Prólogo
La primera vez que escuché el nombre de Ricardo J. Bermúdez fue cuando inicié la carrera de arquitectura en 1999. En ese entonces yo con 17 años empezaba este largo recorrido y en una de las tantas charlas que comparto con mi padre -también arquitecto- él me hablaba de su experiencia cuando fue estudiante en los años 70, en esa misma facultad, de la Universidad de Panamá. Me decía lo difícil que eran los profesores, no malos, sino difíciles porque todos eran muy buenos; René Brenes, Guillermo Trujillo, Guillermo de Roux, Samuel Gutiérrez y por supuesto Ricardo Bermúdez. Al hablar de los buenos que eran, no solo se refería a su trabajo como arquitectos, sino también como personas con unos ideales muy claros. El mayor legado que pudo recibir un estudiante de Bermúdez fue el compromiso con la ética en la arquitectura. Algo que se ha perdido. A muchos solo les motiva el dinero y las ansias de figurar como estrellas de cine. No les interesa ni lo ético, ni lo estético, ni lo técnico. Son títeres del mercado y de los intereses privados, escudándose bajo la frase “está mal, pero la norma me lo permite”. Hoy se presenta este documento de investigación, no como una monografía, sino como un llamado de atención a futuras generaciones para que nuestra arquitectura vuelva a ser honesta. Que volvamos a pensarla colectivamente. Que responda a nuestro entorno...el tropical.
Jóse Isturaín T. Ciudad de Panamá, Junio 2015.
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