Aquí te pillo, aquí relato

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ano v nº5

mayo ´ ´ AQUÍ TE PILLO, AQUÍ 2022

R E LATO OUR B ROS

veinticuatro relatos circulares



En las nubes

E

ché una moneda a la fuente. Todos aseguraban

que los deseos que pedías se cumplían. Yo pedí una persona bella en todo su ser, tanto por fuera como por dentro; alguien que me quisiese de verdad, sin importarle nada. Entonces la vi, tan blanca como la nieve y con esa forma redondeada. No podía dejar de mirarla. Mientras la contemplaba era como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo tuviese sentido, como si todas las preguntas tuvieran respuesta. Tenía en el rostro, pintada, una alegre sonrisa. No podía dejar de mirarla. Al parecer ella también me miraba. Sentía que mi cuerpo se volvía leve. ¡Qué hermosa nube! Al instante, vino una ráfaga de viento y mi amada comenzó a desplazarse. Yo, sin pensarlo, también fui

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caminando tras a ella. No sé cuánto tiempo estuve andando. Llegué a una preciosa pradera de florecillas pálidas. También corría un riachuelo en el que había un pequeño puente para pasar al otro lado. Todo el cielo estaba sólo para ella. No había más nubes que ella. A ella pareció haberle gustado el paisaje porque entonces se paró sobre mí. Me tumbé sobre la verde hierba. Después de un rato observándola, noté cómo los ojos se me iban cerrando. Pasado un rato, desperté de un plácido sueño. Había dormido unos minutos. No sé cuántos, sólo sabía que estaba atardeciendo, pues el sol se escondía en el horizonte tras las altas colinas. Miré hacia arriba para saludar a la nube, pero… ¡no estaba! Nervioso, dirigí la mirada a todos lados para buscarla y entonces fue cuando la vi alejándose lentamente. Me acerqué a ella y la seguí sin saber dónde me llevaría. Tras un largo trecho, llegamos de nuevo a la ciudad. Había mucha gente y demasiado ruido. Al parecer, a ella tampoco le gustaba demasiado ese lugar, pues empezó a moverse más rápido, hasta llegar al punto en que debía correr para alcanzarla.


Llegamos a un edificio muy alto que parecía un rascacielos. La nube fue por un lado y yo tuve que abrirme paso entre la multitud. Finalmente, llegué al término de la avenida y me senté en un banco que había junto a mí, para esperarla. Tras muchos minutos, comencé a desesperarme; ella no aparecía. Tendría que haber emergido entre los altos edificios, pero no estaba. El cielo empezaba a tener una tonalidad rojiza. Alcé la mirada y, por fin, la encontré. Estaba justo sobre mí. Notaba la serenidad de su sombra sobre mí. De súbito, el viento la empujó más rápido. Llegamos a un paso de peatones donde por poco un coche me atropella, porque al cruzar ni siquiera me fijé en que el semáforo estaba en rojo, como los destellos del horizonte. Atravesamos toda la ciudad. El cielo se había oscurecido. La nube, según me pareció, había disminuido su tamaño y ahora estaba más alargada, aunque a mí


eso no me importó. Para mí seguía igual de hermosa que siempre. Dejamos atrás la ciudad. No podía ver bien el paisaje en el que me encontraba, sólo sabía que a lo lejos había un barranco. Me daba la sensación de que ya había estado en aquel lugar. Ella seguía desplazándose, iba directa al precipicio y yo me volví a asustar. Seguí corriendo hasta llegar a la valla que me indicaba el final del camino, aunque ella no se detuvo. En ese mismo instante, noté un terrible cosquilleo por mi cuerpo. El sol ya se había escondido por completo. Las farolas se encendieron. Me quedé observándola hasta que, poco a poco, serenamente, casi sin decir nada, desapareció en el horizonte. Sentí un frío en el pecho, un aire nocturno que me llenó de tristeza. Me eché las manos a los bolsillos y noté ese vacío que me había quedado. Me di la vuelta para regresar a casa y entonces fue cuando descubrí que estaba en el mismo sitio de la mañana, junto a esa bonita fuente a la que tiré la moneda. Pero la fuente no estaba sola. Junto a ella había una hermosa chica. Me acerqué a ella como si ya la conociera, como si mi corazón ya hubiese recorrido aquel camino. Y entonces le dije:


—Te miro y es… ¡como estar en una nube! En ese mismo instante comenzó a llover. Ella no dijo nada, tan solo me sonrió. Abrió su paraguas y me invitó a pasar.

MERCEDES DE LA CRUZ JIMÉNEZ


´ El tobogán

—C

ariño, ¡tírate, no pasa nada!

Me dan miedo los toboganes. Mamá siempre me dice que no les tengo que temer. Vamos al parque que está al lado de la casa de tita Reme. Voy de la mano de mamá. Hay muchos niños correteando por todas partes. Miro hacia el lado y ahí está el tobogán. Me da miedo, pero mis amigos están ahí. Tan sólo hay cuatro niños delante de mí. Detrás, tengo una niña con coletas y lazos dorados. No sé cómo se llama, pero me ha sonreído. Se le ve un poco nerviosa y no para de empujarme. Miro asustada a mamá. Ella sabe que no me gusta el tobogán, me aprieta la mano, me regala una de sus sonrisas y se va a esperarme al final. Miro hacia arriba. Me tiemblan las piernas y siento frío. Estamos muy alto, tanto que veo desde aquí


mi casa. Papá siempre me dice que el miedo es psicológico, pero yo no entiendo esa palabra. A mí no me dan miedo las alturas, aunque este tobogán esté por las nubes. Lo que realmente me asusta es que cuando me tire y llegue abajo, mamá no esté. Sí, eso es lo que me asusta de verdad. ¿Y si cuando me tire me pierdo y no llego al final para que me abrace mi mamá? ¿Y si me hago daño cuando caiga? Mi mamá estaría muy preocupada, y mi tita le diría que me tomase una tila. Una tila es como un café, pero sin la esencia mágica que te hace correr de un lado para otro. He mirado por delante de los niños que tengo en la fila, el tobogán es muy largo y estrecho. Ya es casi mi turno para lanzarme, siento a la niña de las coletas, que me empuja. Desde aquí arriba oigo a mis amigos animándome, y ya no pienso que esté tan alto. Creo que me podré tirar. Saco valor de donde puedo. Además, veo a mi mamá que está esperando al final del tobogán. Siento cosquillas en la barriga y un nudo en la garganta. Es lo mismo que siento cuando mamá no está cerca. La niña de las coletas no para de decirme que me tire, pero aún no me decido. La niña me empieza a


agobiar, y me ha puesto las manos en la espalda. No me lo pienso más, me siento, cojo impulso y me deslizo por la cosa que más me aterra en este mundo. Todo pasa en un momento, casi sin darme cuenta. El recorrido es mucho más corto de lo que yo pensaba. Ha sido emocionante. Llego al final del tobogán y mi madre me agarra con fuerza. Entonces miro arriba del tobogán y allí está la niña de las coletas. La llamo con fuerza y la animo a que se lance sin miedo. Yo la espero con los brazos abiertos como mi madre me esperó a mí, y recibiré a mi hija al final de su tobogán. —Cariño, ¡tírate, no pasa nada!

SOFÍA GARCÍA MANCERA


Desde las estrellas

A

lcé mi cabeza, mirando el sol brillante, que se

escondía entre las nubes. Me giré hacia mi padre para señalarle el hermoso cielo que se teñía suavemente de rosa. Corrí hacia el campo, alejándome de la casa, pues un destello blanco llamó mi atención. Era una bella hortensia, blanca como la nieve y ligera como una pluma. Sus pétalos eran cortos y acorazonados, agrupándose para formar una delicada corona. El día parecía perfecto, maravilloso… Me sentía feliz, sin ningún motivo en especial, simplemente por la tierna simpleza de la vida. Mi padre apareció detrás de mí, y me preguntó qué era eso. Se la tendí con una sonrisa, pero, en el instante en el que la flor tocó su mano, los pétalos se marchitaron.


Aquí´ te pillo, aquí´ relato

Comencé a llorar y, como si el cielo compartiese mis sentimientos, empezó a llover. Al principio, suavemente, con gotas pequeñitas, y de pronto empezó a caer agua a borbotones y se formaron charcos a mis pies. El agua arrastró mi flor marchita. Mi padre me cogió la mano y me abrazó, riéndose. Me dijo que no pasaba nada, que estaba conmigo y que por eso estaba feliz. En ese momento, sentí una enorme gratitud hacia él, siempre me comprendía, siempre me apoyaba y estaba ahí para mí. Mi padre era un hombre bondadoso, ya entrado en sus cuarenta, con el pelo castaño, algo canoso y una corta barba rasposa. Llevaba gafas, tras las que se escondían sus increíbles ojos azules. Le gustaba leer y dar paseos por el campo, y era muy educado y tranquilo.


Jugamos bajo la lluvia, y entre risas y gritos, y el triste paisaje se convirtió en un preciado recuerdo. Cuando me marcho a casa y abro la puerta, encuentro a mi hijo. Tan pequeño, dulce, y pálido, me recuerda a mi padre, que ahora me observa desde las estrellas. Ahora lo comprendo, su preocupación, su cariño, esas largas horas de trabajo, aunque nunca se quejaba, sólo por ahorrarme dolor. Esa espléndida sensación de volver a mi hogar y encontrarlo. Lo veo venir hacia mí, con una flor en la mano. Era una hortensia, tan blanca como la nieve y ligera como una pluma. Le pregunté qué era eso, a pesar de que ya lo sabía, igual que mi padre hizo conmigo hace mucho tiempo. Mi hijo está feliz, disfruta de su infancia que tan solo podrá volver a vivir a través de sus hijos. Más tarde, cuando él crezca, y sea yo quien lo observe, feliz, desde las estrellas. MERCEDES, JUANA, CLAUDIA


Tres aspas

E

l ventilador se movía pausadamente, formando un

círculo. Miraba fijamente las aspas girar y girar, creando un bucle infinito. La corriente que emitía rozó suavemente mi rostro. Sentí frío. ¡Mucho frío!. Era ese mismo frío que se siente cuando no sabes qué hacer con algo. Las aspas giraban, ajenas a mis pensamientos; no les importaban las horas de clase ni las asignaturas. Ellas seguían rotando con insistencia, como las olas del mar, como el viento en la montaña, esperando tal vez a que el ventilador se quedara sin fuerzas o lo desenchufaran. Mi vista se volvió borrosa. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándolo? Quién sabe. El tiempo es alto y misterioso. La brisa del ventilador me reconfortaba. Había


cambiado la temperatura; el ambiente por fin era perfecto. Círculos. El círculo que hacía el ventilador me hizo pensar. El círculo es el primer signo del infinito. El «ocho tumbado» fue el segundo. O eso he escuchado. ¿Por qué el círculo es el primer signo del infinito? Muy simple, sigue el borde, y cuando crees que ha acabado, vuelve a empezar. No tiene principio ni fin. De repente, el ventilador dejó de girar y el círculo se convirtió en tres aspas separadas, desapareciendo, como la brisa. Tres aspas, pasado, presente, futuro; tres aspas; nacer, vivir, morir; tres aspas… Me percaté de que mi profesora me observaba visiblemente enfadada y me dijo: —¡José Ramón, vamos, espabila que estás en Babia!. Te he encargado que escribas un relato, ¡no te duermas en los laureles y hazlo! Y pensar que eres el mejor escritor de la clase, anda escribe, que ya los otros casi han terminado. Es que algunas veces me desesperas… Lleno de inspiración empecé a escribir. Tres aspas. Empezar, desarrollar, terminar. El ventilador se movía pausadamente… JOSÉ RAMÓN GÁLVEZ LÓPEZ


Este libro ha sido escrito por 24 alumnos del colegio Buen Pastor de Sevilla, de entre 11 y 15 años. La edición de este libro tiene un fin benéfico, a favor de la FUNDACIÓN FAST. Todos los beneficios de la venta de este libro irán destinados íntegramente a FAST, y se dedicarán a la investigación de la enfermedad de Angelman, padecida por miles de niños en todo el mundo.

ISBN 978-84-19339-24-9

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