Cuando yo me vaya

Mª Dolores Gil Estevan Ilustraciones de Gustavo Mazali

Era la tercera noche que Oscar no podía dormir. Con la puerta cerrada, una inquietante luz se colaba entre las rendijas de su ventana. Volvía a sudar de miedo y a sentir en su pecho una gran tristeza, y un nudo en la garganta. Hacía varios días que no dejaba de oír por todas partes el número de personas que habían muerto por esto o por lo otro, y no quería que eso les ocurriera a sus padres o a su hermana.

Acurrucado junto a Peter, su osito de peluche, bajo las mantas para intentar esconderse de sus fantasmas, intentaba tararear alguna canción alegre, pero solo escuchaba los latidos de su corazón que retumbaban en su cabeza como un caballo a galope.

La muerte aparecía en todas las noticias.

Hasta el abuelo de María, su compañera de clase, se había muerto hacia solo unos días.

Pero ¿qué es la muerte?, ¿duele?, ¿por qué hay que morir? ¿Y si se moría él o sus padres?, ¿a dónde se van los que se mueren?

Había muchas preguntas que le agobiaban, y era incapaz de pensar en otra cosa.

Era muy tarde ya, y sus ojos llenos de lágrimas se le cerraban de puro cansancio.

De pronto, algo o alguien golpeó el cristal de su ventana. Se levantó con un nudo en el estómago y abrió la ventana. Apenas lo hubo hecho, ¡una estrella fugaz se coló en la habitación!, y fue a posarse en la ¡punta de su nariz! Oscar se llevó tal sobresalto que cayó de espaldas sobre Peter, que descansaba plácidamente en el borde de la cama, y quiso por un momento convertirse en él.

—Disculpa el atrevimiento, pero es mi segundo primer vuelo, y aún no controlo los aterrizajes —dijo la estrella.

«¿Una estrella que habla? Bueno, cosas más raras, se han visto», pensó Oscar.

Venimos de un lugar de luz al que todos