Aquel día Ramón llegó preocupado del colegio. Le habían dicho que tenía que presentarse a un concurso de escritura creativa. Merendó muy rápido con la cabeza a mil por hora, intentando encontrar una gran idea para su relato. No se le ocurrió nada.
Voy a coger un folio y un lápiz, y seguro que así me llega la inspiración.
Se sentó muy recto en la silla de su habitación, con una luz perfecta. Cogió un taco de folios y los colocó perfectamente apilados junto a un lápiz con la punta perfecta recién sacada y una goma nueva, también perfecta para borrar sin dejar huella de tachones. Todo estaba perfectamente preparado para escribir la mejor historia.
El único problema fue que a su mente no se le ocurría nada… Después de media hora, Ramón vio que su folio seguía en blanco, al igual que sus ideas. Solo había conseguido garabatear unas cuantas frases sin mucho sentido.
¡¿Qué hago?! No se me ocurre nada interesante.
Y de repente, comenzó a visualizar la más espléndida y genial de las ideas que había tenido nunca, o, al menos, eso fue lo que él creyó.
¡Tengo un plan infalible! Su plan, su magnífica idea, consistía en «robar una historia», una buena historia. Para ello, debía comenzar robando las palabras de muchas buenas historias.