Desde donde guardo una mirada

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DESDE DONDE GUARDO UNA MIRADA Mariano Lizcano Ramos


Primera edici贸n: Junio 2015 Maquetaci贸n realizada gratuitamente por: D.L. TO 800-2015 Editado y publicado:


Mariano Lizcano Ramos Mariano Lizcano Ramos, nace en Alcázar de San Juan donde vive actualmente y donde ha desarrollado tanto su vida laboral como literaria. Desde siempre sintió verdadera pasión por la poesía, participando en numerosos recitales, así como pregonando festejos tanto en Alcázar de San Juan, como en otras localidades. Hacia el año 1995 formó, con otros ocho poetas y pintores, el grupo literario “Záncara” y la revista literaria “La Veleta del Sastre”. Por aquel entonces ganó el primer premio en el Trascacho de Valdepeñas, con su poema al vino Cencibel, lo que después dio lugar a su poemario: “Cuando el vino se me antoja eternidad”. Después ha vuelto a ganar el Símbolo Vino Nuevo y el de Jaraíz. Tiene otros premios en Toledo, Alcázar, Brunete y Miguel Esteban. A partir de aquí, su relación con el mundo de la literatura fue más intensa, colaborando en numerosas publicaciones y dando lugar a su segundo libro de poemas: “…y me hice mosto y llanura hasta encontrarte”. En el año 1998 el Ayuntamiento de Alcázar de San Juan le concedió el título de “Artista del Año” por su poemario: “Cuando el vino se me antoja eternidad”. Otro poemario publicado es: “Desconsolado Verbo”. Ha colaborado en el homenaje a Juan Ramón Jiménez en el Ateneo de Sevilla y en diferentes medios de comunicación, así como en numerosas publicaciones literarias en compañía de otros escritores. Es miembro de La Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha.


Es socio fundador del Ateneo de Alcázar de San Juan, siendo su presidente durante cuatro años. A través del “Ateneo”, participa en: Conferencias, Encuentros con el Autor y su Obra, Mesas Redondas etc. Así como Veinticuatro horas Ininterrumpidas e Itinerantes de lectura de poesía, actividad con la que se da a conocer la literatura de nuestra región a otras regiones españolas. Con el título de: “Romancero Quijano”, tiene publicado por la Diputación de Ciudad Real, el Quijote en verso, con un total de 37.000 versos y 1.200 páginas. En el 2012 el Ayuntamiento de El Toboso lo nombró: “Cervantista y Quijote Soñador” por su colaboración en las Jornada Cervantinas con dicho libro. Este año 2015, con el ganador de La Lámpara Minera, Ricardo Fernández del Moral, ha montado un espectáculo flamenco titulado: “Quijote y Olé”. En la primavera pasada publicó su último libro titulado: “Las Tres Gracias”. En colaboración con el pintor “Mugarba”, autor de las ilustraciones y el profesor del conservatorio de música, José Carlos Bravo, creador de la música que se acompaña en un CD. Tiene otros dos poemarios inéditos esperando ver la luz.


DESDE DONDE GUARDO UNA MIRADA Mariano Lizcano Ramos

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Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piadosos, más bellos parecéis a aquel que os mira, no me miréis con ira porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ya que así me miráis, miradme al menos. Gutierre de Cetina


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Aquel río fue testigo

de un primigenio beso. El río era perfume silencioso que mojaba la vida. Espejo de agua cristalina donde vibraba su rostro, adornado de sierpes, en un ahogado suspiro sin retorno. El sol era como una espada que atravesaba la fronda, y yo, entrecortada palabra, un deseo que temblaba por la hierba soñando besos. Todo era acelerado latir del corazón, incontrolado deseo, olorosa angustia que se mojaba en las aguas de aquel río. La mariposa inquieta de su cuerpo electrizaba mi carne, y era el silencio un cómplice maldito que devoraba el pálpito. Después, los ojos se encontraron en un diálogo sin palabras, y un embrujo clandestino dejó la miel en la rosada carne de los labios.

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El tiempo fue dejando versos

en el cáliz esponjoso del abismo como un rosario de palabras escondidas en la gruta perversa de los labios. Pero yo, vuelvo al rito, al espacio inmenso de la tierra, donde me hundo, a veces, respirando palpitaciones sordas, que se escapan de las vísceras amargas ocultas en un esqueleto no demasiado perfecto. Hay veces que perdemos el abrazo entre las manos y vemos como se escapa el lirio, cortado a destiempo, en el clamor oscuro de la tormenta sin que sepamos abrazar la dicha. Los días se irán comiendo la distancia y nos quedaremos blandos, como relojes dalinianos, encorvados en la acera misma de los años. Hoy tengo la historia a flor de piel y me lloran recuerdos, como lluvia ácida, en el frío rebozo de la encina, pero no se comieron los días mis células cansadas, y estos ojos, nítido espejo del sol y de la lluvia, aún devoran la flor y la hermosura, esperando el beso de la bienamada. 9


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Cuando la soledad,

hermana del olvido, se pierde en el rojo plomizo de la tarde, busco sus ojos, para no sentir la noche que me asusta cuando juega con el sol al escondite. Es pardo y sereno el mantel donde bostezo, donde engaño al cansancio y le saco luz a mis neuronas, latigazos de asombro en un camino sin retorno. Mientras tanto, reposo la pereza, compañera en la reguera donde mojo la pluma y estiro la mirada para que me riegue la memoria en un parto de palabras que no quieren conocer la luz. No es necesaria la flor para percibir fragante su perfume, ni tampoco sus ojos para sentir el brillo de su océano, mudos testigos de un pasado codicioso, que bebieron el cáliz amargo y dulce de la vida. Todo está en mi regazo, en la paralela dimensión de mi sangre, en el pozo infinito que consuela los años y me hace sentir, que a veces, es posible la primavera en el invierno.

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Otra vez vuelvo

a la desolación de la noche, al silencio que ocultan las estrellas para llorar, sin lágrimas, el calvario de deshojar el sentimiento, de acechar al corazón para robarle un ápice de luz, luz que acaba soñando madrugadas. Insomnio peregrino de un amor que despierta al alba buscando los abrazos perdidos. Han muerto los gritos y duermen pálidos de luna en esta soledad que hiere la conciencia. La noche me llenó de oscura tinta esperando el abrazo con papeles blancos y plumas portadoras de emociones. Miedosas palabras que se escapan por ese túnel negro de la noche; esta noche mágica y sublime que me llena de versos. Sueños escondidos en el cofre amoroso del recuerdo. La oscuridad juega conmigo y me presta deseos que mueren con la luz, pero me arrancan la sonrisa y me ponen el beso en los dormidos labios del amor.

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Este cuerpo mĂ­o,

que camina desnudo de frescura buscando la maĂąana, alimento de luz que rompe soledades, llora su cansancio en el tormentoso vivir de cada dĂ­a. La claridad es como sus ojos, mar infinito que destruye mi rumbo perdido en la muchedumbre que ignoro a mi lado. Hay un charco de lluvia que refleja su rostro; beso en el amanecer de la esperanza. Este caminar que marca mi destino, me lleva hasta su lado. Hay un perfume en el aire, sendero clandestino, deseoso de besos y de abrazos, y yo, esclavo del hechizo, soy como un mar de nubes perdido en la tormenta.

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Quiero hacerle un collar infinito

con mis palabras. Arco iris de lluvia, diadema de luz que alumbre sus cabellos. Pl谩cido sendero de sirena, deja que cruce el mar de mi llanura por la dura ansiedad de este amor pordiosero. Esta llanura sin fin que me arrastra por caminos polvorientos, donde mi coraz贸n se pierde por sus ojos en una hermosa soledad. Soy como un despojo en este abismo de silencio que se columpia en el abrazo de un Helios victorioso, sudoroso y expectante, esperando el beso del amor. Un perro vagabundo, me mira con sorpresa, no entiende mi peregrino andar en este sendero sin huellas, donde mis pies cansados van molestando el polvo del camino, rancio perfume que llora en la cama del olvido.

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Quiero entrar a robar

como un villano ese tesoro oculto en su morada, como un vulgar ladrón de temporada, para luego, más tarde o más temprano, ser prisionero en cárcel alumbrada, por ser sus ojos luz, que de antemano, me iluminan la celda, pues no en vano llevan la claridad en la mirada. Subsisto enamorado de su aroma, alimento del alma más austero. Ignoro si es perjudicial o es sano este gran amor mío que se asoma, al pozo donde vivo y donde muero, maravilla sin par del ser humano.

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Un rugido infernal

es mi palabra. Lamento pordiosero en el vacío. Canto de soledad, triste rocío. Grito pasional que nunca calla. Paso a paso, sin más, sola se labra, un mundo ficticio, un poderío que me lleva hasta el mar, inmenso río, donde desaparece desolada. Va buscando sus ojos en la noche, torre de catedral para mi rezo, balsa que glorifica mi naufragio. Paciencia en el sendero del reproche donde me reconvierto y desperezo y espero el alimento de su labio.

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La tengo aquí,

sujeta a mi memoria, cruzando el infinito, sol y vida, como lluvia del cielo que escondida acompaña la carne de mi historia, y siempre su mirar me sabe a gloria, perfume de una flor agradecida que tengo por el cuerpo repartida. Fuerza en el corazón, pudor, euforia. Como un rastrojo que mi mente labra, el brillo de sus ojos me atormenta, me arrastra por los sueños, me emociona, me arranca de los labios la palabra, un rosario que rezo cuenta a cuenta, para adornar su frente sin corona.

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Hay un sol vivo

que alumbra su mirada, que viene entre la música escondido para que yo la mire. Salgo herido de amor en esta mágica velada. Todo es música en ella, ya no hay nada que me aparte del don de su sonido. Nunca tendré jamás lo que he tenido tan cerca de mis manos, tan amada. Quiero robar la música en sus ojos para dar claridad a mi tristeza, para encontrar la luz, la sinfonía, y arrojar al vacío mis despojos. Recoger en sus notas mi entereza, para vivir en silencio su armonía.

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Llueve sobre su piel mi palabra,

como una muchedumbre miserable que desnuda su cuerpo, que grita por el fresco suspiro de la tarde. Un reguero de besos clandestinos van hiriendo las venas de mi sangre. sus ojos, oscura claridad donde la noche duerme, se cierran con el aire, y yo, viento de suspiro, me muevo en este espacio, tranquilo de la noche, sintiéndome culpable. Soy como una sombra en manos de la angustia que quiere condenarme a vivir sin descanso hasta la muerte, contemplando sus ojos, que al mirarme, son como un crepúsculo en flor del horizonte. Un amoroso temblor me dice que me calle, que vuelva a contemplarla en el silencio, a compartir mi soledad infame con el oscuro rostro de la noche, bajo un cielo sin luna, como lobo perdido sin ropaje. Este velero sin mar, que navega sin rumbo por el árido espejo del paisaje, terminará amarrado a su destino, sin espuma, sin mar, sin oleaje.

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No dejaré

que llueva por su cuerpo polvo negro cuando su cielo se rompa, porque yo estaré con ella acariciando la brizna de su pelo. Sus ojos serán espejos en la noche, apagada pasión, luz emocionada, consuelo de mi corazón que se arropará con su ternura. Yo veré un enorme camino en la ventana gris de sus pupilas. Deslizaré mi mano por su pecho buscando un pétalo escondido. La noche será un suspiro de recuerdos y escribiré en el aire nuestra vida con la pluma de sus labios. Su cuerpo será regazo de mis canas y hablará el amor en el silencio.

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