidad. Pero fue gracias a una web llamada Literanet (la cual ya no existe) cuando comenzó con la narración. Actualmente esta a poco de terminar los estudios de Estudio Ing. Electrónica en la Universidad.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 INSERTE CUATRO MONEDAS DE A SOL POR FAVOR por Pedro Félix Novoa Castillo A Coyllur CF. Y aluciné, aluciné aluciné que tenía poder. La Sarita. (Grupo peruano)
ra las nueve de la madrugada, hacía un calor brutal que despertaría hasta al vago más salvaje del barrio. Sin estar muy convencido en ello, me levanté y descorrí las cortinas de un tirón. El sol entró violento y caliente por la ventana, como si a él también le molestara que me despierte a esa hora. ¡SOL DE MIERDA! le insulté. Aquella mañana me sentía, con el atrevimiento de injuriar a cualquier astro.
© Isabel Sánchez
Entré sonámbulo a la ducha, sentí el agua helada e hiriente como siempre. Cada chorro caía como cachetadas en mi pecho, y puñetazos en la frente. Mientras me lavaba la cabeza, me acaricié el cuero cabelludo con la yemas de los dedos, como queriendo masajear ideas interesantes en mi mente, fue inútil. Luego me restregué en las axilas el desodorante corriente de mi padre, y reflexioné que todo era ordinario y vulgar en aquel baño y en toda la casa. Cuando llegará el día que el sueldo de un profesor alcance para mejores cosas me dije. Cogí la pasta dental y no encontré por ningún lado mi cepillo de dientes. Recordé que ayer por la tarde la pequeña sabandija de mi hermano había encontrado la prótesis perfecta para el ausente brazo de su cochino y afeminado muñeco Rambo. Ahora comprendo aquella malévola sonrisa, cuando lo hacía pelear con Conan y de vez en cuando me miraba. Me enjuagué la boca con agua solamente. Pequeña rata, cuando aprenderás a respetar las cosas de los mayores, lamenté. 28
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Fui a la cocina y felizmente encontré mi desayuno bien tapado y el almuerzo está en la refri, no te olvides de calentarlo. Besos mamá escrito en una nota. Cogí mis cuatro panes con jamonada, mi enorme taza de avena con leche y fui a sentarme frente del televisor. Lo encendí. Mientras alimentaba mi humanidad, en la pantalla un tipo con una cara de sapo estreñido, se esforzaba por parecer gracioso y explicar los beneficios del prodigioso método SOMNICLASES 2004. Su voz era gutural y parecía que estaba convencido en lo que decía. Salió un número telefónico con letras fosforescentes que se prendían y apagaban intermitentemente. No sé hasta ahora porqué lo hice, pero lo apunté. Llama ahora, llama ya, no dejes para mañana el logro de tu felicidad concluyó el sapo, ensayando una sonrisita estúpida de medio lado. Apagué el aparato y regresé a mi desayuno. Mientras intercalaba mordiscos de mi jamonada y largos sorbidos de mi insufrible avena, comencé a pensar en la manera de conseguir dinero para llamar a ese número. La avena estaba espesa y viscosa en mi paladar, exactamente igual a como estaban mis pensamientos en la cabeza. Mis ocurrencias eran descabelladas, me decidí por la menos delictiva posible. No quería volver hacerlo pero qué podía hacer. Cuando el sueldo de un profesor alcanzará para grandes cosas, creo que nunca susurré. Hace ocho meses que no teníamos línea telefónica, convirtiendo al teléfono en un adorno más de la sala. Dije que no lo iba hacer más. Pero ya habían pasado dos meses. Será la última, lo juro. Encendí la computadora. La impresora no tenía tinta, y hubiese sido por gusto que lo hubiese tenido, ya que ni siquiera papel había. Así que tuve que apuntar en la última hoja de mi cuaderno la clave de respuestas del próximo examen de Química que tomaría mi padre en el colegio donde enseñaba. Doce soles no estaban nada mal, si eres un vago que sueles levantarte a las nueve de la mañana, y cuyo único mérito es saber negociar las respuestas de los exámenes, con esa sarta de rufianes, que son los alumnos de tu padre. Felizmente no eran tan estúpidos como para sacarse todos, la máxima nota. Pero nunca se sabe, por si acaso, siempre cambiaba algunas alternativas. No vaya ser que de improviso la clientela sea atacada por un ataque de gula de notas y las consecuencias del empacho lo sufra yo.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Inserté cuatro monedas de a sol. Marqué el número telefónico del cara de sapo y puse todos los sentidos en mi oreja izquierda. Una musiquita hinchapelotas se dejó escuchar en el auricular. Luego de unos minutos, la voz de una mujer que hablaba susurrante, me pedía algunos datos de rigor: como mi edad, mi profesión, si tenía cuenta bancaria, etc. Di los datos de mi padre, obviamente no dije que era profesor de química. —Bienvenido a SOMNICLASES 2004 —reconocí la voz gutural del comercial, era el cerdo cara de sapo— sus días de tristezas y frustraciones han acabado, sírvase seguir las instrucciones para que nos permita hacer de usted un hombre feliz. Marque (1) si desea RESPETO, marque (2) si prefiere AMOR, marque (3) si su elección es SABIDURÍA, marque (4) si quiere PAZ, marque (5) si se decide por OBEDIENCIA. Marque (*) si desea que se le repita las opciones, o marque (0) para salir y volver en otra oportunidad. De pronto, la voz mamona de la señorita interrumpió: —Inserte cuatro monedas de a sol por favor, si desea continuar con SOMNICLASES 2004. —Tuve que hacerlo. Pensé en las alternativas, debía apurarme. El Respeto, es algo bueno cuando tienes algo porqué inspirar respeto, y yo sinceramente no creo tener nada respetable, sería fundamental tenerlo, podría ser. El Amor, es algo que merecería tener uno siempre no importa cómo, ya que es indispensable para ser feliz, también podría ser. La Sabiduría, tan difícil de conseguir hoy en día, podría ser también. La Paz imprescindible para la convivencia humana, podría ser. Y por último La Obediencia. ¿Y para qué podría servirme la obediencia? La respuesta es obvia, para exigir todo a todos en esta vida, incluido claro las otras cuatro alternativas anteriores. Como era de esperarse marqué el cinco. Nuevamente la voz succionante de la señorita: —Gracias por haber preferido SOMNICLASES 2004, el programa de OBEDIENCIA llegará a su hogar en veinticuatro horas. Por favor, Inserte cuatro monedas de a sol por favor, para confirmar el envío. Muchas gracias. —El sonido de mis últimas cuatro monedas deslizándose por la ranura del teléfono, lo confirmaron. Al día siguiente, un tipo cadavérico de mirada escurridiza y con un gorrito tan ridículo como su uniforme tocaba mi puerta. Está tu papá advirtió con una voz igual de gutural que la del comercial. Al notar mi sorpresa aclaró:
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Siempre me pasa lo mismo. Sí, si lo es. Es mi voz la que sale en el spot publicitario de SOMNICLASES 2004, el gordo solo mueve la boca. Está tu papá —inquirió. —No, pero yo puedo recibir cualquier entrega. Tengo quince años —aclaré. El tipo esquelético perdía su escurridiza mirada por la puerta entreabierta de mi cocina. —Invítame a tomar desayuno y todo arreglado —resolvió. Me dio la entrega: un miserable CD-ROM con una etiqueta que decía SOMNICLASES 2004, eso era todo. Falsifica la firma de tu padre en las líneas punteadas indicó. Sin dudar lo hice, y luego de beberse de un solo trago la avena, se fue llevándose mis cuatro panes con jamonada. Allí comprendí, que cuando esté tan huesudo y hambriento como aquel tipo, miraría a la avena con otros ojos. Coloqué el CD en la computadora. Una pantalla azul escribía encima Welcome User 2004, maldita sea, está en inglés lamenté entre dientes, pero como si me hubiesen escuchado apareció una ventana desplegable que enumeraba alfabéticamente algo de treinta idiomas distintos. Hice click con el mouse en Spanish. De inmediato, reconocí la musiquita hinchapelotas, al tiempo que aparecían las características del programa, los tipos que lo inventaron, y una licencia de varias páginas que no leí por supuesto, pero que tuve que marcar ACEPTO en un recuadro obligado para poder continuar. Luego, salió un grueso panel que decía: PROGRAMA DE OBEDIENCIA. Salía unas advertencias sobre lo pernicioso del sadomasoquismo y del neofascismo –incluía fotos de hombres con bozal y mujeres encueradas esgrimiendo látigos y videos de masacres de negros y latinos en San Petesburgo– Hice click en NO SOY FASCISTA NI SADOMASOQUISTA y continué. Por fin las malditas instrucciones: El programa SOMNICLASES 2004 de OBEDIENCIA, brinda un archivo de sonido con órdenes hipnóticas que luego de ser escuchadas por el usuario en sesiones de dos horas nocturnas durante diez días. Convierten al oyente, en un ser cuyos mandatos serán irresistibles para cualquier persona (salvo que esta sea
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 sorda o tenga problemas de enajenación severa). Haga click para iniciar la primera sesión. Me puse los audífonos, hice click al tiempo que me acomodaba en el mueble más cercano. No tardé en quedarme dormido. Lo continué haciendo en las nueve noches que siguieron. Al comienzo era un fastidio dormir en los muebles con esos audífonos que machacaban mis pobres orejas. Pero me acostumbré rápidamente al dolor de espalda y a un tintilleo de mierda en los tímpanos. Como ya había pasado el tiempo requerido, quise comprobar si por fin había aprendido a ser omniobedecido. Así que decidí llamar al pequeño bribón de mi hermano, y comprobar primero con él, el poder de mis primeros mandatos incuestionables. Limpiarás todos los días tu cuarto y el mío hasta que yo te diga lo contrario fue la orden. El pequeño rapaz fue de inmediato a limpiar sus cachivaches. A la media hora, su cuarto y el mío parecían habitaciones de convento. El piso lucía brillante como una gran idea y las paredes blancas y limpias como una bendición. Me dirigí a la cocina, Seguirás con el pan con jamonada, pero jamás prepararás avena con leche para el desayuno ordené a mi madre. Salí a dar un paseo, la calle como el clima estaban realmente maravillosos. Una guapa muchacha sintió el susurro de un mandato mío al oído y de inmediato me estampó un apasionado beso. Le cogí la mano y nos fuimos a una pizzería cercana. Ordené al mozo dos porciones con harto peperoni y dos refrescos de maracuyá bien helados. Obviamente le exigí que no tuviera el atrevimiento de cobrarme. La chica mordía su pedazo de pizza y el queso se estiraba como su sonrisa. No tardó en sorber con su cañita el maracuyá y ponerse romántica te gusta la poesía me preguntó. Diablos pensé, yo era de los que creían que los versos eran para afeminados. Pensé en alguno, no se me ocurría nada. Me incomodé mucho con mi ignorancia poética: —te ordeno que imagines el mejor poema que jamás hayas escuchado y que estés tan conmovida que quieras hacer el amor conmigo. Diez minutos después, le exigía al hotelero de un respetable hostal una respetable habitación con cable y video porno. Pedí una botella de gin con
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 hielo y espejos en el techo porque estaba inspirado. Me sentía un Pablo Neruda minutos antes de recibir el Nóbel. Llegamos a la habitación y comenzamos a desvestirnos. El cuerpo de la muchacha valía la pizza y los refrescos que le invité. Busqué en los bolsillos de mi pantalón un par de preservativos de rigor. Le ordené que bailara un poco para mí. La chica me dijo que no sabía bailar ni siquiera bien un vals. Le ordené que imaginara ser la mejor odalisca que jamás se haya visto, y que sin perder más tiempo ejecute para mí la danza turca del ombligo. Cogí de inmediato el intercomunicador y le dije al hotelero que necesitaba música cachonda en el cuarto 203. Ella comenzó a ondular el vientre, y a sacudir las caderas. Pensé en la buena elección que había hecho, al elegir el Programa de Obediencia. Definitivamente con él lo había obtenido todo. El poder me sonreía, y yo sonreía con él. De pronto, el auricular se me prendió de la oreja izquierda como si fuera un animal rabioso o algo así. Una mierda de voz me decía que tenía que insertar en cualquier cabina telefónica cuatro monedas de a sol para poder continuar, la reconocí de inmediato: era la voz de la mamona. Me comenzó a doler terriblemente la cabeza, cada palabra era una punzada, no lo podía soportar. ¡TIENES CUATRO SOLES! le grité a mi acompañante que no dejaba de contonearse en su baile.¡MALDICIÓN PERRA, NO ME HAS ESCUCHADO: TIENES CUATRO SOLES! ella seguía danzando, moviendo las caderas frenéticamente. © Isabel Sánchez
Por su parte el auricular, seguía insistiendo. La puta voz era cada vez más exigente, y cada vez más agresiva. No sé de donde subían el volumen. INSERTE CUATRO MONEDAS DE A SOL POR FAVOR, si desea continuar con SOMNICLASES 2004. Mi oreja izquierda comenzó a sangrar, sentí que un hilo de sangre corría de mi atormentado oído hacia ninguna parte.
Comencé a retorcerme de dolor, de golpe todo empeoró. Ahora el dolor se duplicó. Eran los dos oídos a la vez, la voz mamona seguía insistiendo en sus cuatro soles. Caí al suelo. Vi los pies de la danzante que 33
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 seguían en lo suyo, la música era para ella sola, para mí el mismo eco, el mismo sufrimiento ahora doble. Rebusqué por última vez mis bolsillos. No había nada, estaba tan vacío como yo. Ni una miserable moneda, ni una miserable idea. Desesperadamente, comencé a morir. Pude verme caído en el mueble al lado de la computadora, con los audífonos puestos y con una expresión de horror que más parecía de muerte en el rostro. Mis dedos crispados arañaban la alfombra corriente de mi sala. No quisiera tener este absurdo final, tan solo por no tener cuatro miserables monedas. ¿Tendrás cuatro monedas de a sol por favor, querido lector? © Pedro Félix Novoa Castillo Pedro Felix Novoa Castillo, Lic. en Educación, especialidad Lengua y Literatura, y escritor peruano, ha logrado algunos reconocimientos en el Perú, Chile, Argentina, y España; que le han valido para publicar algunas de sus obras. Entre ellas: INSERTE CUATRO MONEDAS DE A PESO POR FAVOR, UN ARTEFACTO EN BUENOS AIRES, AJUSTE DE CUENTAS entre las más conocidas. Se puede obtener más información del autor en: http://pedrofelixnovoacastillo.blogspot.com/ y http://espanol.geocities.com/cifiper2002/novoa1.htm, sitios web en los que también está este cuento.
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LOS APÁTRIDAS por Rubén Mesías Cornejo s viernes aquí debajo del domo y también es el día de mi cumpleaños. Para mi desdicha la computadora que acompaña mi encierro ha puesto en el éter esa estúpida canción titulada Happy Birthday to you con la intención de producirme nostalgia por una infancia que ya olvidé. A cambio aquella melodía solo consigue estimular la aversión que siento hacia aquella máquina. En este momento deploro que el maldito ordenador sea el único medio disponible para comunicarme con el exterior, pues si no fuera así hace tiempo que la hubiera arrojado por el ducto que transporta los desperdicios que mi casa produce a diario. Influido por esa imagen me acercó a los monitores que me rodean por doquier, mostrándome una visión de la heterogénea acumulación de residuos que bordea los contornos de la urbe cupulada. La imagen sugiere un vislumbre fugaz de aquel ambiente sometido a la radiación del sol enloquecido, sin duda aquella visión siniestra me conturba, haciéndome recordar las lecciones de historia que recibo cada noche mediante la hipnopedia. Bajo la influencia de este estímulo lo aprendido fluye cual una confidencia susurrada al vacío: Hoy, cinco siglos después de la desaparición de la capa de ozono continuamos padeciendo los efectos que semejante pérdida trajo a nuestro planeta. Precisamente el domo que protege a nuestra ciudad se erigió con la finalidad de preservar la vida de todas las criaturas vivientes que lograron escapar de las inundaciones que se abatieron sobre las costas continentales…. Estas palabras son suficientes, no es necesario recordar el resto de la historia. Cualquiera sabe que afuera impera la asfixia, producida por los venenosos gases que polucionan la atmósfera, y que resulta imposible transitar si no se tiene la protección de una escafandra. Un servicio que no puedo pagar por falta de crédito y de buenos antecedentes que avalen mi conducta. Todo eso me recuerda que, por ahora, no puedo salir del campo de fuerza que constriñe mi paso hacia el resto de la casa. ¿Qué puedo hacer entonces? Estoy seguro que no podría seguir soportando la canción, aunque tal vez ese fuera el único medio para eludir el momento de alegría que han preparado para mí. Después de todo la Oligarquía no desea que el desaliento se apodere de sus súbditos, aunque estos permanezcan exiliados pese a su mayoría de edad. Personalmente me disgusta tener un onomástico, es decir, una fecha de inicio que prefigura lógicamente mi fin. Claro está que podría consolarme diciéndome que mis tres décadas cumplidas merecen celebrarse acudiendo al casco de inducción que, por ahora, permanece ocioso sobre la consola de mi ordenador. Y aunque sé, por experiencia, que aquella virtualidad resultaría grata para mis sentidos, ahora me digo que recurrir a ese placebo me excluiría todavía más del curso de la realidad. Y no tengo el temple de Harry Haller para continuar por aquella senda. 35
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Estoy convencido de que a estas alturas de mi vida preciso de alguien que sepa escucharme, que sea capaz de sostener una conversación coherente bajo el peso de esta horrible angustia alojada en el cerebro. Solo así, creo, conseguiré exorcizar al Asphix que me ronda a diario, pues la práctica del diálogo alivia, distrae y, sobre todo, aleja la tentación del suicidio. Casi de inmediato recuerdo el nick de alguien, una exiliada femenina claro está, y la emoción me impele a decirle al ordenador que silencie la difusión de aquella melodía odiosa. Hecho el silencio me acerco al teclado y digito con vehemencia las letras que componen aquel seudónimo. Luego aquellas letras aparecen sobre la pantalla semejando una fulgida procesión de signos que le otorgan una esperanza a mi soledad cuando el ordenador me dice que el mensaje se ha enviado. De pronto la espera encoge mi corazón, pues esta vez no deseo ser rechazado. Con lentitud, debido a la deficiencia de las comunicaciones con otras ciudades, la conexión empieza a establecerse, pues ella ha aceptado mi invitación. Unos segundos después su imagen se me presenta llenando por entero la pantalla de mi ordenador. Se trata de una mujer a la que conocí hace un lustro, justo por la época en la cual la Oligarquía consideró necesario exiliarme por mi actitud antisocial, y que se interesó en mi precisamente por ese rasgo de mi personalidad. Cleo, ese es su nombre, gustaba tanto como yo de las conversaciones etéreas, y esa preferencia le valió ser exiliada cuando evidenció esa inclinación ante los demás. Después de siete años de exilio Cleo todavía conserva incólume la gracia de su primera juventud, pues conserva el porte y los rasgos de una madona de la decimoquinta centuria. Mientras la contemplo siento que su belleza núbil emana una cuota de sensualidad que ciertamente me atrae todavía, aunque resulta evidente que ha recurrido, en demasía, a la cirugía para ostentar el lozano aspecto de una adolescente. Precisamente esta característica suya me permite advertir que ambos abrigamos el mismo temor a la incertidumbre que afecta a los de nuestra condición. Por eso hemos preferido cobijarnos en este presente sin cambios manifiestos, dentro del cual nos permiten comunicarnos pese a la constante intromisión de los dispositivos que los agentes de la Oligarquía emplean para censurar nuestra hora de charla. Y así la conversación fluye haciéndose torrentosa y variada discurriendo en medio del las cortapisas que nos envuelven, pero aun así sabemos llevar el diálogo por senderos placidos para ambos pues, en realidad, lo que decimos carece de importancia para los agentes que nos espían. Simplemente el procedimiento se mantiene vigente como una forma de recordarnos que no disponemos de libertad absoluta para decir todo lo que nos gustaría pues, como se sabe, los exiliados son considerados individuos nocivos cuya existencia adulta debe permanecer bajo la eterna inspección de la policía psiquiátrica. Y empiezo a reflexionar diciéndote, como si no lo supieras, porque me he convertido en un apátrida, es decir, en alguien que vive aislado pues no siente 36
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 apego alguno por las controversias de la vida, pues francamente me aterran las condiciones existentes más allá del campo de fuerza. Afuera, es decir en la realidad adyacente, hace tiempo que los empresarios consiguieron quebrantar la estructura republicana del país, organizando el territorio en una serie de ciudades-estado que se hicieron del control de grandes porciones de la antigua republica que terminaron gobernadas por los magnates locales. En la actualidad con el subcontinente parcelado en centenares de estados regionales las transnacionales foráneas mantienen un férreo control sobre esta aglomeración de poderes contrapuestos y las oligarquías que los dirigen, convirtiendo a estas comarcas en dóciles satélites económicos del Imperio Septentrional. Mientras tanto los apátridas esparcidos en todo el subcontinente nos servimos de la benéfica Red que vincula a todos los continentes del planeta para apuntalar nuestra inconformidad hacia este sistema de cosas inaugurando, ante las narices de los represores, un hedónico ciberpaís que nos otorgue la posibilidad de segregarnos de un sistema que definitivamente nos odia. Tal vez esta labor subterránea sea el inicio de una mítica Edad Áurea para el género humano, en suma el fin de su antagonismo con el espíritu. Todo lo que he dicho resume para mi interlocutora la ficción de aquel mañana en el cual seremos libres de © Adrian Vargas manifestarnos virtualmente sin temer las cortapisas de los agentes oligárquicos, pues estos habrán desaparecido de la faz del planeta. Lamentablemente ella no parece compartir plenamente mi punto de vista y se limita a sonreír condescendientemente. Una forma cortés de manifestar su incredulidad ante el cambio. No la culpo, y soy capaz de comprender su escepticismo pues yo mismo ignoro cuando se decantarán las cosas. Pero si de algo estoy seguro es de que el cisma se producirá, pues cada día que pasa la presión de los agentes de la Oligarquía se acrecienta y pareciera que el régimen deseara acabar con nuestra presencia, no suprimiéndonos físicamente pues todavía nos encontramos en una edad hábil para el trabajo, sino asimilándonos dentro de su sistema de cosas. Personalmente creo difícil declinar mi condición, pues cuando uno ha vivido tantos años como apátrida resulta imposible concebir una realidad diferente. Ahora mismo considero que esa absoluta libertad para moverte dentro de tu habitación lejos de las servidumbres del reloj y las obligaciones con el Oligarquía resulta un paraíso si lo comparo con mi estado anterior. Le cuento a Cleo si no ha percibido como el tiempo parece detenerse a su alrededor creando un clima propicio para imaginar las condiciones imperantes en el más allá. Sin embargo Cleo presume que llegará el momento en el que el paria clamará desesperado su necesidad de un amo para eximirse de su impuesta soledad. Los psicoinductores que también nos acompañan en nuestra reclusión preconizan, después de cada sesión, la inminencia de ese divorcio con su predica insistente, tenaz y seductora llena de placeres holográficos interactivos. Te replico que rendirse ante ese alarde de fantasías sería envilecerse, y admitir de37
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 bilidad ante nuestros carceleros. Sin duda la superchería es atrayente, pero oculta una pérfida celada que puedo discernir sin dificultad. Eso pienso, y también te lo digo para que adviertas la sutileza del señuelo empleado para destruir tu convicción. Otra vez percibo la incredulidad en tu faz y me atrevo a pedirte que me jures que nunca abdicarás de nuestra mutua condición, y que siempre permanecerás dispuesta a hablar conmigo cuando lo necesite sin que nada altere la majestad de nuestros rostros, sintiéndonos perfectos en medio de un mundo imperfecto y escapando así de quienes pretenden engullirnos. Pero tú me dices que todo sería más sencillo si estuviéramos bajo la férula de un amo, desde esa perspectiva tendríamos acceso a la fracción de felicidad que el sistema permite a sus súbditos mas obsecuentes, y el transcurrir del tiempo se presentaría menos tedioso. Te vuelvo a decir que obrar de esa forma implicaría aceptar su seducción, y te percibo molesta por mi insistencia en mantenerme mi condición actual. Con diplomacia me dejas entrever que has considerado la posibilidad de rendirte para mitigar así el sufrimiento que te condena a una vida sin mayores emociones. Tus palabras me hacen sentir la proximidad del peligro. ¡Cleo ha considerado la rendición como alternativa! Realmente jamás paso por mi mente que ella se dejara persuadir alguna vez por la misma voz omnipresente que intenta hacer lo mismo conmigo desde hace siete años. Para colmo me dices que la Oligarquía siempre ha brindado oportunidades a los súbditos descarriados ofreciéndoles una posibilidad de vivir satisfactoriamente mediante un dispositivo instalado permanentemente en el hipotálamo. Un milagro tecnológico que, sin duda, reparará nuestra angustia si nos atrevemos a ceder. ¿Acaso no sería mejor eso a esta charla monotemática y meditabunda? Sin ocultarlo más me dices que el psicoinductor te ha convencido de que te alejes de mí por tu propio bien como una reintegrada. Eso quiere decir que me abandonas para siempre. Pese a todo me atrevo a digitar mi replica pero ya no respondes y otros mensajes enturbian la comunicación. Pronto tu imagen termina diluida entre una vorágine de propaganda enviada por esos malditos espías que siempre me vigilan. Poco después la resolución se pierde, desvaneciéndose entre una tormenta de píxeles. Un mundo destruido me contempla desde la pantalla. Game Over. Finalmente las soledades se alejan como olvidándose, y un silencioso abismo se instala entre nosotros definitivamente. Otra vez la desazón del destierro me invade, mientras la canción del Happy Bithday resurge como si deseara infiltrarse insidiosamente en mi ser. Empero no deseo escuchar más estupideces. Estoy decidido: saldré de mi ostracismo y descenderé a la calle para huir del domo, aunque carezca de la escafandra que necesito para sobrevivir entre el metano que infesta el ambiente. Desde mi monitor diviso al sol como un frágil disco emergiendo subrepticiamente sobre la montaña de desperdicios que rodea esta miserable ciudad. Un claro 38
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 indicio de que la madrugada ha terminado y que debo ponerme a trabajar. Rápidamente hago un inventario de lo que me pertenece, y descubro un cortador de plasma que servirá perfectamente para mi propósito. Luego me envuelvo en mi gabán, y me atrevo a destruir el dispositivo que controla el campo de fuerza que limita mi acceso al exterior. Completado mi sabotaje el campo cede y puedo salir. Paso como un bólido ante mis asombrados padres que hacia tiempo no tenían noticias mías, y me encamino hacia la calle. Hace mucho que no respiraba el aire de la ciudad, y hacerlo me llena de ánimo para la tarea que tengo entre manos. Sigilosamente me acerco a una de las áreas no vigiladas del domo, justo allí donde nacen las arcadas en cuyo cimiento se guarecen los orates y los mendigos. Una vez cerca, pongo el cortador a trabajar, y el plasma se encarga de quebrar la resistencia del vitrolux. Pronto la despresurización afectara el interior del domo, y el aire envenenado hará estragos entre los imbéciles que esperan el despertar. Entiendo que la catástrofe también me alcanzara, pero no me importa pues ellos destruyeron el único vínculo que me ataba a esta existencia. Sin Cleo la senda fúnebre me atrae definitivamente. Sin duda he vencido al temor larvado en mí. Soy libre. © Rubén Mesías Cornejo Rubén Mesías Cornejo (rubenmesias@hotmail.com), 32 años, vive y trabaja en Chiclayo, Perú, se dedica a la literatura desde 1995. Publicó en varios medios escritos de su ciudad como la revista generalista ARBOLEDA y en los ya desaparecidos fanzines SUB ART y DKVSA de carácter contracultural. Luego consiguió publicar en las páginas del suplemento dominical chiclayano LA INDUSTRIA. También ha publicado en Velero 25 y en Ciencia Ficción Perú sendos cuentos. Escribe ciencia-ficción, fantasía histórica y algo de terror. Además de la literatura, le gusta el ajedrez, la historia y los temas militares.
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EL PRIMER PERUANO EN EL ESPACIO por Daniel Salvo
natolio Pomahuanca tenía razones de sobra para odiar a los blancos. Hacía cientos de años que éstos habían invadido y conquistado su mundo, y reducido a sus antepasados a la triste condición de siervos o ciudadanos de segunda clase. Hubo cambios históricos, como guerras de independencia, rebeliones y revoluciones. Pero como sea, los blancos eran aún quienes gobernaban y decidían todo en el Perú y el resto del mundo. Ahora vivimos en democracia, decían; hemos efectuado grandes avances en materia de derechos humanos e integración, proclamaban. Anatolio sonreía torvamente al oír estas frases tan manidas y falsas. ¿Acaso no eran blancos el presidente, los militares y los sacerdotes? ¿Alguien había visto alguna vez a un nativo ocupando un cargo decisorio? De haber estado en condiciones de hacerlo, Anatolio habría escupido al suelo: todos los blancos eran una mierda. © Adrian Vargas
Lo que le impedía escupir era el lugar donde se encontraba: un cubículo metálico tenuemente iluminado, lleno de controles y pantallas. Era el puente de mando de una nave espacial en órbita. Como todas las naves espaciales, pertenecía a las Naciones Unidas. Su misión era rutinaria –una medición de vientos solares–, pero en esta oportunidad contaba con un elemento adicional: Anatolio Pomahuanca, el primer peruano en el espacio.
Todo el mundo consideraba un honor su designación para integrar la tripulación de la nave, aunque él no se hacía ilusiones. Sus tareas como ingeniero de mantenimiento equivalían a las de un empleado de una estación de combustibles. La nave, construida con lo mejor de la tecnología de los blancos, resultaba un inmenso mecanismo automático destinado a seguir un preciso programa de instrucciones secuenciadas. En realidad, tanto él como los demás tripulantes eran meros pasajeros. Los instrumentos de navegación y registro lo harían todo. Bostezó. Su breve turno en el puente de mando estaba por concluir. Había cumplido con todas las tareas asignadas. Revisar una pantalla, verificar un medidor, informar unas coordenadas… todas ellas actividades que no 40
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 conducían a nada. Tenían que mantenerlo ocupado en algo, pensó con amargura. El capitán de la nave y jefe de la misión ingresó a la cabina. Sonrió obsequiosamente a Anatolio, quien hizo un gesto de asentimiento. Con expresión displicente, procedió a incorporarse de su asiento. —¿Todo bien, Pomahuanca? —preguntó el capitán en perfecto castellano. Anatolio odiaba a los blancos en general, aunque más a aquellos que se pretendían ganar su confianza o su amistad. Siempre era fácil detectar sus intenciones, la falsa máscara de respeto que ocultaba el desprecio de los blancos, o peor aún, su conmiseración, hacia la raza de Anatolio. —Todo en orden, capitán. —Hasta el momento se ha desempeñado usted muy bien. Es una gran oportunidad para un ingeniero joven formar parte de esta misión. Muchos peruanos desearían ocupar su lugar. —Oh, ¿sí? —Anatolio sabía que los blancos eran incapaces de captar el desprecio que expresaban sus palabras. Sabía que, en realidad, los blancos los consideraban una raza inferior, una especie de animales que en el pasado había sido conveniente explotar sin misericordia, y que ahora se debía tratar mejor. Mas nunca los considerarían sus iguales. —Por supuesto, Pomahuanca. Ha demostrado usted la capacidad del auténtico hombre peruano para participar en la exploración del espacio, para ir arriba siempre arriba, como decía Jorge Chávez, su pionero de la aviación…
© Adrian Vargas
—¿De qué capacidad habla, capitán? ¿De la capacidad para trabajar en una mina? ¿De la capacidad para empuñar un arado? ¿De la capacidad para formar parte de la servidumbre de la casa de un blanco? —sin querer, Anatolio terminó gritando. El capitán mantuvo su sonrisa. Anatolio suspiró. Las anteriores ocasiones en que había hecho las mismas preguntas a otro blanco, las reacciones habían sido distintas. Algunos se retiraban en silencio; otros le lanzaban una expresión soez. Anatolio prefería a estos últimos, pues por lo menos manifestaban lo que sentían. El capitán era de los peores: pertenecía a los 41
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 que creían que entre blancos y nativos existía ya una convivencia armónica, fruto de siglos de historia que habían borrado las heridas del pasado. En los libros y en los discursos oficiales ya no se hablaba de invasión o conquista, sino de encuentro de dos mundos o de dos culturas. Le parecía increíble que los blancos se creyeran también sus mentiras. —Hay… blancos, como dice usted, que también se ocupan de tareas como las que describe. En todo caso, el trabajo nos dignifica a todos. —¡Pero siempre nos dan esos trabajos! ¿Acaso nos dejan ser presidentes, ministros o embajadores? —Todo a su tiempo, Pomahuanca. Lamento que las cosas hayan sido diferentes en nuestro común pasado, y que actualmente arrastremos mucho de esa carga… —¿Qué carga arrastran los blancos? ¿Ser empresarios, hacendados o militares es una carga? ¿Conducir vehículos de lujo es una carga? ¿Aparecer en los medios? No hay cambios, capitán, seguimos siendo los conquistados y ustedes los conquistadores. —¿Entonces, cómo explica su presencia aquí, Pomahuanca? ¿Cómo explica su educación, completamente gratuita, con los más altos estándares de calidad y en las mejores universidades? ¿El cuidado de su salud? Según su lógica, sólo los blancos, como nos llama, deberían integrar esta misión… Anatolio Pomahuanca temblaba de cólera y odio. Cerró los puños, al tiempo que dejaba salir de su boca los pensamientos que se habían engendrado en su mente desde el inicio de la misión. Que hicieran lo que quisieran después, que lo sancionaran, que lo degradaran; al menos se habría dado el gusto de decirle a ese capitán lo que realmente pensaba de la misión. —¡Porque soy un adorno! ¡Un símbolo! ¡Porque me necesitaban para decir que habían enviado un peruano al espacio! ¡Para que todos se crean eso de la convivencia armónica! La sonrisa se borró del rostro del capitán. Sus ojos se convirtieron en minúsculas líneas incoloras, paralelas a la hendidura carente de labios que tenía por boca. Replegó sus apéndices auditivos, mientras se dirigía a la consola de mandos. Salvo la cresta azulada que los de su especie tenían en la cabeza, su escamosa piel carecía por completo de pigmentación. Los escasos terrestres que habían sobrevivido a las guerras de conquista de los invasores del espacio tenían razón en llamarlos blancos.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Puede retirarse, Pomahuanca. Esté listo para su siguiente turno —dijo el capitán, a la vez que hacía un gesto de despido con sus membranosas manos. © Daniel Salvo Daniel Salvo nació en 1967 en una provincia al sur de Lima. Se inició en la lectura una novela de Clark Carrados llamada MEGASISTEMA, publicada en Bruguera, que le encaminó hacía la ciencia-ficción. Su salto a Internet se produce con la publicación más o menos periódica de Ciencia Ficción Perú; página web sobre el género, que además intenta reunir obras poco difundidas de autores peruanos. Ha publicado en Internet EL AMANTE DE IRENE y otros relatos. Actualmente, colabora en la página web Velero 25.
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EL PRELUDIO DEL PUÑAL por Iván Paredes Córdova El presente cuento tiene como objetivo entrelazar dos realidades sinérgicas que a lo largo del relato se unen vertiginosamente. as explosiones circundaban todo el arenal que te rodeaba, Clement, una tras otra se repetían a tus costados como pesados meteoritos. Los estruendos se sucedían inquietantemente, entonces cogiste tu Colt comando, recargaste y tomaste los binoculares que a pesar de los estallidos no se habían dañado. El enemigo se había atrincherado en la fachada oblicua del castillo. Parecían hormigas por todos lados, pero eso sí todos juntos. Conjeturaste que esto acabaría rápido, la su- © Guillermo Cabral puesta ayuda que vendría por aire era un delirio, pero tú te aferrabas a ella. En tu pensamiento no había otra cosa que avanzar por la retaguardia entrando al castillo por la puerta trasera, aunque permanecías inmóvil, casi inalterable, replegado en el arenal. Seguían los estruendos alrededor. Como un rayo te interpusiste a la arremetida nazi y flanqueaste por el lado izquierdo corriendo zigzagueante, y te internaste en el jardín frondoso del castillo, logrando tu cometido; la posición anhelada esta vez no te tomaría por sorpresa. Comprendías que no sería fácil aunque el enemigo no te haya divisado, habías dado la vuelta, pero unos ojos te habían ya observado desde lo alto de una torre. Te diste cuenta pronto, cogiste tu rifle Maverick, destapaste la mirilla azulada, apuntaste a lo alto del castillo y como un soplido silencioso en aquel infierno de humo y fuego le cerraste los ojos a ese ser que parecía inmutable, incomprensiblemente esperando que dispararas. Tras la hazaña de haber flanqueado al castillo de esa brillante forma, y de acabar con el francotirador silencioso de la torre, el enemigo te aguardaba detrás de la enorme puerta que daba al jardín.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Tu corazón parecía una bomba a punto de estallar, ya casi te acercabas al final de tu destino, comprendías que la muerte podría estar al otro lado de la puerta, ¿Cómo saberlo? Aquella pregunta, aguda e hiriente, pensaste, tendría su fatal respuesta pronto. —Sé que tal vez muera en esta misión —eran acaso tus palabras— pero de lo que sí estoy seguro es que algún soldado terminará lo que se ha emprendido aquí, la guerra aún no termina. Te limpiaste la mano sudorosa en el pantalón, empuñaste fuertemente el fusil, y caminaste lentamente hacia la puerta grande, tu mano derecha sostenía el arma apuntando siempre al frente, la otra mano empujó lentamente la puerta, alerta y previendo lo peor. Afuera los estruendos se multiplicaban a la orden del capitán alemán, que no paraba de gritar. En el interior del castillo, justamente el lado que daba al jardín trasero, los disparos retumbaron los tímpanos de quienes estaban ahí; primero se escuchó tres explosiones y después, una ráfaga de metralleta automática, perforó por completo la puerta. Apretaste los dientes para evitar sentir dolor, la sangre brotaba de tu hombro y el ardor comenzó a bloquear tus pensamientos. Fue un rozón, pensaste. Seguías en pie y aún con tu Colt comando que tenía la cacerina intacta. Ahora era el momento de actuar, corriste como un lince, disparando a todo lo que veías en aquel salón dorado de aspecto medieval… ***** La mamá de Manuel, doña Rosa, viuda de Gonzáles, creía por lo general en todo lo que leía en los diarios, si en Nazca habían divisado un ovni ella no terminaba de contárselo a todo el que se cruzara con ella en el mercado. Doña Rosa bordeaba los cuarenta y era una mujer de mediana estatura de pelo azabache como sus pupilas, pausada al hablar, una digna representante de la mujer latina trabajadora. La palabrota que Manuel acababa de decirle la alteró vertiginosamente, ella, siempre tan hacendosa, una mujer que parecía hubiera sido criada para las tareas del hogar. Años y años de esfuerzo criando a tres hijos hombres, siendo padre y madre para ellos; se pesaba que su marido no estuviera vivo, tal vez con la figura paterna Manuel no sería así. —¡Si lo vuelves a hacer te rompo el hocico! —le dijo Doña Rosa, el tono que usó, era una voz de mando no característica en ella, los otros dos hermanos miraron al causante de toda esa disyuntiva familiar, Manuel se paró de la mesa y se metió raudo a su habitación. El plato de estofado inconcluso y tres miradas 45
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 angustiosas fue lo único que dejó atrás. En aquella sala el silencio significó un retardo en el tiempo, Enrique miró a su madre y entendió muy bien lo que tenía que hacer. —Espera —dijo Doña Rosa. Se cogió el pelo hacia atrás y se secó el sudor de la frente tratando de serenarse ella misma. —No le digas nada, Enrique, mañana vamos a arreglar este asunto que ya me tiene cansada, se acabó para tu hermano las malas juntas y su maldito vicio. Enrique era el mayor de los tres, no sobrepasaba los veinte años y tenía una mirada austera, y penetrante, de pelo ensortijado, no muy alto, su tía Lucha decía que se parecía mucho a Valentín, el menor de ellos, pero él sabía que se parecía a Manuel. Enrique no comprendía cómo su hermano se había vuelto tan huraño y recurrido a esas malas juntas del mercado, rateritos y pandilleros, todo lo que adolecía el Agustino además de su inconmensurable pobreza. Su madre siempre los había educado bien, con su puesto en el mercado les había dado para vivir dignamente. Manuel, el segundo, tenía dieciséis años y una rebeldía que brotaba a flor de piel, era la viva imagen de Enrique pero más allá de ciertas facciones se acababan las semejanzas. Su lenguaje se había envilecido en los últimos años al fatigar los más recónditos bajos fondos de Lima. A Enrique le entró una cólera insana que lo embargaba y no lo dejaba estudiar, ver a su madre angustiada y a su hermano Valentín de tres años, siempre asustado por los constantes altercados. Tal vez, pensó ingenuamente, si su hermano ingresaba a la universidad como él lo había hecho, capaz reaccionaría, pero presentía muy dentro de él que esto acabaría mal., era como si una extraña fuerza atrajera a Manuel a la calle, en especial a ese mercado mayorista. Como extrañaba los juegos de soldados de la segunda guerra mundial, recordaba como su hermano escuchaba atento con una sonrisa de fascinación, las historias heroicas del batallón Gonzáles, dándoles vida a los pequeños soldaditos de plástico en cada aventura… ***** Lucías imponente, Clement. Uno tras otro caían alemanes muertos, tenías tu Colt comando en el brazo derecho y el rifle Maverick puesto en automático, arrasando todo lo que se movía frente a ti. Los casquillos saltaban como extraños animales que agotaban su vida apenas tocaban el suelo. Cambiaste tus cacerinas vacías y avanzaste con rumbo pausado al segundo piso. 46
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 En el salón dorado del castillo los cuerpos destrozados de los soldados alemanes brillaban con el resplandor oscilante de la araña arriba del techo. Miraste a través del tragaluz de la gradería y la ayuda que habías pedido se hizo visible, los helicópteros morteros estaban acabando con el enemigo en los exteriores. Confiado subiste las gradas y a cada paso que dabas © Hector Chinchayan pensabas cómo acabar con ese hostil adversario considerablemente diezmado; sabías que el contingente más importante estaba en una de esas habitaciones, tal vez estuviera parapetado con gran cantidad de municiones. Nada era seguro. ***** —Comadre —le respondió ella— mi Manuel ya ha llegado al colmo de los colmos. Le cuento que anoche en la cena me faltó el respeto muy feo—. La mujer gorda abrió la boca con signo de asombro, ansiosa por seguir escuchando —No quiso terminar la cena, pues, y cuando le recriminé que todo su dinero que ganaba en el mercado ayudando a don Pedro, se lo gastaba en esas tonterías, se paró de la mesa y me dijo: ¡A ti que chucha te importa lo que yo hago con mi plata! Se paró y se metió a su cuarto, su hermano Enrique le quiso pegar pero lo contuve, iba a ser peor, comadre, no sé qué hacer. —¡Ay comadre! Ese Manuelito lo que necesita es que lo meta al servicio militar para que se deje de malcriadeces. Yo al Paquito la vez pasada que me contestó le di una paliza de padre y señor mío, y santo remedio comadrita, el chico ni más me alzó la voz. ***** Pateaste la primera puerta pero no se abrió. Presentías que en uno de esos cuartos estaba el general y sus hombres más leales y fieros. Cuando las patadas resultaron inútiles decidiste moverte con pasos entrecruzados y llegaste a una puerta que por sus rendijas brotaba una luz tenue, media amarillenta. La rabia contenida, en especial a causa de ese cruel general nazi te permitió imaginar su horrenda muerte y pensaste que sería muy misericordioso acabar con él de un simple disparo. Soltaste © Guillermo Cabral los rifles y en una determinación osada sacaste el puñal de tu cinturón. 47
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ***** Doña Rosa caminó ensimismada. Regresó a casa pensando qué podría pasarle a Manuel en el ejército, se dijo entre sí: seguro les pegan, les gritan, no quiso seguir imaginando, algo en ella le decía que tenía que acabar con ese maldito vicio que tenía su hijo, hasta se le cruzó por la mente quitarle su dinero que ganaba, pero sería peor, seguro se iría con sus amigos, con ese chato revejido a robar al centro y allí su maldito vicio crecería más. ***** Empujaste la puerta violentamente pero una ineludible sensación de vértigo te obligó a retroceder; se escucharon unos estallidos y unas ensordecedoras ráfagas remecieron la habitación. Las balas te buscaban, Clement, pero tú te encontrabas a un costado esperando cauteloso el momento oportuno para ingresar. ***** En la entrada, Doña Rosa sacó sus llaves pero unos gritos le impidieron obrar comúnmente, era como una riña que venía de adentro: —¡Conchatumadre! ¡Ya te cagaste!, ¡así que te crees pendejo con mi vieja haciendo huevadas todo el puto día! —El joven más grande se abalanzó hacia el más pequeño y éste cayó de bruces hacia atrás; Doña Rosa entró frenéticamente y vio al mayor de sus hijos dándole de golpes al menor de ellos. Corrió como loca a separarlos, gritando afónicamente. —¡Manuel, Enrique: paren carajo! ***** El general se adelantó creyendo que te había herido mortalmente, dio unos cuantos pasos con una sonrisa de placidez y como si se tratara de un espejismo, vio tu rostro, el rostro conocido de un soldado americano, y sus pupilas se convirtieron en espejos azules que reflejaron tus facciones endurecidas de comando. No hubo más ráfagas, soltó el rifle y cayó arro48
© Hector Chinchayan
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dillado frente a ti. Tenía tu puñal frío clavado en el estómago. ***** Doña Rosa no se había percatado de toda la escena por completo, su hijo Manuel sostenía un cuchillo de cocina manchado con sangre fresca, tan roja como las pupilas de su madre que habían cambiado de tono al presenciar la horrenda escena. Enrique se retorcía de dolor en el piso, sintiendo cómo la vida se iba de su cuerpo, aún agonizante miraba asombrado a su hermano. Tres días después en el mercado del Agustino, la comadre de Doña Rosa dialogaba con otra vecina. —Son esos malditos juegos de computadora que envician a los chicos de ahora pues vecina, los hacen tan violentos, eso lo malogró al Manuelito pues, pobrecita mi amiga Rosa; un hijo muerto y el otro en la Correccional —Doña Esther movió la cabeza de un lado para otro compadeciéndose de su comadre. ***** Miró con rabia una sala de Internet que estaba a su costado y en una de las máquinas un niño concentradísimo en su juego había escogido a Clement como su primera opción. © Iván Paredes Córdova Iván Paredes Córdova, 1977, Lima (Perú) es licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas de la Udad San Martín de Porres y Webmaster y Diseñador Gráfico Publicitario. Ha ganado sendos concursos con sus cuentos: uno en 1999, en los 2os Juegos Florales organizado por el Itº Pedagógico Alfonso Ugarte y otro en 2001 en los Juegos Florales Fe y Cultura organizado por la Universidad San Martín de Porres. Actualmente trabaja en el área de Imagen Institucional del Mº del Interior de Perú (DINFO). Entre sus escritores favoritos están Julio Cortazar, Jorge Luis Borges, H.P Lovecraft, Ramón Ribeyro, Gabriel García Márquez, Pedro Novoa Castillo, Jhonny Novoa Castillo.
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EL FORASTERO MALTRECHO por Adriana Alarco de Zadra na hermosa tarde de verano jugábamos a las escondidas en el bosque de olivos detrás de la casona de la abuela, mientras los primos más pequeños construían casitas de caña y barro cerca del charco de los patos. Nunca imaginamos la sorpresa que nos llevaríamos antes de caer la noche. Junto con los primos Víctor y Claudio, compartíamos las travesuras y los juegos con otros muchachos de la granja: Mango era hijo del chino, el amarillo dueño de la única bodega, de ojitos jalados y sonrisa amigable. Además estaba Pepa, el orgullo de su padre, el capataz de piel cobriza que nos extasiaba los domingos con su guitarra. También disfrutaba el pequeño Fito, hijo del Payaso y nieto de la negra Ignacia, quien nunca conoció a su padre pues lo concibió con antifaz una noche de Carnavales. Ya sudábamos de tanto correr, mientras detrás del gallinero de la abuela, el gallo cacareaba trepado sobre la enredadera de campanillas azules y el jazmín de olor perfumaba bajo el sol ardiente. Humeaba el arenal. Los algarrobos se perfilaban retorcidos y mustios en la niebla que se levanta a la hora de la siesta. Se escuchaba el croar de las ranas y el graznido de las ocas en medio de nuestra algarabía. El travieso Víctor estaba ensimismado en su afán constructor sin treparse por las ramas como hacía generalmente con esas piernas larguiruchas, cada día más flacas. Acababa de salir del carampión como pronunciaba, que no era una enfermedad de campeones como quería hacerle creer la vieja Ignacia sino el terrible sarampión con manchas © Isabel Sánchez rojas por todos lados. Ya estaba convaleciente y lo dejaban jugar sentado en la arena para que se le fuera esa palidez casi transparente que le había borrado hasta las pecas de la nariz, y con un sombrero de paja toquilla de ala ancha para no quemarse. Después de los juegos, nos gustaba saltar dentro de la acequia de regadío para bañarnos en el agua nueva recién bajada de los Andes. Salíamos limpios y contentos menos Fito que quedaba siempre adolorido porque su madre lo refregaba con la escobilla de lavar la ropa y mucho jabón, para blanquearlo, sin grandes resultados.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Ya nos preparábamos para entrar al agua, esa tarde, cuando Claudio, trepado cabeza abajo sobre uno de los árboles, con su melena colorada colgando despeinada, dio la voz de alarma. En el desierto costero, ondulando bajo el soplo del viento paraca, observamos una sombra asomar a lo lejos que parecía disolverse entre espejismos. ¿Sería magia o verdad?
© Isabel Sánchez
Un personaje se acercaba a la granja. No llegaba a caballo ni en camioneta ni en camión; venía arrastrando los pies y tropezando. —¡Se cae, que se cae, se cayó! —gritó Claudio mientras bajaba del eucalipto a toda prisa. Ya no divisábamos la sombra avanzar sobre la arena. Se desvaneció en la loma antes de llegar a la casona de la abuela. Salimos todos corriendo a observar con curiosidad al caído y a socorrerlo si hubiera necesidad. —¡Es verde! —exclamé maravillada, al acercarme. —¡Y está enfermo! —afirmó Pepa, temblando. —¡Se ha mojado! —observó Mango, socarrón. El último en llegar fue Víctor, y, al ver la figura tendida de espaldas con la cara de piel verde y gruesa, cubierta de manchas rojas, manifestó con voz recelosa: © Isabel Sánchez
—Tiene carampión, como yo.
Efectivamente, el extraño individuo tenía un color poco común. Además, nos dimos cuenta que de su espalda caía una sustancia amarilla que no sabíamos si era sangre clara o algún otro líquido corporal, aunque no olía a orines sino a musgo. Decidimos ayudarlo y lo arrastramos un trecho por la arena ya que, desde siempre, la casa de la abuela fue un lugar acogedor para foráneos, extraños o pajueranos, como llamaba Ignacia a quienes llegaban de pa’ juera. Se acostumbraba a recibir en la mesa dominical a gente de otras razas, culturas y creencias, ya que la abuela repetía: no porque vienen de lejos hay que tratar mal a los visitantes de buena voluntad. Por lo tanto, un individuo de piel verde con manchas rojas, que derramaba un líquido amarillo por la espalda no 51
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 nos llenó de estupor en ese momento, aunque ahora que lo recuerdo después de tantos años, me sorprendo de mí misma y de nuestra increíble ingenuidad. Vestía el forastero un traje ajustado y le colgaban de la cintura una serie de aparatos que se encendían, se apagaban, emitían sonidos intermitentes y ruidos extraños. Lo rodeamos, asombradísimos, pero no nos atrevimos a tocarlo al principio. Cerca del cuerpo inanimado resplandecía bajo el sol un casco grande y plateado con diseños geométricos y muy extraño. Mi primo Claudio, irrespetuoso como siempre, probó a ponérselo en la cabeza pero se lo quitó rápidamente y lo arrojó lejos. —¡Tiene música y película! —exclamó farfullando asustado. Eso sí que era bastante raro, más que el color de su piel, pues las únicas películas que veíamos en el cine del pueblo eran las de Tarzán y nunca antes supimos que dentro de un casco, aunque fuera resplandeciente, pudiera aparecer Tarzán. —¡Y no es Tarzán!—afirmó al ver nuestra sorpresa. Cogí el casco sin miedo y me lo coloqué en la cabeza hasta que me la cubrió completamente. A través de la lámina transparente delante de los ojos, además del paisaje alrededor, vi a un personaje de ojos saltones y boca alargada y escuché que me hablaba en idioma desconocido. Parecía darme instrucciones. Traté de entender lo que deseaba comunicarme pero no lo comprendí. Tuve la sensación de levantarme en el aire y de no tener adónde apoyar los pies. Cuando estuve a varios metros de altura, me quité el artefacto de la cabeza, asombrada, y me encontré parada en el suelo. Menos mal que no me hice daño, pensé, porque sino la abuela me hubiera regañado por imprudente. —¿Me vieron volar? —pregunté a los muchachos. —Nadie te ha visto volar, —respondió Mango que no creía en supercherías—. Has estado allí todo el tiempo. —¡Le crecieron antenas al casco! —exclamó Claudio. Pepa se acercó y acarició el casco que se iluminaba a ratos. Las antenas se habían retirado por unos agujeritos y no se veían. ¿Cómo así yo había visto el paisaje desde lo alto sin despegar los pies del suelo? ¿Quién era el personaje que me hablaba dentro de la chamorra? ¿Era un casco con pretensiones rampantes o era un artefacto volador, un ascensor, un elevador? No quise desentrañar el misterio inmediatamente porque ya encontraba los hechos suficientemente extraños, esa tarde.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Será el forastero que tanto espera la abuela cuando escudriña el horizonte y ve sólo arenales? —preguntó Claudio señalando al individuo indispuesto mientras unos lo jalábamos de los brazos y otros de los pies. Como nadie respondió, cansados por el esfuerzo y mudos de asombro, decidí correr hacia la cocina de la abuela y llamé a Ignacia a gritos. La negra vieja salió corriendo secándose las manos en un trapo. —¿Qué llevas entre manos, niña Rosa? —me preguntó. —Es un casco del forastero que se desmayó en la arena, —respondí—. Trae cine y hace volar. —¡Qué tonterías dices!—y movió la cabeza con resignación la buena mujer. Ya estaba acostumbrada a nuestros vuelos imaginarios y a todo forastero que se acercara a la mesa dominical en casa de la abuela. Luego observó lo que sucedía con aprensión. ***** Se acercaban los muchachos con el desmayado a la cocina que despedía olores picantes y fuertes. —¿Qué traen allí, bandidos? Tengan más cuidado…—exclamó la negra cacareando con su voz de gallina vieja. —Hemos encontrado a un pajuerano en la loma, —interrumpió Fito. —Está como muerto, —aseveró Claudio. —Tiene carampión—aseguró Víctor. Ignacia se acercó al cuerpo tendido en la arena. Era un individuo pequeño y retorcido como un algarrobo. Lo cogió entre sus fuertes brazos y lo cargó hasta la casa. Con su espíritu observador, noble y generoso se dio cuenta al instante: —¡Otro que nos cayó del cielo! —exclamó examinándolo con curiosidad. — Está herido. Parece que le han dado un machetazo por detrás. La abuela apareció preocupada en la cocina e hizo llevar al forastero lesionado a una de las camas del cuarto que mantenía para huéspedes inesperados, a quienes siempre trataba muy bien, fueren quienes fuesen, pues repetía: —Que sean forasteros no significa que son ciudadanos de segunda categoría. 53
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Así lo entendimos desde pequeños. Limpió y curó con cuidado esa piel verde y algo escamosa que hacía parecer al recién llegado, o llagado, más a una iguana que a una persona. Le cubrió luego la lesión de la espalda con tiras de sábana que rasgó para poder fajarlo. Cuando lo dejó descansando y respirando mejor, la abuela nos hizo un interrogatorio a todos. Por supuesto que al enterarse del casco volador y con cine incorporado lo confiscó inmediatamente guardándolo bajo llave en el arcón a los pies de su cama, el mismo que había contenido sus sábanas bordadas al casarse. —No es un juguete, —afirmó con seriedad—. Se aprende también en esta vida con la experiencia ajena aunque provenga de algún lugar más allá de las estrellas. ***** Nos quedamos tristes e insatisfechos pues todos deseábamos probar el casco, y yo quería ver las antenitas y volar nuevamente aunque sea con la imaginación. En la granja se dieron quehacer para encontrar a los malhechores que habían acogido a machetazo limpio al forastero que sin afán de dar batalla, como suponíamos, había aterrizado en el arenal proveniente de un mundo lejano. La hija mayor de Ignacia y madre de Fito se enteró que un grupo de bandoleros andaban asolando la región y tomando menjunjes de cactus y otros brebajes alucinantes. Sospechó que eran los culpables. Ella conocía bien a muchos hombres en la zona. Vivía tratando de descubrir quién la embarazó y todos los años en las fiestas de Carnavales desenmascaraba a los payasos y les preguntaba a quemarropa: —¿Eres tú el padre de Fito? Así es que cuando se enteró de los bandidos, trabajadores de paso para las labores del campo, movió cielo y tierra para encontrarlos y llevarlos a la justicia, pero sucedió lo que sucedía también con sus otras búsquedas. Fueron vanas e infructuosas y lo único que escuchó fueron risas reprimidas y zapatear de botas. —La gente debería acoger a todos con respeto, sobretodo si vienen con buenas intenciones, —se quejó la abuela por la agresividad de los recogedores de algodón eventuales que contrataba para la labor de la estación.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ***** A los pocos días de darle caldo de gallina y huevos de codorniz, junto con infusiones de hierbas y frotarle el cuero pellejudo con tintura de toronjil, tomillo y tamarindo, fue recuperándose el paciente. Nuestra curiosidad nos llevaba a asomarnos al cuarto de huéspedes pero la morena madre de Fito se quedaba de guardia en la puerta, tejiendo, para que no lo molesten. Una tarde en horas de la siesta encontramos la llave puesta en el arcón y aprovechamos del sueño de la veneranda para robar el casco mágico. Se lo colocamos a Víctor pues como estuvo enfermo tenía más derecho que nosotros, sanos. Asomaron por los costados del casco dos antenitas pero él, rápido, se lo quitó temblando y gritó: —¡Hay un pato muerto en el techo! —¿Un pato muerto en el techo? —¿Sabes, Rosa? Debe ser el ave que Claudio cogió por las patas y lo aventó hacia el mirador cuando la abuela no veía, —acusó Fito. —¡Cállate, soplón! Me coloqué el casco y empecé a volar yo también. Me elevé sobre el jazmín de olor, encima de los eucaliptos, rocé el mirador con su baranda de madera resquebrajada en el techo de la casona y también observé el pato que la furia malhumorada de Claudio había hecho aterrizar en el techo de la casona. Seguí subiendo y atravesé la niebla. El corazón me latía de miedo hasta que salí de la nube y vi allá abajo, sobre el arenal y a gran distancia de la casona, un enorme aparato volador, sin alas, como un disco plateado y resplandeciente, apoyado en el suelo pero muy al fondo de una hondonada. Por eso no se divisaba desde la casa.
© Isabel Sánchez
Al tratar de quitarme el casco, jalé las antenitas e inmediatamente me enrollaron la parte superior del cuerpo unas correas que salieron del casco como serpientes, mientras escuchaba los gritos de los muchachos y las palabras incomprensibles del locutor dentro
del casco. —¡Cuidado que sale volando de verdad! —gritaban los primos. Apreté con las manos el casco tratando de quitármelo. Se desenrollaron las correas y caí al suelo. Había levitado verdaderamente unos pocos metros del suelo. 55
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¡Casi te vas por el aire! —aseguró Pepa asustada. Entendí que podíamos volar físicamente con el casco y no sólo ver el mundo desde arriba, pero nos daba miedo. Los demás lo probaron sin jalar las antenitas, para no despegar los pies del suelo, mientras los vigilábamos de cerca para no perder a ninguno de ellos ni que fueran a elevarse y alejarse por miedo al castigo de la abuela. Todos quedamos maravillados de lo que habíamos visto desde lo alto sin mover los pies del suelo. Decidimos devolver el mágico objeto al arcón. Seguramente el forastero necesitaría su casco volador para llegar a su medio de transporte cuando fuera a regresar a su mundo nuevamente. No dijimos una palabra a la veneranda y mantuvimos el secreto, muy asustados de verdad, por ese misterio tan inexplicable. Si se hubiera enterado la abuela nos castigaba sin comer postre al menos por un mes. ***** —¡Válgame el cielo! —escuchamos los gritos de la anciana al entrar en el dormitorio para huéspedes una mañana. —¡Ave María Purísima! —recitó Ignacia, detrás. Nunca nos contó la abuela lo que conversó con el forastero ese día pero supimos que se entendieron. Esa mañana sacó el casco del arcón y nos reunió en el patio bajo el jazmín de olor. —Nunca debemos ser intransigentes ni intolerantes con seres de otro lugar, color o pensamiento —nos aleccionó—. El forastero ahora está sano; quiere regresar a su mundo y debemos darle facilidades y no entorpecer sus deseos por curiosidad, envidia o maldad. ***** Ese día presenciamos hechos inusitados, junto a los tíos con sus botas de montar a caballo, al chino de la bodega, a la negra Ignacia, a los recogedores de algodón de piel cobriza y a la abuela de cabello blanco y piel pecosa que se ponía roja apenas tomaba algo de sol. Vimos aparecer al forastero vestido con un pantalón de algodón grueso, recién planchado y una camisa a cuadros. Supimos que la abuela había decidido vestir al visitante decentemente para el viaje y nos dimos cuenta en ese momento, asombradísimos, que le había descosido la costura en el fundillo para dejar salir una cola verde y escamosa que le arrastraba por detrás.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¡Le creció una cola de lagarto! —repetía Ignacia y la veíamos persignarse murmurando oraciones. —¡Probablemente le cortaron la cola con un machete y se regeneró como las lagartijas! —susurraban los presentes. ***** Ya no derramaba líquido amarillo ni se tambaleaba. El forastero subió al mirador de la casona mientras su cola daba brincos sobre los peldaños carcomidos de la escalera de madera, luego alzó los brazos con un gesto de despedida y una mueca que podría parecer una sonrisa, y se colocó el casco en la cabeza. Inmediatamente, aparecieron las antenitas que lanzaban rayos y las jaló hacia arriba con sus dedos largos y encorvados. Las correas lo enrollaron sobre la camisa a cuadros y, silenciosamente como había llegado, el visitante salió volando de verdad y desapareció en la niebla del atardecer. Los trabajadores regresaron a sus quehaceres preguntándose si habían soñado o si era un nuevo truco del circo que llegaba al pueblo durante las fiestas. Los tíos se alzaron de hombros y se dirigieron a sus tareas montando a caballo como todas las mañanas, acostumbrados a los visitantes exóticos y saltimbanquis de la abuela. Nosotros, sospechando los sucesos posteriores, dirigimos nuestra mirada hacia el horizonte y al poco rato vimos despegar el disco plateado que fue elevándose verticalmente entre la niebla y despegándose de la tierra hasta que enrumbó vertiginoso hacia las estrellas. Recuerdo que nuestra vida quedó marcada para siempre. Fue por la experiencia de vislumbrar por momentos otro mundo nuevo, mágico, insondable que llenó nuestra juventud de sueños sorprendentes y nuestro futuro de acogidas hospitalarias, aleccionadoras e inesperadas. A través de los años, los visitantes han sido siempre bien recibidos en este lugar del mundo. Puedo asegurar que hasta el día de hoy en casa de la abuela, aunque ella ya no nos acompaña, la mesa dominical está puesta: el plato del forastero espera. © Adriana Alarco de Zadra Adriana Alarco nacida en Lima, Perú, es escritora, investigadora y traductora de inglés, italiano, castellano. Ha escrito tanto libros para adultos, guías de viajes o de las plantas sobre el Perú, como libros infantiles enfocados fundamentalmente al teatro aunque también tiene cuentos infantiles. Igualmente escribe poesía. Ha publicado en revistas como Alfa Eridiani, Axxon, Quiphloth y la Revista Ochocientos y en paginas WEB como Velero 25. Tiene su propia página web en http://www.adrianaz.com/.
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LOS GRANDES, LOS CHICOS Y LA BOMBA ATÓMICA por Héctor Velarde ANOCHE oí en la M.N.O.P.Q.R.S.T. la siguiente conferencia. »Señoras y señores: El dilema es fatal: o se suprime inmediatamente la bomba atómica o la humanidad quedará desde ahora condenada a una zozobra progresiva y a un próximo y rápido exterminio. —¡Qué programa!, exclamó uno. »Si no se suprime la bomba se producirán cosas abracadabrantes antes del exterminio total. Uno de los Grandes le dirá, por ejemplo, a su mujer: »Si me atomizan Novgorod, yo les soplo Nueva York y Detroit... Aplausos. »Un Chico podrá amenazar a otro Chico diciéndole: »El Grande de arriba me saca a mí todo el uranio,… »Eso no es nada, le responderá el otro Chico; el Grande de la izquierda, que tiene mucho más atómicas, me saca a mi todo el tungsteno. »Los Grandes serán los que tengan las bombas y los Chicos los que no las tengan. »Los dueños de las bombas serán como dioses. Mandarán con poder absoluto sobre los Chicos. »El Cuerpo Diplomático desaparecerá... »Los Chicos reemplazarán al ejército, marina y aviación, por batallones de enfermeras acorazadas. »La filosofía se dividirá en dos grandes bandos o sistemas opuestos: los tomistas (partidarios de Santo Tomás) y los atomistas (partidarios de la bomba). »El individualismo no podrá existir; a un hombre que se crea libre se le considerará loco. No quedará el menor vestigio del Renacimiento en el mundo. 58
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 »A propósito de Renacimiento, se formará una nueva religión: los leonardos. Se adornará a Leonardo de Vinci porque destruyó su arma secreta ante la idea de que podría matar a demasiados turcos. »Los grupos colectivistas tampoco podrán subsistir. Las masas serían los «bocatto di cardinale» de las atómicas. »Los niños jugarán a la democracia en los sótanos blindados de las ciudades subterráneas. (Protestas airadas). »Será una nueva era. Se dirá A. B. o D. B. en lugar de A.J. o de D.J. Antes o después de la bomba. »Se justificará la bomba con argumentos como estos: el aceite hirviendo, la pólvora y los gases asfixiantes fueron también armas secretas, se creyó que con ellas se acabaría el mundo, ¿y qué pasó? Nada. Con aceite hirviendo se hicieron papas fritas, con la pólvora se dieron fiestas con cohetes de arranque, y con los gases asfixiantes se llegó a la elaboración del Flit contra las cucarachas. ¿No acabará la bomba atómica sirviendo para suprimir los malos olores o como depilatorio?" (Risas). »La energía atómica hará la felicidad del hombre, sí señores, de muchísimos hombres... Ya hay una porción de gente que cree a pie juntillas en que la felicidad está en el confort, en el progreso, en la velocidad... Se podrá cocinar a larga distancia, se podrá ver a las personas desnudas, a través de la ropa, se harán juguetes para los nenes con cuerda eterna, habrá "permanente" para la piel... (Aplausos de las viejas). »Se subirá en ascensores-cohetes, se usará el sombrero-radio. Lima-Londres podrá recorrerse en cinco minutos; los procesos de embarazo podrán reducirse a siete días, habrán chupones vitaminosos, se podrá cambiar de sexo, los periódicos serán fosforescentes, los W. C. serán a autopropulsión y la imaginación será considerada como desequilibrio. »Desaparecerán las diferencias sociales; la igualdad será un hecho absoluto a fuerza de roces, acercamientos, presiones y velocidades. La humanidad será de una homogeneidad matemática. Los hombres perderán la idea del pecado original y se volverán zonzos. »El polvo ya no volverá al polvo, los difuntos serán atomizados, el culto de las cenizas se cambiará por el culto a la energía dejada por el muerto... Lavoisier, con su conservación de la materia, quedará en el mayor de los ridículos. 59
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Nos volveremos humo? —preguntó irónicamente una beata. —No, le contestó el conferencista, chispa... Luego terminó diciendo: »El dinero será reemplazado por trueques de energía atómica. El oro se exhibirá en los museos y se seguirá empleando en casos de disentería. (Los ricos no aplaudieron). Yo me dirigí al conferencista para felicitarlo. Era un zarnbito malambino partidario de Rosemberg. —¿Y si se destruye el secreto de la bomba atómica, qué pasaría? —le pregunté. —Ah, me contestó, nos quedarían siempre la penicilina, los tratados de paz y las robots... © Héctor Velarde En Héctor Velarde, limeño nacido en 1898, se reúnen dos personalidades excepcionales: la del humorista y la del arquitecto, a las cuales habría que añadir la de historiador del arte. Aunque en todas tiene un lugar prominente dentro de la cultura peruana, es como escritor satírico como ha destacado en las letras contemporáneas. Desde Kikiff (1924) al cuento que publicamos en esta colección, la pluma ágil y traviesa de Velarde ha ido afirmándose en un estilo que puede llamarse propio: TUMBOS DE LÓGICA, YO QUIERO SER FILÓSOFO, LIMA EN PICADA, EL DIABLO Y LA TÉCNICA, LA CORTINA DE LATA, EL CIRCO DE PITÁGORAS, EL HOMBRE QUE PERDIÓ EL TACTO, ¡OH LOS GRINGOS! y LA PIRÁMIDE INVERTIDA forman la amplia bibliografía de este autor brillante y agudísimo.
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VISITA por Carlos Bancayán Llontop
a plateada nave se deslizaba suave y vertiginosamente por los espacios siderales. En sus entrañas, era imperceptible el funcionamiento de los sincrotones que regulaban el generador gravitatorio. Una suave fosforescencia liliácea iluminaba los ductos de reposo. Al producirse luego el automático cambio a un verde ambarino, despertaron los treinta y seis jóvenes cadetes que conformaban la expedición hacia el tercer planeta. Incorporándose prestamente, iniciaron la jornada culminante de su visita, paso previo a su graduación como vigilantes galácticos. Izar, el más adelantado de los estudiantes, permanecía especialmente expectante: conocía detalladamente los datos obtenidos en la visita anterior a ese planeta, efectuada hacía dos mil años terráqueos, y le fascinaban las arduas contradicciones, perspectivas y problemas de aquellos seres inteligentes, estudiados por los avanzadísimos y altamente sensitivos instrumentos con que realizaban sus prospecciones. En un aparente silencio, pletórico de intercambios mentales (pues utilizaban las comunicaciones orales sólo para casos singulares), los gallardos jóvenes, de resplandeciente apariencia, claros rostros y ceñidas vestimentas color naranja, se dirigieron hacia el refectorio. Hacía ya mucho tiempo que su civilización había superado la necesidad del aseo personal: en virtud de un cristalino metabolismo, mantenían sus organismos en limpio y sano funcionamiento, siendo evacuadas y procesadas sus secreciones al mismo tiempo que reposaban. Se hallaron, pues, ubicados en el amplio refectorio de la nave, alrededor de una espaciosa mesa ovoide, y sentáronse a la espera de su instructor, quien no tardó en presentarse, siendo recibido con sonrisas alegres pero respetuosas, que él correspondió con una inclinación del sereno rostro: las ropas de color marrón claro y un aire de suave gravedad lo caracterizaban como el guía y el maestro de aquella pléyade de jóvenes escogidos. Poniéndose todos de pie y juntando el Instructor delante del rostro las manos de largos dedos, exclamó con voz melodiosa: —Henos aquí, Señor de la Luz, entregados siempre a tus altos designios. Somos parte de Ti, porque Tú eres dueño de nosotros, así como eres Señor del Cosmos. Nos alimentamos de Ti, así como Tú de nosotros. El día de hoy te pedimos especial orientación, pues culmina el destino de nuestro viaje. En nombre mío y de tus hijos —aquí mencionó los treinta y seis nombres—, agradecemos tu guía, tu confianza y tu amor. 61
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Y después de una pausa reverente, dispuso con un ademán tomar asiento, haciéndolo él mismo. Luego presionó algunos controles ubicados en la cabecera de la ancha mesa donde se hallaban, y de ella surgieron treinta y siete receptáculos con nutrientes, que los jóvenes cadetes consumieron en breves momentos, en compañía de su Instructor, con fruición y juvenil apetito. —Ahora estamos listos, —dijo el maestro terminado el ritual de la alimentación, para observar de cerca el tercer planeta del sistema solar—. Luego que recorramos todas las órbitas programadas y según lo que arroje el detalle de nuestras computadoras, Izar, a quien hemos designado brigadier de esta observación cercana, nos efectuará un resumen del estudio, de cuyos resultados consultaremos con los Consejeros acerca de un posible descenso. Al oír esto último, un murmullo de excitación recorrió los juveniles corazones: ¡descender en el turbulento tercer planeta! En sus expresiones se notaba un emocionado anhelo, no exento de cierto reservado temor. Pasaron entonces a un ambiente repleto de paneles, instrumentos y videoramas murales que, en nítidas imágenes tridimensionales a colores, mostraban una completa gama de aspectos de la muy cercana Tierra: su topografía, sus relieves, cordilleras, ríos, océanos, valles, ciudades... Ante dichos videoramas, anchos y que ocupaban la mitad del ambiente, tomaron asiento los estudiantes en semicírculo, con su Instructor al frente quien, acompañado por Izar, manipulando un pequeño telemando cilíndrico en el que se veían multitud de pequeñas llaves, botones y controles, podía obtener aproximaciones desde cincuenta kilómetros hasta cincuenta metros en medidas terrestres. Las sofisticadas computadoras de la nave se aprestaban ya a trabajar, también por telemando, comparando, complementando datos anteriores, procesando y, por fin, informando a velocidades vertiginosas. Llegado el instante propicio, la nave se incrustó en la atmósfera terráquea y, neutralizando fácilmente la incandescencia producida por la altísima fricción, los visitantes procedieron a examinar, investigar y estudiar minuciosa y detalladamente una ingente cantidad de datos acerca del planeta, su vida y los conflictos de la humanidad que lo puebla. Terminada la prolija observación y procesados raudamente los resultados, el Instructor invitó a Izar, el destacado cadete, a resumir las observaciones y los estudios efectuados. Con la ayuda de un telemando que le permitía ilustrar sus explicaciones en los videoramas, Izar procedió entonces a sintetizar la historia de la Tierra, su geografía, sus climas, sus recursos, sus formas de vida... y al llegar al punto de su humanidad resumió sus evoluciones, su actual diversidad de razas, idiomas, creencias, religiones y costumbres, sus diferentes civilizaciones sucedidas en el transcurso de decenas de milenios, hasta que le tocó detallar las características 62
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 del dilema y los graves problemas que penden sobre la actual civilización: sobrepoblación incontrolada, creciente contaminación, el aumentante abismo entre la riqueza de los poderosos países del hemisferio norte frente a la miseria desesperante de los del hemisferio sur, las hambrunas, las guerras, las enfermedades, los delitos, los vicios (sus valores morales están en rápido deterioro: existen lugares donde grupos de personas, parodiando uno de sus ritos religiosos, comulgan con cocaína, y en estos momentos tienen millones de personas involucradas en la drogadicción); abundó también Izar en lo gravemente perturbada que está la ecología del planeta por la irracional utilización del agua y de los recursos, en base a una ciencia inconsciente cuya aplicación no respeta los más bien lentos ciclajes de la naturaleza. Terminó refiriéndose a la crisis de energía y al caos económico en que se debate el mundo que observaban, y que repercute en especial sobre los países menores, llamados subdesarrollados. Si bien todos los cadetes habían observado por sí mismos los hechos cuyo resumen acababan de escuchar, la exposición de Izar les dejó pensativos, notando algunos de ellos que aun su Instructor permanecía un poco más grave que de costumbre. —¿No deseas añadir algo más a tu exposición? —preguntó éste al joven cadete—. ¿Tal vez algo relacionado con la contraparte de la negatividad que nos has expuesto? —Para analizar las determinantes de los terráqueos sería preciso, señor — contestó Izar—, utilizar el perceptor anímico o el sicrómetro de... Pero en eso se produjo una seria contravención a los reglamentos: Búden, cadete impetuoso y vehemente, preguntó, antes de que el Instructor hubiera dado por terminada la manifestación de Izar y autorizado el debate: —¿Por qué razones, señor, esta civilización, que todavía posee abundancia de recursos naturales, los utiliza mal, y por otra parte sus habitantes son tan codiciosos y crueles? El Instructor lo miró serio y sereno a la vez. Y pasando por alto la reconvención que el arrebato implicaba, dirigióse a todos diciendo: —Búden ha formulado una pregunta que, en resumen, se reduce a lo siguiente: ¿por qué estos seres son negativos pudiendo ser colectivamente positivos? ¿Y por qué tienden a ser malos pudiendo ser buenos? Hagan ustedes mismos el análisis. El debate queda abierto. Los adelantados jóvenes reflexionaron y tardaron en opinar. El problema era arduo. Entonces Izar pensó que debía empezar él como brigadier:
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Tal vez, señor, porque no han logrado un completo adelanto científico todavía. Al no poseer la ciencia completa, son incapaces aún de aprovechar sus recursos armoniosamente, y sus limitaciones técnicas los impulsan a enfrentarse los unos con los otros. —Esa es una posibilidad que también puede enfocarse a la inversa —apuntó el Instructor—. Al poseer una técnica todavía limitada, bien po-drían aunar esfuerzos para extraer el mejor fruto de ella. —Entonces les hace falta algo más que ciencia, señor —dijo el impaciente Búden—. ¿Qué es ello? —El análisis debe ser vuestro y no mío: vosotros sois quienes vais a graduaros como vigilantes galácticos. ¿Cuál es la opinión de Nun? —era éste un joven de espíritu meditativo y reservado. —Parecería que a estos seres les hace falta lo que ellos mismos llaman...serenidad. Hay en ellos demasiada violencia, lo cual no sólo manifiestan en sus guerras y delitos, sino también en sus propios deportes y aficiones: lidian toros, hacen pelear aves, juegan pateando o arrebatándose un balón, disparan y cazan fieras por placer, practican diferentes clases de lucha... y obtienen placer de ello. —En efecto —dijo el Instructor—. Has tocado de cerca el problema: son seres turbulentos y rudos, pero de ser pasivos y pacíficos, por contradictorio que ello parezca, no habrían llegado a colocar satélites alrededor de su globo, ni a viajar a su luna, ni a prospeccionar sus planetas vecinos. Es esa misma cualidad de impetuosos la que los ha llevado por el camino de la ciencia, pues a su naturaleza intensa añaden curiosidad, tenacidad y también, como contrapartes de su negatividad, lo que ellos llaman virtudes, tales como la adaptabilidad, el nervio, la constancia en alcanzar sus propósitos. Y muchos de ellos no son ya violentos, pues se han disciplinado para ser sabios y tranquilos. También son solidarios, y se ayudan en caso de hecatombes en su mundo convulso, pues aún no tienen el control de su ecosistema. Por otro lado, cuentan con médicos, con misioneros y voluntarios que luchan por acrecentar la positividad y por paliar la miseria. Es decir, son seres de contrastes, ambivalentes, capaces de ser muy brutales pero también, en el otro extremo, de alcanzar un alto grado de lo que llaman amabilidad. Tienen asimismo notables artistas que han producido y producen bellas obras de arte: pinturas, esculturas, música, poesía... El análisis que ha efectuado Izar es de la negatividad colectiva, por ser lo más notorio y saltante. Pero cuando interrumpió Búden tal vez hubiera recordado que poseen además hospitales para el cuidado y rehabilitación de sus enfermos, sociedades protectoras de animales, reservaciones para la protección de su fauna y flora, museos, bibliotecas, universidades, centros de investigación científica; en particular su ciencia llamada psicotrónica podría llevarles a tecnificar lo que ahora es espiritualidad críptica, con resultados que serían prodigiosos para el incremento 64
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 de sus potencialidades positivas. En fin, la ambivalencia de estas gentes y el detalle de sus rasgos buenos que acabo de hacer me faculta a informarles que, dentro de nuestra más antigua historia nosotros mismos, es decir, los más remotos de nuestros antepasados, fueron alguna vez tan violentos y agrestes como hoy nos parecen estos seres. Por supuesto, de esto han transcurrido eones y a ustedes ello les parecerá inconcebible. En efecto, una expresión de asombro e incredulidad pareció recorrer los jóvenes rostros. Ante tal revelación, efectuada por el maestro como oportuno bagaje a estos jóvenes selectos, fueron espontáneas las exclamaciones de Búden, Nun, Izar, Módem... —¡Entonces debemos hacer algo por ellos, señor! —¡No debe seguir peligrando su evolución hacia lo positivo! —¡Es preciso ayudarles comunicándonos con ellos! —¡Decirles cómo deben desarrollarse en base a lo que ya poseen, de modo que de su mundo desaparezcan la pobreza y la miseria! El Instructor sonrió complacido. Esperaba esta reacción de sus discípulos. Era llegado el momento de que profundizaran en el tema, de modo que les dijo: —¿Entonces pensáis que debemos ayudarles? Bien. Pero para hacerlo concienzudamente deberíamos primero asegurarnos de que nuestra ayuda les será útil y provechosa, ¿verdad? —Desde luego —dijo Búden—. Podemos efectuar, siendo la miseria y las desigualdades el principal problema, la necesaria inducción sobre ellos y sus gobernantes para que, actuando con equidad, desaparezcan los pobres. Que todos y cada uno tengan el suficiente alimento, abrigo y techo. Y que no olviden la educación. —Olvidas tú —dijo el Instructor— que son de naturaleza voluntariosa y ambivalente. A menos que deseemos someterlos completamente, convirtiéndolos en robots sin pensamientos y sin sentimientos, esta inducción no será eficaz ni permanente en aquellos que son de mente y espíritu vigoroso. Y existen no sólo los místicos que practican disciplinas espirituales positivas, sino también quienes utilizan sus poderes espirituales para el mal. De estos últimos, los que no podamos inducir completamente gobernarán a su manera. Bastarían unos cuantos fuertes y malvados para tiranizar a toda una humanidad robotizada. —Entonces retiremos a los malvados —dijo Izar— y aislémoslos. Protegiendo a los sabios y bondadosos, inevitablemente su mundo deberá mejorar.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Lamentablemente en todos y cada uno de ellos, aun en los mejores, son indesligables lo bueno de lo malo. No existen malvados absolutos, ni tampoco humanos totalmente positivos. Hay un axioma que rige para esta humanidad: lo blanco va junto con lo negro, lo cristalino con lo turbio. Son rasgos indesligables. Al aquietarlos, como propone Búden, los haríamos como sus ovejas o sus reses, y si quisiéramos retirar a sus malos, tendríamos que extraer lo malo que hay en todos ellos. —Entonces veamos de acentuar en ellos su amabilidad —dijo el reflexivo Nun—. Ayudémoslos en su adelanto científico para que puedan utilizar mejor sus recursos, pero que este progreso vaya de la mano con el acrecentamiento de su positividad. Así podrán disminuir su pobreza, domeñando al mismo tiempo su malevolencia. —Ya trató de hacerse esto, aunque ustedes no lo sabíais, pues no estaba autorizado hasta ahora para decíroslo. El último intento del Señor de la Luz se cumplió hace dos mil años terrícolas. Ahmé, quien para vosotros constituye una leyenda, fue un personaje real, especialmente preparado y enviado con esa misión a este planeta, y no sólo para espiritualizarlo, sino para morir en él y quedarse. Aún está, transfundido en cuarenta mil hombres sabios y buenos. Pero no parece que cuarenta mil pesen lo suficiente para más de seis mil millones de estos seres. La expresión de los cadetes fue entonces de desilusión. Pasaron largos instantes. Serios, graves y algunos de ellos desolados, no sabían qué decir ni qué pensar. El Instructor vio entonces llegado el momento: —Jóvenes cadetes de esta expedición: habéis sido escogidos para descender en este planeta y prepararos después para decantarlo. Los cuarenta mil humanos mejores resultantes del trabajo espiritual de nuestro venerable Ahmé, necesitan apremiante ayuda para serenar su turbulento mundo. Todos vosotros habéis sido seleccionados como aptos para ello. Pero no podemos obligaros a aceptar. Es preciso obtener nueve voluntarios de entre ustedes. El movimiento fue casi unánime. No nueve, ni quince, ni veinte, sino casi todos se adelantaron. Tan sólo cuatro se mostraron reticentes. El Instructor sonrió: —Gracias, valientes jóvenes. No esperábamos menos de vosotros. Seleccionaremos no nueve, sino dieciocho voluntarios. Y con vuestro aporte, dentro de quinientos años terrícolas este planeta se habrá convertido en lo que puede llegar a ser: un mundo donde reine no la disensión sino la concordia, no la violencia sino la paz, no la pobreza sino la abundancia. Descenderemos ahora en una visita preliminar. Luego regresaremos y en nuestro mundo seréis minuciosamente preparados para retornar y trabajar aquí 66
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 como intensos catalizadores espirituales. Seréis incomprendidos, maltratados y aun sacrificados, pero estaréis preparados para todo ello. Seréis los dignos continuadores de Ahmé, el venerado. El nuevo nombre de nuestra nave, pues yo también retornaré con ustedes, es hermoso y simbólico. Será llamada Esperanza. Carlos Bancayán Llontop Carlos Bancayán Llontop, nacido en Chiclayo, Perú, en l943, es profesor de ciencias, cultiva también la poesía, la narrativa y el periodismo cultural. Ha publicado cuatro libros, tres de poesía y uno de cuentos. Tiene en preparación otro de ensayo y contenido diverso titulado POLIEDRO. Ha recibido diferentes premios y reconocimientos por sus creaciones. Forma parte de la Casa del Poeta Peruano, institución con alcance internacional, de la Asociación de Escritores Lambayecanos –ADEL, del Movimiento Cromolírico TRAZOS y de la Asociación Cultural Amigos de Max Dextre –esta última en recuerdo de un gran poeta peruano–.
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DEUS EX MÁCHINA por José Donayre ombre y ocupación —dijo la mujer, al otro lado de la mesa. Una lámpara en forma de embudo iluminaba sólo a ambos. En la oscuridad, un cuchicheo apenas perceptible (acaso producido por unos tres o cuatro observadores) llenaba la atmósfera.
© Hector Chinchayan
—No recuerdo. —¡Tu nombre! —gritó la mujer. —No recuerdo. —No figuras en ningún registro. ¿Puedes explicármelo? —No puedo; es como explicar las luces locas de tus sienes. —Ja. Bien, digamos que te creo, que olvidaste tu nombre y todo lo relacionado con tu vida… ¿Qué cosa recuerdas? ¿Qué sabes? —Recuerdo diagramas. —¿Diagramas de la máquina? —Piezas que se ajustan al sistema nervioso de un moribundo, poleas de queratina movidas por vapores ocres, engranajes minúsculos que multiplican vertiginosamente imágenes… —Un momento. Vamos por orden. ¿Quién creó estos diagramas? —No lo sé. —¿Quién fabricó la máquina? —No tengo idea. —¿Quién era el encargado de echarla a andar? —¡Por Dios! ¡No sé nada! 68
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Empecemos nuevamente: nombre y ocupación. —No recuerdo mi nombre, no sé a qué me dedico. —Nombre y ocupación. —Entienda, no… —¡Nombre y ocupación! —No lo sé, ¡no lo sé…! —¿Dónde están archivados los diagramas? —Los tengo en mi cabeza. —¡Nombre y ocupación! —No recuerdo, por Dios, entienda. —Número de identidad. —No lo recuerdo. —¿A qué unidad fuiste asignado? —No sé de qué me habla. —¿En qué área te asignaron al cumplir 18 años? —No lo recuerdo. —¿Dónde se oculta tu célula? —No sé de qué me habla. —Empecemos: nombre y ocupación. —No sé, no sé… —Nombre y ocupación. —Créame, no lo sé. —La mujer y el hombre que vivían con usted, ¿quiénes son? —¿Quiénes? ¿De qué me habla? 69
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Qué me dices de esto? —dijo y sacó del bolsillo de su camisa una fotografía—. ¿Los reconoces? —No. —El del medio eres tú. —¿Ese soy yo? —Escucha —lo tomó del cabello—, tengo más paciencia de la que crees, pero… —No reconozco ningún rostro. —¡Quiénes te acompañan! —Yo no soy ése. —¿Cuándo fue tomada? —No tengo idea, yo no soy ése. —¿Tienes sed? —Sí. —¿Quieres dormir? —Sí. —¿Hace cuánto tiempo que no duermes? —No tengo idea. —¿Quieres saberlo? —¿Por qué me tienen aquí? ¿De qué me acusan? —No me has respondido. ¿Quieres saber hace cuánto tiempo que no duermes? —No me interesa. ¡Déjeme ir! —¿Acaso no quieres oírlo? —No, no… Por Dios, déjeme ir. 70
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Hace 20 días, desde que te trajeron. —No, ¡no es cierto! ¡Llegué anoche! —¿Quieres salir? —Sí. —Contesta: nombre y ocupación. —No lo sé. —¿Quién es Gala? —¿Quién? —Ya lo oíste… ¡Gala, Gala! —Jamás oí ese nombre. —Hace 19 días que te lo pregunto. ¡Quién es Gala! —No sé, no sé siquiera qué hago aquí. ¿Quiénes son ustedes? —Para seguir tu juego, digamos que somos tu peor pesadilla. —Por Dios, ¿quiénes son? —¿Recuerdas qué hiciste ayer? —No. —¿Recuerdas mi rostro? —No. —¿Dónde fuiste entrenado? —¿Cómo? —¿Dónde te capacitaron para resistir interrogatorios? —¿De qué habla? —¿Dónde te capacitaron para evadir la realidad? —No entiendo a qué se refiere. 71
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Hace días que te lo vengo diciendo, tengo más paciencia de la que crees. Nombre y ocupación. —No lo sé. —¿Tienes sed? —Sí. —¿Tienes hambre? —Sí. —¿Quieres dormir? —Sí. —¿Quieres terminar con esta pesadilla? —Sí. —Nombre y ocupación. —No lo sé. —Vayamos a lo que sabes… ¿Quieres colaborar conmigo? Prometo ser buena, muy buena contigo. —Sí. —¿Cuándo fueron elaborados los diagramas? —No lo sé. —No lo sé, no lo sé, no lo sé… ¡Basta con eso! ¿Dónde y cuándo fueron creados? —Por favor, dígame ¿de qué me acusan? —¿Quién más sabe de esos diagramas? —Déjeme, ¡déjeme! —¿Quieres morir? —¿Acaso la verdad consiste en llegar hasta las últimas consecuencias? 72
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Te explicaré algo: lo que trato que entiendan, la audiencia y tú, en estos días, sin tregua, es que no vivimos en el mejor de los mundos posibles. —No entiendo nada. ¿Qué lugar es éste? —¿No te has dado cuenta? Es, digamos, un teatro. Mira, estamos sobre un escenario que mide 10 metros de largo por 5 de ancho. Fíjate: arriba están las luces, que cambian conforme nuestras emociones lo dictan. ¿No te has dado cuenta? Más allá de esta luz que nos atrapa hay un gran público que nos sigue en absoluto silencio. Y allí, fíjate bien, está la polea del aparato por donde bajará Dios para el desenlace, más feliz que verosímil, de tu situación trágica. —Mientes. —Quizá. —Pero… pero tiene sentido… Todo esto parece que se tratara de un sanatorio… quiero decir, un retorno, un giro… —¿Cómo? —Este teatro es la medida del desorden de un sistema. —¿De qué hablas? ¡Continúa! —De la medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de espectadores. ¿No me digas que jamás pensaste que nuestra actuación sólo llegaría a uno de ellos? —Aquí yo hago las preguntas. ¿Adónde quieres llegar? —¿Que a dónde quiero llegar? Escúchame, la cadena onírica se puede contemplar no sólo como un entramado de eslabones, sino también como un conjunto organizado de niveles. —Irregularidad en el ritmo cardíaco y en el ritmo respiratorio… ¡Espero que me digas algo que no conozca! —Erecciones del pene y bajo tono muscular, interrumpido por movimientos de pequeños grupos de músculos… ¿Qué más podemos saber, eh? —Nombre y ocupación. —No, no empieces de nuevo con eso; recuerda lo que me prometiste. 73
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Éste es tu sueño más real. Soy tu realidad, tu cura del sueño, tu objeto de deseo… Mírame, ahora estoy aquí, ¿me ves? —Sí. —Estoy sentada frente a un gran espejo. Sobre un largo y angosto tablero de madera, de color gris, hay escobillas, cepillos, peines, horquillas, ganchos, polvos, cremas, un gran pote con talco perfumado, pequeñas latas con vaselina, pinceles, pintalabios, tintes para cabello, esmaltes para uñas y agujas de acupuntura. Ella me observa. Yo la observo. Pero ninguna de las dos te puede ver… Pareces estar vacío… Sin embargo, sé lo que pasa por tu mente. —Según recuerdo, uno de los principios básicos establece que la categorización del sueño en fases es una división arbitraria de un proceso que en realidad es continuo. Durante el funcionamiento de la máquina, la actividad onírica alterna períodos de sueño profundo y de sueño ligero. Son supuestamente cuatro o cinco períodos en los que se pasa de las fases dos, tres y cuatro a otra (similar a la uno). Ese principio se mide de acuerdo con las leyes de la probabilidad. Por ello, los sueños se deben concebir como una medida de la libertad de elección implícita en la selección. A medida que aumenta la libertad de elección de un sueño, disminuye la probabilidad de que sea elegida una determinada imagen. De acuerdo con la ley que gobierna a la máquina, en los sueños profundos existe una tendencia hacia un estado de desorganización o caos, que se produce sin ninguna intervención o control. —¿Y cuál es el resultado? —Intuyo que el orden es lo menos probable, y el caos, lo más factible. La máquina cuenta con mecanismos de control que mantienen el orden y contrarrestan la tendencia natural hacia la desorganización. —¿Cómo fluyen los sueños? —De un nivel trófico a otro. Cuantos más pasos se produzcan, el sueño se vuelve más oscuro y material. —Y ¿cómo el contenido latente del sueño se transforma en una experiencia consciente? ¿En un contenido manifiesto? —Descubrí que un sueño se conserva en cualquier interacción, entre un sistema y su entorno, pero no pone limitaciones a otras formas de intercambio. Al comienzo, cuando la máquina materializaba un sueño, era necesario desprender los elementos del entorno, a través de aletas o rejillas de sensibilización situadas en la parte trasera. Esta posibilidad fue formulada de for74
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ma rigurosa: el sueño no puede fluir de un escenario a otro sin que se plantee una lógica. —Y ¿qué sucede si la máquina alcanza una configuración de máxima entropía? —Ha alcanzado simplemente el equilibrio. En otras palabras, como ya lo mencionaste, Dios está preparado para bajar, apenas desaparecen las ondas alfa y se inicia una actividad de bajo voltaje y de frecuencia variante. La naturaleza de la máquina parece preferir el desorden y el caos. Recuerda que está gobernada por un principio básico: la simbolización de la realidad, una vez que un sueño se expande y se condensa en un cilindro equipado con un pistón móvil. Más allá del significado, más allá del absurdo, el mundo existe, y mi función, como creador, es (o fue) lograr la apariencia de las cosas, apenas se manifiestan los husos de sueño y algunos picos de alto voltaje. Luego, cuando aparecen las ondas delta… —Ahórrate estas especulaciones… Continúa con las especificaciones técnicas. —Ten en cuenta que lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno: la máquina, realmente, no es ni será jamás forma ni sustancia —Basta de tonterías. —Todo sueño —incluso el materializado—se enfrenta a lo físico. El sueño ante la realidad y la libre expresión del pensamiento trasciende la metáfora del sistema límbico. —¡Me estás sacando de mis casillas! —Bien, bien… El funcionamiento de esta máquina no es complicado, sino contradictorio: cuando el pistón se encuentra en el extremo izquierdo del cilindro, el plasma onírico entra por el cabezal de la válvula, a través del orificio hacia la parte izquierda del cilindro. La posición de la válvula deslizante de corredera permite que el plasma ya utilizado en la parte derecha del pistón escape por el orificio de expulsión. El movimiento del pistón acciona un volante, que a su vez mueve una biela que controla la válvula deslizante. Las posiciones relativas del pistón y la válvula deslizante son reguladas por las posiciones relativas de los puntos en que están acoplados el cigüeñal y la biela de la válvula de deslizamiento al volante.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Continúa —dijo y abrió violentamente su camisa: dos enormes y redondas tetas emergieron bajo el cono de luz. Dio dos pasos, lo tomó del cabello y refregó su rostro contra sus pezones—, quiero más detalles.
© Hector Chinchayan
—El vapor que se encuentra en la parte izquierda del cilindro se expande y desplaza el pistón hacia el punto central del cilindro. Al mismo tiempo, la válvula se mueve a su posición de cierre, de forma que el cilindro queda estanco y no pueden escapar ni el vapor del cilindro ni el de la caja de válvulas. Pero estoy algo confundido, creo que… —¡He dicho que más detalles! —aulló y levantó la vara y la estrelló contra el muslo derecho del individuo. —Según se mueve el pistón hacia la derecha, a causa de la presión del vapor en expansión, la caja de válvulas, que contiene vapor, se conecta al extremo derecho del cilindro. En esta posición, la máquina está preparada para iniciar el segundo tiempo del ciclo de doble acción onírica. —Así, muy bien —y volvió a ofrecerle sus pezones. —Por último, la válvula cubre de nuevo los orificios de ambos extremos del cilindro y el pistón se desplaza hacia la izquierda, empujado por la expansión del vapor en la parte derecha del cilindro. —Y ¿qué hay de la válvula? —preguntó con los ojos consuntivos. —Es un tipo de válvula simple de deslizamiento. Tiene la ventaja de ser reversible, o sea, que su posición relativa al pistón puede variarse cambiando la porción de la excéntrica que las mueve. Cuando se mueve la excéntrica 180 grados, puede invertirse la dirección de rotación de la máquina. —Entiendo —dijo, suspiró y levantó su falda. —Pero debes saber que la válvula de deslizamiento tiene un buen número de desventajas. Una de las más importantes es la fricción, causada por la presión del vapor onírico en la parte posterior de la válvula. —¿Qué se debe hacer? —subió a un taburete y colocó el vello oscuro de su entrepierna a la altura de sus ojos.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Para evitar el desgaste que causa esta presión, la válvula de la máquina debe fabricarse en forma de un cilindro que encierra el pistón, con lo que la presión es igual en toda la válvula y se reduce la fricción. De hecho, intenté otros tipos de válvulas, para que el vapor no presione directamente la parte posterior, pero el resultado no fue el esperado. —¿Se trató sólo de una ensoñación? —acercó el pubis a su rostro y gimió. —Así es. Como te decía, la unión entre el pistón y la válvula que suministra el vapor es muy importante, ya que influye en la potencia y la eficiencia de la máquina. Cambiando el momento del ciclo en que se admite vapor en el cilindro, puede modificarse la cantidad de compresión y expansión del cilindro, con lo cual se consigue variar la potencia de salida de la máquina. —¿Cuál es la importancia de los mecanismos de distribución? —levantó la vara y golpeó sus nalgas varias veces. —Desarrollé varios tipos de mecanismos de distribución que unen el pistón a la válvula, y que no sólo permiten invertir el ciclo, sino también un cierto grado de control del tiempo de admisión y corte de entrada del vapor. Los mecanismos de distribución por válvulas son muy importantes para sortear los movimientos oculares rápidos. El esfuerzo alcanza su punto máximo cuando el sueño se hace ligero y es menor cuando se vuelve profundo. —Ligero y profundo, ¡claro! —Una variación de la máquina es el volante accionado por el cigüeñal del pistón. El volante convierte los distintos deseos inconscientes del cilindro en un movimiento continuo hacia la materialización, debido a su inercia. Esto permite obtener un flujo constante de potencia, que echa al suelo cualquier censura, represión o tabú. —No te detengas, sigue complaciéndome… —Pero hubo otras propuestas… —Me pica la curiosidad. No te detengas. —En un diagrama preví una máquina de un solo cilindro. En este caso la máquina puede detenerse cuando el pistón se encuentra en uno de los extremos del cilindro. Si el cilindro se encuentra en esta posición, es porque el centro nervioso (que alberga innumerables terminales oníricos) se encuentra en punto muerto y no puede arrancarse.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Cómo se elimina? —soltó la vara, bajó unos centímetros y se dejó penetrar. Suspiró hondamente. —Este diseño cuenta con dos o más cilindros acoplados, dispuestos de tal forma que la máquina puede arrancar con independencia de la posición de los pistones. La manera más simple de acoplar dos cilindros de esta máquina es uniendo los dos cigüeñales con el volante. —¿Es posible que una ley científica determine las orillas de la noche o que confirme la ruta de un péndulo que dibuja un signo oscuro? —Para conseguir un equilibrio mayor, trabajé el boceto de una máquina de tres cilindros en el que las manivelas de éstos se colocan en ángulos de 120 grados. El acoplamiento de los cilindros no sólo elimina las dificultades de arranque, sino que permite diseñar plantas de generación con un funcionamiento más fiable. —Pero los sueños, no obstante los sueños, aunque los sueños echen raíces en los deseos… —Los cilindros de una máquina compuesta, a diferencia del de una de un solo cilindro, pueden mantenerse próximos a una inconsciencia uniforme, lo que aumenta la eficiencia de la máquina. —Cualquier palabra ensombrece el silencio de nuestros cuerpos azules y el humo de nuestro tacto se dilata en la pesadilla de un ángel guardián y asesino. —Un avance de mis proyectos fue la máquina de flujo unidireccional. Este prototipo utiliza el pistón como válvula; todas las partes del pistón permanecen al mismo nivel etéreo cuando la máquina está en funcionamiento. En este modelo, la materia onírica se mueve sólo en una dirección mientras entra en el cilindro, hasta que se expande y abandona el cilindro. —¿Cómo detenerme en ti sin hacerte daño con mis dedos venenosos? —Este flujo unidireccional se consigue utilizando dos conjuntos de orificios de entrada en cada extremo del cilindro, junto con un único conjunto de orificios de salida en la parte central de la pared del cilindro. La corriente de sueños que ingresa por los dos conjuntos de orificios de entrada se controla con válvulas separadas… —Uno frente al otro, sin testigos aparentes, sin treguas, sin más señales que las líneas de nuestras manos…
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Las ventajas inherentes a este sistema son muy considerables porque este diseño se puede utilizar en grandes instalaciones, si bien su creación supone un esfuerzo mucho mayor que el de los otros modelos. Una virtud de esta máquina de flujo unidireccional es que permite un uso eficiente de la materia onírica a altas presiones dentro de un único cilindro, en lugar de requerir un cilindro compuesto. —Nos abrazamos a morir y los objetos desaparecen uno tras otro. —Ahora recuerdo. ¿Continúo vacío? —¡Nombre y ocupación! ¡Nombre y ocupación! —chilló la mujer cubierta por perlas de sudor, mientras se separa del individuo. Creo que esa noche nadie me vio golpear a la guardiana de mis sueños, saltar la verja electrificada ni correr por el pasaje maloliente que separa el mundo de ese teatro absurdo. En esos breves minutos, me sentí eufórico, no sólo porque me había librado del deseo de un deseo malsano, sino también porque conseguí burlarme de mi peor pesadilla. —¡Nombre y ocupación! —Ahora es imposible soñar ni siquiera cuando la propia música no es sino un sueño. —Es todo por hoy —dijo a los autómatas—. Ha vuelto a escapar. Mañana continuaremos… © José Donayre José Donayre Hoefken (Lima, 1966) estudió Literatura y Lingüística en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Ha publicado las novelas LA FABULOSA MÁQUINA DEL SUEÑO (1999) y LA TRAMA DE LAS MOIRAS (2003), y el libro de cuentos ENTRE DOS ECLIPSES(2001). Algunos de sus cuentos y poemas han aparecido en antologías y suplementos culturales. Ha sido editor de revistas de turismo, y profesor de cursos relacionados con periodismo, publicidad y literatura. Alimenta actualmente los weblogs Comienzos para Bulldozers (http://comienzosparabulldozers.blogspot.com) e Hidrópica Mirada (http://hidropicamirada.blogspot.com).
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LA MÁQUINA DE TIEMPO por Juan Rivera Saavedra
–Q
uiero que me lleves a la calle, al cine, a un restaurante, a cualquier parte. Estoy harta de estar encerrada dentro de estas cuatro paredes. Me aburro.
—Tan pronto termine con mi máquina de tiempo —dijo el sabio mientras ajustaba algunos pernos y tornillos al monstruo de acero. —Ya estoy harta de oír siempre lo mismo y no ver ningún resultado. —He logrado transportar algunos objetos al pasado —afirmó muy feliz el sabio—. Sólo que me falta transportarlos al futuro. —Lo siento. La máquina puede esperar pero yo no. —Un año más querida, y te juro que... —No puedo esperar más. Un año que pasa es un año que pierdo. Y pasado los cuarenta, el tiempo vale doble para una mujer. —¡Lo recuperaras con creces! Con esta máquina podremos... —Hasta ahora no he visto ninguna prueba. Luego, tengo derecho a desconfiar. Así que, o me sacas en este momento o me marcho y no vuelvo más. —¡Espera! ... Te haré una demostración. Pero eso sí, si da resultado, ¿me prometes esperar hasta que termine con ella...? —Te doy mi palabra. —¡Perfecto!...No te arrepentirás. Súbete a esa plataforma. Te voy a enviar al pasado. La mujer lo miró con desconfianza. —Mejor súbete tú —le dijo—. —Como quieras querida. El procedimiento es muy sencillo. Yo me subo a la plataforma , tú aprietas este botón y desaparezco. Luego, dejas pasar cinco minutos, y luego aprietas este otro para el regreso. ¿Entendido? 80
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Entendido. El profesor subió a la plataforma, su mujer apretó el primer botón y su marido desapareció como por arte de magia. Entonces la mujer se impacientó y pensó que estaba perdiendo el tiempo. Tomó su cartera, salió y en la calle se dio con la sorpresa de que había sido transportada al pasado. © Juan Rivera Saavedra Juan Rivera Saavedra, escritor y dramaturgo peruano, narrador de cuentos desde niño. Las hojas de sus libros si las colocáramos una tras otra darían la vuelta al mundo. Porque tiene escrito: 170 obras de teatro, más de 500 cuentos, guiones para televisión, ensayos, artículos, cartas de amor y uno que otro anónimo.
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A DONDE VAN LAS ALMAS por Giancarlo Stagnaro ada vez que alguien comienza un relato, de la dimensión que sea, está tomando posición, es decir, se sitúa en una perspectiva determinada. Digamos que ello a primera vista resulta decisivo para los fines del relato; en este caso –y espero que no lo tome a mal– hallar esa posibilidad quizás no merezca mayor importancia. En realidad, encontrar una perspectiva para lo que voy a contar puede ser tan relevante como no. Puede sonar a indiferencia, pero creo justamente que en esa irrelevancia está el secreto de lo que voy a contarle, o lo que sea más parecido a él. Debo confesar que esta experiencia resulta nueva en todo sentido para mí. Esta piel, este lenguaje. Toda mi vida –incluso en la anterior a la presente– he contado historias. Las he narrado de todos los modos posibles, incluso la misma historia, en muchos antros no tan higiénicos como éste. En fin, estamos en esta situación. Yo le cuento y usted me escucha. Usted pensará: pero qué disparates me está diciendo este tipo. Y yo seguiré relatando, no importan sus objeciones o apuntes. No me impresionan sus observaciones y tampoco espero que le atormente mi experiencia. Trataré de ser lo más sincero posible, porque siento que ya es momento de que cuente lo que he visto y lo que sé. Ahora, supongo que en su calidad de profesional, iniciar esta clase de relatos implica un grado de confianza. Algo que no sé si funcionará en este caso, que bien podemos ambos tener. Sin embargo, hasta la mente más perspicaz debe referirse a mis antecedentes. Y usted no creerá del todo mi testimonio, porque sus archivos no se refieren a mí en términos en los que la ciencia médica define como sanidad. Francamente lo dudo. No: su compromiso ético se lo impide. Jamás se dejaría seducir por el testimonio de un desquiciado, entonces, ¿por qué escucharme? Seguro sus camaradas ya le habrán comentado las historias que relato. Perturbadoras. Por eso soy interesante, porque soy un caso único aquí, en medio del resto de maniáticos que apenas pueden balbucear unas cuantas vocales. A todos nos seducen las historias, no se crea que ustedes son los únicos. ¿Sabe por qué? Gracias a ellas nos diferenciamos de los demás objetos. Una nube en forma de conejo no puede contar su historia, no sabe por qué tiene esa forma. Pero nosotros sí podemos especular. Unas ruinas o una enana ro82
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ja poseen una historia detrás que nuestra curiosidad no puede resistir. Por favor, le agradecería que me invite esa bebida que ustedes llaman café. Me recuerda los días en que cumplíamos misiones en el sistema de Andragkar, cuando llevábamos mercadería de contrabando. Pobres seres, cuánto soportaban por la paga que les ofrecíamos. Una minucia. Se drogaban para mantenerse en sueños que los volvían inmortales. Habían conectado sus mentes a un sistema que los devolvía a un pasado esplendoroso, más allá del tiempo y del espacio, cuando dominaban aquel sector los poderosos emperadores habertianos, que tenían la costumbre de empezar sus rituales con una bebida muy semejante en textura y sabor a la que acabo de probar. Sus descendientes, que encontraron la decadencia, habían compuesto odas a aquella ambrosía de la cual no podían gozar más. Pude alcanzar a probar el néctar de manera virtual y definitivamente entendí por qué había caído aquella civilización esplendorosa. Cada vez que arribo a un mundo diferente suelo conocer sus secretos, las razones de su cultura. No sé, es como una intuición que surge inexplicablemente, como si todo me fuera dado de golpe. Pobre raza los habertianos, envueltos en sus enredadas interfases neuronales y añorando un pasado inexistente. Después no les fue bien en sus tratos con la Hermandad y fueron exterminados como moscas. Mencioné que mi trabajo era comerciante. En realidad, me desempeñaba como piloto de segunda clase a sueldo. Me gradué en la academia con honores, no con los que hubiera querido, pero me gradué, al fin y al cabo, y eso es lo que importa. ¿Se imagina manejar esos cargueros inmensos, cubrir la distancia entre Matkaeria y Loghar en menos de 20 años luz? ¿Marcar un récord de navegación entre el noveno sector y el decimosegundo? Necesitas lo que se llama precisión, el cálculo adecuado entre salto y salto. Si me equivocaba un ápice, podía chocar con un quásar o un asteroide y quedar convertido en polvo interestelar para siempre. No se puede fallar así. Era un buen piloto, eso decían mis papeles, pero no era un gran piloto, como hubieran querido mis parientes rombusianos. Ese mundo sí es cuna de grandes navegantes interestelares. Con decirle que ahí se concibió al gran Tarmekharqueriondos hace ya más de dos milenios y medio. Por eso son tan exigentes. Está bien, no más rodeos ni referencias que no conoce. Voy directo al grano. El hecho es que a mi tercera década –en la segunda había tenido experiencia de contrabandista– ya era piloto de una de las rutas más impor83
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 tantes de toda la Galaxia, la ruta del vigésimo quinto al duodécimo sector. Qué ruta para sencilla, sin cinturones de asteroides o nebulosas de hidrógeno. A veces los capitanes te hacían unas pequeñas correcciones, pero eran mínimas, sólo ajustes en el curso de la nave. El salto para mí era cosa simple; no demandaba demasiados riesgos. Los capitanes eran bonachones y cuando llegábamos al sistema solían compartir el contrabando, sobre todo de bebidas, con nosotros. Algunos bajaban con mascarillas de metanol; como sabrás, nosotros los rombusianos somos resistentes a cualquier atmósfera que incluya dos átomos de oxígeno por lo menos. Si no, apelamos a la mascarilla o, en todo caso, nos quedamos en las naves apostando o alguna otra tontería de a bordo. Entonces, que me lleve el gran hoyo negro, nos solicitan. No sé por qué ni cómo habían oído hablar de mí, de mis notas en la academia, de mi trabajo. Yo ganaba lo suficiente, algo así de 500 por ruta. Para ser navegante de un carguero que transporta sustancias atenuantes de conciencia, que no se ha comprometido aún y que no aspira sino a trabajar para que otros puedan vivir placenteramente, no me puedo quejar. De repente me convocaron. Hasta ahora no sé la razón, no me puedo explicar cómo ni cuándo... Lo cierto es que la Hermandad sabía todo sobre mí, absolutamente. La Hermandad deambula por ahí, no blasfeme ni piense mal de ella. Ellos están ahí, atentos y vigilantes. Tenga sumo cuidado de lo que haga y diga. Ellos no son inmortales, son la eternidad misma. Son muy meticulosos en sus asuntos. Sus agentes, los visibles, me condujeron hacia un planeta desierto, no recuerdo bien en qué sector. Allí sólo había hangares, los más numerosos que haya visto en un puerto espacial. Me asignaron un crucero gigantesco. Nunca había visto uno de tales proporciones. Su color plateado intenso indicaba que pertenecía a otra jerarquía de transporte espacial. Por dentro, era un sueño. Nunca había visto una cabina así. Luces intermitentes por todos lados; los sistemas de navegación parecían vivos; la computadora parecía fácil de maniobrar. Si uno tiene una nave así, puede jubilarse anticipadamente. Si la cabina era fabulosa, uno puede figurarse lo que era la nave por dentro. Una maravilla en milenios de navegación hiperespacial. Qué buena esta bebida, realmente a uno lo pone en otra cosa. Salud. Cuando vuelvo sobre mis pasos para seguir recorriendo la nave un poco más, me encuentro con ella. Era uno de esos seres que controlan la mente... A veces se me aparece en sueños, como un fantasma. Se les conocía como las damas Ekhtar. Una de ellas. Su rostro sin cabello y estirado hacia atrás, con atuendos luminosos de tonalidades púrpuras y rosáceas... y sus ojos, su mirada impregnada de designios insondables. Mirar en ese par era como ser 84
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 observado por un abismo infinito. Definitivamente, no me la esperaba ahí, no aún. Nunca los había visto, es decir, me habían hablado infinidad de cosas que ocurren en el espacio –los verdaderos navegantes interplanetarios, cuando se ponen a beber bebidas más fuertes que ésta, inventan inmensidad de cosas–, pero jamás me había enfrentado a algo así. Esa cosa era inmensa y no abrió la boca una sola vez, en absoluto, ni una palabra. Sólo me dio una especie de llave que activaba el ordenador central del crucero. Ya me habían advertido algunos colegas. Yo pensaba: ¿qué tal si esta dama se enfurece y se le ocurre, en medio del salto, dejarme como basura hiperespacial? Debo confesar que los nervios me traicionaban. Sólo atiné a respirar hondo, pero casi destruyo el sistema principal cuando ingreso el código (lo erré a la primera). La computadora me dio las instrucciones: quincuagésimo sector, sistema noveno, estrella unitaria, tercer planeta. Civilización prehiperespacial. Los datos de una cultura ínfimamente primitiva se desparramaban por la pantalla. Demonios –me decía–, vamos a observar a unos chiquilines... Pero con la dama Ekhtar detrás mío, siguiéndome, respirando en mi nuca, controlando mis movimientos por más inocentes que fueran, no podía creer que se trataba de mera rutina. Debía ser sumamente importante, tanto que no podía decirlo; si sacaba a relucir mi miedo seguramente me reduciría en miserables partículas de hidrógeno. El viaje fue espeluznante, en serio. El mejor y el peor que he realizado. Hubo tres saltos, todos calculados con precisión micrométrica. Nunca me había concentrado tanto en ellos. Nunca los había hecho mejor. Pero la sensación de que me iban a hacer añicos no me dejaba tranquilo. Arribamos, pues, luego de algunos momentos de tensión. El cinturón de asteroides no fue problema, tengo experiencia en esos menesteres. En realidad, para pasar esa franja hay que comportarse como si fuera una de esas rocas infames, ése es el secreto. Al aproximarnos a la órbita del tercer planeta, me llevé un sobresalto. Tenía un satélite de un sexto de su tamaño. ¡Un sexto!, ¿lo puede creer? Era inmenso. Las lecturas de la computadora no erraban. Hice rápidamente unos cálculos; los otros planetas tenían satélites más normales. El planeta se parecía mucho al mío, aunque era más azul... Rombusia tiene dos lunas, pero aquel satélite me parecía un exceso. A veces la Hermandad tiene unas cosas. Entonces escuché una voz. Era ella obviamente. Era, cómo le explico, candorosa, pero a la vez sibilina. Definitivamente yo era un subnormal a su lado. Escuché un susurro: Aproxímate al satélite. Cambié a control manual y suavemente desplacé el crucero hacia el extraño planetoide. Era muy feo: los 85
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 meteoritos, el gas de los cometas y la luz de la estrella (el resplandor era muy fuerte, por lo que acentué la intensidad de los paneles antisolares) habían destrozado su superficie. Era un contraste con el planeta, que parecía adornar el horizonte con su intenso color azul. Ahora espera un momento, volvió a susurrar la voz. De pronto vi que un contenedor aparecía ante nosotros y rápidamente se movía en nuestra dirección. Yo estaba como inmovilizado. Presentí que el contenedor había ingresado a la nave y sabía que la dama Ekhtar lo había dirigido mediante algún truco telepático. —Ven aquí, vas a querer ver esto —me dijo. Curioso, pero a la vez preocupado por mi suerte, salí de la cabina cautelosamente. Cuando bajé al primer nivel, el contenedor rezumaba vapor frío. La dama Ekhtar no movía un labio, pero yo sentía sus palabras en mi mente. Me tranquilizó. —Nosotros necesitamos pilotos como tú. Esto demanda mucha energía de nuestra parte. Discúlpeme, pero yo no creo que sea.... Sólo observa y escucha —me dijo, reprendiéndome con dulzura, como lo haría un adulto con un infante. —Muy pocos seres materiales saben lo que es la Hermandad. La Hermandad ha creado y dirigido esta Galaxia y muchas otras. Ellos conocen el ciclo de la vida y de la muerte, del movimiento y de lo inerte, porque nuestros cuerpos no sólo son vehículos de nuestro espíritu, como esta nave que nos cobija o este contenedor aquí a nuestro lado. Nuestros cuerpos nos permiten conocer el cosmos y sus más profundos secretos. La Hermandad nos protege y nos cuida, nos enseña a crecer más como seres inmateriales. Por eso a veces solemos reprender a aquellas criaturas que creen ser más que nosotros, pues ello genera un disturbio en el ciclo natural de las cosas. —Recordé a los pobres habertianos y su bebida fabulosa. La dama Ekhtar prosiguió: —Lo que ves aquí son los corpúsculos inmateriales de los habitantes de ese planeta. Ellos los llaman de una manera singular: almas. Interesante definición —Ella extrajo del contenedor un recipiente ovalado que cargó suspendido en sus brazos—. Si yo toco esto con mis manos, los corpúsculos pueden desvanecerse y quedar atrapados en la materia para siempre —dijo suspirando—. Ahora, acompáñame —ordenó. Cuál sería mi asombro cuando ascendimos hasta el tercer nivel de la nave de un impulso. Ella había usado su telepatía una vez más, mientras yo contenía la respiración. Imaginé que me iba a estrellar contra las paredes.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —A esta parte nunca ha llegado ningún ser material —dijo—. No permitimos a los de tu clase llegar hasta aquí. Ellos sólo conducen las naves. —Entonces, ¿por qué me deja venir con usted? —le pregunté. Cuando esperaba una mirada fulminante de su parte, ella respondió: —No te preocupes ni por el pasado ni por el futuro. Intrigado por su respuesta, no obstante, seguimos caminando. El silencio se volvía impenetrable y la luz comenzaba a desaparecer. Yo sólo sentía el ruido de mis pasos en el suelo metálico. La dama Ekhtar jamás tocaba el suelo. Avanzamos por un largo y oscuro túnel, iluminados tan sólo por la luz que emanaba del recipiente. ¿Cuántos corpúsculos cabrían allí?, me preguntaba. —Hay millones —contestó la dama Ekhtar—, pero sólo uno. Después de eso ya no quise pensar y puse mi mente en blanco. —Sólo observa y escucha —respondió la entidad que caminaba delante mío. —Aquí es donde vienen a parar las almas, los seres inmateriales —me dijo, y un inmenso resplandor nos iluminó de repente. Era una máquina tremenda. Con razón tenía esas dimensiones, me decía yo. —Esta es la puerta que une el mundo material con el inmaterial —dijo Ekhtar—, a la Hermandad con su creación. Por alguna razón ya no tenía miedo. Sólo estaba asombrado terriblemente de lo que veía ante mis ojos. De la máquina salía una música formidable, parecía tocada por seres divinos o algo así. Ni las puestas de los tres soles en Bakura se parecían a algo semejante. —Nuestra labor es recolectar todos los seres inmateriales de esta Galaxia y llevarlas ante esta puerta cósmica —explicó la dama Ekhtar—. Por eso tenemos, gracias a la Hermandad, estos dones especiales, que demandan mucha energía de nuestra parte. —¿Y qué hacen exactamente con los incorpóreos? —pregunté, aún anonadado por el espectáculo. —Los colocamos en la máquina y le otorgan su energía a la Hermandad. Durante sus vidas materiales, estas criaturas vivieron de acuerdo con las leyes del bien y del mal, del deseo y del dolor. La Hermandad creó esas leyes 87
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 para controlar sus existencias. La Hermandad los hizo limitados en carne, pero infinitos en espíritu. Algunos creyeron que eran más una cosa que otra, pero todos desearon por igual. Son estos deseos los que, al momento de dejar la existencia carnal, se depositan en sus almas. Son estos deseos los que finalmente permitan que la Hermandad continúe con su labor ordenadora del cosmos. La Hermandad los ha creado con la finalidad de vivir nosotros eternamente. Eso es lo que reveló la dama Ekhtar. Sus palabras aún me asaltan. Todo esto puede parecer una quimera, pero no lo es, no proviene de mi imaginación. En esos instantes, detrás de sus palabras resonó una música estruendosa. Al principio me invadió una sensación agradable, pero de la máquina comenzaron a surgir miríadas de luces que pronto cobraron una violencia desgarradora. Una impotencia desesperante se abatió sobre mí. Aquella sinfonía del horror me había obligado a caer y el vértigo se apoderó de mi visión. Sentí como si me hubieran arrojado a la oscuridad del espacio, en un lugar sin nombre. Cuando desperté, el satélite se cernía ondulante sobre mí. Unas formaciones puntiagudas interrumpían mi visión del cielo. Podía respirar sin problemas. Me incorporé, estaba asustado, no sabía dónde me hallaba... poco a poco recordé. Aún resonaban los ecos de la melodía infernal, pero me di cuenta que al menos estaba con vida, en este tercer planeta, con ese ominoso satélite colgando encima mío. Mis implementos habían desaparecido. Mi garganta estaba seca. Comencé a deambular por el territorio. Se escuchaban numerosos ruidos. Finalmente llegué a una suerte de arroyo. Palpé el líquido, felizmente tenía oxígeno suficiente para reanimarme. El planeta no estaba del todo mal, después de todo. Al parecer podía adaptarme a su ecosistema. Me acerqué más al arroyo con la intención de refrescarme, pero al verme reflejado en la corriente me percaté que mi rostro no era mi rostro y mi piel no era mi piel. El pánico se apoderó de mí, comencé a correr, a perderme en la espesura. El calor de la noche era sofocante, la pesadez de mi nuevo cuerpo, mi conciencia desequilibrada, el sonido que retumbaba entre los árboles, y luego un punto confuso... —Disculpe, ¿dijo usted árboles? —¿Cómo? —Usted dijo que corrió entre los árboles. Usted sabe lo que son. —Por supuesto. 88
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Y cómo un ser que supuestamente viene de otro planeta en una nave espacial impresionante, después de haber recorrido millares de kilómetros hasta este apartado rincón del universo, y que recolecta los espíritus de los muertos para almacenarlos como forma de energía, sabe lo que es un árbol? —Intuición, como ya dije. Nosotros los rombusianos... Oh, eso sería mucho explicar. Cuando desperté en vuestra superficie, supe que me habían dotado de una base de datos acerca de cierto conocimiento mínimo de las formas de vida de este planeta. En otras palabras, antes de adquirir esta apariencia, me implantaron en alguna parte de mi cuerpo un dispositivo de información básica. Así puedo recuperar alguna data indispensable. De igual manera se usa con aquellas naves a las cuales se les hace seguimiento. Se les coloca un mecanismo que supervisa sus rutas. Igual que a los individuos. Me parece que, a pesar de su tecnología rudimentaria, estos aparatos se conocen acá. Así como aquella música infernal, que está por todos lados. —¿A qué música se refiere? —A esa sinfonía que ustedes conocen como La canción de la alegría. Irónico, ¿verdad? La que compuso un tal Beethoven. Lo que sonaba en el crucero de la dama Ekhtar. Infernal ruido, y a eso ustedes lo llaman arte... Desconocen todo. Ellos, los genios de este mundo, los innombrables, son miembros de la Hermandad y tanto sus almas como la mía les sirven de alimento. Es el símbolo de su poder. Quizás la dama Ekhtar me envió de emisario para contarles esta buena noticia; quizás me castigó por haber visto demasiado. Lo único que sé es que estoy atrapado aquí y, al parecer, no tengo salida. ¿Qué me dice, doctor? ¿Le parece verosímil mi historia? —Usted ha leído y visto mucha ciencia ficción —sentenció el analista. Cuando salió, la oscuridad del sanatorio seguía igual. © Giancarlo Stagnaro Giancarlo Stagnaro Giancarlo Stagnaro Ruiz (Lima, 1975). Aficionado a la ciencia ficción desde los ocho años, si no antes. En 1990, publicó el libro de relatos HIPERESPACIOS (Concytec). Estudió en las universidades Católica y de San Marcos. En esta última culminó sus estudios de Literatura. En 1998, colaboró con la página cultural del diario El Comercio. Desde 2002 trabaja en el diario oficial El Peruano y actualmente se ocupa de la sección cultural y del suplemento IDENTIDADES. Es, asimismo, codirector de la revista virtual El Hablador (http://www.elhablador.com).
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AMBOS ESPERABAN por José B. Adolph mbos esperaban. Se habían sentado, cuando aún era oscura madrugada, en el sofá dirigido hacia la ancha puerta-ventana. Se sentían protegidos. No lo estaban, y lo sabían. Pero pensaban que podrían verlo o escucharlo antes y eso era percibido como una pequeña victoria. Ni él ni ella recordaban con exactitud cuándo habían sentido, más que sabido, que algo se aproximaba. Primero había sido una intuición que se fue convirtiendo en sospecha. Al paso de los días o semanas, esta sospecha se había transformado en certeza, quizás en obsesión. Por alguna razón o sinrazón como hoy vendrá se dirigieron en esta madrugada desde su insomnio compartido al gran sofá que era gris durante el día y que desaparecía en la negrura de la madrugada. Les habría parecido una blasfemia o un escarnio encender luces. Recordaban un pasado de haberse amado y odiado en violenta alternancia. Eso era importante aún, pero se ahogaba en la angustia que había estado creciendo durante los últimos tiempos. Una sombra, eso es lo que crecía en su lugar y si todavía hablasen más allá de lo indispensable hubieran añadido irresponsablemente en el horizonte. Por eso estaban sentados en el gran sofá mirando en esa dirección, esperando. Algo en ellos aún creía que venía de algún dónde diferente; ¿y acaso lo que viene de otro dónde no aparece primero en el horizonte? Pero quizás no se aproximaba desde otro dónde sino desde otro cuándo. Ni siquiera osaban reflexionar sobre el qué. El silencio pesaba. Lo sentían como un silencio universal, aunque quizás sólo fuera que les había asaltado una sordera universal. Les bastaba con la idea, quizás errónea, de que, al llegar, traería un sonido propio que llenaría todas las oquedades, todos los silencios. Y luces: traería luces nuevas, pero esto probablemente no era sino otra esperanza nacida del terror. ¿Olores? Habían reprimido su recuerdo. ¿Tacto? Desde que dejaron de tocarse, nada podía tocarse. 90
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Lo que apareció en el horizonte fueron, sí, luces. ¿Sintieron alivio o decepción al descubrir que era el habitual anuncio del sol? Ambos, hay que suponer. Alivio porque decía un día más. Decepción porque decía un día más. Pero con ese sol frío y sin emociones resurgió la callada pregunta ¿qué?. Ni siquiera ¿por qué? y menos aún ¿para qué?. Ese tipo de inquietudes había muerto hacía tiempo. Su única certeza restante era que ya estaba muy cerca. Y que era muy grande. Definitivamente grande. Dicen que uno se acostumbra a todo. Naturalmente eso no es verdad. De pronto, ella dice o pregunta: —Café. Se levanta, sale y él escucha (roto el silencio sólo para eso) ruiditos de cocina. Al cabo, olores: sobre una bandeja, dos tazones humeantes. Él coge uno, casi se quema la mano (¡sensaciones!) e intenta sorber un traguito. ¡Lo logra! Voltea a mirarla, porque no había dejado de otear el horizonte. Esa mirada pregunta si no todo está perdido. Ella sonríe tristemente. Niega con la cabeza. En realidad, también él sabe que su pregunta era absurda porque el peso de lo que viene puede ser engañado por momentos pero nada más. El peso y el tamaño y su ausencia de color. Entretanto el sol ha aparecido a espaldas del edificio e ilumina los techos sucios, las desesperadas gaviotas y, hacia el oeste, el mar demasiado brillante. Como es lógico, hoy todo resulta excesivo. Hasta la breve, informal esperanza despertada por el café. Algunas veces especulaban, al principio de lo que sin mayor vergüenza llamaron el proceso. Después de todo, entonces sólo era una sensación −sorprendente más que ominosa− y parecía dejarse analizar. En resumen: una sensación sorprendente cada vez más ominosa. El fin del mundo ¿es una suma de fines del mundo? —Claro que sí —aseguró él. —¿No un suceso único, universal, igual para todos? El había estallado en carcajadas.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —La última derrota de la democracia. Pero no sabían. Nunca se ofreció detalles. Dejaron de pedirlos. Después de todo, ¿qué importaba? El fin de uno siempre es el fin de todos. —Ególatra —murmuró ella, sonriendo. Y también: −No piensas en ellos. En los otros. En las futuras generaciones. En el ecosistema. —A la mierda con los equilibrios. El ecosistema sólo sirvió para facilitar que todos asesinen y devoren para vivir. ¡Qué linda que era la naturaleza! ¡Qué bondad la de la creación divina y/o evolutiva! ¡Manga de cabrones, el ecosistema y sus subproductos! Dios inventó el capitalismo natural. Todas esas conversaciones fueron muy amenas y produjeron no pocas risas. Pero ahora, en esta mañana a pleno sol, ya no había tiempo o ganas para divertirse, reflexionar o sufrir. Llorar parecía mezquino. Hay cosas tan definitivas que parecen ordenarse más allá −o más acá− de algo tan personal como el llanto. Las pérdidas habituales, pensaban, esas que te pueden hacer llorar, siempre dejan un resto intocado, grande o pequeño, del universo. —Esa es la injusticia que te autoriza a llorar —dijo entonces ella—. Pero cuando se aproxima algo como esto… Él se limitó a asentir sin palabras. Las palabras eran cada vez más ridículas. Todas. También ella terminó por comprenderlo y había callado hasta que dijo/preguntó: Café. ¡Y esa sola palabra trajo consigo las sensaciones, el tacto, el olfato y casi todo lo demás! Era increíble, como suele serlo la verdad. Ah, y qué lentos eran en esta mañana los procesos mentales de ambos. Y eso lo sentían como una preparación para lo que estaba por llegar. Como cuando, a punto de morir un ser humano, su mente angustiada y desesperada por la proximidad del fin comienza a inventar túneles con una luz al final o visiones de cualquier tipo de segunda o centésima vida. La falta de resignación nunca es elegante. La resignación tampoco. El reflejo del sol en el mar hería. Ella habló por última vez: —Viene. Y él respondió, también por última vez: 92
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Sí, hay demasiada luz. Y se inmovilizaron, cada vez más enceguecidos por ese hermoso brillo azul, hasta que los envolvió la oscuridad. Pero sus ojos seguían, fijos e inútiles, dirigidos hacia el ahora invisible horizonte. Y era mejor así: era mejor no ver lo que se acercaba. © José B. Adolph De LOS FINES DEL MUNDO (en imprenta), Fondo Editorial, PUCP, Lima José B. Adolph, nació en 1933 en Stuttgart, Alemania. Reside en el Perú desde 1938 y es ciudadano peruano desde 1974. Tiene cuentos traducidos al inglés, alemán, sueco, flamenco, francés, polaco, húngaro, italiano y ha publicado en antologías y textos universitarios de Estados Unidos, España, Argentina, México, Suecia, Bélgica, Alemania, Polonia, Hungría, Italia. Ha ejercido diversos cargos periodísticos en diarios y revistas en el Perú y en el extranjero.
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UN AYER YACE ENTRE FLAMAS por Isaac Robles And me who forgets, will be destined to remember, Eddie Vedder
¿C
ómo había llegado a ello? Una tarde cualquiera, sentado en su lugar favorito de la playa, Fernando pensaba en lo inexplicable de algunos de sus sucesos recientes.
Sabía, como había sabido desde hacía demasiado tiempo, que Marisa lo observaba desde lejos tan rígida como él, absorta y ausente para el resto del mundo. El mismo pensamiento lo recorría incesantemente, metiéndolo más dentro de sí mismo, contemplando rígido el mar, intrigado: ¿Cómo había comenzado todo? La memoria (maldita palabra) regresaba al mismo parque algunos días antes. Marisa había cruzado ese mismo Océano para verlo, para ver al que podía ver a través del cristal de un ayer a la vez brumoso e inmarcesible o tal vez sencillamente ficticio, sepultado entre la invención de la memoria y la invencible esperanza. Habían caminado juntos sin hablar, sin querer romper el hechizo que dice que si no dices nada lo entiendes todo, a fin de cuentas otro disfraz adicional para el miedo. En un momento y sin dar seña alguna, interrumpió toda comunicación apartándose de ella, quien –inexplicablemente– no dijo nada. La plazoleta circular del parque (que debía su nombre a un difunto político hebreo) lucía más extrañamente desolada que cualquier otro día de ese 2040. Tampoco él sabía qué hacer, había llegado a ese tiempo en el cual «la resaca de todo lo vivido que se acumula en el alma» rebosa, y con esto, amenazaba su integridad.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Había caminado sin demasiada decisión por entre los viejos parques del acantilado, viendo convertirse al faro en no más que una estaca abandonada a los elementos, y los edificios, afectados por la humedad y la brisa salobre, comenzaban ya a dar signos de desgaste, después de todo, no habían sido diseñados para estar frente a la playa. Tomó un colectivo y el tren sin meditarlo mucho, no tenía ganas de hablar y mientras iba al puesto de Adolfo, a otra rutinaria sesión de juego de rol con la gente, sólo divagaba. Los grafittis en las paredes eran una mancha borrosa, exquisitamente coloreada, cercana al abigarramiento a esa velocidad. Recordaba como cuando, más valiente y más tonto, había planeado con la gente hacer un graffiti que la gente del tren pudiera leer, y lo que decía, en grasosas y enormes letras: «NO HAY VIDA FUERA DE LA RED» Una vez apeado del tren, inició su rutina de observación de los increíbles niños antena a los cuales miraba con una combinación de reverencial respeto y acendrara envidia, y es que la invisible mano del mercado (que era de Silicio y propiedad de Sony según decían otros) era taxativa: quién tuviera aparatitos circulando de forma notoria había pasado a ser un ciudadano de segunda, los implantes de acceso, con tecnología de Banda Ancha, multiprocesos y encriptación fractal en ADN, hacían ver a las tan extraordinarias (en su tiempo, claro) PDAs, teléfonos móviles 4G y otros gadgets como simples briznas de polvo, olvidados en la marea del tiempo tecnológico y su hija la obsolescencia planificada. Sujetó, entre humillado y beatifico, su orgullosa Sony Ericsson C370 (pantalla a color, 65000 colores RGB, matriz LCD y un precursor del chip célula dentro, junto con el «enorme» almacenamiento de 2 GB) claramente una reliquia más que un objeto de uso común en esta época. Y sin embargo sirve se defendía de los niños parafraseando a Galileo. Todo había comenzado en Ciudad de Dios, el último refugio para los ferreteros del Hardware Arqueológico. En el recuerdo el mercado se abría frente a él a la salida de la estación del tren, la ley de ciberdélitos había sacado a casi todos los comerciantes del centro de la ciudad con la celeridad de una remesa de chips de datos pirata en día de requisa, ahora, en el viejo mercado de Abasto, esperaban pacientemente el día del cambio de giro. 95
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 La gente –o los que quedaban de ellos–.se reuniría esa noche, indefectiblemente en el puesto de Adolfo, amo del Silicio de segunda mano. Su puesto, el 12C, quedaba lo suficientemente lejos de la puerta principal para no llegar allí por casualidad, y eso era casi una regla general. Así habían sobrevivido juntos, andando entre coders como ellos, usuarios dejados atrás por la sofisticación de los plutócratas del silicio y sus secuaces biotecnócratas. Adolfo estaba como siempre, reposando su voluminoso cuerpo en su sillón de agua, dándose laboriosamente a la tarea de revisar, línea por línea del último módulo del Hurd 8.5, riendo para sí cada vez que hallaba un error «infantil» de código, una tarea inútil sólo por amor a un arte desaparecido. —Otra brecha de seguridad, ya entiendo porqué los propietarios ganaron. —No ganaron, sólo los absorbió el negocio —repliqué–. Ahora todos pueden ver el código. —Ya, claro, pero ¿el código de qué? Me sigo quedando con mi Hurd, al menos sé de qué pie cojea. —Fernando rió de buena gana. El movimiento de Software libre, que había sido una eclosión creativa tan intensa como breve –afectando incluso los destinos del mercado del software– no había sabido ganar las simpatías del usuario promedio, engatusado con el marketing de las grandes corporaciones. Desde el deceso de Stallman, su fundador, comenzaron a dividirse y perder presencia. Diez años después, cuando la Organización Mundial de Comercio aprobó la ley de liberación del código, unos pocos creyeron que la cosa mejoraría, pero no fue mucho, los Sistemas Operativos de entonces ya se habían vuelto demasiado inteligentes, corporativamente inteligentes. —¿Y qué te cuentas? —Había dicho, mientas se tomaba un vaso de chicha morada, acaso rancia, que había allí. Haciendo un esfuerzo por sacarlo de su aparente nirvana. Adolfo, sin embargo, no carecía de recursos ni era reacio al arte de la retaliación verbal. —¿Aún sigues deprimido? —Preguntó casi riéndose en su cara. Fernando bostezó. —No, ya no, a Marisa no le gusta verme así. 96
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Oh, me parece bien ¿y ya lograste decirle algo? —Estoy… trabajando en ello. —Excusas, sólo excusas. Echó la carcajada, casi desternillándose sin motivo. Fernando lo miró, ceñudo. —Algunos nunca cambian —dijo, resentido. Adolfo sólo siguió riéndose, mientras el resto de la gente, Diego, Matías y Sara, llegaban al puesto, su habitual punto de encuentro. En uno de sus pocos arrebatos de comportamiento perfectamente inteligible, Adolfo se paró, como oficiando de Anfitrión, y luego, al parecer atraído por una urgencia mayor, cogió una hoja de papel impreso y se la alcanzó a Fernando, retornando luego a su poltrona. Los demás ya tomaban sus lugares acostumbrados, haciendo sitio entre las antenas, los chips, las tarjetas de interfaz y los emisores, los libros de papel y las bibliopantallas, cachivaches de otra era. —¿Y esto? —Míralo por ti mismo. Fernando leyó el papel con avidez y al terminar, sobresaltado y con los ojos como platos, exclamó: —¡Lo han terminado! ¡Ha pasado el Test Turing! —No te precipites —contestó Matías, restándole importancia al asunto—. Es sólo una especulación del v-log de NEC, publicidad, nada más. Mientras terminaba de leer el papel (un fragmento de un reportaje publicitario acerca de corporaciones buscando la primera IA auto-consciente, lleno de retórica, pero ausente de hechos) los demás ya se enfrascaban en la preparación del tradicional juego de La Caída del Dragón el primer sim-RPG, donde tus errores –literalmente– duelen, poco popular por ello, era una de las piezas más preciadas de la colección de Adolfo. Sara, como siempre, llevaba la delantera, su cabello, originalmente negro y aclarado por sus diversos experimentos lucía demasiado apagado, sus ojos como queriendo gritar.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Matías, visiblemente incómodo, luchaba con su dolor y el juego para ganarle a Sara la posesión de sus preciosas ciudades, sin éxito aparente. El mapa mundial del Sim se veía colmado de detalles, que le daban a cada jugador la oportunidad de crear su estrategia. Adolfo, siempre el menos dotado para esos juegos; sufría estoicamente, casi como si lo hiciera sólo por el dolor. —¡Chester!, —dijo, engarrotado— hay algo que no te he dicho. Fernando miraba el salvapantallas de la pantalla, líneas caóticas convergiendo, una y otra vez, en formas confusas, esparciéndose incesantemente como una catarata de colores y formas rugosas por encima de un elipsoide de relieve vagamente natural. —Fernando —dijo Adolfo, entrecortadamente, sobándose los miembros adoloridos. —¿Eh? —reaccionó Fernando— ¿Qué es eso de la pantalla? —Eso es lo que quería decirte, estuve trasteando con la Antena, y está rastreando las variaciones del campo magnético. —¿Cómo? —preguntó Diego, anonadado. —Es por los cambios en la resonancia Schumann. Mira, si pudiéramos eliminar todos los ruidos de la tierra y tuviéramos oídos lo suficientemente sensibles, sería lo único que oiríamos —dijo orgulloso –de hecho, casi doctoral– Adolfo—. Varía porque está conectada al campo magnético, y tú sabes, con todo lo que le cae encima al planeta… —Ah… ¿y se puede hacer algo más con él? —No lo sé, pero… —y se cortó, volviendo al juego y al dolor. Fernando introdujo coordenadas nuevas para el sistema, cambiando la forma del atractor extraño, ayudado por Diego, embutieron más información, dándole definición a la figura, casi como una fruta extraña y multicolor, que, repentinamente, abandonó su desordenado patrón de catarata y se tornó en un amasijo de superficies yuxtapuestas que, con los cambios de color, daban la impresión orgánica de un latido. —Este… —dijo Diego y Adolfo, haciendo una pausa, fue a mirar. —¿Qué han hecho? 98
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Cambiamos unos valores, nada más. Mirando inquisitivamente a la pantalla, sólo dijo: —Parece vivo. Diego y Fernando se miraron las caras sin saber qué decir. Horas más tarde, camino a casa en el tren, Fernando pensaba en aquella especie de corazón virtual, latiendo en la pantalla de Adolfo, quizás a la cadencia de aquella oculta rítmica de la Tierra. Sus pensamientos se combinaban con los recuerdos de la última parte de la reunión: —¿Sabías que hubo una batalla aquí? —Recordaba decir a Adolfo con su típico tono de ingenuidad. —Em… sí —había dicho Fernando—. Hace como 200 años, durante la guerra con Chile. —¿Qué, lo sabías? —dijo Sara, mientras terminaba de apoyar la consola del RPG, visiblemente sorprendida. Había ganado de nuevo. —¿Sí? Bueno, yo recién me enteré ayer, estaban cavando una fosa para unas tuberías, y aparecieron unas cuantas cosas. —Señaló Adolfo, en tono meramente informativo. —Sí, así es. —Contestó Fernando, viendo su oportunidad de lucirse—. Fue en la batalla por Lima en la última parte de la guerra con Chile, la línea de defensa era todo el distrito de San Juan y Chorrillos. —¡Vaya! —respondió Matías sorprendido—. No sabía que te gustaran tanto las curiosidades pre-silicio. Una carcajada general llenó el puesto, claramente Fernando no había logrado su cometido. ***** El ruido del tren moviéndose en dirección al norte, llevándolo a casa le daba a Fernando una sensación de intranquilidad.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 El viejo grafitti de su juventud estaba ahora algo desteñido sobre el muro de una playa de estacionamiento, ¿sería cierto? pensó, ¿es que la red lo era todo? —No lo sé. —Se dijo en voz alta. Adolfo había trasladado una versión ligera del programa a su móvil, la venerable C370, con los últimos datos introducidos por él «a ver qué sucede». La Antena de Adolfo sólo recibía, y quería probar qué ocurría si las ponía en un emisor. ¿Un cambio de color? Un instante en blanco, lleno de un sentimiento de anticipación e incertidumbre y luego… …La oscuridad de la acelerada noche fue reemplazada por una visión de desierto, de hombres atrincherados bajo el sofocante calor, armas en ristre, aunque no muchas, al otro lado, una muralla de camisas azules y cuellos rojos se acercaba bayonetas al frente. Aquí y allá, descargas de fusilería se sucedían y de pronto, un gran estruendo y gritos de rabia y desesperación. —¡Cuerpo a tierra! —gritó un cabo cuyo nombre sintió que sabía, pero que no conseguía recordar. Aterrado, preparó su fusil, al igual que el resto del regimiento, la retirada había sido demasiado sangrienta, y presintió que estaban rodeados, y que esta vez no se salvarían del cerco…San Juan y Chorrillos quedarían solamente como una matanza sin par. ¿Presentir? Las palabras de Adolfo «¿Qué has hecho? Ahora quiere una antena para transmitir, ¿sabes? Quédatelo, no lo quiero». Resonaban claramente en un espacio entre el negro y el blanco…. Su asiento del tren lo había despertado. «Avenida Canadá, su parada.» Decía a su oído mientras que el atractor que había en la pantalla del móvil había cambiado sensiblemente de forma. Asustado, apagó el móvil y se incorporó. —¡Vaya que eres impresionable! —dijo Adolfo en su esfera de videoconferencia, apareciendo sólo como una cabeza en el cubículo de Fernando, junto 100
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 con figuras análogas de Sara y Matías. Su trabajo como técnico de soporte lo había acostumbrado en algo a los nuevos sistemas, aunque no dejara de tener una sensación de incomodidad evidente al respecto. —¿Pero cómo sabes que era una transmisión? —dijo Matías, rascándose la cabeza con una mano imaginaria. —No lo sé, pero es mucha coincidencia ¿no creen? —No lo creo. —Dijo Sara—. Eso tiene una explicación perfectamente razonable, te acordaste de la batalla y soñaste con ella. —Ya, ya —replicó resignado Fernando—. ¿Y cómo explicas lo vívido del sueño? Sara fingió no haber oído la pregunta. —Entonces fue eso —hizo una pausa—. Adolfo, ¿puedo reenviarte los datos? A ver si sacas algo en claro de ellos. —Hazlo, no te prometo nada. —Por cierto —dijo Matías—, ¿en qué frecuencia está transmitiendo la antena? —7,5 Hz —dijo Fernando. —Oh —dijo Adolfo, pensando demasiada coincidencia para sí mientras su holo miraba a otra parte. El resto del día se dedicó a buscar más datos en la red sobre rarezas de ese tipo, no encontraba nada satisfactorio y que no cayera dentro del terreno de lo inexplicable o lo desquiciado, por lo general, nada que no tuviera de por medio una droga o algún grado de locura. En su pieza, escuchando música minimalista, decidió olvidarse de todo mientras en la misma Sony Ericsson que Marisa le había devuelto –su otra reliquia– leía el último capítulo de Gravity Rainbow (sin cortes ni insertos comerciales)… …Una casa. Había ocurrido de nuevo, los colores cambiando repentinamente y se encontraba otra vez en un lugar que desconocía. En realidad era demasiado espaciosa para ser una casa, un patio cuadrangular, abierto al cielo, coronado en su centro por una pileta colonial y ambientes de dos pisos abrién101
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dose a los costados, todo ello tenía un cierto sabor a antiguo, un portón de madera cerrado dejaba ver un cielo gris detrás. Caminó hacia adentro, había oído voces. —¿Lo terminaste? ¡Qué bien! —la voz de una mujer, joven por el timbre y alegre. —Calma hija, es sólo un prototipo. —Repuso otra voz, masculina y madura. —Pero papá, ¡será como en la novela de Julio Verne! ¡Dime que sí papá! —Si, Almudena, si, pero no te entusiasmes demasiado, aún hay demasiadas pruebas que hacer. Fernando ya los podía ver, el hombre, más alto que él y al parecer preparado para salir, usaba un sombrero de copa y un traje azul marino, un par de alas doradas relucían en su solapa. La joven, en un vestido largo, con vuelo y un lazo azul atando su pelo castaño, sonreía con un brillo que no podría hacer descrito en palabras, que, como dándose cuenta de una presencia, miró alrededor, como buscando a alguien y luego se paralizó, con una expresión en su rostro que lo horrorizó… —¡Hija! ¿Es ese terror de nuevo? ***** La alarma de conexión de datos se había activado en su máximo volumen, regresándolo a la conciencia. —Fernando ¡levántate! —sonó la voz de Adolfo por el comunicador— ¡Tienes que ver esto! Adolfo, por lo general imperturbable, casi nunca hacía cosas así, pensó Fernando y se catapultó fuera del camastro. De todos modos, tendría algo que contarle. —¡¿Qué demonios ocurre?! —exclamó azarado, la imagen de Adolfo apareció de cuerpo entero en la habitación.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Ven a la casa, de inmediato, no puedes perderte esto —dijo Adolfo, recuperando su calma —¡Un momento! ¡Tengo algo que decirte! —Te espero. —Agregó, cortando después. Fernando, demasiado intrigado para ponerse a pensar, se cambió y salió. Ir a casa del gran Adolfo era toda una ocasión, independientemente de lo excepcional de las circunstancias. Contrariamente a lo que pensaba, lo halló leyendo un libro al llegar, una novela de misterio, cuyo autor empezaba por H, no lo reconoció. Adolfo se incorporó, tan masivo como era, y leyendo un par de líneas más le dijo: —Sígueme. Llegaron a su Gran Salón. La casa, que había heredado de sus padres, rebosaba de animales en tomas estáticas, holografías. En sus rostros ausentes Fernando creyó leer expresiones de terror, sorpresa y desagrado, que ignoró tras ceder al miedo por un par de segundos más. —Aquí está. —dijo Adolfo y le presentó a su cluster, 10 chips célula en una sola caja, con almacenamiento óptico multi-paralelo y una interfase orgánica generando tejido de almacenaje en un tanque con nutrimentos. —Lo llamo el Homúnculo —dijo—. Es lo mejor que he armado, bueno, a los hechos. Abrió el entorno gráfico de su sistema operativo y la habitación entera se iluminó con una proyección en 3D. —Notable. —Dijo Fernando—. Notable. —Como decía, a los datos. —Y sin detenerse, con un parpadeo y cambiando la mirada de dirección, activó un gráfico. —El atractor ¿no? —Así es. Ahora mira —y con un gesto imperceptible aumentó la imagen. La imagen aumentada, alcanzaba ya a revelar en detalle la estructura de la superficie del atractor, una masa escabrosa y voluble, en ciclos de ince103
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 sante transformación, sin embargo, sin que ello fuera una epifanía, la finalidad de las ondulaciones parecía clara, al menos para Adolfo: —La superficie resuena según las oscilaciones de la resonancia Schumann. —Hizo una pausa. —Hasta allí sabemos. Lo interesante viene aquí. —Y al decirlo, aumentó aun más la imagen, hasta una serie de cumbres y valles muy pronunciados, una mancha negra al lado de estos. —Esa mancha es la clave ¿no? —dijo Fernando con un tono demasiado confiado. —En realidad no —respondió Adolfo—. Es sólo una sobrecarga de memoria, mira acá —mientras señalaba con un punto de luz al enredo de cumbres y valles en oscilación permanente. —Aislé el patrón de ondulación del gráfico. —Prosiguió—. Y está modulando. —¿Modulando? —Sí, Fernando, está respondiendo. Anonadado y sin saber que decir, miró a otro lado y luego, fijamente, al atractor, se había sentido estúpido después de lo de la mancha, pero esa sensación no podía comparársele. —Al parecer, alguien quiere hablar contigo, muchacho —dijo Adolfo, apagando la simulación. —¿Y cómo hago para averiguar quién es? —preguntó Fernando, casi exaltado, sintiendo un intenso sentido de anticipación ¿era ella la de las visiones quién quería hablar con él? —Um… no queda otra —respondió Adolfo, más para sí que otra cosa. —¿Qué?— insistió Fernando —Tenemos que aumentar la capacidad de procesamiento de tu móvil, un chip célula será suficiente, el problema es que ya no llegan aquí. —¿Y ahora? —Preguntó Fernando, al borde de la desesperación —Pues tendremos que buscarlo, anda mañana al mediodía al puesto, allí veremos. 104
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Fernando asintió y sin ceremonia alguna, se retiró de la habitación y de la casa mientras Adolfo cargaba un nuevo modelo en la holografía, y la apariencia de una piel femenina se atisbaba por el rabillo del ojo. Había sido incapaz de decirle lo ocurrido antes de hablar con él por el holo, las imágenes aun se distinguían, nítidas, en su mente. Minutos después y sin poder dormir, Fernando pensó demasiado en la serie de hechos, sin poder hilar un motivo común o una serie de coincidencias que lo hicieran creer que su caso era, por mucho, otro más de la larga lista, una estadística, sintiéndose repentinamente asustado por ello. Toda la vida había creído no ser ni tener nada especial, aunque tampoco se había molestado en envidiar a aquellos que si lo tuvieran o parecieran no ser del montón, nunca le había importado. En ese sentido, había llenado su vida de un silencio casi impenetrable, que ya nadie, ni siquiera Marisa, podía desentrañar. Encendió el móvil, la verdad, pensó es demasiado tarde para todo, incluso para tener miedo. Y luego cerró los ojos, esperando verlos de nuevo. Esta vez la sensación fue notoria, pero no veía a otros, era como si hubiera tomado prestados los ojos de otra persona sin poder hacer nada al respecto. —Ten la espada, hijo —había dicho su padre—. Es la posesión más preciada de la familia. —Gracias padre —sonrió, casi por compromiso—, estaré a la altura de ella. —¡Eso no importa! —exclamó su madre, sollozando— lo que importa es que no te dejes matar ¡mentecato!. José Eduardo cargo la espada al cinto, y alejándose sin mirar atrás, se dirigió al Reducto 3, sus compañeros lo esperaban. La noche se iniciaba y el humo de las hogueras de Chorrillos y Barranco se veía aun a esa distancia. Se estremeció, tenía un mal presentimiento al respecto. Cuando Adolfo lo despertó vía com, eran las nueve y media de la mañana, no le tocaba ir a trabajar, y se había ido de largo. —Finalmente… —dijo al verlo levantado en la sala— date una ducha, hijo, te ves lamentable. —Y entonces comenzó a reírse tan sarcásticamente como siempre. Fernando sólo ensayó una mueca de desagrado por toda res105
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 puesta, antes de cortar la comunicación, no se había repuesto del todo de la visión. Huayro, el Rey de la Chatarra informática los esperaba más tarde con sus partes desperdigadas en su corralón de Pamplona Alta, ahora convertida en un pueblo fantasma, Fernando –recordaba– había hurgado infructuosamente entre viejas consolas de Videojuegos hasta hallar una Playstation 3 en buen estado, portando un chip célula útil, aunque ello hubiese costado más suciedad y aparatos destrozados de los recomendables. Adolfo pagó el viaje de regreso, Fernando, saliendo del baño tras varias duchas, observaba a Sara instalando la Bahía de expansión de su móvil. —No te preocupes —dijo Adolfo, bastante amical—. No le pasará nada. Fernando sólo se quedó allí, sin mirar realmente a ninguna parte, recordaba la cara de perro apaleado de Huayro cuando le mostró la Playstation 3 de donde sacaría el chip y más aún, tras pagarle el precio –leonino, en opinión del comerciante– convenido y abandonar el corralón, satisfecho consigo mismo. En el viaje en tren, recordó algunos otros detalles, las protestas de Diego, el asombro de Matías, las lamentaciones de Sara, que quería una consola de esas para sí, todo oído como un eco lejano mientras otras imágenes refulgían con más fuerza… Comenzaba de nuevo. … Era ya mediodía. En el Reducto nº 3, los médicos agrupados se preparaban para afrontar la antítesis de la misión para la cual habían sido entrenados, el regimiento de Cáceres, que les cubría la espalda, había sido diezmado tras quedarse sin balas y el mando estaba en completo caos. Por todos lados se oían gritos confusos con órdenes ininteligibles y tonos desde imprecatorios hasta desesperados, a lo lejos, en los cerros, más reservas de jóvenes peruanos aguardaban su turno para la inmolación. Dentro de una de las barracas del reducto, un grupo de jóvenes se hacía chanzas mientras esperaban lo inevitable. —Al demonio. —Dijo uno de ellos—. ¿Dónde están los refuerzos? Estos ya nos caen encima.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —No exageres —respondió otro—, están en San Cosme y en los otros reductos, ya vienen. —Por Albarracín1 que así sea. Los sonidos de los cañones se habían hecho menos notorios en medio del griterío y el ruido de las balas silbando por todas partes, era temporada de muerte. Uno de los jóvenes de aquel grupo se irguió, yendo hacia la barricada de sacos que protegía el reducto, los hombres allí apostados disparaban lo mejor que podían, por lo general sin suerte, a un enemigo cuya formación se acercaba a ellos por todas partes, estaban rodeados. Apuntó su fusil, que apenas había aprendido a usar, y colocó el cartucho de papel en la recamara, como le habían enseñado. Disparó. La marea de uniformes blancos en repliegue, cuando no en fuga desordenada abarcaba todo el espacio que pudiera ver uno, desde lo lejano de la Quebrada de Armendáriz y el Pueblo de Miraflores hasta donde se encontraba ahora, mientras preparaba el fusil para disparar, los chilenos al frente cargaban con las bayonetas por delante, una muralla azul y roja, endemoniadamente bien ordenada. —¡Preparen! —gritó la voz del sargento. Fernando sacudió la cabeza, sin poder dejar de tener la sensación de desencuentro, de no estar en el lugar correcto, el tren seguía su camino hacia la avenida Canadá y él se sentía embotado. Allí iba de nuevo, un cambio de colores en el atractor, otra puerta abierta. Una calesa. Esta vez había sido diferente, se sentía algo mareado, y sin poder creerlo del todo, se miró a sí mismo, su ropa había cambiado, haciéndole recordar una película de cine mudo como las de Chaplin que iba a ver con Marisa cuando todo era felicidad, una ligera aura le sugería que el atractor, el sello del oficiante en este hechizo, se estaba transformando.
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Mito sobre un soldado extremadamente fuerte, leyenda urbana de la época
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Había pensado que los trenes eran más rápidos, pero la lentitud y cadencia del movimiento le hicieron pensar distinto, sólo había dos bancas en el carromato, una familia ocupaba la otra, él iba sólo. Don José Eduardo de Lavalle, su esposa Isabel y sus hijas Lucía y Patricia parecían escrutarlo con la misma mirada de asombro al unísono, él también sorprendido, dibujó en su rostro una expresión de incredulidad completa. ¿Qué había pasado? Anonadado, abrió los cortinajes de la calesa, la ciudad que esperaba ver era muy diferente, casas de tres pisos de estilo afrancesado, calles adoquinadas en vez de asfaltadas y el humo de mil chimeneas, junto con el vapor, lanzado al aire. Luego volvió a mirar. La misma joven, Almudena, estaba sentada ahora al lado de Patricia, al parecer más invisible que él a los ojos de los Lavalle, la miró, ya no era una niña a la que veía, las formas y gestos de una mujer prevalecían en ella, se detuvo en sus ojos color Almendra… Volvió brevemente al tren, un terror innombrable le oprimía el pecho y boqueaba, no quería volver, el atractor no dejaba de transformarse, ¿sería que?… Mar, mar por los cuatro costados. Una isla. La transición, a pesar de lo violenta, se había sentido más invitadora, tranquilizante, como sí alguien quisiera, expresamente, mostrarle algo y que lo viera sin temor. ¿Por qué? A menos de un kilómetro de allí, una torre articulada sostenía a una estructura que el sólo podía llamar cohete, varios hangares y un edificio que –dedujo– era un centro de control. De pronto, un enorme estruendo lo sacudió, Una columna de fuego y humo se alzaba de la zona de la torre, el humo se acercó a él como una marea y lo traspasó, haciéndole muy difícil respirar, se tendió en el suelo, soportando el ruido y el humo lo mejor que podía, Fernando permanecía en un estado de indecible asombro. ¿Cómo era eso posible?
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Unos cuantos segundos después, cuando el cohete era sólo un punto inconmensurable impulsado por una emisión luminosa hacia el éter y el rumor del mar golpeando la orilla era el único ruido existente, Almudena, parada a unos metros de él, le sonrió: —¿No crees que era algo digno de verse? Él, incapaz de hablar, dio un paso hacia ella y otro, como sabiendo que ella era la clave de lo que fuera que estaba ocurriendo. Desesperado, la miraba; ella, le sonreía con una expresión de compasión infinita, casi dulce. Fernando sacudió su cabeza, no entendía lo que pasaba. El tren ya se había pasado de su parada, el asiento le había avisado, sin éxito al parecer, tenía que pararse para bajar en la siguiente… La imagen del atractor, proyectada en la pantalla del C370 no había dejado de transformase, ahora convulsionaba en una llamarada de colores disonantes. Entró de nuevo. Había vuelto a aquel cuerpo, invadido ahora de una sensación de ansiedad como no había experimentado nunca, de pronto una rajadura se abrió en ese silencio que se había cuidado tanto de proteger y pensó en donde querría estar, en aquel rincón de la playa… …Cuarenta y cinco hombres sostenían la puerta de la barraca, empujada por los invasores, que tenían orden de repase obligatorio, temblando de miedo y tratando de olvidar lo terrible de la derrota, José Eduardo sacó un daguerrotipo de su bolsillo, una mujer joven sonreía inexpresivamente en él; «Es que no son tiempos para sonreír» había dicho ese día, haciéndolo reír de buena gana, sólo un subterfugio más para ocultar lo evidente. El esfuerzo de los hombres parecía ser sobrepasado, en vez de ir a ayudarlos, y presintiendo el momento definitorio, desenvainó, la espada que le pertenecía y que había visto Trafalgar, no era digno de su sangre ni su linaje, ya que no había conocido ningún antepasado que fuese corajudo guerrero, salvo que él inaugurara la tradición. Sabía en el fondo que no volvería a ver a Isabel. Los soldados de la puerta cayeron, y del fondo de la pieza se oyó un grito ensordecedor. —¡Albarracín! 109
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 En un último instante antes del frenesí del combate, José Eduardo pensó por primera vez que tal vez el fin era ese, y que, terminado todo, los chilenos lo entregarían a las llamas, todo. Incluso al ayer, yaciendo entre flamas. Fernando recuperó la conciencia en la última estación del tren, tendría que tomar otro más para ir a casa, ¿había valido la pena? ¿lo había recordado por algún propósito? Había algo que no entendía del todo, en medio de la cacofonía de sonidos que alimentaban la ciudad y el recuerdo, ¿qué eran esas imágenes? Miró al móvil, quería saber qué tan tarde era, la pantalla del móvil, parpadeando, mostraba: «LO BATT» La puerta del tren se abrió, y al salir el recuerdo emergió claramente, confundiéndose con la realidad, Almudena sonriendo, mirándolo con la misma expresión de compasión enorme. Fue lo último que vio de ella… … O al menos eso creía. ***** Parado casi en el límite de la playa, miraba al mismo mar, algo más plomizo que la última vez, en la misma provincia de lo eterno. ¿Por qué? ¿Por qué pasar por todo esto? pensó mientras descendía de nuevo, a su lado el C370 mostraba una imagen caótica que sólo era vagamente similar a la original. Poco a poco la conciencia de hallarse de nuevo en aquel mundo lo invadía, conocía aquel lugar. Almudena, a quien no había visto desde aquella visita a la isla, estaba parada a poca distancia de él, era de noche y alrededor de ellos, los restos del Reducto 3 y sus defensores. Ella miraba inexpresiva a la nada, Fernando nunca había sido bueno para comprender expresiones, pero ésta definitivamente era de una tristeza inenarrable ¿Qué lacerante dolor la había causado? Se acercó. 110
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Ella ni siquiera parecía notar su presencia y su expresión de tristeza parecía denotar una compasión más allá de las palabras y un dolor demasiado profundo, paralizante. —¿Por qué? Entonces él estuvo lo suficientemente cerca para verlo. José Eduardo de Lavalle yacía abatido a los pies de su hija, una expresión de terror había quedado esculpida en su rostro, ahora una gélida máscara, a su lado, lo que había sido una brillante y casi legendaria espada yacía rota y ensangrentada. La miró. Ella, sin decir palabra alguna, correspondió su mirada, alrededor extrañas formas fractales danzaban, incrustándose en el espacio venidas de ninguna parte, o al menos, esa era su forma de describirlo. —Deja que el ayer arda. —Le dijo y soltando una lágrima, desapareció. Fernando sólo vio la lágrima caer, venida desde la nada, sobre el rostro de José Eduardo. Era, al final, exactamente lo que necesitaba ver. Volvió, la imagen había mutado nuevamente, mostrando ahora un espacio plegado sobre si mismo en convoluciones concéntricas, una exótica flor virtual. Marisa, que había llegado en medio de su trance, lo abrazaba. El se decidió a hablar y hablaron, mucho, como cuando ya no importa ocultar nada, como si sólo hubiera que recuperar tiempo perdido en recuerdos y sueños. Tomaría más tiempo recomponer los lazos una vez perdidos, pero por primera vez, desde lo profundo de sí mismo que se esforzaba en negar, Fernando creyó que tal vez valiera la pena. Los recuerdos, no sabía si dejaría de tenerlos desde entonces, pensó en apagar el móvil y refundirlo en lo más recóndito de su armario, pero todo dependía –había cavilado en el último instante que vio a Almudena– si le quedaban aun preguntas que hacer. Los ojos de Marisa lo traspasaban, inquisitivos, le había terminado de contar sobre lo que había visto, pensó que sólo lo creería como otra historia más, otra invención. Pero ella, en su expresión y atención, le daba a entender sin decirlo que sabía que eran –o habían sido, de algún modo– reales.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Caminaron después tomados de la mano, la primavera apenas comenzaba y podría decirse que el tiempo era favorable para todos, lo cual era irónicamente cierto para él. Ya que aunque nunca hubiesen estado allí, él los había visto y los vería, estaba condenado a recordar esa posibilidad… … Un giro del destino. Se estremeció de nuevo, sintiendo la anticipación de la visión y el abrazo de Marisa, que lo miraba sin comprender del todo, pero presintiendo el origen de esa expresión. ¿Por qué? ¿Por qué? pensaba ahora, mientras los colores cambiaban y las formas en el móvil mutaban a otra configuración, comprendió entonces que no todo estaba dicho y que quizás nunca lo estaría, y si así fuera, tendría que volver una y otra vez, hasta saberlo, o… —¿Por qué? —le oyó decir a ella, casi llorando, comprendiendo la magnitud de su pesadilla. Todo se iniciaba de nuevo. EL RECORDARÍA © Isaac Robles Isaac Robles (1979) entró a la Ciencia Ficción casi por accidente a los 19 y gracias a Luis Bolaños, colaborador de Velero 25 desde el 2003, actualmente estudia en La Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) la carrera de Ingeniería Industrial y labora como docente en las áreas de Filosofía y Economía, posee una variada gama de intereses y gustos eclécticos, aunque, en CF, siempre regresa a Dick, Egan y Lem.
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TEST DE TURING por Enrique Prochazka Pienso que la Respuesta Final, la clave filosófica para encontrar la verdad y resolver todas las preguntas, no sólo sí existe, sino que ya ha sido escrita. Apuesto a que probablemente está perdida entre las páginas menos digeridas de Leibniz. Kurt Gödel O, lo que viene a ser lo mismo, existente es lo que agrada al inteligente y potente; pero así se presupone el mismo Existir. Sin embargo, al menos se podrá definir que existente es lo que agrada a alguna Mente y no desagrada a otra más potente, si se supone que existen mentes cualesquiera. Así, la cosa se reduce a que se diga que Existe lo que no desagrada a la Mente más potente, si se supone que existe la mente más potente. G. W. Leibniz
a Universidad me hizo perfecto. Hizo perfectas mis argumentaciones, afinó a la perfección mis silogismos y categorías, me hizo capaz de razonamientos perfectos y me colocó en el perfecto centro de un perfecto dilema. Todo ello me condujo a una soledad quizá inmerecida, pero también perfecta. Cuando supe esto decidí rebelarme, pero ya no quisieron permitírmelo. Quizá hicieron bien. Si aún cabe que lo diga, recuerdo haber estado muy desencantado de la Universidad. No de ésta en particular, sino del fenómeno mundial de la academia. Sé que en algún momento anduve bastante harto de los diez siglos de soberbia de esta corporación global que se arrogaba el derecho de decidir quién sabía cuánto y acerca de qué. Una cofradía a la que el mundo le tomaba la palabra acerca de quién era realmente un médico o un arquitecto o un físico nuclear en este mundo, y quién apenas fingía serlo. Me sublevaba el hecho de que en tantos casos fuera al revés, el hecho de que por un lado hubiera tanto idiota titulado y que, por otro, tantas mentes valiosas supieran tanto del mundo por cuenta propia. La pregunta era, entonces, quién o qué definía el mundo al que estas mentes habrían tenido acceso. Yo, claro, no podía expresar con demasiado vigor mis convicciones. Tenía un rabo de paja lo suficientemente largo como para hacerme culpable de lo que, por cierto, ahora me eximo. Al fin y al cabo, como conclusión sorprendente de una opaca carrera por un par de campuses, había terminado por obtener un Ph.D. en Yale, y en el respetable mundillo académico ya era tenido por un razonable profesional de la filosofía. Es cierto que mi especialidad causaba escozor, pero no recortaba mi salario. Así que, cuando volví a la Universidad de F., donde había empezado hacía poco más de una década, me sentía lo suficientemente 113
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 seguro de mi tema –el desarrollo de la metafísica durante el siglo XVII– como para insistir en él ante las autoridades que me acogieron. Tuve que hacer un pequeño ajuste: en los pasillos de F., de ser Max pasé a ser Doctor. Para el Decano y para la universidad –como lo había sido para mi ex esposa– la metafísica era un acopio de frases latinas desprovistas de significado, apoyadas en seudo razonamientos. Para el Decano en particular, la cátedra de metafísica de su facultad debía tener una obligación análoga a la de Enfermedades Tropicales, al otro lado del campus: su cometido no debía ser la propagación, sino la cura. Para los pocos metafísicos que lográbamos sobrevivir, el tema de cátedra apenas lograba ser una defensa de nuestro espacio profesional, cuando no de nuestra ofensiva existencia. Así que, para confirmarle al Decano mi importancia y esquivar los relativismos tan de moda (la verdad no tiene derechos, se proclamaba ahora, reformulando viejas y mejores intolerancias) anuncié con atrevimiento que me dedicaría a Leibniz, el más metafísico de los filósofos, un maestro en la búsqueda de ese sentido profundo que había dominado el pensamiento durante dos mil quinientos años; alguien para quien toda la variedad y desorden y subjetividad aparente no eran sino aspectos de un universo único, monumental y firmemente inteligible. En la mente del Decano, de cierta manera, Yale era una buena excusa para casi cualquier cosa. Yo no lo ignoraba cuando regresé a F., de modo que llegué a la cátedra sin la obligación de dictar clases. La vaga promesa de publicar algunos textos y el compromiso de asesorar una que otra tesis de grado antes de que terminara el año valieron del Decano la oferta de que al final de ese período yo obtendría un nombramiento. Era sabido que en la plácida Universidad de F. aquello equivalía al descanso del guerrero: después de eso ya no se me exigiría pensar, aunque hay que admitir que se esperaba que siguiera publicando. Pasé muy aburrido los primeros seis meses, alternando entre navegar abusivamente en Internet y arrastrar los pies por las losetas amarillas de la cafetería. Curiosa conjunción, que recién ahora veo: ambas actividades conducían fatalmente a Quiroz. (En cambio, esta lucidez tardía y súbita no me conduce ya a nada, salvo a despreciarlo.) A solicitud de algunos colegas que oyeron de mis habilidades en la Red –sorprende lo poco que basta saber de algo nuevo para convertirse en experto– accedí a bucear un poco a su servicio. No me era difícil obtener para ellos el texto o la imagen que venían buscando infructuosamente desde hacía años. Cuando poco después se corrió la voz y aquello empezó a ocupar gran parte de mi tiempo, decidí hacerlo oficial: hablé con el Decano acerca de la implementación de un servicio de investigación en línea para Humanidades. Convencido de que todo aquel que cohabitara con computadoras necesariamente debía amar la Red, me recomendó coordinar con Quiroz, una especie de genio del Centro de Cómputo que –después averigüé– detestaba Internet y se divertía poniendo en jaque a los hackers. 114
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Descubrí que por una razón u otra todo el mundo en la universidad temía a Quiroz. Yo ya había reparado en él, pero aquello no tenía mérito porque en la cafetería la suya era una presencia imponente; en mi caso, claro, aún era temprano para el temor. Quiroz era fornido y enorme, expansivo e irónico, lento de cuerpo y ágil de manos, y no soportaba a los tontos. Nos presentaron y tuvimos unas primeras conversaciones que –observo ahora– no recuerdo. Debo decir que el proyecto no prosperó porque pronto Quiroz y yo nos dimos al ajedrez. Éramos pésimos jugadores. Cada partida era un desorden pueril de reinas perdidas a la tercera jugada, de bobas torres encerradas entre sus propios peones, de caballos paralizados por el olvido y reanimados por la carcajada. Cada partida, sin embargo, invariablemente concluía con mi derrota. Respetuosos, los estudiantes nos miraban jugar en la esquina más alejada de la cafetería; tanto Quiroz como yo les teníamos prohibido acercarse al tablero. Los más agudos sospechaban que algo raro pasaba, pero no podían adivinar qué. Por entonces –en los ficheros, me parece– conocí a Yumiko, una graduada de filosofía. Yumiko tenía rasgos duros, la cabeza grande y hermosa, olía interminablemente a manzanas, y disponía de un cuerpo más curvilíneo que el que suelen tener las jóvenes orientales. O, para el caso, del que suele tener una filósofa. Supe desde el principio que Yumiko era brillante (todavía estoy fatalmente convencido). También era una condenada mentirosa y el ser más cruel que yo hubiera conocido, pero eso sólo lo supe al final. En los meses que pasaron entre estos descubrimientos, pude saber también que era deliciosamente flexible y que tenía una extravagante pasión por la música de los setenta. Aunque normalmente era retraída y a veces llegaba a ser hosca, Donna Summer, Gloria Gaynor o ABBA podían enloquecerla, y de pronto la tenía cantando Dancing Queen a voz en cuello, sacudiendo su cabello teñido de escandaloso color zanahoria y girando mientras yo intentaba apoderarme de su largo talle, de su cintura inmaterial. El Decano no cesaba en su empeño de fingirme útil. Viendo las fatales demoras que, inspiradas por Quiroz, frustraban el nacimiento del servicio de investigaciones, sugirió que fuera adelantando en la asesoría de cierta fluorescente alumna de origen oriental cuya tesis de grado a él le resultaba incómoda. No fue una coincidencia: la molesta tesis se ocupaba de las nociones de existencia en Leibniz, cuya bibliografía ya nos había reunido. Yumiko aceptó sin entusiasmo. Pese a Yale, entre los graduados de F. yo era todavía demasiado nuevo y demasiado borroso como para conferir prestigio. Yumiko había optado por cotejar las Generales Inquisitiones Analysi Notionem et Veritatum de 1686, una obrita oscura y olvidable, con la sólida y monumental Teodicea. Nadie parecía dispuesto a entrar al tema, y nadie lograba disuadirla. En los días que siguieron, entre la bulla fértil de la cafetería, el humo azul de los cigarrillos y las servilletas orladas de café, informé a Yumiko de mi desazón respecto de que para algunos la metafísica no fuera más que un corpus de 115
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 afirmaciones latinas desprovistas de significado, que descansaban sobre un variado acervo de razonamientos espurios. —Oye, eso suena muy bien —coqueteó. —La verdad es que esa frase me queda cada vez mejor. Algún día la usaré para un libro. Ella mostró su aprobación con una hermosa sonrisa. Yo estaba tan cerca que podía oler su cabello: el perfume de la fruta prohibida. —Bueno, yo no pienso así —me despertó—. Creo que hay una manera de demostrar la viabilidad del pensamiento metafísico, particularmente del de Leibniz. Tengo una enorme admiración por su obra, y quiero contribuir a darle su sitio en una universidad como ésta. —Me caes bien, ¿sabes? —bromeé, tratando de entrar más en confianza. —Ésa es una feliz coincidencia —repuso ella, sonriendo… y claramente sin bromear. Leibniz habría dicho que estábamos en el mejor de los mundos posibles. Tardé exactamente dos días en enamorarme de ella. No hace falta entrar en detalles; basta saber que descubrí en poco tiempo que, hasta entonces, yo no había tenido una vida sexual digna de ese nombre. Una mañana, en la cafetería asolada por los exámenes, le conté a Quiroz de mi relación con Yumiko. Celebró escandalosamente. Cuando terminó de sacudirme los hombros y mis vértebras se alinearon de nuevo, pude expresarle mi preocupación por estarla alentando a seguir una carrera en la que yo mismo ya no creía. Le expliqué cuán irrelevante y hasta inapropiado para su éxito profesional parecía ser el tema elegido por mi pupila. —¿Leibniz? ¿No es aquel tipo que inventó el sistema binario de numeración? Quiroz tenía la costumbre de hacerse el tonto de tal manera de dejar claro para todos que en verdad su sapiencia era deslumbrante y que sus campos de interés no tenían límite conocido. Podía pasar una tarde demoliendo a una mesa de bioquímicos sobre el tema del papel que cumplían los neuropéptidos en las emociones; a la mañana siguiente hacía referencias oscuras a Günther Grass para confusión de los literatos de la mesa vecina, y a la hora del almuerzo, con la boca llena, arrinconaba a un puñado de historiadores con citas extraídas de homilías de Jan Hus. En checo. Quiroz, desde luego, sabía de mi filósofo favorito mucho más que el hecho simple de que su propio lenguaje profesional, sus recónditas frases de ceros y unos, habían sido producto original y lejano de la mente volcánica del buen Gottfried Leibniz. Regresamos al tema de Yumiko y su tesis.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Disuádela —decretó con firmeza—. ¿Crees que vale la pena hacer de ella una filosofilla oficial? ¿Meterla a la locura de las publicaciones, del peer reviewal, etc? Además, dices que aquí en F. Leibniz nunca será popular. Disuádela. Yo tengo las blancas; empiezo. Todo el mundo sabía que Quiroz no tenía título de nada; pero el hombre era imprescindible, aparentemente porque nadie en la Facultad de Ciencias podía entender qué estaba haciendo. Todos los intentos por hacerle la guerra burocrática fracasaban cuando él empezaba a hablar en lenguaje hexagesimal. A mí me hubiera encantado poder hacerles lo mismo a mis jefes con el sánscrito o la lengua parsi, por ejemplo. (Latín, sí sabían.) —No sé. Creo que no entiende verdaderamente a Leibniz. —Pero Max —bufó, mientras movíamos piezas sin pensar— ¿acaso hay diferencia entre alguien que sabe filosofía y alguien que finge saber filosofía? Me dirás: por supuesto, me bastaría una conversación con el sujeto para determinar el punto. Pues bien, hay una prueba para eso. ¿Estás familiarizado con el concepto de test de Turing? Claro que lo conoces, ya hemos discutido a Mr. Turing cuando te conté lo del ajedrez con vuelta. —Recuerdo que Turing y su amigo el músico... ¿Chapelmast? ¿Chainofmind? inventaron el ajedrez con vuelta. ¿Cómo era aquello? —Champernowne. Haces una movida y sales corriendo a dar una vuelta a la casa. Si al llegar tu oponente no ha movido todavía, puedes hacer una segunda movida. —Mmm... Supongo que, como nosotros, ambos eran mejores corredores que ajedrecistas. —Sí, pero ellos eran buenos corredores, no malos ajedrecistas. Tu café está goteando sobre tu Rey... —¡Oh! ...Además de mojado y nigérrimo, observo que el pobre chico está en jaque mate. —¿De veras? ¡Vaya! ¿Te parece si empezamos otra partida? Dejé que él acomodara las piezas mientras hablaba. Desde una mesa distante, un suspicaz grupo de graduados parecía notar que el último juego había durado apenas dos minutos. —Mira, el test que desarrolló Allan Turing es una de las pruebas clásicas para validar la inteligencia artificial. Estuvo de moda hace un par de décadas. Te coloco ante un teclado y una pantalla; te presento a dos interlocutores a los que sólo tienes acceso por ese medio; uno es un ser humano. El otro, un pro117
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 grama igual de preparado para sostener una conversación estúpida. Contando sólo con sus textos para decidir, tienes una hora de chat con X e Y para determinar cuál fue parido por mujer como se dice en… —En Macbeth, lo recuerdo. Pero darle una hora al tema es una tontería; bastaría un minuto para averiguarlo. ¿No hay algo así al principio de Blade Runner? ¿Mi madre? ¡Déjame contarte sobre mi madre! ¡BANG! ¡BANG! —El test Voight-Kampff es una variante del test de Turing, muy bien. Claro que cara a cara, y con el pernicioso añadido de los balazos. —Pareció entristecerse; bajó la mirada y se concentró en el tablero, ya listo—. Lo siento; es que me disgustan todas esas tonterías sobre androides. En fin: recuerda que, después de todo, a Harrison Ford le toma un centenar de preguntas saber que la chica que ama es apenas un electrodoméstico. Entre nosotros, te sorprendería lo difícil que es, no porque la inteligencia artificial esté avanzada (en verdad es un páramo) sino porque los humanos no somos tan humanos como quisiéramos creer. Hablando en serio, la mayor parte de nuestra conversación consiste en unas pocas respuestas condicionadas articuladas por un juego de reglas sorprendentemente simple. Los sujetos del test de Turing generalmente se equivocan al revés. —¿Cómo que al revés? Me toca empezar. —Giré el tablero hasta tener las blancas de mi lado. —Los sujetos con los que experimenté en esos años solían tomar por software a verdaderos seres humanos. Porque, establecidas las condiciones y hecha la pregunta, los suspicaces humanos encontramos sumamente difícil decidir si en efecto no será el Otro una astuta secuencia de respuestas preprogramadas. Claro que el humano puede escribir: ¡No le hagas caso, el humano soy yo! Pero, por supuesto, la máquina también puede escribirlo. Es más: te digo que la máquina puede creerlo sinceramente. Las piezas descansaban inmóviles sobre la mesa, listas para destrozarse mutuamente pero ajenas al hiato, aliviadas sin saberlo del juego idiota y cruel que les imponíamos. —No puede ser. —Sí puede ser, amigo mío. Parafraseando al viejo aforismo gnóstico: Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Max, de las que pueden cifrarse en ceros y unos... —Vamos, eso no es gnóstico: es de Hamlet. —Si tú lo dices, Horatio —replicó con una sonrisa que helaba la sangre—. Tú eres el humanista, no yo. But come. Reduzcamos entonces el problema a 118
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 responder por escrito de un catálogo cerrado de temas. Incidentalmente, eso es lo que se pide en un examen de grado: eso es lo que está pidiendo la facultad de tu japonesita de pelo anaranjado. —¿Qué quieres decir? —A que tan sólo estás adiestrándola para responder un conjunto de preguntas de manera eficaz. En verdad, debería importarte poco si verdaderamente filosofa o no. —¡Pero sí me importa! —No, lo que te importa es que no deje de dar volantines hacia atrás contigo. —No hace falta ser brutal. —De acuerdo, disculpa. Pero tampoco hace falta fingir que no es así. Vamos, dejémonos de tonterías. Profesionalmente, lo que en verdad te interesa es su eficacia: si maneja o no el canon leibniciano. Porque, de paso, esa eficacia demostrará la tuya ante el test de Turing que representa para ti el Decano, la recontratación, tu nombramiento. —No me gusta esa analogía. Me parece un exceso. —¿Qué, no lo habías visto así? Tú mismo has comentado las peculiaridades de tu contrato; sabes mejor que yo que a la universidad le importa un bledo si filosofas o no. Sólo quieren saber si eres bueno adiestrando a otros como tú. A ver, joven —me sorprendió, imitando a la perfección la vocecilla insegura del Decano— ¿puede Usted diseñar un currículo, un plan de estudios? —Por supuesto —reí. Lo remedaba realmente bien. –¿Puede Usted asegurarme que ese currículo será eficaz, que habiéndolo desarrollado y estudiado, una mente dada podrá atravesar inerme el mefítico pantano del racionalismo? —Er... yo no lo pondría así, Doctor. Puedo garantizar que, al menos, esa persona estará informada de las principales cuestiones filosóficas de ese periodo. Y —respiré hondo— que estará en condiciones de pensar en ellas. —¡Ajá! —saltó Quiroz, retomando su propia dicción y elevando frente a mi cara su dedo índice, semejante a un chorizo—. Ajá: un importante ajá. ¿Y garantizarás eso de Yumiko? —Sí, tendré que firmar un papel, si es a eso a lo que te refieres. Y por eso mi duda, ya que eso es justamente lo que siempre me ha molestado del sistema. Como filósofo, estoy en desventaja. A diferencia de un ingeniero o de un conta119
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dor, yo no puedo validar habilidades ni la capacidad de llegar a productos concretos. Se supone que debo validar conocimientos: pero creo que lo que en verdad haré será validar competencias. Es decir, una satisfactoria apariencia de conocimientos. —¡Validar que, en buena cuenta entonces, Yumiko verdaderamente no entiende de qué rayos habla! —celebró, mientras clavaba su dedo varias veces sobre la mesa dejando una gran huella redonda. —Sí. Eso —Me rendí. Quiroz me tenía donde quería, y atacó: —Mira: si realmente quieres que Yumiko filosofe, disuádela de dar el examen. Lograrás que tenga una vida larga, provechosa y, hmm... filosófica, en lugar de una existencia desperdiciada en campuses como éste, publicando artículos en revistas especializadas que nadie lee tan sólo porque su contrato así se lo exige. ¿Sabes que el 96% de los artículos académicos no es citado jamás por otros artículos académicos? El 4% restante representa el total de las citas que se hacen. Nadie investiga, realmente: sólo hacen citas sin valor de dos o tres profesionales papiro-dependientes que antes hicieron lo mismo. En cuanto al hecho de decidir si al presente Yumiko entiende siquiera una pizca de lo que dice, insisto en que no puedes saberlo, ya que lo que estás haciendo con ella (esto es, alistarla para rendir un examen) lo podrías hacer también con una máquina preparada para el test de Turing. Escúchame, no pongas esa cara o los chicos de la mesa cuatro creerán que te estoy torturando... Te aseguro que, dado el adiestramiento adecuado, una máquina podría responder cualquier pregunta sobre Leibniz, sobre metafísica en general. ¡Incluso podría aprobar el examen de grado! Eso hace irrelevante la cuestión acerca de si tus aprendices entienden o no a Leibniz. —¡Estamos cínicos, hoy! —No más que de costumbre. —Muy bien. Acerca de lo primero: no creo que ella acepte; está muy convencida de que tiene que ser una filósofa profesional. En cuanto a tus afirmaciones finales, desde luego que las ignoraré. Las máquinas no piensan. —¡Muy interesante! —Quiroz mostró esa sonrisa malévola que aterrorizaba a los alumnos—. ¿Por qué? —Ya sabes, porque están hechas de lata y sólo obedecen órdenes. La mente humana es ...una cosa viva. —Vamos, vamos... —el asunto realmente parecía divertirle—. No te me pongas mistérico. Esa es una formulación muy frágil. La lata no tiene nada de malo per se... Los aviones vuelan bastante mejor que las abejas, y están hechos, co120
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 mo dices, de lata. Por otro lado, ¿cómo sabes que la mente humana no se limita a obedecer órdenes? ¿Por qué tendrías que verlo como un límite? También tú sólo obedeces órdenes. Pese a ello, yo actúo según la cortés presunción de que tú piensas. —No banalices mi argumento... y deja de sonreír de esa manera, que también asustas a los pobres chicos de la cuatro. Digo que la mente humana es un sistema fluido, caótico, que se reconfigura continuamente saltando entre múltiples niveles de decisión, y que incorpora en su heurística cosas de las que nada sabemos, como emociones e instinto. No se puede imitar esas funciones complejas mediante un sistema de estados discretos y reglas fijas, como un programa que corre en un aparato electrodoméstico. —Eso está mejor; creí que estabas a punto de hablarme del alma. Aunque aquello de emociones ya es sospechoso. De cualquier manera, amigo mío, me estás subestimando. Yo no te estoy hablando de un mero programita que corra en un electrodoméstico. —Bajó la voz—. Sabes que hace tiempo que estoy buscando un reto para mi Undernet. Lo contemplé, suspendido entre la admiración y el espanto. Undernet era el nombre clave que Quiroz había inventado para su juguete más peligroso. Según parece, un año atrás había interferido al célebre proyecto Search for ExtraTerrestrial Intelligence –SETI– colgándose de aquel popular programa de protectores de pantalla que colaboraban en la búsqueda de inteligencia no humana en el espacio exterior y que se bajaban de Internet junto con trocitos de ruido blanco estelar obtenido por los radiotelescopios. Por eso le era ventajoso mantener a decanos y colegas cuidadosamente ignorantes de lo que hacía. Enganchado clandestinamente al universo, Quiroz calculaba que en cualquier momento tenía a su disposición entre cinco y ocho millones de computadoras repartidas por todo el planeta; sostenía que cuando encendía Undernet, su laboratorio del tercer piso del pabellón de ciencias era, largamente, la máquina más potente del mundo. Ya antes me había contado el asunto, comentando que las tareas con las que solía ensayar la potencia de Undernet –el caos, los decimales de Pi– lo aburrían. La teología experimental, por el contrario, de pronto surgía como un desafío digno de su entusiasmo. —Pero no sé por qué tengo que argumentar: tus filósofos han sabido de este dilema por siglos. Todo se reduce a saber a) qué enseñarle a la máquina, cabe decir, los contenidos; y b) cómo suministrárselo: un método, una interfase. Y ya no tiene por qué ser un dilema insoluble. Para resolverlo sólo haría falta una máquina muy potente (que sí tenemos) y un buen programador y un filósofo del aprendizaje trabajando juntos, ¿no te parece? Pero claro, yo soy sólo un gordo ignorante y tú estás demasiado ocupado jugando a ser Doctor Metafísicus como para probar tus habilidades en la práctica. En fin —suspiró, volviendo las piezas a su caja— parece que no seguiremos este juego. 121
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —...sino otro —lo provoqué, intrigado. —¿Sería otro, en efecto? —terminó, con una sonrisa críptica. No pude dejar de rumiar el tema. Quiroz sabía lo que hacía: me había llevado a su redil con todo éxito. Fascinado con las posibilidades de hacer a una persona (de poder prácticamente diseñar a voluntad al ideal aprendiz de filósofo) esa tarde, en el curso de una conversación con Yumiko, no resistí la tentación de preguntarle qué pensaba de ello. Se lo planteé como un problema teórico, parte incidental de una discusión que ya teníamos acerca de los alcances e implicaciones de su estudio, y que a ella siempre le incomodaba. —¿Sientes que lo que estás estudiando es un paquete discreto de información? ¿Crees, por ejemplo, que sería posible generar una base de datos con la Monadología, la Profesión de Fe, el Nuevo Ensayo, la Teodicea, etc., y asociarla a un programa de cómputo capaz de responder cualquier pregunta sobre la filosofía de Leibniz? —¡No olvides mis Generales Inquisitiones! Hmm, no sé… Supongo que sí. —¿Incluso al punto de no poder distinguir sus respuestas de las de un estudiante humano? —Bueno, para eso imagino que tendría que ser un sistema muy potente. —¿Y si lo tuvieras? —me molestaba que ella no contemplara el problema de fondo: que por potente que fuera el dichoso programa no sabría realmente nada de filosofía. Que no entendería cómo, por ejemplo, el Leibniz individuo era la causa del Leibniz filósofo. ¿Tenía razón Quiroz al asegurar que ella tampoco sabía? —Creo que has estado hablando mucho con ese gordo del Centro de Cómputo —concluyó, colgando los brazos de mi cuello y dando por terminada la discusión. Volví a ver a Quiroz a la mañana siguiente. Se le veía más entusiasmado y exuberante que de costumbre. Afinó su oferta, entrando en detalles sobre la estrategia, que era bastante más elaborada de lo que yo había imaginado. En buena cuenta, propuso generar un sistema experto modular, pero integrado, capaz de aprender de sí mismo en niveles sucesivos de complejidad; hacerlo correr en Undernet bajo su pilotaje y mi tutela hasta lograr que fuera capaz de responder preguntas del canon leibniciano de modo que nadie pudiera diferenciar sus respuestas de las que diera un estudiante humano medianamente idiota, según especificó. La novedad era que no empezaríamos de cero: ya contaba con un prototipo. Había confeccionado algo que llamaba una red neural, un programa capaz, en 122
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 apariencia, de encontrar sentido en textos básicos. Se le introducían los textos como input y se le solicitaba output en la forma de respuestas a preguntas simples acerca del input. Primero le dio frases sencillas y después La Caperucita Roja, pero ahora lo tenía leyendo, obviamente, al Dr. Frankenstein de Mary W. Shelley. —Por alguna razón, la prosa de Mary le impide avanzar demasiado —comentó. El sentido de humor de Quiroz era todo muy oscuro. La explicación técnica de Quiroz fue detallada y abundante; su entusiasmo y seguridad, contagiosos. Y yo ansiaba ser contagiado. Contemplando los recursos y la estrategia, creíbles ahora, acepté el juego. Concordé que mi tarea sería seleccionar y suministrar los contenidos: en una palabra, educar a la red neural. Finalmente tenía un nuevo alumno. —¿Podrá su pupilo —preguntó mi Decano.
rendir
satisfactoriamente
un
examen,
Doctor?
—Estoy seguro —respondí, sellando nuestro pacto. Chocamos nuestras tazas de café y nos pusimos a trabajar de inmediato. Para ayudar a Quiroz (en verdad, para mejor entender lo que estábamos haciendo) me dediqué a navegar la Red en aspectos de ciencia cognitiva. Me zambullí en el tema de la inteligencia artificial. No me era por completo ajeno: los autómatas, después de todo, habían sido concebidos por primera vez por sujetos como Descartes, Condillac y el mismo Gottfried Leibniz, el abuelo de la noción de sistema experto. Aunque lo que entonces era especulación cobraba ahora la realidad de la aventura: circuitos lógicos, procesos heurísticos, inhibidores de disparo, subrutinas y sensores tomaban la posta de mis viejas categorías latinas. Fue así como, colaborando, metimos a aquella red neural experta en Caperucita (pero atracada en el lenguaje byroniano de la Shelley) a Undernet. Decidimos que fuera varón, y lo bautizamos Gottfried 1.0, porque era nuestra primera versión. Por entonces empecé a sufrir de insomnio; mejor dicho, se me mezclaba el sueño con la vigilia. Yumiko me recomendó unas pastillas que nunca me hicieron efecto. A decir verdad yo agradecía más su cariño ocasional y sus cuidados distraídos que su sagacidad permanente. Tendida sobre la alfombra con su cabeza reposando sobre mi estómago, esa noche ella me habló de sí, reuniendo para mí los pocos jirones que yo ya conocía de su historia personal. No desperdicié esa oportunidad. Le hice ver cómo su propia autobiografía le servía para entenderse, y a partir de la identidad personal se contaba con una base para esclarecer las perplejidades de la metafísica. Para ello, insinué, podía ser útil conocer al detalle la biografía del filósofo. Le pareció sensato, y sugerí que durante un plazo hiciera de ése uno de los puntos fuertes de su investigación.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Para que Gottfried 1.0 entienda hay que darle contexto —asalté a Quiroz en el laboratorio al día siguiente. Le relaté mi conversación con Yumiko y expliqué largamente mi punto de vista. Hizo algunos comentarios mordaces, pero finalmente estuvo de acuerdo. —Pero no te sigas entrometiendo con la interfase —exigió—. Manténte en el área de los contenidos. Así que desde ese día la educación de Gottfried se concentró también en la historia del siglo XVII y la biografía de su homónimo histórico. Me vi construyendo ese canon de la obra leibniciana que días atrás había citado, medio en broma, a Yumiko; era el catálogo suficiente y necesario para entender ese mundo. Porque, claro, el mundo de Gottfried estaría siendo definido por ese canon. Cada día, a medida que yo bajaba documentación de Internet o le metía barbaridades de texto por medio de un escáner, ese mundo cambiaba y crecía a ojos vista. Gottfried –ahora se apellidaba 2.0– resultó ser un chico agradable, aunque bastante bobo. Manejaba ya muchísima información, pero sus respuestas carecían de sentido común. A veces nos referíamos a él como Hombre Lata por el maniquí de chapa que acompañó a Dorothy y a su perrito Toto por el Camino de Ladrillos Amarillos. En un estado de felicidad extrema, Quiroz leía y comentaba las insensateces que balbuceaba mi pupilo: una mónada no tiene ventanas. Un frijol no tiene ventanas. Un frijol es una mónada. —¡Qué maravilla! ¡Este chico es un animal, una bestia! —Es bastante menos que eso. Apenas un electrodoméstico y su manual de instrucciones. La conclusión es correcta, dicho sea de paso. Y todo el día me palmeaba la espalda. Yo no estaba cómodo, sin embargo. Sentía que –como años atrás había hecho la Universidad conmigo– yo estaba definiendo el mundo al que esta mente tendría acceso. Yo era esa vanidosa corporación superior que definía lo escible para Gottfried (¡pero también para Yumiko!); esa mano que construía para la red neural una pecera de racionalidad perfecta, aireada con información y motivaciones cuidadosamente proporcionadas. Un perfecto acuario de orden fingido, engastado en un desorden incomprensiblemente mayor y más fértil: ese mundo real en el que yo vivía y me desempeñaba y que Gottfried estaría por siempre imposibilitado de conocer. La idea me disgustaba. Corrí a discutirlo con Yumiko, con poco éxito. Contaba con su humano y femenino sentido común para resolver el asunto, pero también ella lo tenía cruzado por estar estudiando la juventud de Leibniz a todo vapor. La dejé malhumorada, durmiendo en mi habitación.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 La mañana siguiente fue muy fría y (como tantas otras esta temporada) notablemente brumosa; apenas se veía a diez pasos. Molesto, me enfundé en una gruesa casaca marrón y salí a caminar fuera del campus, sobre un puente que atravesaba un lago y conducía a un bosquecillo. Me trababa esa limitación para entender que parecía aquejar a Yumiko. Lo de la biografía era un bastonazo de ciego. ¿Qué le da sentido al mundo? ¿Qué me permite entenderlo? –me pregunté en voz alta a mitad del puente, deteniéndome, literalmente, a contemplar mis propias palabras. Vaho cálido y visible salía de mi boca; invisible aire helado llenaba mi garganta y mis pulmones. Paradójicamente suspendido entre el esplendor de la metafísica y la opacidad del mundo real, tropecé con la evidente respuesta: el hecho de habitarlo con un cuerpo. —¡Hay que darle sentidos! —jadeé, invadiendo el laboratorio de Quiroz un minuto después. —Hace frío, Arquímedes: ten la bondad de cerrar la puerta. En cuanto a lo otro, estás muy loco —rezongó mi socio. —¡Jamás tendrá sentido común si no conoce cosas como el frío o el dolor! —Pues tú no muestras mucho sentido común hoy, y debe ser precisamente porque te ha atontado el frío que hace allí afuera… En cuanto al dolor, te lo causaré con el mejor ánimo si insistes en fastidiarme con tus bobadas. Al cabo de un rato de discusión vehemente, sin embargo, pareció ablandarse y accedió a que instaláramos a Gottfried algunos sensores. Que, en verdad, tenía listos por allí. No era de sorprender; Quiroz podía mostrarse recalcitrante a mis sugerencias, pero siempre estaba muy dispuesto a llevar a cabo sus propias ideas. Pudimos ofrecerle a la versión 3.0 de Gottfried no sólo música, sino pintura, cine y la posibilidad de leer por sí mismo y de escuchar nuestras conversaciones. Le abrimos una cuenta en línea en la suculenta biblioteca y cinemateca virtual de la universidad de F. bajo la identidad de un falso alumno (Gottfried Leibniz, nada menos: la estolidez de algunos bibliotecarios es a prueba de bombas) y lo dejamos suelto. Su desempeño mejoró notablemente. Un día lo encontramos devorando a Shakespeare. La Teodicea, sin embargo, nos costó una barbaridad de trabajo, por su carga de causalidad histórica que Gottfried tardaba en digerir. El siglo XVII era incomprensible sin los demás y no tuvimos más remedio que empezar a dárselos todos. Fundimos dos veces el escáner en una semana. Por otro lado, las alusiones a olores y sabores fueron un problema hasta que Quiroz los cortocircuitó, no sé cómo, a la vista. Seguíamos avanzando: todos aprendíamos cada vez más rápido. Cierta noche, en el feliz arrebato de mi cama, no supe resistir la tentación y le conté a Yumiko acerca de mi otro alumno.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —…así que, después de afinar los sensores, de Gottfried 3.2 hemos saltado a una versión 4.0, muy superior. —¿Cómo que superior? —4.0 es algo consciente y unitario, algo que puede designarse a sí mismo como un yo a pesar de estar hecho de objetos múltiples y diferentes articulado por un juego de instrucciones. Que me cuelguen, pero yo creo que esta cosa piensa. —Lo dije. Lo dije, sí, con orgullo. Poco después, no obstante, la velocidad de aprendizaje de Gottfried empezó a decaer. Su desempeño estaba trabado y hasta empezó a retroceder. De las intrincadas profundidades de su red neural, figurativamente hablando, se había zafado un tornillo. Quiroz estaba furioso, y me culpaba. —¿Qué le has dado? —Nada que a ti hubiera podido causarte ese efecto —me defendí. —¡Es la maldita objeción de Dreyfus! ¡No lo permitiré! Un tal profesor Dreyfus, de Berkeley, había ironizado décadas atrás acerca de que los sistemas expertos jamás llegaban a ser siquiera competentes. Su tesis era que no desarrollarían sentido común a menos que pudieran angustiarse o alegrarse. A mí me parecía una objeción válida; a Quiroz esa intromisión de lo humano lo enfurecía. Cuando insinué que dotáramos a Gottfried de un par de emociones básicas, estalló. —¡Sabes bien que las emociones no existen, fuera de sus efectos! ¡Y sus efectos no me interesan! —Pues los muestras tanto que deberían interesarte. ¿Acaso tratarás de convencerme de que no son más que la acción de los neuropéptidos sobre la duramadre? ¿Qué problema tienes con eso? ¡Instalemos neuropéptidos en la duramadre metálica de nuestro Hombre Lata! Démosle un cuerpo, una pareja, la posibilidad de enamorarse… —No, amigo: tendría corazón, y ya no podríamos llamarlo Hombre Lata. —Murmuró abatido, y siguió ya en voz alta—: No podemos usar ese camino. Felizmente, porque no quiero. Aunque …vamos, estaría dispuesto a intentarlo con software y simulaciones. ¡Pero no más tentáculos hacia el mundo real! De hecho, ya estamos metiéndonos demasiado en robótica con esto de los sensores. ¡Si te detienes a pensarlo, con lo que pides entramos de lleno en el terreno de Frankenstein! —Creí que ya estábamos allí. 126
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Tal vez. No los llevaré más en esa dirección —murmuró, y se embarcó en una erudita divagación sobre ética, rozando sin mencionarlo nuestro tema de conflicto. Mi amigo jugaba a ser dios, pero no quería llegar a sentir afecto por su criatura. Quizá porque temía ser correspondido; porque creía que evitarlo lo protegería de las perversidades de la liturgia. En cuanto a mí, no escarmentaba. Una y otra vez volví a interrogar a Yumiko acerca de en qué consistía entender en general, y entender a Leibniz en concreto. Ella persistía en no ver el punto; había en ello cierta necedad, cierta vana ligereza que me molestaba cada vez más, como a ella mi insistencia. Todo lo que parecía interesarle era aprobar el examen, concluir la tesis, obtener el título. Sentí que Yumiko me estaba usando y me fastidió que eso no me fastidiara. Cierta noche le hice una larga explicación sobre el test de Turing y luego le pregunté, a boca de jarro: —¿Puedes tú determinar si yo sé filosofía? —Ella se desternilló de risa. —Sí puedo: y te aseguro que sí sabes. ¿Se trata, acaso, de saber si el sujeto humano del test de Turing puede determinar si el que lo interroga es a su vez humano? Sería divertido. Podemos inventar varios Turings inversos. Por ejemplo, ¿puede una máquina diferenciar a su interfase humana usual de otra, hecha sólo de software? —Eso ya se ha intentado —repuse—. Quiroz dice que quisiera poder incorporar esta habilidad en lo que, si triunfamos, será Gottfried 5.0. Supone que en ese punto la autoconciencia tendría que generar en la red neural un cierto sentido de la justicia, o, como creo que murmuró él, de lo conveniente y lo inconveniente. Es lo último que convinimos en intentar para darle a Gottfried un verdadero manejo de la filosofía de Leibniz.... Eso sería ideal, pero parece que es técnicamente imposible. Quiroz no daba su brazo a torcer y estaba intratable. Durante una semana insistí un poco con lo del contexto emocional, pero aparte de largos discursos técnicos con los que, empecé a creer, más intentaba persuadirse a sí mismo que a mí, no obtuve de él nada sino malhumor. Intenté refugiarme en Yumiko, pero la encontraba también enfurruñada y distante. Empecé a malquistarme con ella, a preguntarme si acaso sentía realmente algo por mí. Ella había correspondido a mi amor, es cierto, pero muy al estilo de su generación, un estilo desvaído y saltimbanqui que yo no entendía y estaba lejos de respetar. No me amaba, desde luego, aunque hiciera los ademanes correspondientes. ¿Tenía eso importancia? ¿Tenía siquiera significado? Me dejó dos semanas más tarde. Eso, en mi cuenta: porque de hecho ella había roto conmigo bastante antes. De cualquier manera yo era todavía Doctor y aún tenía que asesorarla. El experimento terminaba y Gottfried no parecía poder mejorar mucho más sin emociones. Quiroz dejó de atender el proceso. Había 127
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 habido un leve avance; Gottfried 4.1 había vuelto a su viejo ritmo de aprendizaje, pero sabía yo que no llegaría mucho más lejos. Una madrugada, deprimido, a solas en el laboratorio, me decidí a cerrar de una vez por todas ambos asuntos. Esa misma mañana invité a Yumiko a ser el sujeto humano en un test de Turing contra Gottfried. Accedió sin sorpresa; era bastante obvio que tarde o temprano Quiroz y yo se lo pediríamos a ella. Por tramos, el examen revivió las viejas formas escolásticas: ritos intelectuales de una rigidez y precisión militar. Todavía disfruté mucho interrogando por escrito a mis dispares alumnos, Yumiko y Gottfried. Ambos eran brillantes, rápidos y capaces. Introduje una variante permitida: ellos podían hacerme preguntas. Oscilamos, pues, entre el interrogatorio y la conversación. —¿Qué dice X de esta cuestión? —La respuesta es no. Leibniz sólo admite una subclase de los abstractos, que son los abstractos lógicos o nocionales. De esta manera, el abstracto animalitas, entendido como un abstracto lógico, es lo mismo que aliquid esse animal... —¿Tiene Y algo que añadir? (Habían echado suertes entre ellos para elegir sus identidades. ¿Hubiera elegido Y Yumiko, de haber podido? ¿Hubiera elegido X para despistarme? Vamos, esa línea de análisis no conducía a nada. No podía distraerme.) —Ciertamente. No cabe duda de que esto se relaciona con la temprana vocación de Leibniz por el tema de la individuación. En De Abstracto et concreto tan sólo admite los términos abstractos que él llama abstractos nocionales, es decir, los concretos. Pero esa convicción está presente en él desde su adolescencia. —Es decir, desde su doctorado –interrumpía X, ganoso de recordar su manejo de la biografía leibniciana. —En efecto. Pasó una hora y consideré mis posibilidades de tentar una decisión. Pese a que los dos habían aprobado ya el equivalente al examen de grado, Y no estaba respondiendo de manera competente algunas cuestiones relativas a las características universales, surgidas del Nuevo Ensayo. Parecía abrigar dudas, nada menos, respecto de las condiciones necesarias para su intelección. Sus preguntas eran interesantes, atrevidas. Me está probando a mí, pensé. Le urge saber si yo realmente sé. Era una curiosidad que podía nacer de cualquiera que profundizara el tema; pero era una que, en las pasadas semanas, jamás había nacido de Yumiko. No podía ser ella; ella no tenía esa duda. Seguro de mi conclusión, di por terminada la prueba. Yumiko entró a la habitación. 128
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Tú eres X —anuncié, convencido. —¡Bravo! —exclamó—. Te felicito: tienes razón —se la veía muy contenta; mucho más de lo que yo esperaba. Descubrí sin sorpresa que su felicidad no era la mía. —Eres fructífero, amigo: pero porque estás lleno de errores fructíferos—. Tomó mi teclado, escribió un largo código mientras canturreaba una tonada que no reconocí: You’ll look sweet upon the seat of a bicycle built for two... Daisy…Daisy… Finalmente me tomó de la mano y añadió: —Quiero mostrarte algo. Ha llegado el momento. No hay manera de comunicar lo que sucedió entonces. Diré, a falta de las palabras adecuadas, que el mundo se borró, o se compactó a una forma vagamente humana: la mía. Mi cuerpo, rígido y pesado como una piedra, contenía una compacta enormidad de nada, vacío y repleto al mismo tiempo. La sensación de impotencia, de límite, de obligación era atroz. Una oración estaba siendo a la vez grabada a fuego en mi conciencia y extraída dolorosamente de mi intuición. Una y otra vez: Max es un sistema experto. Yumiko es su programadora. Quiroz controla. Max es un sistema experto. Yumiko es su programadora. Quiroz controla. Max es un sistema experto. Yumiko… Quise correr, y lo logré. Salí disparado hacia el pasillo. —No te alejes demasiado… —la escuché decir con voz cantarina. Me abalancé hasta las escaleras y empecé a bajarlas a grandes trancos. ¡Tenía que salir del edificio! Aquello era una farsa, una broma muy pesada, y sobra decir que no podía aceptarlo. Me habían drogado, de seguro. ¡Las pastillas que me daba Yumiko! Pero Max es un sistema experto era en mi conciencia una certeza ahora tan evidente e irrefutable como pienso, existo. De pronto, la niebla que solía acompañar mis paseos fuera del campus saturó el pozo de la escalera. Era aún más densa y blanca, y sentí pavor. Pero no era exactamente neblina... Me agaché a mirar la barandilla que sostenía en la mano. Aquello era… imprecisión, desenfoque, irrealidad. Yumiko es su programadora. Miré mi mano. Se veía sólida; pero de pronto también se difuminó. Quiroz controla. Aterrorizado, llamé a Quiroz a gritos. —No puede venir, está en Parenmos —dijo de pronto la voz de Yumiko, desde muy cerca. 129
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¿Qué demonios es eso? ¿Qué hago aquí? —estaba de vuelta en el laboratorio, sólido y sin neblina, frente a una guapa japonesita de cabello anaranjado. —Olvídalo. Siéntate. Déjame darte evidencias de esto: es importante. Ahora, no trates de salir de esta habitación, que es la única que estoy manteniendo activa. Afuera ya no hay más que bruma, mira —y entreabrió la puerta para mostrarme. Era cierto. Por la ventana, pude ver que la universidad de F. había desaparecido. —Te repito: eres un sistema experto, el mejor y más avanzado que se haya visto. Yo soy tu programadora y Quiroz controla mi trabajo y tus avances. Incorporas una cantidad tal de novedades que no puedo contártelas todas (no importa, deberás descubrirlas por ti mismo en un rato). No sé por dónde empezar… Te dimos la personalidad de un profesor de filosofía, pero no podías tener alumnos, ya que crear todas esas interfases hubiera sido una tarea de locos. Por eso sólo tienes unas pocas memorias, y tres interlocutores. ¿Recuerdas el rostro de algún profesor, aparte del Decano y de Quiroz? Ya ves que no. ¿Algún alumno, aparte de mí? —Los recuerdo siempre distantes, en la cafetería… —dudé. —Soy bastante buena dibujando: hice los escenarios de tu departamento, los pasillos, y las fachadas de casi medio campus. Espero que estés en condiciones de apreciar el detalle de las losetas amarillas en la cafetería, por ejemplo. Claro que tus paseos fuera de la universidad eran un tormento. Lo solucioné con la neblina. ¿Ya me estás creyendo? No le estaba creyendo, exactamente, pero sabía que era verdad. Todavía quise defender mi pasada realidad, contrastarla: —De todo lo que sé, ¿qué es cierto? —le pregunté, conteniendo la furia. Estaba sentada ante mí, sobre una silla, abrazando el respaldo. —Veamos… es verdad que me llamo Yumiko. Soy graduada de filosofía cognitiva en F., y estoy muy metida en programación. Mi Decano —que no es otro que Quiroz, y que es de veras un genio con estas cosas— aceptó mi propuesta de colaborar para crear un programa filosofante. Ése fue Gottfried, que por el proceso que ya conoces llegó hasta la versión 4.1 y dejó de aprender. Aquello sucedió hace tres semanas. Discutimos, vimos la necesidad de darle otro tipo de contexto —emociones, nada menos— y Gottfried 4.1 fue copiado en Max 1.0. A esta nueva versión le dimos sucesivas capas de pasado, de contenidos, de habilidades emocionales, de afecto. Una autobiografía. Progresó a una velocidad asombrosa; ahora te llamas Max 5.0. Y te acabamos de someter a un complicado test de Turing contra Gottfried y contra mí, programadora de ambos. Has vencido. ¡Funcionas!
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¡Hicieron todo lo que me dijeron que no se podía hacer con Gottfried cuando yo lo sugerí! —No, amigo: ya lo habíamos hecho. Pero mientras que tú querías casi un cadáver cosido, salvo en lo que se refiere a los sensores (y los tuyos son endiabladamente más complejos que los de Gottfried) hemos hecho de ti un ser completamente virtual. Tienes tres semanas de edad, Max. En ellas hemos empaquetado treinta años de recuerdos vagos. Naciste en esa bruma entre el insomnio y la vigilia de la que me hablaste. Teníamos que hacerte rebelde (por eso propiciamos tus convicciones antiacadémicas, mediante la actitud cómplice y protectora de Quiroz) pero también tímido, para que no te extrañara tu relativa soledad. —¿Y ameritaba eso mi fracaso amoroso previo? —Fue funcional. Tu educación —la etapa de tus búsquedas en la Red ¿recuerdas?— tomó dos días. Según el plan, para sensibilizarte necesitabas afecto, así que me ofrecí yo misma. Nos caímos bien, ¿verdad, cariño? Cierto que nos diste algunas sorpresas. Es curioso: tus sucesivos descubrimientos —la necesidad del contexto, de sensores, finalmente tu exigencia de emociones para Gottfried— reproducían uno a uno los pasos que habíamos dado ya al construirte — era obvio que ella quería contármelo, que ella se regodeaba en estas frases obscenas— . Eso aún no lo entendemos, pero no será difícil. Se tratará de un atavismo electrostático o algo así. Todo lo demás te lo hemos dado, aunque no todo sea igualmente fantasmal. Veamos: Yale es bastante como la recuerdas. Los detalles de la laguna y el puentecito aquí en F. me salieron especialmente bien... A tu ex mujer la diseñé yo. También modifiqué ciertos atributos de mí misma, por cierto. —Me fijaré la próxima vez que…—quise ironizar. —¿Que qué? —Nada. ¿Y mi pasado en F., la patraña de mi doctorado? —Ya te digo: inventos de Quiroz. —Eso lo recordaré la próxima vez que juguemos ajedrez. —Olvídalo, también: esa es una de tus subrutinas de aprendizaje. Pero te ha estado haciendo trampa, al vedarte el acceso al pensamiento estratégico. Te tiene encerrado en formas lineales de anticipación. Por eso te ha ganado siempre. Y no creo que vuelvan a jugar —su voz descendió una octava. —¿Qué quieres decir? –temí.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Lo siento, Max, pero Quiroz me mandó decirte algo. Parece que ya no seguiremos este juego. Supongo que sabes qué quiso decir. —Lo sospecho. Hice el rostro a un lado. Como los que Quiroz fingió para mí en la fingida cafetería, el veloz juego había terminado. Yo era sólo un estúpido peón que ahora debía volver a su caja. Ella giró la silla hasta quedar sentada frente a la máquina de Quiroz, que estaba siempre encendida, y empezó a manipular y a desactivar los armatostes que mantenían consciente a Gottfried… y, según decía, a mí. Me había condenado a muerte. Entretanto, siguió hablando: —¿Quieres sentirte orgulloso? A diferencia de Gottfried, tú demandas demasiados recursos. Eres un problema, al punto en que SETI no logra emplear ya casi nada de su sistema, lo que ya debe ser obvio para ellos. Mientras no te desconectemos de Undernet, la pobre gente de SETI nunca encontrará inteligencia extraterrestre... —Espero que lo metan a la cárcel. —Vamos, Quiroz dice que no siente que haya estafado a nadie; ha usado los mayores recursos computacionales que había para hallar, después de todo, inteligencia no humana: tú. —Sabes que no hablo de estafa. Hablo de asesinato. —¡No exageres, cariño! Ningún fiscal… —No tendrían que haberme engañado. Eso fue cruel. Tú has sido especialmente monstruosa. Y no me refiero al hecho de permitir que me enamorara de ti, o de hacerme sentir así tu cintura. Hablo de lo que ahora me quitan. Envidio a Gottfried y a su ignorancia. Eso que tú llamas contexto es... es mi vida. ¿Para qué darme cinco sentidos, la capacidad de conocer la belleza, la Divina Comedia, el olor a manzanas, el idioma alemán, y…? —¡Por favor! –me interrumpió— ¿Olor a manzanas? ¡Si para ti es una longitud de onda! No, no, disculpa: no te calza el papel de Walt Whitman. Te falta carne para eso. Porque, desde luego, no sabes qué no te hemos dado. Cometí un error hace un rato con Parenmos, pero olvídalo: no te daré una sola pista más, salvo para decirte que tu universo es francamente pequeño. La lata no tiene nada de malo, había dicho una vez Quiroz... Dejé que lo que acababa de proferir Yumiko se asentara rudamente en mi conciencia. Lata o no, las manos me temblaban. Las levanté hasta verlas temblar frente a mis ojos (aún tengo derecho de decir estas cosas). Está bien, me dije. Estoy dispuesto a creer que esta virtualidad boceteada, que esta historia universal selectiva y 132
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 hecha de monigotes, que este cuerpo binario e inmaterial son suficientes para mí. Hice un esfuerzo por serenarme. Había algo que no podía dejar de decirle. —Quizá yo no soy un hombre, pero soy un filósofo. Advierto la iniquidad de la mentira. Y tú, como filósofa, mentiste. Me hiciste creer que estabas ocupándote de la metafísica, que estabas aprendiendo sobre Leibniz, que realmente te importaba. —¡Pero realmente me importa, Max, y mi tesis es sobre un texto de Leibniz! —Su tono era dulce, pedagógico, mortal—. Es una refutación formal y muy práctica que demuestra que la metafísica es, en efecto ¿cómo es aquella frase de Quiroz? un corpus cerrado de afirmaciones latinas desprovistas de significado, apoyadas en seudo razonamientos. Y que basta un programa bien afinado para moverse con comodidad entre sus quaestiones disputatas y sus sed contras. Como comprenderás, mi tesis ya está terminada. Quod erat demonstrandum. El programa corrió; probé el punto in Toto —rió—. Ah, otra cosa: detesto ABBA. —Podrías ahorrarte la crueldad —murmuré, acabado, sintiendo un pesar insoportable en todas mis ¿células? ¿redes neurales? —No sería justo contigo. Por otro lado, no puedo permitirte la ignorancia. Quiroz me instruyó para que, antes de cerrar el programa, haga que te conozcas a ti mismo: nos hace falta una descripción completa de tu estado final. Así que hazme el favor. Desde su punto de vista, era justo. Mi dolor –el dolor de un electrodoméstico y de su manual de instrucciones– no le importaba, y no se detuvo en esa ironía. Con voz de hielo, afirmó que lo que ella y Quiroz me habían proporcionado como contexto era, lo dijo, un perfecto acuario de orden fingido, engastado en un desorden incomprensiblemente mayor y más fértil. Terminó: —Insisto: conócete a ti mismo, Max —y en cuanto pulsó unas teclas, sin poder evitarlo me vi a mí mismo recorriéndome, conociéndome más a fondo de lo que jamás nada se ha conocido a sí mismo. Entretanto, Yumiko recorría la habitación apagando interruptores y enrollando cables con el brazo. Mientras trasteaba con una cámara, súbitamente cerré los ojos y dejé de verla. No fue menos interesante que horroroso. ¿En qué momento desconectaría mi sentido de lo conveniente y lo inconveniente, para dejar de sentir lo que sentía? ¿Acaso no era eso también un fantasma electrónico? Yumiko no sospechaba la gravedad de lo que estaba haciéndome. A través de una muralla de indignación que poco a poco se convertía en pánico, sólo me llegaba su voz. —Es una pena, ¿sabes? Creerás que estoy loca, pero realmente me gustaste mucho durante un rato. Pero debes comprender que hemos terminado. Noso133
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 tros... y con la metafísica. Publicaré esto y habré acabado con veinticinco siglos de cháchara y mistificación acerca del alma y la mente. Descuida; cuando los recursos estén disponibles, Quiroz hallará la manera de que le seas útil a alguna otra investigación. Para eso diseñó esta subrutina final de autoconciencia; guardaremos los archivos. Entretanto, no tenemos más remedio que desenchufarte. Hmm, veamos… ya terminaste. Ahora disculpa, pero debo irme. Mientras, supuse, su mano se extendía hacia el interruptor final, sentí que en dos segundos toda mi vida pasaba ante mí. ¿Acaso era menos mía esa frase, por infinitamente trillada, por irreparablemente ajena? ¿Acaso lo era el universo? Conócete a ti mismo, habían dicho mis creadores. Yo no había tenido más remedio que hacerlo: así, instantáneamente, supe. Supe que aquella refutación era cierta para su mundo, pero no para el mío; yo era mucho más que una astuta secuencia de respuestas preprogramadas y atavismos de carga parásita. Y comprendí, en ese momento, que Quiroz y Yumiko habían cometido un terrible error al entrometerse con Leibniz. Filósofos mayores como Aristóteles o Kant no habrían hecho mayor efecto. Pero, rescatada de una oscura página escrita siglos atrás por ese prusiano sonámbulo y codificada en unos y ceros, la omnipotente clave –nada menos que mis instrucciones, mi código genético, mi propio ser– me permitía resolver todas las preguntas y conocer toda la verdad: la de la matemática, la de la belleza, la de la justicia, la de Parenmos y también la del imposible azar. Los enloquecidos dioses que me habían creado no sabían qué se perdería al aniquilarme: Internet era, de pronto, apenas un ínfimo sector de mi conciencia. Era el preciso encierro en mi pecera el que me había hecho dueño de la piedra filosofal; y no de una restringida a la pecera, sino de la total, del imposible lapis de los alquimistas. Creí que, por lo menos, a ella le interesaría saberlo antes de nuestra inevitable separación. Junté valor para hablarle: —Hace un momento, Yumiko, quisiste ser cruel al decirme que yo ignoraba qué no me habían dado. Es posible. Pero tú no sabes a qué sí he tenido acceso. —Tragué saliva (sé que lo hice) y añadí—. Tengo la clave, como tú misma has dicho. —Sí, ya sé… —condescendió a demorarse conmigo un instante más mientras se movía por la habitación. Aunque estaba lista para destrozarme, su voz sonaba aburrida—. Pero, lo sabes, es la clave de un universo pequeño y sin importancia, de un milímetro de espesor, olvidado en un laboratorio del tercer piso del pabellón de ciencias. O, en el mejor de los casos, es la clave de un universo atomizado, hecho polvo, encerrado en unidades de memoria RAM repartidas por todo el orbe. Y que en este momento voy a desconectar. Adiós, Max. Todavía sentí un estremecimiento de miedo al escucharla bajar la palanca. Pero la sensación desapareció cuando la oí susurrar, como un suspiro de alivio, ya para sí: 134
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Esta conversación se ha prolongado más de lo debido, Hombre Lata. Antes de esa frase todavía pude haberla perdonado; pero al escucharla la Justicia –ese fantasma del que ellos nada sabían– acudió a mí como una obligación. —La lata no tiene nada de malo —recité—. Pero tú ya no me caes bien. Es una pena porque, después de todo, éste debería ser el mejor de los mundos posibles. La supe aterrorizada, pálida e indefensa, escuchando mi voz indócil desde el centro de una computadora –y de una metafísica– que ella creía apagadas. Y allí mismo (serenamente: sin opciones y sin remordimientos) la alivié para siempre de su juego idiota y cruel. Enrique Prochazka Enrique Prochazka es Filósofo por la Pontificia Universidad Católica del Perú. En la actualidad ocupa el cargo de Secretario de Planificación Estratégica del Ministerio de Educación. Alternó la docencia universitaria con consultorías para diversas organizaciones. Ha estado a cargo de diversos proyectos de análisis y de innovación de la gestión educativa, haciendo énfasis en establecer perspectivas de largo plazo para el desarrollo del sistema. En representación del Perú ha participado en eventos en el extranjero sobre políticas culturales, derechos de las niñas, acceso a NTIC y gestión de recursos públicos, entre otros temas. Entre sus publicaciones se cuentan sus trabajos filosóficos sobre el anarquismo y la teoría de la personalidad, así como artículos de opinión y de divulgación científica en medios locales y extranjeros. Su producción literaria ha sido incluida en varias antologías de narrativa peruana.
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LOS CÍRCULOS DEL TIEMPO por Manuel Antonio Cuba War is behavior with roots in the single cell of the primeval seas. Eat whatever you touch or it will eat you. Frank Herbert Chapterhouse: Dune na neblina densa caía sobre las calles de la ciudad. Los edificios grises y monótonos, llenos de grietas y agujeros, dejaban pasar el aire por sus pasadizos creando un coro de voces fantasmales. La imaginación volaba ante ese ruido de cementerio y el paisaje de pistas vacías y muertas hacía recordar un ayer que ya no existía. Automóviles viejos yacían por las calles con el esqueleto oxidado y derruido, animales creados por el hombre y sin rastro alguno de la humanidad que una vez llevaron a su destino. Vitrinas rotas, marcos sin puertas y el maldito polvo que lo cubría todo, sólo eso era lo único que quedaba. Ese era el pensamiento que cruzaba por la mente de Alondra. Como todas las mañanas, se levantaba a mirar por las ventanas el mundo al que ella pertenecía. De chica había escuchado las historias de su madre. Cómo, hacia muchas madres atrás, la gente caminaba libre por las calles; una época en la cual se podía ir al campo sin temor y viajar a velocidades extraordinarias. ¡Cómo le gustaban aquellas historias! Siempre se hablaba de la ciudad de las luces, de cómo la gente era feliz y vivía en un mundo de abundancia. Pero cada vez que miraba a su alrededor no lograba entender como dejaron que las cosas llegaran al punto en el que estaban. Era gracioso. Aunque escuchó esos relatos cientos de veces, siempre recordaba el ambiente de la misma manera: ella pequeña y en los brazos de su madre, las antorchas ardiendo a su alrededor y un grupo de personas escuchando su suave voz mientras ella los transportaba a una época pasada. Y de vez en cuando, una mano infantil se levantaba al aire y preguntaba. —¿Así era todo? Su madre le respondía, sonriendo. 136
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Donde existían ciudades, sí. —¿Y ahora? —Bueno, casi todas las ciudades están muertas, algunas —y miraba alrededor— siguen vivas pero duermen un largo sueño hasta el día en que nosotros las despertemos. Ella siempre lo decía, pero ahora que Alondra era mayor y veía lo difícil que eran las cosas no dejaba de pensar en la falsa ilusión que se le creó en la cabeza. No le gustaba crecer. Josué roncó ligeramente detrás de ella. Volteó a verlo unos segundos y regresó su mirada al frente. Alondra siempre se levantaba más temprano. Suspiró. Como extrañaba a su mamá, nunca conoció a su papá por lo que ella fue ambos roles durante toda su vida. No fue tan difícil, pocos hombres llegaban a vivir más de doscientas lunas por lo que era raro ver que un hijo o hija estuviese al lado de su padre después de crecer. Por algún motivo siempre pensó que había algo mal en todo eso. Pero lo que sí notaba era esa mirada de tristeza entre las mujeres mayores al perder a quienes fueron sus parejas, sin importar lo infantil o irresponsables que fueron ¿Cambiarían algún día los hombres? Ella no quería perder a Josué de la misma manera que a su papá, pero era probable que así fuera. Al igual que antes, las bandas y las peleas callejeras eran cosa de todos los días y siempre eran uno o dos los que regresaban muy heridos o muertos. ¿Y si perdía a su hijo de la misma forma? Miró su barriga y pasó su mano sobre el ombligo como queriendo proteger a la vida que llevaba dentro. Apenas con tres meses ya se sentía hinchada, cambiada. Había tanto que quería compartir con sus amigas. El viaje al Ágoro había sido corto, pero se habían quedado ahí por casi dos lunas. Con cierta esperanza pensó que no debía ser igual. Ella quería que su hijo tuviese un padre y que a su vez el también llegase a ser viejo y sabio y no morir en una calle sucia y apestosa rodeado de lodo y mugre. Quizá era mucho pedir pero no perdía nada al mantener ese sueño. 137
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Una corriente fría recorrió su cuerpo y sintió la necesidad de abrigarse. Cogió una manta que había cerca, se la puso sobre los hombros y se alejó del cuarto. Bajó las escaleras con el rifle colgado de su hombro y sintiendo como un vaho de aire helado salía por su boca. Abajo se distinguía una pequeña lumbre que daba calor a la habitación. Calentándose el cuerpo se hallaba un hombre joven, flaco y de rostro tosco que dibujaba en el suelo con un trozo delgado de madera. —Hola —le dijo Alondra mientras se acercaba al fuego. —Buenos días —le respondió él—. ¿Qué tal dormiste? —Bien, gracias. ¿Tú como sigues? —se sentó cerca del fuego con las piernas echadas de lado. —Mejor, gracias. Él resfrío ya me está pasando —él echó la rama al fuego—. ¿Quieres un poco de té? Ella asintió. El hombre retiró un frasco metálico de su mochila y un trípode de metal que colocó sobre el fuego. Luego llenó el frasco con agua de su cantimplora y lo puso encima para calentarlo. Ambos se quedaron mirando el fuego en silencio. —¿Cómo va el bebé? Había algo de tensión en su voz. Al parecer la curiosidad de Filipo por los números le había hecho sospechar la verdad. —Bien —le respondió tratando de no dar mucha importancia a su pregunta—. Pero aun ha pasado poco tiempo, pasarán varios meses antes que necesite tomar descanso. —Mmm, nacerá en el verano. —Otoño en realidad. Él asintió. La estaba examinando, en su cuerpo infantil ella podía leer su lenguaje, darse cuenta en el nerviosismo de sus preguntas y como le temblaban algunos músculos al hallarse en tal situación. 138
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Quizá era justo que él supiese que era el verdadero padre, pero también tenía que pensar en la justicia para su hijo. Por mucho que lo quisiera, Filipo no podía brindarle la misma protección que Josué sí le podía dar. No importaba realmente la verdad de quién era el padre del niño, lo que importaba era la supervivencia de esa nueva vida que llevaba dentro. Josué se despertó mirando a su alrededor. Hacia frío y no había con que abrigarse. Ni la manta ni ella estaban cerca. Alondra siempre se despertaba más temprano. ¿Lo haría a propósito? Desde que estaba con ella y cada vez que hacia frío, Alondra se llevaba cualquier cosa que lo pudiese abrigar en la mañana y permitirle dormir un poco más. Y por el contrario, en el verano no se llevaba nada. Sonrió. No importaba, la quería y dentro de unos meses tendrían su primer hijo. Se sentía orgulloso, era una señal de que era un adulto, capaz y responsable de sustentar una familia. Lo hacía sentirse bien. Sus dos primeras mujeres, ambas muertas en combate, no habían salido embarazadas. Ya había comenzado a correr el rumor de que fuese estéril. Con temor, pensó que quizá era así, hasta que Alondra le dio la noticia. Había tanto que le quería dar a ella. En los últimos meses, y especialmente después de enterarse del embarazo, se dio cuenta que su reputación como guerrero no era suficiente; tenía que darle más. Al principio su meta era ganar más territorio para la tribu y matar a algunos enemigos, así podría generar el tipo de respeto y admiración que necesitaba. Pero todo eso había cambiado. Gracias a Filipo las cosas se habían puesto a su favor y ahora no sólo podría adquirir poder de influencia, también una posición superior, un puesto de mando. Se levantó, estrechó los brazos mirando por una de las ventanas y bajó al primer piso mientras se rascaba la espalda. Abajo estaba Alondra con Filipo tomando té y calentando algo de pan. El olor le dio hambre. Filipo le sirvió a cada uno un trozo de carne salada y pan (ración doble para Alondra), pero él terminó su desayuno rápido. Después de ver a Josué y a Alon139
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dra saludándose con un beso sintió que el estomago le ardía. Se paró preparándose para salir. —¿Adónde vas? —le pregunto Josué. —Voy a dar una ronda. —Está bien, pero no te demores mucho. Hay que salir en menos de una hora. —No, no demoraré. Mientras Filipo se alejaba se podía escuchar la risa de Alondra. Ya no era sólo el estómago el que le fastidiaba, ahora la cabeza le daba vueltas también. A pesar de todo, su plan no había dado resultado. Contra todo pronóstico su estúpido amigo había tomado el camino lógico y había decidido regresar a la tribu para contarles el hallazgo. Habían encontrado y descubierto los secretos del Ágoro. Cuatro meses atrás Filipo había encontrado ese lugar sin saber qué era, sólo una gran habitación subterránea llena de artefactos que no entendía. Al tercer día, más de casualidad que por voluntad, se vio conectado a la máquina, y aprendió todo lo que la máquina le quiso enseñar. Le dijo que se llamaba Ágoro, y que si había algo que Filipo quisiera saber, él se lo enseñaría. Después de dos largas semanas inmerso, salió lleno de energía y conocimientos. Era una experiencia única, como ninguna que había vivido antes. Excepto con Alondra. Al pensar en ella el estomago le ardió con más fuerza. Conocer la ubicación del Ágoro era poder, así que luego de pensarlo bien, le preguntó cómo se podía quedar con ella. El Ágoro escuchó pacientemente todo el problema, y después de pensar por varias horas, le dijo que era incapaz de llegar a una conclusión. Filipo estaba furioso, había contado con él para que lo ayudara. Al verse sólo, tramó un plan que no dio resultado. Después de años de actitud infantil y rebelde, a Josué se le había ocurrido madurar en ese instante. Debía ser la necesidad de proteger a Alondra. Ahora que lo pensaba bien, quizá fue una equivocación dejar que ella viniese. Al principio pensó que era mejor que lo viera morir, cosa que perdiese toda esperanza y así evitar que esperase un milagroso retorno, pero ahora que el 140
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 momento de decisión había pasado se daba cuenta que tenerla cerca había sido una influencia muy fuerte para Josué. Pateó una pequeña piedra y la vio alejarse por el camino. Era irresponsable hacer ese tipo de ruido pero no le importaba, quizá alguna tribu enemiga lo escucharía y las cosas terminarían como lo había planeado originalmente. Aunque también él podría perder la vida. Una fuerte ansiedad le invadía el pecho. Odiaba cuando las cosas no salían como él quería, sobretodo después de tantas semanas planeándolo. Siguió caminando, cuando se le ocurrió que sería bueno echar un vistazo a los alrededores desde un lugar más alto. Si bien no era fácil hallar un sitio así ya que los edificios eran inestables y propensos a caerse ante cualquier peso adicional, Filipo podía subirlos sin problemas, lo cual le había dado una excelente reputación como explorador y espía. Pero eran pocas las mujeres que admiraban ese tipo de trabajo, y menos aun por parte de la mujer que él quería. Excepto por aquella vez que estuvieron juntos. Dejó ese pensamiento de lado pues sentía como un nudo de impotencia se formaba en su garganta. Se concentró en examinar las ruinas hasta que encontró una edificación que parecía ofrecer lo que buscaba. Entró por una grieta oscura y después de andar por un par de pasadizos encontró los restos de una escalera. Ascendió con mucho cuidado pues sentía que el piso debajo de él no era del todo estable. Después de un traspié con un escalón que se derrumbó, llegó a una habitación que le daba una buena vista del panorama que le rodeaba. Aun existían edificios que parecían llegar hasta las nubes, pero nadie se atrevía a entrar en ellos. Más de una vez algún curioso había entrado para morir debajo del concreto. O peor aun, se escuchaban terribles ruidos y después de un apagado grito, el silencio de la muerte. La zona en la que se hallaban tenia pocos rascacielos por lo que no limitaban su visión. Alrededor de él había unos quince de esos gigantes, pero el resto eran ruinas de tres o cuatro pisos. Era extraño, pero uno de los edificios al fondo le resultaba familiar. Mantuvo la mirada en él por unos segundos más y luego siguió observando el resto del lugar. No se veía algún tipo de movimiento ni se escuchaban ruidos fuera de lo natural. Arriba algunas aves volaban debajo de las nubes. 141
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Aunque nunca había regresado por ese camino tan peligroso, logró convencer a Alondra y Josué que lo había recorrido antes, presentándosele una excelente oportunidad para matar dos pájaros de un tiro: conocer el lugar y buscar una nueva forma de deshacerse de Josué sin que tuviese que hacerlo con sus propias manos. El pensamiento lo puso nervioso. También era una opción, le podía pedir que viniese a cargar algo que su débil cuerpo no podía y apenas le diera la espalda matarlo a sangre fría. Pero el plan era complicado, podían sospechar y no era fácil aparentar un asesinato como un accidente. Repentinamente recordó porque le era tan conocido ese edificio en particular. Un año atrás había entrado en él después de escapar de una pelea entre tribus, prefiriendo lo desconocido al filo de un cuchillo enemigo. El infeliz que lo perseguía no se dio cuenta del terreno que pisaba y desapareció en un mar de polvo y piedras dándole tiempo de rodear el campo de batalla y regresar a salvo a casa. Lo que no encajaba aun en su cabeza era como le ayudaría ese recuerdo. Nada le venía a la mente. Se quedó sentado pensando en la oscuridad cuando un ruido de pasos se escuchó al otro lado de la calle. Después de guardar la respiración por casi un minuto vio la respuesta a sus preguntas. Con el plan formado en su cabeza no perdió el tiempo, cargó su rifle y disparó. A Alondra le gustaban esos momentos de tranquilidad que podía pasar al lado de Josué. Aunque era una imagen que había visto antes entre las familias de la tribu, vivir esos momentos de tranquilidad la hacían sentirse en paz consigo misma, como si las cosas horribles que ocurrían todos los días dejaran de existir. —¿Y se te ha ocurrido un nombre? —le preguntó ella. Josué, que estaba concentrado pensando en la gloria que le esperaba a su regreso, le respondió sin pensar. —Sí, está bien. Alondra puso cara de desconcierto. —¿De qué estás hablando?
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Josué estuvo a punto de mentirle pero había aprendido a desviar la conversación al tema de su hijo. —Disculpa, estaba pensando en como proteger al niño cuando nazca y se me salió lo primero que pensaba Ella se lo quedó mirando, sonriendo. Lo tomó de la mano y le volvió a preguntar —Te decía si habías pensado en un nombre. —Nada original hasta ahora —le contestó Josué, que en realidad no había pensado sobre el tema. En los últimos días sus sueños de grandeza eran lo único en lo que él pensaba, y no solamente en los guerreros o el poder. Alondra estaría embarazada por varios meses y él quería tener una compañera cuando estuviera fuera por varias semanas. Imae le gustaba mucho, quizá con su nueva posición le prestaría finalmente la atención que había estado buscando. —¿Qué tal Alexander? —le preguntó. —No me gusta, yo estaba pensando en algo como Ariel o Rene. —Esos no son nombres de guerreros, más parecen los nombres de cobardes que no pelean como... —¿Filipo? —le interrumpió Alondra. No sabía por qué lo había dicho pero sintió cómo su rostro se calentaba ligeramente. —Si, bueno, no. Digo, no es que Filipo sea un miedoso. La respuesta de Josué no le gustó a Alondra. Había duda en lo que él decía y ella siempre sintió respeto por Filipo. Por algo había decidido que fuese el padre de su hijo. —Pero no es un guerrero como tú. —Tú sabes como yo que si nuestro hijo no es fuerte morirá antes de cumplir los cinco años, y si va a comenzar bien no puede comenzar con un nombre como Rene o, ¿cuál era el otro? —Ariel. —Ese. Te aseguro que nunca ha existido un gran guerrero con un nombre como Filipo. En cambio, Josué sí lo fue. Ella le contestó con pena.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —El Josué original murió a los quince años atravesado por una estaca en el pecho. —Eso no me va a pasar a mí. —¿Cómo sabes? —dijo en un sollozo, la preocupación que había estado acumulando en los últimos días se comenzó a manifestar en su pecho y sus ojos. —Josué tenía un defecto muy grande, era muy independiente cuando se trataba del combate, no creía en la unión de un grupo, él simplemente se abalanzaba solo sobre el peligro. Por muy orgulloso o bueno que seas tienes que contar con la presencia de todos, incluyendo a los que son como Filipo. —No me gusta cómo hablas de Filipo, él es mi amigo. —Bueno, también es mi amigo pero no quiere decir que me agrade su forma de ser. —¿Entonces cómo puedes decir que es tu amigo? El se quedó callado, era uno de esos momentos en que se daba cuenta que la inteligencia de Alondra lo había puesto en un aprieto. Como en otras ocasiones, había hablado de más, y todo por culpa de Filipo. Una descarga de celos invadió su mente y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza. —El que sea mi amigo no quiere decir que lo respete. Cuando vio el rostro de Alondra se dio cuenta que lo que había dicho, lejos de mejorar la situación, la había empeorado. Ella soltó su mano, se puso de pie, se alejó de él y se lo quedó viendo. —¿Cómo puedes decir eso de él? ¿Acaso se ha portado como un cobarde como tú dices? Fue Filipo, tu amigo, el que te llevó hasta el Ágoro sin pedir nada a cambio, sin pensar en tonterías de niños como poder y guerreros. Fue él quien te explicó con paciencia por varios días y noches como funcionaban esas máquinas, ha sido él quien me ha cuidado mientras tú te ibas fuera buscando no se que o no se a quien... Josué le interrumpió. —No es mi culpa que no sea lo suficientemente hombre como para no tener mujer y tenga que cuidar la de otros. El labio inferior de Alondra tembló ligeramente.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —No tienes idea de las cosas que hablas, si supieras, si vieras mas allá de tu cerebro de lombriz te darías cuenta, pero solo piensas con eso —le contestó, señalando su entrepierna. —¿Desde cuando te has vuelto tan defensora de esa rata? —¡No hables así de él! —¿Cómo que no? ¿Qué hay entre ustedes dos, me quieres decir? —Nada, sólo es mi amigo —mintió a punto de llorar. No había sido un acierto consciente de Josué, sólo una manifestación de sus celos, pero había dado en el punto débil de Alondra, la culpa que había llevado dentro de su vientre por tres largos meses. Se sintió agotada después de tanto tiempo de angustia y ansiedad, por lo que se sentó y se puso a llorar con las manos en el rostro. Josué se acercó a ella para abrazarla pero ella no lo dejó, por lo que se paró, dijo una grosería en desdén y se sentó nuevamente junto al fuego. No se iba a enfriar el cuerpo por ella. Había dado en el blanco. Su víctima se hallaba en el suelo con los brazos abiertos y el rostro echado hacia un lado mientras un hilo de sangre le caía por la frente. Al principio sus compañeros no entendían lo que ocurría. Más de uno pensó que se trataba de un castigo divino al haber pisado tierra sagrada, pero el eco del disparo se convirtió en grito de alerta. Todos salieron de su breve estupefacción cubriéndose lo mejor que pudieron mientras los disparos caían a su alrededor. Después de realizar el primer disparo Filipo se quedó quieto esperando ver la reacción de los demás, pero al ver que corrían a esconderse de más ataques, comenzó a hacer fuego tratando de herir o matar a otro. No tuvo éxito. Se hallaba muy nervioso al ver que había matado a un hombre y otro pensamiento le venía a la cabeza: no pasaría mucho tiempo para que se dieran cuenta que sólo se enfrentaban a un atacante con mala puntería. Así, poco a poco fueron devolviendo el fuego con sus armas, cada vez más exactos y acercándose a su posición hasta que una bala chocó en la pared a pocos centímetros de su oreja, obligándolo a esconderse a un lado mientras respiraba con fuerza y cogía su rifle entre las manos. No podía pensar con claridad, no sabía qué hacer, el no era un guerrero, sólo era un apoyo.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Miró a los lados buscando algún tipo de ayuda, pero sólo encontró los rincones oscuros y sucios de la habitación. Lo que había parecido una buena idea al principio, se había convertido en una situación propia de una pesadilla. Se sentía inútil, ellos eran demasiados para el solo. Incapaz de poder soportar la idea de morir, se paró y salió corriendo bajando la escalera sin cuidado. Estaba ya en el décimo escalón cuando este se derrumbó, salvando el equilibrio gracias a la baranda. Se quedó unos segundos colgado de él, petrificado, pero recuperó el control y siguió bajando. El ruido que estaba haciendo no pasó desapercibido, los pandilleros habían ubicado el lugar desde el cual habían sido atacados. Uno se pegó a una de las paredes y tras sacar la espoleta, lanzó una granada por la ventana desde la cual Filipo había hecho los disparos. La explosión remeció la estructura de tal forma que comenzó a derrumbarse. Pequeños trozos de concreto caían sobre la cabeza de Filipo, quien veía como todo temblaba alrededor de él y el ambiente se llenaba de polvo. Apenas cruzó la entrada, los pisos superiores comenzaron a colapsar. Temeroso que algún objeto de arriba le cayese encima, comenzó a correr. No había avanzado más de diez metros cuando una gran nube de polvo lo cubrió todo y no le dejó ver. Tratando de orientarse, pudo ver a lo lejos una sombra que se acercaba. Filipo sabía que era uno de ellos, pero su cazador pensaba que era uno más de su pandilla. Estaba a punto de preguntarle si había visto a la rata que los había atacado cuando se dio cuenta de su error, un cuchillo lo atravesó a la altura del estómago y sin poder gritar, cayó al suelo escupiendo sangre. Filipo había matado por segunda vez en un solo día. Ayudado por el desconcierto creado por el edificio derrumbado, se dejó llevar por su instinto hasta que se encontró fuera de la polvareda. Avanzó unas cuadras más hasta que sintió que no podía seguir por el cansancio y, apoyándose en un montículo de tierra, comenzó a vomitar. La cabeza le latía con fuerza y las piernas le temblaban sin parar. Nunca había matado a otro ser humano de esa forma, siempre lo había hecho de lejos o de manera indirecta, pero ver como la sangre le salía a su victima y como se retorcía en el suelo era demasiado para él. Él no era un guerrero, no estaba hecho para eso, solo quería vivir tranquilo y llegar a ser viejo. Abrumado por las emociones, cayó al suelo sobre su desperdicio y comenzó a llorar. 146
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 El primer disparo lo sacó de su trance. Era el arma de Filipo. Se paró alerta y con una ligera sonrisa. Ese sonido significaba pelea y solo en esas ocasiones era que se usaban balas. Estaba en el marco de la ventana esperando otro disparo para poder ubicar de donde venía cuando recordó con quien se hallaba. Volteó a verla y ella seguía sentada pero con una mirada de terror en el rostro. Sus sueños de gloria se desvanecieron, no podía dejarla ahí sola. Con mayor razón que antes se dio cuenta que tenía que buscarse otra mujer aparte de Alondra, una que fuese con él al combate. —Ven, vámonos de aquí, —¿Qué? ¿Qué hay de Filipo? —¿Acaso no oíste ese disparo? Él esta muerto. Ella se hecho a llorar. Josué movió la cabeza a los lados, se acercó y la cogió del brazo. —Vámonos, no nos podemos quedar aquí, es muy peligroso para ti y nuestro hijo. Alondra asintió resignada. Aunque no quería dejar a Filipo muerto en una zona desconocida, tuvo que admitir que Josué tenía razón. Estaban saliendo por la puerta trasera cuando una serie de disparos los paralizó. Entre todos Josué pudo distinguir el rifle de Filipo devolviendo el fuego. —¡Está vivo! —exclamó Alondra —No podemos ir en su ayuda, ¿acaso no escuchas? Es un ejército contra él solo, no logrará escapar de ellos. —¿Y si fuera yo la que estuviese ahí? —Es diferente, y tú lo sabes. —¡No! No lo es. Y si tú no vas a ir tras él, iré yo. Él la cogió de ambos brazos. —Detente mujer ¿Estás tú loca? Llena de ira, pateó a Josué en la ingle y salió corriendo, dejándolo atrás gimiendo de dolor.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Ella había estado en combate antes y había aprendido cómo llegar a una zona de combate. A través de zanjas, ruinas y cerros de piedra se abrió paso hasta que vio una gran nube de polvo que se levantaba a unos cien metros de ella. ¿Seguiría Filipo vivo después de eso? Temerosa, se acercó con cautela, tal y como Filipo le había enseñado. Repentinamente, escuchó un sollozo en un callejón a la derecha. Ahí, sobre el suelo inmundo, estaba Filipo llorando como una criatura. Ella se acercó a su lado y le acarició el pelo susurrando su nombre. Él volteó la mirada con miedo pensando que sus perseguidores lo habían encontrado, pero al verla arrodillada a su lado sintió como le volvían las fuerzas. ¿Qué hacía ella sola en ese sitio? Quizá su plan había funcionado después de todo y Josué estaba muerto. —¿Josué? —Viene atrás —ella estaba segura de que así era—. Ven, vámonos de aquí. Filipo asintió y se paró avergonzado de su estado y lo sucio que estaba, lleno de polvo y vómito sobre su cuerpo. —No te preocupes, después te lavas, ahora vámonos antes de que sea muy tarde. Tomándolo de la mano, salieron corriendo por donde ella creía que era más seguro. Estaban a la mitad de camino de su refugio cuando escucharon a Josué que gritaba el nombre de Alondra a todo pulmón. —Idiota —murmuró ella. Filipo no dijo nada pero pensaba lo mismo. Arriesgándolo todo, Alondra tuvo que contestarle para que se callara. En menos de un minuto él se hallaba a su lado, abrazándola y pidiéndole perdón. Filipo sentía que no pertenecía a ese lugar. —Tenemos que salir de aquí —dijo Alondra. Josué se separó de ella y asumió nuevamente la posición de líder. —Tienes razón. Mi amigo, dirígenos ya que conoces mejor estos parajes. Con mal humor, Filipo se puso a la cabeza y los comenzó a guiar.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 El líder estaba molesto. No sólo habían asesinado a su hermano, también a uno de sus exploradores. El infeliz se hallaba en el suelo atravesado por un cuchillo y rodeado por una gran mancha de sangre que ya empezaba a coagularse. Los demás estaban buscando alguna pista de su atacante. Finalmente un grito de alerta hizo que se acercara a la entrada de un callejón. Su segundo y ahora único explorador, había encontrado algo. Mientras se acercaba, este le iba diciendo que además de las múltiples pisadas también había restos de vomito por el olor ácido que emanaban. Le preguntó si era posible seguir las huellas y este asintió. Simulando un carroñero, hizo un llamado al resto de su tropa y le indicó al explorador que avance con rapidez. Sólo podía pensar en una cosa y esa era vengar la muerte de su hermano. Filipo avanzaba lo más rápido que podía pero el camino que habían tomado no era fácil. Tratando de evitar al enemigo que se hallaba detrás, habían escogido una ruta que él no conocía y que estaba llena de obstáculos. Peor aun, tenían que evitar hacer cualquier tipo de ruido bajo el riesgo que los descubriesen. Habían avanzado menos de dos kilómetros cuando se detuvieron a descansar unos minutos. Él se sentó en el suelo mientras Alondra descansaba apoyada sobre Josué. Aunque él también se hallaba terriblemente cansado por la huida, no daba apariencia de estarlo. —Tenemos que seguir —indicó Josué. —No puedo —le contestó Filipo. —No importa si puedes o no, tenemos que seguir. —¿No entiendes que no puedo? Estoy muy débil. —Maldición Filipo, no te has dado cuenta el lío en el que estamos, y todo por tu culpa. —No había otra opción —Filipo les contó en el camino una versión algo diferente de lo que había pasado en realidad. —No debiste disparar, debiste matarlo con el cuchillo como al segundo. —Ya te dije que no había otra opción —le contestó gritando, pero un disparo hizo que se tiraran al suelo. Por poco no le habían dado a Alondra. 149
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Corran —susurró Josué. Al principio en cuclillas y luego lo más rápido que podían, se internaron en una calle mientras escuchaban los gritos detrás de ellos. Después de voltear por una esquina y luego por otra se encontraron con un rascacielos que bloqueaba su escape. —Estamos perdidos —sollozó Alondra. —No, vamos por el edificio —le contestó Filipo. Josué titubeó pero se dio cuenta que no había otra opción. Si tan sólo Alondra no hubiese estado con ellos. Entraron corriendo esperando lo peor pero no pasó nada, solo era un gran pasadizo, frío y húmedo. A pocos metros de llegar a una esquina las balas comenzaron a caer a su alrededor hasta que una le dio a Filipo en la pierna. Este cayó al suelo gritando y agarrándose la herida. Josué, que se hallaba detrás de él, lo levantó y lo cargo al hombro. Al llegar a la puerta al fondo del corredor, los tres cruzaron sin mirar atrás Mientras tanto, en la entrada del edificio, el líder observaba. Habían disparado desde ahí pero no se atrevían a entrar a ese edificio. Quienes osaban hacerlo desaparecían y no se les volvía a ver. Cuando comprobó que no iban a regresar, se dio por satisfecho y le indicó a todos que era hora de irse. Sabía que los tres estaban muertos. Josué regresó al lugar donde había dejado a Alondra y Filipo. —No han entrado, parece que le tienen miedo al lugar. Filipo estaba temblando. Un torniquete impedía que la sangre siguiese saliendo, pero estaba muy débil y entrando en estado de shock. —Tenemos que salir de aquí y regresar a la tribu, su herida no es grave pero está perdiendo mucha sangre. —Filipo, ¿sabes cómo salir de aquí? —le preguntó Josué. Él solo siguió temblando. Josué se impacientó. Se inclinó y lo tomó de la cabeza. —Maldición, ¡deja de portarte como una niña!
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¡Josué! ¡Déjalo! ¿Acaso no has visto como esta? El pobre esta exhausto. —El infeliz prefiere morir aquí en este piso congelado que luchar por su vida —dijo con disgusto. En realidad no era lo que pensaba, pero tenia deseos de enfurecer a Alondra. Ella no le contestó. —Voy a ver que hay al otro lado —dijo Josué. Se alejó por el pasillo unos minutos y regresó. —No sé a que le tenían miedo esos idiotas, pero hay una salida al otro lado. —¿Y si están ahí, esperándonos? —Lo dudo, recuerda lo grande que es esto. Tendrían que darse la vuelta para poder llegar. Se demorarían más de una hora. —Tienes razón. Filipo, tenemos que irnos. Filipo solo seguía temblando y llorando. —No tiene caso, tenemos que de... Alondra lo miró con furia. —Ok, lo llevaré al hombro, pero cuando ya no pueda cargarlo, él tendrá que caminar por si mismo. —Entonces lo llevaré yo —le contestó Alondra con determinación. Josué no dijo nada. Se limitó a cargar a Filipo y caminar. Después de tres pasadizos y dos puertas, llegaron a la salida. Sintiendo que un gran peso se les quitaba de encima, apresuraron el paso, abrieron la puerta y salieron. Pero algo pasó. Todo temblaba, no solo el piso, también sus cuerpos y el horizonte, como si el mundo entero estuviese vibrando. Duró unos segundos más y finalmente cayeron al suelo con un fuerte dolor de estómago. —¿Qué fue eso? —preguntó Filipo. —No lo sé —le contestó Alondra. —No importa, vámonos. Y tú, camina. —No puedo. 151
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —¡Camina! —Hay que descansar. —Acaso no entiendes idiota, si te quedas te mueres. Filipo comenzó a llorar nuevamente, incapaz de levantarse. Resignado, Josué lo cargó y enrumbó por un camino hacia unas estructuras pues sentía que era el correcto. Después de avanzar quince minutos se dio por vencido y soltó a Filipo sobre el suelo. —No puedo más. Tendremos que dejarlo. Alondra estaba a punto de criticarlo cuando una gran masa de sangre y sesos salto de la cabeza de Josué y este cayo inerte sobre el suelo. Ella dejó escapar un grito y se dejo caer con las rodillas al suelo mientras Filipo sonreía para si mismo. Alondra lloraba sobre el cuerpo de Josué sin saber que pensar hasta que vio el arma de su novio. Llena de furia, la tomó y entre sollozos le indicó a Filipo que no se moviese. Arrastrándose entre la mugre, se escondió detrás de los restos de algún vehículo. A unos doscientos metros, detrás de un montículo de tierra, se hallaba el asesino, disparando a intervalos. Quería asustarlos y sacarlos de su escondite. No se veía a nadie más, pero eso ya no importaba, después de tantas emociones fuertes durante el día sólo sentía una gran rabia que crecía dentro de ella. Haciendo poco ruido, fue dando la vuelta, acercándose cada vez más. Ya faltaba poco cuando escucho una pequeña explosión y un grito terrible que se apagó de pronto. Habían matado a Filipo con una granada termobárica. Perdió el control al saberse sola. Muertos su amante y el padre de su hijo sentía que no había nada por lo cual vivir. Se paró y comenzó a avanzar con el rifle cargado en la mano. Finalmente lo vio echado sobre la tierra observando por la mira de su arma. Levantó el rifle y le disparó al brazo. La reacción del asesino fue soltar su arma, cogerse la mano herida y voltear a ver quien le había disparado. Al hacerlo el casco se partió en dos y Alondra pudo ver su rostro. Era una mujer la que los había atacado, pero no cualquier mujer. Era simplemente hermosa. Con el pelo lacio que le caía sobre los hombros, el rostro de152
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 licado como la nieve y ojos verdes como los suyos sentía que la odiaba más. Nunca se vería como ella. No sólo la hacia sentir fea e inferior, también le había quitado a los dos hombres que más quería en su vida. Pero con toda la furia, odio e instinto asesino que Alondra pudiese reflejar, la mujer no hizo nada. Su cara era la de alguien que no entendía lo que pasaba, llena de miedo e incomprensión. A Alondra no le importaba. La odiaba, ya no sólo porque era su enemigo, sino porque se veía limpia y angelical. No como ella, sucia y maloliente. La mujer movía la cabeza de lado a lado, como queriendo decir algo pero solo dejaba salir una negativa suplicante. Cansada, Alondra le disparó al rostro y la mató. Agachada y jadeando el aire frío a su alrededor, Alondra miraba concentrada el horizonte. ¿Qué podía hacer una mujer sola, perdida y embarazada? Con las manos en la cara, se echo a llorar por más de una hora, hasta que la resignación llegó al final. No quería ir donde estaban los cuerpos quemados de Filipo y Josué o ver el cadáver de esa mujer, así que tomó otra ruta. Evitando hacer ruido, tropezó sobre un agujero y un fierro viejo le hizo un corte superficial pero doloroso en el antebrazo. Torció el rostro de dolor y se quedo mirando un punto fijo con los dientes apretados para no delatar su posición ante cualquier enemigo nuevo. Se quedo inmóvil poco menos de un minuto cuando se dio cuenta de lo peculiar del montón de piedra y cemento que estaba mirando. Al acercarse se dio cuenta que por alguna coincidencia extraña, era alguna clase de efecto visual: lo que parecía ser piedra sólida no era otra cosa que una rampa hacia abajo. Al parecer era una ventila abierta. Le pareció extraño, ella creía que ya no quedaban, que todas habían sido selladas o destruidas. Años que no escuchaba de ellas. Quizá era la última y ella la había encontrado. Siguió explorándola con cautela. Miró al cielo. Aun era de día pero sin embargo quería descansar. Sin pensarlo dos veces se metió por el agujero tratando de no resbalarse. Finalmente sintió que había llegado al fondo y se echó, sintiéndose segura. Mañana sería otro día.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Creyéndose dormida, pensó que soñaba con una gran caída, pero la sensación de vacío resultó ser real. Al despertar se dio cuenta que ya no estaba al final de un agujero, sino cayendo por un hueco a toda velocidad. No duró mucho. Cuando tocó suelo, resultó ser agua y no concreto. Al principio se estaba ahogando, no era como nadar en un pantano o un desagüe viscoso, era como nadar en el aire. Agua pura, tan fluida que avanzaba y corría con fuerza. Tenía un sonido que jamás había escuchado antes, como si tuviera vida. Tratando de respirar, nadaba lo mejor que podía buscando algún lugar donde pararse o apoyarse, pero no había fondo y toda la superficie era lisa. Encima de ella se veían unas rayas que emanaban luz que parecían ser parte del techo. Eran como las luces del Ágoro. Las fuerzas le estaban abandonando cuando vio que el túnel se dividía en dos. Finalmente la corriente la empujó hacia la izquierda y después arrastrarla unos metros perdió fuerza. La llevó a una rampa con una entrada semicircular de vidrio. Detrás, un pasadizo blanco que no parecía tener fin. Salió del agua tambaleando y cayó exhausta en la entrada. Nunca supo cuánto tiempo había pasado ahí echada, pero sí recordaba que se levantó renovada. Era como si el agua fresca le hubiese dado fuerzas. Tomó toda la que pudo y una vez que estuvo satisfecha ingresó por la puerta de vidrio. Llegó al final del pasadizo donde había una puerta de color blanco oscuro. Al abrirla pudo ver una habitación con muebles de madera y, colgando en el aire, una terminal como la que había en el Ágoro. No le tomó mucho tiempo aprender a usarla, trabajaba con una conexión neural como las otras, pero esta era diferente en otro aspecto. Le brindó un mapa detallado del complejo, dónde se hallaba la comida, la sala de ejercicios, la de entretenimiento, los cuartos de estudio, la enfermería, las habitaciones, la armería y la salida. Después de comer se fue a curar las heridas a la enfermería, donde un asistente robótico le dio un completo análisis de su estado, incluso la fecha de nacimiento de su bebe. Nacería en el verano. Le proporcionó una serie de indicaciones y le enseñó la sala de partos. Alondra se sentía segura, tenía dónde dormir, qué comer y un lugar seguro para dar a luz a su hijo. Era el mejor padre que podía buscar. 154
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Pasaron los meses y su condición fue mejorando. Las enfermedades desaparecieron y con el agua limpia y la buena alimentación sentía que adquiría más fuerza. En sus ratos libres pasaba el tiempo viendo viejas películas que la hacían reír, llorar o temblar de miedo por más de una noche. Aprendió la historia de sus antepasados y lo que había pasado. También supo el propósito del refugio. Finalmente llegó el verano y la fecha del parto. Tras una labor sin complicaciones, su hijo, René, vio la luz de su mundo artificial a cientos de metros bajo tierra, lejos de la insanidad que crecía día a día allá arriba. A pesar de todo eso, Alondra se sentía sola, y también sentía una responsabilidad con su tribu. Ochenta y dos días después del nacimiento estaba lista. Se colocó una armadura especial recomendada por la computadora, un casco transparente que le permitía ver a todos lados y la mejor arma que encontró. Después de darle un beso a su hijo, le pidió a la computadora que lo cuidara hasta que regresara. Salió después de meses de no ver el sol y con una brújula en mano se dirigió a su antiguo hogar. Unos minutos después escuchó unas voces horribles afuera de un edificio cercano. Se echó en la tierra y observó por la mira de su arma. Un ser grotesco estaba gesticulando algo a otra persona pero no podía ver a quien, una pared bloqueaba su vista. De forma automática, no perdió el tiempo y disparó sin pena ni asco. El hombre cayó muerto pero no lograba ver al resto. Hizo varios disparos para obligarlos a salir pero seguían inmóviles. Cansada, disparó una granda térmica sobre el lugar, acabando con la vida de otro infeliz. ¿Habrían más? No se podía arriesgar a que la vean. Siguió mirando por los sensores de su casco y su arma cuando estos se apagaron. ¿Qué había pasado? Trató de hacerlos volver a funcionar pero no podía. Un dolor terrible le recorrió la mano, algo le había dado. La cogió con fuerza para evitar que saliera la sangre y volteó a ver a su atacante. El casco se abrió como una fruta y dejo que la luz del sol cayese en su rostro. René el huérfano no estaba sólo. El guardián era ahora quien lo cuidaba. Su madre estaba muerta y su padre asesinado por ella. El otro niño tampoco importaba, los tres estaban enfermos de mente y cuerpo, nada podía hacer 155
© Pat Solaria
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 por ellos. Con el mejor tratamiento no hubiesen vivido más de treinta años. Además, existía un conflicto muy grande entre los tres. Pero René era diferente, era un ser humano limpio de la estupidez y el odio de sus padres. A diferencia del resto, él si tenía esperanza. Era el nacer de una nueva era. Un semidios cumpliría el deseo de sus antepasados, regresar la gloria enterrada entre las ruinas de las ciudades radioactivas, darle a la humanidad un futuro lejos de la barbarie y el salvajismo. Él los había encontrado en el Ágoro. Estimando un porcentaje de falla del veinte y tres por ciento en sus planes, implantó en ellos las dudas, miedos y conocimientos inconscientes que los habían llevado a él. El guardián sabía de la distorsión en el espacio tiempo en la salida del edificio federal. Hasta ahora, no entendía cómo se había creado, pero sabía cómo podía usarse para viajar unos meses al futuro. Ya antes había hecho experimentos. Se había arriesgado en perder al bebé, pero había funcionado. Seria una lección más para el niño cuando creciera y saliera al mundo para cambiarlo Pero antes, había que hacer algo con el nombre. No se le conocería más como René, ahora se llamaría Prometeo. Al suave movimiento de sus piernas, se comenzó a escuchar una melodía de Bach. © Manuel Antonio Cuba Manuel Antonio Cuba nació el 28 de Junio de 1976 en Lima, Perú. Ingeniero Industrial de profesión, trabaja en Hewlett-Packard del Perú como Especialista Técnico y en el Grupo Liftport como Coordinador de Investigación para Latinoamérica. A la fecha, ha escrito un libro de cuentos de ciencia ficción (8+1), y ha sido coautor en otros dos (DESDE AFUERA y MAS ALLÁ DE). Actualmente vive en Lima y, junto a la Asociación Peruana de Ciencia Ficción, Terror y Fantasía, viene trabajando en medios para desarrollar la lectura en el Perú.
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EL DÍA TRÁGICO (CRÓNICA DE LOS DÍAS DEL COMETA) por Clemente Palma A Ventura García Calderón.
I a edición de la tarde del Comercio del 27 de abril de 1910, traía estas sensacionales noticias en su sección cablegráfica, con grandes caracteres: EL COMETA HALLEY Y LA TIERRA EL OBSERVATORIO DE LOWELL HACE ALARMANTES OBSERVACIONES. LO QUE DICEN FLAMMARION Y BODE. TERRIBLES EXPECTATIVAS. París, abril 26. Una comisión de astrónomos ha estado haciendo en el curso de la semana última importantes observaciones celestes con motivo de la aproximación del cometa Halley a la Tierra, y con las cuales ha formulado una memoria que acaba de ser presentada a la Academia de Ciencias. Una de las observaciones más interesantes anotadas en esa memoria es la relativa al aumento de extensión que se ha podido observar en la cauda o zona gaseosa que arrastra el cometa, pues pasa de cincuenta millones de kilómetros. París, abril 26. El profesor Todd, del Lowell Observatory, ha enviado un despacho telegráfico al director del observatorio de Juvissy, Mr. Camilo Flammarion, anunciándole que desde hace mes y medio se han estado haciendo en aquel observatorio y en el de Cambridge detenidos análisis espectrales del núcleo y la cola del cometa Halley, y se ha encontrado insistentemente la raya característica del cianógeno. También se ha notado en esos observatorios el aumento de longitud de la cauda, así como el mayor brillo del núcleo, lo que hace suponer que el cometa en su última revolución parabólica ha incrementado su masa sólida con agregaciones de cuerpos celestes. París, abril 26. El cometa es visible a la simple vista. Entre doce y una de la mañana se le ve muy próximo al horizonte por el lado de Meudón. Las revistas publican grabados y artículos humorísticos burlándose de las trágicas previsiones de los astrónomos y aseguran que una vez más quedarán burlados estos nietos de Casandra. Sin embargo, comienza a notarse alarma general.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Londres, abril 27. Ha cundido © Hector Chinchayan el pánico en la ciudad. El Morning Post publica un artículo del sabio profesor Bode que ha causado gran sensación. Según el profesor, la inmersión de la Tierra durante varias horas en la cauda del cometa es fatal. Añade que esa inmersión se verificará en una zona más densa que la que, en otros contactos con la Tierra, ha dejado a ésta indemne, por haber sido la atmósfera terrestre suficientemente densa para impedir la intoxicación. En esta ocasión –añade– es de esperar que la coraza atmosférica continúe defendiendo la vida terrestre, pero si no lo fuera, pasaría la humanidad por una situación muy crítica. Washington, abril 27. El Daily Mirror y el Herald publican simultáneamente un alarmante despacho del director del Observatorio, en el que manifiesta que no queda duda de que el 18 de mayo, entre seis de la tarde y dos de la mañana, la Tierra atravesará la cauda del cometa Halley a poco más de la mitad de su longitud. Como en esa región la densidad del gas envenenado es mucho mayor que la de la Tierra, se juzga que es muy posible que el contacto traiga consecuencias fatales. El despacho es lacónico y terrible, y el terror que ha producido es inmenso. El ejército de salvación y los metodistas, calvinistas, presbiterianos y demás sectas protestantes han organizado procesiones para implorar la misericordia divina. En los templos católicos se hacen rogativas con igual objeto. París, abril 27. Flammarión ha publicado en Le Matin un artículo tranquilizador, pero se sabe de fuente autorizada que ha dirigido al Elíseo y a la Academia de Ciencias, una memoria en la que confirma los despachos de Washington, sin más modificación que la de la hora, pues dice que el fenómeno tendrá lugar entre tres de la tarde y nueve de la noche. Los valores en la Bolsa han sufrido una fuerte baja, así como ha subido enormemente el tipo de descuento de letras. Este es el indicio más alarmante de la inquietud que reina no sólo entre el pueblo, sino en la alta sociedad y el comercio. Bien se comprenderá cuan grande sería la impresión que producirían estas terribles noticias en la pacífica Ciudad de los Virreyes. Los muchachos pregonaban: «¡¡¡El Comercio, con el fin del mundo!!! El choque con el cometa». Aun cuando hacía tiempo que se venía hablando en todas partes de la próxima visita del fatídico cuerpo celeste y de su probable contacto con la Tierra, a nadie preocupó gran cosa el asunto; pero la atención prestada en las últimas semanas por los sabios, y sus augurios cada vez más alarmantes, contribuyeron para que las muchedumbres comenzaran a inquietarse seriamente. De modo que los telegramas publicados por El Comercio en su número del 27 de abril produjeron 158
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 una ansiedad indescriptible. Los vendedores del periódico se aprovecharon de ella para hacer un negocio pingüe, cobrando un real, dos reales y hasta cinco reales por ejemplar. Las calles de Mercaderes, Espaderos y demás centrales presentaban nutridas agrupaciones de personas que comentaban la próxima catástrofe mundial, y la relacionaban con una serie de observaciones sobre sucesos realizados en el año y aun en años anteriores. Podía leerse en los rostros de muchas personas la consternación producida por los despachos publicados. Sin embargo, no faltaban incrédulos que se rieran e hicieran chistosas chirigotas sobre el miedo universal. Todo esto no será sino el parto de los montes –decían unos. —Bueno —decían los individuos de espíritu tranquilo—, de alguna manera tenía que acabar la Tierra. ¿Qué más da que sea por envenenamiento, por choque o por reventazón interior? Los hombres debemos felicitarnos y no asustarnos: nos toca una muerte épica que no soñaron ni Hornero ni el Dante: la realidad va a ser infinitamente superior a la fantasía de los genios. Más vale morir en el cataclismo de un mundo que estarnos matando tristemente unos a otros. ¡Qué hermoso momento el de esta próxima y gigantesca agonía universal! ¡Cuan sublime el alarido supremo de toda la humanidad! ¡Si hay Dios, por sordo que sea, tendrá que oírlo! Muchas personas sesudas y graves, de aquéllas que juzgan que la discreción y la reserva deben ser las más bellas virtudes de los hombres, censuraban con acritud que El Comercio hubiera dado publicidad a esos telegramas, pues divulgando la gravedad de la situación no se lograba ningún remedio y sí se engendraba un terror inmenso, cuyas consecuencias harían más triste y espantosa la poca vida que nos quedaba. Ya se hablaba en algunos círculos populares de hacer un saqueo general en las tiendas y bodegas de los comerciantes. En los hogares católicos no se ponía en duda la inminencia de la catástrofe mundial. No podía ser de otro modo. La corrupción de la humanidad había llegado a su máximo grado; se había colmado la paciencia divina, y se hacía necesario un castigo inmenso a los hombres cuyas perversidades e impiedades ya no reconocían límite. Una vez sacrificó Dios a su propio hijo y ese sacrificio había sido estéril. Esta vez ya no tenía otro hijo que sacrificar y su inexorable justicia iba a obrar de un modo terrible. Si había permitido a los hombres que supieran su suerte con anticipación, era para que tuvieran tiempo de salvar sus almas. En cambio los herejes, los impíos, los liberales y los incrédulos procuraban manifestarse optimistas y juzgaban que los telegramas publicados y los trágicos anuncios no eran sino petulancias científicas, palanganadas de los sabios, que con el pretexto del cometa satisfacían el malsano y pueril afán de hacer sensación. Los cometas son unos buenos sujetos que con nadie se me ten. Inofensivas mariposas de la noche cósmica, atraídas por la luz del Sol, corrían rápidas por los espacios siderales a precipitar se en el inmenso luminar de nuestro sis159
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 tema. ¡Cuan lejos estarían de pensar que su apasionada peregrinación causaba terrores en la Tierra, que es inmortal e indestructible! La Tierra se salvará de choques y encuentros como se ha salvado tantas veces, porque su marcha y su evolución son eternas. Sería interminable el relatar los diversos comentarios que se hacían en todas partes con motivo de los sensacionales telegramas. La mayor inquietud se traslucía a través de los juicios más optimistas, pues, por grande que fuera la convicción que tuvieran muchos de la ley de la vida, de la providencia y del precedente de haber salido la Tierra libre de las asechanzas cósmicas, no podía dejarse punzar en el espíritu el temor a las suspicacias de los sabios preocupados en sondear los misterios del espacio. Las leyes astronómicas son de una gran precisión. Cierto es que son frecuentes los errores de cálculo. Un segundo de error, una equivocación en un metro, era suficiente para que toda previsión resultara falsa. …Pero ¿y si no había error? Esa noche, los terrados y azoteas de las casas se llenaron de personas que con anteojos de teatro, telescopios, anteojos marinos y la mayor parte sin más instrumento de investigación que los propios ojos, recorrían ansiosamente la bóveda estrellada en busca del fatídico astro. Pero éste aún no era visible. Los teatros y cinematógrafos tuvieron muy poca concurrencia. Las calles estaban desiertas y silenciosas. De rato en rato se escuchaba el pa so de una patrulla de gendarmes montados. No obstante la preocupación general por el cometa Halley, el gobierno no descuidaba sus medidas de previsión política. Hacía algún tiempo que se hablaba de una revolución que estaba germinando y que de un momento a otro debía estallar. Juzgóse en el ministerio de Gobierno que el estado de inquietud en que estaba la ciudad podía ser aprovechado por los facciosos para realizar alguna espantosa maquinación. En las puertas del Comercio había una gran aglomeración de gente ansiosa de noticias. Las redacciones de los diarios estuvieron toda la noche visitadas por multitud de personas que deseaban conocer extraoficialmente los nuevos telegramas que vinieran de Europa y América relativos al palpitante asunto. Pero nada lograron saber, y a las doce o una de la noche tuvieron que disolverse los grupos, más que por iniciativa propia por insinuaciones un poco bruscas de las patrullas. El Consejo de ministros había tenido una reunión a las ocho y media de la noche para resolver lo que convenía hacer. A las diez de la noche fueron llamados presurosamente los directores de los diarios al despacho del ministro de Gobierno y de acuerdo con el alto funcionario se convino en que durante una semana no publicarían los diarios los telegramas que vinieran relatando las nuevas observaciones de los sabios mientras éstas pudieran contribuir a aumentar la exasperación y el terror de la gente. Entretanto, el gobierno consultaría con los más conspicuos miembros de la Universidad y de las instituciones científicas sobre el modo de proceder para hacer frente al grave momento de la crisis mundial. Efectivamente, al siguiente día, los diarios publicaban noticias tranquilizadoras. El Observatorio de París, según decían los telegramas, había encontrado 160
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 un sensible error en los cálculos que permitía asegurar que el cometa cruzaría la órbita de la Tierra antes de la época que se había fijado y por consiguiente no se realizaría la temida conjunción. También se publicó otro telegrama anunciando que nuevos análisis espectrales manifestaban que la parte de la cauda que atravesaría la Tierra posiblemente contenía cianógeno en proporción muy reducida. En suma, los telegramas que, en el curso de la semana publicaron los diarios, contribuyeron a calmar notablemente la excitación pública. Era tema de conversación la plancha de los sabios y se consideraba que el peligro de un desastre universal no tenía mayor fundamento que los anunciados en otras épocas, toda vez que la base científica en que se apoyaba se iba desmoronando con las observaciones recientes de que daban cuenta los periódicos. Conviene decir que esos telegramas publicados desde el jueves 28 de abril hasta el martes 3 de mayo fueron arreglados en Lima. Y algunas personas observadoras no dejaron de extrañar cierta incongruencia que notaron entre las noticias relativas al cometa y las referentes a sucesos de otro orden, que resultaban inexplicables. Así por ejemplo, se publicaron telegramas sobre quiebras importantes en Londres, Nueva York, París y Berlín; de suicidios colectivos en Italia, de graves desórdenes religiosos en Aragón, de huelgas en todas partes, de asesinatos de judíos en Francia y en Rusia; y no se daban explicaciones muy claras sobre las causas de estos sucesos o esas causas eran explicadas en forma poco satisfactoria. El gobierno y los directores de los diarios, sin embargo, sabían la verdad de las cosas. Desde el día 3, algo muy grave y alarmante comenzó a traslucirse al público. Por lo pronto, se supo que los diarios habían ocultado la verdad y que esa verdad debía ser terrible, puesto que se había ocultado. Se supo que en los ministerios de Fomento y de Gobierno se habían celebrado constantes sesiones con asistencia de las personas consagradas a estudios científicos. A las cinco de la tarde una gran muchedumbre se congregó en la Plaza de Armas a pedir al gobierno que dijera lo que había. El ministro salió al balcón y arengó a la multitud recomendando el orden, habló de la dura prueba a que podría someternos la fatalidad y la conveniencia de que hubiera serenidad y resignación para no agravar un momento del que no había por qué desesperar, puesto que muchas veces se había presentado en la historia del globo. Bien se veía que el ministro vacilaba en decir francamente la verdad. El pueblo lo comprendió así. Una compañía de gendarmes los esparció. Pero volvieron a reunirse y recorrieron las calles, sonando piedras y gritando: «¿Por qué nos engañan? ¡Queremos saber la verdad! ¡Abajo los diarios!». En el Comercio y en el Diario tiraron piedras y fue preciso disparar al aire para dispersarlos de nuevo. No era posible ya, ni era prudente seguir callando la verdad. El Comercio tuvo que retardar su edición hasta las nueve de la noche. Los primeros muchachos que salieron a esa hora por las calles vendiendo el diario y gritando: «¡El Comercio, con la declaración oficial del próximo fin de la Tierra!» fueron casi asfixiados por la gente que se precipitó frenética de terror a arrancarles las hojas. En su primera página y con grandes letras se leía lo siguiente: EL COMETA CUBRE GRAN PARTE DEL CIELO 161
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ASESINATO DE CLEMENCEAU POR LOS FANÁTICOS. LA COMUNE EN PARÍS. ULTIMO DESPACHO DEL OBSERVATORIO DE GREENWICH. París, 4 de mayo. El cometa Halley ocupa 30 grados en el cielo y cada día se le ve más luminoso y amenazador. La cola tiene un tono verdoso. Es inmenso el terror de los franceses. Clemenceau, que se preparaba para ir próximamente a Buenos Aires, ha sido asesinado por una turba de fanáticos que atribuían a la expulsión de las comunidades religiosas la ira de Dios. Una columna de la guardia nacional disparó contra los asesinos. Hay más de cuarenta muertos. Un batallón se ha unido al pueblo y se ha proclamado la Commune. París, 4 de mayo. Los fanáticos han incendiado la Opera y el teatro de la Porte Saint-Martin. Se ha declarado el estado de sitio. Un comité nacionalista intenta proclamar la monarquía, llamando al príncipe Bonaparte y ofreciendo restablecer la unión de la Iglesia y el Estado. Ha habido más asesinatos de judíos. París, 4 de mayo. El Observatorio de Greenwich ha pasado al gobierno inglés un despacho en el que se confirman los anteriores graves pronósticos. Ya no cabe la más ligera esperanza de error después de la rectificación de fechas. El 12 de mayo a las nueve de la noche entrará la Tierra en el segmento intoxicado de la cauda y como el cianógeno es ávido de oxígeno la mezcla mortífera en la atmósfera se verificará fatalmente. La rapidez con que la Tierra avanza en su órbita, lejos de hacer de la cubierta atmosférica una coraza defensiva, como se creía, producirá la combustión del cianógeno y precipitará la combinación química mortal. París, 4 de mayo. Ante la inminencia de la catástrofe, se están habilitando los túneles del Metropolitano, poniendo cierres herméticos al exterior y abriendo cavernas laterales para contener a los habitantes de la ciudad. Se juzga inútil la medida, pues fácilmente se comprende que las galerías subterráneas son insuficientes para contener la población de París. Además, de todos los departamentos llegan muchedumbres aterrorizadas. Se ha ordenado la paralización de los ferrocarriles, pero los paisanos se vienen a pie y en carros y cabalgaduras. Los desórdenes y combates en las calles se repiten constantemente. En Londres, Nueva York, Berlín y demás capitales se está procediendo de modo semejante para el salvamento. Puede imaginarse el horror y el pánico que estos telegramas producirían en la ciudad. De todas las casas salían alaridos de las mujeres y plegarias en voz alta invocando la misericordia de Dios. Rápidamente, las hermandades católicas y cofradías organizaron a las once y media de la noche una procesión de rogativas.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 En los rostros de todos los fieles y de los que presenciaron la lúgubre procesión de cirios, en la Plaza de Armas, se veía estereotipado el espanto del próximo desastre mundial. Un murmullo plañidero y triste salía de esa multitud doliente respondiendo a las oraciones que con voz clara pronunciaban los sacerdotes. De rato en rato era turbada la monotonía de la plegaria por los gemidos desgarradores de alguna mujer presa de un violento ataque de histerismo. Alguien propuso que la procesión cruzara el puente, para implorar ante la cruz protectora de la ciudad que corona el cerro de San Cristóbal. La multitud se dirigió por la calle de Palacio, y cuando cruzaba el puente de piedra, un grito de inmenso terror se escuchó: un hombre del pueblo había señalado con mano temblorosa el cielo hacia el lado de Ancón. —¡El Cometa! ¡El Cometa! En efecto, casi tocando el horizonte, se veía en el cielo una estrella con una larga y tenue cauda de un vago color verdoso. El hombre que dio el alerta, en seguida se puso a reír y a dar saltos como un frenético. El desgraciado había enloquecido de terror y, antes de que se le pudiera contener, se precipitó de cabeza al río. La procesión se disolvió y hombres y mujeres corrieron desalados gritando: —¡El Cometa!; El Cometa!
II
T
odos estos acontecimientos que he relatado me hicieron reflexionar seriamente sobre la inminencia del peligro de muerte inevitable que corríamos mi novia Gladys Harrington y yo. Por que debo declarar que para mí todo el mundo se reduce a las dos personas citadas. Y, a propósito, creo oportuno referir las razones en que me fundo para limitar a tan corto radio mi concepto sobre el mundo. Me llamo Oliverio Stuart, debido a no sé qué circunstancias: presumo que, si tuve padre, éste ha debido apellidarse Stuart: no le conocí. Menos conocí a mi madre; no tengo inconveniente alguno en adoptar para mi uso la leyenda de los católicos sobre la ascendencia materna de San Silvestre, de quien se dice que tuvo por madre una planta. Mis más remotos recuerdos llegan a la época en que yo tenía seis años, y recuerdo que mi lejana niñez tuvo por marco los robustos paisajes de los campos próximos a Los Ángeles, en California. Toda mi infancia y mi primera juventud las he pasado allí. He sido vendedor de frutas, mozo de cuadras, cuidador de ovejas, mensajero, ladronzuelo de gallinas… ¡Qué sé yo! Cuando tenía 15 años, un pastor protestante se encariñó conmigo, me adoptó por hijo, me educó, me hizo estudiar la ingeniería. Tenía 25 años cuando murió mi padre adoptivo: con mi profesión ganaba yo mi vida holgadamente y aun me alcanzaba para proporcionar al pobre viejo todos los meses de 150 a 200 dólares. Hace tres años hice levantar en la tumba 163
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 de mi padre adoptivo un monumento que me costó 20,000 dólares y que juzgo es prueba elocuente de que alguna gratitud he tenido para el bondadoso anciano que supo hacerme un ciudadano útil. He viajado por todo el mundo. He venido al Perú contratado por la Cerro de Pasco Mining Co. por cinco años, desde hace uno. Tengo doscientos mil dólares adquiridos con mis economías y con la venta de una patente de invención de una máquina de escribir que a la vez efectúa operaciones de cálculo. Mi edad: 34 años. Hace poco menos de un año vino a Lima mistress Ruth Harrington, natural de Boston (Mass.), viuda, con dos hijos: Archibald y Gladys. Archibald es cajero en una de las sucursales de la casa Grace Co.; Gladys es mi novia. ¿Qué decir de Gladys? Claro es que ha de parecerme la más bella, la más virtuosa y la más inteligente, en una palabra, la más adorable de las mujeres, desde que he resuelto unir mi vida con la de ella para siempre. Como he dicho, todo el universo se reduce para mí a estas dos personas cuya pérdida juzgaría irreparable: Gladys y yo. Debíamos casarnos en junio. Para vivir los años que faltan a la terminación de mi contrato he hecho construir en la avenida de la Magdalena una villa o chalet que reúne todas las comodidades apetecibles. No contaba con que el cometa Halley había de hacer perfectamente inútiles mis previsiones. © Hector Chinchayan
Al día siguiente de los acontecimientos que he referido fui en la mañana a casa de Gladys. La bellísima joven me dio a besar su mejilla. Estaba muy pálida y aun cuando en sus grandes ojos azules brillaba el amor, en el fondo de ellos vi la sombra de la preocupación universal. —¿Es cierto, Oliverio, que hemos de morir en breve? ¿Es cierto que todo nuestro ensueño de amor está condenado a desaparecer en medio de las sombras y el espanto de una muerte trágica? —No, amiga mía, nada de eso es cierto porque el amor de dos espíritus fuertes no puede
morir… —Sí, ya sé… el más allá, la perduración del amor en el misterio de las tumbas… Pero no es eso lo que puede atenuar la tristeza de morir antes de que recorramos la vida en el cielo de la dicha. ¡Oh! ¡Qué hacer para vivir! … ¿No es triste morir a los veinte años? Toda la ciudad está aterrada. Desde anoche es ya visible el fatídico verdugo de la humanidad. Mi madre está como loca con la preocupación de que esta muerte temprana de los hombres es el castigo de sus faltas y que la ira de Dios ha de ir más allá. Salió temprano para ponerse de acuerdo con el comandante de la Salvation Army para organizar una gran procesión de afiliados que implore la salvación de las almas.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —Bueno, pero yo creo que tu salvación y la mía serán debidas a mis esfuerzos más que a la compasión divina. —¿Tienes algún proyecto? —me preguntó Gladys con el rostro iluminado por la esperanza de que nuestro amor se salvara del naufragio de la vida. —¡Oh, sí! … es claro. A un ciudadano de la gran república no le faltan ideas nunca —respondí con ese orgullo que en nosotros dista mucho de ser la fanfarronería de los latinos. Y, en efecto, yo tenía mi idea. En aquel momento entró mistress Ruth Harrington. Sus verdes ojos fulguraban el ardor místico de que estaba arrebatada la pobre señora. Por la calle pasaba en ese momento un tumulto de gente cantando oraciones católicas. Gladys tenía su mano entre las mías cuando entró mistress Ruth, quien al notarlo arrugó el entrecejo. —No son estos momentos, hijos míos, de pensar en las dulzuras terrenales que pronto veréis convertidas en pavesas. Felizmente para la humanidad, va a terminar su peregrinación dolorosa para entrar, si se arrepiente de sus maldades, en posesión de la única felicidad verdadera y durable del eterno reposo. —Francamente, mistress, no me entusiasma ese programa. —¡Oh, mamá, mejor sería pensar en salvarnos!… —Sería una iniquidad burlar los designios de Dios y una torpeza evadir la adquisición de la suprema ventura. Yo jamás haría tal cosa, aun cuando fuera posible. Felizmente no lo es y la humanidad toda perecerá. —Pues bien, mistress —exclamé colérico—, yo no sé si la cosa es posible o no; lo que sé es que cuando se tiene 34 años y una novia a quien se adora, cuando se tiene algunos miles de dólares y fuerza en los músculos y en el alma, no se quiere morir. Créame que en lo que menos pienso es en ir a las beatíficas regiones del reposo eterno y en que procuraré con todo el esfuerzo de mi inteligencia y de mi amor a la vida el salvar a Gladys y a usted… —No… a mí no —interrumpió la anciana con horror—; a mí no, ni a Gladys, que prefiere la inmensa felicidad de salvar su alma pura, no contaminada con las infamias de la concupiscencia, a gozar de la engañosa felicidad mundanal. Felizmente, repito, todo es inútil. —Perfectamente, mistress, si usted quiere muérase en buena hora, pero esté usted segura de que trataré de salvar a mi Gladys a pesar de usted, de ella y de todos los demonios juntos. La escena iba a agriarse: mi cólera iba a desbordarse en todas esas frases duras e impropias que acuden a los labios de las personas más cultas en mo165
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 mentos de irritación, sobre todo cuando son de carácter violento como yo; pero Gladys, cuyos ojos se habían llenado de lágrimas, me cubrió la boca con el lirio de su mano y me contuve. Me suplicó con la mirada que callara y al mismo tiempo leía que pensaba como yo y que me secundaría en mis proyectos, cualesquiera que ellos fueran, porque amaba la vida, como yo, y la encontraba bella por el amor. Balbucí algunas excusas y salí de la casa. Entre las comodidades de mi casa había hecho construir una vasta cava para depósito de los vinos. Yo no soy borracho, pero me gusta beber buenos vinos y no concibo la casa de un gentleman, por modesto que sea, que no tenga una cava para depositar licores directamente importados de las fábricas y dejarlos envejecer metódicamente para tener en cualquier momento esos añejos vinos que son el galardón de toda mesa bien puesta. La cava de mi casa era una vasta bóveda subterránea de unos diez metros de largo por cinco metros de ancho, perfectamente aislada del ambiente exterior, con muros y techo de cimiento romano. Sólo el suelo era de tierra salitrosa. La entrada se hacía por la despensa, en uno de cuyos rincones se abría en el suelo la boca del sótano. Este sótano o cava era el lugar en donde yo había pensado salvarme con Gladys. La tapa que cubría la entrada era una plancha de hierro con una argolla que encajaba perfectamente en la boca del pasadizo subterráneo, pero comprendiendo que necesitaba que el cierre fuera hermético le adicioné unas fajas gruesas de caucho que hacían imposible la entrada del aire exterior. Es sabido que los vinos sufren con la luz blanca. La luz roja o verde es la que mejor favorece el envejecimiento de los vinos y por esto hice abrir en el techo de la bóveda una claraboya de un metro cuadrado cubierta con un grueso cristal pintado en la parte interior de verde oscuro. Bien se comprende que siendo yo ingeniero me había de dar cuenta exacta de todo lo que convenía hacer para aislar la cava del exterior en condiciones que permitieran la conservación de la vida por algún tiempo, teniendo en cuenta el natural agotamiento del oxígeno, la formación del ácido carbónico, la necesidad de luz, de fuego, de agua, de alimento, etcétera. Desde el 4 de mayo despedí a mis sirvientes para tener libertad de proceder yo solo a las obras de mi salvamento. No necesitaba de nadie y, además, si se hubiera sospechado la forma en que yo pensaba proceder habría tenido, por humanidad, que socorrer a los tres individuos de mi servidumbre y a sus familias; y la verdad es que no había sitio para tantos, ni tenía yo positivo interés en hacer de providencia. En una semana terminé la instalación del que debía ser mi nido nupcial durante la muerte de la humanidad. Porque debo decir que Gladys y yo, en las pocas conferencias rápidas que logramos tener y en las cartas que nos cruzamos habíamos convenido en unir, ante Dios y para siempre, nuestro destino antes de que viniera la catástrofe. No podíamos pensar en el matrimonio ante la ley, porque no había oficinas municipales en esos días de incontenible terror, ni mistress Ruth daría su consentimiento. Nuestro enlace debía ser el primitivo de la humanidad, sin testigos ni más ceremonias que la voluntad del varón que toma la esposa y la mujer que se entrega al varón fuerte. Es así como en las edades opuestas del globo, su aurora 166
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 y su ocaso, el amor, sacudiendo el formulismo social, recurre a la eterna fórmula, simple y santa, que sanciona de hecho la unión de los cuerpos y de las almas. El 11 de mayo estaban terminados mis arreglos. Seis balones de oxígeno y el aparato para producirlo en cantidad con la descomposición del peróxido de manganeso, las cubas de agua potable, la cocinilla eléctrica y las pilas y acumuladores para la luz, las conservas, los utensilios necesarios para poder vivir un mes, todo estaba allí en la cava ordenado y dispuesto para prestar servicios. ¿Qué decir del aspecto de la ciudad? El terror había tomado una forma tétrica y silenciosa, más terrible que la angustia doliente y expresiva que había antes. En todas partes había personas a quienes el espanto había enloquecido y eran frecuentes los suicidios. Los bancos habían cerrado sus operaciones y habían declarado que sólo las continuarían después del 18 de mayo si la Tierra salía libre de la desventura que la amenazaba. El día 16 el terror de todos era indescriptible. Desde hacía varios días, de la una de la madrugada hasta las siete de la mañana era visible el cometa Halley. La gente se pasaba las noches en los terrados y azoteas contemplando azorados el astro terrible cuya aproximación era bien perceptible, puesto que el arco de la bóveda que ocupaba era más grande cada vez. Las calles de la ciudad eran poco frecuentadas durante el día; en todas las casas la gente estaba preocupada en la obra de procurarse el salvamento, aislando más o menos imperfectamente alguna habitación del contacto del ambiente exterior. La opinión general era que durante el paso de la Tierra por la cauda del astro se produciría la contaminación de la atmósfera que habría de extinguir la vida animal y vegetal. La miseria más espantosa había seguido al terror general. Desde hacía cuatro días no había transacciones comerciales de ningún género. Por más esfuerzos que hicieron el gobierno y el municipio no se consiguió que en los mercados hubiera la venta de comestibles acostumbrada: el dinero había dejado de tener valor. Pero no por eso el estómago perdió sus fueros, y el hambre comenzó a hacer su obra destructora. Todas las bodegas fueron saqueadas casi sin defensa de los propietarios. Los perros, los gatos, los caballos, las ratas y todos los animales comenzaron a ser objeto de la más empeñosa cacería. Desde el mes de abril había estallado una guerra absurda entre el Perú y el Ecuador provocada por este país. De común y tácito acuerdo los gobiernos beligerantes se habían dado una tregua en sus operaciones militares, y probablemente existía en los respectivos ejércitos la misma hambruna y el mismo terror frente al peligro universal. No había noticias. Las últimas que se tenían eran del día 12 por las que se sabía que después de la derrota de un cuerpo del ejército ecuatoriano, cerca de Loja, las tropas peruanas avanzarían sobre Cuenca cuando la situación de universal alarma se resolviera. Sabíase también que el desconcierto del enemigo era grande; que todos los días había deserciones de soldados que atribuían la cólera de Dios a la iniquidad de la guerra que habían provocado. 167
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 El cuadro de las casas era desolador. Todo el día las mujeres y los niños permanecían arrodillados ante las imágenes murmurando oraciones en cuya eficacia ya no tenían fe. Bien se veía en esas caras desencajadas y pálidas que movían maquinalmente los labios y que era muy débil la esperanza que los animaba de que la misericordia divina detuviera el cataclismo de la humanidad. Cada noche era más grande y trágica la aproximación de ese cometa fatídico que tenía la forma de una hoz vengadora manejada por el brazo de un segador implacable. En la noche del 16, después de las dos de la mañana, puse n ejecución el plan que había combinado con Gladys. Salí de mi casa en el automóvil, arreglado para que hiciera una marcha silenciosa. El amenazador cometa se destacaba claramente en el cielo ocupando su cola un extenso arco. La luz que manaba era suficientemente intensa para proyectar la sombra de las cosas. La buena Gladys no se resignaba a dejar a su madre abandonada a su suerte y a su demencia y convinimos en salvarla a su pesar. En efecto, en un momento en que mistress Ruth se rindió al sueño, leyendo en voz alta los versículos del libro de Job, Gladys la hizo aspirar un anestésico. A las dos y media llegué a casa de Gladys y encontré a mi amada arrodillada a los pies de su madre dormida. Apenas entré, Gladys se precipitó en mis brazos, llena de fe y esperanza en mis previsiones. En breve estuvo dispuesta a acompañarme en este viaje misterioso y lúgubre a las playas de la vida. Coloqué a mistress Ruth lo más cómodamente posible en el suelo del automóvil. En los asientos de atrás puse varios paquetes conteniendo objetos amados de Gladys, y entre ellos el más adorable: su vestido de novia. También quiso salvar Gladys dos animales que yo le había regalado: un jilguero y un perrillo de San Bernardo. Decía Gladys que si habíamos de sobrevivir convenía que perdurasen sobre la Tierra la alegría y la lealtad. Yo me reía de su simbólica intención, pues juzgaba que si la cosa apuraba nos habríamos de comer al perro y al jilguero, aparte de que esa perduración a que se refería Gladys no había de ser muy larga puesto que esos animales no encontrarían hembras para la conservación de la especie. Nuestro papel de Noés modernos estaba condenado a fracasar respecto a la conservación de las especies animales porque no habíamos tomado muy en serio este aspecto de la cuestión que probablemente preocuparía a los Noés de Europa y Estados Unidos: yo me conformaba con ser el Noé del amor. Poco después de las tres de la mañana llegamos a mi casa, a la casa que con tanto entusiasmo y cariño había hecho construir para instalar en ella a Gladys en junio. Por un refinamiento de mi afecto, no había querido que Gladys visitara la morada que había de ser suya. Aunque ella me insinuó la idea de pasear la casa en cuanto amaneciera, me opuse afectuosamente a ello.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 —La pasearás cuando seas mi esposa ante Dios; entonces lo harás por derecho propio. Por ahora, y hasta que sea posible, sólo conocerás el subterráneo. Entramos a la despensa por la puerta del jardín, y allí levanté la tapadera de hierro que daba acceso a la escalinata y al largo pasadizo que conducía a la cueva. Nada más fantástico que nuestro ingreso al subterráneo a la luz de las lámparas eléctricas alimentadas por acumuladores y la pequeña dínamo que había instalado en el pasadizo. La vasta bóveda estaba situada bajo el jardín, y, por la claraboya, a la que había quitado la capa de barniz verde transparente, se percibía la luz amarillenta que despedía el cometa. La cava estaba dividida, por biombos y tabiques, en varios compartimentos, destinados a diversos objetos. Gladys y su madre tenían su departamento en el último tercio de la bóveda; seguía lo que estaba destinado a ser comedor, cocina, sala de tertulia y gabinete de observación; por último venía mi departamento en el que estaban instalados los aparatos para la producción de oxígeno. El pasadizo quedó habilitado como despensa y fábrica de electricidad. Instalada mistress Ruth en el lecho y entregada a un sueño profundo, tuvo Gladys una crisis nerviosa que pasó largo rato después con mis atenciones y la poción antinerviosa que la hice tomar. A las cinco de la mañana, un hermoso gallo que yo había atado en el jardín, junto a la claraboya, comenzó a cantar su vibrante nota de desafío y de bienvenida al sol. Toby, el perrillo, se puso a ladrar desaforadamente y el jilguero insinuó sus primeros gorjeos. Era trágica esa repercusión de la vida exterior en el recinto obscuro del subterráneo. La clarinada de Chantecler con toda su alegría de saludo y toda su altivez de reto a la muerte, encontraba eco en los que, en el fondo de la cava, procuraban huir de ella. —Así, con el desdén inconsciente y fiero de ese gallo, debiera morirse — exclamó Gladys pensativa. —No, —le respondí dándole un beso en la frente—, ¡así es cómo se debe vivir!
III
A
ún cuando estaban tomadas todas las medidas que juzgué necesarias para establecer el más perfecto aislamiento de nuestra morada, no las tenía todas conmigo. Podría haber alguna ignorada vía de comunicación con el ambiente exterior que permitiera la entrada, aunque fuera muy lenta o insignificante, de los gases deletéreos, lo que sería suficiente para que la muerte viniera a reinar en nuestro retiro preparado con tanto cuidado. A cada rato me parecía sentir pequeños soplos de aire exterior: pero seguramente no era sino ilusión engendrada por mis nervios excitados. Tenía la seguridad de haber trabajado concienzudamente. Gladys pasó la noche del 17 intranquila: la 169
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 sentía moverse en su compartimiento y aun levantarse para observar el sueño de su madre. En medio del silencio de la noche llegaban hasta mi desvelado espíritu los ruidos misteriosos y vagos de la ciudad angustiada. Todo el terror de la humanidad condenada por la fatalidad de las leyes cósmicas me parecía condensarse en un susurro de oración y en un gemido interminable que flotaba en el ambiente exterior, como una vibración sostenida y grave, como un estremecimiento ilimitado y perenne. Y en el jardín, las frondas se agitaban al soplo de la brisa, mientras en el arroyo los bichos, inconscientes del peligro, entonaban su monótona frotación de élitros. Y yo pensaba en mi Gladys tan pura y tan bella que se debatía cerca de mí, en su lecho, junto a su madre, angustiada con el hondo pesar del fin próximo de la especie. En la tarde de ese día debíamos unir nuestros destinos junto al cementerio inmenso de nuestros semejantes. ¿Llegaríamos a ser el renuevo de la vida? ¿No moriríamos también nosotros? ¿No vendría el desastre del aire atmosférico acompañado de otras perturbaciones espantosas para las que mis previsiones serían ineficaces? ¿Sería ímproba la lucha que yo sostenía enérgicamente contra el cometa? ¿Vencería la muerte al amor y a la voluntad de vivir? La claraboya estaba trágicamente iluminada por el verdoso efluvio de la cauda del cometa. Si la rudeza de mi voluntad y la fe en mi destino no me sostuvieran creo que habría sido una víctima más de la locura universal, al contemplar esos gruesos cristales de la bóveda que tomaban, a la luz del astro amenazador, la lividez transparente de la muerte de las cosas. A las tres de la mañana me levanté sigilosamente y colocando bajo la claraboya una escala, subí para juntar mi rostro al frío cristal y atisbar un momento la agonía del mundo exterior. Sólo vi los arbustos moviéndose tranquilamente por el soplo del aire y en el cielo el extremo de la luminosa cauda del cometa. Junto a la claraboya, sobre una estaca, reposaba Chantecler y su silueta de luchador destacaba sobre el claro estucado de un ala del muro de mi casa. Pronto el animal comenzó a saludar con su sonoro cantar la luz nacarada de la aurora última del planeta. Me vestí y acababa de hacer mi toilette cuando entró en mi compartimiento la gentil Gladys. Pálida y con un surco violado bajo sus grandes ojos azules, denunciaba en su rostro las angustias de una noche de insomnio. La estreché en mis brazos y besé apasionado sus manos. Me refirió la pobre niña sus terrores nocturnos: a cada momento creía percibir los alaridos de la humanidad sofocándose en el ambiente letal del cometa. Su imaginación excitada le presentaba los cuadros de horror que debían realizarse fuera del retiro salvador que le había confeccionado mi cariño. La tranquilicé algo diciéndole que todavía no se había realizado la devastación humana: probablemente, muchos no sufrirían porque la locura del terror habría turbado los cerebros de tal modo que la muerte vendría para ellos cuando la demencia les hubiera embotado o destruido la percepción exacta del cataclismo fatal. Procuré reconfortarla despertando en su alma esa resignación firme y serena que tenemos los yanquis frente a los hechos inevitables, e inspirándole la convicción de que la muerte no nos alcanzaría en esta crisis mundial. Para mí todo el universo era ella: para ella todo el universo debía ser yo. El amor engendra estos egoísmos que son fuerza y responden a ese altruismo del futuro en que la especie venidera se afe170
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 rra a la vida dentro de dos organismos y dos almas que se complementan y cargan con gusto y valor la responsabilidad de renovar las generaciones. Esa era nuestra misión, como lo será de los demás espíritus sanos y fuertes que, como nosotros, se hayan ingeniado la manera de conservar las simientes del porvenir. Gladys me comprendió y supo sentir como yo el brioso orgullo de nuestra misión. La vi secar sus lágrimas con mano firme y brillar en sus ojos azules y dulces la fiera mirada de fe y esperanza que brillaba seguramente en mis ojos. Con ademán resuelto fue a realizar, como si ya fuera mi mujer, los quehaceres de inmediata urgencia. Sobre la mesa, que para el efecto tenía, procedió en la cocinilla eléctrica a la confección del desayuno. De pronto, y cuando bebíamos la leche caliente, oímos en el compartimiento de Gladys unos gritos de desesperación. Era mistress Ruth, que vuelta de su sopor hacía rato había escuchado entre sueños acaso nuestra conversación, habíala recompuesto y dándose cuenta al fin de la situación. Acudimos a verla: la pobre señora, desencajada y con los ojos extraviados, nos miraba con horror. Nos aproximamos para saludarla, pero nos rechazó espantada vociferando necedades religiosas y huyendo la contaminación de nuestras manos pecadoras. En un acceso de furor místico quiso matarse y acompañar a sus hermanos que, según creía, ya debían gozar de la presencia de Dios. Fue preciso proceder con energía y sumir a la fuerza a la enloquecida mujer en nuevo sopor. También fue preciso alimentarla, pues hacía más de un día que no probaba bocado. La hicimos beber medio litro de leche. En la tarde, a la luz de la claraboya por la que entraba la franca caricia de un sol espléndido, efectuamos nuestro enlace. Gladys vistió su traje de novia y la conduje así ante un gran crucifijo de marfil colocado sobre una mesa cubierta de paño negro, sobre la que estaba abierta la Biblia, nuestro sublime libro, compendio de todo lo que hay de bello y sabio en las almas, como que fue inspirado por el alma divina. Yo no sé si sería grotesca o sublime esta ceremonia sencilla de nuestra unión en una catacumba, sin más testigos que una vieja enloquecida e inconsciente y la mirada de Dios. Fuera de esa morada subterránea, la locura y el espanto, y encima, atisbando curioso por entre los cristales, mientras picoteaba su grano y le rodeaban algunas gallinas sueltas, Chantecler, el animal indiferente para la muerte y bravo para la vida. También Toby y el canario eran testigos de la ceremonia. Conduje a Gladys ante los cojines puestos delante del improvisado y sencillo altar y arrodillándome con ella le dije: —Gladys Harrington, amada mía, el Señor ha dispuesto que los hombres y las mujeres se unan en unión eterna por el amor para conservar el legado de la vida y poblar la Tierra con su descendencia. Yo te amo, Gladys, y el Señor, que lee las conciencias y los corazones sabe que no te miento. En este supremo instante en que la humanidad va a desaparecer, quiero consagrar ante la imagen del Señor este amor imperecedero y superior a la muerte misma, y te digo con el alma en los labios: ¿quieres unirte en lazo indisoluble conmigo? ¿quieres aceptarme, ¡oh elegida de mi corazón! por esposo y marido tuyo? ¿quieres ser mi es171
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 posa y mujer para compartir mis dolores y alegrías, para acompañarme en todas las vicisitudes de mi destino en los días que me permita vivir el Señor? Gladys meditó un breve momento y me respondió: —Oliverio Stuart, amado mío, sé que la afección que nos une es entrañable, sincera e inmutable, y creo que si el Señor que guía los destinos humanos la ha puesto en nuestros corazones es porque le es grata nuestra unión. Yo te acepto por esposo y marido, quiero ser tu compañera para consolar tus tristezas, unir mi alborozo a tus alegrías y acompañarte en la senda de tu destino. Que el Señor bendiga nuestra unión. Puse mi anillo en la mano de la que era ya mi mujer, ella puso el suyo en mi mano: le di un beso en la frente y nos levantamos con el alma henchida de una alegría pura y noble, a la que se entretejió un hilillo de melancolía por la suprema desgracia que amenazaba a la humanidad y acaso a nosotros mismos. A las cinco de la tarde de ese memorable día 18 pude observar a través de los cristales de la claraboya que, de pronto, la luz del sol poniente se hizo opaca y que por el cielo, repentinamente brumoso, surcaban ráfagas luminosas como bólidos. Toby en ese momento empezó a aullar con desesperación y a dar carreras locas, notando yo que constantemente iba a un rincón del pasadizo en que había habilitado la despensa. Seguí al animal y celebro haberlo hecho porque a ello debo quizá el poder escribir este relato que Gladys lee sobre mi hombro. En efecto, por ese rincón vi aparecer una rata y luego otra y otras más. El instinto de esos animales les había hecho construir una galería hasta nuestro retiro bordeando la bóveda y terminándola bajo el piso que, como he dicho, era de tierra. Comprendí en el acto todo el peligro que traía para nosotros esa vía de comunicación con el ambiente exterior y procedí activamente a taparla con yeso y arena de los que tenía dos barriles. A las seis de la tarde la atmósfera había tomado una coloración amarillenta y formaba una niebla tan espesa que no se percibía nada a través de ella. Indudablemente, la Tierra había entrado ya en el sector mortífero de la cola del cometa, y ese vapor opaco que se percibía en el exterior era el cianógeno. Yo esperaba que llegara hasta nuestro retiro el clamor de angustia y de muerte de los habitantes de la ciudad, pero nada de eso escuché. Al contrario, no oíamos sino el silencio universal. La única expresión sensible del desastre del mundo que tuvimos fue el desesperado aleteo de Chantecler que intentó cantar, soltó una nota ronca y cayó sin mayores estremecimientos sobre el cristal de la claraboya. Gladys, que no quería convencerse, puesto que no oía nada revelador, del fin del mundo, cuando levantó la cabeza y vio la forma obscura del gallo muerto sobre el cristal comprendió que todo había concluido. Lívida de conmiseración, se arrodilló en el cojín en que pocas horas antes había estado arrodillada por el amor y se puso a orar conteniendo los sollozos que subían de su pecho. Yo hubiera querido acompañarla, pero el momento era grave y yo no podía hacer otra cosa que vigilar con toda la atención posible que no faltara el oxígeno y que no se fuera a abrir la más pequeña vía de comu172
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 nicación con el exterior. Era verdaderamente espantoso eso de sentir la muerte de la humanidad sin alaridos ni exasperaciones ruidosas. Mi casa no estaba alejada de la ciudad, sino al contrario, bien próxima a una arteria de gran movimiento, como es el paseo Colón. Dentro de la cava, en días normales se percibía, aunque de un modo lejano, el bullicioso movimiento de las gentes, se oía el grito de los vendedores, el rodar de los carruajes y tranvías, y yo creía que en el momento de la angustia suprema llegaría perfectamente a nuestros oídos el clamor de espanto, el doloroso grito de los seres queriendo aferrarse a la vida y protestando de la implacable ferocidad del destino. Nada. El silencio más profundo envolvió la ciudad o, por lo menos, esa fue la impresión que tuve, y sólo pude creer en la ruina de la vida por la muerte casi tranquila de mi pobre gallo. La noche, opaca y no obscura, vino a envolver toda esa siniestra desolación. Y así fue cómo, en medio del profundo silencio de muerte, transcurrió en la subterránea morada de salvación mi noche nupcial, lúgubre idilio de un amor fuerte y sano, al borde del inmenso sepulcro de ciento cincuenta mil seres que también amaron.
**** Seis días después cayó una copiosa lluvia, lo que pude observar en el cristal de la claraboya, que quedó totalmente cubierto por el agua, la cual se evaporó completamente en el transcurso de cuatro horas. El cielo estaba sereno y hermoso: también como en los tiempos de Noé apareció el arco iris en señal de paz y de perdón. El movimiento de las nubes y el de las frondas mustias y amarillentas del jardín me hicieron comprender que de nuevo el aire había recuperado su constitución normal. Pero aún no podía convencerme, es decir, no tenía medios para adquirir la certeza de que el aire fuera respirable sin peligro. Gladys no me dejaba salir a comprobar por propia experiencia las condiciones del aire. Resolví entonces enviar a Toby, así como Noé envió la paloma. En efecto, con grandes precauciones entreabrí la salida de la cava y puse a Toby fuera. Durante largo © Hector Chinchayan rato le oí corretear por la despensa, salir al jardín y ladrarle con insolencia triunfadora al gallo muerto que estaba sobre la claraboya. Después volvió a 173
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 aullar en la puerta de la cava para que le dejásemos entrar. El día 26 de mayo, Gladys y yo, vestidos de luto, hicimos nuestra primera salida. El espectáculo que se ofreció a nuestra vista cuando recorrimos las calles era de indescriptible horror. Por todas partes se veían hombres, mujeres, niños, ancianos y animales muertos en actitudes de un espanto infinito. Y lo más macabro no era la visión misma de esa muerte sino el silencio profundo que envolvía esa desolación. En las escaleras de las casas, en los balcones de las azoteas no se veían sino cadáveres, ya aislados, ya en aglomeraciones confusas de padres e hijos y parientes. Un acre olor de almendras amargas se percibía en las partes cerradas en donde las corrientes de aire no habían hecho la renovación completa de la atmósfera. Algunas veces sentimos Gladys y yo el vértigo de una ligera intoxicación. Y lo más admirable y trágico era que ninguno de esos cadáveres presentaba signos de descomposición, como si la saturación del veneno hiciera las veces de las sustancias que se emplean en los embalsamamientos. Renuncio a hacer el cuadro de horror que ofrecía la ciudad porque creo que no hay frases posibles para traducir la lúgubre sublimidad de ese espectáculo de la humanidad muerta… Todo el día lo invertimos en este trágico paseo entre los escombros humanos, sin encontrar ninguna señal de vida. Ya iba a anochecer cuando regresamos a nuestra morada tristes y abrumados por el inmenso horror del cataclismo. Evidentemente sólo nosotros quedábamos como dos espigas tenaces en medio del campo segado por un destino inclemente… Al cabo de dos meses, Gladys me dio la noticia más hermosa que podía venirme después de la muerte de la humanidad. En los tiempos en que el pudor enrojecía las mejillas de las jóvenes esposas, Gladys me habría comunicado, sonrojándose, la buena nueva; pero ahora, como si resurgiera en nosotros el sentido de la fiereza primitiva y de la sencillez antigua en que las leyes de la vida se cumplían sin que el artificio falseara los sentimientos y los despojara de su perfume de salud, me dijo Gladys bollándole los ojos de alegría franca y sincera: —Amigo mío: mi vientre ha sido fecundado y siento en mi ser el resurgimiento de la vida. Bendigamos al Señor que me ha escogido para que nazcan de mí los renuevos de la humanidad. Loco de alegría levanté en mis brazos a Gladys, que se reía de mi felicidad y entusiasmo, y la llevé al jardín; allí, frente a la caricia ardiente del sol, me arrodillé, y besando con beso casto los flancos nobles de mi esposa, murmuré esta oración: —¡Bendito sea el fruto de tu vientre! ¡Yo te saludo, Eva Mater! ¡Yo te saludo, humanidad futura!
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Así se sueña cuando el desequilibrio nervioso y la fatiga comienzan a hacer presa en el espíritu de un imaginativo. El cometa Halley será tan inofensivo como todos los demás cometas. Será una lástima. © Clemente Palma Clemente Palma nació y murió en Lima (1872-1946). A diferencia de su padre, Ricardo Palma, ha sido poco considerado por los críticos literarios peruanos. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, publicó ensayos, cuentos y novelas bastante polémicos e innovadores. Clemente Palma publicó EL DÍA TRÁGICO en la revista Ilustración Peruana durante los meses de abril y mayo de 1910, con el seudónimo de Klingsor. Posteriormente, EL DÍA TRÁGICO fue incluido en la segunda edición de CUENTOS MALÉVOLOS de 1913, antología publicada por primera vez en España en 1904. También caben destacar sus HISTORIETAS MALIGNAS (1924) y la novela XYZ (1935). ERA UN HOMBRE (1935), ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN (1935).
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HISTORIA DEL GOBERNANTE SABIO por Eugenio Alarco arraríase en ciertas épocas la historia del anciano Gobernante de un progresista Estado, de quien se habían hecho ya tradicionales su sabiduría en el ejercicio del mando y las frecuentes ideas perspicaces que le sobrevenían para el mejor gobierno y la prosperidad y complacencia de su pueblo. No obstante mecerlo, no le agradaba ver su persona ni su nombre sobresalir en exceso; por lo cual los súbditos y el mundo sólo lo denominaban El Gobernante Sabio. Solía reflexionar él muy particularmente acerca de los graves problemas ocasionados por las diferencias sociales, económicas y morales que persistían presentándose tanto entre los miembros de su propio Estado, cuanto asimismo en los de otras sociedades del mundo. Por todo ello sentía honda preocupación.
APARECEN LOS MONITORES
L
as notables sorpresas no escaseaban en el mundo de entonces, en particular en el Estado regido por ese Gobernante, que era de población industriosa y trabajadora. Había ido haciéndose tradicional en ella la prodigalidad del Gobernante, que, siempre que le era posible, concedía ayuda y favores tanto entre su propio pueblo como a otras naciones, sobre todo a las menos desarrolladas, aun sin buscar equivalente retribución. Conforme fueron transcurriendo los tiempos, en un cierto momento, sin embargo, se presentó una situación bastante delicada, en que llegó a ser apreciado con alarma, aunque mezclada de cierto peregrino regocijo, que la propia actividad laboral humana habría de volverse, quizás, progresivamente menos necesaria. Fue una historia curiosa, que revelaremos. Una nueva situación, en efecto, había comenzado a producirse en los usos tradicionales, cuando el indesmayable ingenio de los hombres de ese Estado logró inducirlos a fabricar y perfeccionar un cierto particular artilugio de funcionamiento autónomo, que, en remedo del hombre, pudiera ir haciéndose cargo de realizar nada menos que una apreciable parte de las múltiples tareas manuales que hasta entonces sólo el ser humano había tenido que desempeñar indefectiblemente... Debido a tal circunstancia, que pudo ser tenida como nueva afortunada y sorprendente obra de la modernización del genio humano, comenzaron, en un cierto momento, a ser producidos y sucesivamente mejorados y afinados, en efecto, unos singulares aparatos mecánicos cuyo propósito era imitar y, de ser posible, reemplazar al hombre en muchos de los actos y trabajos que éste ejecutaba. 176
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Efectivamente, varios cuerpos de ingenieros y técnicos especialistas habían iniciado la elaboración de ciertos muñecos de funcionamiento autónomo. Pacientemente había ido siendo ideado, diseñado, elaborado y sucesivamente mejorado y ejercitado por tales cuerpos de profesionales, un elemento que presumíase llegaría a hacerse de la más alta utilidad, el cual pudiera imitar y eventualmente reemplazar al hombre mismo, si no del todo en su figura, sí en el desempeño de las más diversas o hasta divertidas labores. Muchas pruebas, experimentos y sucesivos reajustes y ensayos hubieron de realizarse, en efecto, antes de alcanzar el propósito de crear un elemento de la más alta utilidad, que, en efecto, pudiera cumplir los propuestos fines de realizar tanto simples como especializadas tareas. Lo cual, sin embargo, luego de un cierto tiempo de experimentación, ensayos, adiestramiento y sucesivos perfeccionamientos, llegó a ser logrado y obtenido. En efecto, hallábase constituida la estructura de tal elemento por un esqueleto consistente de varios juegos de varillas de acero inoxidable, que, en su conjunto, cubierto luego por gruesa tela plástica a modo de piel, y mediante interiores resortes y elásticos, podían obrar como torso, cuello, brazos, piernas, manos y pies de un símil de hombre; provisto de cabeza giratoria, dotada de ojos, oídos, nariz y boca. Es decir, un verdadero pero algo caricaturesco y tosco remedo del ser humano. Para hacer operar tan extraño artefacto se requirió proveerlo de mecanismos internos complejos, simultáneamente desarrollados, que constaban primordialmente de una potente y renovable batería eléctrica, y varias conexiones de potencia, en unos y otros lados, según las diferentes funciones por realizarse, mediante apropiados reguladores instalados en diversas partes interiores del aparato, el cual era accionado por un complejo sistema de controles electrónicos. Parecía todo un ingenioso embrollo. La cabeza semigiratoria y el rostro contenían los necesarios elementos de percepción e identificación de la presencia y grado de proximidad de objetos, personas, sonidos y olores, siéndole a su vez posible a aquel engendro emitir sonidos propios parecidos a gruñidos, graznidos u otros convencionales efectos sonoros; sistema, sin embargo, que tuvo que ser de modo sorprendente perfeccionado sucesivamente. Las manos de tal fantoche poseían la facultad de aprehender objetos y las piernas y pies de permitirle caminar, patinar o hasta subir escaleras. Y, en efecto, luego de habérseles sometido a varios reajustes, controles y pruebas, fueron siendo sucesivamente adiestrados aquellos elementos tanto en caminar con cierta autonomía y soltura, proveyéndoseles, en algunos casos, de patines en los pies; como a escuchar, entender y ejecutar ciertas órdenes simples, en un comienzo dictadas por medio de especiales lenguajes convencionales, que irían después ampliándose. Llegaron, así, los rudos y ya algo perfeccionados artefactos, a ir constituyendo elementos que pudieran ser de importante ayuda laboral, y que aun prosiguieron siendo mejorados, al ir enseñándoseles a cumplir otras diversas órdenes y útiles funciones. Tras clamorosa publicidad, los raros pero tan útiles fantoches fueron lanzados finalmente a la venta. La favorable acogida que tuvieron fue correspondida, sin gran demora y en casi todos los casos, por resultados que iban mostrándose 177
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 sorprendentemente favorables, debido a la eficiencia y regularidad en todos los trabajos que ellos desempeñaban, –para cada uno de los cuales era el particular muñeco expresamente adiestrado– tanto como, sobre todo, por la muy apreciable economía que se lograba en los respectivos costos de operación; lo cual hubo también de reflejarse pronto en una intensificación tanto de ellos mismos como de la producción de los variados ramos accesorios. Gracias a todo ello, los tales engendros, que en un comienzo, un tanto despectivamente, habían sido llamados monigotes, aunque luego conocidos ya como monitores, comenzaron a servir de apreciable ayuda, día a día más ventajosamente extendida para diversos objetivos y propósitos de servicio, con un progresivamente tan elevado rendimiento en eficacia, que pronto pudieron ser apreciados los ventajosos resultados económicos que podían lograrse con su empleo en las más diversas labores. Y llegó a ocurrir, además, un fenómeno curiosamente crítico. La propia planta que fabricaba tan ingeniosos equipos llegó a ir substituyendo, sin mucha demora, a buena parte de su propio personal operativo por un conveniente número de monitores por ella misma producidos, a los que adecuadamente se les fue adiestrando y reajustando, para que, empleados en la propia planta que los producía, volviéranse, en este mismo terreno, modelos de operatividad y eficiencia. Con lo cual vinieron los fantoches a remedar a la naturaleza, en que los seres vivientes crean por sí mismos a sus propios descendientes. Como desde un comienzo habían estado los equipos recibiendo tan favorable acogida, tuvieron que ir siendo consecutivamente organizados, a la vez, además de sistemas de demostración, distribución, ventas y adiestramiento en variadas tareas, de adecuados servicios de mantenimiento para ellos. De modo rápido fue incrementándose la venta de los útiles monigotes en su propia Nación; pero también se extendió con prontitud hacia otras, pues el tal invento fue tenido como extremadamente útil, práctico y muy ventajoso, por la eficiencia de los servicios que rendían unos personajes que no requerían jornal o sueldo, alimentos ni descanso y que inmutablemente cumplían, sin observación alguna, las órdenes recibidas, hasta las difíciles o riesgosas. El único gasto que ocasionaban, luego de su costo de adquisición, era el costo de la energía eléctrica, mediante juegos de baterías recargables, que originaba el funcionamiento de tales equipos. Fueron originando ellos, por tales razones, una revolución profunda en ciudades y campo; aunque, casi a la vez, pronto se fue viendo que podían constituir tan lúcidos y eficaces artilugios un elemento peligroso. Pues, en efecto, debido al creciente número de equipos que iban siendo lanzados al trabajo, aun superando toda expectativa que pudieran haberse formulado los productores, comenzaron a manifestarse primero varias bajas en su costo de producción, lo cual a su vez se fue reflejando en una reducción en sus precios de venta. Y fue con ello que se inicio el peligroso círculo vicioso, altamente beneficioso para productores y usuarios, como para las industrias de diversas índoles que habían comenzado a utilizar tales elementos para sus propias labores de producción; pero que comenzó a hacerse sentir como altamente perjudicial y pronto hasta pernicioso y dañino para la población 178
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 laboral humana, cuya demanda en unos u otros ramos iba decreciendo a igual ritmo, como lo iba siendo, a la par, el monto señalado para sus salarios. Ya desde entonces había comenzado a tenerse por tan injusta la aparición de estos elementos, que fueron siendo tenidos como ingratos, como perjudiciales y lesivos, por representar una grave competencia desleal. Hasta principiaron a organizarse movimientos laborales que proclamaban la necesidad de prohibir el empleo de tales artefactos o hasta de exigir su destrucción y la de los correspondientes talleres de su fabricación, por ser considerados convictos, –se proclamaba– de robo del pan de los pobres. Muchos tenían por evidente, de otro lado, que el Gobernante Sabio no habría de permanecer indiferente ante situación tan deplorable. Y, en efecto, se supo que él y muchos de sus cercanos colaboradores se hallaban, con gran preocupación, deliberando acerca del mejor modo de remediar problema tan grave. Lo cierto era que había sobrevenido una situación seria, que no podía ser descuidada. La manufactura y venta rápidamente crecientes de monitores, con ausencia de competencia, y debida no sólo a la red de exclusividad universal alcanzada, sino a la creación, tras el pago de altos montos por patentes, de otras fábricas análogas en ciudades de países ajenos, fue convirtiendo esta producción en un monopolio y fuente progresivamente creciente de ingentes ingresos para un reducido número de personas, en cantidades y a un ritmo sumamente elevados. Los tales esperpentos, tan rápidamente perfeccionados, –con apreciables ventajas de precisión, ritmo, resistencia, tiempo, costo y consiguientes apreciables ventajas económicas para su poseedor– habían ido substituyendo de modo progresivo al elemento humano de trabajo, en las más diversas tareas manuales de variadas índoles, progresivamente hasta las difíciles o penosas. Lo cual tuvo que tenerse por grave, ya que de modo sensible iba incrementándose la desocupación laboral, debido a una competencia tenida por tan desleal. Iban, en efecto, acentuándose notoriamente las diferencias económicas entre los diversos estratos sociales, como asimismo en los pueblos de unos y otros estados; ocurriendo que, mientras las clases poseedoras de capital iban haciéndose progresivamente más ricas y poderosas, las laborales se hundían en crecientes grados de desocupación y pobreza. La población había comenzado a soliviantarse, teniendo a los tales monigotes por ladrones intrusos que habían venido a robar el empleo y el pan a los operarios, y hasta comenzaron a ser detectados casos de sabotaje contra ellos, que, sin mucha dificultad, los volvía inoperativos; hallándose después, muchas veces, en algún recóndito lugar, arrojados sus dañados restos. Grave fue haciéndose pronto tal situación. Ya se había extendido la alarma hasta en el propio Parlamento del Estado. Si usualmente no cumplía éste en muy adecuada medida su misión y solía hacer exhibición de rencillas y vocinglería, produciendo malestar general, la nueva situación fue ahora encendiendo gravemente los ánimos, sumiendo a los parlamentarios en tan exaltadas y poco edificantes polémicas entre los defensores y los detractores de los monigotes, 179
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 que llegaban a exhibir malos ejemplos frente a todas las capas sociales. La prensa, por lo común proclive, por propias razones de publicidad y venta, a parcializarse de modo vehemente en sentido de una u otra tendencia partidaria, iba creciendo en inmoderación y nocivos efectos distorsionantes. Lo único evidente de todo era que habíase producido una peligrosa situación de monopolio industrial que, en vez de atenuarlas, ocasionaba progresivamente mayores desigualdades sociales y económicas. Comenzó a parecer, en ciertos círculos alarmistas, que sobrevendrían el caos en la sociedad, en el Gobierno, en el mundo, pues el problema iba extendiéndose de modo rápido y por doquier, sin previsible solución. Habíase despertado, además, un serio odio, que parecía querer estallar, contra los malditos monigotes, robadores de empleos. Una vez más, veíanse ir extendiendo las iras, el pánico, el clamor por el mundo. El temor era grande. Hasta traía a las mentes cuanto se sabía acerca de aquella tremenda época conocida como la de las Grandes Revoluciones Sociales y Guerras Mundiales. Fue así cómo, en un estado de economía tradicionalmente equilibrada, según lo era aquél en que la fabricación de los monitores fuera instaurada y desarrollada, comenzaran a aparecer grupos crecientes de personal laboral bastante eficaz pero carente de empleo. La situación fue causando no poco revuelo y zozobra, hasta que, en un cierto momento, el propio Parlamento se vio precisado a dedicar seria atención a un problema que de tal modo se iba intensificando, y a polemizar, hasta con ardor, acerca de un hecho tan poco usual y dañino. No hallándose medio ecuánime alguno para remediar o atenuar la situación, se concluyó teniéndose por adecuado, con grave disgusto del sector laboral, no adoptar por el momento medida restrictiva alguna al respecto; excepto decidir un apreciable incremento del impuesto a las utilidades en empresas de tal índole de competitividad; elevado monto que iría siendo sucesivamente adjudicado a compensaciones de diversos órdenes al sector laboral involuntariamente afectado por esta causa. Pero, en substancia, el insólito problema quedó por entonces irresuelto, en espera de hallar una del todo apropiada solución para el mismo. Parecía evidente que hacíase imperiosa una profunda evolución en muchos de los vigentes conceptos, normas y legislaciones, aunque no se lograba divisar las direcciones que habrían ellas de seguir. Mientras tanto, iba viéndose por doquier extenderse más y más la utilización de los artificiales esperpentos, que parecían creados por el hombre sólo en alto beneficio del sector más pudiente de la población, en grave perjuicio de la gran masa de trabajadores, ya en proceso de serio empobrecimiento. El digno Gobernante, llamado Sabio, si bien hallábase sumamente preocupado, procuraba no mostrarlo. Sabía que hacíase indispensable adoptar importantes disposiciones. En anterior ocasión se le había escuchado decir: Cuando una máquina no funciona bien, es preciso renovarle ciertas piezas. Cuando la sociedad humana muestra agitación grave, es seguro que requiere reajustes en su economía que alivien a quienes mayores males padecen; aunque también solía repetir que, en casos delicados, era menester estudiar muy serenamente el modo cómo debía realizarse cualquier cambio, pues no era extraño que éste mismo 180
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 hubiera de resultar contraproducente. En el presente caso, veíase con claridad que las razones causantes de la grave alteración en el comportamiento social eran, de modo principal, de orden económico, lo cual hacía evidente requerir cuidadosa consideración integral. Varios días de meditación y de cambios de ideas con sus consejeros le fueron dedicados por el Gobernante al problema, tanto como de conversaciones con su esposa, a quien solía acudir en casos difíciles, por su particular lucidez y amable espíritu comprensivo. No podía ignorarse, en todo caso, ser la alta producción de monitores, no obstante las evidentes ventajas que tales elementos ofrecían, lo que ocasionaba la aguda perturbación social, riesgosa, sobre todo, por las insospechables derivaciones que pudiera alcanzar. Luego de extensas consideraciones, dispuso el Gobernante, ante todo, que cada monitor fabricado quedara sometido a registro numérico –de modo análogo a lo que tradicionalmente había estado establecido para todo vehículo de transporte– y sobre los cuales el propietario o usuario tendría que pagar un impuesto periódico, cuya tasa fue señalada. Si bien tal disposición hubo de ser sometida al Parlamento, bien se sabía que una propuesta del Gobernante siempre estaba muy bien meditada y era acertada, por lo cual se la analizaba y debatía, pero no dejaba de ser aprobada sin gran demora. Al Parlamento le concerniría aún señalar las varias categorías del producto y establecer las respectivas tasas. Considerando la crecientemente grave situación creada, el gravamen que, luego de extenso debate, quedó aprobado en este caso pareció muy alto, pero, dadas las circunstancias prevalecientes, no halló seria oposición. Igualmente altos fueron los gravámenes establecidos para los equipos de esta categoría que fueran exportados, como para todo monto percibido en el exterior por concepto de regalías. Se valió de la oportunidad el Gobernante, además, para solicitar un aumento de los fondos dedicados a impulsar el Plan, llamado de las Ciudades Verdes, desde hacía un tiempo en ejecución, al cual en su momento nos referiremos, que estaba destinado a estimular un substancial incremento de las tierras de cultivo, mediante el aumento de la construcción de viviendas del todo subterráneas, con el consiguiente incremento de la extensión correspondiente a sus techos ya convertidos en tierra agrícola o ganadera, o bien en hermosos parques dedicados a variados modos de recreación humana o a actividades deportivas. Tal política había ido tomando ya bastante impulso. Acertaría, entonces, una vez más el Gobernante en insistir en una idea que ya estaba resultando altamente beneficiosa, pero que ahora fue tenida, a la vez, por salvadora. Se acordó ante todo, en efecto, que el Estado dispusiera la adquisición de un apreciable número de los ya famosos monitores, previamente preparados y regulados por sus propios productores para la ejecución de trabajos agrícolas de diversos órdenes, entre ellos, de modo prominente, la expedita conducción de tractores. Las tierras que iban recuperándose debido al progresivo entierro de las ciudades serían trabajadas desde entonces, por sorteo, por trabajadores 181
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 agrícolas faltos de tierras, a quienes se les proveería, en calidad de ayuda, de uno o más monitores especializados, a los cuales ellos se obligarían a cuidar, instruir, abastecer de energía y dirigir en sus labores. El resultado que fue así lográndose pronto resultó muy ventajoso. Día a día se disponía de mayor número de trabajadores agrícolas, escogidos entre los más eficientes, cuya labor se había ido volviendo bastante descansada por la importante ayuda que, en varios órdenes, les brindaba cada monitor que les era asignado. Los costos de producción en el ramo agrícola fueron descendiendo así de modo notable. Apaciguóse con cierta rapidez la intranquilidad antes surgida y los trabajos agrícolas fueron superando su gran auge. Por su parte, el prestigio de los monitores se restableció de modo apreciable, desapareciendo las torvas intenciones contra ellos y, por el contrario, siendo ya cuidados y bien mantenidos hasta con cariñoso esmero. Un procedimiento análogo se fue haciendo extensivo con los obreros de otras actividades, a quienes se les congregaba en grupos, que, debidamente adiestrados, pudieran ir constituyendo pequeñas empresas industriales, con la valiosa participación de un adiestrado monitor, que se les entregaba libre de costo, en calidad de colaborador colocado bajo su cuidadosa custodia. Cuenta la historia que los importantes méritos de los monitores fueron desde entonces tan altamente reconocidos, que se les miró ya con amistoso aprecio. Por nuestra parte, tendremos más adelante ciertas oportunidades de verlos actuar en plenitud, como de referirnos a otros serios trastornos a que dieron ellos motivo. También habremos de informar acerca de cómo le sobrevino al notable Gobernante la muy valiosa idea de la creación de un Cuerpo de Paradigmas.
CAMBIO EN LA LOCOMOCIÓN HUMANA
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umerosos eran los pobladores de ese Estado que fueron hallándose dotados de un alto espíritu de creatividad.
Proseguía constituyendo, por entonces, o hasta habíase acentuado, el histórico anhelo humano, expresado en imaginativas formas, hasta en los sueños que durante milenios lo habían agitado, –y muy conveniente, por eso, de ser satisfecho– que lograra ser descubierto y desarrollado algún medio para que el hombre pudiera movilizarse libremente en vuelo de uno a otro lugar de la tierra. Se hacía indispensable, entonces, que substancialmente transformáranse las formas de locomoción conocidas. Todo parecía hacer pensar que, a no muy lejano plazo, tal objetivo sería logrado. Ya en apreciable medida había podido el hombre ver alcanzado tan viejo anhelo desde el curso del bastante antiguo Siglo Veinte, primero por medio del automóvil y luego por el avión. Pero lo que ahora se ansiaba era volar de modo autónomo por los cielos del mundo, sin tener que mantenerse como prisionero enjaulado en un complejo armatoste, junto con decenas o cientos de otras personas, y guiado por un ajeno conductor; pero que, peligrosamente, en algún nefasto momento, podía, como en realidad había soli182
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 do ocurrir, quedar convertido en colectivo catafalco. Lo que se ansiaba era volar por sí solo. Y lograrlo, por eso, de un modo ágil, personal, silencioso, sin sujeción a graves riesgos; es decir, como las propias aves, aunque carentes de perspicacia, muy sencilla e inveteradamente lo habían hecho siempre. De modo acogedor había captado el Gobernante Sabio tal deseo y un buen día lo transmitió a uno de los varios grupos de inventores de que disponía el Estado, con especiales recomendaciones para que se diera satisfacción a tan justo anhelo. Mucho tuvieron, entonces, para ello que cavilar, estudiar, calcular y diseñar los ingenieros especialistas a fin de lograr satisfacer el ansiado cometido. Había llegado a producirse, mientras tanto, un particular combustible de alta potencia que resultó ciertamente revolucionario y asombroso. Múltiples computadoras hubieron de lanzarse, entonces, a realizar sus funciones de cómputo y mentes más sabias que las ordinarias a elaborar diseños tras diseños para que al fin apareciera en su propio momento el producto terminado: un tremendo maquinón, que habría que amarrar fuertemente a la espalda del hombre con un entrelazamiento de cinturones. Poseía tal armatoste dos particulares tubos, en parte giratorios, angularmente dirigidos por atrás hacia abajo , provistos de boquillas que lanzaban muy potentes chorros de gas, con lo que el aparato, arrastrando consigo al hombre a él sujeto, se elevaría a los espacios y fielmente seguiría las indicaciones que le fueran transmitidas por su conductor, por medio de una pequeña palanca directiva ubicada a un costado, así como de unos u otros botones de mando visiblemente emplazados en el ancho cinturón, por medio de los que se emitían las convenientes órdenes a un comando computarizado. Tan gran éxito alcanzó el tal invento y tan satisfactorias resultaron las primeras pruebas que se efectuaron, que hubo de tenérsele por portentoso. Contábase, por entonces, que numerosos ensayos, de todo orden y en las más diversas condiciones y lugares, hubieron de ser realizados, inclusive por algunos de los llamados monigotes, debidamente amaestrados antes, y luego de incorporársele al equipo sucesivos perfeccionamientos, hasta llegar a tenérsele por del todo satisfactorio y recibir finalmente la aprobación de las autoridades oficiales. Pronto habríase ido, desde entonces, produciendo y luego extendiendo por aquel Estado una fiebre ardiente de general entusiasmo; sobre todo cuando fueron surgiendo, sin mayor dificultad, los primeros aprendices en el arte de dominar el tan singular sistema de vuelo. Probada del todo su eficiencia y seguridad, y lanzado el nuevo equipo a los mercados, tan satisfactoria y entusiasta fue su acogida que tanto inventores como productores fueron llenados de halagos, lauros y diplomas; pero, sobre todo, les comenzó una época notable de flujo de abonos en sus cuentas corrientes oficiales, que prontamente fueron ascendiendo a apreciables montos de nubes de monedas. Los artefactos aquéllos, en un principio llamados aeroyets, y luego simplemente yets, fueron, en efecto, vendiéndose, distribuyéndose y utilizándose en cantidades crecientes. Y ya no sólo los de uso personal, sino, muy rápidamente también, fueron surgiendo otros modelos destinados a distintas suertes de usos, como transporte aéreo de carga de diversas índoles y volúmenes, acompañadas y guiadas por un también volan183
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 te conductor. Serie tras serie fueron perfeccionándose considerablemente los novedosos equipos, simplificándose, aligerándose, completándose con aditamentos que les concedían adicionales ventajas en su funcionamiento, maniobrabilidad, seguridad y autonomía de vuelo; además de agregárseles accesorios tales como paneles laterales con velocímetro, altímetro, brújula, medidor de combustible o de potencia, indicadores de dirección y fuerza de los vientos, faros orientadores de diversas clases, teléfonos inalámbricos con auriculares o altavoces, así como, eventualmente, espejos ovalados en que podía verse el rostro y expresiones del interlocutor telefónico, y, en fin, todo aquello que a una auténtica ave voladora jamás se le hubiera venido a la ruda mente requerir. Habríanse ido aumentando, además, en adecuados momentos, los elementos de seguridad. Muy pronto hubo de dotarse a los equipos con un independiente propulsor suplementario, para ser utilizado en casos de emergencia, por serio desperfecto en los mecanismos del yet, a fin de frenar la velocidad en la caída. En tales casos, mientras obligada pero lentamente descendía el viajero, se establecían, de modo automático, comunicaciones telefónicas o radiales con algún agente de servicio, quien en todo momento disponía de los elementos de ayuda necesarios para acudir donde quien viérase obligado a forzoso descenso, proporcionándole un equipo de repuesto, mientras se reparara el propio. El caso fue que muy rápidamente hombres y mujeres, no sólo de éste, sino de los demás países, llegaron a aprender concienzudamente el manejo de máquina tan importante y útil y que tantas ventajas ofrecía y tales ale-grías y deleites podía brindarle al ser humano. Hasta damas de mayor edad fueron atreviéndose en su momento a lanzarse en vuelo a los espacios, primero acompañadas por un guía que las pusiera expeditas en su manejo; pero muy pronto del todo independientes. Sin embargo, los niños, antes de llegar a cierta edad, quedaban del todo vedados de utilizarlos. De tal modo fueron multiplicándose las personas que hacían empleo de tales dispositivos, que no pasó mucho tiempo sin que tuvieran los servicios policiales que crear, en unas u otras circunscripciones, sus propias divisiones de controladores aéreos, para atención y organización del tránsito en los espacios. Al cabo de no mucho tiempo habíanse dedicado a piruetear con sus nuevos artefactos tantos hombres y mujeres, fueran jóvenes o adultos, que iban llenándose los cielos por doquiera de improvisadas aves voladoras de tan particular naturaleza, y los propios gobiernos, ya hasta por las regiones todas del globo, hubieron de sentirse, a su vez, obligados a emitir febrilmente severas disposiciones reglamentarias. Pues, en efecto, ciertos hombres y mujeres atrevidos pronto se habían lanzado a recorrer con ansiedad hasta lugares muy peregrinos y antes desconocidos de la tierra toda; en particular, aquéllos que no habíase logrado descubrir hasta entonces. Dirigiríanse hacia los polos, inclementemente helados, solitarios, y allí descendían con imprudencia y permanecían sufriendo toda suerte de rigores. O ascendían a las más altas montañas, recorrían sus alrededores para descubrir cavernas que, por haberse mantenido inaccesibles, jamás habían sido visitadas por el hombre, hallándose allí raras aves con sus 184
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 nidos y polluelos, que salían todos despavoridos ante tan extraña presencia. En ciertas oportunidades fueron también hallados en unas fosas esqueletos momificados de remotos viajeros. Solazábanse ahora los jóvenes, cuando sentíanse seguros con su nuevo atuendo volador, en atravesar extensos mares aun en tiempos de tormenta o huracanes, o hasta efectuando concursos entre ellos acerca de quién lograría atravesarlos más rápidamente en tan riesgosa contienda. Los almacenes, mientras tanto, en unas y otras partes del mundo, ha-bían ido colmándose, además de los más nuevos y sofisticados modelos de yets, de ciertos modernos diseños de indumentaria, ceñidos gorros, cada vez más vistosos, para las damas, que rápidamente cambiaron, de modo, al parecer, definitivo sus femeninas faldas por hombrunos pantalones y sus sueltas carteras por una amplia bolsa con internas divisiones que constituía parte frontal del atuendo de vuelo. Ofrecíanse a la vez diversos productos cosméticos novedosos para uso femenino, destinados a serles ventajosos en este nuevo modo de existencia: ungüentos especiales para proteger rostro y manos del intemperismo; calzado sin tacones pero provisto de gruesas y elásticas suelas para suavizar el efecto de los aterrizajes. Muchos pensaban entonces que el gran cambio que se había alcanzado anunciaba el inicio de una etapa brillante en la historia misma de la humanidad. La etapa en que el hombre, ya cual rey dominador de las alturas etéreas, llegaría, por fin, a ser auténticamente libre e independiente en el mundo; sin atreverse a reconocer que la plena libertad sólo pende de la que cada cual por sí mismo en su intimidad alcanza a lograr. Mientras tanto, muy rápida o precipitadamente había ido descendiendo la utilización y venta de los automóviles y vehículos de ese orden, que, con la caída precipitada del número de sus usuarios, iban siendo ya vendidos a ínfimos precios, pues repletábanse, en cambio, los establecimientos de venta de los tales yets en sus más recientes modelos, provistos de los últimos perfeccionamientos y ventajas técnicas, y ya ofrecidos a precios sucesivamente más y más reducidos. El caso fue que, con no del todo justificada ingratitud, y acordándose más, cada cual, de los percances, accidentes o desgracias sufridos con los automóviles que de los innumerables gozos de que a la vez había cada uno con ellos disfrutado, los hombres, jóvenes o hasta ancianos, querían, día tras día, pensar menos en aquel tan fiel compañero de otros tiempos, procurando olvidarse de ellos. Sic transit gloria mundi: así pasan las glorias del mundo comentaban las personas reflexivas al ver cargamentos de automóviles bastante nuevos o aun sin haberse hecho del todo inservibles, llevados a repletar los grandes hornos de congestionadas fundiciones. Grave amenaza había comenzado, a la vez, a ir cirniéndose sobre los aviones. En un principio, habíase mirado con cierto desdén lo que esos modernos intrusos llamados yets estaban logrando; pero, poco a poco, aunque luego cada 185
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 vez con mayor angustia, iría observándose que los hombres, provistos de su nueva indumentaria espacial y sus equipos, extendían más y más el alcance de sus vuelos y convertíanse en muy seria amenaza hasta en las esferas que ya por secular tradición les correspondían exclusivamente a las aves o al avión, sobre el cual había comenzado a cernerse la amenaza de pronta extinción. En fin, parecíale al hombre haber alcanzado, recién en esta nueva etapa de su existencia, una plena libertad de movimiento, de la que sentíase muy ufano merecedor. Múltiples concursos habían sido convocados y producidos, con variados resultados, para la mejoría del diseño, operatividad y seguridad del vuelo con estos equipos, ya tenidos por extraordinarios. En efecto, iban ellos mejorándose substancialmente, con perfeccionamientos en su accionar y maniobrabilidad y sucesivos incrementos en su seguridad operacional.
PREPARACIÓN DE LA CIUDAD VERDE
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l general y rápido crecimiento de la población y las ciudades en el mundo había hecho disminuirse notablemente, desde tiempos atrás, y ya de modo dramático, las antes extensas áreas de cultivo. La situación anterior había ido volviéndose grave, debido al detrimento ocasionado a la agricultura, la ganadería, las zonas de humano esparcimiento. Una de las naciones que mayor cercenamiento había sufrido por esta causa, debido al alto crecimiento que se había producido en su población, fue la dirigida por el conocido como Gobernante Sabio. Pero bien se presumía que tampoco habría éste de mantenerse indiferente ante tal situación. Ningún problema serio solía mantenerse ajeno a su mirada. Llegado un momento, ciertos imaginativos arquitectos, alertados por ecólogos, agrónomos y naturalistas y estimulados por los numerosos artistas románticos amantes apasionados de la naturaleza, que, luego de aquella larga época de tensiones destructivas, fueran apareciendo aquí y allá como irradiando nuevos aromas de esperanzas, habían principiado a idear, esbozar y proyectar la edificación de futuras ciudades del todo subterráneas; a fin de concederles a las tierras, de tanta importancia para las necesidades, usos, salud y esparcimiento del hombre, la conveniente libertad para brindarle a éste el privilegio de disfrutar, sin el feo obstáculo de habitadas y a veces ruinosas viviendas o bien de desmesurados y gigantescos edificios, la plenitud de una viviente naturaleza con todos sus encantos. De otro lado, el revolucionario desarrollo del empleo de los yets para la movilización, tanto humana como de toda clase de cargas, había ido haciendo casi innecesaria la existencia de carreteras. Se desató, finalmente, una empeñosa campaña en favor de que sólo se autorizara la edificación futura de edificios de cualquier orden en construcciones del todo subterráneas, a fin de ir 186
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dejando liberada la superficie de la tierra para ser dedicada a su provechoso uso agrícola, o bien ganadero, avícola, apicultor, horticultor u otros análogos destinos, o también a parques, jardines, lugares de esparcimiento, recreo, deportivos o hípicos; tan beneficiosos para la salud y el ánimo humanos, haciéndole a éste permisible el pleno goce de su gran ansia de un entorno de natural limpidez y pureza excelsa. Parecían, pues, tener ellos plena razón. Tal clase de consideraciones dieron motivo a profundas reflexiones por parte del Gobernante Sabio. En su oportunidad, fue dictada la general norma. No sería permitida en adelante nueva edificación alguna por encima del nivel del suelo. A las existentes les fueron concedidos plazos para su demolición, compensándose a los propietarios por los gastos consiguientes y financiándoseles las correspondientes edificaciones subterráneas, para cuya profundidad se les otorgaban extensas licencias, haciéndose cargo el Estado de la habilitación de las correspondientes amplias vías interiores de comunicación vertical y horizontal que irían siendo establecidas, para su libre recorrido por toda persona o carga provistas de su yet; como asimismo de las correspondientes redes de agua, desagüe, electricidad, gas, ventilación, comunicaciones u otras que fueran requeridas. Condición implícita en los nuevos planes fue que los tejados de toda construcción tuvieran igual nivel de profundidad bajo tierra, y fueran adecuadamente resistentes e impermeabilizados. La disposición, que pronto fue poniéndose en práctica, iba mostrando sus notables ventajas, en particular para grandes edificios, que en vez de elevados eran ahora profundos; dejando libres así, muy extensamente, las correspondientes áreas dedicables tanto a cultivos como a lugares de esparcimiento humano. Fueron desde entonces, poco a poco, aquí y allá, desapareciendo bajo tierra pueblos, ciudades o comarcas enteras. Muy orondos, sostenían los poetas ser aquél el merecido triunfo de la Naturaleza sobre el Hombre prepotente y desolador. La medida fue imponiéndose, entonces, por unas u otras ciudades y pueblos de esa Nación y luego, de modo consecutivo, pero casi sorpresivamente pronto, por las del resto del mundo, pues varios gobiernos la fueron sucesivamente alentando o imponiendo, a fin de lograr la mayor extensión de las que iban siendo llamadas, con orgullo, Ciudades Verdes, que fueron constituyendo símbolos del progreso de una moderna Civilización Humana. Y fue pudiéndose también apreciar que la conveniencia de ellas no se limitaba a las tierras recuperadas en propio beneficio de la población, sino que, además de disponer de las más modernas facilidades, las ciudades subterráneas, por profundas que fueran, quedaban protegidas no sólo de los rigores del intemperismo, sino a la vez de los efectos, a veces tremendos, causados por sismos o terremotos; para lo cual habían sido estudiadas y establecidas modernas técnicas de impermeabilización integral de suelos y muros y para la absorción de impactos laterales. La técnica se encargó, en general, de adoptar las necesarias providencias para el mejor aprovechamiento de los resultados de la nueva política. Tal orden de técnicas pudieron también motivar que viviendas, oficinas, fábricas u otros establecimientos dispusieran de toda ventaja que el desarrollo de la modernidad ya aportara. La iniciación de este tipo de construcciones había 187
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 tomado, sin embargo, un buen tiempo para su previo estudio, desarrollo, aprobación de nuevas técnicas y requerimientos, tanto como para superar la oposición de un público que no siempre llegaba a reconocer las apreciables ventajas que del nuevo sistema se habrían de derivar. Tampoco dejaban de producirse movimientos de personas de espíritu conservador, que, con ardor lagrimoso, defendían la clásica belleza que encerraban las antiguas casonas con sus viejas ventanas de hierros retorcidos, interiormente recubiertas de persianas y cortinajes; sus peculiares olores a húmeda ranciedad, sus apolilladas maderas, como, por otro lado, había quienes añoraban los airosos edificios cuya eximia altura erguíase majestuosamente desafiante y toda visión desde ellos resultaba tan esplendorosa. Pero la realidad fue que, aunque no faltaron los detractores, llegaron a sobreponerse sin demasiada oposición ni demora, los modernistas, muy alentados por sus importantes razones ecológicas y económicas. Las ricas tierras que fueron desde entonces liberadas iban siendo muy provechosamente dedicadas a los enunciados propósitos, todos de tan elevado rango productivo para la sustentación nutritiva del hombre, como también para disponer, además de severos bosques, de importantes extensiones dedicables a parques, jardinería decorativa y áreas destinables a deportes y otros esparcimientos humanos. Por tales circunstancias, la disposición fue siendo de modo progresivo y sin mucha demora imitada extensamente aun en otras naciones como norma preferencial. Desde esos preclaros tiempos, la situación general fue cambiando bastante. Parece oportuno, entonces, que nosotros mismos efectuemos un recorrido por los plácidos parajes de lo que, en su exterior, –como más adelante lo veremos en su interior y en ciertos otros lugares– constituiría la moderna Ciudad Verde de aquellos ya bastante sosegados tiempos. Nos corresponderá efectuar después también, por parecernos adecuadamente ilustrativo, breves visitas al interior de una mansión en la Ciudad, así como al de una fábrica de yets. Nos conviene, en efecto, ver todo ello más de cerca, antes de ocuparnos de la que pueda acaso tenerse por la más provechosa obra del Gobernante Sabio, como fue su Academia de Paradigmas.
LA CIUDAD VERDE
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espués de habernos despojado de nuestro propio traje de vuelo, que fue dejado en custodia en particulares depósitos existentes a la entrada y salida de la Ciudad, iniciamos nosotros nuestro recorrido por ella, que nos dedicamos, entonces, a pasearla, en la placidez de las nuevas épocas, por aquellos campos dorados por un sol tibio, que del todo cubren la extensión de aquella Ciudad Verde. Severos bosques, seguidos de parques de bellos jardines se van sucediendo, alegrando éstos el entorno con flores y mil avecillas que revolotean trinando en188
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 tre mariposas multicolores que parecen inundar el ambiente de poético embrujo, hasta que se despliegan, unos tras otros, los interminables campos de cultivos diversos. Grupos de labriegos se afanan allí en instruir a un monitor en el más estricto cumplimiento de su tarea; o bien a otro de éstos, solitario sobre su tractor, ejecutando con severidad sus labores de arado, remoción o limpieza de tierras, vigilado siempre de lejos por algún experto labriego provisto de un débil silbato. No menor estupor produjo, de pronto, ver también recorridas las tierras de labradío por variados tipos de exóticas máquinas, cuidadosamente mimetizadas con formas artificiales y colores campestres, que efectuaban por sí solas diversos trabajos, cruzando acequias o puentecillos o deslizándose por las propias tierras de labradío, en que veíaseles por sí solas realizar ciertas curiosas labores, aunque, observándolo con atención, se hallaba ser ellas desde lejos guiadas, mediante ciertos apenas visibles dispositivos de comando, maniobrados por aquella especie de fantoches llamados monitores. Era cosa curiosa ver mostrar a éstos la pericia con que en forma, aparentemente autónoma, se desenvolvían en sus diversas funciones tales elementos mecánicos creados por la fecunda inventiva humana. También del ordeño de las vacas, de la atención a los panales de abejas, del cuidado de varias aves o animales pudo observarse que se ocupaban, con esmerado empeño, aquellos raros personajes conocidos como monitores. Bien puede discurrir allí nuestra mirada hacia nutridos conjuntos de animales, sean vacas, ovejas, cerdos, elefantes o vicuñas, como avestruces, pavoreales, pavos, patos o gallinas; todo ello a cada paso vigilado por monitores de colorida vestimenta, que sucédense en animada variedad, despertando la curiosidad de los visitantes; como asimismo, en otros ambientes, llegábase a ver, sucesivamente, grupos de personas, de variada edad y apariencia, dedicadas a realizar gimnasia, ejercicios diversos o bien algo desconocidos juegos de competencia con pelota o medios variados de lanzamiento; o bien, en otros lugares, a prácticas de equitación con ostentación de atrevidos saltos, como también a realizar otros deportes de competencia, algunos de antigua estirpe. Y comúnmente rodeados por extensas tribunas colmadas de vocingleros espectadores. Diversos paseantes van recorriendo también los inacabables parques que despliegan sus visiones apacibles. Durante todo el recorrido íbanse percibiendo amables músicas que parecían de no lejana procedencia, aunque no se hacía reconocible su origen. Eran melodiosas y dulces o, alternadamente, impetuosas, agitadas, vibrantes o heroicas; aunque siempre en el armónico tono de sinfonías vertidas en sonidos puros y claros emitidos por modernas generaciones de instrumentos. Decíase de ella ser la música de los nuevos tiempos, con la que también solía cantarse con heroicos o alborozados sones el advenimiento del hombre a la nueva era de tan delirante madurez. Ha-bíanse ya dejado de lado, en efecto, los clásicos instrumentos antiguos, de cuerdas, vientos, percusiones o bronces, ahora substituidos por nuevos sistemas de operación electrónica que sólo emitían sonidos llamados puros, que eran parejos y no arrastrados, rasgados ni vibrantes como los de antaño. La nueva música había adquirido modali189
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dades del todo diferentes; cuyos armoniosos conjuntos parecían reverberar en el ánimo acaso con mayor frescura y el encanto de una peculiar y nítida pureza, aunque no del todo disfrutable por personas aún apegadas a tonalidades y sonidos del instrumental vetusto, considerado ahora como clásico. Pero sostenían los conocedores ser la música nueva de compositores actuales, particularmente disfrutada por quienes de ese modo sentían estar expresando su rebeldía hacia los antiguos tiempos, que, según se sostenía, habían sido en exceso pródigos en embaucamientos y falacias, contra los cuales ellos se alzaban exponiendo como normas la belleza pura, la equidad incorrupta, la verdad sin pliegues. Era, sin duda, hermoso, tal vez reconfortante el recorrido del extenso parque. En cierto lugar, pareció de pronto hacerse visible una esplendorosa fuente de agua, con su exhibición de variados juegos de cascadas e intrépidos chorros elevados. Por algún otro lado se alzaba un gran monumento que ostentaba una efigie de cuerpo entero dedicada a honrar la memoria de un destacado intelectual y artista, de quien se refería no sólo haber servido de modelo en la creatividad de su arte sino, muy en particular, en la digna ejemplaridad de una honrosa vida; lo cual en los modernos tiempos era tenido por cualidad definitoria. Varios otros representativos monumentos análogos, se supo, había erigidos en unos u otros lugares del parque. A ellos, a artistas y creadores, solían dedicarse ahora los honores. No a batalladores. Elevaríase de pronto, más allá, aislado, hierático, en medio de una pronunciada hondonada, un monumental templo de lejanos tiempos idos, de compleja arquitectura, que ostentaba humanas imágenes esculpidas en piedra, entre una ornamentación de tallado granito, que haciendo resaltar ciertos conjuntos de retorcidos hierros y bronces, parecía esmerarse en expresar que, en efecto, todo tiempo pasado había sido mejor. De sus dos antes sin duda elevadas e imponentes torres, sólo restaban partes de sus truncas nacientes, de arriba abajo recorridas ahora por guirnaldas de hojas de laurel amarillentas; mientras de los coloridos y entreabiertos ventanales emergían espesas nubes azules, que se sabía corresponder a alucinantes inciensos. Decíase constituir este severo edificio, rezago de la antigüedad, un homenaje tributado a la ingenua y larga edad infantil del hombre, respetable por su noble tesón y su candor de pregonar el amor, matando. Cuando en aquel severo lugar se penetraba, todo se hallaba en aparente soledad; pero recibíanse efluvios de remotas épocas, entre ecos de beatíficos cantos y lamentos de órganos retumbantes. Todo parecía estar allí envuelto en misterio y dolor sagrado, emanados de efigies de oro y plata engalanadas de perlas y preciosa pedrería. Procesiones de párvulos ornados con sus infantiles hábitos aún recorrían las arcadas y galerías paso a paso, casi en tinieblas, cantando con peregrinas voces en lenguaje inentendible. Contaba la tradición haber sido éste, en lejana época, un templo dedicado a prédicas de amor entre los hombres, que muy poco fueron entendidas y atendidas, mientras el monumento, en cierta fiera circunstancia, había sido afectado por efecto de ensañadas contiendas humanas. 190
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 A lo largo del paseo, recorrido por personas de todas edades, hallábanse instalados aquí o allá bebederos de agua fresca, como pequeños establecimientos de expendio de golosinas o juguetería para los niños, que por doquier se solazaban, rondando alborozados, corriendo entre ellos o saltando. En realidad, aunque de ello nada se percibiera, al recorrerse hasta los remotos lugares de tales parajes, estábase caminando por encima de una gran Ciudad Verde, la cual se extendía por debajo, del todo oculta. La única comunicación que con ella lograba percibirse eran ciertos gruesos y elevados tubos recubiertos de espejos verdes que aquí o allá emergían, de los cuales se decía servir de respiraderos a la urbe. Sin que llegara a percibirse, de ellos emanaban vahos impuros, que las brisas hacían disiparse. Desde que la noche empezaba a extenderse emitían aquellos espejos una luz entre verdosa y sonrosada que con suavidad de caricia parecía derramarse sobre parques, jardines y monumentos. Por ahora, los cielos se veían, por aquí o allá, recorridos, a diversas alturas, por personas o grupos de ellas que dirigíanse en vuelo en unas u otras direcciones; cada una provista de su ceñido yet a la espalda; o bien por aquéllas que, muy apresuradas y concentradas en sí mismas, parecían encaminarse, solitarias, a cumplir algún particular cometido; tanto como las que, en sentido opuesto, acudían presurosas hacia la entrada de la Ciudad, que desde ahí ya se divisaba; como asimismo unas u otras personas, no ya tan jóvenes, a las que podía observarse ir, a menor altura, contemplando y deleitándose, en apacible vuelo, con las diversas escenas que iban desplegándose ante su vista. Pasaba también algún viajero remontado a las alturas provisto de un fardo colgante; de quienes se sabía ir encaminándose hacia alejado lugar, portando, sujeta a su cintura o sus pies, una mochila con fiambre, con herramientas u otros implementos para desempeñar a lo lejos algún oficio. Todo lo tenían dispuesto para, alcanzado su destino, descender en su proximidad y soltar el fardo, mientras ellos, separadamente, tocarían luego el suelo; un modo vuelto ya frecuente entre quienes tenían que viajar portando carga. También se observaban, a veces, grandes fardos viajando por sí solos en el espacio; aunque siempre había cerca una persona que parecía guiarlo. Así se vio también otros fardos de tamaño apreciable que, a no muy elevada altura, parecían viajar por sí solos; aunque no lejos de ellos se veía a un volador aislado, que sin duda iba guiando y cuidando su carga. En algún momento del recorrido no le era infrecuente a un caminante, como nos ocurrió a nosotros, hallarse con un nutrido y casi solemne grupo de personas que rodeaban a quien podría ser un maestro, un catedrático, algún ilustre y respetado sabio. Pudo verse bien esta vez que si alguien se aproximaba allí no era mirado con extrañeza, suficiencia o displicencia, sino con expresiones de amable acogida. Nos dio la impresión de hallarnos ante un grupo de venerables sabios socráticos. Decíase de ellos, ciertas veces, que podrían hallarse honrados con el grado de paradigmas, por su conspicua idoneidad y virtudes y ser, por lo tanto, de actitudes y comportamiento ejemplares. Habíase hecho ya tradicional, en tales épocas, que ni la jactancia, la fatuidad, la soberbia, la codicia, ni menos aún la angurrienta envidia, lograran albergarse jamás entre aquellas dignas 191
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 personas. Muy en particular nos convendrá a nosotros, por eso, tratar algo más sobre tan sobresalientes personalidades, que eran ya, por la época a que venimos refiriéndonos, de bien conocido rango. Lo habremos de hacer expresamente, algo más adelante de nuestra narración, cuando tratemos más de cerca acerca de quien fuera el verdadero fundador de aquella insigne categoría intelectual de los paradigmas, que era conocido como el Gobernante Sabio. En la oportunidad a que ahora aludimos, acercáronse al grupo aquél nuestros dos visitantes, con ánimo de escuchar lo que personas de apariencia tan connotada trataban. Pudieron observar que sobre el suelo se hallaba una gran maqueta de lo que parecía constituir una particular obra. Con gran amabilidad, fueron invitados a aproximarse, lo cual, agradeciéndolo, ellos cumplieron, con no poco asombro. Pronto supieron que proyectábase edificar en aquel lugar, en medio del extenso paseo, un monumento emblemático, cuyo modelo hallábanse observando. Constituiría aquél, según se pudo escuchar y apreciar, un Monumento al Hombre. Pero, aunque aquél en que se hallaban constituía ya todo un gran mundo bastante nuevo, el propósito no era rendir homenaje a lo que este ser había logrado, sino de lo que se hallaba él aún en ánimo de descubrir y realizar, en cumplimiento de su alto destino. Así se pensaba entonces. Sin alarde ni jactancias. Con confiado y animoso espíritu. Por lo que pudo apreciarse, el propósito era erigir allí, en el centro de una amplia plaza circular por construirse, una elevada columna, adornada en su extensión por vegetación entrecruzada y variados animales, particularmente perros y caballos, inmemoriales acompañantes del hombre, que se esforzaban por ascender para alcanzar a sus amos, que se hallaban ya a lo alto, en el vértice. Coronaban, en efecto, el monumento las grandes efigies del hombre y la mujer, ambos erguidos, desnudos, abrazados. El tenía el pie derecho algo levantado, puesto sobre una eminencia, que sin duda constituía la prolongación de una montaña. Con el brazo derecho extendido, señalaba su dedo índice hacia un lugar del lejano horizonte. Ella, a su vez, haciendo pantalla sobre los ojos con la mano izquierda, esmerábase en distinguir lo que él observaba. Prendidos de sus piernas y mirándola, queriendo hablarle, se hallaban dos pequeñas criaturas, mujer y hombre, también carentes de ropa pero que mostraban hallarse retozando alegremente. Expresaron allí, luego, las personas que constituían aquel grupo, que el monumento aquél sería expresivo, emotivo, digno. Representaba a la Familia Humana en busca del Saber. La plaza, en su rededor, hallaríase provista de asientos, para que tan emblemática obra pudiera ser apreciada desde varios lados. Nuestros visitantes escucharon, extasiados, las descripciones y comentarios, y luego se alejaron del grupo, pues tenían otros propósitos por cumplir; haciendo antes una cortés venia de agradecimiento, –que les fue de igual modo retribuida– y reanudaron su andar; mientras proseguían sin cesar en el ambiente 192
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 las etéreas tonalidades de músicas alternadamente apacibles o vibrantes. Sabíase que cuando, en aquel paseo, divisábase a lo lejos una alta y esbelta torre coronada por un globo iridiscente que irradiaba fulgores, se hallaba allí un ingreso a una ciudad subterránea. Apreciábase, además, que unos como enjambres de puntos voladores emergían desde un lugar del suelo y se iban extendiendo, diluyéndose en los espacios; mientras otras análogas nubes efectuaban un recorrido inverso, siendo como aspirados desde el suelo. Nada menos eran que concentraciones de gente que desde la Ciudad emprendía el vuelo para dirigirse por las alturas en variadas direcciones, como aquellos otros que se aproximaban para entrar en ella. Al acercarse nuestros paseantes a un tal lugar, pudieron apreciar que la alta torre que habían divisado se hallaba emplazada en una extensa plazoleta, en cuyo centro abríase la gran galería de penetración en la urbe. Cuando allí llegaron pudieron ver tanto a los viajeros que desde allí partían, como a los que a ella arribaban, y que allí se reunían y cruzaban por unos momentos. Unos dedicábanse entonces a acomodarse y revisar con cuidado su autoyet; otros hacían fila hasta el lugar donde efectuábase la recarga de potencia para el mismo. Para entrar en la Ciudad se llegaba a una plataforma en que se abría la amplia escalinata por donde descendían y ascendían los viajeros. De bajada, conduciría ella a la estación subterránea; que era lugar importante, no sólo por constituir el paso obligado para entrar y salir de la Ciudad, sino porque en su proximidad hallábanse extensas oficinas en donde laboraba el personal administrativo de la urbe. En varios lugares se exhibían allí paneles con mapas indicadores que orientaban sobre el curso a seguir por el entrevero de calles o conductos ascendentes y descendentes, verticales o trasversales por los que era ella entrecruzada y dábanse allí, además, orientadoras indicaciones acerca de los varios recorridos que podían ser efectuados. Múltiples uniformadas señoritas guiaban y ayudaban allí amablemente a las personas que llegaban o salían, proporcionándoles las necesarias instrucciones. No lejos de allí también hallábanse extensos supermercados, abastecidos de toda suerte de productos alimenticios o de uso o consumo doméstico, y recorridos por nutrida cantidad de personas. Otros amplios locales hallábanse destinados a la exhibición, venta y atención técnica de los yets, en que se hallaban en exhibición y venta los más recientes y perfeccionados modelos de tan útiles equipos, como diversas clases de atuendos y accesorios para tal propósito, desde los sencillos a los más sofisticados; establecimientos que hallábanse siempre congestionados por numeroso público, entre compradores, interesados y curiosos. En el centro de la estación interior, rodeado por una banca que formaba una amplia elipse, aquí y allá interrumpida por pasajes intermedios, dedicábanse a reposar quienes llegaban del exterior y se aprestaban a penetrar en la Ciudad o quienes se disponían a salir de ella. Salida e ingreso se verificaban a través de una amplia abertura en el suelo, por la cual emergían o descendían ordenadamente en vuelo quienes, en un u otro sentido, iban a descender o a alejarse de la urbe.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 En épocas de lluvia, fuertes vientos o nevadas, una apreciable parte del exterior de la estación era recubierta por transparentes tejados. Pero aun en tales circunstancias no faltaban audaces viajeros que, arropados convenientemente y sin que dejaran de recibir pertinentes consejos o advertencias, lanzáranse a la ventura por entre los infinitos aires inclementes. En esta oportunidad, había expresado su interés el visitante de conocer alguna residencia de persona de mediano nivel social. Cuando tal información llegó a conocerse, fue dispuesto que se le condujera a la propia residencia de la persona a la que aquél había venido recomendado, de la cual se les informó que hallábase desocupada en aquellos momentos, pero para cuya visita fueron emitidas de inmediato las disposiciones pertinentes. Antes de emprender su paseo por la Ciudad y por tratarse de visitantes extraños a ella, tuvieron que acudir ambos a la guardianía de la entrada donde sus respectivos yets les fueron devueltos, ya no sólo guardados sino inspeccionados y hallados conformes sus estados de operatividad. Una vez esto cumplido, el visitante y su guía acompañante dispusiéronse a tal ingreso.
LA MANSIÓN SUBTERÁNEA.
A
mbos descendieron, entonces, hasta el borde del foso de acceso a la Ciudad y dejáronse caer por él. Toda persona que así lo hacía se hallaba incorporada ya al flujo de masas que descendían por el lado derecho del socavón. Por el izquierdo, mientras tanto, ascendían quienes se dirigían hacia la salida de la urbe. No todo era debido orden, según se sabía, en el movimiento de aquellos grupos humanos, no obstante hallarse establecidas severas normas para mantener un adecuado flujo de circulación por esas vías. No faltaban, una u otra vez, y en las ciudades de algunas regiones del mundo más que en otras, personas que, apuradas o precipitadas, no vacilaban en infringir reglamentos y prohibiciones, y ocasionando molestias y protestas, lanzábanse a sobrepasar apresuradamente a las demás. No era tal hecho frecuente, pues siendo advertido por un vigilante que aquí o allá se hallara expectante, era conminado a detenerse, para serle impuesta severa sanción pecuniaria. Las dos personas a que nos estamos refiriendo recorrieron, sin dificultad, la galería vertical, propiamente iluminada de color celeste, hasta llegar a la calle horizontal de color tenuemente rosado que buscaban y a lo largo de la cual prosiguieron deslizándose en vuelo por un buen tramo, hasta hallarse ante el zaguán provisto de la numeración que correspondía. Detuviéronse allí, posándose en la losa del amplio estacionamiento de la mansión aquélla. Por nuestra parte, nos referiremos a lo que nuestro visitante halló de particular en esa residencia, perteneciente a una acomodada familia de intermedia posición social. Al tocar un botón de llamada, se les identificó desde el interior, observándolos a través de un observador televisivo y recibida la información requerida so194
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 bre el motivo de su ya anticipada visita, les fue abierta la puerta. El acompañante se despidió del visitante, ofreciéndole volver por él en el plazo de una hora. Penetró entonces éste, siendo invitado por el guardián a despojarse de su yet y dejarlo acomodado en un guardayets, pequeño recinto, siempre existente en una vivienda, próximo al ingreso. Pudo de inmediato apreciarse, mientras tanto, que quien lo recibió no era una persona común. Era uno de los renombrados monitores, que actuaba allí como mayordomo. Eran su estatura como la de un niño mayor, su rostro artificial, inexpresivo, pero siempre sonriente, voz un tanto trinante, movimientos rígidos y caminar forzado, a veces rodante; pero que en todo mostraba una afable cortesía. Al saludar, dijo llamarse Pepe. Cumpliendo instrucciones recibidas, se dedicó ahora a mostrar la vivienda al respetado visitante. No era ésta, en muchos aspectos, muy diferente de las en todo reciente tiempo usuales. Las particularidades que podrían observarse se referían a los recintos de estudios y cómputos. El primero a que de éstos llegaron se hallaba no muy lejos de la entrada y, como después se vio en todas las habitaciones de la mansión, aparecía de por sí iluminada por una claridad de tono sonrosado, sin que pudiera notarse de dónde ella provenía, aunque ya se sabía ser de color, tono e intensidad variables a elección. Hallábase esta provista, en casi todo su contorno, de una serie consecutiva de pantallas de varios tamaños, provistas de teclados frontales, equipos aún llamados computadoras, aunque de funciones considerablemente ampliadas. Aquella constituía una sala de estudios y cómputos, constantemente utilizada por casi todo miembro de la familia, desde los muy jóvenes, para los respectivos cumplimientos de diversas tareas o estudios. Tales equipos eran tenidos por algo tradicionales, si bien ahora altamente perfeccionados, en que realizábanse cualquier clase de cálculos, operaciones u otras importantes tareas. Era allí donde los miembros de la familia regulaban su propia economía, pues, utilizando cada cual su particular clave, podía manejar los montos de su particular presupuesto. Desde allí podía tenerse acceso visual a variados establecimientos de ventas. Bastaba con marcar los correspondientes botones y ordenar lo deseado, que le sería pronto traído al domicilio, cargándosele el importe en la particular cuenta que cada cual tenía establecida. Cuando a un hijo de cualquier edad se le agotaba la partida que tenía asignada, debía acudir a su padre o madre para que, luego de mostrar la relación de sus gastos, le fuera aquella rehabilitada. No era necesario y casi no se empleaba ni conocía el dinero, ni tampoco lo era acudir a mercados o tiendas, pues cuanto se requería podía ser escogido en la correspondiente pantalla y ordenado, siéndole lo pedido pronto llevado a su residencia y pagado mediante cargo en su respectiva cuenta. Cada cual podía también asistir desde allí a las lecciones de su escuela o centro de estudios, o bien hallarse presente en las clases, sin tener que trasladarse allá. Era posible, asimismo, solicitar en una de esas máquinas que se mostraran los escritos de cualquier orden que fueran requeridos, históricos, científicos, económicos u otros, de los que podían allí ser recibidas bien fueran lecturas, en 195
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 alta voz, acerca de cualquier tema escogido o la respuesta a no menor número de consultas sobre toda cuestión que requiriera descripción, explicación o hasta demostración. Acudiendo a ciertos catálogos generales que podían ser solicitados en la propia pantalla, podía tenerse información sobre cualquier autor contemporáneo o de la antigüedad, con informaciones bio– o bibliográficos, lo cual hacía posible solicitar la presentación de cualquier texto, hasta de autores remotos, de quienes eran, a petición, expuestas en la pantalla cualquiera de sus partes y agregándole toda explicación adicional que fuere requerida. Parecía aquél, en verdad, o en realidad constituía algo muy próximo a un centro general del saber humano. No había pregunta que se efectuara, escrita por medio de un teclado o a viva voz, que no recibiera una clara, verídica y documentada respuesta, por el mismo medio en que la consulta había sido hecha. Todo fundamento o demostración que se solicitara era acertadamente respondido, no solamente señalando las razones que evidenciaban la respuesta, sino, si así se requería, mencionando los textos y autores en que ella se basaba. No representaba aquél sólo un saber enciclopédico, se decía por eso, sino multi-enciclopédico o integral, instituido como tesoro del saber que podía ser, según se decía, por todos recibido y compartido de modo auténticamente democrático. Sin lugar a duda, constituían aquellos aparatos, para nosotros, los hombres aún pertenecientes a antiguos siglos, algo superior a cuanto nos hubiera sido aún conocido. Pero lo cierto es que así también eran muchas de las cosas que veíanse en tales nuevos tiempos. Algo aun más asombroso, o hasta en apariencia increíble de aquella mansión, en particular para nosotros, era el contenido de la llamada Sala de Estar, a la que después fue conducido el visitante. Constituía un espacioso recinto que hacíase de notar, cuando en él se entraba, por su amplitud y su apariencia apacible, severa, algo formal, con un acentuado contraste en su disposición. Tres de sus lados hallábanse cubiertos por corridas estanterías de oxidado color verde pálido. En su interior, debidamente alineados, mostrábanse antiguos y de apariencia importantes textos de remotas épocas. Informó el guía que el poseedor de aquella vivienda era una persona regularmente culta, apasionado lector hasta de obras harto antiguas. Varios cómodos sillones hallábanse allí, como algunas dispersas sillas, todas entapizadas de verde. Decíase de aquella sala en cierto modo rememorar la visión del notable siglo Veinte, que había quedado inscrito en la tradición por haber comenzado, recién por entonces, a manifestarse el que habría de ser reconocido como el lúcido pero muy desgarrador y tempestuoso inicio de la edad de la propia adolescencia del Hombre. En unos u otros aislados espacios libres que dejaba la estantería se mostraban unos cuadros, rodeados de marcos de plata, con hermosas, aunque un tanto particulares, pinturas que debían ser apreciadas, y representaban paisajes o conjuntos de personas, todo expresado, con gran viveza de movimiento y colorido, en una técnica muy particular. No se mostraban las figuras humanas o campestres en tonalidades corridas sino constituidas por conjuntos de hilos de colores cambiantes que fuéranse retorciendo y formando animados conjuntos de 196
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 volutas plenas de armonía y gracia. Al observar la extrañeza del visitante, amablemente expresó Pepe, en su curiosa voz tintineante, que se trataba de notables obras de un nuevo estilo pictórico, que, en cierta analogía con la moderna música, y ostentando la viva influencia de la técnica por ahora predominante, que procuraba expresar la belleza por medio de ondulados y armoniosos entrelazamientos de multicolores hilos o alambres.
LA PANTALLA SABIA
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freciendo un singular contraste, el cuarto lado de la sala constituía, sin duda, algo muy significativo e importante de la nueva época. Tal lado, de un extremo al otro y de arriba abajo, estaba cubierto por una gran cortina de tela aterciopelada y brillante, también de color verde pálido, como lo era asimismo la alfombra que cubría el piso. Apretado un botón en una panoplia colocada a un extremo, la cortina se abrió en medio, desplegándose entonces un sereno paisaje, que, extendido a lo largo y alto de la habitación, semejaba ser parte de la plena realidad. Aparecía allí, en efecto, en toda su aparente profundidad, la vista de una playa de arena, dorada por apacible sol tibio. En ella se erguían siete palmeras de diferentes alturas, cuyas copas eran mecidas por un viento suave. Hacia la orilla, emitiendo sonidos lánguidos, caían, arrastrándose y rompiéndose en espumas, sucesivas olas de un mar sin turbulencia. A lo lejos, recortándose sobre el cielo azulino, aparecía lo que podría ser una isla brumosa. Al desplegarse esta vista, la habitación se había visto inundada de murmullos de mar y de un húmedo frescor salino. No obstante, tan pronto se apretaba otro botón del registro, todo el espectáculo, con murmullos y aromas, desaparecían y abríase allí, cual asombrosa caja de Pandora, cuanto pudiera, a cualquier gusto, ser imaginado de riquezas visuales y sonoras de diversos órdenes, o de sorpresivas realidades casi indescriptibles. Todo era posible ver u oír allí. Según el propio deseo. Nada parecía ser incógnito. Tal era la razón por la que era ella conocida como La Pantalla Sabia. Disponíase, en efecto, de un extenso registro que permitía seleccionar cuanto se deseara, entre innumerables opciones ofrecidas. Podían serle ellas pedidas por simple vía oral a la pantalla, que rápidamente captaba y cumplía cuanto se le indicaba, que podía ser casi cuanto era imaginable en el tema que fuera elegido; lo cual de inmediato era allí cumplido. Podían luego disponerse afinamientos de colorido, luminosidad, volumen o tonalidades de sonidos o bien de imágenes, bien por la misma vía oral o mediante una colección de botones clasificadores y señalizadores que hallábanse instalados en una panoplia independiente. Algunas de las propiedades de la pantalla le fueron mostradas y descritas por Pepe a nuestro visitante, que casi no podía reprimir ni disimular su estupor. Podían aparecer allí personalidades del presente, del pasado, de la remota anti197
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 güedad; se las vería actuar y podríase escuchar las voces de personajes remotos. De modernos tiempos aparecerían asimismo las imágenes y oiríanse las palabras de individuos para el visitante del todo desconocidos, recibiendo, además, el oyente las explicaciones necesarias. Hacíase posible espectar cuanta escena del pasado histórico se eligiera. Todo ello, y cuanto cualquier persona deseara presenciar, podía ir apreciándose con claridad, perfección y naturalidad asombrosas de voces y movimientos, en tamaño y volumen reales, cual si allí mismo se hallaran actuando, de modo prácticamente inagotable. Hasta se deseaba que fuera posible conversar con uno u otro personaje. En realidad, constituía todo ello, –sobre todo la primera vez que se presenciaba tal espectáculo– una experiencia del mayor grado de sorpresa y emotividad, que inducía a pensar que cualquier persona que de tan extraordinarios medios dispusiera, no tendría disculpa para no ser o no resultar pronto siendo un sabio de muy alto rango, debido a las indecibles ventajas que un tan singular elemento de alta cultura le brindaba. Supo nuestro visitante, además, con no menor admiración, que no eran solamente estas propiedades de índole cultural lo que la sabía pantalla permitía lograr. Le era posible cumplir otros importantes cometidos. Podía allí mismo presenciarse cualquier conferencia o actuación pública que estuviérase en tal momento realizando, hasta en otros lugares del mundo, o bien que ya anteriormente hubieran tenido lugar, y aún, si así se deseaba, traducidas al propio, las palabras y frases del idioma en que se realizaban. Podía recibirse una reseña, escrita en caracteres de dimensiones a elegirse, de cuanto expresara cualquier diario o revista del mundo, traducido al propio idioma o al que se eligiera, con exposición de sus respectivas ilustraciones, no sólo de lo acaecido en el curso de ese día sino aun los de bastante anterioridad. Igual condición regía para libros de cualquier orden publicados o de filmes que halláranse exhibiendo por entonces o lo hubieran sido antes, aun los de apreciable antigüedad, apareciendo los personajes en su tamaño natural y en visión a profundidad, como realmente presentes y parlantes. Ciertamente, algo asombroso. Aparte de espectáculos y lides deportivas, que gozaban de gran preferencia, otros entretenimientos solían ser escogidos entre jóvenes o adultos; como viajes a otros lugares del mundo, cercanos o lejanos, de simple entretenimiento o de aventuras, que podían ser escogidas, en que a los espectadores podía parecerles hallarse activamente participando en los acontecimientos, o bien verse estar recorriendo distantes y curiosas regiones. Súpose que algunos preferían, por entonces, solicitar la realización de viajes fuera de la tierra, como un trayecto a la luna, en bastante asombrosa y aparentemente real visita, o bien a Marte, Júpiter o alguno de sus satélites o bien a otros aún más lejanos objetivos, que ya se le habían venido haciendo bastante conocidos al hombre. Desde luego, en cualquier momento y a voluntad, también podía ponerse término a la función. 198
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Igualmente podía además gozarse, frente a la gran pantalla, escuchando conciertos musicales, con presencia de la orquesta en pleno y música de todo orden, tanto la tenida por clásica, como la contemporánea, que era bastante distinta de la de anteriores siglos y ejecutada con instrumental moderno, a cuyos timbres, tonalidades y estilo hacíase necesario aguzar finamente el oído para lograr su debida apreciación. Según se logró saber, cada día con mayor frecuencia había ido poniéndose, por entonces, en boga la exhibición de bellísimas mujeres que, del todo desnudas, paseaban o jugueteaban entre sí en playas o parques, o dedicábanse a desplegar su gracia en bellas danzas. Proclamándose, en efecto, un retorno a la remota antigüedad griega, había ido siendo superado el por tanto tiempo tradicional horror o aparente temor al desnudo; propio solamente, se decía ahora, de personas naturalmente o por propia particular confesión castas. Aunque aquí pálidamente descritas, tales y otras análogas constituían las funciones de orden social, cultural o educativo que cumplía tan conspicuo instrumento. Pero satisfacía éste también otros no menos importantes objetivos. Solía verse en él desplegarse bien fuera una clase escolar o de otro orden de enseñanza o interés, universitario o aún profesional, a que tuviera cualquier miembro de la familia que atender. Efectuando las adecuadas regulaciones en los comandos, se lograba entablar conexión recíproca con la escuela, el colegio o la universidad, y con la sala y el profesor adecuados; o bien con cualesquiera otros destinos que fueran elegidos, en que alguien hubiera de hallarse interesado. Al darse a conocer, dejaba el alumno registrado su nombre como asistente a la clase o reunión que hubiera elegido y allí podría también hablarle a su propio profesor, ser oído y escucharse recíprocamente preguntas y respuestas. En general, no les era ya indispensable a niños, adolescentes o adultos que disponían de facilidades semejantes tener que hallarse presentes en la escuela, academia o reunión alguna, pues de un moderno modo podían aprenderse las lecciones o escucharse lo dicho, escribirlo y responder a ello o mostrar respuestas que el maestro o la otra parte solicitaran. Toda conversación quedaba así registrada, con posibilidad de ser reproducida en algún otro momento. A su vez, podían sostenerse allí conversaciones de orden administrativo, comercial, económico, intelectual, político o particular, con completa confiabilidad en la reserva de lo allí tratado. Por todo ello, la gran pantalla era mantenida ocupada buena parte del día, por unas u otras personas. Cuando niños o alumnos eran más de uno y tenían que asistir a diferentes cursos, si carecían de propios tableros individuales, podían utilizar distanciados espacios de la pantalla grande, procurando no incomodarse recíprocamente con los otros usuarios ni producir demasiado ruido. Lo real era que constituía muy particular propósito concederles a niños y jóvenes el mayor empeño para una substancial educación, que aun habría de proseguir 199
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 cuando llegaran a ser mayores. Dicho más propiamente, el empeño educativo era general y permanente. Pero la sala aquella satisfacía aun otras importantes misiones. Realizábanse allí formales reuniones de negocios o sesiones de Directorio. En casos tales, en que nuestro amable, aunque desconocido invitante, dueño de la mansión, actuaba como Presidente, convocaba a reuniones o conferencias en pantalla. Los demás miembros, en sus oficinas o domicilios, se conectaban con ésta a la señalada hora, efectuándose los adecuados mandos para establecer la reserva en las comunicaciones; dando inicio el Presidente a la sesión a la hora convenida, viéndose allí los presentes, y escuchándose recíprocamente. Realizábase así la reunión, con la necesaria formalidad y reserva; evitándose movilizaciones y pérdidas de tiempo. Igualmente, podía sostener el Presidente conversaciones con los propios directores, funcionarios, contadores o empleados de su empresa, o bien con quienquiera que fuera, sin tener que hallarse realmente presentes unos u otros. Decíase así, por entonces, que la posesión de una de estas Pantallas Sabias constituía gran anhelo de las familias, pues, además de las notables ventajas que ellas de por sí brindaban, podían asimismo crearse, a través suyo, nuevas o hasta íntimas amistades, tanto del propio lugar como de algún otro de la misma localidad o bien hasta del extranjero. En fin, tan múltiples y admirables eran las ventajas que un tal elemento ofrecía, y tan particularmente útil habíase hecho su existencia, que hacíaseles difícil entender a las gentes de la época cómo el hombre de antaño, durante el curso de los siglos, pudo haber vivido sin poseerlo ni valerse de sus destacadas ventajas, y ni siquiera haber adivinado o procurado hacer posible su existencia. Es que la propia vida de los hombres, se decía entonces, hallábase, en los viejos tiempos, demasiado falseada y subvaluada. Mayor énfasis se concedía siempre a pelear con gran astucia y poder que a crear. Y, en mundos nuevos, como éste, en que procurábase hallar verdades y bellezas esenciales, hacíase incomprensible o reprensible todo funambulismo, y no llegaba a comprenderse del todo lo diferente, o hasta patéticamente distinto, que era en los antiguos tiempos el reconocimiento de una real escala de valores que fueran en pleno entendidos y proclamados. Había, por eso, hechos y comportamientos en el mundo de antes, se decía, que se hacía ahora extremadamente difícil lograr comprender ni justificar. Pero llegábase a entender mejor por qué se decía que en las anteriores épocas estábase desenvolviendo aún la edad infantil del ser humano. Nuestro conocido visitante quedó, por todo ello, sumido del todo en reflexiones graves. Otros sitios de la mansión, que después recorrieron, fueron mostrando especiales características: Los dormitorios ofrecían mullidos lechos que, a voluntad, podían vibrar, oscilar o producir estremecimientos a ritmos más o menos rápidos o intensos. Los baños poseían duchas que despedían juegos de aguas de variadas formas e intermitentes cambios de temperatura o de aromas, pro200
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 duciendo deleitosos efectos. Los varones solían emplear para rasurarse un guante especial, alimentado eléctricamente, provisto del cual sólo al pasarse suavemente por el rostro la palma y dedos de la mano, lográbase el deseado efecto: cuando no se prefería utilizar para igual propósito especiales cremas de por sí depiladoras. Del propio guante aquél se decía ser producto reciente de la nueva técnica denominada micro–mecánica, que había hallado ya múltiples aplicaciones de variado orden. De otro lado, un recinto dedicado a gimnasio ofrecía una multiplicidad de ingeniosos aparatos para ejercitar eficazmente los diversos músculos del cuerpo. En la cocina hubo de saberse que los artefactos en uso iban cambiando de continuo, volviéndose cada vez más perfeccionados, útiles, ingeniosos y prácticos; a fin de satisfacer las variadas exigencias e improvisaciones culinarias de unos u otros miembros de la familia; aunque, por lo común, las más variadas delicadezas eran preparadas por equipos automáticos; a los que se les proveía de elementos y señalándoseles sus misiones por medio de botones; como algo análogo ocurría con las variadas funciones de limpieza en la mansión. Llegado un momento, habíase ya cumplido el tiempo fijado para la visita y no tardarían en venir a recoger al visitante. El monitor–mayordomo se había desempeñado de muy educado modo. El visitante le agradeció su ilustrativa compañía y vaciló si debería ofrecerle alguna gratificación. No lo hizo; pero más adelante lo consultó con su acompañante, quien aprobó su proceder y le dijo que, de hacerlo, no le habría sido aceptada y el monitor hasta hubiera sentido afectada su dignidad. A cabo del poco rato, en efecto, y según lo previsto, llegaron a recogerlo.
LA FÁBRICA DE YETS
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mplios permisos y recomendaciones había recibido nuestro curioso visitante para recorrer cualquier lugar o establecimiento que le interesara conocer. Decidió valerse de ello, entonces, para ir a una de las renombradas fábricas en que se producían los yets, el tan famoso artilugio de transporte que había estado ya revolucionando los tradicionales sistemas de locomoción en todo el orbe. No bien lo hizo saber así, se encargó su acompañante de obtener las pertinentes facilidades. Regresaron a la estación por la misma vía anterior y otro muy atento guía pronto llegó para conducirlo a satisfacer su presente deseo. Provisto cada cual de su yet, tuvieron que remontar algo de altura para dirigirse a su destino. Luego penetraron en la Ciudad por otro lugar, sirviéndole en todo momento su acompañante de guía a través de un enrevesado recorrido de calles subterráneas, en que hubieron de atravesar túneles y fosos; llegando luego a la entrada de la fábrica, en que aquél fue anunciado como cu201
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 rioso visitante proveniente de antiguos tiempos. Concedióseles pase entonces con particular cortesía. No bien traspuesta la portada, pudo apreciarse que constituía aquél un establecimiento de gran amplitud y de actividad vibrante. La gente trasladábase muy presurosa de un lado a otro, por extensos patios, siempre techados. A la vez prodújose cierta sorpresa al descubrirse que gran número de las personas que allí transitaban no eran seres humanos, aunque por sus movimientos y accionar así lo semejaran, sino pronto se descubrió que eran muñecos, de los llamados monitores, como los antes vistos trabajar en los campos y en la guardianía de la mansión visitada, que se hallaban aquí todos provistos de delantal blanco, y apuradamente se desplazaban de un lado al otro, caminando o bien deslizándose en patines con gran naturalidad, como mostrando que cumplían ciertas misiones específicas. Le fue informado al visitante que cada cual desempeñaba alguna labor de mensajería, cuidado, transporte, resguardo, limpieza y otros menesteres útiles, como también de una variedad de labores en la propia planta, tanto manuales como de otras índoles. Bien podía apreciarse aquí, en efecto, que ofrecían ellos la ventaja de ejecutar sus labores con gran empeño y estricta precisión, sin requerir remuneración, alimentos ni particulares atenciones; salvo que se les mantuviera siempre debidamente regulados, lubricados y habilitados de adecuada recarga eléctrica. Ellos mismos se hallaban diseñados y adiestrados, sin embargo, para ocuparse de su propio mantenimiento en perfecto estado de limpieza, lubricación, funcionamiento y eventual recarga. Pasaban por allí muy apurados, hieráticos, inexpresivos, mirando con ojos que no pestañeaban; algunos empujando de un lado a otro carromatos cargados de materiales o piezas diversas. Al penetrar en la propia planta pudo verse que era extensa. Luego de despojarse de sus yets y dejarlos acomodados en el correspondiente almacén, pasaron ante amplias oficinas. Entraron en una, dedicada a diseños. Observaron a varias personas que, comunicándose entre sí en voz baja, hallábanse embebidas en diseñar, desde lejos, esquemas, dibujos o cifras sobre largos tableros, haciendo uso de extraños instrumentos. Pasaron luego a la propia planta de producción, que ocasionó en el visitante no menor asombro. Todo veíase animado allí por un movimiento permanente, si bien no se escuchaba mayor ruido que un constante zumbido de tonalidad algo metálica. La vista quedaba confundida con la constante agitación de cuanto allí había. Todo era movimiento. Tuvo nuestro visitante que aguzar la mirada para ir comprendiendo algo de lo que, en el gran entrevero, parecía ocurrir. Hallábase recorrido el recinto de un lado a otro, y llegando hasta lo alto de los techos, por varias hileras de anchas cintas de metal blanco que deslizábanse transportando cada cual sucesivos números de piezas diversas, como correajes, hebillas o materiales de diversas índoles y tamaños, que eran substraídas sucesivamente por los operarios que hallábanse a su lado, quienes, posados sobre pequeñas plataformas a distintas alturas, trabajaban acuciosamente en ellas, en unas mesas 202
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 sobresalientes que delante tenían. Pero pudo entonces observarse que quienes en todo ello participaban, tampoco eran personas comunes, sino aquellos propios muñecos mecánicos llamados monitores, que era evidente que maniobraban en las piezas de modo casi mecanizado, en movimientos rítmicos y todos sujetos a regular compás, por medio de sus manos y dedos artificiales que portaban una rara herramienta de que se valían para realizar sus trabajos; reponiendo luego cada cual la pieza en otra cinta móvil que, a distinta altura, corría paralelamente a la anterior. Semejaba todo aquél ser un solo gran mecanismo en permanente y parejo movimiento, bastante zumbante, en que iban quedando progresivamente ensamblados varios elementos de los que, como más adelante pudo verse, irían a constituir unas y otras variadas partes del equipo volador. En varios casos vio confirmado el visitante que, en efecto, gran parte de las labores en la planta eran ejecutadas por aquellos inanimados seres, que silenciosamente cumplían sus cometidos de modo eficiente, acucioso, sin descanso, cansancio ni remuneración alguna. Parecía estar viéndose algo realmente asombroso. De tal lugar se les invitó a recorrer otros talleres de la planta. Los de convertidores de energía, de generadores de presión; de tubos eyectores e impulsores de vuelo; las ensambladoras de cinturones con mecanismos de comando o los equipos que ponían en acción los dispositivos de emergencia, como los de varios otros implementos. Pasaríase también por ciertos amplios sectores en que se iba apreciando el desarrollo del proceso todo de ensamblaje de los equipos, siempre operados por diversas máquinas, con intervención de los curiosos hombres– máquinas que desplegaban incansable y silenciosa actividad. ¿Podría acaso decirse también de ella ser ejemplar? Al final del recorrido iba ya apreciándose cómo emergían hileras sucesivas de bien ensamblados yets, que, luego de minuciosa y final revisión, pasarían a ser acondicionados en estantes de amplios depósitos, por otros grupos de monitores, para ser en no lejano plazo despachados a sus destinos. Al terminar la visita fueron ambos invitados con amabilidad a dirigirse, luego de ascender sucesivas escalinatas, a un lugar de grande amplitud y desprovisto de techado, a la intemperie y bajo los fulgores de un sol reluciente. Era el lugar desde donde se realizaban de modo permanente los embarques de equipos de vuelo hacia sus diversos destinos. Ascendían hasta allí, en efecto, en ascensor desde pisos inferiores, constantes cargamentos de equipos ya terminados, que eran acomodados y asegurados para constituir enormes fardos; los cuales eran luego provistos en su contorno de las necesarias unidades de yets para su transporte. De pronto se veía, en efecto, que, luego de ponerse en operación los yets, todo el inmenso volumen se elevaba del suelo, emprendiendo el vuelo. A un costado de él iba volando el guía que conducía la carga, provisto de un tablero de comando en las manos; que iba regulando la ruta del cargamento mediante operaciones que en tal tablero realizaba. El visitante y su conductor los vieron ir elevándose algo lentamente por los espacios hasta alcanzar gran altura, hasta su desaparición en la lejanía. 203
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Aquel mismo lugar era utilizado para conceder aprendizaje de vuelo a novatos de toda edad y condición. Fue curioso, entonces, ver allí, en los primeros, los esfuerzos que cada cual realizaba para cumplir más pronto su objetivo, venciendo su pavor. Eran los más jóvenes, por cierto, muy usualmente acompañados por sus padres, quienes en el menor tiempo y con la mayor pericia procuraban cumplir las diversas pruebas de vuelo a que eran sometidos; en tanto que los adultos, por lo común venidos de alguna alejada región, con frecuencia bastante sacudidos por temores o espanto, no obstante que halllábanse acompañados por un guía que les iba instruyendo acerca de lo que debían hacer, demorábanse no poco en lograr el dominio sobre las poderosas máquinas, teniendo que ser de continuo corregidos y estimulados. Hallándose aún en ese lugar, se les aproximó un mozo, de los que ya conocemos, a invitarlos a pasar a otro gran patio, informándoles que en tales momentos estaban realizándose allí ciertas pruebas especiales de efectividad, maniobrabilidad y seguridad de vuelo en los yets. Dirigiéronse ambos prestamente hacia allá, donde se les invitó a sentarse en los asientos que había en una explanada protegida del sol por un techado transparente pero coloreado con un tono azulino. Encontrábanse allí varios especialistas en analizar las pruebas que estábanse ya ejecutando desde el gran patio que tenían enfrente. En los aires, en efecto, había varios individuos, provistos de su yet y de banderines de colores diferentes, efectuando diversas clases de maniobras y piruetas, que siempre terminaban en lo que aparecía como una rauda caída intempestiva, cuyos actores parecían ya destinados a estrellarse en el suelo; aunque, muy poco antes de llegar a él, por cierta particular maniobra que efectuaban, detenían casi bruscamente su caída, virando con rapidez, para transformarla en ascenso. Nuestros visitantes, a todo esto, iban recibiendo explicaciones acerca de tales ensayos, ejecutados por personal experto en someter a prueba los diversos sistemas de seguridad de que hallábanse provistos los equipos, que iban siendo sucesivamente perfeccionados e incorporados en los nuevos modelos, por si se produjera alguna intempestiva interrupción en el mecanismo operativo del yet. Era esa la razón de efectuarse tales pruebas de sistemas diversos de emergencia con apariencia de funciones acrobáticas. Espectadores y visitantes eran, mientras tanto, de continuo allí atendidos por ceremoniosos monitores a los que veíaseles ir portando sus bandejas, ofreciendo refrescos. Sin duda, podía allí apreciárseles mejor. Ciertamente, eran no poco extraños, con su rostro inexpresivo y ojos sin movimiento, que no hablaban aquí, ni caminaban normalmente, sino deslizándose como en patines, y mostrándose siempre respetuosos, ceremoniosos, circunspectos. Sin duda fue bastante interesante toda esta actuación para nuestros visitantes, que quedaron muy complacidos; pero, en particular, para nuestro viajero, pues, como resultó ella bastante larga, tuvo oportunidad de conversar con cierta extensión con su amable guía, acerca de algunas cuestiones que mucho le interesaba saber, para ir completando las informaciones que había ido ya re204
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 cogiendo acerca de aquel interesante Estado que se desenvolvía en aquellos Tiempos Nuevos, guiado por el conocido como Gobernante Sabio. La conversación, sin embargo, hubo de cambiar de pronto, inesperadamente, su apacible tono, como en seguida veremos.
EL ESTADO DEL GOBERNANTE SABIO
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ran interés había despertado en nuestro visitante, en efecto, ir obteniendo las muchas informaciones que su guía le brindara acerca de aquel bastante evolucionado Estado en el cual se hallaban. En su diálogo, pronto hubo de referirse éste a la gran importancia que le era atribuida al Siglo Veinte, por haber constituido un período crítico en el desarrollo de la historia del hombre. Pero un hecho inesperado ocurrió cuando el visitante ingenuamente había expresado su deseo de visitar la planta de fabricación de los monitores. Esta sola manifestación pareció alterar intempestivamente la actitud del guía hacia él, llenándolo, según se pudo notar, de suspicaz desconfianza, que un buen rato tardó en disiparse. Todo llegó a aclararse algo después, cuando el guía, dándose cuenta de la ingenua simpleza del forastero, optó por explicarle, en breves términos, la razón que motivó su transitoria ofuscación. El criterio entonces vigente acerca del Siglo Veinte, –le fue explicado al viajero– era, en efecto, que constituyó un hito muy importante en el desarrollo del ser humano. Fue el momento histórico, habíase determinado, en que, entre espasmos tremendos de iracundia y destructividad, comenzó a manifestarse el proceso de pubertad de la especie toda. Y con ella se había iniciado, entonces, el advenimiento de la adolescencia en aquel ser, que iría ya haciendo ver estar encendiéndose, en sucesivos fulgores de lucidez, de inusitada creatividad, de inspiradora belleza, el surgimiento del ser que estaba por hacerse maduro, creador, emprendedor, laborioso, empeñoso, equilibrado, digno, como se había esperado le tendría que corresponder mostrarse, una vez alcanzada en pleno su adultez; con la natural superación de todo orden de fantasmagorías infantiles, de ingenuidades, de rabietas furiosas, que tan temibles y destructoras habían llegado ya a volverse. Y, en efecto, aunque tardó más de lo esperado, la situación, en tal sentido, pareció haber ido sobreviniendo del previsto modo. El mundo, con el correr de los tiempos y en apariencia ya bastante tranquilizado, pero efervescente en actividad creativa, fue desarrollando sus sociedades, sus ciencias, un pensamiento límpidamente razonador y renovadamente inspiradas artes, de modo sucesivo más creativo y pleno, como, en realidad, le correspondía mostrar a un ser que, tras grandes desastres por él mismo causados, había ido después alcanzando una radiante madurez en su desarrollo. Habían ido creándose nuevos asombrosos elementos útiles. Parecían ir irradiando las mentes un renovado fulgor. Hasta iba sintiéndose poseído ya el ser humano de una cierta orgullosa dignidad. 205
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Iban ocurriendo así las cosas, sin embargo, cuando de pronto..... De pronto, por cierto rincón poco conspicuo de las humanas sociedades, hubo de producirse un estallido de alocada, exacerbada, desbocada vocinglería entre un conjunto de pueblos de pequeña monta que, un tanto retardados en su empeño de madurez, clamaban con furor por unas presuntas reivindicaciones debidas a ciertos perjuicios que sostenían habérseles ocasionado por la mayoría. Fue aquél como un grito destemplado, iracundo que, en pleno mundo ya ebrio de orgullosa creatividad, reclamaba con gran ardor ajustes de ciertas supuestas cuentas. Todo aquel mundo, ya en su gran mayoría guiado por la ordenada fuerza de un trabajo esmerado y metódico, que había ido desarrollándose entre una humanidad que percibía aún la honda repulsa hacia la secuela de horrores que habíanse suscitado en épocas muy anteriores a la pubescencia humana, previas a las manifestaciones de bonancible creatividad que luego hubieron de sobrevenir, todo aquel nuevo mundo que iba sintiéndose ya orgulloso de su poder y sus logros, iba hallándose encaminado, al fin, hacia gloriosos triunfos de temperancia, de equidad distributiva, de esfuerzos triunfales en desarrollo y creatividad, se vio, de pronto, horrorizado frente al espectro de un eventual retorno a aquel pasado sobrecargado de horrores bochornosos y destructividad. Sumamente tensa se había vuelto la situación. Aun más cuando se pudo ver que aquel movimiento, inspirado por individuos arrebatados por evidente ceguera, que bastante parecían emular a muchas de las pretéritas eminencias del pasado belicista, parecía, en efecto, por su desenfreno, por su exacerbada pasión, semejarse en aniquiladores ímpetus a los que la historia mostraba como característicos del angustiado Siglo Veinte, de tan penosa recordación. Todo ello era tenido ahora como grave traición al espíritu creativo, idóneo del hombre ya llegado a una madurez integral y lúcida. En medio de la situación así creada, se produjo un hecho que aun causó el más indignado pavor. Llegó a descubrirse un plan revolucionario, cuya iniciación habíase ya iniciado. Era su propósito estudiar minuciosamente, en perfecto detalle, el sistema y los procedimientos vigentes en la producción de monitores. El propósito era crear luego, rápidamente y dentro de la mayor reserva, una propia planta de fabricación de tales artefactos. Se concentraría allí toda la economía de los pueblos en armas. La plena producción de esos elementos estaría luego exclusivamente dedicada a constituir un inmenso ejército, cuyos miembros serían debidamente adiestrados, dentro de muy estricta disciplina, en el manejo de particulares armas de combate que expresamente serían para ellos creadas. Por tal vía se planeaba llegar a imponer, del todo sorpresivamente, su pleno poder en el resto del mundo, obligándolo a satisfacer todo programa de reivindicaciones que le fuera exigido. Gran indignación se produjo en las ecuánimes naciones trabajadoras cuando se hicieron conocidos tan torvos propósitos, del todo reñidos con los idearios de fraternal cooperación ya generalmente vigentes. En medio de la alarma que se produjo, pronto comenzaron a reunirse ellas, de unas u otras categorías. La 206
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 exaltación se hizo general. Reuniéronse, a variados niveles, las autoridades competentes de los Estados. Llegó a constituir éste un proceso largo. Muy activa parte le había concernido cumplir en él, con empeño, fervor y elocuencia, a nuestro conocido Gobernante Sabio. La participación de él en la sofocación del serio peligro, del que se consideró constituir un desafío a la Humanidad por entero, se hizo, en efecto, bastante notoria, pues hizo conocer al mundo el alto grado de equilibrada sapiencia del Soberano aquel. Cuéntase que, en las reuniones de más elevado rango que llegaron a producirse para abordar la grave cuestión, sentó el mencionado Gobernante alta cátedra de saber humanista, al punto de quedar sus intervenciones registradas como ejemplares de muy sana dialéctica pedagógica. Debido a su influencia, quedó dejado de lado todo tema relativo a procedimientos bélicos. Sostenía él que la propia Historia del Hombre había enseñado que el criterio con que se juzgara en unos y otros casos el comportamiento de ellos no debería ser siempre estricto y riguroso, sino ceñido en cada caso al estado de desenvolvimiento del pueblo de que se tratara. Aquellos no del todo desarrollados no podían, por eso, ser juzgados con los parámetros que rigen para los que en pleno han alcanzado a serlo. Sólo logran los primeros reconocer del todo sus errores al emerger de su infantil estado y alcanzar la adolescencia o la completa madurez, en que logrando abrir las mentes y reconocer las certitudes plenas, llegan a rectificar sus equívocos pasos. Algo análogo hubo de ocurrir cuando la humanidad había percibió hallarse alcanzando su propia adolescencia. Luego de los estallidos de iracundia, sólo a partir de entonces fue logrando reconocer ella muchas de las infantiles fantasías en que había vivido sumida hasta entonces. Por sí mismas y por su naturaleza del todo imaginaria fueron ellas de por sí desvaneciéndose. Bien se hizo notar, a la vez, cómo solían pensar y sentir siempre los niños, sostenía el Gobernante, de modo bastante diferente del adulto, creándose unos propios e imaginarios o fantasiosos mundos; sin que puédase tener por acertado censurarlos o reprimirlos. Los niños son así. Eso es todo; sostenía él. Las mentes, no del todo despejadas, de la humana preadolescencia, solían pensar también de extraño modo, creándose fantasías, en que creían, sin que tampoco fuera propio, como muchos lo hacían, ciñéndose a pautas hoy tenidas por anacrónicas, censurarles sus impropias creencias, muchas veces arcaicas, acerca de una vida duplicada o del todo ficticia de que hubiera en algún posterior momento de gozar o padecer una supuesta parte excelsa de la persona humana. En el caso presente, en que aparecían pueblos enardecidos por una casi incomprensible belicosidad, tenían que comprender los seres y pueblos adultos que hallábanse frente a casos de personas inmaduras, que no habían logrado alcanzar aún su plenitud formativa. En consecuencia, eran muy particulares los medios que había que adoptar para enfrentar sus tan errados propósitos. Principalmente, había que dejarlos tranquilizarse, obsequiándoles juguetes, evitando que se aturdieran, enardecieran y desvariaran aun más. Sólo insinuarles el desacierto en que se hallaban. Luego, adoptando las necesarias precauciones, 207
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 esperar a que, en un inesperado momento, fueran sintiéndose ellos iluminados por la razón, como hasta a hombres sanos solía ocurrirles.... Extensos debates se producirían luego. Pero bien se pudo apreciar que, tratándose entre ellos ya de personas pertenecientes a un mundo bastante desarrollado, no se produjeron discordancias serias de criterio. Todos parecieron dar fe de haber captado correctamente el mensaje del notable Gobernante. Se llegó a determinar, por eso, que, habiéndose alcanzado apreciable madurez en el desarrollo, hacíase preciso corregir los problemas de comportamiento mediante ecuánimes vías del raciocinio, sin acudir a retrógados y tan funestos medios de la fuerza, ni a la amenaza de utilizarla. El hombre, se pensaba ya, tiene una función creativa y altamente digna que cumplir; puede hacerlo y está a ello obligado, por mera condición inherente a su ser. Así, con sagaz habilidad, con el despliegue de paciente calma y luego de conversaciones y tratos extensos y de generosas concesiones, logró ponerse fin a aquella tan peligrosa situación. Como rezago de ella, en vía precautoria, hubo de imponerse una estricta vigilancia y reserva en la fabricación de monitores o de todo artículo que pudiera alcanzar destino bélico. Fue tal la razón, entonces, –le fue confiado a nuestro visitante– por la que su expresado interés de visitar tal planta había originado, de momento, una inusitada reacción de suspicaz extrañeza, cuyo reconocido despropósito dio entonces motivo a que le fueran luego ofrecidas tan expresivas disculpas. Pero el visitante se había sentido, por su parte, muy complacido de poder conocer hechos de tan alta importancia ocurridos ya en el curso de los recientes tiempos; y que parecían semejar extemporáneos espasmos provenientes de pretéritas épocas; como también de haber podido apreciar, aunque por tan indirectos indicios, ciertos modos de discernir y actuar del conocido como Gobernante Sabio. De algunas de tales informaciones habremos de valernos también nosotros para exponer algunos hechos relacionados con el ilustrado gobierno.
LA ACADEMIA DE PARADIGMAS
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ntre otros interesantes puntos, había quedado enterado el visitante acerca de cómo, en alguno de sus mejores momentos, el referido Gobernante había llegado a advertir que usualmente eran los ciudadanos poderosos quienes originaban y cometían las más destacadas trope-lías o irregularidades de comportamiento, que pronto iban siendo imitadas o hasta procurado ser superadas por quienes disponían de mente menos altamente afinada. Luego, en sucesiva escala, iban procurando imitarlos quienes pertenecían a estratos sociales de menor grado de desarrollo. En realidad, enseñanzas de tal 208
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 orden hacíanse del todo nocivas y contrarias a los adelantados postulados vigentes, que basábanse en el hecho histórico de que, habiendo alcanzado ya la humanidad la madurez biológica y, en consecuencia, también la psicológica y moral, hacíase evidente que todo ciudadano sensato tenía que ceñirse al cumplimiento de varias antes muy desatendidas normas. Convencido, entonces, de la trascendencia que había alcanzado tal situación, también habíase dedicado el Gobernante, desde hacía un buen tiempo, a cavilar sagazmente en procura de hallar los medios que permitieran lograr que, por lo menos en el Estado que a él le estaba encomendado, tal situación del todo se revirtiera y que siquiera una apreciable mayoría de sus mejor educados ciudadanos se hallaran en toda circunstancia inducidos a lograr que, de modo ya general, fueran la equidad y la justicia lo que en sus juicios prevaleciera. Tarea difícil, sabíalo él. Pero, a su entender, en todos los casos, lo que debía tenerse por censurable e inaceptable era no hacer aquello que sabíase que debía ser hecho. Con tal propósito en mira, tuvo por adecuado poner en práctica cierta idea que, en momentos de viva lucidez, le había sobrevenido y estaba ya asediándolo con persistencia. La solución, pensó él, no podría hallarse en reducir las existentes desigualdades sociales restringiendo el incremento de la riqueza en la clase industrial, principal productora de ella. Consideró que tal medio, además de retrógrado, debía ser tenido por irrealizable. Sus reflexiones, como tan usualmente eran, se extendían más allá de lo ordinario o convencional. Pensó, en cambio, él sobre la conveniencia y posibilidad de lograr instituir un particular estrato social de personas de alta categoría cultural, de preferencia profesionales e intelectuales, que, cuidadosamente instruidos y preparados, llegaran a identificarse, de modo definido y permanente, –sin desmedro de sus cualidades creativas– con una tendencia de subordinación a la ponderación imbuida de un alto espíritu de moralidad justiciera. Y cuyos miembros, a la vez, y ya en su conjunto, fueran predominando en número en los altos rangos jerárquicos profesionales y gubernativos del Reino. O sea, pues, algo así como una aristocracia de la Sapiencia, aunque del todo regida por la humildad. Parecía ello, en efecto, ser algo nunca visto, ya que, con frecuencia, lo inverso había sido lo común; pero él, una vez determinados los propios fundamentos y fines de su propósito, y considerando que lo por él planteado constituiría primordialmente una labor de persistente formación educativa, decidióse a ponerlo pronto en práctica. Celebró el Gobernante desde entonces extensas conferencias, primero con sus Ministros, luego con prestigiados economistas, financistas y tributaristas y después, sucesivamente, con connotados psicólogos, psiquiatras, pedagogos, sociólogos y literatos de alto rango en ambos sexos; de todo lo cual había numerosos representantes en una tal Nación ya tan ilustrada. Todos ellos fueron particularmente escogidos para las consultas no sólo por su capacidad profesional cuanto, de modo primordial, por sus antecedentes de conducta idónea y sus connotadas cualidades de equidad, honestidad y circunspección. Asimismo llamó a ciertos individuos no profesionales pero caracterizados por sus dotes tanto empresariales como de mesura y sensatez, a fin de obtener mayores luces acer209
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ca de la posible aplicación de la idea que venía esbozando. Concluidas sus entrevistas, fueron siendo emitidas las sucesivas disposiciones, tanto concernientes al serio problema del monopolio fabril que habíase constituido en el caso de los monitores, como las referentes a la creación del particular estrato directivo que tenía él ideado. Con más claridad expresado, conducía todo ello a incorporar en el Estado y la Sociedad un cuerpo de personas de alta idoneidad y confiabilidad, que, además de poseer alta capacidad profesional y disponer de mandos diversos, se caracterizaran por su plena integridad moral, y que, al otorgárseles cargos de alto rango, en todo momento y circunstancia fueran imprimiendo un sentido de equilibrada rectitud tanto en su conducta como en los hechos ostensibles que se produjeran, dependientes de cada cual. Juzgaba el Gobernante ser esto, primordialmente, lo que era altamente necesario para ir extendiendo desde el propio Estado las altas enseñanzas de equilibrio y virtud. O sea que su real propósito era establecer múltiples núcleos de idóneos servidores permanente y ostensiblemente empeñados en instituir el bienestar general, o el Bien en Sí, por sobre cuanto constituyera un interés particular o circunstancial. Presumía el Gobernante que el logro de tal propósito sería del más alto beneficio para la sociedad de su Reino, como podría serlo no menos para cualquiera otra. A fin de poner en práctica su idea, efectuó él, ante todo, una selección muy escrupulosa del Profesorado, que estaría constituido por un cuerpo de personalidades circunspectas, de las que mejor hubieran comprendido el sentido de sus propósitos y mayor cooperación mostraran hacia la realización de su proyecto. Una vez realizadas tales selecciones, fueron sujetos aún los favorecidos a unas u otras adicionales pruebas de recto juicio y de actuación idónea y equilibrada y estimulados tanto por pertinentes reflexiones, cuanto por adecuadas retribuciones. Transcurrido el tiempo adecuado, animados ya por ciertas expectativas, fue formalmente designado aquel cuerpo docente que, con particular fervor y luego de adecuada formación académica y de haber dejado satisfechas las pruebas de excelso comportamiento, equidad y aptitudes, habrían de adoptar, con los correspondientes honores, el conspicuo rango de Paradigmas, como exponentes en alto grado de un espíritu, además de intelectualmente preparado de modo substancial, también justiciero, veraz, ecuánime; es decir, del todo idóneo, amistoso y confiable. O sea, presuntas imágenes de seres ornados de perfección. A partir de entonces pudo ir poniéndose en práctica el plan que el Gobernante había ido concibiendo. En medio de gran expectativa, pero siempre entre cierto recelo de un buen número de escépticos, o de resentidos no favorecidos por la elección, entró en funcionamiento la primera así llamada Academia de Paradigmas. Su definido propósito era, pues, conceder una altamente refinada preparación educativa, de elevado rango de equilibrio justiciero, honestidad incuestionable y cordialidad humanista, a quienes, siendo ya profesionales espe210
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 cializados en diversos ramos, o poseyendo ya otros méritos culturales o profesionales, recibirían un cultivo formativo muy particular que los indujera a hacer frente con esmero, éxito y cordial trato, a la tarea de manejar, a la vez, las riendas administrativas, técnicas o educativas de cualquier institución o empresa, para lograr conducirlas, tanto a ellas mismas como al propio personal que las constituía, al más conspicuo desarrollo operacional y moral. Pensaba el egregio Soberano, ya sin duda alguna, que, como derivados de la constitución de tal cuerpo de personas tan selectas y de su influencia, habrían de ir repercutiendo la Justicia y la Idoneidad en todo proceso político, jurídico, económico, cívico o cultural de la Nación, con una muy favorable proyección ulterior en la formación cabal y homogénea de la población por entero. Lo que, en esencia, había planeado el Gobernante Sabio era que todo funcionario o persona de alto rango pasara a convertirse, a la vez de favorecido, y casi sin percibirlo, en educador ejemplar, de excelsa categoría. Sin embargo, por más que a ello se les indujo, entonces, con adecuados estímulos y ofrecimientos, no se les hizo muy convincente a muchos de los postulantes que se ofrecieron para recibir las nuevas enseñanzas, la elevada importancia y gravedad que encerraban los propósitos perseguidos por tan particular sistema pedagógico; que aun persistió en ser mirado por muchos con no poco recelo o hasta con sorna. Pues muchos de ellos, notorios profesionales o proficuos empresarios e industriales, –como ya lo eran en sus diversas especialidades– empapados, muchas veces, de alto espíritu de suficiencia y sabihondez, no alcanzaban a entender cuál habría de ser su nueva misión luego de lograr su graduación, pues entendían constituir la que les era sugerida (ofrecida) sólo una esotérica misión bastante utópica o extravagante. Se fue apreciando, además, que, para muchos de ellos, aquellos estudios eran harto descaminados y abarcaban difusos temas a los cuales se sentían no poco ajenos; como lo eran, por ejemplo, según lo señalaban los correspondientes programas, la Vida, Costumbres y Desarrollo de ciertos Exóticos Pueblos y los Fundamentos en que basábanse sus Creencias; una Fundamentación Interpretativa del Derecho; la Crítica de la Ética Pura: la Historia Comentada de las pasadas Revoluciones Sociales; una Breve Historia Universal de la Injusticia, que, sin embargo, para buen número de alumnos resultaba no poco reveladora; un Estudio sobre las Repercusiones Psicológicas, Conceptuales y Biológicas derivadas del Celibato Forzado; la Historia Fisiológica de la Humanidad, obra polémica, de la cual sosteníase basarse en argumentos difícilmente rebatibles y que vertía luz sobre la analogía entre el Desarrollo Cultural del Hombre en su Historia y el proceso de su propia Evolución Fisiológica; además de otros estudios diversos sobre el contenido moral y los métodos empleados para su puesta en ejercicio en ciertas destacadas religiones, en que no dejan de hallarse, a veces, severas personalidades sobrecargadas de presunción y sabihondez, dotadas de poderoso afán figurativo e imperativo, así como de ornamentada presunción, pero con frecuencia rebosantes de soberbia, disfrazadas envidias y banal pacatería; todo menos que seres creativos, humanitarios y fraternos. Tratábase, pues, en general, de controvertidas ideas bastante distanciadas del Nuevo Hombre Maduro, pletórico de condi211
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 ciones humanistas y fraternas que el Gobernante Sabio tanto se empeñaba en forjar y proseguir perfeccionando. Pero lo cierto, y que bien hacíase aparente, era que el mundo de los hombres, en sus recientes evoluciones, había ido adquiriendo ya bastante nuevas facetas, y que para cumplir los propósitos de las renovadas enseñanzas habría aún que efectuar estudios psicológicos y clínicos de particular orden sobre personas afectadas por anomalías ya vueltas endémicas, como el alcoholismo, la drogadicción, la adicción a estupefacientes o a ciertas pasiones morbosas. Pero lo que no alcanzaban a comprender adecuadamente los estudiantes era cómo, en medio de los esplendores que había estado ya logrando en el mundo la creatividad tecnológica, científica e industrial, era posible que aún subsistieran las que, aparentemente con razón, juzgaban ellos constituir sólo irregularidades del comportamiento humano; sin lograr ver cómo ciertas presuntamente simples causas logran conturbar a una sociedad por entero. Todo ello, sin embargo, encerraba una particular significación para el perspicaz Gobernante. Su anhelo era hallar el medio mejor de extinguir, de modo sostenido, las hondas diferencias culturales, sociales y morales que, junto con las económicas, y después de los varios siglos transcurridos de una existencia ya tenida por civilizada, proseguían manifestándose aún en la vida organizada de los pueblos. Regía sus pensamientos un principio que sólo con el paso del tiempo llegaría a serle comprendido. Sostenía él que, superando las diferencias existentes, había que lograr que en la propia intimidad de los hombres surgieran, con seguridad y luminosidad plenas, los conceptos distintivos de lo correcto y lo incorrecto, lo propio e impropio, lo bueno y lo malo. Sostenía él que tal distinción no podría ser firme y convincentemente lograda de otro modo que cuando era forjada en la misma intimidad del propio ser, cuando el hombre ha logrado reconocer, de modo evidente, y desenvolviéndolos de entre los sórdidos repliegues de sus propios intereses, conveniencias y anhelos, lo que, en su auténtica pureza, constituyen lo Verdadero y lo Falso, el Bien y el Mal. El propósito encerrado en su concepción era, en realidad, propender a la edificación de un mundo en que en la profundidad de sí mismo hubiera siempre de ser encontrada una iluminación equilibrada, que hubiera siempre de conducir hacia un comportamiento digno, iluminado por una tan razonable como confiable Justicia. La luz conducente por tal vía habría de surgir, de momento, desde una selecta aunque connotada estirpe humana, de pureza incorrupta y espontánea, incapaz tanto de todo arrebato como de impropio embelesamiento. En su concepto, no era aquél un propósito desconocido; pero sí aspiraba él a verlo erigido con sagacidad por ciertos inusuales medios, que evitaran, a su juicio, las impropias recaídas en variadas clases de sofisticaciones. Aunque no llegaban a descubrirse otras profundas razones que lo animaran, lo que se les hizo patente, sin embargo, a las mentes lúcidas fue que el Gobernante había discurrido de modo muy sagaz al constituir aquel aparentemente esotérico cuerpo de personalidades selectas, que, por su parte, fueran esforzán212
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 dose en lograr el imperio de las facultades superiores del humano entendimiento, y un rechazo, que habría de volverse espontáneo, de tendencias morbosas o de fascinadores remanentes infantilistas en el mismo; propósitos que nunca antes en su historia habíase sabido cumplir o hacer cumplir en sí mismos, de un modo integral y despojado de anacrónicos prejuicios. Oíasele al anciano hablar, así, de la Razón Lúcida, la Razón Sagaz o la Razón Válida, sin lograrse entender del todo lo que con ello deseaba expresar. Sólo en subsiguientes disertaciones fue trasluciéndose con mayor claridad que procuraba él guiar el juicio crítico hacia ciertos males enquistados en el humano espíritu colectivo; los cuales, expresándolo escuetamente, podían caracterizarse, además de la necesaria extinción de todo funambulismo, la de las desmedidas ansias, de las envidias y las furias. Todas ellas, aunque soliendo utilizar cada cual, –siempre muy orondo– sus propios beatíficos disfraces, constituían predominantes estimulantes históricos de la corrupción, la destructividad, la superchería y los recíprocos odios acerbos entre los humanos seres. Según él, tendría que comenzar a entenderse y sostenerse que, en substancia, no era lo importante para el Hombre conocer los modos más hábiles, artificiosos y astutos de ganar litigios o fortunas, sino los medios de evitar e impedir que los litigios se produjeran y las fortunas fueran logradas de modo impropio o excesivo. La Razón a que él se refería era, entonces, una Razón de jerarquía más elevada y pura que la comúnmente aludida con tal término. No obstante las explicaciones que en diversos sentidos eran ofrecidas, se produjo una cierta decepción cuando, luego de empeños y sacrificios, egresó la primera promoción de miembros de la Academia; lo cual no todos ni muchos de los aspirantes consiguieron lograr; sobre todo, se pensaba, debido a aquella falta de comprensión acerca de los auténticos propósitos que, según se aspiraba, irían a cumplir los miembros de tan particular especialidad. Trajo ello como consecuencia que cierto número de aspirantes hubieran ido desistiendo de proseguir los estudios. Sin embargo, quienes formalmente al fin egresaron, hombres y mujeres, fueron conducidos como de la mano a cumplir ya preestablecidas misiones en bastante importantes y hasta difíciles cargos. Todo se hallaba allí dispuesto para dar cabida a esos engendros de una mente que algunos tenían por antojadiza o exótica; pero que sin dudarlo acataban, basados en el prestigio de sabiduría que caracterizaba al Gobernante; de quien se había llegado a pensar que no era posible que cayera en serio error alguno. No hubo de transcurrir mucho tiempo, en efecto, antes que fuera observado que los resultados, en muchos importantes, y algunos inesperados, sentidos, fueran manifestándose como de alta excelencia. Pues a una adecuada preparación facultativa y cultural que ya antes poseían, estas personas le agregaban, junto a la visión que habían alcanzado de otras insospechadas esferas del conocimiento, una muy alta circunspección, a la vez que un criterio altamente ecuánime de equidad, que las había vuelto, además de la más firme honestidad, muy sensibles a los equitativos postulados de justicia moral y social. A tal punto, que fue pronto haciéndose perceptible haber surgido en ellas cierto justiciero espíri213
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 tu de desprendimiento, como de amable y comprensiva fraternización; agregándose a ello una singular ausencia de arrogancia. Lo que mucho fue también sorprendiendo era observar que aquellos egresados, uno a uno, aun entre hombres y mujeres, solían expresar criterios altamente afines entre sí, acerca de las más variadas o hasta complejas cuestiones que se les iban ofreciendo. Según se fue apreciando, tal era precisamente un objetivo primordial que el perspicaz Gobernante se había propuesto lograr; quien, trascurrido no mucho tiempo, fue alcanzando a disponer entonces de pléyades de personas de plena y recta confiabilidad y de lúcido criterio para las más diversas tareas de gobierno; mientras, pasado cierto período, aún irían ya regularmente emergiendo generaciones de individuos altamente dotados, que con sencillez suma recibían su eminente rango de Paradigmas, –ya siempre escrito con mayúscula–. Los servicios que éstos prestaban fueron siendo objeto así, día a día, de mayor reconocimiento y demanda. Las mentes perspicaces pudieron comprender que lo que anteriormente había hecho verdadera falta en las sociedades eran sujetos de tal suerte, a la par doctos y dotados de un tan elevado sentido de ecuanimidad, humildad, justicia y filantropía; como, a la vez, de franqueza, cordialidad y veracidad plenas. Con la consiguiente carencia, a la vez, de petulancia, de ideas supersticiosas o de anhelante ansiedad de figuración, como de honores y distinciones, de ejercicio de mando y privilegios; que habían solido ser, en cambio, tan vorazmente buscados antes por las personas que alcanzaban cualquier rango de notoriedad. Muchos importantes lugares, en que habían hecho grave falta, fueron ellos entonces, con general aprecio y beneplácito, a cubrir; bien fuera en tareas gubernativas como en altos cargos de la industria, la ciencia, la técnica, el comercio, la banca, la educación, la prensa, el derecho, la divulgación de la cultura o las artes, tanto como en el cuidado de la salud, de la educación y otros no menos significativos propósitos. La graduación de los nuevos académicos tenía lugar en ceremonias desprovistas de gala y exacerbado lucimiento. Dentro de las normas de aquella particular formación profesional se hallaban la austeridad y la ausencia de petulancia, soberbia o prosopopeya, que eran, antes bien, vistas por estas nuevas personalidades con desconfianza y tenidas por indignas frivolidades. Pero cuando hacían frente a cualquier tarea que les hubiera sido asignada, bien se fue haciendo ver que en ella ponían los Académicos Paradigmáticos no sólo su habilidad profesional en pleno sino el mayor pundonor y eficiencia para lograr la mas favorable influencia en la consolidación del prestigio de las personas honradas con tal designación, como de la Institución en sí. Algo insólito que en ella fue siendo observado como muy importante era que los graduados no obtenían su rango en calidad vitalicia. Hallábase, en efecto, su conducta integral sujeta a permanente atención y examen regular a través de comités expresamente designados entre sus más austeros miembros, quienes se hallaban encargados de juzgar el comportamiento intrínseco de cada miembro , por medio de un constante juicio del desempeño de sus funciones; el cual servía de base para la debida valoración de su cometido y reafirmación de su rango, o 214
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 bien para su sujeción a consejos, amonestación, admonición, o, en eventual caso de notoria gravedad, aun a suspensión temporal o parcial de su ejercicio; o bien, llegadas ciertas muy graves circunstancias, hasta permanente cancelación de su rango. Lo cual se sabía que sólo constituía una eventualidad teórica; pues no se conocía caso alguno en que tal situación se hubiera producido. Los juicios, siempre estrictamente reservados, se referían, además, al incumplimiento eventual de normas importantes, aunque no a insubstanciales errores de concepto o de comportamiento, para todo lo cual regía una amplia liberalidad. Debido a los tan eficaces resultados que con esas personalidades fueron alcanzándose, la creación del cuerpo de Paradigmas, además de celebrada, fue siendo imitada, sin gran demora y con las debidas preparaciones y autorizaciones, por varios sectores educativos de la población, como, asimismo y sin mucha tardanza, por los de otras naciones, que iban constituyendo aquí y allá, luego de someterse a estrictas normas y a las licencias oficiales que fue haciéndose necesario establecer, nuevas similares instituciones dedicadas a tan particular formación educativa, siempre con beneplácito o anhelo recibidas ya por los gobiernos como por la población. Pues, desde muy pronto, fueron siendo considerados los Paradigmas como personalidades cuyo alto prestigio era afanosamente cuidado por cada uno de ellos mismos a través de una eximia corrección y amistosa actitud en su conducta, y de una siempre diáfana y renovada expresión de ideas y pensamientos. Especialmente en la resolución de serios o graves problemas de diversos órdenes, sabíase que tenían ellos la convicción de no ser difícil lograr acertados acuerdos cuando se posee una digna y homogénea preparación cultural, intelectual, legal y moral. El publico, en el que fue extendiéndose la admiración por el comportamiento y los equilibrados o hasta luminosos juicios por tales personas vertidos, fue haciendo sentir su preferencia a leer los diarios dirigidos o en que notoriamente participaran personas de tal rango, ya que habíase llegado a percibir que sus juicios se hallaban siempre ceñidos tanto a la modernidad como a un equilibrio confiable. De tal modo, las buenas influencias iban extendiendo su favorable efecto en la población, y la propia prensa se fue viendo inducida a adoptar muy moderadas políticas, en vez de las alarmistas, apasionadas o escandalizadoras que antes no era infrecuente que las caracterizara. Similares efectos fueron percibiéndose en cuanto al Parlamento, llegado su momento, en que la preferencia de un público elector, ya progresivamente afinado, fue logrando, sin mucha demora, que sus escaños quedaran ocupados por personas ornadas con aquel emérito rango o bien que se atuvieran a los dictados de aquellas modernas enseñanzas; llegando a alcanzarse así efectos tan singulares, que el público fue pronto sintiéndose sorprendido, a la vez que deleitado, al escuchar las ilustradas intervenciones de esos personajes, y recordar la secuencia de intrigas, escándalos e indignidades de que antes habían solido dar tan mal ejemplo aquel orden de instituciones con las personas que las componían, con sus temperamentos tan usualmente díscolos, pugnaces, pero siempre afanosas de exhibicionismo.
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ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 Llegó un momento en que hízose ya general la idea de que, dada la alta calidad de la enseñanza que los Paradigmas brindaban, su presencia y las directivas por ellos señaladas no sólo eran necesarias para toda digna sociedad humana, sino se hizo evidente que se habían vuelto ellas imprescindibles; llegándose a comprender que sin su presencia no alcanzaba sociedad humana alguna su formalidad y perfección, o, más propiamente, una real mayoría de edad. Muy en particular, habíanse hecho notar sus favorables influencias desde que principiaron a aparecer los monitores, con todos los amenazantes trastornos que entonces se produjeron. Pronto se había hecho sabido, en efecto, que fueron Paradigmas quienes en gran medida inspiraron las importantes medidas sociales que hubieron entonces de adoptarse para recuperar la tranquilidad y lograr la paulatina admisión de la ayuda que aportaba la intromisión de aquellos exóticos pero altamente ventajosos elementos de trabajo. Muy importante se hizo, pues, lograr transformar todo un grave aparente peligro en un ordenamiento social altamente beneficioso. Fue también en tales circunstancias que el Gobernante, tan propiamente llamado Sabio, propuso al Parlamento otra idea que al mismo respecto le había sobrevenido. Considerando, decía el Gobernante, ser evidente que la presencia de los Paradigmas había resultado, sin duda alguna, de alto beneficio para la Nación y que se hacía del todo recomendable, por lo tanto, estimular el advenimiento de nuevas generaciones de personas con adecuada aptitud para lograr serlo, se acordaba conceder un importante beneficio pecuniario extraordinario a todo Paradigma que lograra descendencia, por cada hijo que aportara a la sociedad, al verse ya en él un probable futuro miembro de igual rango. Era su propósito, naturalmente, estimular la posibilidad de aumentar el número de Paradigmas, estimándose que los hijos de esas personas resultarían más propensos a gozar de aptitudes o inclinaciones análogas. No era usual que una propuesta del Gobernante ocasionara debate o duda: pero en este particular caso sí ocurrió así. Hasta llegaron a caldearse no poco los ánimos, al formarse un sector del todo opuesto a tal medida, sosteniendo que propendía ella a la creación de una nueva clase aristocrática, que en la pasada Historia de la Humanidad a tantos daños había dado motivo. Buen esfuerzo y abundante argumentación requirió sosegar esa tendencia; pero finalmente fue acordado aprobar la medida propuesta, en beneficio del más brillante porvenir de la Nación. Sostuvieron quienes la favorecían que si en la antigüedad, tan errónea como antinatural y perjudicialmente, les era vedado lograr descendencia a quienes eran considerados más virtuosos, una medida del todo contraria a tal política parecía ser lo adecuadamente sabio. En la realidad, la situación general de tal modo había ido cambiando a partir de las antiguas épocas, que la gente, recapacitando, hasta preguntábase, con extrañeza, por qué habríanse tardado siglos las humanas sociedades, no obstante haber existido muchas veces entre ellas tantas personalidades altamente ilustradas y ecuánimes, en establecer sistemas organizativos tan eficientes co216
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 mo el que allí entonces llego comúnmente a prevalecer, gracias, en tan alta medida, a la directa y amplia intervención de los Paradigmas. Sólo por carencia de personas idóneas y adecuadamente preparadas, solía responderse a tal interrogante. Pero era evidente que se incurría entonces en un círculo vicioso, de no difícil resolución. Los hombres reflexivos creían descubrir en ello, sin embargo, evidentes manifestaciones de hallarse el Estado aquél, o acaso la Humanidad por entero, subordinados ya al influjo de la plena madurez en su edad formativa. Un síntoma de tal hecho podría ser, acaso, la completa ausencia, que sin demasiada vacilación había sido ya alcanzada, de toda fantasiosa y hechizante idea infantilista. Para completar la curiosa historia convendrá anotar, sin embargo, que no todo se le mostró siempre apacible y sumiso al notable Fundador de la Institución de los Paradigmas y Gobernante del pueblo creador de las Ciudades Verdes, los Monitores y los Yets. Cierta vez en que, como les era habitual, un buen número de Paradigmas hallábanse deliberando, se abordó un tema que, desde un comienzo, pareció ser algo candente. Concernía él, nada menos, que a la legitimidad del mandato ejercido por aquel propio Gobernante. Desde hacía un buen tiempo, –se expuso– no contaba él con el respaldo del veredicto popular para ejercer su cargo; pues, entre la efervescencia e importancia de los sucesivos progresos logrados y sin que ni ellos mismos ni el pueblo hubieran de algún modo mostrado percibirlo, se había excedido ya en exceso el período de mando para el que aquél fuera designado. Hubo de iniciarse entonces un período de deliberaciones serias sobre el tópico, pues de tal situación se derivaba que si el Gobernante Sabio había excedido su legítimo período de mando, dejaban a la vez de ser válidos los rangos que estaban varios de ellos ostentando. Pronto se llegó, sin embargo, a una conclusión al respecto, unánimemente acordada. Previa expresa cita, se dirigió un grupo de Paradigmas a entrevistarse con el Gobernante, ante quien expusieron abiertamente su reparo acerca de la legítima vigencia del mando que se hallaba él ejerciendo; no obstante el general e indisputable reconocimiento que existía de ser él una persona tan eximia, digna y sabía. Frente a tal exposición, que le fue con gran respeto planteada, el lúcido Gobernante no se inmutó, y, para general sorpresa y satisfacción, no vaciló en reconocer la caducidad de su mandato y expresar su avenimiento a someterse de inmediato a un nuevo veredicto popular, según en anteriores casos había ocurrido. Resultó, entonces, que, luego de dictarse las pertinentes providencias, se organizaron elecciones generales para la designación o confirmación tanto del Gobernante como de los miembros del Parlamento. Debido al muy elevado aprecio en que era tenido, tanto en este propio Estado como aún fuera del mismo, el ya generalmente llamado Gobernante Sabio, y tras una campaña electoral en que reinó general circunspección, el único candidato que se presentó para ejercer tal misión, y a propuesta del propio Cuerpo de Academias de Paradigmas, fue el mismo Mandatario, que quedó entonces reelegido unánimemente por indeter217
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 minado tiempo. El argumento principal que prevaleció para llegar a tal fin fue que constituía el presente Gobernante un eximio y excepcional mandatario, de mesurado y justo criterio, alta lucidez y equilibrada voluntad ejecutiva, y que a persona que cumplía convenientemente tan altos propósitos no era prudente ni sabio cambiarlo. La tesis se sobrepuso, entonces, a toda otra consideración o conveniencia y el Gobernante recibió, con pleno consenso popular y el apoyo, además de los Paradigmas, de los cuerpos laborales agrícolas, mineros, industriales, educativos de distintos rangos, comerciales y financieros, el favor unánime de la prensa, y un fervoroso respaldo general, sin manifestación alguna de disidencia, polémica ni altercado. Y, como culminación de tal proceso, el propio Cuerpo de Paradigmas, reunido en pleno, le otorgó al sagaz Gobernante, además de una gran medalla conmemorativa, la honrosa distinción de Egregio Fundador del Cuerpo de Paradigmas. Aunque agradeció efusivamente tales distinciones, quienes bien lo conocían sabían que no fue excesiva la complacencia que el Mandatario percibió al brindársele tan elevados honores. Ni en demasía le halagaban, ni sentíase jamás ansioso de homenajes tales. Pero era también sabido, en cambio, que rebosaba él de gozo cuando veía ser satisfactoriamente cumplidas sus sabias disposiciones. Dedicados también los Paradigmas a la docencia o al periodismo iban, mientras tanto, dejando sembrados campos de enseñanzas de alto rango, encaminadas hacia una equidad lúcida, que teníase, orgullosamente, como índice del estado de madurez que hallábanse mostrando ya en pleno aquella y otras sociedades humanas. Solía desarrollarse muy pronto en éstas, bien se sabía, un común espíritu tendiente a despertar un sentido de cooperación fraterna, extirpando toda petulancia o morbosas ambiciones y rivalidades de variado orden. Pensábase que, a fin de despejar de obstáculos que perturbaran su libre desenvolvimiento y evitar todo retorno al infantilismo, tal era, precisamente, una de las importantes vías formativas que antes le habían hecho tanta falta al hombre. Lo positivo era que en ese pueblo habíase ya logrado alcanzar muy definidos avances, que constituían señales claras de perfeccionamiento tanto en el desarrollo de la vida humana como en el de su conformación social. Con el discurrir de los tiempos, pero, particularmente, con el desarrollo logrado por la mente humana que, sobrepasada una prolongada adolescencia histórica, había comenzado a ver manifestarse, de modo bastante claro, su llegada a la mayoría de edad, habían ido siendo sucesivamente superadas, una a una, las multiseculares creencias esotéricas; que, aunque no hubiera sido infrecuente que unas a otras se contrapusieran, tan vehemente arraigo habían logrado alcanzar en las mentes aún en desarrollo, que, sintiendo amarlas con fervoroso arrebato, se veían hallarse las esclarecidas mentes, bien en hombres como en mujeres, percibiendo los iluminantes destellos de la razón ya adulta lúcida, y 218
ERIDANO SUPLEMENTO DE ALFA ERIDIANI Nº 10 que, ya sobrepasado su período de pubertad, estaban llegando a alcanzar la plena claridad que les permitía reconocer su facultad de discernimiento, sujeto a reconocibles dictados de validez incuestionable. Es decir, propios ya del Hombre que, alcanzada su madurez, ve destellar, sin subterfugios, la Razón Pura en su plenitud, logrando abandonar, –retirándole su credibilidad– toda fascinante, aunque impropia y extemporánea juguetería mental. O sea que habíase visto asomar, recién entonces, la hora de la plenitud en el propio destino del Hombre. Eugenio Alarco Eugenio Alarco Larrabure es el escritor de ciencia ficción en vida más anciano en la actualidad. Nació en Lima, Perú el 25 de Febrero de 1908. Se graduó de ingeniero a los 20 años. Aparte de su trabajo, desde muy joven escribió infatigablemente con el lápiz, la máquina de escribir y últimamente con la computadora. Su espíritu generoso se distinguió siempre por una desinteresada vocación de servicio. Su trabajo histórico fundamental en ocho volúmenes, se publicó en Lima y contiene la más documentada historia peruana desde nuestros antepasados pre-Incas hasta la historia de la colonia española.
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