MARIA ESCRIBANO
2009-2012 Imagen de cubierta. Angeles San Jose
MARIA ESCRIBANO
ANGELES SAN JOSE
MARIA ESCRIBANO
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Que no sea sólo mía esta música no la deseo si es sólo para mi. Preciso la certeza de saber que el aire que acaricia mi rostro aquí y ahora, no me busca tan sólo a mi, y que las flores de cada primavera me comparten y no me olvidarán. Deseo que me traigan mensajes de otro tiempo de otros ojos mirándolas de otros dedos rozándolas en una tarde de cualquier abril. Deseo ser el rio que corta las montañas el viento que las mueve y el fuego que las yergue Deseo sentir el rio de mi sangre recorriendo el futuro y el pasado Y que el amor me saque de mi cuerpo. Y que el amor me rescate de la muerte.
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Primero fue el aullido después tal vez la risa y quien sabe si el canto. Luego fue la palabra enunciativa esto hombre, esto mujer, esto cielo, esto tierra, mil veces escuchada, mil veces repetida. Luego el pasmo ante el descubrimiento de que podían ser aladas las palabras, de que de algún modo había que llamar al prodigio que unía la boca y el oído y junto al nombre, hubo que imaginar los adjetivos. Y así, tras el cordero, el signo apresando el conjunto de corderos, el sol desapareciendo en el horizonte, el sol regresando de nuevo en la mañana, o la vasija rota, o el cazador herido, o el hijo muerto. Más tarde la sospecha, de que era el dios quien en verdad hablaba ¿Quién sino él podría poseer ese poder extraño de nombrar lo ausente?.
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¿Te tocó el dios o hablas con el resabio de otro tacto?. ¿Qué huella se quedó sobre tu piel?. ¿Habla el sonido o copia la palabra?.
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Cómo un rápido viaje cómo una escapada fugaz al origen del mundo cuando todo era uno, cuando el deseo era un solo deseo, el cuerpo como alma y el alma como cuerpo. Ese fue realmente el único secreto, de aquel vestido rojo, ( feliz el tintorero), que abriría las puertas del cielo y el infierno. Púrpura devolviendo luz de púrpura. Gracia, luz y tinieblas enlazadas en un solo color.
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Ilumina la ciudad con antorchas con faroles con luces de neĂłn. Cerca la oscuridad ponle puertas al campo pero siempre aĂąorarĂĄs la noche junto al rio.
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Apuntando hacia arriba cada árbol desafía la ley de la gravedad. Una fuerza aliada levantó las montañas. Quizá haya algo que conspira a favor de la eternidad.
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La belleza, ¿fracaso o indicio? Licor destilado de la melancolía, oscura adicción para desesperados, ¿o signo luminoso generoso regalo en el camino para cortos de vista?.
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Esa rama de jazmín que busca desesperadamente el sol de otoño o la rosa que ha conseguido sobrevivir al pulgón y me regala su geometría perfecta, mientras ciega, sumerjo la cabeza en el libro.
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Nace el cabello all铆 donde nuestra alma se cans贸 de seguir ascendiendo y, sobre el rostro, busc贸 refugio el animal que fuimos, como un pacto de amor entre el cielo y la tierra entre el 谩ngel y el demonio que nos conforman
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Más allá del instinto, brotaba la belleza a través de su herida de animal mutilado, de dios incompleto. Y vi como surgía cómo divina prótesis, como miembro fantasma, cómo unas alas nuevas, como invención enteramente humana, como audaz desafío a un injusto destino, como airada respuesta a una ancestral envidia, al castigo implacable del cielo y de la tierra.
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Algo me atrae de aquellos de mirada extraviada, que no saben nunca cuales son sus derechos. y pasan por el mundo no para sobrevivir, sino para desvivirse. Los conozco bien. Dilapidan un precioso equipaje, una inútil fortuna de furor y fulgor o derraman sobre nuestros pies ríos de perfume que alguna vez todos rechazamos. Cabe pensar que quizás pertenezcan a otra raza, que quizás sean aquellos mestizos de hombre y dios. de los que hablaban las viejas historias.
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Si hoy volviera a encontrarle caminaría junto a él de nuevo, le contaría las mismas historias, le besaría de la misma forma, y hasta es posible que llevara el mismo vestido de entonces, Algo me dice que existen incesantes relojes ocultos funcionando al unísono.
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En algún lugar dentro del hombre que me abraza está su mandíbula. Mientras las puntas de sus dedos miran todo mi cuerpo, en mi memoria sigue esa mandíbula y súbitamente, se hace real sobre mi.
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Dejar que las manos escruten todos mis secretos y hagan caer todas mis defensas. Manos llenas de amor y de muerte, asĂ las siento, mientras cierro los ojos y me rindo. Juego a todas Nunca sabrĂŠ si ganarĂŠ con ello.
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Siempre ocurre inesperadamente que un buen dĂa se entienden, se ven con claridad lugares comunes. Por ejemplo , que morir y hacer el amor son dos cosas iguales que es lo mismo.
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De vez en cuando rebusco entre mis vestidos viejos que son en realidad mis vestidos jóvenes. Si me pongo alguno de ellos parezco disfrazada. Y no sólo porque me queden un poco estrechos, sólo un poco. ni porque estén pasados de moda. Alguien más joven si que podría ponérselos. Pero, ¿cómo disfrazarse de uno mismo?.
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El final de una casa, de un fragmento de vida. Algunas fotos desesperadamente adheridas al suelo como reos de muerte, y en las paredes las huellas fantasmales de los cuadros. Vacías las estancias una a una van acogiendo otro sonido y otra luz, ajenos ya a nosotros, nunca más nosotros. Cae la tarde y entonces antes de cerrar para siempre la puerta, mirar por la ventana y despedirse también de aquel trozo de cielo para que siempre quede en la memoria el símbolo, la bandada de pájaros pasando en el instante preciso volando en armonía, disciplinadamente, una vez más hacia el norte.
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Ahora que por fin están empezando a caer las hojas todo va sucediendo según el programa establecido. Nada puede detenerlo. Todo sucede ante mi puntualmente tal como lo imaginaba. ¿De que nos asombramos?. ¿De que lo que llamamos azar o milagro no sea más que la confirmación de lo que ya sabíamos cómo si fuera demasiado evidente aceptarlo?. Sólo es preciso abrir los ojos a los indicios donde están escritos los signos primigenios. Alguien se empeñó en convencernos de que pueden buscarse otras combinatorias, pero por mucho que me esfuerzo en evitarlo, mi coche siempre tropieza con la misma columna del parquin y me enamoro siempre de hombres como él.
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Así que era cierto. Cuando miraba esa calle desierta sobre la que tendría que ver caer año tras año las hojas de los árboles algo esperaba, algo vislumbraba, en los pequeños retazos de sol que se colaban entre las ramas. Estuve atenta, por algo estaba allí , y descubrí que eran realmente un indicio igual que ahora sé, que definitivamente ha concluido el otoño y que pronto empezará un invierno sin final. Así que no quiero olvidar nada. Instante por instante quiero recordar cada paso, cada gesto, cada susurro. Que no se borre nunca de mi memoria el suave terciopelo del sofá los pequeños objetos sobre la mesa o la torre iluminada en medio de la noche. Ahora se porqué sabía que no podía dormirme que debía permanecer toda la noche alerta temblando estremecida dándome cuenta de lo que estaba sucediendo.
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Yo fui una vez un ángel de verdad un ángel sin pasado ni futuro jugando en una plaza al anochecer de un día de verano. De aquella tarde conservo la certeza, de que allí me fue dado presenciar el nacimiento y la muerte de las cosas y de que más tarde no he conocido sino oscuridad.
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Š De los textos Maria Escribano mariaescribanog@gmail.com Š De las fotografias. Angeles San Jose. VEGAP www.angelessanjose.net angeles.sanjose@gmail.com
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