Cuentos poco probables

Page 1

Cuentos

POCO PROBABLES Rafael García Aznar


El hombre que vivía la vida de otros

Aunque existen muchas hipótesis y cada uno de los que se han interesado por el asunto, sea de forma profesional o por simple curiosidad, tiene su propia versión al respecto, años después nadie sabe con certeza lo que realmente ocurrió en el macabro suceso del valle de Pusi. De entre las cientos de teorías barajadas no existen dos iguales y se puede afirmar con rotundidad que, rechazando las más descabelladas e inverosímiles, todas ellas tienen alguna posibilidad de ser la acertada, la que coincide exactamente con lo que pudo ocurrir en la realidad. Pero, a día de hoy, se trata de un caso no resuelto, de un misterio no esclarecido, y, aunque la policía lo da por defi11


Rafael García Aznar

nitivamente cerrado, todavía circulan rumores y chismorreos sobre lo que pudo ocurrir con ese cadáver de un hombre disfrazado de forma estrambótica y devorado por los lobos, que fue encontrado fortuitamente por un montañero del valle. Que los restos del Sr. Lánime, hombre de avanzada edad y sin aficiones conocidas hacia el montañismo, vestido de mujer, con ropa estrafalaria y absolutamente inapropiada para caminar por la alta montaña, apareciesen dispersos por una ladera casi inaccesible, con signos evidentes de haber sido atacado y parcialmente devorado por una manada de lobos, ha sido objeto de las más variadas y disparatadas teorías. El asunto, desde luego, tiene todas las dosis imprescindibles de misterio para concentrar la curiosidad de la población y nadie, ni los más antiguos, recuerdan nada ni han oído hablar de nada que se le pueda parecer, ni por aproximación. Se han conocido tragedias, graves accidentes provocados por la atracción que estas cumbres siempre han despertado en los amantes de las altas montañas, pero nadie recuerda que un señor vestido de mujer, con falda corta, medias de hilo grueso hasta las rodillas, zapatos de tacón y cubierto por una capa de color rojo sangre, se hubiera adentrado y trepado por estas escarpadas laderas. El caso tiene tales tintes de bufonada que, si no fuera por sus trágicas consecuencias, todos hubieran pensado que se trataba de una temeraria carnavalada, a destiempo y en un lugar inapropiado. Desde luego, la policía no tiene ni la más remota idea de lo que realmente había sucedido. Aunque, para dar sensación 12


Cuentos poco probables

de seguridad y solvencia, pretendieron transmitir la idea de que la situación estaba bajo control y perfectamente aclarada, todos los vecinos sabían que el caso se había cerrado en falso, que había demasiados cabos sueltos sin terminar de aclarar y que el asunto se dio zanjado porque algunos altos mandos opinaron que esa sería la mejor opción. Dada la dificultad para desentrañar el misterio que rodeaba el macabro accidente y la nula repercusión que podía tener en terceras personas, se optó por su carpetazo. Como no había testigos que pudieran certificar lo que realmente había ocurrido, ni había sospechosos que permitieran calificar la muerte como un homicidio o asesinato, la policía creyó que lo más oportuno era levantar la correspondiente acta de defunción y cerrar el asunto. «Quizá lo más inteligente sería obviar los aspectos grotescos del tema, fundamentalmente el ridículo disfraz que vestía el Sr. Lánime, y cerrar el caso como una muerte violenta por ataque de animales salvajes, al parecer, lobos», sentenció el jefe de la policía. De cara a la opinión pública se quiso poner el foco en los animales que pudieron haber sido los autores de la masacre, para ocultar las decenas de interrogantes que quedaban en el aire. No obstante, un vecino del valle, uno solo, sabía perfectamente lo que había ocurrido. El Sr. Lánime fue tratado de un trastorno grave de la personalidad por el único psiquiatra del valle, un solterón empedernido, llegado de un cantón germanófono, dedicado en cuerpo y alma al seguimiento y estudio, que no curación, del puñado de tarados mentales que acudían 13


Rafael García Aznar

a su consulta. Y de este selecto grupo de pacientes que casi se habían convertido en sus amigos, el Sr. Lánime ocupaba un puesto preferente. No era por sus dotes personales ni por su carente habilidad para las relaciones sociales. Al solterón exclusivamente le interesaban los aspectos relacionados con las enfermedades mentales, vivía por y para el estudio de las anomalías cerebrales y, de toda su clientela, el Sr. Lánime era su paciente predilecto, exclusivamente por las connotaciones y por las manifestaciones externas que su trastorno cerebral provocaba en su comportamiento. Era tal la curiosidad que despertaba en su médico, por su originalidad y porque nunca había estudiado ni conocido un caso igual, que, de entre la variopinta parroquia que se acercaba por su consulta, el señor Lánime ocupaba destacadamente el primer lugar. Digamos, que en otro tiempo y en otro lugar, el Sr. Lánime y su amigo, el doctor Kleinmütig, eran una humilde reencarnación de la pareja que formaron, en su momento, el pintor Van Gogh y su amigo, el doctor Gachet. La inesperada y cruel muerte del Sr. Lánime hizo entrar en un estado de tan profunda depresión a su estimado doctor que, escasamente una semana después de conocer el fatal desenlace, no tuvo mejor ocurrencia que levantarse la tapa de los sesos con un viejo fusil que utilizaba ocasionalmente para cazar. Lo hizo exclusivamente por amistad. Hacía ya bastante tiempo que había renunciado a curar la mente enferma de su paciente y fue incapaz de superar la pérdida de su original amigo. El doctor Kleinmütig consideraba que el 14


Cuentos poco probables

Sr. Lánime disfrutaba de una salud de hierro, mentalmente no tenía ningún problema más allá de su sana originalidad y, por tanto, nunca tuvo la intención de devolverle a la realidad para perder, de esa forma, los buenos momentos que pasaba a su lado. Desde que se conocieron, no tenía mejor momento de disfrute a lo largo del día que las largas charlas que mantenían, charlas en donde la sensatez y el sentido común brillaban por su ausencia. Escuchar y conversar con su paciente le hacía entrar en un estado de felicidad similar a los que experimentó en los tiempos en los que utilizaba los psicotrópicos como medicina, y pensar que nunca más volvería a disfrutar de sus dulces alucinaciones le pareció un muro infranqueable. A nadie se le pasó por la cabeza que su suicidio tuviese alguna relación con el final de su amigo, que fuese una especie de asunción de responsabilidades por la muerte accidentada de un paciente al que no consiguió curar. Tampoco la policía, por muy científica que se apellide, relacionó ambas muertes. Aunque era pública y conocida la estrecha relación entre los ahora cadáveres, nadie reparó en investigar la posible vinculación entre ambos óbitos y, con el final violento de los dos protagonistas de esta macabra historia, se perdieron las únicas evidencias posibles que permitirían aclarar los acontecimientos, para poder encontrar una explicación lógica a semejante misterio. Durante los pocos días que transcurrieron entre el hallazgo de los restos de Lánime y el suicidio de Kleinmütig nadie reparó en que quizá el doctor conocía algo sobre el fatal 15


Rafael García Aznar

desenlace. Nadie le preguntó si conocía o sospechaba sobre las motivaciones que pudiera tener su infortunado paciente para adentrarse en el bosque y trepar por los riscos, con una indumentaria totalmente desaconsejada para el ejercicio de la escalada. Nadie se preguntó si el doctor podría aportar alguna pista válida para esclarecer el asunto porque en el valle todos consideraban que el más loco de todos sus pacientes era él mismo. Es cierto que la policía inicialmente lo consideró sospechoso. Durante los días en que Lánime permaneció en situación de desaparecido, se barajó la posibilidad de que tuviera algo que ver con su muerte, pero una vez hallados los restos, devorados por animales salvajes, quedó claro que la fechoría no había sido obra de ningún mortal. Tras el fatal descubrimiento, el forense diagnóstico que, efectivamente, su cuerpo estaba parcialmente devorado por lobos y que lo más importante, desde un punto de vista médico, era dilucidar si la muerte había sido por el propio ataque o a causa de una precipitación. Rápidamente quedó claro que no había evidencias de caída alguna y que el malogrado señor había muerto, espantosamente, de la misma forma en que lo haría un herbívoro acosado por sus depredadores. Confirmado que los asesinos habían sido animales salvajes sin responsabilidad penal, se tramitaron los documentos pertinentes para dejar constancia del desenlace y sus extrañas circunstancias, se dio traslado de las gestiones a las autoridades y organismos competentes, y todo quedó archivado en una carpeta. 16


Cuentos poco probables

No obstante, unos días después de darse el caso por oficialmente cerrado, un chaval del pueblo, curioso admirador secreto de la extraña pareja que con frecuencia paseaba por la ribera del río hablando sobre el origen de los traumas mentales, entró a curiosear en la vivienda del doctor. No le fue difícil acceder a su interior porque, tras el cierre del caso para investigar la causa de la muerte y la retirada del acordonamiento policial, nadie reparó en que la cerradura de la vivienda había quedado abierta. Algo normal en un valle tranquilo, donde la comisión de delitos es nula, en el que todo el mundo se conoce y se llama por el nombre de pila, y en el que los hechos que aquí se recogen supusieron la ruptura de una paz vecinal que había durado siglos. Ni los más viejos recordaban nada parecido que hubiese ocurrido en el tranquilo pueblo hasta esas fechas. Siempre había habido accidentes en la montaña, sobre todo en los meses de verano, pero la repercusión que tenían en el pueblo no pasaba del molesto ruido que provocaban los helicópteros cuando procedían al rescate de algún alpinista y lo trasladaban hasta el hospital de la demarcación, a media hora por carretera. El asalto a la casa le resultó muy fácil. Porque la casa estaba abierta y también porque el doctor vivía aislado, en una especie de chalecito venido a menos ubicado al otro lado del río y separado discretamente de las viviendas más próximas. Para llegar hasta allí era necesario atravesar un pequeño puente de cemento, exclusivamente de uso peatonal, y después andar doscientos metros siguiendo el curso del río. Esta soledad 17


Rafael García Aznar

le permitió entrar sin ser visto y proceder con sus inocentes investigaciones dentro de la vivienda. Su intención no era otra que descubrir algo que le llevara a comprender lo que le había ocurrido al Sr. Lánime. Le había tomado cariño. A fuerza de espiarlo, había llegado a la errónea conclusión de que era una persona inteligente, dotada de una sabiduría infrecuente en estos lugares. Escuchaba secretamente sus extrañas conversaciones con el doctor y, como no entendía casi nada de lo que hablaban sobre traumas y delirios, enajenaciones y alienaciones, desequilibrios y perturbaciones, en su infantil ignorancia asimilaba esas complejidades mentales con personas dotadas de un coeficiente intelectual superior al normal. Exclusivamente con esa intención había violado la intimidad de la casa del suicida, para descubrir el verdadero motivo de la muerte de su admirado personaje y aclarar los confusos chascarrillos que circulaban por el valle. No dudaba sobre el hecho de que hubiese sido devorado por lobos, pero necesitaba conocer los motivos reales que le llevaron a tomar la decisión de subir hasta el lugar donde encontró la muerte, vestido de una forma tan extrañamente original. Para no levantar sospechas ni dejar pruebas del allanamiento usó toda la prudencia del mundo. Se puso unos guantes de látex y solo tocaba aquello que consideraba interesante para encontrar alguna prueba que le permitiera desentrañar el misterio. Intentando remover lo menos posible y solo auscultando los sitios donde pensaba que podría encontrar algu18


Cuentos poco probables

na evidencia, descubrió un cuadernillo muy ajado, colocado entre dos libros, uno titulado La interpretación de los sueños y el otro El canyengue. Estaba medio roto, con las puntas de las tapas dobladas, bastante arrugado, completamente garabateado y con infinidad de anotaciones extemporales. Rotulado a mano, escrito sobre la propia tapa y con buena letra, se leía «El hombre que vivía la vida de otros». Lo abrió con sumo cuidado, y en la primera hoja de la derecha, con letras mayúsculas, estaba escrito LÁNIME. En la siguiente hoja, también a la derecha, había un texto redactado con rapidez que parecía ser una relación de los problemas mentales que sufría el paciente. Y tras esa página, más y más anotaciones, hasta completar casi tres cuartas partes de las hojas de la libreta. «Aquí descubriré lo que realmente sucedió», pensó, y con la misma prudencia con la que había asaltado la vivienda del suicida, la abandonó, con su botín escondido entre la ropa, con la seguridad de que nadie repararía en la pérdida de un documento que hasta la fecha descansaba tranquilamente en casa del propietario de la mente más desorganizada de todo el valle de Pusi. Como bien había sospechado, la libreta recogía el diagnóstico, las vivencias y los problemas del Sr. Lánime, además de teorías sobre el tratamiento más apropiado para conseguir su recuperación. De su lectura, larga y trabajosa, pudo sacar bastantes conclusiones. No entendía muchas de las anotaciones porque el doctor, además de recoger palabras sueltas en alemán, utilizaba una terminología solo al alcance de los que 19


Rafael García Aznar

habían estudiado en la universidad. Pero por el contexto, y tras mucho esfuerzo, dedujo que esos paseos que daban por los alrededores del pueblo, y que él espiaba con tanto interés, en realidad eran consultas médicas ambulantes, psicoterapia en movimiento, porque allí estaban reflejadas muchas de las conversaciones que él había escuchado, con su correspondiente análisis psiquiátrico y su significado. Su lectura le permitió además reconstruir, con bastante fiabilidad, la vida y el final del malogrado paciente. En efecto, el Sr. Lánime era hijo único de una peculiar familia que vivía en la capital, en Lomenchi. Su padre se dedicaba a la construcción y afine de saxofones, mientras su autoritaria madre hacía y deshacía a su antojo de puertas adentro. Lánime no sabía si su padre era el fundador del negocio o se trataba del último eslabón de una cadena familiar que, generación tras generación, se había dedicado a la construcción y venta de esos instrumentos de música. Sea como fuere, el pequeño Lánime dejó bien claro que él no sería el luthier continuador de la saga. Le gustaban más los números y la contabilidad, y en eso ponía su dedicación con la finalidad de escapar de los escandalosos hijos de Sax. Quizá ese desprecio hacia una actividad artesanal y creativa que precisaba de unos conocimientos y dedicación esmerados, hizo que la relación entre padre e hijo siempre fuese muy fría, extremadamente fría. Su padre vivía por y para los saxofones. Sin hacer alarde público, pensaba que no había mejor profesión en el mundo que la de entregarse en cuerpo 20


Cuentos poco probables

y alma a la construcción de esos instrumentos. Era feliz, se encontraba completamente realizado, disfrutando con esos ingenios de viento y metal, e ideando la forma de conseguir hacer el mejor saxo que nadie hubiera soñado jamás que pudiera existir. No entendía otra forma de vivir que no fuese pensando, día y noche, en la manera de llegar a conseguir esa perfección, y nada le importaba que ni su hijo ni su esposa carecieran de la sensibilidad adecuada para valorar ese objetivo. Como ninguno de los dos, ni el padre ni el hijo, mostraron nunca interés por lo que el otro hacía, y como su esposa también consideraba que esa obsesión por los saxos tenía algún rasgo de anomalía patológica, Lánime se fue decantando enfermizamente hacia a su madre, consiguiendo obtener solo, con las atenciones maternales, las mismas dosis de cariño y cuidados que hubiera recibido de haber sido criado conjuntamente por sus dos progenitores. Su madre hacía, encantada, de padre y de madre, y los tres estaban entusiasmados con ese reparto inmiscible de papeles. La madre disfrutaba siendo la exclusiva dueña de su hogar, en la misma medida en que su padre ponía toda su dedicación y concentración en construir los mejores saxofones. En igual proporción se congratulaban por dedicarse en cuerpo y alma a sus respectivas ocupaciones y las consecuencias de esa fortuna se manifestaban en que ninguno se entrometía en las competencias del otro. Mientras tanto, Lánime disfrutaba de los frutos de esa radical separación y, sabedor de que nunca vincularía su futuro 21


Rafael García Aznar

con la construcción de esos aparatos ruidosos, se regocijaba de unas atenciones maternales que no le hicieron nunca añorar la ausencia de las paternas. Lánime adoraba a su madre y esta se desvivía en tantos mimos y cuidados hacia su hijo que, con la seguridad de saberse dueña de todas las cosas que estaban dentro de su casa, incluso pensó que la vida de su vástago era también de su propiedad. La señora no le permitía ninguna actuación que no estuviese previamente avalada con su conformidad. El consentimiento y la aprobación de la madre eran imprescindibles para todos y cada uno de los aspectos de la vida de su hijo, de tal forma que desde la ropa que debía vestir hasta el número de vasos de agua que debía beber cada día, era controlado por la madre. Lánime hizo algún amago de rebelión, muy pocos, pero todos quedaron en meros conatos de reafirmación de su individualidad que fueron rápidamente sofocados por el instinto posesivo de la madre. La clarividencia de la madre y el poco entusiasmo del hijo en mantener su inalienabilidad tuvieron el mismo efecto que el que tendría un inmenso depósito de agua vertido sobre un pequeño fuego. Toda esperanza de tener algún tipo de criterio personal quedó completamente extinguida y cualquier rescoldo de iniciativa personal quedó definitivamente apagado. Absolutamente todo quedó controlado por una madre que, de forma natural, sin esfuerzos ni estrategias previas, ordenaba lo que Lánime debía hacer en todo momento, como si su hijo fuese una de sus extre22


Cuentos poco probables

midades, un apéndice con cierta libertad de movimientos, pero ligado a su cuerpo y controlado por su cerebro. Con el paso de los años esta supervisión fue a más, de tal forma que Lánime, incapaz de discutir por todo y para todo, decidió de forma natural e inconsciente hacer siempre lo que «madre hubiera querido que hiciera en cada momento». Como un perro perfectamente adiestrado por su dueña, llegó un momento en que ya casi no eran necesarias las orientaciones y exigencias maternales porque Lánime, por mero instinto, reaccionaba y actuaba de la forma en que su madre le había grabado a fuego que debía hacerlo. Los lunes le gusta que me vista con estos pantalones y, por ser fin de semana, puedo beber dos vasos más de agua. Nunca debo sentarme en esta silla entre las cinco y las siete de la tarde, como tampoco puedo acomodarme en la mesa hasta el momento en que se hayan puesto los platos y los cubiertos. La alfombra debe seguir la paralela exacta con la línea de las baldosas y nunca puedo pisarla, ni siquiera con los pies descalzos. Combinar el verde billar con el azul cielo en la ropa estaba tan prohibido como hacerlo con el amarillo limón y el rojo escarlata. Antes de haber cumplido los siete años, Lánime se había convertido en una especie de androide perfectamente programado para comportarse, en todo momento y de forma natural, como su madre le ordenaba que debía hacerlo. Empezó, sin saberlo, a vivir la vida de su madre y empezó, también sin saberlo, a meterse en un pozo sin fondo del que ya le fue imposible salir. 23


Rafael García Aznar

Se convirtió en un hombre maduro, apuesto y masculino por fuera, pero débil e incapaz por dentro. No estaba manipulado por su madre; era simplemente su madre. Obviamente no tenía amigos ni conocidos. Sus amigas eran las de su madre y su profesión, sus labores, como su madre. Aunque terminó, con buenas calificaciones, sus estudios de contabilidad e incluso recibió alguna oferta empresarial para empezar a trabajar, su vida le llevó inexorablemente a hacer lo que su madre hacía. Terminó sus estudios y continuó desempeñando el papel de madre dentro de una casa que tenía su propia madre. Pero, a pesar de lo que pudiera parecer, todos eran felices. Para su madre era un hijo magnífico, el descendiente perfecto al que ponía como ejemplo ante todos y para todo. Lánime era feliz en su cómoda ignorancia y su padre también lo era, a su manera, refugiado entre tubos y sonidos. A cualquier curioso indiscreto que observara sigilosamente la peculiar familia le habría resultado sorprendente que una organización tan disparatada tuviese efectos tan positivos en la convivencia. Pero esa era la realidad porque, aunque pueda parecer imposible, los tres veían colmadas sus expectativas vitales haciendo lo que siempre habían hecho y disfrutando del papel que la vida les había reservado de forma tan sabia: el padre era feliz entre saxofones, la madre lo era con sus enseres y la compañía de su hijo, y Lánime también lo era viviendo la vida de su madre. Pero nadie reparó, sin embargo, en la imprevisibilidad del futuro y en que una repentina enfermedad se llevaría a 24


Un original sujeto que no sabe tener una vida propia y termina sus días de forma traumática, perseguido y superado por sus obsesiones; la trayectoria circular de un señor que se complica, y al que le complican la vida, hasta el punto de tener que huir del mundo, para terminar muriendo, en una ironía macabra del destino, por el mismo motivo por el que había escapado; un doctor que, abrumado por el caso más inédito e increíble que nunca se le haya planteado a médico alguno, toma una decisión tan drástica como ineficaz; una joven obsesiva que odia los ojos y que finalmente consigue superar su manía, ya en la madurez, tras la imprevista aparición de dos originales compañeros; y un individuo que vive una experiencia increíble en un soporífero viaje en tren, mientras descubre las confusiones mentales que se le van apa-

339454 788419 9

ISBN 978-84-19339-45-4

reciendo a lo largo del trayecto.

mirahadas.com


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.