—Soy Bermellón, un camaleón. —¡Bermellón, no eres un camaleón! —se escucha. Vivo en la jungla de Madagascar, un paraíso verde y singular, y aunque se rumorea que la mayor parte de camaleones vive aquí, a ninguno he podido advertir. Eso sí, los escucho a todos opinar sobre lo que hace a mi piel colorear. —¡No es un camaleón! ¡¡Tiene un color demasiado chillón!! —se escucha.
Adoptamos el color de nuestro entorno y somos los reyes de la ocultación. Y aunque me considero un auténtico camaleón… con esto tengo un… —¡Bermellón y su problemón! —se escucha. … Un problemón… y es que ¡no controlo mi emoción!
Cuando consigo cazar un grillo, me invade la alegría y mi cuerpo se tiñe de amarillo. —¡Bermellón! ¡Guarda esa alegría para otro día! —se escucha. «¿Por qué no consigo encontrar los camaleones que sí puedo escuchar?», piensa.
Cuando se me escapa una langosta, me enfado tanto tanto que mi piel se torna roja.
—¡Menudos contratiempos tiene desde hace tiempo! —se escucha. «¿Por qué no consigo alcanzar los colores de mi hogar?», piensa. Miedo me dan los días nublados, y es entonces cuando mi cuerpo parece morado. —¡Unos cuantos nubarrones y Bermellón no atiende a razones! —se escucha. «¿Por qué no consigo verme, así como a mi hogar verde?», piensa.