A diez rayas de la felicidad
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Érase una vez una gran pradera en algún remoto lugar que pertenecía a un hombre amante de los animales. La pradera se llamaba «La Pera». Allí vivían caballos, yeguas, ponis, burros y vacas. Claro que no vivían juntos, pues cada grupo tenía su territorio en la pradera. Los caballos, las
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yeguas y los ponis vivían al sur, los burros habitaban en el oeste, y las vacas, mientras tanto, lo hacían en el este. Ninguno cruzaba más allá de las líneas de su porción de pradera y, por descontado, no se relacionaban con otro animal que no fuera de su misma especie.
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Hacía unos días, el dueño de la pradera, Jonás el mandamás, había traído directamente del sur de África, en concreto desde Sudáfrica, varias familias de cebras.
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Tregua la yegua, que era aún una potrilla, se pasaba las horas en la línea que separaba el sur del norte, donde ahora vivían las cebras, observándolas.
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Le fascinaban sus vidas: cómo jugaban, se divertían, etc. En especial, le gustaba un juego al que había observado que solían jugar, El Equitram.
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Tregua la yegua tiene un gran deseo: jugar con las nuevas inquilinas de la pradera La Pera: las cebras. Pero, en una pradera donde es impensable cruzar una frontera y jugar con otras especies, tendrá que idear un plan para poder cumplir su deseo. Para ello, contará con la inestimable ayuda de un gran amigo. Pero... ¡Cuidado! Todo plan conlleva su riesgo.
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