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La vida del padre Serra

Las campanas misionales

Las campanas encontradas en las rutas del Camino de San Junípero Serra están inspiradas en el Camino Real que va de de San Diego a Sonoma, California. En este camino se colocaron hace casi un siglo más de 100 campanas a jornadas de un día de distancia a caballo en comemoración de san Junípero Serra, padre fundador de California.

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La posibilidad de viajar —de salir de la rutina, tener una tarde de cine o teatro, ver a los amigos o a la familia— es una de esparcimiento, entretenimiento y quizá de crecimiento personal. Pero viajar también tiene otros sentidos; por ejemplo, viajemos por la historia y conozcamos algo del protagonista de este escrito: san Junípero Serra, quien fue canonizado en la primera década de este siglo por el papa Francisco y es considerado por muchas personas como el misionero más grande que ha dado España.

Fue un hombre de un metro sesenta de altura. Nació en 1713 en la isla de Mallorca y dio sus primeros pasos en Petra, un poblado que se encuentra a poco más de una hora de Palma, la capital de este conjunto de las famosas Islas Baleares, en el centro del mar Mediterráneo. Fue bautizado como Miguel José Serra Ferrer, nombre que él mismo cambió cuando entró a la Orden Franciscana, en 1731, por el de Junípero —como el discípulo de san Francisco de Asís.

Junípero Serra fue un mallorquín por demás inquieto y motivado por la fe para aspirar, desde joven, a venir a América a evangelizar. Su fragilidad a causa de incontables enfermedades se lo impedía, pero la fe y la devoción hicieron que lograra su cometido. Fue una persona apegada al estudio, la oración y a la cercanía con la comunidad, siempre al día en sus deberes. Obtuvo el doctorado en Teología y fue maestro de novicios, lo cual le dio reconocimiento en la comunidad franciscana por sus talentos —que también se veían reflejados en su gusto por la música, el teatro, la empresa de elaboración de aquello que acercara recursos para prosperar y muchas iniciativas más.

A los 35 años finalmente logró ser aceptado en un navío que lo llevaría a la Nueva España, en una travesía de cien días por el océano Atlántico. Su estancia en este territorio fue de poco más de dieciocho años, de los cuales en Querétaro, en la Sierra Gorda, pasó apenas la mitad. Sin embargo, fueron suficientes para lograr lo que otros no pudieron en casi doscientos años: convertir a la comunidad pame al cristianismo, haciéndolo con inteligencia, interés, amor y negociación —por ejemplo, aprendió el otomí para comunicarse con ellos, introdujo animales domésticos y fomentó el comercio. Como muestra de la conversión de los habitantes al cristianismo, el padre Serra logró tomar a la diosa Cachum —madre del sol para los pames— de su nicho en la Sierra Gorda; un hecho que lo marcaría como el verdadero evangelizador de la región. Esos años fueron suficientes para que los indígenas pactaran paz, tuvieran participación, conversión y adhesión a la nueva fe. Así, el padre Serra logró que la Sierra Gorda tomara un nuevo rumbo y dejara de ser un lugar de gentilidad.

Después de esa estadía en tierra serrana, recorrió otros lugares de la Nueva España, hasta que, finalmente, en 1968, mientras se encontraba en Baja California, fue llamado por la Corona española para encabezar el complejo proyecto misionero de la Alta California, donde logró edificar las primeras nueve de las veintiún misiones del Camino Real de aquella entidad tan rica y próspera.

El padre Serra enfrentó a lo largo de los años adversidades que, lejos de desmotivarlo, le hicieron tener más ahínco en sus objetivos, motivado por la férrea meta de defender los derechos humanos de los indígenas —ante los abusos que algunos oficiales y soldados españoles cometían—, mejorar su nivel de vida y hacer una gran colonia, en favor de Dios y la Corona.

Desde su llegada a América, padeció de una llaga derivada de la picadura de un insecto —que le duraría hasta su muerte y que no fue más que un elemento de penitencia que mantuvo como tal. Fue, además, un estratega, porque sin su intervención la presencia de Rusia en lo que hoy es el norte de Estados Unidos —Alaska— se hubiera concretado. Pero gracias a sus denuncias ante el virrey Bucareli logró que fueran expulsados de todo ese territorio.

Falleció a los 70 años en la Misión de San Carlos Borromeo

—actualmente Monterrey, California—, donde fue sepultado. El 25 de septiembre de 1988 el papa Juan Pablo II lo beatificó y, en 2015, fue canonizado por el papa Francisco durante una de sus visitas a Estados Unidos.

Arriba. El señor J. Carmen visita a algunos vecinos de la comunidad de El Saucillo, Jalpan, en su montura a la que cariñosamente llama «burrito».

Abajo. María Guadalupe Chávez Landaverde lleva a bendecir una cruz en la parroquia de Santiago de Jalpan para venerarla en el rosario del aniversario luctuoso de su padre.

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