A Eduardo, por darme la mano en todas mis locuras. A Alba, Leo y Aron, por hacerme saborear cada instante de una manera especial. A Gordito, por abrigar mis pies en cada rincón de la casa.
Bruno estaba hecho un lío. Ese día en el colegio, su maestra había hecho una pregunta que se había alojado en su cabeza. Una pregunta en la que no podía dejar de pensar, y que revoloteaba en sus pensamientos como abejas sobre su colmena. «Y a ti, ¿qué te llena el corazón?»
La llamada de su madre lo rescató de sus pensamientos. Ya era la hora de cenar. Bruno bajó y se sentó junto a su familia. Sumergido en sus propios pensamientos, con su cabeza volando y su cuerpo presente, comió lentamente, ajeno a lo que allí sucedía: —¿Sabías que Plutón se alejó tanto de la Vía Láctea que ahora es un planeta enano? —contaba emocionadísimo Nico, su hermano pequeño. —Yo ya terminé el baile y mañana comenzaremos a ensayarlo desde el principio —dijo Mara, su hermana mayor.
Su padre, extrañado de tanto silencio, se acercó a su oreja y le dijo con voz de pequeño robot: —Tierra llamando a Bruno, ¿estás ahí? Y como quien se despierta sobresaltado de un sueño, Bruno preguntó: —Sí, sí, ¿qué pasa? Todos rompieron a reír al ver la cara de Bruno, como si acabara de aterrizar en otro planeta. —Mi vida, estábamos contando cómo ha ido el día de hoy —le dijo su madre—. ¿Qué tal te fue a ti? —¡Ah! Bien. Hoy me he traído un cuento nuevo para leer. —¡Qué bien! ¿Me leerás un poquito antes de dormir? —le preguntó Nico. —¡Sí! ¡Pero hoy en mi cama! ¿Vendrás, mamá? A Bruno le encantaba compartir ese momento con su madre y sus hermanos. A menudo peleaban por ver quién se sentaba junto a mamá, pero siempre se las ingeniaba para que todos estuvieran pegaditos a ella. —¡Por supuesto! Donde caben dos, ¡caben tres
apretujaditos! —dijo mamá con una sonrisa, feliz de compartir ese momento antes de dormir.