REFLEXIONES EN TORNO A LA EDUCACIÓN MÉDICA
ENRIQUE AGUIRRE HUACUJA
“El espejismo de eso que llamamos libertad es, en un individuo, la medida en que capitaliza sus diferencias ó desarrolla sus potencialidades de capitalizar sus diferencias”.
INTRODUCCION
El presente documento representa un breve repaso que, a través de la reflexión, se hace respecto a la educación médica a partir de lo que es la formación y la práctica médica, la desacralización actual de su interpretación, con el planteamiento de los griegos, que iba desde una mera
clasificación
taxonómica,
meramente
analógica
con
la
matemática, hasta la interpretación de que la enfermedad era un castigo divino ó la consecuencia de haber atentado contra las “reglas
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del juego” establecidas por Dios o los dioses, en un genuino intento del ser humano por encontrar explicaciones mas acordes con la satisfacción de sus necesidades de respuesta para entender la naturaleza que lo rodeaba, incluido el Cosmos con su séquito y sus secuencias de fenómenos, pero, sobre todo, entenderse a sí mismo, entender el sentido de su existencia, el por qué de su vida y el por qué de su muerte.
El ser humano es, demostrable hasta este momento, el único ser viviente que tiene conciencia de la muerte, tratar de resolver el misterio de la vida y de la muerte generó el desarrollo de cerebro. Asimismo estas reflexiones epistemológicas se unen con las que se despiertan al repasar las condiciones y las circunstancias que dieron pie al fincamiento de la clínica con una base científica y, finalmente, al sorprendente hallazgo de que detrás de toda educación hay una imposición, hay un sometimiento, hay un ejercicio del poder, que lo mismo se da en la acción pedagógica que en la relación médico paciente. Podemos entender que todo ello es el resultado de la socialización y del juego de fuerzas que necesariamente aparece en la interacción humana, pero también proviene de la inquietud del ser humano por entenderse y entender lo que le rodea.
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En ese afán, en esa
inquietud de explicarse lo que él es y su
contexto, el ser humano tuvo el propósito, la intención de abarcarlo todo y al hacerlo y preservar esas explicaciones creó, como consecuencia, saber, conocimiento.
REFLEXIONES Dentro de las variadas explicaciones, que fueron muchas y muy diversas dependiendo del sitio, las culturas, los tiempos, encontramos un común denominador, el mito, cuyo tiempo es circular, es decir, los fenómenos
reiterativamente
presentan
una
secuencia
cíclica
fácilmente predecible para aquellos que detentaban el saber, pero difícilmente accesible para los legos.
Otra vertiente para basar las explicaciones necesarias fue a través de la clasificación, las clasificaciones que les daban a los seres, dependiendo de sus características particulares y del lugar que ocupaban en un determinado orden acorde con las mismas. Estamos hablando de taxonomía. En Grecia aquellos que se reservaban el privilegio de pensar, de crear explicaciones, de construir los saberes y el conocimiento se les denominaba filósofos (amantes de la sabiduría), a diferencia de
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aquellos cuyo quehacer estaba enfocado exclusivamente a las cosas manuales, las cosas mecánicas, a éstos se les denominaba technitai. En esas épocas helénicas, cinco siglos antes de lo que se reconoce como nuestra era, los médicos eran precisamente technitai. El salto del mito a la interpretación más próxima a la realidad, tuvo varias aportaciones, una de ellas fue la de los pitagóricos con su propuesta de explicación matemática, es decir, a través de relaciones y proporciones. Otra propuesta fue la de Anaxágoras con su planteamiento de basar la explicación en datos experimentales, por ejemplo
a
través
de
la
disección
de
animales
sacrificados
específicamente con ese fin. El animal matado. Matar (al animal) para conocer. Lo anterior se refleja con más precisión con Parménides quien con su posición contribuye a desacralizar las explicaciones respecto a los fenómenos vitales y mortales que rodean nuestra existencia. Llevar a los términos explicativos sólo aquello que descubre nuestra mirada, rescatar lo visible para aproximarse a la comprensión paulatina del todo, ya que lo visto y sólo lo visto puede ser explicado y lo explicado, lo hablado, lo que se halla expreso en el lenguaje es lo único que le da sentido y razón al ser a la existencia. El ser adviene en el lenguaje
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pero el todo no está en el lenguaje, ya que el lenguaje no puede capturar al todo.
Aristóteles al aportar la neutralización, utiliza lo fenomenológico y la aplicación neutra con el artículo “lo”, unifica las dos posiciones aparentemente antagonistas e impulsa el método analítico. Se establece entonces una ordenación diarética, es decir, el orden a través de los modos de ser. El todo es igual a la substancia, la parte es la relación entre los elementos del todo. Por otro lado, y hablando precisamente de posiciones y de la relación que existe entre las diferentes posiciones, en el caso de los individuos, de las personas. Recordemos que persona quiere decir máscara, un personaje es aquel que desempeña un cierto papel en el teatro, es decir, asume un rol, aquellos que no asumen su rol fácilmente caen en estrés. El comentario anterior tiene que ver con el juego de fuerzas que se da entre quienes detentan el poder y quienes son los afectados por ese poder, aunque cabría pensar que también los poderosos podrían ser afectados y son afectados por el poder que ejercen. Llama mucho la atención que del nacimiento de la racionalidad científica, siglo V antes de Cristo, al nacimiento de la clínica científica,
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ocurrido entre los siglos XVIII a XIX haya pasado tanto tiempo, ¿por qué sucedió así?, ¿Qué hubo para tener esta resultante? La respuesta más inmediata es debido a la presencia de la Iglesia Católica cuyos efectos rebasan incluso la obscura Edad Media. Se pueden descubrir relaciones interesantes, la existente entre la cosa y el objeto y la correspondiente al significante y el significado. La cosa existe, el objeto se construye, y este constructo para que el objeto sea, sólo podrá ser logrado por el fenómeno del lenguaje. El objeto se circunscribe y forma la realidad humana, la cosa es la realidad “a secas”, una misma cosa puede ser múltiples objetos dependiendo de quien lo mire, dependiendo de la mirada, si no está presente la mirada simplemente es cosa. Se podría extrapolar lo anterior al significado y el significante, el significante podría ser la cosa que al imprimirle el significado pasa ya a ser objeto de interés o de estudio. De lo anterior resalta que el otro (interlocutor) tiene el poder de la significación, así como uno tiene el poder de construir sus propios objetos, y, si se recapacita en el enorme potencial de objetos por construir, de discernir, de inventar y de hablarlos, recordamos lo que dice Foucault “. Lo que cuenta en los pensamientos de los hombres no es tanto lo que han pensado, sino lo no pensado”.
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Un camino asequible para descubrir el por qué un objeto es, sería buscando la intención que hubo detrás de su ejecución; asimismo debemos tener muy clara nuestra intención que perseguimos cuando deseamos construir un objeto. Entre las palabras y las cosas se traba una alianza que hace ver y decir. Entre lo que se muestra y lo que se oculta está el decir. Qué provocativos resultan los conceptos anteriores, porque estimulan la reflexión para tratar de relacionar lo no pensado con lo no dicho y a su vez con lo no visto. Es decir, que lo no visto nunca podrá ser dicho y si no puede ser dicho quizá nunca pueda ser pensado y, si no puede ser dicho ni pensado, seguramente nunca podrá existir para la realidad humana. Lo anterior trae como consecuencia mencionar, decir que, lo que veo es, porque lo conozco, porque lo sé, aunque hay que diferenciar conocimiento de saber, el saber está hecho de conocimiento, pero el conocimiento no está hecho de saber. Conocer es alumbrar, es parir, un mundo, un universo. Al nacer la clínica en su acepción moderna se retoma el atractivo por la taxonomía pero ahora aplicado a las enfermedades, cómo se distribuyen, qué configuración tienen, qué similitudes comparten, cuál es su parentesco, cuáles son sus afinidades o diferencias lógicas, estas clasificaciones generaron una teoría que a su vez sustentaba y
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se corroboraba en la práctica; desde entonces el binomio teoría práctica ha ocupado y preocupado a los educadores médicos y ha sido motivo de acercamiento, distanciamiento, polémica, retórica, disenso y consenso sin que hasta la fecha exista un acuerdo universal al respecto, sin embargo en eso radica la riqueza de la educación médica en donde lo que nos debe importar son los fines que se persiguen con ella, independientemente de los medios o los caminos que tengan que recorrerse para alcanzarlos. En esta interacción de la teoría y la práctica también se puede encontrar una extrapolación del significado y el significante, se podría decir que la anatomía es el significante cuyo significado es la fisiología, es decir que la teoría de la anatomía es la fisiología. La teoría de la fisiología es la bioquímica. La teoría de la bioquímica es la genética y la teoría de la genética es la evolución.
Hablar de Estado y Medicina es hablar de una forma de ejercer el poder, y, si se entiende que la Iglesia Católica ya estaba consolidada dentro del Estado, era parte de él, desde la temprana Edad Media hasta siglos más recientes, se ve que el Estado se ha apoyado en estas dos instituciones para un mejor control, cerrando la pinza compuesta por un lado la Iglesia, cuya bandera, su aparente razón de
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ser eran las almas y su respectiva salvación. Su contraparte eran los médicos cuya principal incidencia radicaba en la curación de los cuerpos, de los cuerpos enfermos. Si por un lado la Iglesia poseía la poderosa herramienta de la confesión para obtener información de sus feligreses, e información es poder, los médicos tenían otra herramienta, tan poderosa o más que la confesión, que está contenida en lo que hoy denominamos relación médico-paciente, que integra un mucho de la confesión, otro poco de la intimidad, cuyas acciones podían tener resultados más claros y concretos que la promesa del bienestar en el “más allá”, los médicos eran el vehículo de la voluntad divina y a su vez los recipiendarios de la regresión esperanzada, y de la fe, componentes obligatorios junto con la capacidad técnica y el saber del médico tratante para lograr la curación. Lo anterior visto desde el nivel individual, pero también los médicos jugaron un papel predominante, sobre todo a partir del siglo XVII, en el propósito de controlar las epidemias, si se enfoca desde el punto de vista de la colectividad. Entonces vemos que estos dos componentes, Estado y Medicina, se funden en un poder centralizado que coadyuvan para mantener el control, mantener el orden en los seres, los objetos y las cosas. El Estado, y más concretamente el gobierno, se encarga de mantener ese orden y, el potencial del poder
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depende de la posición en donde se ubique un determinado ente dentro de ese particular orden, esta posición depende del capital económico y del capital intelectual, es menos frecuente que ambos coincidan en solo punto, en una sola persona, en una sola institución, aunque hay casos que, por prosapia, abolengo, alcurnia, y esas escasas distinciones, se da la coincidencia de conjuntar capital económico y capital cultural, aunque en ocasiones no necesariamente vayan acompañadas de un respaldo axiológico. Quizá en la intención de conjuntar el capital económico con el capital cultural se puede encontrar el origen del mecenazgo. Para entender la generación del capital económico, de una manera muy simplista, se podría decir que tuvo su origen cuando se cimentó la agricultura y que esta consolidación produjo un excedente de los bienes cosechados, esto permitió contar con recursos para el intercambio de dichos bienes, obviamente se requería de la comunicación entre los interesados con un código que les permitiese cumplir ese trueque ordenadamente.
Para mantener ese orden social se requiere establecer y legitimar “reglas del juego”, normas, leyes, leyes sociales que regulen la actuación de los individuos en un contexto de civilidad, que a
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diferencia de la ley natural en donde impera el más fuerte, el más apto, y el resto se somete. Resulta curioso, sin embargo que, en el imperio de las leyes sociales, para mantener el orden se requiera de la fuerza, aunque no necesariamente la fuerza implique violencia física, hay otros tipos de fuerza o de violencia a los que se hará referencia mas adelante. Uno de los elementos que caracterizan el ordenamiento para el trueque es la relación de valor que es la equiparación, la compulsa entre los productores privados o independientes, para establecer la equivalencia del valor de los productos en el mercado, es decir las relaciones de poder a través de la oferta y la demanda, en donde intervienen tanto la objetividad cuanto la subjetividad. El capital cultural se gana por la intención, por el esfuerzo por conseguirlo, pero sobre todo por satisfacer la curiosidad innata en el ser humano, lo que repercute en el placer de tener acceso al conocimiento, trasmitirlo, acrecentarlo en el acto sublime e inefable de alcanzar nuevo conocimiento, nuevo saber. El adquirir o poseer capital cultural puede significar una diferencia, y la diferencia permite ubicar al individuo diferente en otra posición respecto
al
resto,
paradójicamente
este
esto
puede
individuo
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representar pueda
sufrir
poder
aunque
discriminación,
segregación, persecución e incluso la muerte. El Estado para guardar un control más eficaz pretende igualar, eliminar las diferencias, cimentar su poder y dejar que las transgresiones al orden las dirima la ley, hace a los individuos sujetos de ley, aunque hecha la ley hecha la trampa. Nos topamos aquí con esa vieja pugna, ese juego de fuerzas, entre la masa y la individualidad, entre las consignas de igualdad, fraternidad, equidad, y los cada vez más en boga ejercicios y defensas de los derechos humanos creando a veces una no tan sutil paradoja, producto de las diversas interpretaciones, lo que da como resultado que el transgresor es a quien se defiende. Cuántos añoran estilos de gobierno más rígidos “como los de antaño” sin percatarse de que esas añoranzas favorecen la instauración de estados totalitarios, algunos de ellos apoyados en credos fundamentalistas. El poder tiende al bien, según Lacan, pero ¿cuántas dudas surgen cuando vemos cómo se interpretó y se interpreta el ejercicio del poder por nuestros dirigentes en el presente siglo? “el poder tiende al bien” pero, ¿al bien de quién?, ¿A quienes vemos favorecidos con el ejercicio del poder?, Si percibimos que se repiten injusticias milenarias, si vemos que la impunidad sienta sus reales hasta las más hondas entrañas del Estado, si percibimos que la violencia, la
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iniquidad, el trastrocamiento de los valores impera en el interior mismo del Estado, sin que éste haga gran cosa para evitarlo. Estamos en los inicios de un nuevo siglo, y parece que la promesa de cambios, que vendrán aparejados, es sólo un espejismo ó la reacción lógica y necesaria ante esta etapa de sinrazones y de incertidumbres. ¿Será necesario tocar el fondo de desencantos y de antivalores para acceder a la promesa de que algo vendrá y que, mucho de lo que hoy nos aqueja, cambiará? Pero, pasando a la práctica de la clínica, se puede decir que arranca por el ejercicio de la mirada, la cual va unida a un complejo sensorial complementado con lo tocado, con lo olfateado, con lo escuchado, el lecho del enfermo se convierte en un campo de investigación en donde el dominio de la experiencia en la percepción se convierte en la base del razonamiento y en su correspondiente expresión verbal, sin embargo, la mirada se privilegia porque es en ella donde ocurre el primer punto de contacto entre el paciente y el médico. Asir al paciente con la mirada, es prestarle la importancia y el interés que él espera en esa temporal relación, cautivarse con la mirada del paciente, es abrirse a la comprensión de su padecer. La mirada del paciente despierta el imaginario del mismo y el médico se convierte en el interlocutor de la existencia del paciente y por qué no, en una
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relación dialéctica, el paciente se convierte en el interlocutor del médico en una relación que rebasa incluso el mero acto clínico, después del acto clínico, en el paciente puede que nazca o renazca la esperanza, que se afiance su autoestima y que aporte las bases que a él le corresponden para su curación. El imaginario del médico, el complemento de su razonamiento se da después del acto clínico, casi de manera inmediata y se ratifican o rectifican las hipótesis clínicas de manera mediata al acto clínico. El conocimiento médico y la medicina, unidos en la clínica se convierten así en una elite, y, uno de los rasgos humanos más cercanos a realizarse como elite es el amor, en un primer momento, enfocado individualmente, y que, después podrá sublimarse hacia el enfoque social. Ese es uno de los aspectos en donde radica el poder de la clínica, el cual despierta inquietud, interés, deseo por aprehenderlo y de utilizarlo con propósitos que a veces se escapan al de la mera curación. Se ha reflexionado mucho respecto a la relación médico paciente, se ha debatido, especulado, e incluso se han justificado iatrogenias, por omisión, comisión, negligencia o ignorancia o de plano indiferencia e insensibilidad. Martínez Cortés reconoce que si bien el arte de la clínica se aplica, como señala el médico José Terrés, a “conocer cómo los cuadros generales de la patología se dan en determinado
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enfermo”, toda la tradición académica de la medicina moderna tiende a hacer, como indicaba Bernard, “una medicina sin enfermos”. De esta manera se olvida una de las claves esenciales del arte: la relación del médico con el paciente, la atención a su padecer personal, concreto, como fin último de la medicina y como medio de comprender su enfermedad y actuar sobre ella. Es muy fácil que el médico pueda distorsionar su práctica y esto se debe a múltiples causas, tanto intrínsecas cuanto extrínsecas, y el insospechado puente que es la propia formación, ó deformación que tuvo, con quiénes, con qué, en dónde, qué modelo curricular siguió, a quién imitó, cómo se fomentó su capacidad de razonamiento, su capacidad pensante. Todo lo anterior son algunas de las cosas que en conjunto conforman lo que reconocemos como educación medica. La práctica médica depende extrínsecamente del modelo de atención al que esté obligado a seguir, si lo hace dentro del ámbito público, instituciones del sector salud; o en el ámbito privado, o en ambas; esto último podría propiciar una situación esquizoide en donde podría haber dos tipos de médicos encarnados en una sola persona, con distintos horarios y escenarios en donde se alterne su manifestación. Los componentes intrínsecos corresponderían a la conciencia e introspección que el propio médico tenga respecto a la adquisición de valores, actitudes, aptitudes,
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cualidades,
defectos,
y
toda
esa
gama
de
elementos
que,
conjuntados, repercuten en la calidad y calidez de su atención, incluidos los aspectos, cada vez más marginados de la ética profesional. Uno de esos elementos intrínsecos tiene que ver con la interpretación y la propia conciencia que se tiene respecto al ejercicio del poder del profesional en la relación médico paciente. En esta interacción es muy fácil que se presente la relación de poder, se podría decir que siempre. Las razones son muy sencillas, una, el paciente se pone en las manos del otro para ser curado, es decir hay una actitud de regresión a etapas primarias de su vida en donde la indefensión y la desprotección de su propia condición propiciaban una situación de dependencia, similar situación produce el padecer del individuo que acude a que se restablezca su salud, es esa regresión esperanzada, factor indispensable para la cura, una de las circunstancias indisolubles en el ejercicio del poder durante la relación médico paciente, la otra es la que la institución le reitera, le ratifica al médico. La institución como tal, ejerce un poder, un sometimiento a sus reglas, condiciones y modos de ser. Los que imponen son los dominadores, los que aceptan son los dominados. La relación médico paciente, tiene similitudes con la relación docente alumno, al ejercer la violencia simbólica, este concepto lo abordan
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profundamente los autores Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron en su obra “La reproducción. Elementos para una teoría de enseñanza”, en ella establecen cinco premisas, setenta y siete subpremisas
acompañadas
concatenadamente giran y
por
diversos
escolios
y
que,
explican los conceptos contenidos en
dicha obra. Violencia simbólica, acción pedagógica, autoridad pedagógica, trabajo pedagógico, autoridad escolar, sistema de enseñanza, trabajo escolar, relaciones de fuerza, imposición, poder arbitrario, arbitrariedad cultural, inculcación, legitimación, reproducción cultural, reproducción social, relaciones simbólicas, relaciones de comunicación, son los más importantes conceptos que se explican y que permiten entender el juego de fuerzas que detrás de la enseñanza, es decir de la reproducción de los contenidos que aseguran la perpetuación del modelo para el ejercicio y la conservación del poder en la práctica pedagógica. Baste dar algunos ejemplos de las premisas contenidas en la obra citada. 0. “Todo poder de violencia simbólica, es decir, todo poder que logra imponer significados e imponerlos como legítimos disimulando las relaciones de fuerza en las que se basa su fuerza, agrega su propia
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fuerza, es decir, una fuerza específicamente simbólica, a estas relaciones de fuerza”. 1.
“Toda acción pedagógica es objetivamente una violencia
simbólica en cuanto se impone, a través de un poder arbitrario, una arbitrariedad cultural.” 2.
“En tanto que poder de violencia simbólica que se ejerce en una
relación de comunicación que sólo pueden producir su efecto propio, o sea, propiamente simbólico, en la medida en que el poder arbitrario que hace posible la imposición no aparece nunca en su completa verdad, y como inculcación de una arbitrariedad cultural que se realiza en una relación de comunicación pedagógica que solamente puede producir su propio efecto, o sea, propiamente pedagógico, en la medida en que la arbitrariedad del contenido inculcado no aparece nunca en su completa verdad, la autoridad pedagógica implica necesariamente como condición social para su ejercicio la autoridad pedagógica (AuP) y la autonomía relativa de la instancia encargada de ejercerla.” 3.
“Como imposición arbitraria de una arbitrariedad cultural
presupone la AuP, o sea, una delegación de la autoridad, que implica que la instancia pedagógica reproduzca los principios de la arbitrariedad
cultural
que
un
grupo
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o
una
clase
impone
presentándolos como dignos de ser reproducidos tanto por su misma existencia como por el hecho de delegar en una instancia la autoridad indispensable para reproducirla, la autoridad pedagógica (AP) implica el trabajo pedagógico (TP) como trabajo de inculcación con una duración, suficiente para producir una formación duradera, o sea, un habitus como producto de la interiorización de los principios de una arbitrariedad cultural capaz de perpetuarse una vez terminada la AP y, de este modo, de perpetuar en las prácticas los principios de la arbitrariedad interiorizada. 4.
“Todo sistema de enseñanza institucionalizado (SE) debe las
características específicas de su estructura y de su funcionamiento al hecho de que le es necesario producir y reproducir, por los medios propios de la institución, las condiciones institucionales cuya existencia y persistencia(autorreprodución de la institución) son necesarias tanto para el ejercicio de su función propia de inculcación como para la realización de su función de reproducción de una arbitrariedad cultural de la que no es el productor (reproducción cultural) y cuya reproducción contribuye a la reproducción de las relaciones entre los grupos y las clases (reproducción social)”.
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De manera muy sucinta se pude decir que el poder de la violencia simbólica consiste en la aceptación disimulada del ejercicio del mismo esto significa la legitimación de este poder ya que si se ejerciera sin disimulo, emergería la violencia real, y cuando la fuerza se impone de manera directa es muy costoso imponerla. La fuerza bruta es muy diferente de la fuerza simbólica ya que ésta representa una fuerza legitimada. La violencia simbólica es exactamente la acción pedagógica que impone significaciones y las impone como legítimas. De hecho quien tiene el poder es el que impone los símbolos y sus significados. Lo anterior se aprecia en lo que se denomina metarrelato que, a nivel nacional, es la imposición de una historia común. La educación es siempre sometimiento, de tal manera que si no fuese así, no sería posible la reproducción de los sistemas y modelos de ejercicio del poder. La reproducción está en nosotros para quedarse eternamente y no hay modificación o revolución que nos libere de ella. Contra la violencia simbólica no hay defensa. La educación es siempre un sometimiento. La educación médica no se excluye de esta premisa. “La utopía autodestructiva de una pedagogía sin arbitrariedad o de la utopía espontaneísta que atribuye al individuo el poder encontrar en sí mismo el principio de su propio
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desarrollo, utopías todas que constituyen un instrumento de lucha ideológica para los grupos que, a través de la denuncia de una legitimidad pedagógica, pretenden asegurarse el monopolio del modo de imposición legítima….” Los planteamientos de los autores son demoledores, y como un bumerán los efectos de sus planteamientos se les revierten, sin embargo podemos apreciar qué hacer y tener conciencia de ello nos permite ubicarnos y ubicar mejor los componentes y los actores que participan en este “juego” que denominamos educación para la práctica médica, educación médica, que debe ser reconocida en sus diferentes fases como lo son la fase formativa, mas centrada en el pregrado, la fase de educación continua, mas centrada en el posgrado la fase del auto-estudio, que debe ser permanente y la fase de integralidad, articulación e interacción con otras profesiones de la salud, con disciplinas afines y en fin con todos aquellos campos de la cultura que aporten todos aquellos elementos humanistas para ejercer cada vez mejor la profesión.
La educación médica lejos de ser lineal y unívocamente direccional debe entenderse como una situación dinámica que se desarrolla en una espiral ascendente en donde la gran responsabilidad de los
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educadores radica en la congruencia entre lo que imparten y cómo ejercen la profesión, entre el deber ser y el hacer, sobre todo si reconocemos que la educación se impone por la violencia simbólica, el educador debe mantener la legitimidad de su papel y el de la institución que representa, se educa con el ejemplo y en el caso de la medicina, el dominio técnico de la profesión, la actualización constante de los conocimientos, debe estar aparejada con un permanente desarrollo de actitudes y consideración a sus pacientes, el sentido humanista que le impregne a su quehacer médico, con ética, con respeto, con madurez tanto con sus pacientes cuanto con sus alumnos, colegas y demás colaboradores. El alumno debe contar con la plena conciencia de su compromiso, de que obedece a una verdadera vocación, de servicio, de apostolado, de solidaridad, y tomar en serio su papel como permanente estudiante y estudioso de la medicina, debe asumir un papel proactivo en su propio aprendizaje y debe estar informado de las megatendencias que implica el desarrollo social así como de las tendencias del desarrollo de la medicina en un horizonte de por lo menos diez años, para que contraste y adecue su proyecto de vida profesional dentro de su propio proyecto y, de esta manera, cumplir cabalmente sus expectativas las cuales se corresponderán con mayor congruencia
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con el contexto y contribuirán a la construcción de un futuro mejor y más digno para él y los habitantes de este país, aquellos quienes deben ser el fin último de nuestros esfuerzos, intenciones y voluntades. La medicina es una ciencia multidisciplinaria y qué bueno que su desarrollo en cuanto tecnología y el incremento del conocimiento se realicen con una velocidad vertiginosa, la cual nos obliga a, por lo menos, tener conciencia de ello y seguir ese ritmo lo más cercanos posible, dependiendo de nuestros intereses y capacidades, pero no hay que olvidar que la medicina también es un arte, y como tal, requiere disciplina, constancia, cuidado, interés, responsabilidad, sensibilidad, y todos aquellos elementos de la mas pura raigambre humanista, en suma es un arte al cual hay que amar y de esta manera proyectar ese amor en los que acuden al médico, buscando alivio a su padecer. La medicina es ciencia, arte y amor. Ejercer la medicina con estas características, impartir la educación médica con esas mismas características es algo que permite distinción, lo cual acarrea la posibilidad de capitalizar esta diferencia, y esta capitalización permitirá acercarnos más al ejercicio de la libertad.
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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
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Fondo de Cultura
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Martínez Cortés, Fernando. “El hombre y su padecer, centro de una nueva medicina”. Revista
Médico Moderno77. Año XXXIV
Octubre 1995.
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No.2