De un maestro y sus lecciones

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Antonio Alcalá Barruz

DE UN MAESTRO Y SUS LECCIONES

Proverbio africano parafraseado



DE CÓMO EL PRIMER DÍA TODO SON NERVIOS

«Hoy empieza todo, ¡qué eterno es el hoy y qué breve es

el todo!». Esta era la conclusión lapidaria que curso tras curso se repetía en mi cabeza. Han sido treinta y cinco años levantándome el primer día laborable de septiembre con la misma cantinela: «¡Disfruta, disfruta y hazlo, hazlo bien! Solo eso se te pide y solo («¿eso?») se te exige». Pero, claro está, ¿qué es hacerlo bien cuando se trata de unas criaturas inocentes, ávidas de juegos, de experiencias, de vida? Verdad supina es aquella que confirma que nuestras alumnas y nuestros alumnos aprenden a pesar de la maestra o del maestro de turno. Que yo recuerde han aprendido con los objetivos operativos, con la teoría de conjuntos, con la metodología grupal, con los contenidos mínimos, con los objetivos, contenidos, y actitudes procedimentales, con los mínimos de aprendizaje, con la Educación en Valores, con la Cultura Andaluza, con las competencias básicas, con los indicadores de logro desde la base de los AMI, con la enseñanza cooperativa, con la educación emocional, con… «¡No sé, no me pidan más! ¡No soy adivino!». Eso sí, jamás de los jamases han aprendido con el sistema individualizado de fichas de la Laboral de Cheste (Valencia) o la letra con sangre entra de mi pueblo, método en boga en las postrimerías del tardofranquismo. Ambos los sufrí en mis carnes; el segundo, sobre todo, en las famosas Permanencias; actividad lectiva donde los masculinos maestros 13


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(he dicho bien) descargaban toda su ira pedagógica sobre las partes blandas y duras de nuestra vulnerable anatomía. ¡Cuántos esfuerzos! ¡Cuántas dudas! ¡Cuántos tiros errados! ¡Cuántas circunvalaciones! ¡Cuántas experimentales reformas se vieron abocadas a la prudente y reaccionaria y necesaria contrarreforma! ¡Cuántas vicisitudes humanas erosionadas por el paso del tiempo y relegadas al baúl de los olvidos sin recuerdo! ¡Cuántos maravillosos milagros, que también los hubo, nos elevaron la moral al infinito y nos auparon al pedestal de los demiurgos! Tantos y tantos son los niños que han pasado por nuestros colegios y que, a día de hoy, son hombres y mujeres de provecho, que les quiero dedicar estas reflexiones cuando mi vida laboral activa ha finiquitado. Los años mandan y como ya todo lo observo con la sabia mirada y el corazón jovial de un jubilado satisfecho, deseo certificar que todo ha merecido la pena. Tanto los vaivenes pedagógicos dados que nos abrieron los ojos a nuevos alumbramientos metodológicos y a nuevas disciplinas didácticas, como nuestro compromiso con nuestra frágil democracia. Gracias a ella, hemos formado y educado a la generación de jóvenes mejor preparados de toda la historia de España (lástima que nuestros ineptos políticos la hayan ninguneado mandándola allende nuestras fronteras). Lo que nunca ha merecido la pena es el olor a rancio que desprenden, después del período estival, nuestras escuelas públicas. Nuestros colegios no invernan, padecen el fenómeno antónimo y es por eso que sus maculados pasillos desangelados ostenten una desnudez sin decoro, la más que necesaria y bulliciosa sala de profesores permanece hueca de argumentos y de opiniones (la mayoría de las veces encontradas), los patios de recreo cubiertos de una película espesa de polvo amarillento vociferan mudos ecos silenciosos de juegos y de divertimentos infantiles, los ordenadores inoperativos a cal y canto permanezcan desconectados y hasta 14


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la sabia Biblioteca duerme un conmovedor sigilo ajeno, alienado por un orden extremo e impoluto. Y es que en apenas dos meses todo el entorno ambiental de un centro escolar torna viejo y, si me apuran, decrépito. Sencilla pienso que es la explicación: ¡les falta vida! El tórrido verano es el culpable de que ese bullicio, que solo nuestro alumnado es capaz de imprimir, haya emigrado de la mayoría de las reliquias arquitectónicas que catalogamos como escuelas públicas. ¿Qué serían los centros educativos sin las miradas ávidas de conocimientos de nuestros colegiales, sin sus sonrisas plenas y gozosas, sin sus manifestaciones inocentes de alegría desbordada, sin esos lúdicos albedríos que son sus juegos de recreo? ¿Y qué sería de nosotros? ¿Seríamos, tal vez, como esos funcionarios que permanecen ocultos al público y que siempre portan, como una severa condena, sus caretas de responsables estreñidos? ¡No lo quiero ni imaginar! —Hoy en día, antiguo maestro, las nuevas profesoras y los nuevos profesores utilizamos formas y modos de enseñanza que, te lo aseguro, son todo menos tediosos. Son divertidos, son entretenidos y, sobre todo, muy didácticos —me aseveró, con tono de amonestación, un buen maestro, mejor profesor y joven compañero en mi último año de docencia. Además, contamos con herramientas como la pizarra digital o internet que han revolucionado la práctica docente. Por eso, cada comienzo de curso, cuando te adentrabas en ese edificio que sería tu segunda casa revoloteaban, como la primera vez, las inconfundibles mariposas en el estómago que te hacían sentirte vivo, vivo y docente. ¿Qué mayor alegría hay en esta vida que esta? Ser partícipe, conductor, adalid de la Educación, de la Enseñanza de un grupo de niñas y de niños es, desde siempre, y será para siempre lo mejor de lo mejor… ¡la quintaesencia! Y todo esto lo sabías nada más ver las caras alegres de tus compañeras y compañeras, felices por el reencuentro, cuando te fundías en abra15


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zos con ellos. Recuerdo una maestra de Infantil que se llevaba la palma. Era una estrujadora humana sobresaliente; te rodeaba con sus férreos brazos y te apretaba y te comprimía. En ese ahogo de cariño yo me empequeñecía, puesto que a mí las manifestaciones de afecto me perturban, me agobian y, en una palabra, me provocan una alergia embarazosa. Hasta mi madre, que en paz descanse, me lo advertía: «Algún día echarás de menos mis besos y mis abrazos». El tiempo le ha dado la razón, pero… ¡me cuesta un arrugamiento corporal y un mohín cerebral tener que estrecharme con conocidos; y no te cuento con desconocidos! El traspaso del umbral conllevaba, inmediatamente, una catarata de incidencias veraniegas en todas las conversaciones de todos los corrillos. Unas buenas vacaciones, que hayamos desconectado, suponen un beneficio enorme, imposible de cuantificar, para que nuestros aprendices de hombres y de mujeres gocen de un curso escolar apacible y fructífero. Un profesional amargado es un foco infeccioso que contagia malas prácticas educativas y actitudes que rayan la inmoralidad. También puede devenir en pasotismo e indolencia; dos antivirtudes nefastas para todo docente que se precie. Es indudable que nuestro bienestar mental y físico repercute en la calidad de la Enseñanza y esta, a su vez, en el bienestar de toda la Sociedad. Una de las decisiones que más nos afectan y repercuten en ese anhelado estar-bien es la elección de curso. Una maestra, un maestro identificado plenamente con «su curso» es la monda lironda, la mejor noticia que pueden tener tanto el alumnado como sus familias. En esta transcendental providencia tiene mucho que decir el Equipo Directivo que debe ser ecuánime y resoluto, puesto que debe primar el bien común por encima de los intereses personales. Pero eso, el primer día, no toca y los vaticinios se quedan en eso, en someras conjeturas. Lo importante es reconocernos como miembros de un grupo y para eso, indudablemente, debemos integrar a 16


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las nuevas y a los nuevos que suelen formar un corrillo aparte o que simplemente se sienten abrumados por tanta atención y tanta denominación: «¡Hola! Me llamo... Soy…». «Y yo soy… ¿Oye tú no estabas en Mancha Real, en el colegio San José de Calasanz?». «No». «Pues tu cara me suena». «Encantada de tenerte con nosotros. Yo me llamo…». Y es que, desde el primer momento, ya queremos ser parte de una colectividad. Ese es el mayor mérito humano: ser social. Aristóteles lo sabía y cuánta razón tenía.

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DE CÓMO EL SEGUNDO DÍA ES EL DÍA DE LAS AMBICIONES

El segundo día hábil es, sin duda, el día de las ambiciones. En nuestra

mente manan, emanan a borbotones propósitos de globalidad, remansos de irisada utopía. En ellos nos bañamos para contrarrestar todos los principios de Arquímedes que, diariamente, asolan nuestros sueños. Es el momento de las entelequias. Todo se cuece y todo se ajusta al milímetro en nuestras cabezas. Todo se vislumbra diáfano, tan meridiano que es imposible que nuestros objetivos se licúen en agua de borrajas. No existen nubarrones en nuestras ensoñaciones, todo fluye fluido. Y, aunque cada curso nos embarcamos hacia lo desconocido, nuestro puerto se vislumbra acogedor, más que seguro y protector, como un fortín que nos resguardará de las críticas pérfidas y maledicentes. Allí estaremos a salvo del desánimo, del desaliento y de las infectas frustraciones. Todo esto se piensa en la primera reunión del curso, en el primer Claustro. ¿Qué puedo decir, desde mi atalaya emérita, de los Claustros? Que debían de ser una fiesta a la concordia pero que, generalmente, devienen en una lucha de poder donde la argumentación no siempre vence. Como humanos que somos, los intereses particulares subyugan los ideales altruistas: un ejemplo de ello es la elección de curso. Un buen Equipo Directivo debe planificar, escoger e imponer un organigrama que aúne todos los esfuerzos hacia la mejora comunitaria del Centro. Pero este bien común está sometido a dos fuerzas centrífugas: 19


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a) La antigüedad en el cuerpo de maestros fue un criterio predominante en mis comienzos y aunque es, afortunadamente, un concepto vacío actualmente para la Administración, subyace todavía en nuestro subconsciente colectivo. Se presenta como una lacra soterrada en los colegios y, subrepticiamente, se solapa como también ocurre con otros estigmas solo superados de boquilla. A saber: machismo, xenofobia, homofobia, manzana podrida, vagancia… b) Las nuevas especialidades aúpan a jóvenes docentes que obtienen plaza, muy pronto, en capitales de provincia y grandes ciudades, lo que ocasiona suspicacias entre los que hemos sido siempre de Lengua y Matemáticas, de Sociales o de Plástica y, si se terciaba, de Gimnasia o de Música y que hemos tenido que vivir en nuestras carnes el turismo «pagao» por la Junta en colegios rurales o unitarias próximas al fin del mundo; vamos, pegando con La Matea. Pienso que con ambos sistemas hubo abusos. Existió con el criterio antigüedad, existe y existirá con el modelo especialidad. Ejemplo de ello es el curso de Primero. Este nivel que necesita todo el vigor y fortaleza de un joven que se coma el mundo, termina o bien adjudicado al interino o interina sin apenas experiencia y que el curso próximo disfrutará de otras vacaciones en otro lugar ignoto de nuestra amada Andalucía o bien bajo la tutela del Primario o de la Primaria sin especialidad que posee dos estigmas altamente peligrosos para una innovadora docencia: las canas y un largo tránsito por una profesión que, en los últimos tiempos, goza de un notable des-reconocimiento social. Las especialidades están claras, no hay problema. O eres profesor/a de PT (Pedagogía Terapéutica) o de Lengua Extranjera (inglés o francés o alemán o chino) o de Música o de EF (Educación Física). Lo que sí levanta susceptibilidades, a veces positivas y otras negativas, es la elección del profesor/a de Apoyo Didáctico (antes Refuerzo Educativo). Algu20


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nos/as compañeros/as le transfieren, erróneamente la categoría de año sabático, pero es una burda ficción porque, primero, vas de fantasma por los pasillos, sin saber dónde poner el huevo y, segundo, te «jartas» de sustituciones. Y las sustituciones son lo peor del mundo puesto que los niños no te toman en serio y con razón… ¡no eres su maestro, no eres su maestra y, encima, solamente vas para unas pocas sesiones! En esas clases siempre había libros perdidos por arte de magia, siempre faltaba material imprescindible para llevar a cabo la tarea previamente programada, siempre se palpaba en el ambiente una desgana colectiva que se traducía en mil excusas del tipo: «eso ya lo hemos dado» o «por ahí no íbamos, vamos…». En fin, una finitud de pequeñas circunstancias adversas susceptibles de ser subsanadas con un: «Está bien, como vuestra maestra o vuestro maestro, dado lo repentino de su enfermedad, no ha podido especificar la tarea que teníamos que desarrollar pues aprovechad para realizar tareas pendientes o bien para estudiar el próximo control (pues siempre, en todas las escuelas, desde que el mundo es mundo, existe uno pendiente para mañana o, lo más tardar, para los días siguientes)». De pronto, una algarabía de jubilosos gritos abortados en el último instante, contenidos en el último momento, premiaba tu chantajeada solución. Multitud de ojillos que denotaban una clamorosa victoria sobre la autoridad impuesta, se alegraban de que fueras un maestro tan guay. Mas, de pronto, una unánime duda se descolgaba y se explicitaba en los labios del o de la valiente de la clase que te interpela con un «y el que lo tenga todo hecho, qué hace» y, rápidamente, sin que tengas tiempo para contestarle otro avispado u otra avispada le responde con una pregunta retórica: «¿podemos —pausa premeditada de meditación— hacer dibujo libre?». Y, claro está, como es libre, ¿quién era el guapo que coartaba la vena artística, la proyección creativa, el futuro plástico de toda una clase? Yo, desde luego, no. Otra cuestión que, curso tras curso, se repetía en un ciclo sin fin es lo que podríamos denominar «el sexo de los ángeles» que, en los 21


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colegios, se traduce en estas peculiares, interminables e irresolubles cuestiones como la pelota sí o la pelota no en el recreo, quién debe recoger la fila, bien el tutor o la tutora o el profesor o la profesora que le toque a cuarta hora, cómo conseguimos que respeten el turno de palabra, quién debe tocar la campana en caso de incendio o catástrofe, por qué… De todos estos asuntos hablaban los de siempre, otorgaban los de siempre y callaban los mismos; confrontaban los de siempre, discutían los de siempre y miraban el reloj los mismos que callaban. Por eso, el Equipo Directivo de turno, con más o menos argucia política, limando asperezas, matizando posturas, ofreciendo alternativas posibles y realistas y, sobre todo, imponiendo sus criterios sin capa ni espada, sacaba adelante lo que más le convenía a ellos que es, naturalmente, lo que más le conviene a la Comunidad Educativa. ¡Ojo! No es sarcasmo.

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DE CÓMO PARA SER MAESTR@ SE NECESITA MUCHO DE ALMA Y POCO DE MATERIA

Como ya soy perro viejo ya puedo sentar cátedra y argumentar

que existen cuatro cualidades que deben ser inherentes a todo buen docente: vocación, creatividad, profesionalidad y algo de ciencia pedagógica; no mucha, puesto que corres el peligro de convertirte en un severo y dogmático sabelotodo, ajeno al devenir de la sociedad. De la vocación tengo que decir que quizás esté sobrevalorada. En la opinión general está encaramada en lo más alto del pedestal, puesto que sin ella la Escuela de hoy en día (la Escuela de todos los tiempos) sería insoportable. Con ella eres capaz de comerte el mundo y sus aledaños. Sin embargo, yo, que llegué al Magisterio al renunciar a dos sueños: la literatura y la filosofía, la he mamado a base de práctica. Si me hubiera decantado por alguna de las otras aficiones, sería un mediocre redomado; en cambio, en este oficio casi siempre me he autocalificado con nota alta y me he incluido en el club de los buenos docentes, aquellos que, con o sin vocación, consideran a la Educación como el motor del justo progreso y de la sostenibilidad del planeta. Respecto de la creatividad debo decir que lo envuelve todo. Han de ser creativas nuestras clases y desterrar el aburrido método de clases magistrales donde el profesor enseña y el alumno aprende por… ¿ósmosis? Han de ser creativas nuestras planificaciones y programaciones para que el evento educativo sea eso: evento, una sin23


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gularidad singular dentro de nuestras vidas, tanto para el educador como para el educando. Han de rayar la perfección porque nuestro público es muy exigente y, naturalmente, tienen todo el derecho del mundo a aprender con los cinco sentidos: tocando, viendo, oliendo, gustando y, si no queda más remedio, oyendo. Es un desfase de siglos llegar a nuestras clases con la muletilla: «Abrid el libro de…, por la página..., que hoy nos toca…, y estad atentas y atentos que luego vamos a hacer los ejercicios… de las páginas… y… Y el que no termine se lo lleva para… y mañana pongo… a los que no lo hayan hecho y… ¿a quién va a ser? Pues, a los de siempre, a ******, a ********, a *******, a ********** (¿son válidos cinco, seis… diez… catorce… toda la clase? No sé; ahí entra la moral de cada compañera o cada compañero)». Nos creemos que son estudiantes, pero es mentira. No tienen motivaciones intrínsecas, entre otras razones porque son peques y, como niñas y niños que son, necesitan aprender con juego, con música, con experimentos, con retos, con interacción social. Todo eso solo se podrá conseguir cuando los profesionales de la Educación, con voluntad de superación, seamos tremendamente creativos en todos esos ámbitos que pedagogos y pedagogas han sabido siempre definir, delimitar y diferenciar para nosotros, los currantes de la tiza. Para una buena Educación hemos de revolucionar desde el fondo las formas y aniquilar, dinamitar las buenas costumbres que perpetúan la férrea pirámide social. Todas las estratificaciones han surgido bajo el paraguas de la injusticia, ya sea esta económica, política, de pureza étnica y/o religiosa. Torpedear todo nuestro entorno con argumentos de solidaridad, igualdad y feminismo es lo más justo, necesario y profesionalmente factible que podemos hacer para crear un mundo mejor. «Pidamos lo imposible, lo posible ya lo tenemos» es la gran verdad del mayo francés que debe defenestrar todas las consignas impuestas por los poderes fácticos; ya sean estos visibles o arteros. 24


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Y ya, por último, está el rasgo menos importante en los tiempos que corren. Puede que antes su valoración fuese necesaria como acicate social, pero, hoy en día, puede resultar hasta un lastre para decantarnos por las nuevas metodologías. Los maestros no necesitamos ser ni doctores, ni licenciados, ni siquiera diplomados en las áreas de conocimiento que vamos a impartir. Debemos ser sabios (en toda la acepción del término) en contenidos pedagógicos, en inventivas prácticas y, evidentemente, en creatividad plástica y musical. Aquel o aquella docente que interprete decentemente música, que represente nuestro entorno a través de creaciones plásticas, que ame y disfrute y transmita el amor por los libros, que sea un deportista sano y que esa vivencia la sepa trasladar a sus pupilas y pupilos, que inculque buenos hábitos de salud alimentaria y ambiental, que sepa dominar y vincular sus emociones a actitudes vitales y positivas y que, de pasada, domine algo de las matemáticas elementales, de las lenguas propias y extranjeras, de las otras áreas y de los siempre nuevos medios tecnológicos, será la maestra o el maestro ideal*. A Hipócrates le preguntaron por las cualidades que, a su entender, debía poseer un buen juez (en su tiempo, lo siento por la humanidad, no había juezas). Esta fue, parafraseada, su respuesta: honradez, sentido común («¡ya saben el menos común de los sentidos!») y, por último, saber algo de leyes. Para mí, interpretando al sabio griego, un buen profesional de la Educación ha de ser vocacional*, demostrar una audaz determinación racional, desplegar un excelso sentir emocional y saber algo, no mucho, de los interrogantes que el entorno cambiante del siglo XXI nos plantea como problemas de urgente solución. * «Si estás por el sueldo —les aseveraba con rotundidad a mis prácticos (masculinos y femeninos)— o porque esto es un trabajo cómo25


De un maestro y sus lecciones repasa los treinta y cinco años de docencia de un maestro andaluz. Incide en sus inquietudes pedagógicas, desarrolla sus estrategias didácticas, defiende sus métodos de enseñanza innovadores y denuncia las continuas reformas y contrarreformas educativas, nunca consensuadas y siempre impuestas por cada una de las Administraciones Públicas. De un maestro y sus lecciones, principalmente en su apéndice, pronostica y sienta las bases de una nueva ESCUELA formativa, inclusiva y solidaria, que trabaje con y para la Sociedad y las Familias y que haga realidad esta verdad incuestionable del gran pedagogo y filósofo brasileño Paolo Freire: «La EDUCACIÓN no cambia el mundo, cambia a las

996238 788418 9

ISBN 978-84-18996-23-8

personas que van a cambiar el mundo».

mirahadas.com


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