Declaración de intenciones

Guardo mi palestino, para que no se me olvide que viví otra vida, que peleé en otras guerras, que creía, confiaba y aguardaba un mundo nuevo, preñado de ilusiones.

Guardo mi palestino para que no se me olvide cuál es mi sitio, para que nadie dude dónde me posiciono, para seguir esperando el mañana que no llega.

Lo guardo con tanto cariño como guardo todo lo nuevo que descubrí con él en mi cuello, todo el amor que regalé y me regalaron, mientras gritaba detrás de una pancarta o bailaba con una cerveza en la mano, una bachata que solo escuchaba yo.

Hay guerra fuera. Mueren niños. Y seguimos enredados en nuestras pequeñas miserias. Envidiando tras los cristales, murmurando maldades. Hundiéndonos en el lodo viscoso que nos ahoga en lo ruin y mezquino. Mientras caen bombas que matan niños, niños rubios que nos dejan sin excusas.

Qué no daría yo por una tarde en el patio chico, entre pilistras, cintillas y geranios. Con una foto de la Virgen, y Manolo y Luisa con las puertas abiertas.

Por mirar la calle desde el segundo, sentada con un “Hola” entre las piernas.

Esperando que llegara mi tío para comer aceitunas, bajo la atenta mirada del Sagrado Corazón, y una lánguida pastora abrazada a una vaca.

Por una noche en la Plaza del Cabildo, con amigos, corvina y helados.

Por un día en la playa poniendo el toldo, esperando a Jovino, mirando como se pone el sol y tu figura a contraluz, con las manos en la espalda.

Volver a un mundo pequeño y amable, donde nadie quiere lastimarte.

Un mundo donde no había que buscar la felicidad. Un mundo donde me querían.

Mi lista de deseos

Ver a mis hijos crecer, sabiendo que son buenas personas, y felices.

Ver a mi madre envejecer.

Ver a la gente que quiero cumpliendo sueños.

Leer sin sentimiento de culpa. Disfrutar con las pequeñas cosas.

No perder nunca el entusiasmo por la vida. Dejarme sorprender cada mañana.

Vivir en la calle Betis, viendo el río al despertar y dejan do que me lleve a Sanlúcar.

Abrir una librería, pequeña y coqueta, con sofá y café, donde acoger con mi sonrisa.

Un amor que me quiera, un amor como un hogar, como si hubiese encontrado mi lugar en el mundo.

Como una muñeca rusa voy dejando envoltorios de mí por cualquier sitio. Luego son difíciles de encajar. Cada vez me acerco más a lo esencial, donde no hay más que quitar. Donde estoy llena. Plena. Tengo el peso de la vida.

Mazorra

Soy una mujer imperfecta: Grito lloro me equivoco, no me gusta planchar. Me equivoco otra vez, a veces no me gusto.

Soy un caos por dentro y por fuera. Escondo lágrimas y penas, tengo las manos secas… Pero mi corazón, ¡mi corazón está lleno! De amor, de luz de besos, de risas de recuerdos, de vida De gente. Lleno de gente con la que he ido escribiendo, con cuidado y amor, la historia de mi vida. Y eso, lo vuelve todo perfecto.

Con las luces apagadas aún tengo la risa plena, las rodillas intactas, el corazón dispuesto a la batalla. Con las luces apagadas voy persiguiendo utopías, busco la bondad y la belleza. Sueño.

Con las luces apagadas, todavía tengo donde volver, todavía me quieres. Con las luces apagadas me acompañas, me coges de la mano y no tengo miedo. Con las luces apagadas, Soy fuerte y capaz. Valiente. Cuando se enciende la luz, me quedo sola.

Tengo macetas a las que trato como si fueran mis hijos. Cuando tenga hijos les regaré los pies para demostrarles mi cariño.

Cuando sea vieja, quiero recordar cada vida creciendo en mi interior. Cada sueño en mi pecho. La mano calcada acariciando mi rostro. Las pieles de seda, los abrazos.

Quiero ver mis ojos mirándome con asombro.

Quiero recordar que florecí en tres hermosas plantas que regué con amor.

Me gustaría ser grácil y ligera liviana, casi etérea. Dulce tranquila apacible, tierna amorosa y mesurada. Pero soy un fuego crepitando, un volcán rugiendo, una ola rompiendo, siempre con algo quemándome por dentro, un amor una injusticia una queja, o una felicidad inmensa.

También ese rostro que te mira con rencor o insolencia, enfadado o con una sonrisa feliz, tiene una madre que suspira cuando lo piensa, y le llena de tuppers la nevera.

Un amor al que le baila el corazón en el pecho cuando lo ve llegar.

Un hijo con el que juega al escondite o busca caracolas.

También tiene miedo de mañana, guarda secretos. Desea ardientemente un imposible.

Tuvo otro amor del que tardó en recuperarse. Un amigo que lo devuelve a un tiempo feliz.

Un recuerdo que lo deja levantarse cada mañana. Una fe que le calienta el alma y lo sostiene.

Ese rostro anodino, perdido entre la gente, aburrido, a veces triste.

Ese rostro, como tú, como yo, ya se ha dado cuenta de que a pesar de todo está solo. Y ya, también, un poco roto y un poco triste.

La banda sonora de mis días está repleta de amores, hombres sensibles que confiesan en voz alta el amor que sienten. Que reconocen la falta que les hace un beso una lágrima un abrazo.

Saberse vulnerables en un mundo difícil, y no tener miedo de volver a casa.

Después encuentro dragones en el metro, bestias en mi calle.

Un paquete de galletas de chocolate escondido entre los libros del salón. Una foto en la mesita de noche, chuches en la cocina, flores pájaros y macetas, un libro de poemas en el bolso. Y una canción de Silvio, siempre y cualquiera. Para seguir respirando, sin que se note el dolor o la pena. Para no dejarle sitio a la soledad cada vez más grande.

Abrir la puerta, y saber que estás, aunque no te vea. Coger tu mano, y tener la certeza de que los fantasmas comienzan su éxodo. Llamar cuando me bajo del avión, -ya he llegado, te veo ahora-. Que me veas siempre guapa en las fotos. La luz que enciendes, cuando yo soy tinieblas. Comprar un pastel, pensando en tu cara al encontrarlo. Esa felicidad que me esquiva.