Corazones de papel

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CORAZONES DE PAPEL

El relato de mi secuestro

Irma Cervantes Benavides

Prólogo

M i hija me ha pedido que escriba un prólogo a su libro, tal vez para explicarnos mejor lo que nos sucedió en el plano emocional, del dolor, pero también desde la justicia y los retos que implican un secuestro.

Me es muy difícil entender lo que sucedió, pero acabó con nuestra familia por los caprichos de personas de bajos valores humanos y, sobre todo, que desconocen el concepto de familia, a pesar de presumir de ello en las conversaciones que sostuve con el tal señor Rojo.

Estoy seguro de que de ninguna forma fue una venganza contra mí o alguno de los miembros de mi familia. Nuestras vidas siempre han sido sanas, y nuestras relaciones cordiales con todo el mundo. ¿De dónde vino el daño y por qué? ¿Fue por envidias, decepciones, malestares sociales mal manejados

o fuimos elegidos por otra razón? No lo sé, pero estoy convencido de que no fue una venganza de ningún tipo. Entonces, ¿por qué a nosotros?

Mantuvimos en silencio y en absoluta discreción el secuestro de mi hija. No sabíamos quién haría algo así, y la duda se extendió sobre todo el mundo, empleados, personal de servicio, vecinos, socios, amigos e incluso familiares. Mi discreción fue absoluta para no darle perspectivas a nadie. Qué difícil. Laboraba en mi oficina de las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde. Fue una terapia ocupacional, y siguiendo el parámetro de las llamadas del señor Rojo, o muy temprano o después de las siete de la tarde, concluí que cumplía con un horario laboral en algún lado.

¿Fuimos seleccionados al azar o por haber mostrado exuberantes gastos en la equitación, que era la actividad principal de la familia? Todo indica que por ahí pudieron elegirnos; en el momento en que sacaron a mi hija de su habitación, le hicieron preguntas sobre las fotos que había en la puerta del clóset: «¿Son los caballos del rancho?».

Este libro cuenta lo que vivió mi hija durante su secuestro. Por mi parte, solo me queda comentar que he llegado a pensar en que la justicia puede ser manipulada y mal administrada y una forma de lucrar de algunas autoridades. Los asesores de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) eran tan certeros en sus comentarios que, resultaban grandes expertos o estaban involucrados con el señor Rojo. En su asesoría decían lo que podría suceder, y sucedía. ¡Qué raro!

Corazones de papel. El relato de mi secuestro

Pero contar con ellos era una forma de constatar o asegurar que a mi hija la mantuvieran viva.

Desafortunadamente los secuestros se han incrementado en nuestro país, pero ahora es diferente a lo que yo viví hace más de veinte años. El delito ya había impulsado la existencia de una infinidad de asesores o expertos y hasta grupos de empresas, inglesas, americanas y mexicanas, dedicadas al manejo, asesoramiento y hasta la intervención en la negociación con los secuestradores, según el aguante, fortaleza o debilidad y recursos del padre, como en mi caso, de la víctima secuestrada. Estas actividades no están permitidas por suponer que interfieren con la implementación o ejercicio de la justicia mexicana.

Accedí a ser auxiliado por personal experto en secuestros que contactó mi esposa por darle más seguridad a ella de que todo se resolvería, sin estar realmente convencido de ese auxilio. La ayuda fue clara, rutinaria; se creó un cuarto de control con pizarrones, oraciones y frases que debería decir, y la programación o ensayo de cuándo llorar y cuándo callar, cuándo decir que vendí el piano, la plancha, el perro, etcétera y junté un poco más de dinero. Fue trillada y evidente la asesoría, el señor Rojo se dio cuenta de mi cambio de actitud y me amenazó con matar a mi hija si no dejaba a esos expertos. De hecho, los identificó por la forma tan rutinaria de trabajar (By the book). Lo mismo sucedió con la gente de la PGJ, ellos también percibieron mi cambio en el manejo de la situación y me confrontaron para que decidiera si seguían conmigo ellos o los asesores independientes. Claro,

la decisión fue a favor de la PGJ. Sí, eran tan certeros en lo que podría seguir, que me aseguraban de alguna manera que mi hija estuviera con vida, y llegué a pensar que tal vez también era su interés el rescate. Ojalá y esté equivocado, entonces deberé reconocer que eran muy expertos en la materia como para decirme lo que podría suceder y luego sucedía. Esta situación, por ende, alargó el secuestro y restringió fuertemente mis recursos económicos, que tal vez hubieran podido servir en otra forma.

Prácticamente me volví a quedar solo, como estaba antes con la asesoría de la PGJ a distancia. Volvió la angustia y el dolor por el alargamiento del caso y la insistencia del señor Rojo en pedir más dinero, ahora más fuerte por haber logrado descubrir mi estrategia, que, si pensó que le funcionaría, no sirvió en este caso. Se puso más tensa la situación, sentí más estrés y dolor, sentía que había perdido la cordura, sin embargo, un comentario muy atinado por parte de la PGJ me aclaró la mente: «Señor, sabemos que daría todo por rescatar a su hija, pero recuerde que tiene dos hijos libres allá afuera».

Las negociaciones continuaron y, a pesar de no saber qué les pudiera decir mi hija respecto a los negocios que yo administraba, las propiedades que se tenían, o cualquier cosa que le sirviera a los secuestradores para poder hostigarme con mayor contundencia, el comentario de la PGJ me permitió entender que habría que empezar a poner límites y ser más fuerte para hacerle comprender al señor Rojo que no habría más dinero por la naturaleza instintiva de no darle más. Muy riesgoso, pero comenzó a funcionar y mi firmeza desesperó al señor Rojo y sus

Corazones de papel. El relato de mi secuestro amenazas se hicieron más fuertes: «La voy a matar», «te indicaré dónde recoger el cuerpo», o «te la regreso embarazada si no me juntas más, te hablo tal día». Mi dolor crecía, podrían lastimar a mi hija, pero a la vez tenía la convicción de que esto se arreglaría rápido, algo en mi alma me aseguraba que mi hija seguía viva.

Me comentaron que los secuestros los realizaban diferentes grupos de personas. Unos raptaban, invadiendo la vida privada de las personas, en nuestro caso en nuestro hogar; otros atendían a las víctimas en las «casas de seguridad»; otros llevaban a cabo las negociaciones, y otros se encargaban de recoger el rescate.

El levantamiento de mi hija en mi casa fue cerca de las seis de la mañana. Me despertaron con una pistola en la cabeza, el sujeto llevaba un puñal en la cintura. Otro sujeto estaba enfrente de mi cama, medio escondiéndose entre la chimenea, llevaba tapabocas y tenía un puñal en el cuello de mi hijo de catorce años. Recuerdo muy bien la fisionomía del sujeto que me despertó: trajeado en color gris de cuadros, camisa blanca abierta sin corbata, corte tipo militar, con barba de candado, cicatrices en la cara por barros descuidados en su juventud, de unos cuarenta años o un poco más, fuerte. Me puso la pistola por detrás, y fuimos al vestidor para que le diera el dinero que tenía en casa, las joyas de mi esposa, las mías y, sobre todo, insistió en que le diera con mucho cuidado el arma que yo tenía; la tomó y se la enfundó en la cintura en la espalda. Del otro sujeto, de baja estatura, solo podía ver sus ojos, era un auxiliar que seguía órdenes.

Nos amarraron, con nudos muy flojos, con las agujetas de nuestros propios tenis y zapatos. El de la pistola se veía bien preparado militarmente. Me confrontó directamente, con la cara descubierta, y me indicó que se llevaría a mi hija y que juntara dinero. Luego me la entregarían. Dijo que llamaría en 15 días. Esto me desconcertó tanto que en mi imaginación ingenua mi mente insistía en que solo se trataba de un simple robo. No entendí que se trataba de un secuestro hasta que vi salir a mi hija en el coche que se la llevó desde la calle, al salir corriendo a perseguirlos. Yo ya estaba desatado y había fingido haberlo estado, y tuve ganas de aventarlo por la ventana al tenerlo de frente, lo que era obvio que no podía hacer. Si volviera a ver a ese sujeto, lo reconocería, después de veinte años.

Dos o tres días después, en la espera de la llamada, ya todo mundo cercano a la familia sabía del secuestro; un muy buen amigo me sugirió escribirle a mi hija como si estuviera conversando con ella, eso me dio mucha confianza y seguridad. Sentía que ella estaba frente a mí a pesar de estar en algún lugar al que no podría yo tener acceso. Mi alma la acompañaba. Al fin se cerró la negociación después de haberle colgado el teléfono tres veces al señor Rojo, con fuerza y convencido de que estaba haciendo lo adecuado para terminar. El señor Rojo tenía que darse por vencido. Las últimas palabras contundentes, las que lo convencieron a cerrar el caso fueron: «Quédate con ella, hace tanto tiempo que no la vemos que ya no importa. Yo me quedo con tu dinero y mátala si quieres». Son palabras muy fuertes, pero dejé que mi corazón hablara

Corazones de papel. El relato de mi secuestro convencido en que se cerraría el caso y así fue. La entrega del rescate fueron momentos muy angustiantes y frustrantes. Existirían muchas posibilidades de que los secuestradores cambiaran de postura. Pero mi hija volvió viva a su hogar.

Agradezco a mi hija el haberme liberado de una obsesión que permaneció en mí por algunos días. Un día que fui a las oficinas de la Procuraduría General de la República para una entrevista con el Procurador, me pareció a lo lejos haber reconocido al sujeto que secuestró a mi hija subiendo unas escaleras metálicas. ¿Fue mi obsesión de encontrarlo y me confundí o en realidad era esa persona? No lo sé. Mi deseo de encontrar al señor Rojo me llevó a contactar a personas que me aseguraban podrían encontrarlo y me convencieron de que lo lograrían. La condición era que yo le tendría que dar el tiro de gracia, lo que me convertiría en rehén de por vida de los testigos, quienes lo encontraran. Mi hija me dijo: «Papá, ya deja eso, la vida les dará su merecido». Mi relajación fue enorme y muy liberadora de un compromiso que yo tenía de compensar a mi hija de su sufrimiento matando a sus secuestradores.

Los invito a leer este libro que cuenta la otra parte, lo que solo mi hija vivió. Leerlo me permitió recordar tantas cosas y poder participarles lo sucedido, para bien o para mal. Pero también me permite, al igual que a ella, soltar y liberar los temores vividos. Enhorabuena.

Alejandro Cervantes del Río (papá)

Introducción

U na vez leí una oración que me permite describir y comprender lo que viví durante mi secuestro, cuando tenía dieciséis años y que duró 79 días:

«Yo tuve que morir un par de veces para aprender a valorar la vida, y cuando hablo de morir no hablo de dejar de existir. Hay situaciones que matan tu espíritu y mueres, aunque estés respirando».

Ahora la comprendo, sé lo que significa, y puedo decir que es así. Fue la única manera de mantenerme viva y hacerme de la propia vida para que me sostuviera hasta que yo pudiera volver a encontrarla en algún momento, en alguno de los latidos de mi corazón.

Cada una de las personas involucradas vivió el secuestro a su manera. Cada una tiene su experiencia, su vivencia, pero

creo que a pesar de lo distintas que puedan ser, siempre será una tragedia y un sufrimiento. Sobre todo para las familias que, como la mía, vivimos literalmente el infierno en la Tierra, y aunque nunca se podrá borrar el daño, hoy podemos verlo como algo del pasado que nunca se olvida, pero tenemos que sanarlo; si no lo hacemos regirá nuestras vidas para siempre. Se necesita que los corazones sanen para que puedan existir de nuevo.

Me duele enormemente pensar en esas otras personas, muchas, que han pasado por el mismo terror que yo pasé. Para algunas fueron más o menos días, otras vivieron un secuestro exprés, otras han regresado a casa incompletas, y otras, por desgracia, no volvieron. ¡Cuántas historias de víctimas de un secuestro hay en nuestro país! Somos muchas, pero casi todas se han callado.

Este libro también va dedicado a ellas. Esas víctimas al leerlo sabrán, luego del recuerdo y el dolor, apreciar que están vivas. Es duro admitirlo, pero de un secuestro solo sales de una manera: vivo o muerto.

Yo puedo decir que estoy viva.

En la madrugada, un desconocido entró al cuarto de Irma, una chica de diecisiete años, y le dijo: «Vístete». Los papás y el hermano de Irma fueron atados y sometidos. Irma se puso unos pants y siguió a los desconocidos que la sacaron de su casa. Comenzaba el infierno de sufrimiento, un secuestro que duraría 79 días.

Irma Cervantes empezó a escribir Corazones de papel en 2016, es decir quince años después de aquella terrible pesadilla. Necesitó quince años y sanar su vida para poder enfrentar su pasado, superarlo y contar lo que sucedió durante su secuestro.

Pero este relato de su cautiverio se enriquece con la estrategia del padre de Irma para negociar, con los testimonios de las llamadas telefónicas de los secuestradores para pedir cada vez más y más dinero por el rescate, los consejos de expertos y de la policía... El libro, al final, ofrece, con un caso, una visión amplia de un gravísimo problema que padece la sociedad mexicana.

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