El festival de las luciérnagas MANUELA CAMPO Ilustrado por
Mònica Pascual
I Akira entró en la habitación. —Mira, Hotaru, ¡ya están listas! —gritó. Enseñó a su hermana el frasco de cristal que llevaba en las manos. Cinco luciérnagas descansaban en su interior. Hotaru no se movió. Siguió tumbada en el borde de la cama, junto a la ventana, con la mirada perdida en algún lugar del cielo azul. Tenía ocho años, el pelo largo y negro como el azabache, los ojos grandes y unos labios que siempre habían sido mudos. Hotaru no hablaba, su mundo era el silencio. Había nacido un 15 de junio, día en el que se celebra el Festival de las Luciérnagas en su ciudad. Por eso se llamaba así, Hotaru, que significa luciérnaga en japonés. Al principio, Hotaru parecía un bebé normal, pero a medida que fue creciendo, sus padres se dieron cuenta de que no era una niña como las de-
más. Durante el día, se quedaba encerrada en su habitación, tumbada en la cama, aletargada, casi sin moverse, con la mirada ausente. Por las noches, sin embargo, salía al jardín y caminaba entre las flores. Si había luna o brillaban las estrellas, se quedaba mirando el cielo hasta que amanecía, como si no pudiera resistirse al brillo lejano de los astros. Cuando las nubes tapaban las estrellas, se metía en su habitación y se pasaba la noche fabricando pequeñas luciérnagas de papel que guardaba en recipientes de cristal.
Akira se acercó a su hermana y le colocó el frasco de las luciérnagas en el regazo. —Hotaru —le dijo cogiéndole las manos —son las luciérnagas que llevaremos esta noche al Festival. Los diminutos gusanos de luz empezaron a revolotear nerviosos, y un suave resplandor verdoso iluminó la habitación. Hotaru sonrió.
II Akira estaba inquieto. Su abuelo había prometido venir a buscarles temprano, pero se
estaba retrasando. Si no lo hacía pronto, ¡no llegarían a tiempo para soltar las luciérnagas! —Mamá, ¿le habrá pasado algo? —preguntó preocupado. El cielo empezaba a teñirse de naranja y pronto se haría de noche. Su madre lo miró con ternura. —Ya verás como el abuelo llega pronto —le contestó acariciándole el pelo. Sabía cuánto quería Akira a su abuelo y cuánto le gustaba ir con él al Festival de las Luciérnagas que se celebraba cada año en su ciudad. Desde muy pequeño, le había enseñado a buscar larvas cerca de los arroyos, que después Akira alimentaba durante el invierno con caracoles y pequeñas lombrices que encontraba en el jardín. En verano, en la noche del Festival, cuando las larvas se habían convertido en pequeños insectos de luz, su abuelo, él y otros vecinos de su barrio se reunían cerca del río Sumida, en el Bosque de las Luciérnagas, para liberarlas.
EL
PL A
IO
ISBN 978-84-19106-13-1
R NA N ET A IMAGI
9
788419
106131