Nicolás Maquiavelo vivió en una época difícil y en un país aún más difícil. En sus tiempos no había conceptos tan sagrados hoy como integridad territorial, soberanía o gobernante legitimo. En aquel rompecabezas que era la Italia renacentista se valía de todo. Envenenar al hermano, al primo o al padre, mandarlos matar en la oscuridad de la noche para ocupar su puesto, invadir pequeños territorios para apoderarse de ellos, pasar a cuchillo a rivales por aristocráticos que fueran, entre otros tantos tipos de atrocidades, eran moneda común, demasiado común. Los gobernantes tenían que ser poco más que despiadados para salvar, antes que cualquier otra cosa, la vida y luego para poder durar en el puesto y agrandar su territorio.
El Príncipe no es un manual para hacer el bien, sino para hacer cosas grandes aunque estén cimentadas en crueldad.