Cinco sueños en las manos

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Cinco sueños en las manos

Arantxa Muñoz Moreno

Ilustrado por: María del Mar Alonso Arnedo



Ana y las letras Ana era una niña lista a la que no le gustaba apren-

der. Sus padres la hacían leer en su cuarto, pero ella solo quería jugar y le parecía un aburrimiento todo aquello que tuviera que ver con los libros. Cada día, al llegar del colegio se metía en su habitación para hacer los deberes, y allí le daban las tantas. Y es que Ana se distraía con cualquier cosa. Desde una mosca a una mota de polvo, o a los dibujos que formaban las gotas de lluvia en los cristales. En clase nunca atendía y no quería salir a la pizarra. «El cole no está hecho para mí», pensaba ella muy seria. Un día que estaba en su cuarto intentando leer un poco, escuchó a alguien que le hablaba. 3


—¡¡Hola, Ana!! —dijo una voz muy joven y simpática. La niña levantó la mirada para buscar quién la había saludado. —¡¡Aquí abajo!! —dijo la voz. —¿Quién eres tú? —preguntó la niña, un poco asustada. —Soy la letra M. Y así era. Una pequeña M mayúscula estaba de pie, encima de su libro, mirándola con una sonrisa. Era de color malva y tenía dos grandes moños rubios a los lados. Sus ojos azules, algo maquillados, y sus pequeños labios, pintados de rojo, le hicieron pensar a Ana que era una letra muy presumida.

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—Eso no puede ser, las letras no hablan. —¿Quién ha dicho que no hablamos? —¿Por qué quieres hablar conmigo? —preguntó con curiosidad. —Porque ya es hora de que sepas quiénes somos. Hasta ahora no has querido aprender a leer, y creemos que eso pasa porque no nos conoces. Así que aquí estamos todas para presentarnos. Una a una, las letras fueron desfilando delante de aquella niña. La A, vestida de árbol; la B, con sus botitas color berenjena; la C, comiendo un caramelo de Coca-Cola… Y así pasaron todas hasta terminar con la Z, que iba con una zanahoria en las manos. Fue un desfile increíble, en el que cada una le iba contando quién era, lo que le gustaba hacer, sus palabras favoritas, etc. ¡¡Todas eran distintas!! Ana estaba tan contenta que no pudo dormir en toda la noche. Quería compartir lo que le había pasado con todos sus compañeros. Por eso, al día siguiente, al preguntar la seño quién quería salir a la pizarra, levantó la mano con todas sus fuerzas. Cuando Ana comenzó a presentar a cada una de las letras, todos estaban encantados, ya que a la mayoría les costaba reconocerlas. Ese día la niña llegó muy feliz a casa. Sin embargo, la alegría no duraría demasiado. El sábado por la mañana, al despertarse, vio una carta 5


sobre su mesilla de noche. Allí, con letras de periódico recortadas, pudo leer: «Tenemos a la LL. Si no nos dais lo que pedimos en 48 horas, la eliminaremos del mapa. Firmado: Los signos de puntuación». Ana no entendía nada, ¿cómo había podido ocurrir eso? Estuvo pensando un buen rato hasta que decidió sentarse en su mesa y pedir ayuda a sus nuevas amigas. —Chicas, mirad qué carta he recibido —dijo enseñándola. —Otra vez esos puntos envidiosos —refunfuñó la M. —¿Cómo que envidiosos? —Sí, los puntos creen que los ignoramos, y se pasan el día enfadados, recordándonos a todas horas que ellos tienen el poder de dar sentido a las frases. —En cierto modo, es verdad —dijo Ana. —Si nosotras nunca se lo negamos, pero a ellos les da igual. No entienden que todos somos necesarios. Las letras sin puntos seríamos interminables, y los puntos sin letras, tan solo tendrían significado en algunas ocasiones. —¿Cuándo? —En los puntos suspensivos —contestó la S susurrando. —¡Ah!... es verdad. Pero ¿y la LL? ¿Por qué la han secuestrado? 6


—Nosotras nos imaginamos el motivo. El otro día en clase se te olvidó hablar de ella y se puso triste. A lo mejor se dio un paseo para relajarse…, y en ese momento la capturaron. —Pero fue sin querer. —Lo sabemos. A mucha gente le pasa, sobre todo cuando está aprendiendo. Piensan que con decir la L una vez es suficiente. —Ya entiendo… —dijo Ana, pensativa. —Le ocurre a menudo, y cree que no la quieren. —¡¡Pero si es muy necesaria!! ¿Cómo podríamos escribir lluvia, o llave, o llorar? Son palabras importantísimas. —Ya, pero no se da cuenta. —Siento de verdad haberme olvidado de ella. Tenemos que hacer algo, ¡¡hay que rescatarla!! —dijo Ana con firmeza—. Pero… ¿cómo? —Creo que deberías contestar a los puntos. A ver qué te dicen. Así lo hizo. Con la caligrafía un tanto temblorosa, puesto que aún estaba aprendiendo a escribir, redactó una carta, ayudada por sus amigas. «Queridos puntos, necesitamos recuperar a la LL. ¿Qué pedís a cambio?» La dejó aquella noche encima de su mesilla, y al día siguiente, tal y como esperaban, encontró la respuesta 7


en el mismo lugar. En un folio blanco se podía leer con grandes letras de periódico recortadas: «Queremos justicia» Así, sin más. Ana y sus amigas estuvieron pensando un largo rato. ¿Cómo podían hacer justicia a los signos de puntuación? Al final la letra P tomó la palabra.

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—Ana, ¿a qué edad comenzáis a estudiarnos? —Yo empecé a tener noticias vuestras a los tres años. —Y ¿a qué edad estudiáis a los puntos? —Pues todavía no hemos empezado. —¿Cuántos años tienes? —Tengo seis. En aquel momento se hizo un gran silencio, y todas comprendieron la injusticia de la que hablaban los puntos. —Tal vez es cierto, nosotras nos hemos llevado todo el protagonismo —dijo la A algo alterada. —Tienes razón. Hay que darles su sitio —dijo Ana. —¡¡Si!!! —dijeron todas a la vez. —¿Cuándo empezamos? —preguntó la niña. Ana y las letras estuvieron trabajando todo el domingo hasta bien tarde. El lunes por la mañana, la niña se presentó en clase con una cartulina enorme, y tras pedir permiso a su seño que estaba muy sorprendida, les fue explicando a sus compañeros la importancia de la letra LL y de los signos de puntuación. Mediante una gran cantidad de ejemplos, consiguió que comprendieran el valor de aquellos protagonistas. Cuando terminó se sentó en su pupitre, satisfecha, tras recibir un caluroso aplauso de toda la clase.

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La señorita, que estaba impresionada, decidió que a partir de aquel momento les enseñaría mucho antes a los niños el valor de los signos de puntuación. Cuando la niña llegó a su casa, tenía una fiesta montada en su habitación. La LL había regresado y estaban todas las letras muy felices celebrándolo. Ana se acercó y le dijo: —Siento mucho haberme olvidado de ti el otro día, no volverá a ocurrir. —No te preocupes. Lo que has hecho hoy por mí ha sido muy importante. Seguro que tus amigos tampoco me olvidarán a partir de ahora —dijo con una gran sonrisa. Aquella noche Ana durmió profundamente. Al despertar, encontró una tarjeta en su mesilla. En ella no había palabras recortadas con papel de periódico, tan solo los siguientes signos de puntuación:

«» Aquellos puntos se sentían agradecidos, por fin se les tenía en cuenta. Ya no volvieron a rivalizar con las letras, y mucho menos, a secuestrarlas.

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Cinco sueños en las manos son

OS PARA ENT

ID A-V A

GAR ALAR -L

cinco historias llenas de magia. Empezamos con Ana y cómo sus amigas, las letras, la ayudan en un

CU

trepidante rescate. Seguimos con Patitas, la jirafa bajita, que consigue vencer sus limitaciones para evitar una catástrofe. La tercera, Clarisa, ¡encuentra el tesoro de la paciencia dentro de una trampa para animales! Y llegamos a la princesa rosa que, con su infatigable búsqueda, es capaz de transformar la realidad. Y por último, Pepín enseñándonos cómo cambiar el color de nuestras vidas.

Valores implícitos: Todos estos personajes nos desvelarán la importancia de la amistad, la superación, la serenidad, el esfuerzo y la empatía, pero sobre todo, la necesidad de afrontar la vida con entusiasmo y valentía.

ISBN 978-84-19228-29-1

www.babidibulibros.com 9

788419

228291


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