El hombre amado. Historias de un asesino.

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Capítulo 1 EL CAMBIO

Hola, soy Daven, tengo treinta años y vivo en la ciudad de

Valencia, España. Soy una persona muy normal, mido uno coma ochenta metros, tengo el pelo castaño, el color de mis ojos son verdes, atlético, con una nariz muy distintiva y suelo vestir como cualquier otra persona, con una camiseta, un vaquero y unas zapatillas baratas y normales. Antes de nada, quiero que sepáis que mi nombre procede de la cultura nórdica, mis padres estaban obsesionados con todo lo relacionado a lo nórdico y vikingo. El significado de mi nombre es «hombre amado». Lo curioso de esta historia es el significado de mi nombre, pero aún no quiero desvelar nada, empecemos por el principio. ¿Dónde empezó esta historia? Pues todo co3


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menzó un jueves 12 de agosto por la mañana; al despertarme, la misma rutina de siempre, ducharme, tomar el café y ver las noticias mientras me vestía o escuchaba música en la televisión, depende de lo que surgiera esa mañana. Entraba a trabajar a las diez de la mañana, pero siempre me despertaba dos horas antes para poder ir con la tranquilidad y el tiempo a mi favor, soy una persona que adora la puntualidad y en las noticias daban la última hora: «La policía investiga la aparición del cuerpo de una joven de veinticuatro años en su apartamento. Esta es la cuarta víctima que aparece en menos de un mes y se le atribuye al estrangulador, ya que sigue el mismo patrón que las anteriores tres víctimas» decía la noticia. Parece ser que hacía pocas semanas, un individuo mató a una chica estrangulándola con una cuerda que la policía no había podido identificar con claridad y después robaba la cartera y alguna prenda de la ropa de su víctima a modo de trofeo. Y como todos los días, ya era la hora de salir a mi trabajo como siempre. Trabajaba en la cafetería Cafetriciclo, a veinte minutos de mi casa, así que en el transcurso de mi viaje me daba mucho en que pensar, veía a la gente pasar e imaginaba un sinfín de posibles vidas, ¿a qué se dedica?, ¿tiene pareja?, ¿hijos? Cuando quería darme cuenta ya estaba en la puerta listo para empezar mi jornada. Tenía una clientela fija, la señora Juana Fernández, mujer con el pelo blanco como la nieve, ojos marrones muy oscuros, como su tez, y una cara muy arrugada por culpa de la vejez. Siem4


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pre pedía sus dos magdalenas con café y me decía su frase típica e insulsa: «Dos magdalenas porque con una es poco y con tres suficiente», repetí a la par que ella. Luego estaba el señor Gutiérrez, Hugo Gutiérrez, importante empresario de la zona, siempre pedía un cappuccino para llevar, con un corte de pelo intentando tapar su avanzada calvicie y unos ojos azules como el cielo, un traje que valía más que lo ganado por mí en cinco meses y un ego desmedido. Pero de entre todos los clientes, estaba ella, Elena o como le gustaba que la llamaran todos «Lena», de veintiséis años, uno coma setenta metros, o con esos tacones rojos pasión que llevaba uno coma ochenta, con unos cabellos dorados que se asemejaba al oro, unos ojos grandes e intensos con un color verde que se clavaba en el alma y una sonrisa que alegraba hasta el día más triste. Me he imaginado su cuerpo tantas veces, que creo que ya se cómo es desnuda y esa forma de hablar tan amistoso, tan cariñoso, tan maternal... Era un deseo prohibido o siempre pensaba eso, sentía que no era suficiente para ella y nunca me atrevía a hablar más de lo justo y necesario. Pero lo que yo no sabía es que ese día iba a ser distinto, pues la suerte, el azar, el destino, siempre tiene algo preparado o eso pensaba yo, reconozco que era un poco místico en ese aspecto. Se acercó a pedirme lo de siempre, una manzanilla y un croissant, siempre venía a la misma hora, así que diez minutos antes le dejaba un croissant preparado para que lo comiera recién hecho. Mi jefe, Lucio, se reía de mí, el típico hombre italiano que vino a España a intentar 5


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triunfar con un restaurante de comida italiana, claramente no funcionó y montó esta pequeña cafetería. Lucio era de tez oscura, pelo negro y siempre hablaba gesticulando con las manos, todo el estereotipo italiano, Lucio lo representaba. Yo comentaba con Lucio que hoy era el día en el que le pediría una cita, pero siempre en el último momento me echaba para atrás asustado, así que Lucio esta vez intervino preguntando a Lena: —Hola, Lena, ¿te apetece tener una cita con Daven? Me quedé desconcertado y sin saber qué decir y antes de poder recriminar a Lucio su acción, salió de sus labios las dos letras más bonitas del mundo: —Sí. De mi boca salía un balbuceo parecido al que un bebé hace al ver a su madre, así que Lena se encargó de rellenar todas las palabras que yo quería decir y no pude. —Recógeme a las siete y nos vamos a cenar a cualquier restaurante, aquí tienes mi número. Lo único que hice es asentir con la cabeza y ver cómo se marchaba con una sonrisa. Estallé en euforia y solo podía abrazar, gritar, dar besos a Lucio, pues es quien había logrado semejante hazaña, le pregunté si dejaba que saliera antes para poder arreglarme para la cita, naturalmente que me lo permitió, ya que no teníamos mucho trabajo. Después de horas y horas seleccionando la ropa que ponerme para impresionar a Lena, al fin lo decidí y me puse en marcha para recogerla. Yo vivo a treinta minutos en coche 6


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de su casa, pero estaba tan nervioso que no podía esperar, me puse en marcha, me subí al coche y puse rumbo a casa de Lena para recogerla, todo iba a ser perfecto. Por fin entró en el auto y nos dirigimos al restaurante que había reservado, uno de los más importantes de la ciudad. Entramos y el metre nos guio a nuestra mesa, nos entregó las cartas con todos los platos a elegir y sugirió la dorada gratinada con pan rallado sobre compota de tomate acompañado de un Castillo Ygay blanco Gran Reserva especial 1986 de Marqués de Murrieta, el mejor vino del mundo; haciendo caso al metre, seleccionamos lo recomendado y nos quedamos hablando. Lena no paraba de contarme cosas de ella y yo solo podía admirar cada palabra, cada letra, cada esbozo que salía de su boca y no dejaba de soltar carcajadas al contarme anécdotas de su infancia. Yo contaba también cosas de mi vida, para conocernos más, como la muerte de mis padres en un accidente de coche cuando tenía doce años y la atmósfera se terció a tristeza mezclada con compasión, entonces cambié la conversación y le hablé de mi sueño de montar un restaurante y que había estado investigando locales en varias zonas del país en busca del lugar apropiado donde montar mi pequeño negocio y si el banco me concedía el crédito, podía tener todo lo necesario para ser el dueño de un restaurante. Vi reflejado en los ojos de Lena una admiración por querer arriesgarme y hacer algo con mi vida de provecho. —Pero de momento solo es un sueño —dije con un tono modesto—. ¿A qué te dedicas tú, Lena? —pregunté. 7


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Lena trabajaba como asistente legal en uno de los bufetes de abogados más importantes de la ciudad y su sueño era convertirse en una abogada importante y reconocida. La cena era perfecta, pedimos postres, ella pidió el Rolls de masa philo y manzana y yo la creme brulee de vainilla y compota de frutas, exquisito todo. Mientras disfrutaba de cada cucharada de aquel postre magnífico, noté que Lena colocaba su mano sobre la mía, su mano de piel fina y suave, como si una nube acariciara mi piel y nos miramos en silencio sabiendo que esa noche no era una noche cualquiera, era el inicio de algo precioso, un bonito cambio que iba a cambiar mi vida, ya no iba a ser mi rutina, iba a ser nuestra rutina. Todo esto fue mi imaginación dando lugar a mi deseo más profundo con Lena, terminamos el postre y mientras el camarero traía la cuenta para pagar e ir dando fin a esta magnífica cena, Lena propuso ir a su casa a tomar una copa de vino y seguir esta maravillosa velada. El camarero por fin llegó con la cuenta y después de unos segundos peleando por quién iba a pagar esta cena, Lena me convenció de pagar ella, ya que ella propuso este restaurante «cómo se nota que trabaja en un bufete de abogados», susurré. Salimos del restaurante, vi la hora en mi reloj normal de diez euros color negro con la correa de plástico malo: la una y media de la madrugada. —El tiempo vuela —me dije a mí mismo, pero no importaba porque, al fin estaba teniendo una cita con Lena. Nos montamos en el coche y en el viaje de vuelta habla8


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mos de lo divertido y romántico que había sido la cena, en un momento de sorpresa en el viaje de vuelta, le di una rosa a Lena que tenía en la parte de atrás del coche escondida bajo la chaqueta, por miedo a cómo marcharía la cena y si lo interpretaría como algo malo; sí, lo sé, no se me da bien hablar con mujeres y tampoco soy un mujeriego, soy un chico tímido que cree en el romanticismo y a veces eso puede derivar a confusión. Pero Lena sonreía al ver la rosa y me dio un beso en la mejilla, fue tan satisfactorio, que casi me paso un semáforo en rojo, no sabía qué hacer, así que le di la mano a Lena mientras íbamos de camino a su casa. Pude encontrar aparcamiento justo delante del portal de su casa, hay veces que tienes un buen día, el mío era perfecto. Lena puso la llave en la cerradura del portal y entramos; esperamos al ascensor, ella vivía en la planta ocho de una finca de quince plantas, llegó el ascensor y abrí la puerta concediendo el paso a Lena a modo de gesto caballeroso y una vez dentro y la puerta se cerró, fue como cambiar a otro mundo en el cual nos besamos apasionadamente, puse su espalda contra la pared del ascensor, es como si toda la timidez que sufro al hablar con una mujer se esfumaba en ese instante, y puse mis manos en sus muslos y la levanté sosteniéndola entre la pared del ascensor y mi cuerpo, sus piernas formaban un candado en mi cintura y sus brazos lo mismo en mi cuello, había soñado mil veces y otras mil más esta escena con ella, por fin estaba sucediendo y no podía decepcionar a Lena, no a 9


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ella. Cuando llegamos a la planta ocho, fuimos corriendo hasta su puerta, la setenta y tres, mientras nos besábamos sin separarnos, ella buscaba con rapidez las llaves para poder entrar y al fin las encontró, abrió la puerta con fuerza, pues tanto ella como yo no queríamos desaprovechar ni un instante de ese momento y una vez que se cerró la puerta, todo fue mágico. El despertador del móvil sonó a las ocho de la mañana rompiendo el momento más placentero después de una noche de pasión absoluta, pero tocaba prepararse para trabajar, después de pasar la noche más maravillosa de mi vida y allí estaba Lena tumbada en la cama, hasta dormida parecía un ángel, le di un beso en la frente y me fui rápido a casa para ducharme, cambiarme y empezar mi jornada. Lucio ya me esperaba con una sonrisa y los ojos brillantes como dos estrellas con una simple pregunta. —Bambino, ¿qué tal fue la velada de anoche? —preguntó en el mismo momento que entraba por la puerta, pero antes de poder contestar a nada, en mi móvil sonaba el tono de llamada y con el dedo índice hacia arriba señalando a Lucio que aguardara mientras contestaba, lo cual no importaba porque yo siempre llegaba quince minutos antes a trabajar, así que no estaba en horario laboral; para mi sorpresa, era el banco contactando para darme el «sí» o el «no» a concederme el crédito. —Hola, buenos días, ¿es usted el señor Daven? —preguntó una voz grave, como si estuviera enfadado por algo. —Sí —contesté con decisión y a la vez nerviosismo. 10


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—Le llamo para informarle que su crédito ha sido concedido, cuando pueda, acuda a la sucursal para poder firmar el contrato y transferir el dinero a su cuenta. —Gracias, iré a la mayor brevedad posible. Estaba tan eufórico que salté a los brazos de Lucio y le supliqué que me diera el día libre, yo nunca faltaba a mi trabajo y siempre era puntual y eficiente en mi trabajo; cuando le expliqué todo a Lucio, lo entendió a la perfección y me concedió el día libre, aunque noté cierta tristeza en sus palabras y puede que en ese momento no me percaté de que Lucio iba a echarme de menos, pero estaba tan contento que no era capaz de pensar en otra cosa. Llegué a casa lo más rápido posible y me puse el traje, era una ocasión especial y quería dar la mayor de las impresiones, mi traje azul oscuro casi negro, con camisa blanca y corbata azul; en el baño, enfrente del espejo durante quince minutos mirando el mejor peinado que podía llevar y cuando lo logré me puse en marcha. Me presenté en el banco una hora después de la llamada que cambiaba mi vida, me acerqué a la ventanilla donde un hombre trajeado con camisa blanca y corbata roja que no le sentaba nada bien veía cómo me acercaba entusiasmado y casi dando saltos de alegría. —Venía a ver al director del banco para firmar unos papeles —dije con tono serio. —Un momento, por favor —dijo el hombre sin pestañear y cogiendo el teléfono me imagino que para hablar con el director y dar consentimiento para acceder a su despacho. 11


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Y así fue, me indicó el despacho del director del banco y ahí estaba él, sentado en una silla negra de oficina, traje gris con corbata negra, que se incorporó para recibirme; un hombre de lo más alto y delgado que había visto jamás, me estrechó la mano, mano grande y fuerte, y se presentó como Javier Delgado, director de la sucursal. Hice lo mismo, me presenté ocultando mi excitación y de la forma más seria que pude y nos sentamos. Hablábamos de las condiciones del crédito, los intereses, si no lo pagas y todo eso de bancos que nos aburre. Después de leer todo el contrato, firmé y en veinticuatro horas el ingreso por la cantidad de dinero que acordamos se haría efectivo en mi cuenta. Estreché la mano del director del banco, nos despedimos con cordialidad y regresé a casa para quitarme el traje y volver a ponerme la vestimenta del trabajo, sé que me dio el día libre, pero había tardado menos de lo esperado, con lo cual regresaba por si Lucio necesitaba ayuda y con una buena noticia. Cuando aparecí por la cafetería, Lucio saltaba de alegría porque necesitaba ayuda, era uno de esos días en que la cafetería estaba llena y solo estaba él, pero como me había dado el día libre no quería llamar y pedirme que volviera, así que nos pusimos en marcha y gracias al trabajo en equipo nos fue fácil atender a todos. Cuando paramos a comer, comenté todo lo que había hecho, lo del banco, lo del crédito, el sueño de abrir un restaurante y pese a que Lucio era como un padre o un tío que me cuidaba, yo estaba sin contrato trabajando para él desde hacía cinco años, entonces le conté la sorpresa. 12


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—Lucio, el préstamo que he solicitado al banco es para ti, para que montemos un restaurante y lo llevemos juntos, hacemos buen equipo y este restaurante será muy conocido. —Lucio no podía ni hablar se le notaba que las palabras se atragantaban y solo lloró y me dio las gracias. —Esto lo haremos juntos y despegará como un cohete, bambino —dijo Lucio entre lágrimas. Le mostré el local que había estado observando semanas atrás y cómo con el dinero del préstamo y el del traspaso del local, podíamos tener un futuro juntos.

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