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Evocando otros tiempos
Quién no ha escuchado alguna vez hablar de historias mágicas, algunas buenas y otras no tanto, de cuentos que mencionan bellas lámparas que al frotarlas aparecen genios que pueden cumplir tus más anhelados deseos, de aquellos relatos convertidos en serie literaria, donde valerosos e ingeniosos niños con mágicos poderes los utilizan para luchar contra las fuerzas del mal, etc. En fin, hay tantas representaciones o interpretaciones, pero cuando yo pienso en la magia, me imagino enseguida a un hombre con capa negra sacando un conejo blanco de la chistera, sorprendiendo a los más pequeños que se desbordan en sonrisas, gritos de emoción y aplausos. Quizás estos pensamientos míos son recuerdos nostálgicos de una vida pasada, una muy alejada de la que se vive hoy en día, una época donde existía más inocencia y, por supuesto, los juegos electrónicos no habían aún dominado o invadido nuestro mundo, para bien o para mal.
Me gustaría creer que aún quedan pequeños poblados abandonados donde no llegan las señales de internet y otros avances tecnológicos, donde la vida sigue con la misma ingenuidad de hace más de cuarenta años, poblados muy cerca de las montañas, rodeados de la belleza natural de un paisaje difícil de imitar, donde el estrés aún no se ha convertido en una enfermedad crónica, y los oficios no han sido reemplazados por máquinas y equipos. Me pregunto entonces, ¿que habrá pasado con Alqamira? Hoy lo recuerdo como si fuese ayer. Cuando yo era un niño, mi padre era guardia civil y fue destinado a aquel poblado, y es así cómo llegué allí, un lugar perdido entre las montañas del Perú, muy apacible y de pocos habitantes, ubicado en plena cordillera de los Andes, a unos tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar, y donde la comunidad más cercana se llamaba Collcabamba, donde vivía una mayor población y estaba a solo tres horas de camino bajando hacia el valle.
En el corazón de los andes
Aún recuerdo cómo era Alqamira por aquellos años, era un típico poblado andino producto de su propia tierra, casas construidas con paja y barro, con una o varias dependencias según sus necesidades, y generalmente construidas por los propios campesinos, sus habitantes. El poblado era producto de su estructura social, que mediante una simple observación se podía descubrir la estructura de una comunidad rural. Alqamira era un pequeño pueblo donde todas las casas tenían un parecido común, y donde las condiciones económicas y sociales de todos sus habitantes eran semejantes, con la única excepción del párroco, una maestra y un par de policías, uno de ellos mi padre, que brindaban de algo de protección al lugar. Era muy curioso ver lo estrecho que era el pueblo, solo una larga calle, encontrándose a mitad de esta, la pequeña y acogedora capilla, y junto a ella la unidad policial y la escuela pública. Si la memoria no me falla, al final de la calle, es decir, al otro extremo del poblado se
encontraba una vivienda que era a la vez una tienda de abarrotes, la cual era la única fuente que el pueblo tenía para abastecerse de alimentos, productos básicos y alguno que otro producto para el hogar. Recuerdo que era una tienda que fácilmente saltaba a la vista, pero no por ser la única, sino porque de su fachada colgaba un ridículo cartel de madera hecho por un aficionado, pues mostraba mal rotulado el nombre de una famosa bebida de refrescos, donde la letra «C» había sido erróneamente reemplazada por la letra «K», nombrándola graciosamente, «Koca-Kola».
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