Clara y la aventura animal

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Clara, acomodada en un mullido sillón, retocaba los planes para su inminente viaje. Con Rayo, su perro, hablaba sobre los animales que quería ver; con Nube, su gata, la ruta que trazaría.

Su mamá y su papá escuchaban con atención, pero solo podían entender lo que decía su hija. Clara era la única con un don especial en la familia. Ese don era ¡el poder hablar con los animales! Cuando Clara descubrió su don, decidió viajar y conocer así a sus animales favoritos.

Antes de marchar, Clara se fundió en un enorme abrazo con su familia.

—¡Adiós, Clara, cuídate mucho! —se despidieron mamá y papá.

—¡Adiós, Clara, disfruta mucho! —se despidieron Nube y Rayo.

—¡Hasta pronto, os quiero! —se despidió Clara, mientras abría la puerta de casa, decidida a empezar una gran aventura.

La primera parada de Clara fue en el estanque de las carpas koi, unas buenas amigas suyas.

—Buenos días —saludó Clara—. Hoy comienzo un gran viaje para conocer a mis animales favoritos.

—Qué genial idea, pequeña Clara —dijeron al unísono los dos peces koi más grandes del estanque.

—Dado que sois los animales más sabios que conozco, me gustaría pediros consejo —dijo Clara.

—Sabios somos, hemos vivido mucho —dijo el gran koi blanco y rojo.

—Más de 60 años —confesó la gran koi negra y dorada.

—¡Como mis abuelos! —exclamó Clara.

—Nosotros dos también somos abuelos, abuelos de todas las carpas de este estanque —dijeron los koi de nuevo al unísono—. Y como buenos abuelos, te daremos un consejo: si sigues el ascenso de este cauce, puede que encuentres a un muy simpático animal.

Clara les dio las gracias y, haciendo caso a la recomendación, siguió su viaje río arriba.

Carpa koi – Cyprinus carpio

Río arriba le esperaba una ranita de san Antonio cantando entre los juncos. Clara le tendió la mano y esta subió en su palma. Quiso saludarla con un beso, como en un cuento de princesas y príncipes.

—¡Detente! —exclamó la rana—. Yo no te recomendaría besar a ningún sapo o rana.

—¿Por qué? —preguntó Clara, sorprendida.

—Aunque yo no soy tóxica, muchos otros anfibios tienen veneno en la piel. Besarnos es peligroso y puede conllevar algo peor que un dolor de tripa.

—No lo sabía. Muchas gracias por avisarme, eres muy amable —le agradeció Clara.

—No hay de qué. Por cierto, ¿estás de viaje? —preguntó la rana señalando la mochila.

Clara asintió y le explicó su aventura. A la rana le encantó la idea y, croando, le recomendó:

—Busca en el bosque, allí encontrarás un buen amigo mío.

Clara le dio las gracias y, haciendo caso a la recomendación, se adentró en el bosque.

Ranita de san Antonio – Hyla arborea

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