El mundo del príncipe resplandeciente

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I VA N M O R R I S EL MUNDO DEL PRÍNCIPE RESPLANDECIENTE

ATA L A N TA


Aunque El mundo del príncipe resplandeciente hace referencia directa al personaje central de La historia de Genji de Murasaki Shikibu, este libro no trata ni sobre esta autora ni sobre su incomparable novela, sino sobre el refinadísimo entorno cultural y social que hizo posible el desarrollo de ambas. Ivan Morris describe admirablemente todos los entresijos políticos, sociales, culturales y estéticos del periodo Heian, y aporta un detallado cuadro de los temas más heterogéneos: la vida de los cortesanos, la intrincada relación entre hombres y mujeres, la influencia de la religión budista sobre esa sociedad, el influjo de las supersticiones en la vida cotidiana, el culto profesado a la belleza en todos los ámbitos de la vida, para dedicar los dos últimos capítulos a Murasaki Shikibu y su novela. Pocas veces una obra hace revivir con tanta exactitud todo un siglo y una cultura tan lejanas. Convertido en un clásico, este ensayo de Ivan Morris acerca al lector occidental a una civilización perdida cuyo legado es, sin lugar a dudas, «uno de los modelos más insólitos e interesantes que ha producido el caleidoscopio de la historia».




MEMORIA MUNDI

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IVAN MORRIS EL MUNDO DEL PRÍNCIPE RESPLANDECIENTE

PRÓLOGO Y TRADUCCIÓN JORDI FIBLA

ATA L A N TA 2007


En cubierta: XXXXXX. En contracubierta: XXXXXX.

Dirección y diseño: Jacobo Siruela.

Todos los derechos reservados. Título original: The World of the Shining Prince © Ivan Morris © Del prólogo y la traducción: Jordi Fibla © EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com ISBN: 978-84-935313-9-3 Depósito Legal: B-38368-2007


ÍNDICE

Prólogo 9 Prefacio del autor 19 Introducción del autor 21 I

- El periodo Heian 29 II

III

- El marco 47

- Política y sociedad 77

A.

Los emperadores 77 B . Los Fujiwara 84 C . La sociedad 103 D . La administración 110 E . La economía 114 F . Los provincianos y las castas inferiores 122 IV

V

- Las religiones 133

- Las supersticiones 173


VI

- La «buena gente» y su vida 193 VII

VIII

- El culto a la belleza 227

- Las mujeres de la era Heian y sus relaciones con los hombres 259 IX

X

- Murasaki Shikibu 317

- Aspectos de La historia de Genji 333 Apéndices 361

1. Periodos de la historia del Lejano Oriente y dirigentes de Japón durante el periodo Heian 363 2. Nota sobre el siglo X 365 3. ¿Está completa La historia de Genji? 371 4. Tablas genealógicas 376 5. Murasaki escribe sobre el arte narrativo 382 6. Glosario 386 Bibliografía 398 Índice onomástico y temático 403


Pr贸logo



La posibilidad que tenemos los occidentales de leer las obras del periodo clásico japonés, que se sitúa en la corte imperial de la era Heian, mil años atrás, es reciente. A comienzos del siglo XX, los estudiosos franceses y anglosajones conocían la existencia de esas obras, pero tendían a menospreciarlas. Cuando el profesor Basil H. Chamberlain aborda la literatura en su guía cultural del país,1 menciona las opiniones que sobre La historia de Genji tenían Georges Bousquet, que llamaba a Murasaki Shikibu «cette ennuyeuse Scudéry japonaise», o Sir Ernest Satow, para quien el argumento del Genji carecía de interés y la obra sólo tenía valor como una etapa en la evolución de la lengua. Curiosamente, por la misma época, un intelectual nipón, Kakuzo Okakura, utilizaba a la misma autora francesa de romans à clef del siglo XVII para alabar a la gran rival de Murasaki, la autora del Libro de la almohada: «Con su sarcástico pincel», escribe Okakura en su libro sobre los ideales de Oriente, «Sei Shônagon se adelanta en setecientos años a las agudezas de Madame de Scudéry sobre los escándalos cortesanos del Grand Monarche.» Lo deleznable para unos es un signo de distinción para otros. 1. Japanese Things, Tuttle, Tokio 1904, ed. de 1981.

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Cierto que algún estudioso de prestigio prevenía contra unos juicios demasiado precipitados acerca de Murasaki. W. G. Aston, por ejemplo, aunque confesaba no haber podido leer más que unos fragmentos de una obra tan vasta y difícil, afirmaba que las condenas eran inmerecidas. Quienes se quejaban de falta de interés no comprendían el objetivo de la autora, que deseaba representar la vida real, los sentimientos y las acciones de los hombres y las mujeres de una sociedad determinada, y a la que no atraían en absoluto los argumentos intrincados ni los relatos sensacionales. Como por entonces Proust estaba inmerso en las vivencias que décadas después rememoraría, y como siempre es indispensable establecer una comparación con un autor occidental, Aston concluyó que Murasaki Shikibu era el Richardson de Japón. ¿No escribía Samuel Richardson unas novelas (Pamela, Clarissa) larguísimas y llenas de patetismo y de lágrimas? Lo mismo que la obra de Murasaki, a juzgar por lo poco que Aston había podido leer. Otro japonés, el barón Kencho Suematsu, versado en la lengua del periodo Heian, que prácticamente es un idioma distinto del japonés moderno, y admirador de la concisión y la elegancia de Murasaki Shikibu, hizo la primera traducción al inglés del Genji. No sólo era muy incompleta, sino que el traductor se reveló incapaz de verter al inglés las bellezas del original. Transcurrieron veintiséis años antes de que los círculos literarios británicos, y en particular el grupo de Bloomsbury, con Virginia Woolf a la cabeza, se extasiaran ante lo que acababa de brindarles un poeta y traductor de obras clásicas chinas y japonesas que, con tanta erudición como increíble capacidad para hacer interpretaciones intuitivas, había empezado a publicar su versión de La historia de Genji. ¡De modo que aquello era en verdad lo que contenía el casi ininteligible texto de Murasaki! Una obra literaria de primera magnitud. Por fin el lector occidental tenía acceso a un tesoro perdido durante siglos. Hoy, cuando han aparecido otras dos versiones de la obra en inglés, y ambas de notable éxito comercial (algo insólito de veras si tenemos en cuenta que de La montaña mágica, por ejemplo, sólo existen dos versiones), cuando se han publica-

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do innumerables artículos y ensayos sobre el Genji y las demás obras conservadas de la era Heian, sabemos que el valor de lo que hizo Arthur Waley, al menos en su traducción del Genji y otros textos del periodo Heian, no radica en la fidelidad al original, sino, por un lado, en su carácter de revulsivo, pues provocó en Japón una polémica que estimuló a grandes escritores conocedores del lenguaje de Heian a realizar sus propias versiones de la obra en japonés moderno, de modo que el conocimiento profundo de esas obras no fuera privilegio de unos pocos, sino que estuviera al alcance de la población lectora en general; y, por otro lado, en que la obra de Waley despertó vocaciones. Donald Keene, profesor de la Universidad de Columbia y gran «niponólogo», a quien debemos numerosos libros, ensayos y traducciones, dedicó su vida al aprendizaje, enseñanza e investigación de la lengua y la cultura japonesas gracias a Waley. Ivan Morris, el colega de Keene en Columbia, desaparecido prematuramente, tuvo en Waley, por quien sentía una ilimitada admiración, a su mentor y amigo. Cuando El mundo del príncipe resplandeciente se publicó por primera vez, en 1964, Arthur Waley, a quien la obra está dedicada, la saludó como el libro sobre la era japonesa Heian (siglos VIII al XII) que llevaba décadas esperando. Previamente, tras haber leído el manuscrito de Ivan Morris, le había hecho algunas críticas; por ejemplo, sobre su interpretación de las diferencias entre lo religioso y lo supersticioso y el papel de éstas en el mundo aristocrático de la época, unas críticas que Morris incluyó íntegramente en Madly Singing in the Mountains, la obra que escribió como homenaje a Waley y que contiene una valoración de su obra y una antología. Eran unos amigos que defendían sus posturas, en ocasiones del todo contrarias, sin estridencias, con flema británica…, casi podría decirse como dos caballeros de aquel remoto periodo del lejano Japón. Al lector de La historia de Genji le evocan la relación del Octavo Príncipe y Kaoru, sentados en una casa llena de corrientes de aire a orillas de un río estrepitoso, de aguas veloces y espumeantes, alzando las voces, de natural quedas y susurrantes, para poder escucharse mutuamente por encima del fragor del río. Discuten de profundas

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cuestiones budistas, ahondan en la filosofía de la vida que propició la renuncia al mundo por parte del príncipe, para recluirse con sus hijas en Uji, hoy una población en las afueras de Kioto, pero que hace mil años estaba separada de la capital por una naturaleza virgen y los peligros que acechaban en sus frondosidades. Y después del debate, prolongado sin que ninguno de los dos preste la menor atención al transcurso del tiempo, piden que les traigan las flautas y su música, delicada pero con momentos de intenso desgarro; es como una emanación más del entorno, un sonido que armoniza con el estruendo del río, el bramido del ciervo, el silbido del viento entre los árboles, los cantos de las aves en el crepúsculo o al amanecer. E incluso en esto aquellos dos hombres de generaciones distintas tenían algo de los caballeros que se mueven por los cientos de páginas de La historia de Genji al ritmo lentísimo de las carretas que avanzaban a paso de buey por las anchas avenidas de Heian Kyô, porque ambos eran músicos aficionados que tocaban la flauta dulce. En el caso de Ivan Morris, un detalle más ayuda a completar el paralelismo, pues si aquellos caballeros distraían su ocio con la considerable variedad de juegos que nos describe la dama Murasaki, el atildado Morris, siempre envuelto en el aroma de su inseparable pipa, como los cortesanos de Heian Kyô difundían a su paso la fragancia del incienso que impregnaba sus coloridas prendas de vestir, era un apasionado de los puzles: no sólo se dedicaba a resolverlos, sino que los componía y llegó a publicar varias recopilaciones de ellos, entre las que destaca Los puzles del «Libro de la almohada». En las décadas transcurridas desde la aparición de esta obra, en los años sesenta del siglo pasado, el volumen de los estudios en torno al Genji ha sido enorme. Hay investigadores que concentran sus esfuerzos en un solo aspecto de la obra, como los casos de posesión por parte de los espíritus; cierto profesor estudia las similitudes entre Murasaki Shikibu y Jane Austen, mientras que una colega se propone demostrar que la conducta de Ôigimi refleja una reacción intensamente subversiva a la invasión masculina y el intento de apropiación del yo, y otros casos de naturaleza similar. Sin embargo, sería difícil encontrar en esa masa de sesudos trabajos alguno que

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tenga verdadero interés para el lector del Genji, así como de otras obras del mismo periodo, deseoso de ampliar sus conocimientos y de tener una buena visión de conjunto, pero cuyas preocupaciones están absolutamente alejadas de las del especialista. Es verdad que durante este tiempo ha aparecido algún libro que puede constituir una ayuda inestimable para el lector medio,2 pero lo cierto es que no se ha publicado ninguna obra comparable a El mundo del príncipe resplandeciente, con ese difícil equilibrio entre erudición y amenidad que satisface tanto a quienes desean profundizar en los aspectos más sutiles de aquella remota civilización como al lector que ha gozado de las obras de Murasaki, Sei Shônagon, la autora innominada del Diario de Sarashina3 y las demás escritoras que convirtieron el último periodo de la era Heian en un auténtico siglo de oro de la literatura japonesa. Ivan Morris escribió este libro antes de abordar sus traducciones de dos clásicos, el Libro de la almohada, de Shônagon, en 1967, y el Diario de Sarashina, en 1971, el mismo año en que publicó su traducción de los textos que acompañan a las ilustraciones del Rollo del relato de Genji, que se remonta al siglo XIII. Entre los proyectos que no pudo realizar, porque falleció de repente en 1976, a la edad de cincuenta años, figuraba un ensayo sobre una parte del Genji, la protagonizada por Ukifune. Ante semejante interés prolongado durante toda una vida, cabe preguntarse por qué no intentó realizar una nueva traducción de la obra de Murasaki. ¿Acaso respetaba y admiraba demasiado a Arthur Waley para meterse en un terreno donde tal vez se sentiría un intruso? No es ésta una posibilidad muy plausible, si tenemos en cuenta que los textos procedentes del Genji y demás obras del periodo que figuran en esta obra no pertenecen a la versión de Waley ni de otros traductores, sino que son versiones directas de Morris. Se diría que no fue el temor a «cometer un sacrilegio» (un temor que, por cierto, sí experimentó Edward G. Seiden2. Sobre todo la guía del lector The Tale of Genji, de William J. Puette (Tuttle Publishing, Boston 2003, 6ª ed.), profesor de la Universidad de Hawai, institución conocida por sus excelentes estudios y traducciones de la literatura japonesa. 3. De próxima publicación en Atalanta.

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sticker, sin que le impidiera llevar a cabo una nueva versión del Genji, la segunda en inglés, que, pese a sus defectos, eclipsaba totalmente a la de Waley por su fidelidad al original), sino la renuencia a embarcarse en una empresa de tal complejidad y amplitud, lo cual le habría exigido varios años de dedicación absoluta, cuando Morris era un hombre de variados intereses. Al igual que le sucedía a Genji, el anhelo de retirarse del mundo para concentrarse en una sola cosa (en el caso del príncipe resplandeciente, la devoción budista; en el de Morris, la hazaña de traducir el monumento máximo de la literatura clásica japonesa) pudo cruzar con frecuencia por su mente, sin que nunca se decidiera a llevarlo a la práctica. Y si Genji lo hizo al final de su vida, la muerte prematura puso fin a todos los proyectos que tenía Morris. Sea como fuere, de haber vivido, ese alejamiento del mundo para hacer una nueva versión de la monumental obra de Murasaki habría sido indispensable, si tenemos en cuenta cómo trabajaba Morris. Por ejemplo, para verter al inglés La vida de una mujer amorosa, de Saikaku Ihara, comprobó palabra por palabra que no hubiera un solo término de su traducción que no estuviera en uso en el siglo XVIII. El interés de Morris por la cultura japonesa no se limitaba al mundo de los clásicos. Tradujo también obras modernas, entre las que destacan Fuegos en la planicie, de Ôka Shohei, El templo del pabellón dorado, de su amigo Yukio Mishima, y El viaje, una novela fundamental sobre el Japón de la inmediata posguerra, obra de Jiro Osaragi. Se interesó por el resurgir del nacionalismo y los movimientos de ultraderecha en la posguerra y tradujo numerosos textos de uno de los pensadores políticos japoneses más importantes, Masao Maruyama, que estudió las diferencias entre los dirigentes nazis y los japoneses y las características especiales del fascismo nipón. Fruto de los estudios de Morris en ese campo fue su libro El nacionalismo y la extrema derecha en Japón (1960). Tal vez su obra más importante, junto con la que el lector tiene en sus manos, sea La nobleza del fracaso: héroes trágicos de la historia de Japón, donde estudia las motivaciones de personajes como Saigo Takamori, un samurái del siglo XIX que se opuso al gobierno Meiji (recientemente Hollywood nos ha ofrecido

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una de sus peculiares versiones de la historia universal con una película basada en este personaje, El último samurái), o la psicología de los pilotos kamikazes en la Segunda Guerra Mundial. Hijo de madre sueca y padre norteamericano, Ivan Morris nació en 1925 en Inglaterra y se educó en escuelas francesas y británicas antes de ingresar en la Universidad de Harvard. Dominaba varios idiomas además del japonés, lengua en la que se doctoró por la prestigiosa SOAS de la Universidad de Londres. Trabajó en la BBC y en el Foreign Office y, en 1960, se integró en la Facultad de Lenguas Asiáticas de la Universidad de Columbia, Nueva York, de la que llegaría a ser presidente. Durante una época, colaboró también con Amnistía Internacional. El mundo del príncipe resplandeciente es el resultado de una investigación exhaustiva de todas las obras de la era Heian que se han conservado pese a los tremendos conflictos internos que convulsionaron a Japón desde el inicio del periodo de Kamakura, a fines del siglo XII, cuando la casta militar acabó con aquella sociedad de aristócratas refinados que preferían los sutiles placeres del arte a la pericia y la aventura guerreras, unos conflictos que se prolongarían hasta la era moderna. No se trata, pues, de una guía para que la lectura del Genji sea más provechosa, aunque, como es natural, esta obra, que es la cima indiscutible de la literatura clásica nipona, ocupe un lugar preponderante, sino de una visión de conjunto de todo el periodo. De este modo, proporciona al lector, tanto del Genji como del Libro de la almohada, el Diario de Sarashina y los demás diarios (nikki) todavía no traducidos al español, las claves para comprender mejor las motivaciones, los sentimientos y los actos de unos personajes de ficción y unos seres reales preservados (gracias al arte literario de unas mujeres excepcionales, y una vez que se ha logrado verter a la lengua moderna el idioma oscurecido por la acumulación de los siglos) con la misma nitidez con que podemos contemplar una hermosa libélula de una especie extinguida hace millones de años en su hermético estuche de ámbar. Jordi Fibla

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P R E FA C I O

DEL AUTOR

Este libro se dirige ante todo al lector general. Por ello la información sobre cuestiones de detalle se ha remitido a las notas, que pueden leerse pari passu con el texto o más adelante, o que incluso puede omitir por completo el lector más interesado en tener una impresión de conjunto del mundo de Genji que en conocer los detalles de las ceremonias anuales, por ejemplo, o las complejidades de los tabúes direccionales. Mi traducción del Libro de la almohada de Sei Shônagon contendrá una cantidad de detalles sobre el periodo mucho más considerable. Quisiera expresar mi agradecimiento al profesor Hans Bielenstein, al señor John Black, al doctor R. H. van Gulik, al profesor Yoghito Hakeda, al profesor Donald Keene y al profesor Burton Watson por leer determinados capítulos y hacerme sus valiosas sugerencias. También estoy agradecido al director de History Today por permitirme incluir tres pasajes que se publicaron por primera vez en esa revista, y al director de Orient-West por su permiso para incluir el pasaje que apareció por primera vez en esa publicación.

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Uno de los siete fragmentos del rollo de papel pintado que se conserva en el templo Ishiyama, cerca de Kyoto, que representa a Murasaki Shikibu. Periodo Muromachi (siglos XIV a XVI).


Escena del capĂ­tulo 40, La ley, de La historia de Genji. Obra de Tosa Mitsunori, de la celebre Escuela de Tosa, siglo XVII.



«Una seria reconstrucción erudita […] un libro que ha de encantar a cualquiera interesado en Japón.» O. Statler, New York Review of Books

«El libro de Ivan Morris es tan elegante como su tema.» Guy Wind, The Observer «Algunos libros, pocos, es verdad, pero algunos, pertenecen a un género propio, y éste es uno de ellos. […] No puedo pensar en otro trabajo académico que mejor pueda ajustarse al epíteto de “cautivador”.» Barbara Ruch (Universidad de Columbia)

Ivan Morris, reconocido ensayista, traductor y profesor de estudios japoneses, nació en Londres en 1925 y murió en Bolonia en 1978. Entre sus obras destacan Dictionary of Selected Forms in Classical Japanese Literature (1966), The Tale of Genji Scroll (1971) y The Nobility of Failure (1975). Además, tradujo a Sei Shonagon, Yukio Mishima y Dama Sarashina, y editó varias antologías.

PRÓLOGO Y TRADUCCIÓN: JORDI FIBLA


Memoria mundi

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