Parábolas y cuentos

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EL CIEGO Y EL COJO Un día de verano, en un bosque muy concurrido, se declaró un incendio. Todos huyeron despavoridos y asustados. Se quedaron solos un ciego y un cojo. Agarrotado por el miedo y dando tumbos, el ciego se encaminaba precisamente hacia el frente del incendio. - ¡En esa dirección, no!, gritó el cojo. ¡Terminarás entre las llamas! - ¿En qué dirección, entonces?, preguntó el ciego lleno de angustia. - Yo puedo indicarte el camino, respondió el cojo, pero no puedo correr. Si tú me cargas sobre tus hombros, podremos escapar los dos mucho más de prisa y buscar un lugar seguro. El ciego siguió el consejo del cojo y se salvaron los dos juntos.

EL CONVERTIDO Cierto hombre se interesó por conocer el cristianismo, porque le habían dicho que era una religión que venía de Dios. Pero tenía muchas dudas. Fue a una iglesia y le dieron el Evangelio para que lo leyera. Lo leyó y se impresionó, pero luego observó que cristianos que él conocía lo cumplían mal, y se quedó con sus dudas. Volvió a la iglesia y fue invitado a participar en una liturgia muy hermosa. Participó y quedó impresionado, pero hubo muchas cosas que no entendía, y se quedó con sus dudas. Volvió nuevamente y le dieron los documentos del último Concilio. Los leyó y se impresionó; pero como había leído también los fallos de la Iglesia a través de la historia, tampoco se convenció. Desconcertado, no regresó a la iglesia por mucho tiempo. Y un buen día conoció a un santo y se familiarizó con él. Y quedó impresionado, y de golpe entendió el Evangelio, y la liturgia, y la Iglesia. Y se convirtió.

ABRAHÁN Y EL MENDIGO Un día, Abraham invitó a un mendigo a comer en su tienda. Cuando Abraham estaba dando gracias, el otro empezó a maldecir a Dios y a decir que no soportaba oír su Santo Nombre. Preso de indignación, Abraham echó al blasfemo de su tienda. Aquella noche, cuando estaba haciendo sus oraciones, le dijo Dios a Abraham: «Ese hombre ha blasfemado de mí y me ha injuriado durante cincuenta años y, sin embargo, yo le he dado de comer todos los días. ¿No podías haberlo soportado tú durante un solo almuerzo?».


LA MUÑECA DE SAL Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella inmóvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces. - "¿Quién eres tú?", le preguntó al mar la muñeca de sal. Con una sonrisa el mar le respondió: - "Entra y compruébalo tú misma". Y la muñeca se metió en el mar. Pero a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada: - "Ahora ya sé quien soy".

LOS MONJES DEL DESIERTO Cuentan las viejas crónicas que, hace muchos años, vivían en el desierto ciertos hombres dedicados a la oración y al trabajo de cada día; lo hacían todo en medio de gran silencio y humildad. Eran los monjes del desierto. En cierta ocasión, dos ancianos, el abad Poemen y el abad Agatón, llevaban muchos años compartiendo la misma celda sin reñir nunca. Y un buen día Poemen dijo: - «¿Y si tratáramos de reñir como he visto alguna vez que hacen los demás?». Y el abad Agatón le contestó: - «El caso es que no sé cómo se hace para reñir». Entonces el abad Poemen le dijo: - «Fíjate; yo pongo un ladrillo entre nosotros y digo: "éste es mío"; y tú dices: "no, es mío", y después empieza la riña». Así, pues, sentándose, colocaron un ladrillo entre ellos y uno de ellos dijo: - «Éste es mío». Y el otro contestó: - «No. Es mío». Y replicó aquél: - «Sí, todo es tuyo, así que llévatelo todo». Y se fueron sin ser capaces de pelear entre sí.

LA SEMILLA, EL SOL, LA NUBE Dijo una semilla: - «Imítame. Húndete bajo tierra, no esperes aplausos. Trabaja en el silencio y, como yo lo hago, cubre los campos con plantas, flores y frutos». Dijo el sol: - «Sonríe, déjate ver, ilumina, da calor, sólo así, como yo lo hago, cubrirás tu vida y los campos con plantas, flores y frutos. Imítame». Dijo la nube: - «Deja caer la lluvia, fecunda los campos y haz que la tierra se cubra de plantas, flores y frutos. Imítame». Dijo un gorrioncillo que lo anterior oía: - «Húndete como la semilla, sonríe como el sol, suda como la nube... De esas tres entregas unidas, surgen las plantas, las flores y los frutos que embellecen el ambiente y dan pan a los seres vivientes. "NOSOTROS" es la palabra clave; el "yo" es odioso». Y agregó el gorrioncillo:


- «Sé como Dios. Él está en todas partes: en la semilla que se hunde, en el sol que sonríe, en la nube que llora. Sin embargo, es invisible». Al oír al gorrioncillo, la semilla, el sol y la nube se unieron y empezaron a cantar: - «Señor, soberano nuestro, tu nombre domina toda la tierra» (Salmo 8, 1). Y dieron gracias a Dios por haberles dado hijos tan bellos como son las plantas, las flores y los frutos. El sol, padre orgulloso, al ver la madurez de los trigales, dijo: - «Estas espigas son la imagen viva de su progenitor», y volvió a sonreír.

LA ORACIÓN DEL VIEJO MAESTRO Aquel viejo maestro nunca dejaba de enseñar y nunca dejaba de aprender. Cada vez sabía más y cada vez parecía más reacio a enseñar. La vida le había llenado de conocimientos y le había llenado de prudencia. El silencio, la moderación, son también sabiduría. - «Cuando era joven y revolucionario, solía repetir, pedía a Dios que me diera fuerzas para cambiar al mundo. Multitudes de alumnos me seguían. Con el tiempo me di cuenta de que no había cambiado a nadie y empecé a pedir fuerzas para transformar al menos a los más cercanos. Ya no me escuchaban tantos. Llegué a viejo y me di cuenta de lo estúpido que había sido. Hoy sólo pido a Dios la gracia de cambiarme a mí mismo. Veo que hay muy pocos que me escuchen. Pero yo, ojalá hubiera pensado siempre así, no habría malgastado mi vida, porque Dios se ha pasado toda mi vida, pidiéndome que me deje cambiar».

EL CAMINANTE Iba de pueblo en pueblo, de aldea en aldea. Hacia años que no tenía morada fija y andaba por la vida ligero de equipaje. Una mochila con pocas cosas: una muda, una toalla, una Biblia, las obras completas de Machado y poco más. Era todo su equipamiento. No necesitaba más. Marchando por cierto paraje solitario se tropezó con un río de aguas transparentes y profundas. Decidido a proseguir su camino, se desnudó y metió todo en el macuto. Luego lanzó sus pertenencias al otro lado de la corriente. Cuando iba a zambullirse notó un extraño peso en el corazón. Lo chequeó pacientemente y descubrió en él orgullo, sentimientos de superioridad, insolidaridad, intolerancia... Fue arrojando todo aquello al agua y se despidió de ellos. Cuando desnudo y mojado alcanzó la otra orilla se sintió por primera vez en su vida verdaderamente libre. Ahora sí que podía proseguir su camino descubriendo en cada hombre a un hermano.


ESCUCHAR LO QUE NO SE OYE Un discípulo, antes de ser reconocido como tal por su maestro, fue enviado a la montaña para aprender a escuchar la naturaleza. Al cabo de un tiempo, volvió para dar cuenta al maestro de lo que había percibido. - He oído el piar de los pájaros, el aullido del perro, el ruido del trueno... - No -le dijo el maestro-, vuelve otra vez a la montaña. Aún no estás preparado. Por segunda vez dio cuenta al maestro de lo que había percibido. - He oído el rumor de las hojas al ser mecidas por el viento, el cantar del agua en el río, el lamento de una cría sola en el nido... - No, -le dijo de nuevo el maestro-, aún no. Vuelve de nuevo a la naturaleza y escúchala. Por fin, un día... - He oído el bullir de la vida que irradiaba del sol, el quejido de las hojas al ser holladas, el latido de la savia que ascendía por el tallo, el temblor de los pétalos al abrirse acariciados por la luz... - Ahora sí. Ven, porque has escuchado lo que no se oye.

EL ANCIANO SALVADOR En la remota antigüedad, una tribu caminaba, a través de un campo, hacia un precipicio cuya existencia ignoraba; la tribu, además de ignorarlo, no quería siquiera saberlo. La gente iba deprisa; los precipicios aparecen siempre repentinamente, y la gente, atropellándose unos a otros, caería al fondo del abismo porque, debido al crepúsculo, cada vez más denso, no había visto el precipicio, ni podría detenerse a tiempo. En la primera y segunda fila, blandiendo las lanzas, avanzaban los hombres de la tribu, llevando en la retaguardia a las mujeres, los hijos y los enseres. En su deseo de estar con ellos y salvarlos de algún modo, un hombre, ya anciano, empezó a llamarles: no era ni listo ni culto, no sabía siquiera qué palabras debía emplear para que diesen la vuelta. El anciano se limitaba a preguntarles tímidamente: - «Hermanos, ¿no habéis olvidado que es preciso que os améis los unos a los otros?»; o bien les decía: «¿no habéis olvidado llevar comida para el camino?». - ¡Lárgate de aquí!, le gritaban, porque le consideraban un ignorante y un poco tonto. Pero como para gritarle debían volver la cabeza, aunque sólo fuera un instante, la gente se iba apartando, por poco que fuera, del camino. Tanto más cuanto él volvía para insistirles: - «¡Mirad, hermanos, qué maravillosa puesta de sol!, ¡es preciosa!» - «¡Idiota!», le gritaban entre risas y rabias. Pero se volvían de nuevo y se desviaban un poco al menos. Como resultado de ello y de la insistencia en llamarles, la gente se fue desplazando y trazó una curva tan sinuosa que les permitió rebasar con fortuna el precipicio, evitando así la perdición. Claro está que la gente no se percató y pensó que habían estado caminando en línea recta. - «¡Ya ves, viejo estúpido, que no existía ningún precipicio, nos estabas asustando en vano!»; y se reían despreocupados. También el viejo, una vez cumplida su misión, se reía feliz.


CUCHARADA DE ARROZ Conozco una familia hindú con 8 hijos que, desde hace días, no tienen qué comer... Tomé un poco de arroz y fui inmediatamente en su ayuda. Pude ver la carita de los niños, pude ver sus ojos brillantes por el hambre... Y vi, no sin extrañeza, que la madre recibió el arroz, hizo dos partes, tomó una y salió de casa. A su vuelta le pregunté: - ¿Dónde has ido? ¿Qué has hecho? - También ellos tienen hambre -fue su respuesta. Muy cerca vivía una familia musulmana con el mismo número de hijos. Ella sabía que también desde hace días no comían. Fue esto lo que me conmovió. En el rostro de cada uno de los miembros de esa familia se había dibujado una paz y una serena alegría. Y a pesar de que a cada uno sólo le tocó nada más que un par de cucharadas de arroz, había en todos ellos la alegría del dividir y del compartir.

EL PADRE NICODEMO El ilustre dominico -prestigioso profesor de teología dogmática en una renombrada universidad eclesiástica- trabajaba duramente afinando sus silogismos con precisión tomista. Al terminar de preparar su clase, la luna lucía en redonda plenitud y el silencio aleteante por los entresijos del convento era tan denso que se podía oír crecer el césped. Antes de entregarse al descanso, se dirigió, según su costumbre, a la Iglesia para recogerse ante el Señor. La nave gótica rezumaba un olor a incienso rancio y a cera virgen. En la penumbra del templo destacaba la silueta del Crucificado fugazmente iluminada por lamparillas de aceite que perfilaban su cuerpo destrozado. El Padre Nicodemo se arrodilló ante la imagen, elevó sus ojos que se cruzaron con los agónicos del Cristo, y oró así: - Señor, creo que eres el Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero... - Hijo -le interrumpió el crucificado- ¿todo eso lo dices por ti mismo o porque otros te lo han contado de mí? - Pero, Señor, si esas palabras son del credo nicenoconstantinopolitano... - Ya lo sé, pero ¿cuándo te vas a enterar de que para hablar conmigo debes cerrar tu inteligencia y abrir el corazón?

EL SILENCIO Un grupo de trabajadores estaba apilando aserrín en el almacén de una fábrica de hielo, cuando uno de ellos advirtió que se le había caído el reloj de su muñeca. Inmediatamente, sus compañeros interrumpieron el trabajo para buscarlo. Acabaron tomando la búsqueda como una diversión, lanzándose el aserrín unos a otros y armando una polvareda con el aserrín que antes habían amontonado. Pero no dieron con el reloj. Entonces, decidieron dejarlo y se fueron a tomar un café. Un joven, que había estado observando toda la faena, entró en el almacén y, al poco rato, se presentó ante el grupo con el reloj en su mano.


- ¿Dónde estaba?,-le preguntaron. - ¿Dónde?, pues en el almacén, -les dijo el joven. - No puede ser, -dijeron ellos-; lo hemos buscado por todas partes. ¿Cómo lo has hecho? - Me he puesto a ello en silencio completo hasta que he oído el suave tic-tac del reloj y lo he sacado de donde estaba enterrado bajo el aserrín.

EL FILOSOFO Y LA NIÑA Cuentan de un gran filósofo que día tras día se debatía en torno al sentido último de la existencia. Había dedicado a la solución de este enigma su mejores años de vida. Había consultado a los más grandes sabios que la humanidad haya tenido en todos los tiempos. Y no encontró una respuesta satisfactoria a tan torturante cuestión. Una tarde en el jardín de su casa, dejando a un lado sus pensamientos, reparó en su hija de cinco años que estaba jugando alegremente. Se acercó a ella y le preguntó: - «¿Para qué estás en la tierra?». A lo que la niña respondió rápidamente: - «Para quererte a ti, papá».

NASRUDIN Y EL HUEVO Cierta mañana Nasrudin -el gran místico sufí que siempre fingía estar loco colocó un huevo envuelto en un pañuelo, se fue hasta el centro de la plaza de su ciudad y llamó a los que estaban allí. - ¡Hoy tendremos un importante concurso -dijo-. Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo recibirá de regalo lo que está dentro! Las personas se miraron entre sí, intrigadas, y respondieron: - ¿Cómo podemos saberlo? Nadie aquí tiene poderes de adivino. Nasrudin insistió: - Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe con facilidad. Es un símbolo de la fertilidad y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido? Todos los habitantes pensaron que Nasrudin tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quería pasar vergüenza delante de los otros. Porque... ¿y si no fuese un huevo, sino algo mucho más importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufis? Un centro amarillo podía significar algo del sol o el líquido de alrededor tal vez fuese alguna preparación de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el ridículo. Nasrudin volvió a preguntar dos veces más, pero nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces él abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo. - Todos vosotros sabíais la respuesta -afirmó-. Y nadie quiso traducirla en palabras. Moraleja: Es así la vida de aquellos que no tienen el coraje de arriesgar. Las soluciones nos son dadas generosamente por Dios, pero estas personas siempre procuran explicaciones más complicadas y terminan no haciendo nada.


DIOS MIRÓ AL MUNDO Un día, miró Dios al mundo y sintió profunda compasión. Decidido, levantó su mano y, durante la noche más oscura, convirtió el mundo entero en un paraíso. Al día siguiente, cuando sus hijos despertaron, vieron que todo era diferente: ya no había enfermedades, todos estaban bien. Aún la persona más pobre, se vestía de oro y tenía comida en abundancia. Llenos de felicidad, todos comenzaron a gritar felices, porque todo era un paraíso. Fue unos días después cuando un hombre, mirando la casa de su vecino, -en realidad un palacio-, vio que éste tenía una vacas en su jardín. Entonces decidió aprovechar el momento en que estuviera fuera para apropiarse de la leche de las vacas. El vecino, sin embargo, llegó antes de que el hombre se marchara, y quedó muy enojado. Cosas así comenzaron a suceder en todo el mundo. Y un mes después de la creación del paraíso, estalló una guerra entre dos ciudades. ¡Dios no lo podía creer!: todos tenían todo y aún así batallaban por cosas que realmente no necesitaban. Diez años después, cuando el paraíso se había tornado en mera historia..., un cuento narrado a los niños en la escuela... Dios nuevamente miró a su creación, suspiró hondo y pensó: - «La próxima vez, voy a crear el paraíso en los corazones de los hombres. Lo externo... ya vendrá más tarde».

LA ENFERMERA Y LA LEPROSERÍA Un turista en la India, visitó un leprocomio. Allí vio a una enfermera curando las carnes podridas de un pobre leproso. Asqueado frente a lo que tenía delante, le dijo a la enfermera: - "Yo no haría eso que usted está haciendo ni por un millón de pesos". Ella le respondió: - "Vea usted, ni yo tampoco lo haría por un millón de pesos". Asombrado el turista, le preguntó: - "¿Cuánto le pagan por hacerlo?". La enfermera, dibujó una sonrisa de felicidad y como quien no le daba importancia a las palabras, le respondió: - "No me pagan nada; lo hago por amor".

LA MARIPOSA Y LA LUZ Una noche se reunieron las mariposas. Trataban, anhelantes, de examinar la forma de conocer de cerca el fuego. Unas a otras se decían: - «Conviene que alguien nos informe un poco sobre el tema». Una de ellas se fue a un castillo. Y desde fuera, a lo lejos, vio una candela. A su vuelta vino contando sus impresiones, de acuerdo con lo que había podido comprender. Pero la mariposa que presidía la reunión no quedó bastante satisfecha: - «No sabes nada sobre el fuego», dijo.


Fue otra mariposa a investigar. Esta penetró en el castillo y se acercó a la lámpara, pero manteniéndose lejos de la llama. También ella aportó su pequeño puñado de secretos, refiriendo entusiasta su encuentro con el fuego. Pero la mariposa sabia contestó: «Tampoco esto es un auténtico informe, querida. Tu relato no aporta más que los anteriores». Partió luego una tercera hacia el castillo. Ebria y borracha de entusiasmo se posó, batiendo sus alas, sobre la pura llama. Extendió las patitas y la abrazó entusiasta, perdiéndose en ella alegremente. Envuelta totalmente por el fuego, como el fuego sus miembros se pusieron al rojo vivo. Cuando la mariposa sabia la vio de lejos convertirse en una sola cosa con el fuego, llegando a ser del color mismo de la luz, dijo: - «Sólo ésta ha logrado la meta. Sólo ella sabe ahora algo sobre la llama».

EL ZAPATERO Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo: - «No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a última hora del día y me paso la noche trabajando; al amacecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de la mañana?». - «¿Qué has venido haciendo hasta ahora?», preguntó el rabino. - «Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo; pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: "¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana...!"». Le respondió el rabino: «Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración»

EL ZORRO HERIDO Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro. Al día siguiente, Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. Él comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: - «Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito». Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: - «¡Oh tú, que te hallas en la senda del error; abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado».


DIOS SE ESCONDE Una historia hindú cuenta que, en cierta ocasión, Dios se cansó de la gente que no hacía más que molestar y pedir favores. Por lo que pensó: - "Voy a esconderme por una temporada". Entonces reunió a todos sus consejeros y les preguntó: - «¿Dónde creéis que debo retirarme? ¿Cuál será el mejor lugar para esconderme? Algunos pensaban que lo más acertado sería esconderse en la cima de la montaña más alta de la tierra. Otros pensaban que en el fondo del mar. Algunos creían que el mejor lugar sería más allá de la luna, adonde realmente nadie podría llegar. Entonces Dios, dirigiéndose a su ángel más inteligente, le preguntó: - «¿Dónde me aconsejas que me esconda? A lo que el ángel inteligente, sonriendo, respondió: - «Escóndase en el corazón humano, ése es el único lugar al que ellos nunca van».

EL MENDIGO Y EL REY Iba yo pidiendo de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel rey de reyes. Mis esperanzas volaban hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me llegaba al fin. Y de pronto, Tú me tendiste la mano diciéndome: - «¿Puedes darme alguna cosa?». ¡Oh, qué ocurrencia la de tu realeza. Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer... Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y te lo di. ¡Pero qué sorpresa la mía, cuando al vaciar por la tarde mi saco al suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón! ¡Qué amargamente lloré no haber tenido compasión para dártelo todo!

EL MONJE Y EL SILENCIO - ¿Qué aprendes tú en tu vida de silencio? -preguntó el visitante a un monje de clausura. El monje, que estaba sacando agua del pozo, le respondió: - Mira al fondo del pozo, ¿qué ves? El hombre se asomó al brocal del pozo. - No veo nada. El monje se quedó inmóvil y en silencio y, después de un rato, dijo de nuevo a su visitante: - ¡Mira ahora! ¿Qué ves? El visitante obedeció:


- Ahora me veo a mí mismo en el espejo del agua. El monje le explicó: - Ya ves. Cuando yo meto el cubo en el pozo, el agua está agitada. Sin embargo ahora el agua está tranquila. Así es la experiencia del silencio. ¡El hombre se descubre a sí mismo!

EL MONJE DEMETRIO Hay una vieja leyenda eslava que cuenta la historia de un monje, Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios al otro lado de la montaña en la que vivía, antes de que se pusiera el sol. El monje se puso en marcha, montaña arriba, precipitadamente. Pero a mitad de camino, se encontró a un herido que pedía socorro. Y el monje, casi sin detenerse, le explicó que no podía pararse, que Dios le esperaba al otro lado de la cima, antes de que atardeciese. Le prometió que volvería en cuanto atendiese a Dios. Y continuó su precipitada marcha. Horas más tarde, cuando aún el sol brillaba en todo lo alto, Demetrio llegó a la cima de la montaña y desde allí sus ojos se pusieron a buscar a Dios. Pero Dios no estaba. Dios se había ido a ayudar al herido que horas antes él se cruzó por la carretera. Hay, incluso, quien dice que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda.

EL SALVADOR DEL AMOR Érase una vez una isla en la que vivían todos los sentimientos. La Felicidad, la Tristeza y todos los demás, incluido el Amor. Un día los sentimientos se enteraron de que la isla se hundiría, así que todos repararon sus barcas y se fueron. El Amor fue el único que se quedó; quería aguantar hasta el último momento. Cuando la isla estaba ya a punto de ser tragada por el mar, el Amor decidió pedir ayuda. - Riqueza, ¿me puedes llevar contigo? - No, -contestó ésta-, llevo mucho oro y plata conmigo y no hay sitio para ti en mi barco. El Amor decidió preguntarle a la Vanidad, que pasaba por allí en una barca preciosa. Vanidad, ¡ayúdame! - Lo siento, Amor. No puedo llevarte porque estás todo mojado y me puedes estropear la barca, -le contestó la Vanidad. La Tristeza también estaba allí mismo, así que Amor decidió pedirle a ella que lo llevara. - Tristeza, déjame ir contigo. - Vaya... Amor, es que estoy tan triste por lo que nos ocurre que necesito estar sola. La Alegría también pasó por delante del Amor, pero estaba tan alegre que ni siquiera oyó que la llamaban. De pronto escuchó una voz: - Amor, ya te llevo yo. Era una voz anciana. El Amor estaba tan aliviado y contento que incluso se olvidó de preguntarle al anciano cómo se llamaba. Cuando llegaron a tierra firme, el anciano siguió su camino. El Amor se dio entonces cuenta de lo mucho que le debía al anciano y le preguntó a la Sabiduría, también una anciana, quién lo había ayudado.


- El Tiempo, -contestó la Sabiduría. - ¿El Tiempo? ¿Por qué me ayudó el Tiempo?, -se preguntó el Amor extrañado. La Sabiduría sonrió, sabia como era, y contestó: - Porque el Tiempo es el único capaz de entender lo importante que es el AMOR.

EL ABUELO Y LA ABUELA El abuelo y la abuela se habían peleado, y la abuela estaba tan enojada que no le dirigía la palabra a su marido. Al día siguiente, el abuelo había olvidado por completo la pelea, pero la abuela seguía ignorándole y sin dirigirle la palabra. Y por más esfuerzos que hacía, el abuelo no conseguía sacar a la abuela de su mutismo. Al fin el abuelo se puso a revolver armarios y cajones. Y cuando llevaba así unos minutos, la abuela no pudo contenerse y le preguntó: - "¿Se puede saber qué demonios estás buscando?".- "¡Gracias a Dios, ya lo he encontrado!", le respondió el abuelo con una maliciosa sonrisa. "¡Tu voz!".

HABLAR CON LIGEREZA Un día, una mujer, dada fácilmente a sacar defectos de los demás, se fue a confesar con alguien que tenía fama de santo. Aquel confesor escuchó pacientemente a la penitente; después le dijo: - «Como penitencia, coge una gallina y recorre las calles más importantes de tu pueblo arrancando lentamente las plumas que soltarás al viento. Después, regresa otra vez a mí». Aquella señora obedeció. Cuando retornó al confesor, éste le dijo: - «La penitencia no ha concluido. Ahora debes volver a andar por las calles y recoger todas las plumas que has sembrado». - «Es imposible», contestó la mujer. - «Así es la murmuración -respondió el confesor-. Pequeños juicios sobre otras personas llegan a crear situaciones irreparables».

UN SECRETO MÁGICO Un médico fue a visitar una leprosería llevando en sus manos un fármaco que contenía el remedio contra la enfermedad. Les dijo a los leprosos: - «El que quiera curarse debe seguir mis instrucciones y conservarlas muy bien en su corazón. Yo no puedo quedarme entre vosotros; pero puedo dejaros el medicamento». Les dio entonces las instrucciones en cuanto al tratamiento que tenían que seguir. Después le entregó la medicina a uno de ellos diciendo: - «Responsabilízate tú de que cada uno de tus compañeros tome la dosis precisa». Después desapareció. Tan pronto como se fue, los enfermos empezaron a discutir entre ellos, no sólo sobre su identidad, sino también sobre cómo había venido y cómo se había marchado. La discusión fue tan prolongada y vehemente que olvidaron las palabras que había dicho el médico y sus instrucciones se borraron de su memoria. A pesar de que su valiosa medicina estuviera siempre en sus manos, nadie sabía cómo emplear el contenido; tanto es así que les fue tan inútil como un tesoro en el fondo de los mares.


DETRÁS DE LAS ESTRELLAS El padre Bruckberger ha contado la historia que un día le contó un amigo judío. Era un recuerdo de su infancia. Cuando tenía cuatro o cinco años formaba parte de una tribu que vivía en el desierto en tiendas de campaña. Una noche, cuando el chavalín dormía junto a la vieja que le cuidaba, de pronto, apremiado por una necesidad natural, el niño salió de la tienda y se sintió maravillado ante el cielo plagado de estrellas que nunca había visto. Era una noche de verano y un silencio terrible lo llenaba todo. De pronto al niño le pareció que aquélla era la noche más hermosa desde la creación del mundo, tal vez porque era la primera que realmente veía. Se sentía como dentro de una gran cuna. Y todo era tan sereno, tan apacible, bajo el brillo de millares de estrellas, que se diría que aquella gran armonía estaba anunciando algo. Le pareció que aquella hermosura no podía terminar allá. Que aquello estaba preparado para algo, para alguien. ¿Iba, tal vez, a venir el Anunciado por los profetas? Corrió emocionado hacia la tienda y gritó a la vieja que le acompañaba: - "Ven, ven a verlo. En el cielo hay, por lo menos, diez estrellas. ¿No crees que el Mesías podría venir hoy?" La vieja, medio dormida, oyó con una sonrisa la voz temblorosa del niño. Levantó los ojos al cielo y, viendo los millares de estrellas que tantas veces había visto, respondió: - "Olvida al Mesías ¡y aprende a contar!".

LA ÚLTIMA GOLONDRINA Una golondrina llegó tarde a la cita otoñal. Sus hermanas ya habían partido. ¿Qué hacer?... Se lanzó al mar sola. El sol brillaba con fuerza y no se divisaba ninguna nave. Después de varias horas le faltó el ánimo y decidió dejarse caer en el agua y así morir. En ese momento vio otra golondrina que planeaba casi a ras de mar en su misma dirección. Se alegró y, haciendo un esfuerzo, remontó el vuelo. Cada vez que se sentía cansada, miraba a su fiel compañera, que la seguía en toda su evolución, y de esta manera volaba con más fuerza. Llegó la noche y la golondrina amiga desapareció, si bien la meta estaba muy cercana. Se dijo entonces: - «¿Dónde estás, amiga de viaje?... ¿Tal vez sólo has sido mi propia sombra proyectada sobre el agua del mar?...».

FÓSILES VIVIENTES Un reducido grupo de tortugas vivía enclaustrado en un pequeño cercado, rodeado de un hermoso jardín pictórico de vida y color, con un suelo polvoriento y reseco como habitáculo. Sus pesadas conchas eran su gloria y su cruz: le servían de eficaz defensa, a la vez que las cerraban a toda evolución. Miraban las cosas y la vida con ojos apagados y paleontológicos desde la noche de tiempos remotos. Sin embargo, vivían contentas con su suerte y se arrastraban lentamente sobre sus sólidas patas con el orgullo de quienes se saben depositarios de la verdad.


Cierto día un grupo de jóvenes pasó por el lugar. Al contemplar su forma de vestir y comportarse la más vieja comentó moviendo su nacida papada: - ¡Hay que ver cómo está el mundo! Todo cambia tan rápidamente... - Afortunadamente -añadió otra que tenía estudios- nosotras no hemos evolucionado prácticamente desde el Terciario. Permanecemos fieles a lo que siempre fuimos. - Tienes razón -dijo una tercera- pero me pregunto si no seremos más que un recuerdo del ayer que no despierta ningún interés al hombre de hoy. Moraleja: Permanecer anclado en el pasado puede ser tentador, pero nos transforma en muertos vivientes. Sólo los seres vivos cambian, evolucionan, se adaptan como nos enseña la biología.

LA BURRA Y EL POZO Un día, el burro de una campesina se cayó en un pozo; el animal lloró fuertemente por horas, mientras la campesina trataba de averiguar qué hacer. Finalmente, la campesina decidió que el animal ya estaba viejo, el pozo estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas y que realmente no valía la pena sacar el burro. Entonces invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarla. Todos tomaron una pala y empezaron a tirar tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró desconsoladamente; luego, para sorpresa de todos, se tranquilizó. Después de unas cuantas paladas de tierra, la campesina finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio: con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y daba un paso hacia arriba, mientras los vecinos seguían echando tierra encima del animal, él se sacudía y daba un paso hacia arriba. Pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando.... MORALEJA: La vida va a tirarte tierra, tierra de todo tipo.... El truco para salir del pozo es sacudirse y dar un paso hacia arriba. Piensa que cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba; nosotros podemos salir de los más profundos huecos, si queremos salir. Sacudirse y dar un paso hacia arriba. Recuerda las seis reglas para ser feliz: 1- Liberar el corazón del odio; 2 - Liberar la mente de preocupaciones inútiles; 3 - Vivir sencillamente; 4 - Dar más; 5 - Esperar menos; 6 - Tener esperanza. ¡Disfruta la vida!

Fuente: http://www.angosto.org/ (página de los hermanos pasionistas)


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