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Anacleta era una oveja poco habitual; tenía su lana verde como la hierba y azul como el mar.
Sus patitas estaban bien cuidadas, pues no vivía en un corral, sino en una sencilla casita de paja, sujeta por migas de pan.
Por las mañanas, iba a la escuela dando un bonito paseo por la orilla del canal.
Por las tardes, cuando salía, las dedicaba a ensayar.
¿Y
qué ensayaba? Anacleta tocaba la trompeta y no se le daba nada mal.
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Aprendió a tocarla junto con el lenguaje musical.
Se pasaba toda la tarde practicando y ensayando, llena de felicidad. Tanto que, cuando terminaba en el conservatorio, ya era la hora de cenar.
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