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Los sonidos del silencio

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La mujer del tren

La mujer del tren

Por PAZ HIDALGO

Chispea arañando los cristales de la ventana. El suelo de la calle brilla a la luz de las farolas y el vaho que sale de la boca de la mujer dificulta su visión. Con la mano, que luego se limpia en un chal gris desteñido como su pelo, trata de impedirlo. Ensimismada un tiempo termina por abandonar el intento. “¡CONFINADOS!”. Afirma con la cabeza un par de veces y corre la cortina con decisión. Se vuelve mientras el ruido de la lluvia continúa.

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En principio se mueve con soltura. Va sacando con parsimonia las prendas de abrigo guardadas debajo de una cama abultada que huele a naftalina.

Luego tiene que auparse para encajar cada percha en la barra del armario de otro espacioso dormitorio con cama de matrimonio. Va colgando una tras otra. Está de puntillas, a punto de alcanzarla, cuando suelta de golpe aquel vestido turquesa que, desde sus bodas de plata, la había adornado en bodas, bautizos y comuniones, aquel al que sus hijos llamaban “¡¿Otra vez mamá?!”.

Suena como el pistoletazo de salida para correr la maratón en Juegos Olímpicos. Suena como el relámpago que anuncia el trueno inminente. Suena… a resbalón de vieja que deja escapar un “!Dios mío!” de socorro al pisarlo para conseguir alcanzar el móvil, que desde encima de la cama, donde ella acaba por caer, la avisa de la entrada de un ‘wasap’.

Se agarra como puede. Lleva la misma dirección que aquel que con el salto había estampado su floreado contra el suelo. Por un instante cierra los ojos y levanta los hombros. Las manos le tiemblan hasta conseguir sentarse en el sillón orejero que tiene a los pies de la cama. Abre la tapa y con el dedo tantea hasta silenciarlo. Luego se frota con gesto dolorido una rodilla. Respira profundo y se pasa la mano por la frente. El reloj despertador de la mesilla marca las doce de la noche.

Del fondo del pasillo llegan ruidos de caballos al galope, mugidos de reses en estampida y disparos

secos mezclados con voces aguardentosas. Ella embobada, como niña ante misal el día de su comunión, contempla el móvil. La pantalla iluminada sostenida por su pulgar deja ver pequeños círculos con rostros sonrientes, paisajes idílicos, mares con puestas de sol incluidas, flores, un Resucitado, una Virgen y hasta las tapias de un cementerio. Son coloreados imanes adheridos a su falso cristalino.

Sonríe mientras va deslizando el dedo como ala de mariposa por la superficie. Lo acaricia con insistencia de adolescente.

De pronto se levanta. Echa mano entonces a los riñones mientras hace gimnasia con las cervicales. Se endereza. Arrastra con el pie el vestido, que de la patada queda hecho un gurruño y rebusca hasta encontrar las gafas. Coge el reloj despertador y hurga en él unos instantes. Se le resiste. Luego vuelve a sentarse con el móvil.

¡Una mano como atril y un dedo por pluma entran en escena!

El reloj marca ahora las once de la noche y los caballos siguen relinchando.

Vuelve con el tanteo con la ayuda del dedo índice hasta que opta por pulsar donde un bebé sonríe.

–Buenas, madre, ¿qué tal el día?”

–Normal, hijo, ¡ya sabes! Confinados ya estábamos antes y ahora encima preocupados. La vecina que vino a preguntar por papá lo hizo con toda su buena intención y una que está necesitada de compañía… La verdad es que nos entretuvimos con la charla. Yo sí llevaba mascarilla pero me dio apuro decirle nada a ella. Al cuidador le dije que de momento no venga. Ya nos arreglaremos.

–Lo sé. ¿Tenéis algún síntoma?”

–Cansancio, como siempre. Papá a veces no se da cuenta de su situación de dependencia. Es duro”. –¡Lo sé también”. Paciencia y verás como la prueba da negativo.”

–¿Y mis niños? Dos o tres veces he cogido al chico. Ellos son lo importante, pero tengo unas ganas de hacerle mimos…”.

–Ánimo, mañana te cuento.”

El dedo ahora titubea y como pescador que echa el anzuelo pulsa uno, otro y otro icono. Menea la cabeza. Devuelve los mensajes a la papelera del móvil que se oscurece. Uno, dos, tres, cuatro… Los toques se suceden. Por fin se arrellana en el sillón. No levanta la mirada, sonríe o incluso agranda la imagen.

De pronto cierra los ojos “Los sonidos del silencio” la envuelven. Cuando acaba la música pincha el audio.

—Muchas gracias. Ha sido mágico. Buenas noches —dice ella en voz alta.

—¿Con quién hablas todas las noches cuando crees que no te oigo? Con tu amante, ¿verdad? —se oye al fondo del pasillo.

Entonces se levanta y sale a prisa. Se acerca a una cama con barandillas que parece ser su objetivo. Va estirando el revuelto edredón mientras murmura como cantando. Un ronquido se impone al disparo de una Colt 45. Apaga la televisión y ya en su cuarto de nuevo se dispone a acostarse.

Sentada en la cama cierra el móvil al que coloca junto al reloj. Apaga la lámpara de la mesilla. Una rendija de luz sale de entre la oscuridad.

“Todavía me quiere”. 

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