El tigre de la vitrina, Babel, 2016

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frontera

ALKI ZEI

EL TIGRE DE LA VITRINA


El tigre de la

bartolomeu campos de queirรณs

Traducciรณn de Georgia Kaltsidou


frontera

vitrina alki zei

Traducciรณn de Georgia Kaltsidou


primera parte




Los domingos aburridos, Ícaro y las tablas de multiplicar.

los días más aburridos del invierno son los domingos. Quisiera saber si todos los niños del mundo se aburren tanto los domingos como Mirtó y yo. Sobre todo en las tardes cuando asoma temprano la noche, ya no se nos ocurre qué más hacer. Desde temprano hemos jugado, hemos peleado, luego nos hemos contentado, hemos leído —yo David Copperfield y Mirtó Jack— y ya no queda nada pero nada más por hacer. Los domingos papá y mamá juegan a las cartas en casa del señor Pericles, el jefe de papá en el banco. La tía Déspina, hermana del abuelo, va de visita donde sus amigas, y Stamatína, la señora del servicio doméstico, tiene salida. Entonces, en las tardes de domingo, nos quedamos solas en casa con el abuelo. p r i m e r a pa rt e

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Si hace buen tiempo, el abuelo nos lleva a caminar y volvemos cuando empieza a anochecer. Comienza entonces el gran aburrimiento. El abuelo se encierra en su estudio con sus “antiguos”. Así llamamos mi hermana Mirtó y yo a los libros del abuelo, porque todos están escritos en griego antiguo. Nosotras vamos a la terraza de grandes ventanas y contemplamos el mar. Cuando hay tempestad, las olas rompen contra las rocas, salpican los vidrios y las gotas, al resbalar, parecen lágrimas. En esos momentos se nos ocurren las historias más tristes: que papá se murió, que mamá se volvió a casar y que nuestro padrastro es aún más malo que el de David Copperfield. Otras veces, imaginamos que el abuelo es un pobre pordiosero y que nosotras, vestidas con harapos, vagamos con él en medio del frío y mendigamos pan de puerta en puerta. A cada historia que pensamos le ponemos un título, como si fuera un cuento. Pero aquel domingo estábamos tan aburridas, que cuando le dije a Mirtó que jugáramos a “El abuelo pordiosero”, me contestó que nunca antes se nos había ocurrido una historia más tonta que esa. 12

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Estuvimos un buen rato de mal humor y luego cada una escogió una parte de la ventana y dijimos que la ganadora sería aquella en cuyo vidrio cayeran más gotas. Pero como yo ganaba siempre, Mirtó dijo otra vez que nunca antes habíamos jugado algo tan tonto. —¿Por qué no nos inventamos un cuento sobre el tigre? —pregunté, pero me arrepentí justo antes de terminar la frase y me sentí avergonzada. —¿No te da pena? —respondió Mirtó furiosa—. ¡Te crees muy avispada y piensas que puedes inventar cuentos sobre el tigre! Tal vez tuviera razón. Porque sólo mi primo Níkos sabe contar cuentos sobre el tigre embalsamado que está dentro de una vitrina en la sala, en el primer piso. Él vive en Atenas y estudia química en la universidad. Cada verano viene a la isla a visitarnos y nos acompaña en nuestras vacaciones. Aunque la tía Déspina nos haya contado que su marido mató al tigre, que venía nadando desde Turquía a comerse las ovejas en la isla, ése es un cuento para mayores que no se traga ningún niño. Níkos, en cambio, sabe un cuento maravilloso p r i m e r a pa rt e

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sobre el tigre de la vitrina, que nunca termina y que continúa cada verano. Ya era noche cerrada. Ni siquiera se distinguían el mar ni las olas. Sólo escuchábamos un “paf ”, y los vidrios de las ventanas se llenaban de lágrimas. Afuera, la calle estaba desolada y pensé que los domingos de invierno nuestra isla estaba vacía, que la gente se iba a algún lugar lejano y que apenas quedaba la terraza de grandes ventanas con nosotras dos adentro, como si flotara en el mar lleno de espuma. —¡Cómo se te ocurre! —dijo Mirtó de nuevo. Comprendí que lo había dicho nada más por decir, aunque sólo fuera para que nos peleáramos. Yo también buscaba cualquier excusa para estar cerca de ella, porque estaba muy oscuro y tenía miedo. Entonces se oyeron las palabras mágicas cantadas: pa vu ga de ke zo ni*… Era el abuelo, que cuando terminaba de estudiar entonaba unos cantos en una lengua rara llamada bizantino. Cuando Mirtó y yo queríamos darnos aires con otros niños, hablábamos entre nosotras * Escala musical bizantina, correspondiente a do, re, mi, fa, sol, la, si.

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en una “lengua extranjera”. Una decía: “pa vu ga”, la otra contestaba: “de ke zo ni”. Y entonces nos preguntaban: “¿En qué idioma están hablando?”. Y nosotras respondíamos muy orgullosas: “¿No entienden? ¡En bizantino…!”. El abuelo llegó a la terraza y nos llevó al comedor. Cascó unas nueces y nos las dio para que las comiéramos con miel. Cuando Mirtó pidió por tercera vez que le llenara el plato, el abuelo le preguntó: —Mirtó, qué prefieres, ¿comer más nueces o que te cuente un mito? —¡Comer más nueces, claro —contestó ella—, los mitos no se comen! ¡Qué extraño es el abuelo! No se parece a los abuelos de los otros niños. Es alto y camina con una vara en la mano, en vez de un bastón, sin encorvar la espalda. En la isla todo el mundo lo llama “el sabio”. Se sabe todo Homero de memoria. Nunca nos cuenta fábulas de dragones y de reyes sino mitos de los dioses antiguos y leyendas de los héroes. A veces creo que el abuelo es un griego antiguo, pero no me atrevo a decírselo ni siguiera a Mirtó, porque ella enseguida contestaría: “Bobadas”. p r i m e r a pa rt e

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—Bueno, ¿qué van a hacer ahora? —nos preguntó el abuelo cuando acabamos de comernos las nueces. No respondimos nada, porque si le hubiéramos dicho que queríamos jugar con él a la lotería, nos habría respondido: “Mejor les cuento un mito. Lotería, pueden jugar con Stamatína”. —Entonces voy a contarles un mito —dijo el abuelo y empezó a contar el mito de Dédalo e Ícaro. “Con las alas que le hizo su padre Dédalo, Ícaro comenzó a volar como un pájaro. Pero voló tan alto que llegó cerca del sol y la cera con que estaban pegadas sus alas se derritió, e Ícaro se precipitó al mar y se ahogó. El mar donde cayó fue llamado Mar de Icaria.” En el Mar de Icaria se encuentra nuestra isla. ¡Qué chiquita se ve sobre el globo terráqueo! Como un punto pequeño. Más allá quedan las otras islas y, luego, toda Grecia y los otros países, tan grandes… Qué bonito sería pegarse a la espalda unas alas y un domingo aburrido decir: “¿Por qué no ponerme las alas e ir en un instante a Japón, o a China, o a África, para ver si los niños japoneses, chinos o africanos también se aburren los domingos? ¿Y 16

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para ver si juegan como nosotras a la golosa, a saltar lazo o al pentóbola?”. —Abuelo, ¿será que algún día el hombre es capaz de volar de verdad? —pregunté. —¡Bobadas! —se apresuró a contestar Mirtó. Pero el abuelo no la dejó continuar: —Tal vez sea realidad en unos cincuenta o cien años. Ahora estamos en enero de 1936, y quizás en enero de 1986 la gente pueda volar como Ícaro, cerca del sol, pero sin que se le despeguen las alas. —De nada nos sirve esperar hasta esa fecha —dijo Mirtó—. Ya seremos unas ancianas y de todos modos no podremos volar. El abuelo la regañó por ser egoísta. —Si todo el mundo pensara así, nunca se habría descubierto nada en el mundo. Los científicos dirían: “¿Para qué desgastarnos en encontrar esto o aquello si cuando se perfeccione nuestro invento seremos viejos o ya habremos muerto?”. Pero los científicos, señorita Mirtó —continuó el abuelo—, piensan en la humanidad y no en sí mismos. Puede que ya no estén vivos, pero su nombre será inmortal. —Quisiera ser inventora —dijo Mirtó. —Si los inventores supieran tan mal como tú las p r i m e r a pa rt e

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tablas de multiplicar —dijo el abuelo—, no se habría inventado nada en el mundo. No imaginábamos que aquel domingo terminaría tan mal. El abuelo le preguntó a Mirtó cuánto era 7 x 7, y ella, como a propósito, siempre se equivocaba. Insistía además en que 7 x 8 era 46 —aunque el abuelo le decía 56—, hasta que el abuelo se disgustó. —Si no te aprendes bien las tablas de multiplicar, nunca vas a ir a un colegio de verdad —dijo el abuelo, y nos mandó a dormir. Yo estoy en segundo grado y Mirtó en cuarto. Pero no estudiamos en un colegio, el abuelo nos da clases en casa. Cada año presentamos exámenes como “instruidas en casa” y aprobamos el año. No quieren matricularnos en un colegio público, porque allí, dice el abuelo, “hay tantos niños en solo un curso que pasado medio año puede que no te hayan hecho una sola pregunta”. En nuestro barrio queda el colegio privado del señor Karanásis, pero papá dice que ese colegio no es para nuestro bolsillo. Cuando nos fuimos a dormir, Mirtó dijo que yo era la culpable de que el abuelo la hubiera regañado por las tablas de multiplicar, por haberle preguntado si el hombre llegaría un día a volar de 18

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verdad. ¿Cómo podía yo saber que para volar el hombre tiene que conocer a la perfección las tablas de multiplicar y que por eso se acordaría el abuelo de preguntarle a Mirtó sobre ellas? Además, ¿cómo podía salir todo bien un domingo? Si fuéramos al colegio, nos gustaría quedarnos en casa los domingos. Pero así… —¡Qué bueno sería estar en el colegio! —dije yo en voz alta. Pero Mirtó se había metido bajo las cobijas y fingía que no escuchaba. Entonces dije aún más fuerte: —¿con-muy? ¿tris-muy? —¡tris-muy! ¡tris-muy! —contestó ella, obstinada, bajo las cobijas. Esto no es bizantino sino un lenguaje nuestro que sólo las dos entendemos. con-muy significa muy contenta. tris-muy, muy triste. Si no nos hacemos mutuamente cada noche esa pregunta, no podemos conciliar el sueño. No sé por qué los domingos contestamos casi siempre: “tris-muy, tris-muy”. Si yo tuviera alas como Ícaro, volaría de país en país preguntándoles a todos los niños del mundo: “¿con-muy? ¿tris-muy?”. p r i m e r a pa rt e

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El tigre de la vitrina título original  Το Καπλάνι της Βιτρίνας 1ª edición  abril de 2016 © Álki Zéi, Grecia, 1963 © de la traducción  Georgia Kaltsidou, 2015 © Babel Libros, 2016 Calle 39a nº 20-55, Bogotá Teléfono 2458495 editorial@babellibros.com.co www.babellibros.com.co edición  María Osorio y Beatriz Peña Trujillo asistente de edición  María Carreño Mora revisión de texto  Beatriz Peña Trujillo diseño de colección  Camila Cesarino Costa montaje  Camila Cesarino Costa Publicado en español por acuerdo con la Agencia Abiali Afidi & Bookboom Angelica Vouloumanou isbn 978-958-8954-02-8 Hecho el depósito legal Impreso en Colombia por Panamericana Formas e Impresos s.a. Todos los derechos reservados. Bajo las condiciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra.


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Corre el año de 1936. En la misma tierra que veinticinco siglos atrás fue cuna de la democracia, se instala una dictadura fascista. Mélia, una niña que sueña con ser escritora, su hermana y sus amigos viven extrañas aventuras con un primo revolucionario que lucha contra la tiranía y conoce mil historias de un raro tigre que tiene un ojo negro y el otro azul. A su lado está siempre el abuelo que se sabe todo Homero de memoria y les cuenta mitos antiguos tan actuales como recién creados y les habla de aquel lejano siglo luminoso cuando florecieron la filosofía y la democracia. Con el tigre, los niños viajan por mundos fantásticos, pero también conocen la dureza de la vida, y al final comprenden profundamente el significado de la libertad, sin dejar de jugar, sin volverse grandes, sin perder la alegría, aunque a veces tengan que llorar. 9

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