Susana Ross
, a s y l A
Ilustraciones de Elisa Díaz
la naranjita que no nació entera
PRÓLOGO
Son tiempos difíciles. Esta pandemia está
teniendo un impacto especialmente importante sobre las mujeres, aumentando el riesgo de ampliar las desigualdades y brechas de género existentes. La mejor vacuna frente a la pandemia del machismo y de la violencia contra las mujeres es la educación. A través del cuento “Alysa, la naranjita que nació entera”, podemos acercar
a los más pequeños y pequeñas, así como a sus familias, una realidad diversa en la que la no violencia es posible. A una realidad en la que las niñas y las mujeres crecen, en todos los sentidos, con autonomía plena y capacidad de construir su propio futuro. Generando lazos con otras personas, pero sin que nadie sea objeto ni propiedad de nadie. Y hablando de mujeres que han crecido y que se construyen cada vez más libres, la autora de este cuento, Susana Ross, ejemplifica el empoderamiento con todas las letras de la palabra. Con este cuento, pone su talento al servicio de una educación en igualdad y, por tanto, de la construcción de una sociedad más justa. Leticia Sánchez, psicóloga y Concejala Delegada del Área de Igualdad del Ayuntamiento de Parla
Un cuento escrito por Susana Ross
Aunque nadie lo sepa, existe una isla di-
ferente a todas, donde la igualdad y el respeto prevalecen por encima de cualquier cosa. Es una isla hermosísima con muchos árboles y casitas de ensueño, donde viven felices y en armonía todos sus habitantes. El poblado está rodeado por un río que serpentea entre casa y casa, para que nunca les falte agua a sus habitantes. Ese río les proporciona casi
todo lo que necesitan, ya que de él no solo se alimentan… Por él atraviesa una familia de anguilas eléctricas, prestando a los hogares electricidad gratuita y sin contaminación. De ahí algo jamás visto, las anguilas y las naranjas conectan en perfecta simbiosis, trabajando codo con codo para que las funciones de la isla y suministros nunca falten. Y ahora, os contaré su historia. Las madrugadoras de la isla eran mamá Electra y su ejército de anguilas: podías verlas trabajar en el agua, y a Electra capitaneando a sus casi cincuenta hijos tras ella. —A ver, ¡Chipista junior! –desesperada reclamaba—. Pero, hijo, no te salgas del plano y deja de ligar con tu prima Calambrita, que esos latigazos de coqueteo se necesitan para dar energía al molino de agua. No sé cómo repetir ya las cosas —suspiraba enfadada. —Pero, mamá. Es que… creo que me he enamorado… —respondió junior sonrojado.
—¿Enamorado de Calambrita? ¡Truenos que nos lluevan! ¡Relámpagos que me quemen! ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? –Electra pensó callada unos segundos y cambió de parecer—. Bueno, ya lo hablaremos en casa, siempre son bienvenidas nuevas anguilitas electrizantes para la tropa. ¿Alguno más quiere darme una sorpresa? –gritó mamá Electra con cara de sargenta. Pero ninguno replicó una sola palabra, a pesar de que unos cuantos bostezaban a escondidas. —¡Ea!, pues a trabajar se ha dicho, esta isla nos necesita. ¡Vamos a relampaguear esas chispas! ¡Perezosos! –Todos se pusieron a nadar contra corriente. Por supuesto, Electra iba la primera, y en su mano, un precioso tridente. De repente, el río se llenó de electricidad reluciente que hacía brillar sus aguas como si estuviera lleno de estrellas. Cada vez que aquello pasaba, los habitantes de la isla salían embobados a disfrutar de semejante
belleza sin igual. Por supuesto, no era momento de bañarse, pues un calambre podría quemarte la espalda. Os preguntaréis cómo sé que existe dicha isla tan diferente a todo lo que conocemos. Muy sencillo, porque una vez estuve allí, pude ver y comprobar por primera vez en mi vida, cómo toda una población convivía serena y equilibrada. ¿Sabéis lo más maravilloso de esta isla? Pues que era una isla en la que habitaban todo tipo de naranjas. Pero por mucha variedad que existiera en la isla de las naranjas, ninguna se creía mejor que otra. Ante todo, prevalecía el compañerismo como base de todo principio de felicidad, y así siempre se mantenía la buena convivencia, dado que está basada en la igualdad, tolerancia y respeto a todos los seres vivos que habitaban en el lugar. La isla era un lugar lleno de luz y fragancia de fruta, donde el sol lucía cálidamente, y la lluvia se programaba en una máquina especial que controlaba las nubes y causaba los chu-
bascos de la isla. Esa máquina se llamaba, «el controlador». Y como su propio nombre indica, si el sol calentaba mucho y era un problema para el cultivo, una naranja, llamada Ciclos, ponía unas nubes en medio del sol y mandaba pequeños chubascos para que ninguna naranja sufriera de calores. Pero Ciclos no solo se dedicaba a su máquina, Ciclos era padre, marido, compañero y amigo de una naranja que necesita muchos cuidados, ya que su salud a veces se resentía, y Ciclos debía de encargase de todos los quehaceres de la casa. El hogar es cosa de ambos sexos, del hombre y de la mujer. Barrer, fregar, planchar, todos han de saber. Ciclos se levantaba por la mañana, y si ese día su mujer se encontraba con fuerzas, ambos preparaban el desayuno juntos y se organizaban con sus hijos. Desde pequeños, tanto naranjito como naranjita, sabían recogerse lo que manchaban y ayudaban a sus padres
en todo lo que pudieran. A veces o casi siempre gruñían, sí, porque se supone que limpiar es un rollo, mola más jugar, eso está claro, ¿verdad? Pero cuando las quejas eran más fuertes que las ganas de ayudar…, Ciclos, que era un padre muy molón, les cantaba esta canción. «Tralarí, tralará, juntos vamos a limpiar. Tralarí, tralará, ya verás que divertido será. Tralarí, tralará, porque unidos y cantando, tralarí, tralará, no tardaremos ni un pispas. Tralarí, tralará, la canción de las naranjas, tralarí, tralará, nunca debes de olvidar, tralarí, tralará, porque naranjitas de la mano, tralarí, tralará, verán que tanto barrer, como fregar, tralarí, tralará, es divertido, ¡pruébalo y verás! Tralarí, tralará, cuando el mocho esté en tu mano, tralarí, tralará, y se lo pases a tu hermano, tralarí, tralará, al compás de esta canción. Tralarí, tralará, la canción de las naranjas, tralarí, tralará, nunca debes olvidar, tralarí, tralará, porque ayudar es divertido.
ISBN 978-84-19106-59-9
9
788419
106599
En la isla de las naranjas, un buen día nació Alysa, la naranjita que no nació entera. Hacía siglos que no se había dado el caso, y en la isla este suceso fue algo catastrófico. Alysa necesitaba constantemente ayuda para todo. Y así encontró a un enamorado que se ofreció para ser su soporte. Alysa escuchó bien el consejo de su madre, y un buen día se dio cuenta de que, si no aprendía a valerse por sí misma, nunca llegaría a ser una naranjita completa. Así pues, una mañana se levantó y decidió abandonar «sola» su isla y vivir su propia aventura, recorriendo todas las islas de alrededor. Conoció a todo tipo de frutas, y descubrió lo maravilloso que era la variedad, tanto en colores, como en sabores, y que a pesar de ser diferentes, todas las frutas eran estupendas. En este viaje no solo descubrió un mundo nunca visto, sino que se redescubrió a ella misma y lo que realmente valía. Emprende con Alysa la aventura de descubrir tu entorno y, ante todo, que «quien bien te quiere, siempre te hará crecer».