Los dioses de la Adiván

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LOS DIOSES DE LA ADIVÁN La diosa desaparecida

Aroa Bresó Olaso

Prólogo

No esperaba visitas. Tampoco había pedido nada, ni esperaba ningún paquete.

Por eso le sorprendió tanto que sonara el timbre, a las tres de la mañana, ese sábado 19 de febrero.

Y todavía más cuando la vio a ella.

Estaba algo cambiada, con el pelo empapado, aunque no llovía, la ropa calada y temblaba. Y él vio algo que nunca había visto. ¿Por qué así, de repente, ella tenía un ojo marrón? Podría jurar que antes eran los dos verdes. Pero no, no eran cosas suyas. Alameda ahora tenía un ojo verde y uno marrón.

Además, sujetaba un bulto envuelto en mantas. ¿Qué estaba pasando?

—Marc, ¿podemos hablar? —preguntó ella.

—Debemos hablar —la corrigió él.

Hizo pasar a la mujer y le dio una manta para que se secara. Incluso le ofreció coger el bulto que ella sujetaba, pero Alameda se negó.

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Cuando estuvieron sentados en el sofá de la casa, ella destapó lo que llevaba.

Marc la miró incrédulo cuando vio que era una niña de pocos días.

—¿Esa niña…?

Alameda se acercó a la niña al pecho y empezó a llorar.

—Marc… tengo que explicarte una cosa —dijo sollozando.

Marc temió que sus hijos despertaran. Agarró la mano de la mujer a la que amaba y la miró a los ojos.

—Dime lo que tengas que decirme.

Ella lo miró agradecida y suspiró profundamente.

Marc seguía sin creerlo, pero todo tenía tanto sentido que le dolía. No le gustaba que ella le hubiera tenido engañado. Por otra parte, se alegraba. Por dentro estaba impotente. Lo que Alameda acababa de revelarle le dolía. No quería que ella se marchara. Lo que empezó siendo un simple encuentro en medio del Vedat había terminado siendo amor. Amaba a esa mujer.

Alameda besó la frente del bebé y lo depositó en los brazos de Marc.

—¿Cómo la has llamado? —preguntó él.

—No le he puesto nombre. Yo no la voy a criar.

—Pero eres su madre.

Alameda acarició la carita del bebé.

—Dana —dijo entonces—. Dana Andreu.

Marc sonrió. Tocó la suave piel de Dana. La niña se revolvió en sueños.

—Tiene dos días —informó Alameda—. Nadie sabe de su existencia excepto mi hermana. Y ella no lo dirá. No la lleves allí, Herensuge me dijo que su hija pequeña la sacaría del instituto cuando fuera necesario. Solo cuídala. Por favor.

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—Es mi hija también, mi álamo. La cuidaré como a Sergi o a Ferran.

—Gracias —dijo ella secándose los ojos.

Marc la abrazó con la mano libre. Podía imaginar lo difícil que era para ella dejar a su hija de dos días para no volver a verla.

Alameda lloró sobre su hombro, y cogió la manita de Dana con fuerza.

—Hasta dentro de unos años, mi raíz —dijo apenada—. Espero que puedas con Vers.

—Hasta que el destino nos reencuentre —le dijo él a Alameda—. Me siento afortunado por haberte conocido. Te quiero, mi álamo.

—Y yo a ti, Marc.

Alameda le besó la frente poniéndose de puntillas para llegar. Y luego corrió hacia la ventana más próxima y se lanzó.

Marc contuvo el grito, sobre todo cuando la vio elevarse en el aire.

Y el viento se la llevó.

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Me llamo Dana Andreu. Tengo trece años y vivo en Valencia, para ser más exacta, en una ciudad pequeña llamada Torrent.

Tengo dos hermanos mayores y vivo junto a mi padre en un piso. No vivo rodeada de lujo ni nada por el estilo, de hecho, mi casa parece una pocilga. Mi hermano mayor, Ferran, tiene dieciocho años, vive con nosotros y no hace nada más que estudiar encerrado en su habitación. Todo lo que hace fuera del cuarto lo deja por ahí y yo soy la encargada de limpiarlo.

Por otro lado, está Sergi, que no hace absolutamente nada. Él dice que está estudiando, pero eso no se lo cree ni él. Tiene quince años y va de matón por la vida, aunque realmente es buena persona.

Luego está mi padre. Es un buen hombre, pero no hace nada por mantener la casa ordenada, se pasa el día de cara a su ordenador. Así está la casa.

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1 Dana

La única que parece preocuparse por el desorden soy yo. No tolero que la casa esté tan sucia. Lavo los platos, quito el polvo (soy una obsesionada con el polvo, tal vez porque soy alérgica, vete tú a saber), hago las camas de todos (y miro debajo de la de Sergi, ya de paso, pues deberíais saber que a veces oculta ciertas cosas no aptas para chicos de su edad), hago la colada y limpio los pelos que deja nuestro perro, Txitxo, esparcidos por toda la casa… Eso es de mantenimiento, los sábados hago una limpieza más a fondo.

Nuestra rutina es muy sencilla: Ferran nos lleva a Sergi y a mí al instituto, se va a la Universidad, vuelve, nos recoge, comemos, hacemos los deberes, Sergi se va con sus amigotes y yo me quedo en casa jugando con mis muñecas. Sí, lo sé, suena un poco infantil, pero tengo cinco muñecas a las que les diseño ropa, pero de la que mola. Después, les hago fotos. Hago un conjunto al día y me quedan preciosos.

Hora de hacer una descripción: A veces me miro en el espejo y digo «¿Yo de dónde he salido?». Físicamente soy todo lo contrario a mi padre y mis hermanos. Soy pelirroja, con el pelo muy rebelde. Me cuesta peinarlo la vida entera. Mis ojos son bonitos, al menos eso compensa mis pelos. Los tengo verdes, con un tono dorado por el borde de la pupila. Según mi padre, mis ojos son iguales a los de mi madre. A decir verdad, no tengo ni la más remota idea de si mi padre tiene razón o no, porque no llegué a conocer a mi madre. Tengo unas pecas horribles que me cubren la cara y los brazos y mis labios parecen una fresa de verdad. Tengo una marca de nacimiento al lado de la clavícula. Parece una X, pero con un palito extra en la parte de vuestra izquierda, abajo. En resumen: soy la cosa más fea que te puedas imaginar.

Ah, que se me olvida, llevo gafas por hipermetropía. Las gafas no tienen nada especial, son verdes, muy sencillas. Pero sin ellas

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no veo más que borrones, así que las llevo siempre puestas. Salvo cuando duermo, que ahí sí que enfoco, curiosamente. Empezamos por ese día tan raro en el que ocurrió una cosa hiper rara y llegué a la Adiván.

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Dana Andreu es una niña normal. El último día de clase en el instituto se ve luchando contra un dragón al lado de su mejor amiga y, tras sufrir una conmoción, despierta en la isla de la Adiván, donde viven una serie de seres extraños.

Allí conoce a mucha gente interesante, aprende cosas sobre sus orígenes, se inicia en la lucha y descubre los poderes que posee.

Después de un altercado, Dana y sus nuevos amigos deben ir de misión a salvar a la diosa Alameda, que se encuentra en paradero desconocido. Durante la misión, vivirán varias aventuras, siempre narradas con el humor y la sensibilidad de Dana.

ISBN 978-84-19904-49-2

9 788419 904492

babidibulibros.com

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