IlustradoporBlanca
y la zapatilla
Delfina Mengod
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Era miércoles, Casilda bajaba las escaleras de su casa muy deprisa para llegar lo antes posible al portal, y esto es lo que hacía todos los días que tenía cole, pero ese día ocurrió algo especial. Oyó una voz y se detuvo en seco.
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—Por favor, ¡ayúdame! ¡No me puedo mover!
Casilda se asomó detrás de la farola: una zapatilla le estaba hablando.
—¡Ah! Ya veo que tú tampoco sabes que las zapatillas cuando nos rompemos por delante hablamos. Llévame contigo.
—No puedo, voy al cole y ya se me hace tarde; además, allí no se puede hablar y tú…
—No hablaré, te lo prometo.
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Casilda envolvió la zapatilla en su pañuelo, dejándole un espacio para respirar, y la metió en su mochila con mucho cuidado.
—¿Estás bien?
—¡Estupendamente!
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En el cole, la mañana transcurría lentamente para las dos, y más para la zapatilla, que aburrida le dijo:
—¿Pero no nos vamos? No puedo estar tanto tiempo quieta y sin hablar.
—¡Shhh! Ya queda poquito, tranquila…
—¿Quién está hablando? —dijo la profesora.
—Nadie, seño, soy yo que he hecho ruido con mis hojas.
—Sigamos… Como os decía, el universo está llenito de estrellas…
Sonó el timbre, las clases habían terminado.
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Casilda salió disparada del cole para llegar lo antes posible a casa.
—Mamá, ya estoy aquí, voy un momento a la cocina.
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Cogió un cepillo, colocó la zapatilla en el fregadero, abrió el grifo y empezó a quitarle el barro.
—¡Uyyy! ¡Qué fresquita! Cuidado, cuidado que me haces cosquillas…
—¡Shhh! Que te va a oír mi madre.
—Si me lavas y me cuidas así de bien siempre estaré como nueva. Ja, ja, ja… Je, je, je… No puedo parar de reír. Ja, ja, ja… Je, je, je…
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