5 minute read

Arte, Tinta y Piel

Comenzaba el año 2000, era finales de enero, lo recuerdo bien, señala Carlos, un joven de 17 años a punto de cumplir los 18 -los hacía en marzo de ese mismo año- cuando decidió realizarse su primer tatuaje. Fue en Madrid, concretamente en Factory Tattoo de la calle Montera, cerca de Gran Vía. Ese día, festivo en su localidad, decide junto a su padre y su prima ir de compras a la capital, lo típico, algo de ropa y unos discos en la desaparecida Madrid Rock de Gran Vía que por aquel entonces era el no va más en música donde encontrabas todo lo que quisieras.

Una vez en la capital, y ya con el coche aparcado, Carlos le dijo a su padre que iba a hacerse un tatuaje, pues este no sabía nada. ¿Cómo? le respondió su padre con cara de asombro. Pues eso, que tengo cita para hacerme un tatuaje, le indicó Carlos. Para paliar la situación tensa de miradas, su prima -que si sabía a lo que iba Carlos y que ya se había hecho algún que otro tatuaje- le comentó a su tío que no era para tanto, que no pasaba nada porque se hiciera un pequeño tatuaje. Bueno, haz lo que quieras -respondió el padre- pero lo pagaras con tu dinero ¿no? Sí, claro, asintió Carlos.

Advertisement

Carlos, ilusionado por tatuarse la piel por primera vez, bajó junto a su prima la calle Montera hasta llegar al estudio de tatuajes. Allí, se puso a seleccionar entre el amplio catálogo de dibujos con los que contaba el estudio. Le gustaban todos y no sabía que tatuarse, ya que tampoco llevaba una idea ni un dibujo predefinido, él solamente quería tatuarse algo, sentir las agujas en su cuerpo y llevar algo que sería de por vida.

Entre tantos diseños se decidió por uno, le gustó, no tenía un significado concreto, simplemente le llamó la atención. Comenzó a ponerse nervioso, una sensación que no había tenido hasta ese momento. Mientras tanto, su prima le tranquilizaba. Tras unos minutos de espera llegó la hora, lo llamaron, estaba algo más tranquilo, pero le duró poco. Su prima que le acompañaba no pudo entrar con él, eran las normas del establecimiento.

Carlos entró y se sentó en una silla, de espaldas al tatuador, quería que su primer tatuaje fuera en el omoplato derecho, una parte del cuerpo muy común en aquella época para hacerse un tatuaje.

El tatuador, muy amable y cercano, le manifestó que no se preocupara y que si se sentía mal o sentía mucho dolor se lo dijera. Entonces, Carlos, asombrado le preguntó, “¿pero duele mucho?” A lo que el tatuador le respondió: “No es dolor, es como un runrún un poco molesto, pero se aguanta bien”.

Al lío, señaló el tatuador, y comenzó el sonido vibrante de la aguja a plasmarse en los oídos y la piel de Carlos. Su primera impresión fue buena, no le dolía tanto como él pensaba, aunque tras varios minutos comenzó a sentirse molesto por esa sensación de zumbido constante en el tejido de su piel, de hecho, a los 15 o 20 minutos comenzó a marearse. Se lo dijo al tatuador y este paró de inmediato. “No te preocupes, toma un poco de agua y túmbate en la camilla, lo terminaremos estando tumbado que estarás más relajado”, le señaló el tatuador.

Tras un par de minutos, y ya tumbado en la camilla, el tatuador prosiguió con su faena. Carlos, aún con esa molestia constante que sentía ya no se mareaba. Pero pasaban los minutos y volvía a hacérsele pesado ese zumbido, los lagrimones se le caían y cada vez aguantaba menos esa sensación de malestar. De vez en cuando le preguntaba al tatuador, ¿queda mucho? Y este le respondía, “ya queda poco”. Pero seguía y seguía y no parecía llegar a su fin. El dolor que sentía Carlos era, no insoportable, pero si algo angustioso.

En esos momentos, cuando ya quedaba menos para finalizar, lo único que se le pasaba por la cabeza a Carlos era la de no volver a hacerse ningún tatuaje más. “¿Vas bien?” le decía el tatuador, a lo que Carlos le respondió, “Sí, aunque se me está haciendo muy pesado, ¿cuánto queda?”… “Unos diez minutos” le respondió. Diez minutos que a Carlos se le hicieron eternos, de hecho, él sabía que el tatuador le había engañado para que se relajase, ya que fueron muchos más de diez minutos.

Y llegó el tan esperado “¡Ya está!”, Carlos no vio su propia cara en ese momento, pero recuerda que fue de liberación absoluta. Tras esa liberación y ver como había quedado su primer tatuaje, tenía una sensación muy satisfactoria, de emoción y de alegría a la vez. Ya tenía su primer tatuaje, y aunque en esos momentos incomodos mientras se lo estaba haciendo su pensamiento era el de no hacerse ninguno más, cambió por completo instantes después. Tenía ganas de volver a repetir. “Cuando pruebas la tinta por primera vez, no sé qué tiene, que quieres volver a tatuarte otra vez”, señala Carlos.

Y vaya que si repitió. No sabe muy bien porque, pero tras ese primer tatuaje ya no pudo parar, el siguiente fue el costado izquierdo, luego en la pierna, después en el brazo, en el pecho, en la mano, en el cuello… y así hasta llegar a tener prácticamente tatuajes por todo su cuerpo.

Hacerse un tatuaje le hace feliz, aunque sienta algo de dolor, porque la satisfacción que siente cuando se lo ha hecho es inmensa. Desde entonces no ha parado y no hay mes que no se tatué algo en su piel.

Los tatuajes (tattoos), un mundo que está en auge.El mundo del tatuaje ha vivido un crecimiento vertiginoso en los últimos años. Personajes públicos como deportistas, artistas del ámbito musical y del cine o las redes sociales lo han convertido en un fenómeno global. En España, los primeros estudios surgieron en la década de los años 80, y aunque llegaron un poco tarde -ya que en otros países existían estudios desde hace décadas-, no ha parado de crecer, contando en la actualidad con unos 3.000 estudios en todo nuestro país. El tatuaje no es una moda, es cultura.

Juan Tabasco es un reconocido tatuador que estudió en la Escuela de Bellas Artes de Pedro Almodóvar de Ciudad Real y que pronto encontró la vocación por este mundo. Su primer contacto con el mundo de los tattoos fue como usuario, un cliente más que quiso tatuarse. Le llamó mucho la atención y comenzó a formarse en la Escuela de Oficial de Maestros Tatuadores y Piercings de Madrid, en diferentes estudios de Madrid y realizando diversos cursos y seminarios. En el año 2014 decidió poner en marcha su propio estudio “Juan Tabasco Tattooer” en Ciudad Real.

La primera pregunta que nos viene a la cabeza es: ¿Qué debe tener un tatuador para ser bueno? Lo primordial es tener una alta vocación por este mundo del tatuaje, señala Tabasco. “El estar muy pendiente de las nuevas tendencias y las nuevas técnicas, tener conceptos sobre dibujo, tener algún tipo de formación que le ayude a desarrollar su estilo, sobre todo para ser creativo, y una gran capacidad de sacrificio, de esfuerzo, de rendimiento y de mucha empatía con la gente para interpretar muy bien lo que esa persona quiere llevar en su piel”.

This article is from: