
CAPÍTULO UNO
¡QUEDA POCO TIEMPO, TIENES QUE DESPERTAR!
—B
alam Tup, tuve ese sueño otra vez.
Itzanami se bajó de su hamaca con pereza, de nuevo soñando con un joven que no había visto jamás. Sus grandes ojos recorrieron su pequeña pero acogedora Xa’ anil naj y se detuvieron en cuanto encontró su objetivo.
—¿Es ese muchacho de nuevo? —preguntó, aun sabiendo la respuesta.
—Sí —contestó acercándose a él—. Pero esta vez me pedía que lo salvara.
El Balam Tup se paró delante de la joven de veinte años observándola arrugar el entrecejo, le agarró los hombros con ambas manos a modo de interrumpir el torrente de pensamientos que se adivinaban en los ojos de la chica.
—¿No estarás enamorada de algún bequech?
—¡Por supuesto que no! —Negando con la cabeza se alejó de él.
—Todo es simplemente tan confuso, empecé a soñar con él repentinamente, aparece de la nada en mis sueños pidiéndome que lo salve y eso… y eso no es lo más extraño, lo más extraño es que ni siquiera tiene rostro, solo la sombra de lo que parece
ser una sonrisa. ¿Por qué sonríe si me pide que lo salve? ¿A que es extraño, Balam? —Sus ojos grandes lo interrogaban.
El Balam se mantuvo callado observando a la joven que lucía intrigada, él sabía que lo que la niña estaba soñando no era normal, su destino podría estar reclamando su presencia, pero él lo había prometido. La niña bajo su cuidado viviría una vida plena y sana fuera de peligro, no dejaría que se involucrara en nada que no fuera vivir una vida feliz y cotidiana.
—Ve a buscar hojas de chaya para la comida. —Fue lo único que logró decir finalmente.
Itzanami lo miró con sincera acusación en sus ojos, pero no dijo nada. Tomó una pequeña cesta que se encontraba por ahí y salió de su Xa’anil naj evitando por completo a su Balam Tup. Caminó enojada por el largo sendero, su Balam Tup nunca la escuchaba cuando ella quería expresarle sus preocupaciones e inquietudes. Llegó a un arremolinado de árboles y con un suspiro se acercó.
—Buenos días. —Sonrió con suficiencia a la mata—. Tomaré algunas de tus hojas para el desayuno de hoy.
Mientras arrancaba de una en una las hojas de aquel pequeño árbol, recordó que se creyó absurda la idea de que este se molestaba si lo agarrabas sin su permiso, era solo una simple planta e ignorando las advertencias anteriores que le habían hecho, arrancó las hojas; apenas las vio, nunca olvidaría las ronchas que esa condenada planta le había provocado en el cuerpo. Desde eso, le importaba poco quién estuviera cerca o lo tonta que se sentía al saludar de esa manera a las plantas de chaya, nunca se olvidaba de pedir permiso antes de tocarlas.
—Oigan, ¿no es la chica loca?
Itzanami sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, inclinó el rostro solo para ver a un grupo de muchachos acercándose a ella. Podía imaginar con perfecta claridad lo que esos chicos trataban de hacerle. Se agachó y se quitó sus huaraches, eran bonitos, no quería que se le estropearan. Sujetó bien a su cuerpo las hojas de chaya y corrió tan rápido como sus pies descalzos se lo permitieron.
—¡Que no escape! ¡Ahí va la Teyolloquani!
Sentía cómo las piedras que le lanzaban le rozaban la espalda, no podía detenerse por nada, vislumbró su Xa’ anil naj cerca y por pura inercia volteó el rostro hacia atrás solo para sentir una última roca estrellarse contra su cara antes de atravesar el umbral. Con la cabeza gacha ocultando sus lágrimas se acercó a la única otra persona que vivía en ese lugar.
—¿Por qué me odian tanto? —soltó en un lastimero susurro.
—Le temen a lo que no entienden, pequeña. Que no tengas un Yuum o una Na, que entiendas otras lenguas, las estrellas y muchas otras cosas que ellos ni siquiera consideran, lo ven como algo peligroso, como algo que podría hacerles daño. Tienes que entender, hija, no es su culpa, pero tampoco es la tuya. Sopórtalo un poquito más y después, dejarás este apartado pueblo para ir a la ciudad y todo será diferente, serás feliz.
Itzanami no dijo nada más durante el resto del día, en sus estudios se mantuvo concentrada y durante el almuerzo ni siquiera probó un bocado. No es que estuviera enojada con su Balam Tup, es que simplemente no lo entendía, de verdad que no lo entendía. La acusaban de ser una bruja solo porque no tenía padres, ¿¡qué sentido tenía eso!? La gente no podía ser tan ignorante, no a todos les tocaba la fortuna de tener una vida convencional, deberían de lograr entender eso. Un ruido sordo llamó su atención percatándose de que su Balam Tup se preparaba para marchar.
—¿Te vas? —preguntó.
—El sol se pondrá pronto, regreso por la mañana. —Un curioso silbido se escuchó por el lugar cuando el Balam salió, e Itzanami supo que este había desaparecido.
Se quedó recostada en su hamaca pensando. Dándole vueltas y vueltas a lo que había sucedido esta mañana, la gente del pueblo la trataba igual desde que tenía memoria. ¿Qué era lo que estaba mal con ella exactamente? No tenía familia, pero al menos tenía a su Balam Tup, es cierto que este también era bastante raro, no recuerda cuándo fue la última vez que lo vio
salir durante el día, se atrevería a decir que nadie en el pueblo lo conocía, pero entonces, ¿dónde trabajaba?, ¿con quién? Su Balam Tup era mucho más alto que el promedio y mucho más feo también. De hecho, era hasta terrorífico. Itzanami consideraba que tal vez por eso no le gustaba salir durante el día, llamaría demasiado la atención, pero eso no lo justificaba. ¿Dónde había aprendido tanto?, ¿dónde pasaba las noches?, ¿haciendo qué? No es que a Itzanami le molestaran las peculiaridades de su Balam Tup, solo que quería saber qué era lo que este ocultaba. Bajó su pie para columpiarse de nuevo en su hamaca, esta noche sería larga con sus pensamientos.
Hermosas flores de maravillosos colores adornaban aquel extraño lugar, los árboles con sus frondosas ramas se levantaban impetuosos a su alrededor, la luz del sol que se colaba era cálida y agradable. Itzanami miraba maravillada aquel extraño lugar mientras lo recorría lentamente. Una enorme ceiba con una peculiar deformación apareció en su campo de visión, lucía febril en aquel lugar pero ¿qué era eso?... un ¿muchacho?, cabello castaño, alto, piel canela, se acercó lentamente a él — sálvame— se sorprendió notoriamente cuando se dio cuenta de que el muchacho se dirigía a ella, no se le podía apreciar bien la cara, su ondulado cabello le cubría la mitad del rostro, —sálvame— repitió esta vez un poco más fuerte que la vez anterior, su gigantesca sonrisa comenzaba a distorsionarse. De pronto, todo se volvió negro. Itzanami vio cómo con una increíble rapidez regresaba sobre sus mismos pasos hasta dar con un gran árbol, una enorme ceiba que se levantaba orgullosa ocultando el sol tras sus ramas. Ella lo había visto antes. Atónita, se levantó con violencia de su hamaca, se había sentido tan real, la voz de aquel muchacho, sus cabellos, el lugar, todo… definitivamente había sido muy real. No se quedaría con las ganas, tenía que comprobarlo.
Dispuesta a averiguar si lo que se reflejaba en sus sueños era real, Itzanami se preparó lo más rápido que pudo, tomó un pequeño sabucán y salió deprisa de su Xa’anil’ naj. Ignorando
el frenético latir de su corazón fue guiando sus pasos a las afueras del apartado poblado, su entorno se fue tornando más lúgubre, el viento se empezaba a sentir más gélido, cada paso que daba sentía a su corazón latir con más fuerza, levantó el rostro encontrándose con el inicio de la zona prohibida por el pueblo, un lugar al que ningún habitante del apartado poblado se atrevía a ir. Su Balam Tup le hizo prometer que ella nunca iría a aquel lugar, según él, ahí aún había muchos jabalíes, tigres, animales salvajes dispuestos a hacer mucho daño, pero Itzanami comenzó a sospechar que el verdadero motivo era uno con muchos más significados por detrás cuando se encontró con la enorme ceiba delante de ella. Orgullosa e imponente. La ceiba se extendía a lo largo y ancho, medía al menos unos 20 metros de alto y sus hojas pintaban el oscuro cielo de un tétrico color. La misma con la que había soñado hacía menos de una hora. Ella lo sabía, las ceibas son bien conocidas entre la comunidad maya por ser el árbol sagrado que conecta a Xibalbá con el mundo de los vivos; si cruzaba esa línea posiblemente sería un viaje a las profundidades de cosas totalmente desconocidas para ella. Se tomó unos segundos para respirar profundo y pensar en su Balam Tup, este se enojaría muchísimo cuando llegara a casa y se diera cuenta de que no estaba. Peor aún, cuando se diera cuenta de que había atravesado los límites del bosque que juró nunca haría. Pero debía de averiguar si aquel chico con el que soñaba era real y si lo era, ¿cómo lo hacía para colarse en sus sueños y por qué le pedía que lo salvara? Tragó saliva sintiendo el insípido sabor, tenía que hacer esto. Llenó de aire sus pulmones y con una determinación en la mirada que realmente no sentía en ese momento, dejó aquel enorme árbol atrás.
Oscuridad total. Una profunda, espesa y aterradora oscuridad la abrazó por completo. Detuvo sus pasos con la intención de regular su respiración nuevamente, no estaba segura en qué momento fue exactamente, pero ahora se encontraba totalmente agitada, su respiración atormentada era lo único
que podía escuchar. Quieta, como si de un árbol plantado se tratase, llevó una de sus manos a su pecho, respiró profundo unos segundos y una vez sintiéndose al fin un poco más tranquila, reanudó su camino por aquel olvidado lugar. No estaba segura si estaba yendo por el camino correcto, o si por lo menos estaba yendo por un camino, después de todo no podía ver nada, el silencio abrasador la consumía, la humedad por la que caminaba distaba de ser acogedora, sus fuertes pensamientos se arremolinaban en su cabeza a toda máquina, pero, aun así, con la mirada fija en algún punto y las piernas tan temblorosas como la gelatina, ella siguió caminando.
—Shhh es una humana.
Se detuvo en seco cuando escuchó lo que para ella fue una lengua muerta. El corazón comenzó a galoparle en el pecho, trató de enfocar sus asustados ojos en lo que fuera que estuviese a su alrededor… imposible, la oscuridad era tan densa que juraba que la podía palpar con sus manos, perlas de sudor salieron a deslizarse por su frente.
—In lak’ ech —dijo Itzanami más como un sonido tembloroso que como un saludo, en la misma lengua muerta para lo que sea que estuviese escondido entre las sombras. Los mayas eran conscientes de que todo y todos somos parte de uno mismo, por eso cuando dos personas se encontraban se saludaban de tal modo que uno pronunciaba: «In lak´ech» (yo soy otro tú), y la otra persona respondía: «Hala ken» (tú eres otro yo). Itzanami, aterrada ante la posibilidad de que le pasara algo malo, recitó esas palabras con la esperanza de que su interlocutor tuviera el mismo respeto por su gran cultura maya, para su desconcierto, lo único que escuchó de vuelta fueron varios pasos moviéndose, sus vellitos se erizaron al escuchar cómo los pasos que se movían arrastraban algo con ellos, y ese «algo» definitivamente estaba soltando leves gemidos mientras luchaba por soltarse, importándole poco el hecho de que no tenía ni la menor idea de hacia dónde iba, salió disparada a algún lugar corriendo lo más rápido que pudo. Se cayó tantas
veces como se podía levantar, con lágrimas en los ojos corría a toda velocidad, sintió su pie chocar con una enorme roca y el inevitable volantín le hicieron cubrirse la cabeza esperando el impacto. Escupió la poca tierra que tragó al caer, se dio la vuelta lentamente moviendo sus extremidades, un agudo dolor en el tobillo izquierdo le indicó que tendría problemas con el pie el resto del viaje; entre ramas y pequeñas rocas llevó sus manos a su cabeza solo para darse cuenta de una pequeña apertura en la parte superior derecha. Suspiró derrotada, vaya lío en el que se había metido, se preguntaba si su Balam Tup saldría a buscarla cuando se diera cuenta de que había desaparecido. Una silenciosa lágrima recorrió su mejilla, su corazón comenzó a estremecerse de nuevo. La incertidumbre, más la aplastadora ceguera, comenzaba a carcomerle los nervios, una risa torcida se escapó de sus gruesos labios, ¿qué haría ahora?, con la mente trabajando a mil por segundo, un pensamiento en concreto llamó su atención, más bien un olor, copal. Olía a copal; con el tobillo imposibilitado, Itzanami se arrastró hacia ese reconfortante olor, no estaba en las mejores condiciones, pero al menos se sentía aliviada de estar tan cerca de un ser con naturaleza defensora, dentro de lo peor, se sintió protegida. Ahí, en medio de la enorme nada, bajo el manto del gran árbol, se echó junto a la raíz y cerró los ojos.
El extraño cantar de un ave hizo que los sentidos de Itzanami comenzaran a despertar poco a poco, aún aturdida abrió los ojos encontrándose con curiosas estatuillas hechas entre piedra y barro alrededor de ella. Optó por levantarse, pero al asentar el pie izquierdo cayó sobre su trasero de golpe. Sintiéndose torpe se levantó de nuevo y puso todo su peso sobre su pie derecho, giró sobre su propio eje para observar el lugar. Los árboles eran de una gran altura, sus ramas tan frondosas que la luz solar apenas alcanzaba a colarse entre sus hojas, el suelo estaba formado entre rocas, ramas y frutas podridas formando una extraña masa resbaladiza. Itzanami se lamentó de llevar puestos sus mejores huaraches, recorrió el suelo con sus ojos
y tomó una de esas curiosas estatuillas de barro. No medían más de 50 cm de alto, algo parecido a un patí pequeño cubría su parte inferior, un collar con diversas plumas adornaba su cuello y pulseras de oro con piedras preciosas colgaban de sus manos. ¿Qué hacían unas estatuillas como esas con decoraciones tan valiosas en un lugar como ese? Arrastró sus ojos una vez más por el lugar notando así al menos unas veinte más de esas raras estatuillas dispersadas por todas partes, pero curiosamente, todas ellas estaban posicionadas estratégicamente observando hacia su dirección, un escalofrío subió por su espina dorsal. Sacudió la cabeza ignorando las raras estatuillas y se centró de nuevo en el árbol, arrancó un poco de la corteza de este y envolvió un poco de la resina que soltó con pedazo de su hipil, se giró decidida. No se quedaría en aquel lugar con esas extrañas estatuillas, tampoco sabía de quiénes eran los pasos que escuchó por la noche o si tal vez tenían relación con las estatuillas que ahí se encontraban, pero no se quedaría a averiguarlo. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado exactamente, pero apostaba a que ya habían pasado muchas horas; el pie izquierdo le palpitaba, el estómago le rugía, le apretaba, y el sudor que resbalaba por su frente le causaba un ardor en la herida sobre su ceja derecha. No sabía cómo se sentía exactamente, pero sabía que distaba mucho de sentirse bien. Si bien su estado físico en esos momentos era totalmente deplorable, su corazón, de alguna manera, conseguía mantenerse más tranquilo que la noche anterior, como si supiera que, a pesar de todo, estaba yendo por el camino correcto. Levantó los ojos de sus ya maltratados huaraches y una sonrisa comenzó a formarse en su rostro; ella, definitivamente conocía aquella fruta rosa, su favorita. Corrió lo más rápido que su lastimado pie le permitió, arrancó una de esas deliciosas frutas, le clavó una uña perforando su piel y mordió con ahínco —¡la mejor pitahaya
que he probado en mi vida!— festejó en voz alta con la jugosa fruta que traía en las manos. Siguió arrancando unas cuantas más y cuando ya traía suficientes dentro de su sabucán escuchó una voz.
—Oh, vaya, parece que alguien se ha encontrado con mi pequeña plantita y ha abusado de ella. —Itzanami contuvo el grito que amenazó con salir de su garganta al escuchar aquella voz femenina, se dio la vuelta mecánicamente hacia el sonido, sorprendiéndose mucho cuando sus ojos se encontraron con aquella extraña mujer. Completamente desnuda con la piel increíblemente pálida, el cabello largo hasta los tobillos y los ojos como dos hermosos zafiros azules. Itzanami no estaba segura de qué le sorprendía más, si la hermosura de la joven delante de ella, o el hecho de que estuviera completamente desnuda en un lugar como este.
—¿No piensas hablar? —cuestionó levantando una de sus espesas cejas—. Ah, es verdad. No logras comprenderme en esta lengua.
—Te entiendo —Itzanami respondió lentamente enfocando sus ojos en las perlas azules de la mujer—. Tú… ¿Qué eres? —se atrevió a preguntar, pero aquella mujer se mantuvo en silencio dando vueltas a su alrededor como un tiburón rodea a su presa.
—Así que… no sabes qué soy, pero sí hablas mi lengua. — La criatura rio fuertemente antes de pararse enfrente de ella—. ¿Quién te enseñó? —Clavó su furibunda mirada en Itzanami, quien se estremeció por el repentino cambio de humor.
—¿Eres un hada? —preguntó, ignorando por completo la pregunta anterior. La criatura frunció su ceño y sus perlados ojos se encresparon con fervor.
—Elemental —la corrigió—. ¿Quién te enseñó?—repitió cruzando los brazos sobre el pecho señalando que quería una respuesta en concreto esta vez.
—Fue mi Balam Tup —declaró la chica. La mujer delante de ella pareció perpleja unos segundos, parpadeó seguida-
