EL BOSQUE
I Certamen de Relato Corto para Mesilla de Noche ESTA NOCHE TE CUENTO
Esta edición es el resultado final de la idea descabellada de hacer un concurso de relatos a través de Internet que nos sirviera para acompañar las veladas de nuestros visitantes y alojados. Escogimos y propusimos a autores del universo digital hispano a que, en menos de 200 palabras, nos descubrieran su personal visión de EL BOSQUE. 455 autores y 710 relatos llegados de más de una docena de países del mundo aceptaron la cita comenzando 2012. En estas páginas está la selección final, un pedazo pequeño, porque en esos días pudimos aprender que el el bosque es mucho mucho más grande...
ABRIL , 2012
Foto portada: María Peñil Cobo. Maquetación: JAMS. Edición de 250 ejemplares. Edita: Molino de Bonaco, El Barcenal, 23 - San Vicente de la Barquera. 942 74 62 70 Sendero del Agua, Birruezas 41 - San Vicente del Monte. 942 70 50 91. Imprime: Graficas Pellón Impreso en papel reciclado Ciclus Print.
EL BOSQUE
I Certamen de Relato Corto para Mesilla de Noche ESTA NOCHE TE CUENTO
PRÓLOGO
El bosque, ese espacio común en todas las mentes, infantiles y adultas, escenario de cuentos, de leyendas, se convirtió una vez mas en protagonista. Un protagonista con maravillosos y evocadores nombres, con historias mágicas o siniestras, con personajes reales o inventados. Posiblemente el bosque sea un sinónimo de sentimientos, de recuerdos atávicos. El lugar donde cualquiera pueda vivir aventuras, ser libre, ser protagonista. Es a la vez el refugio y el hábitat de la naturaleza en su más puro sentido, el de especies vegetales y animales, y también el de las personas que han contribuido a hacerlo y a mantenerlo. Nunca debemos olvidar que desde el carbonero al leñador, desde el cazador hasta el pastor, han puesto su grano o su sudor para que siga vivo. Solo por eso, debiéramos entrar en el bosque como se entra en los cuentos y en los sueños, con la esperanza de un final feliz. O sea, de un principio y un continuará.
Antonia García Lago
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Cuentos Ganadores
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PRIMER PREMIO EL MOLINO DE BONACO 2012
LA ANJANA de Paloma Casado Marco El abuelo Juan nos contaba muchas historias, pero nuestra favorita era, sin duda, la historia de la Anjana. "Un día, cuando era joven, el abuelo se perdió en el bosque. Anduvo varias horas sin encontrar el camino de regreso y decidió sentarse a descansar a la orilla de un riachuelo. Estaba inclinado tratando de beber, cuando vio, reflejado en las aguas, un rostro de mujer. Rápidamente giró la cabeza para encontrar a una joven bellísima con el cabello del color de las hojas en otoño y los ojos verdes como el bosque en primavera. -¿Quién eres?-preguntó
-Soy una anjana del bosque y voy a conducirte a tu hogar- contestó, y su voz recordaba el susurro del viento.
El abuelo tomó la mano que la anjana le tendía y caminó a su lado hasta que divisaron las luces del pueblo. Tras recorrer el camino, los dos supieron que no podrían separarse sin ser desdichados para siempre. Sin embargo, las anjanas deben pagar un caro tributo por abandonar el bosque: perder la inmortalidad y dejar allí su voz.”
En ese momento del relato, todos mirábamos a la abuela, que sonreía muda, contemplándonos con sus ojos verdes como el bosque en primavera.
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PRIMER PREMIO SENDERO DEL AGUA 2012
EL BOSQUE SOBRE LAS OLAS de Ignacio Rubio Arese A mi querido Jorge, amigo de los bosques.
Una vez, el rey de Suecia mandó construir una armada para dominar el Báltico. Cien escuadrones partieron a talar los bosques cercanos a Estocolmo. Las hachas asolaron la región. Como guerreros exangües caían los árboles, uno tras otro, profiriendo alaridos milenarios. – ¡Nos vengaremos!– gritaban al desplomarse. Allí mismo los serruchos desgajaban los troncos. Inmensos tablones viajaban hasta los astilleros en carretas de bueyes. Al retirarse los hielos, zarparon a la guerra. A la semana el vigía observó unas yemas que despuntaban del mástil, unos brotes en la proa. Poco después empezó a menguar el ritmo, los navíos no avanzaban. En vano exhortaba el contramaestre a sus remeros que bogasen más rápido. Estaban en alta mar, encallados sin remedio. Días después las naves se llenaron de ramas. Al poco los barcos se elevaron y quedaron suspendidos en el aire, cada vez más alto. La madera crujía bajo los pies. Las quillas estallaron en pedazos. Perforando lo que se interpusiera en su camino se abrían paso los troncos y, libres de sus carcasas, los renacidos árboles se agitaron, arrojando a los soldados al vacío. Finalmente, tras despegar sus raíces, partieron de vuelta a su antiguo hogar, a grandes zancadas sobre las olas. esta noche te cuento
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Cuentos Finalistas
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ALQUILO PRECIOSA CASA RURAL de Mar Horno García
He heredado la casona familiar de la Colina Roja. Es lo que llaman en la región una “Casa del Bosque”, es decir, que no se sabe dónde empieza la casa y dónde acaba el bosque. Y viceversa. La vivienda me trae maravillosos recuerdos de infancia, pero curiosamente ahora no me parece tan divertida. Paso los fines de semana allí y sobrellevo como puedo sus caprichos de indómito hogar de floresta. Las mesas tienen raíces, las sillas echan brotes verdes en Primavera, las ranas instalan sus nenúfares en el fregadero, las setas crecen en los pucheros, las ardillas saltan por las lámparas, el viento se esconde en los armarios, el oso hiberna en la bañera, la cascada baja por la chimenea y las arañas tejen calcetines de plata en cajones y alacenas. Incluso una vez descubrí un nido de petirrojos en mi maletín de la oficina. He pensado en transformarla en alojamiento rural para turistas. Mi paciencia ha llegado a su límite. Ni siquiera una sola de mis novias ocasionales ha querido quedarse nunca a dormir. No soportaban hacer el amor mientras un tropel de ninfas de agua nos observaban, curiosas, sentadas en el cabecero de la cama.
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aMOR de Alejandro Pozo de la Cámara A mi pareja actual y a mí nos encantan las casas rurales con muchas actividades: senderismo, bosques, ríos, playas cercanas y picadero. Y los niños con su madre. Nosotros no salimos de la casa en todo el fin de semana y aprovechamos la ausencia de los otros para disfrutar de ella. Llevamos un bolso con la comida y bebida y si hay microondas y neverita todo resuelto. Tenemos una maleta con juguetes eróticos, adminículos y complementos para nuestras fiestas. El otro fin de semana en Ezcaray, una señora volvió antes de tiempo por unas pérdidas y nos pilló en el salón: yo en pelota picada con un gorro de navidad, enhiesto como un unicornio y persiguiendo a mi chica, desnuda también, que blandía un vibrador de negro mandinga. La señora se quedó en la puerta y la pérdida ya fue total; y nosotros, al grito de somos elfos y a saltitos, la sorteamos a ella y al charquito y nos subimos a nuestra habitación. En una casa de Doñamaría donde enseñan a amasar pan, lo hicimos en la mesa, como en el cartero siempre llama dos veces; nos pillaron por las huellas harinosas del pasillo. Somos adictos al turismo rural. esta noche te cuento
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AMOR DE OTOÑO de Iñaki Gonzalo de la Banda
Daría mi corazón un vuelco, si a ti unirme pudiera. Tu movimiento me encandila. Tus aguas son en mis ojos lo que en mi cuerpo sentir no puedo. Sólo espero el momento en que de quien dependo decida el fin de una vida, de la que juntarme a la tuya quiero. Sólo espero la caída sobre ti. La hoja.
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CONTUBERNIO (LA ÚLTIMA DECISIÓN) de Diego Iglesias Solano
El sanedrín del bosque ha decidido que el oso tiene que abandonar estas tierras porque, desde que llegó, arrasa con cualquier cosecha que se encuentra en su camino: la de nueces, la de avellanas, la de miel y también la de frambuesas y arándanos. Los lobos, desde que él llegara, ya no molestan a las crías del resto de los habitantes del bosque, y todos pueden campar ahora a sus anchas, sin miedo... aunque con hambre. El más sabio de todos, el búho, asegura que el hombre es el único ser al que el oso teme. Se decide así, por unanimidad, que se llamará al hombre para que expulse al oso, pero nadie ha olvidado todavía que también fue idea del búho llamar al oso para expulsar a los lobos.
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EL ÁRBOL PREDESTINADO de Nicoleta Ionescu Al cumplir sus quince años, según el ritual de su pueblo situado en el corazón del bosque, María tuvo que hallar su árbol predestinado. El árbol era el que elegía al niño llamándolo por su nombre, para desvelarle el futuro: tú vas a ser carpintero, tú pescador, tú tejedora... y del tronco del árbol tallaban barcos, muebles, telares y objetos que traían suerte al niño elegido. María recorrió todos los senderos del bosque, sin oír palabra alguna, hasta la puesta del sol. Entonces, divisó un abeto aflautado que brillaba en una mágica nube de luz. Una voz irreal, suave y fascinante llamó su nombre: María... Se acerco encantada y lo abrazó. Se quedó así toda la noche, escuchando sus dulces y melancólicas palabras. -¿Qué te dijo el árbol?- preguntó su madre- ¿Vas a ser tejedora, cocinera? ¿Monja? ¿O te vas a casar con un Príncipe? La niña negó con dulzura. -Me dijo que me amaba tanto, que nunca nos íbamos a separar... En la siguiente primavera, María murió súbitamente, y del aflautado tronco tallaron el pequeño ataúd en que la niña y el abeto siguieron durmiendo abrazados, inseparables, por la eternidad...
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EL HECHIZO de José Ángel Gozalo Molina
Me he despertado sobresaltado por los sonidos nocturnos del bosque que se cuelan por la ventana. Lo único que deseo en este extraño momento de lucidez es poder acordarme de mi nombre todos los días y saber quién es la mujer que amo. También quisiera poder reconocer a mis hijos y poder acordarme de cuando eran pequeños y jugaba con ellos. Algunas mañanas al mirarme en el espejo, éste me devuelve el reflejo de un rostro desconocido. Tengo la certeza de que dentro de poco todos mis recuerdos, todas mis ilusiones y la persona que un día fui se perderán entre la niebla del olvido. Tú, tan hermosa como siempre duermes placidamente a mi lado. Me gustaría despertarte para contarte que estoy de nuevo contigo y susurrarte al oído que te quiero, pero me da miedo que este hechizo dure un momento y provocarte aun más dolor. Esta noche no quiero dormir, solo quiero recordar, pues vivo sumido en un continuo sueño. ¡ Maldita enfermedad del olvido ! -grito para mis adentros, y hasta el mismo bosque parece quedar en silencio por un momento.
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EL HOMBRE DEL SACO MOJADO de Jose Luís Cutillas Molina Llovía hasta debajo del agua. Había dejado el cenicero en la balaustrada de madera y la humedad se había zampado la ceniza. Salí al bosque a por leña con una bolsa de basura por la cabeza. Parecía el hombre del saco mojado. Los conejos se escondían entre la leña. Me miraban asustados mientras seleccionaba los mejores troncos del montón. Imaginé invitarlos a tomar café y a calentarse junto a la chimenea. El pensamiento se desvaneció al caerme uno de los troncos sobre el pie. Traté de cubrir la leña con el mismo plástico que cubría mi cabeza. Fue imposible. Tuve que escurrir la leña antes de meterla en la chimenea. Me puse ropa seca y pasé la tarde agarrado a una taza de chocolate caliente. En la radio, Frank Sinatra cantaba White Christmas. Yo silbaba la melodía mientras esperaba a los huéspedes para ese fin de semana. Todo preparado. Llegaron en torno a las cinco de la tarde, cargados como burras. Les expliqué todo muy rápido y me marché. De camino al coche eché una mirada por la ventana de la casa y de sus sonrisas pude intuir que deseaban que llegara este fin de semana desde hacía mucho tiempo. 18
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EL LOBO de Jose David Pérez Sánchez
—Mamá, papá dice que en el bosque hay un lobo muy malo que se come a las niñas desobedientes que entran en él; pero yo sé que es mentira. — ¿Por qué, cariño? —Porque Laura va muchas noches con chicos al bosque y nadie se la ha comido.
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EL PASEO de Fernando Arredondo Ramón
¿Recuerdas cuando recorríamos juntos estos bosques de encina y pino? ¿Esta rivera lindada por olmos y chopos tan antiguos como los ancestrales secretos que los alisios susurran a las velas de los barcos en el puerto? ¿Lo recuerdas? ¿No? Ni siquiera a las ardillas escalando por columnas de madera, ni a las aves, cuyo cántico nos embriagaba como una insondable sinfonía de lo etéreo. ¿No? Quizá es que no estuviste y soy yo quien no recuerda, sino que imagina.
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EL PASEO DE ALBA de Begoña Heredia Ortiz -¿Qué tienes ahí?- te pregunté. - Una luciérnaga- contestaste, y yo, vi una luz tenue. -¿Puedo verla? -No puedo enseñártela, se me escaparía- me dijiste desafiante. Sonreí. -He visto un búho mirándome desde lo alto de un roble. - ¿Y qué te ha dicho el búho? - Papá, los búhos no hablan, ululan, solamente ululan sorprendido por tu respuesta volví a sonreír. De pronto una risa salió de tu boca. -¿De qué te ríes Alba? -Una hormiguita sube por mi pierna. -¿Y a la hormiga, me la enseñas? -No, si la cojo le haré daño con mis dedos. Percibí un olor verde y fresco y tú exclamaste -¡Qué bien huele! -Sí, yo también lo huelo -te dije extrañado. -Es la lluvia que moja la hierba. ¡Mira, una mariposa amarilla! ¿La ves? - Sí, se ha posado en la margarita. - No papá, está sobre mi cabeza. - Venga Alba, date prisa. -Un rato más, quiero seguir paseando por el bosque -me pediste con voz zalamera. -Pero si llueve mucho más, tendrás que regresar. -No, ya no llueve. - Venga Alba, deja el perfume de tu madre, apaga la linterna y sal de las sábanas, llegarás tarde al colegio. esta noche te cuento
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EL PODER DE UNA MARIPOSA de Margarita González Acinas Cuando nació no lloró… simplemente me miró asustado, lo malo fue que pasaron los años y siguió igual. Algo en su cerebro nació quebrado y le condenó al ostracismo. Los que le amábamos sufríamos viéndole crecer en soledad. Un amigo me aconsejó que fuéramos al campo y lo hice como hacen las cosas los padres, aunque sea sin fe, aunque sea sin esperanza. Miró el bosque, los árboles y el río con indiferencia absoluta haciéndome notar su malestar con un rictus de enfado. De pronto se levantó como una exhalación y echó a correr, naturalmente le seguí y oí por primera vez el sonido maravilloso de su risa. Perseguía a una hermosa mariposa que despreocupada iba parándose de flor en flor, libando, volando, posándose. Durante un momento nos aproximamos tanto que mi pequeño acercó su dedito tembloroso hacia ella… naturalmente salió volando hacia el cielo. El niño rompió a llorar con desconsuelo, hasta que se me ocurrió enseñarle fotos de la mariposa; ante mi estupor sonrió y me dio un abrazo. Terminó el día y terminó el sueño, él volvió a su autismo y yo a mis intentos desesperados por alcanzarle, pero aquel momento aún calienta mi corazón.
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EL REENCUENTRO de Sara Lew Pantol
Camina despacio para no llegar. Sabe que allá lejos, donde el sendero se diluye en la niebla, comienza el bosque de las ánimas. Y tiene miedo. Aun así continúa. Algo sobrehumano le empuja a andar en esa dirección, una fuerza descomunal —y a la vez tan sutil— como la tierna voz de su madre llamándolo al oído. Un rechinar de dientes marca su paso mientras imagina, expectante, lo que le espera. Sin embargo, ese reencuentro fantasmal, amparado por el abrazo verdinegro de los árboles, no sucederá esa noche. Se quedará acurrucado en la hierba, indefenso, aguardando el milagro. Las ramas silbarán para él y acunarán su miedo. Las fierecillas salvajes merodearán a su lado demostrándole quién manda. En la tenebrosa oscuridad de la floresta, Kimbu no podrá cerrar los ojos. Será al despuntar el sol —mientras inicie, cabizbajo, el camino de regreso— cuando al fin se le presente su madre, y le diga que ha superado la prueba, que es un joven valiente, y que ya no la necesita.
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EL VIEJO CAMPANO de Fernando Sopeña López
Otra tarde que la niebla sube por el valle cubriéndolo todo, llegara a los puertos antes de que el sol se esconda tras las peñas. Camina Toño por el bosque, pensativo, sube a ver las yeguas, como siempre quiere echarlas mas arriba, donde los pastos están sin tocar aún. Ha pasado por los mismos lugares una, dos, tres, mil veces, la roca enorme y solitaria, el árbol partido por un rayo, el claro donde alguna vez vio al lobo… Siempre es igual. Pero esta vez ve algo entre unas matas que le llama la atención, se acerca y recoge un campano, sorprendido se da cuenta que es de "la vieja", una vaca tudanca de Fermín, un vecino. Mejor dicho era, porque la vaca murió va para diez años. Lo guarda, y cuando baja al pueblo rodea por el callejo que va a casa de Fermín. Le encuentra de espaldas en el patio reparando unas hoyas, no le ha oído, así que despacio saca el campano del morral y lo menea, Fermín deja lo que esta haciendo y sin girarse dice: el campano de "la vieja". Toño lo posa en la tapia de piedra y sigue para su casa.
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FUMAR MATA de Susana Revuelta Sagastizábal
La estampida de las fieras al crepitar las ramas, la confusión de aleteos y plumas en el aire… Nada de eso llega a tus oídos. Apenas percibes un remoto olor a madera y follaje quemados. Si mirases por el retrovisor, divisarías a lo lejos una nube de humo y cenizas —te recordaría a esa niebla que arruina tus batidas de caza— que envuelve el tapiz de ocres y naranjas hasta cubrirlo por completo. Indiferente, sigues con tu rutina. Elevas el volumen de la música, pisas a fondo el acelerador y enciendes otro cigarrillo.
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INFORMACIÓN BÁSICA PARA HUÉSPEDES de Xavier Blanco Luque Querido visitante: Es nuestra obligación revelarte algunas historias sobre el bosque; indicarte que tal vez auscultes ecos melodiosos; incluso es posible que te susurren las margaritas. Escucharás cuentos fantásticos, leyendas sobre apariciones. Otearás nubes de unicornios alados que sobrevuelan fantasías. Algunas noches se percibe el canto de una sirena. Nada debe preocuparte. Podrás engalanarte con el traje nuevo del Emperador; conversar con Caperucita cogiendo moras en un recodo del camino. Dicen que por ahí vaga el espectro de la bruja y el alma de Campanilla. Algunas tardes Hansel y Gretel regalan golosinas al final del sendero. En otoño llueven palomitas y pompas de jabón. Los más afortunados cuentan exaltados que reconocieron a Alicia corriendo detrás del conejo, y a la cigarra, amenizando una procesión de hormigas. Explican que la liebre venció a la tortuga y que la Bella durmiente sigue adormecida bajo la espesura. Si interrogas a un roble, te expresará que Pulgarcito abandonó a sus hermanos, que el lobo se merendó a las siete cabritillas, y que los enanitos delataron a Blancanieves. Piérdete por el bosque como lo hacen los sueños en primavera. No preguntes. Aquí las cosas siempre pueden ser diferentes, de otra manera. 26
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INOCENCIA de Rubén Gozalo Ledesma
Siempre recordaré aquella tarde de noviembre junto a la chimenea cuando cumplí seis años. El abuelo azuzaba la lumbre y las ascuas resplandecían en la oscuridad como luciérnagas. En la calle hacía un frío del demonio y yo daba buena cuenta de un trozo de cebolla y una hogaza de pan duro. Entonces llamaron a la puerta. Eran tres hombres. Preguntaban por mi padre. No pude escuchar muy bien, pero mi abuelo les dijo que no, que se confundían. Luego, mi padre me acarició el pelo, me dio un beso muy fuerte y se marchó. -¿Adónde lo llevan, abuelo? -Al bosque –dijo el yayo entre lágrimas- a dar el paseo. -Pero eso es bueno, ¿no? **** Hoy tres décadas después he tenido el valor de ir al bosque. Ha sido fácil encontrarte, reencarnado en ese roble tan alto cuyas ramas surcan los cielos y por las noches se funden con las estrellas.
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INSTRUCCIONES PARA VISIONAR TU MUERTE EN UN ESPEJO de Pedro A. Filgueira García
Ve a un claro del bosque. Espera a la medianoche y desnúdate. Hazte con una tela hindú y extiéndela sobre la tierra, evitando mancharte. Con velas santiguadas por un cura virgen forma un círculo delante de un espejo de más de treinta años de antigüedad. Métete dentro del círculo, sobre la tela hindú, sobre la tierra, y observa la luna. Cuando un aullido o un reloj marque la medianoche, da seis vueltas sobre ti mismo, sin preocuparte de posibles mareos. En la última vuelta párate frente al espejo. Pronuncia las palabras “mortem visionarum” exactamente tres veces. Cierra los ojos y concéntrate, ya queda menos para el visionado. Coge un cuchillo de plata y clávatelo en el corazón. Deja reposar y observa. En ese instante ya deberías de estar contemplando tu muerte. En caso de no surgir efecto inmediato comprueba si por error te has perforado simplemente un pulmón. De ser así, espera hasta las doce de la noche del día siguiente y remueve cada ocho horas.
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LA CESTUCA de Jesús Rodríguez Ruiz Algunas noches, merodeaba por las aldeas cercanas. Vestida de negro, con una cestuca bajo un brazo y sin los zancos de madera, la vieja caminaba silenciosa, tambaleándose en la oscuridad, hasta que entraba sigilosa en una casa. Al poco tiempo salía con el mismo andar oscilante y mudo, y era entonces cuando se dirigía hacia el bosque. Se adentraba lenta, y lo atravesaba con monotonía fría, hasta que finalmente se detenía ante la caverna y depositaba en el suelo la cesta. Se oía entonces un gemido hueco dentro del agujero. Poco a poco, un hedor de animales muertos y madera podrida iba inundando cada rincón. La criatura asomaba aquella cabeza deforme entre las sombras de las ramas. Se acercaba arrastrando un cuerpo enorme, peludo, con multitud de dedos inacabados en las extremidades, y una respiración profunda de caballo exhausto. Se arrodillaba ante la vieja y le abrazaba los pies. La vieja acariciaba la cabeza, y la criatura desde abajo no se atrevía a mirarla con su único ojo. Los paisanos lo llamaban Ojáncano. La vieja, hijo. Después, la criatura cogía la cestuca y volvía a la caverna, mientras un llanto de recién nacido brotaba de la oscuridad. esta noche te cuento
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LA LLAVE de José Javier Nadal Coll
He cerrado la puerta con llave para que mi padre no pueda salir. La puerta de casa de mi padre. Ayer, en un descuido, apareció en el bosque, apoyado en un pino, perdido. Un vecino nos avisó, podía haberse caído, y fracturarse la otra cadera... Al verme, me miró como un chiquillo que, aprendiendo a caminar, ha visto alterada su valentía ante un percance y se alivia al regresar a la seguridad de papá. Pero el papá es él, no yo, y él no aprenderá a valerse por sí mismo con la progresión natural de un bebé; al contrario: la decadencia será irremisiblemente progresiva, se sentirá indefenso en el pinar que tanto disfrutaba. Se había hecho una pequeña herida en la mano, y temía que le regañara. De vuelta, no paró de tocarme la mano derecha, en el dorso, disculpándose con frases inconexas. Me mostré duro amonestándolo, para que no repitiera estas excursiones. Cuando cerraba la puerta con llave he visto mi vieja cicatriz, casi imperceptible, donde señalaba mi padre, y he rememorado uno de mis primeros recuerdos infantiles: un niño jugando feliz, choca inadvertidamente con un zarzal, y se provoca unas aparatosas heridas. Ya no me acordaba de aquella cicatriz.
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LAS OREJAS MÁS GRANDES DEL MUNDO de Amparo Martínez Alonso Tenía las orejas más grandes que había visto en toda mi vida. —¿Me estás mirando las orejas? —me preguntó sonriendo. —¡No!... Si. —Llaman la atención, ya lo sé. No me molesta que las miren. —Perdone, pero son… —¿Quieres tocarlas? A veces me lo piden. Puedes tocarlas si quieres. —No… gracias. Me conformo con mirar. —Lo digo porque mañana será tarde: me voy, vuelvo al bosque y no regresaré hasta finales de otoño. —Ya… —Soy el escuchabosques. Solo paso el invierno en el pueblo. —El escuchabosques… el escucha-bosques, el escuchador de bosques, el que escucha los… —No sabes quién soy, ¿verdad? —Pues claro… ¡No! —Para que lo entiendas: soy como el forestal del sonido. Catalogo, clasifico y cuido los sonidos del bosque. Que todos se oigan, que no falte ninguno: el murmullo del agua, el canturreo y gorjeo de los pájaros, el aullido del lobo o el zorro, el gruñido del oso, el ulular del búho o el mochuelo, el chasquido de las hojas, el croar de las ranas, el berreo, los bramidos, relinchos, zumbidos, chirríos, graznidos, silbidos, mugidos,… Que todo se oiga dónde, cuándo y cómo tiene que oírse. —Y ¿eso importa? No me contestó, solo me miró con pena. esta noche te cuento
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LAS SÁBANAS DE HILO de María Milagros López Fernández
Había estado planchando las sábanas de hilo, aquéllas que habían sido bordadas con el objetivo de que sirvieran de acogida en una noche de bodas que nunca llegó. Las lágrimas humedecían aún más la tela rociada para su planchado. El día de la última Nochevieja habían cobijado, un año más, la angustia de la soledad y la tristeza. Era una patética y ficticia parodia de la vida que siempre anheló pero que nunca llegó. Se bajó del coche y comenzó a caminar entre los lánguidos castaños. Había estado lloviendo y el aire era tan límpido que estuvo a punto de echarse atrás. Sin embargo, pasada esta primera vacilación, continuó su paseo. Llevaba una bolsa de vivos colores en donde había metido el juego de sábanas. Comenzaba a anochecer por lo que eligió el castaño más grande y más retorcido que encontró; sacó las sábanas y las colocó dulcemente sobre los helechos que poblaban la umbría del árbol. De un bolsillo de su abrigo, sacó un frasquito azulado y una botella de agua. Una a una fue ingiriendo las pastillas, se reclinó sobre las sábanas y esperó, mirando cómo la luna escalaba la grada del cielo. Después todo se fue oscureciendo.
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LOS OTROS SENDEROS de Sergio Haro Gómez
De niña, el bosque me daba miedo. Procuraba evitarlo, y cuando no me era posible recorría el sendero deprisa, con la vista clavada en el suelo, ajena a cualquier sonido que no fuera el de mi propia respiración. Al fin y al cabo, eso era lo que se esperaba de mí. “No te pares, no te distraigas, no hables con extraños”, me decían. La vida parecía llena de peligros, y el bosque una representación de todos ellos. Pero todo cambió aquel día en que alcé la mirada, sorprendida por el canto de un pájaro desconocido. Descubrí entonces que el crujido de una rama podía anunciar la presencia de una ardilla, y no una amenaza. Que era el viento el que hacía temblar las hojas en las copas de los árboles, y no el temor. Que la llegada de las nubes no tenía más consecuencia que la lluvia, y que esta no iba a dañarme, sino a llenar de vida cuanto me rodeaba. Que, al explorar otros nuevos, estaba trazando mi propio sendero. Todo lo que soy, todo lo que he sido se lo debo a ese día. El día en que olvidé ponerme aquella estúpida caperuza roja.
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LOS PELIGROS DEL BOSQUE de Agustín Mañero —Caperucita, coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a los ancianos. niña.
—Ya voy, mamá —responde, sumisa, la
Y así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoroso. De pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y, olvidando las mil tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tomar alguna golosina de las que lleva, pero, desiste. Tam, tam, tam. —¿Quién es?
—Soy yo, abuelita, ábreme. Te traigo una cesta con provisiones. —Hola hija, ¿qué tal estás?
—Bien, abuelita, bien, pero estoy hambrienta. ¿Qué tienes, hoy, para comer? —Estofado de lobo.
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LUNA LLENA de Ricardo Álamo
Otra vez ha vuelto a ocurrir. Otra vez se me ha hecho tarde y la noche me ha sorprendido solo, en medio del bosque. Debo caminar deprisa, pero con cuidado de no perderme. Sé que los mayores se cuentan historias escalofriantes ocurridas en estos parajes inhóspitos. Historias que no quieren que los pequeños sepamos, para no asustarnos. Pero yo soy un niño valiente y no le tengo miedo a la oscuridad. Además, por suerte, hoy hay luna llena y es más fácil seguir el camino de vuelta. Lo malo, sin embargo, es el castigo que me espera por no llegar a mi hora. Y que otra vez no sabré explicarles a mis padres por qué regreso con la ropa hecha jirones, todo despeinado, y las manos y la boca llenas de sangre.
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MADRE NUESTRA de María Elejoste Larrucea
Madre nuestra que estás en este mundo. Bendito sea tu nombre. Venga a nosotros tus montes y mares. Sáciense tus necesidades, así en la tierra, mar y aire. El oxígeno nuestro de cada día dánosle hoy. Perdónanos nuestros incendios, y poluciones, así como nosotros intentaremos perdonarnos. No nos dejes caer en la tentación de la industrialización excesiva y líbranos de hacerte mal.
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PACIENCIA de JosĂŠ Ruiz Ayuso
En un recodo del sendero, y sin previo aviso, te desnudaste y te adentraste en la espesura, arrastrada por el bosque. Hace ya tres aĂąos. Empiezo a pensar que igual ya no vuelves.
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PERDIDO de Rafael Heredero García
Cuando ya todos lo dan por desaparecido soy yo quien insiste en darle otra oportunidad y organizar una batida más para poder hallarle con vida. Él y su mujer son mis mejores amigos y no puedo soportar el disgusto al ver la desesperación de ella, la muda súplica en sus ojos. Cada vez que la miro y la veo así, no lo puedo soportar. Por eso tengo que encontrarle. La mañana había empezado alegre con los preparativos de las excursión, pero se torció con la tormenta, el frío, la nieve y sobre todo cuando él se perdió en el bosque. Enseguida, en medio del caos, organizamos su búsqueda, pero hasta ahora no hemos tenido suerte. Sólo quedamos unos pocos voluntarios para seguir buscándole por lo que sugiero que nos separemos y así poder cubrir más terreno. Yo me dirijo a una zona escarpada y cubierta por una espesa vegetación que no hemos registrado todavía, y ahí es donde oigo su agónica llamada de auxilio, más parecida a un estertor, pero la ignoro. Sólo quiero asegurarme de que él no va a vivir hasta que lo encuentren los demás. Me gusta mucho su mujer.
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el bosque
QUÉ FUE DE... de Fulgencio Ruiz Bragado Cada día la mujer atravesaba el bosque para ir al pueblo, donde trabajaba como dependienta. Vivía junto a un claro de la arboleda, en una vieja casa de madera que había heredado de su abuela. Recorría el camino sin inquietud: ya no había alimañas por los contornos y los temibles lobos de antaño estaban ahora en una reserva acotada, casi extinguidos. A pesar de su madurez avanzaba con brío. Su rostro ajado se iluminaba con un brillo infantil al contemplar las florecillas del sendero; no se atrevía, sin embargo, a arrancarlas y trenzar con ellas un ramillete, como hubiera hecho en otro tiempo, pues acaso fueran una especie protegida. Su marido, casi siempre desempleado, la acompañaba a veces. Era leñador pero apenas encontraba más ocupación que olivar las ramas secas y más bajas de los árboles. Escrutó la vereda señalizada para los excursionistas que se proyectaba ante sí, y aceleró el paso. Suspiró hondo mientras se estiraba el raído abrigo de paño rojo, ya descolorido, que le quedaba estrecho. Hacía frío y se puso también la capucha; algunos rizos cenicientos pugnaron por escaparse del gorro. Un pensamiento fugaz la sorprendió: “Caramba, cómo ha cambiado el cuento”. esta noche te cuento
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REENCARNACIÓN de Alicia Yustas Humanes
Mientras enciende el último cigarrillo, Fran recuerda la noche en que despertó, parpadeó dos veces, y con los ojos muy abiertos oteó el bosque de hayas en completa oscuridad. Captó un movimiento entre la hojarasca, se lanzó en picado y el ratón cayó bajo sus garras sin rechistar. Ante el pelotón de fusilamiento, Fran se pregunta qué será la próxima vez que despierte.
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SIN MIEDO de Toni Nieto Pardeiro
Santiago tenía toda su vida orientada hacia la pendiente que desde su puerta subía a la montaña. Hacia abajo, justo detrás de su casa, empezaba un bosque que lo separaba del resto del mundo. Cuando lo conocí llevaba treinta años sin entrar en ese monte cerrado, aunque todas las mañanas disfrutaba mirando su verdor desde lo alto de la ladera. Me contó que de joven tardaba seis horas en atravesar el bosque para pasar con sus amigos una tarde cada semana. “Una dentellada, un maldito perro salvaje me hizo cogerle miedo al bosque”, me decía señalando su tobillo derecho, aunque yo intuía que me ocultaba algo más profundo que aquella mordedura. Ahora su casa está vacía. Todo está como si acabara de marcharse: la cama deshecha y el tazón del desayuno todavía en la mesa. Esta mañana, una mujer que pasaba cerca me ha dicho que hace más de seis meses que no ve a Santiago, y que ella sabía que algún día el corazón lo llevaría de nuevo a aquel pueblo. “Ha sabido esperar, ojalá tenga suerte”. No me ha contado más, pero tengo la certeza de que Santiago dejó de tener miedo.
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TIEMPOS OSCUROS de Raúl Garcés Redondo
Cuando los soldados llegaron al pueblo, algunos vecinos se echaron al monte. Éste les daba cobijo y sustento. Con frecuencia, los soldados organizaban batidas provistos de perros de presa para darles caza. Se dice que cada árbol nuevo es el alma de un caído. Así, poco a poco, el bosque se fue extendiendo hasta alcanzar el pueblo. Cuando lo cubrió con su verde manto, los soldados se vieron obligados a abandonarlo para siempre.
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TIERNOS RECUERDOS DEL BOSQUE de Ana Gómez Quevedo Cuando yo era pequeña, a mis padres debía de parecerles que no había un plan más fascinante que llevarnos a mí y a mis hermanas de excursión al bosque en pleno invierno. Yo lo encontraba espantosamente aburrido y poco interesante. No teníamos equipo de montaña adecuado y mis pies rabiaban de frio dentro de unas viejas katiuskas. Nos solía acompañar Chucho, un señor mayor y curtido que conocía muy bien la Reserva del Saja. Con él buscábamos huellas de corzos en la nieve y seguíamos sus movimientos. Veíamos las cagarrutas de estos animales que, con su calor, taladraban la nieve. A veces incluso llegábamos a encontrar los restos de alguno atacado por un lobo. Mamá nos tapaba los ojos pero yo no quería perdérmelo. Observábamos los árboles, repasábamos los nombres de las montañas, señalábamos buitres en el cielo y sacudíamos la nieve que, posada sobre las plantas que sobrevivían al invierno, dibujaba filigranas. Me fascinaban las frezas con su deliciosa gelatina redondita y transparente; siempre me dejaban llevarme unos pocos huevos a casa para que pudiera observar atónita como se convertían en renacuajos. A mis hijas tampoco les gusta ir al bosque, pero yo sé que sólo es cuestión de esperar. esta noche te cuento
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UNA CASA EN EL BOSQUE de Miguel Suárez del Cerro Estaba haciendo un reportaje fotográfico en el bosque cuando encontré aquella casa. Allí estaba Jorge mirando fijamente al horizonte, como si esperara que fuera a aparecer alguien. Estuvimos charlando y me dijo que me presentaría a su hija. - ¿Viven juntos aquí?- le pregunté. - Sí, ahora está fuera pero volverá enseguida. Me invitó a entrar en la casa. La mesa estaba puesta y de la cocina salía un magnífico olor a pollo asado. Me llevó a la habitación de su hija, estaba llena de trofeos y diplomas. En las paredes colgaban algunas fotografías de ella, pero una me llamó la atención. - ¿Su hija es militar? - Sí, se marchó a la guerra hace dos años y hoy vuelve, la estoy esperando. A todo esto, ¡tengo que sacar el pollo del horno! Jorge se metió en la cocina y yo salí por la puerta trasera. Allí había cientos de bolsas de basura, todas llenas de pollos asados. Entré de nuevo en la casa. Jorge estaba sacando el pollo de la cazuela y se disponía a tirarlo a la basura. Le detuve, mire a sus ojos llenos de lágrimas y le dije: -¿Le apetece que comamos juntos? 44
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UNA TARDE DE TORMENTA de Isabel Fernández Ortiz
En lo más profundo del bosque, Enma retrata el paisaje insondable que se extiende ante sus curiosos ojos, unos ojos que observan como el cielo caprichoso se ha inundado de nubes deseosas por desfogar su furia sobre aquella tierra de hongos. Las primeras gotas de agua adornan en un extremo el variopinto lienzo de colores, provocando que ella oculte su dibujo con premura, mientras una congregación de pinos con aroma fresco e impúdico, envuelve la resuelta figura de la chica, aun acomodada sobre la tierra cada vez más húmeda. De forma vertiginosa emprende camino, coronada por rayos y truenos aledaños, que desatan implacables una intensa lluvia. Algún animal, con cierto atrevimiento, le acecha a su paso con sigilo y congoja. A lo lejos, una humilde cabaña intuye ferviente la llegada de su afligida visitante. Con la respiración agitada por el intenso caminar, y el pelo y la ropa mojados, Enma irrumpe en la casa, donde el calor de la leña al arder la sorprende premeditadamente. En un extremo de la habitación, Rafael, enfundado en su garrota, levanta la mirada de ojos azules. Con una tierna sonrisa se acerca hasta su nieta y la besa en la sonrosada mejilla.
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455 seudónimos que hicieron... un bosque ...gracias
75 Robles Abedul Abeja Negra Abelia Abeto Abeto Real Acebo Acebuche Acentor Acícula Aguila Aire Alameda Alamo Albatros Alcorce Alimaña Aliso Amanita Amanita 2 Amanita Muscaria Amanita Muscaria 2 Amanita Muscaria 3 Anaconda Anade Azulón Anjana Arbol Arbol 2 Arbolito Arbvolado Arce Arce 2 Arce 3 Arce 4 Ardilla Ardilla 2 Ardilla 3 Ardilla 4 Ardilla 5 Ardilla 6 Ardilla 7 Ardilla 8 Ardilla 9 Ardilla Roja Ardilla Voladora Arena Argiope Argoma Arrendajo Arroyo Ascomiceto Asturcón Salvaje Azor Barro Bayas Belladona Bellota Bellota 2 Boletus Boletus Edulis Bonsai Bosque de Tallac Bosque Gris Bosque Milenario Bosque Negro Bosque Silencioso Bosquejo Brezo Brezo en Roca Brisa Brisa Mañanera Brizna Bruja Bruma del Bosque Buganvilla Buho Buitre Búho 2 Búho 7 Cacadeconejo Cala Calandria Caminante Camino Caminos Canarina Caperucitaferoz Carballo Carbayu Carrasquilla Azul Cascada Castaño Castaño 2 Castaño 3 Castaño 4 Caucho Tequendama Cazador Furtivo Cedro Cervatillo-gali Champiñon Ciervo del Bosque Cima Cinco Ardillas Cisne Claro Colibri Colmillos Conejitu Hemozo Conejo Coronel Autillo Corteza Corzo Coto de caza Crisálida Cuco Cuervobalboa Cárabo Cárabo 2 Dafne Dedalera Diente de León Driada Driada 2 Duende Duende 2 Duende 3 Duende Zahorí Duendecilla Duendecillo Eco El Bosque de Tallac 2 El Bosque Embrujado El Cazador El Cuclillo El Cuervo El Dragón El Duende del Árbol El Elfo 2 El Hada Polvorilla El Hongo El Lobo Feroz El Lobo Malo El Madroño El Otoño El Pato El Tejo Elciensayos Elfo Encina Encina 2 Endrina Enebro Ent Erica Arborea Erizo Erizo 2 Espino Espíritu de Lobo Blanco Eucalipto Fagus Faisanes Fango Fantasma del Río Festuca Flora Flores Fresno del Río Fronda Gacela Galadriel Garúa Gato Montés 3 Gato Montés 87 Gaya Gineta gnomo Golondrina Golondrina 2 Gorrión Grillo Guardabosques Hacha y Tajo Hada Hadita Halcón Halcón 2 Haya Hayedo Hayedo66 Helecho Helecho 2 Helecho 3 Hermes Valles Herrerillo Hevea Hiedra Hiedra 2 Hiedra 3
Hierba Buena Hoja Caída Hoja de Luz Hoja de Saúco Hoja Natural Hoja Seca Hoja Seca 2 Hoja Verde Hojarasca Hojarasca 2 Hojarasca 3 Hojas Hojita Hongo Hormiga Hormiga 2 Hormiga Roja Huellas del Camino Humedal Insecto Palo Irati jabalí Jabalí 2 Jacinto Jaguar Jara Sarmiento Jasper Junco Junco 2 La Cabaña La Enredadera Fluvial La Haya La Liebre La Lágrima del Sauce La Rana del Roraima La Secuoya Roja Labrador Lagestroemia Lago Lago 2 Laurisilva Laurisilva 2 Lechuza Lechuza 2 Legamo Leming Lenga Lentisco Leño Leño Viejo Libélula Roja Lince Liquen Liquen 2 Lithobates Llanura Lluvia Lobato Lobito Feroz Lobo Lobo 2 Lobo 3 Lobo 4 Lobo Blanco Lombriz Luciernaga 3 Luciérnaga Luciérnaga 2 Luciérnaga 3 Láudano Madera Madera 2 Madera 3 Madera 4 Madreselva Madreselva 2 Manada Manantial Brumoso Mantillo Margarita Mariposa Mariposa 2 Mariposa 3 Mariposa Libre Matojo Meigas Melojar Mestal Mirlo Blanco Montaraz Moral Murciélago Musgaño Musgo Musgo 2 Musgo 3 Musgo 4 Musgo 5 Musgo 6 Musgo 7 Musgo 8 Musgo de la Mañana Musgo Silvestre Musgo Verde Musgosu Muérdago Muérdago 2 Muérdago 3 Nemeton Nido Niebla Ninfa No Ardilla Nogal Nogal 2 Nomeolvides Nube Nueces Nutria Níscalo Ocelote Ojancano Olivo Olmo Orang Pendek Orilla Orilla 2 Orilla 3 Orquídea Oruguita Oso Oso de Luna Llena Otoño Paisaje Palosanto Palosanto 2 Pasto Pavo Pequeña Jabata Perenne Perenne 2 Perenquen Petirrojo Pineda Pinocha Pinos Planta Princesa Principe Azul Puma Pájaro Carpintero Pájaro Pinto Quercus Quiroptero en la Noche Raices 2 Raiz Raiz 2 Raiz 3 Rama Rama 2 Ranita Raposo Raíces Rebeco Riachuelo Robin Roble Roble 3 Roca Roca 2 Romero Ruiseñor Río Río 2 Río Frío Sauce Blanco Sauce Llorón Sauce Llorón 2 Savia Savia 2 Saúco Semilla Senda Sendero Sendero 2 Sendero 3 Sendero 4 Sendero Escondido Serpiente de Cascabel Seta 2 Seta 3 Seta Blanca Seta Venenosa Setas Señor Búho Sirope Sombra Sotobosque Suelo Taray Tasugo Tejado Tejo 2 Tejo 3 Tejo Viejo Tejón Termita Tierra Tierra 2 Tierra Lobo Tomillo Tomillo 2 Trasgo Trevol Tronco Tronco 2 Trueno Trébol Tudancas Umbría Verde Verde 2 Vertiente Viento del Norte Vilano Violeta Willow Woods Xana Yedra Yedra 2 Yesquero Zarzal Zarzamora Zorrito Zorro Zorro Astuto Zorro de Plata Zorro Estepario Zorro Gris Zorro Griz Árbol 3
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