El poder especial de San Inti

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1. HISTORIAS

DE LA ABUELA

Como todos sabemos, la Luna siempre sale

de noche, pues cuando la Tierra gira, tapa al Sol y

así se hace visible, es nuestro único satélite natural. Mi abuelita, cuando yo era pequeñito, siempre me contaba historias sobre ella. Me decía que la Luna tenía varias caras, como la luna llena, donde un hombre que vivía en el bosque se convertía en hombre lobo y se comía a todos los que aparecieran es su camino. ¡Pero quién no se sabe esa

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historia! Una que si me gustaba mucho y que me parecía extraordinaria era sobre Ixchel, la dama arcoíris, que fue la diosa de la Luna en la mitología maya. Ixchel era representada como una vieja mujer que llevaba una falda con huesos cruzados, y una serpiente en su mano, pero ella tenía su lado bueno; era protectora de las mujeres que tejían toda la noche, y también de las mujeres que tenían bebés asistidas por la partera, que era una señora que ayudaba a que él bebé naciera en la casa, no como ahora, que nacemos en hospitales con doctores. Mi abuelita era adoradora de la Luna, pensaba que era mágica y que tenía poderes sobre la Tierra y sobre nosotros, algo que yo también creía. Todas las noches tenía sueños muy extraños. Soñaba que la Luna se caía enfrente de mi casa y pedía mi ayuda para volver a estar en el cielo; se sentía muy triste porque las personas ya no creían en la magia de la Luna, el Sol y el universo, me decía que yo podía ayudarla. Luego despertaba asustado sin saber qué significaba este sueño. Sé que si ella necesitara mi ayuda, no dudaría en

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hacerlo, yo sí creo en todo lo mágico de mi planeta. Entonces, cuando la Luna sale de noche, nuestro cuerpo sabe que es hora de descansar e ir a la camita, y le da paso al Sol, la estrella más cercana a la Tierra y el mayor elemento del sistema solar. Mi querida abuelita era la que siempre me cuidaba y me contaba las mejores historias del mundo, pues mis padres trabajan todo el día, y yo era hijo único; ella también tenía historias sobre el señor sol que siempre estaba de mal humor, debido a que en años, muchos años atrás, existieron otros soles, y que en cada cambio de la era cósmica eso significa algo como cuando empieza una fecha y termina otra; cada uno de ellos murieron y ahora solo queda este sol, este es el quinto sol. Le toca realizar todo el trabajo solo, y es algo entendible que el señor sol mantenga así de tan mal humor. Entonces, cada vez que este sale nos despertamos para ir a cumplir nuestros deberes de día, pero si llegase a pasar que alguno no hiciese su trabajo como le corresponde, sería algo muy extraño para nosotros, como pasó aquel día…

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2. EL FIN

DEL MUNDO

Ese día me levanté a estudiar como todos

los días. Yo me hacía todo solito: me bañaba,

me vestía y desayunaba, porque mis padres estaban siempre corriendo para salir a trabajar; mi mamá ayudaba a salvar a la gente de que no fueran a ir a la cárcel, y mi padre trabajaba con el ejército. Ellos eran mis héroes porque ayudaban a los necesitados, así que trataba de

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no molestarlos y causarles el menor problema posible; mi abuelita llegaba a cuidarme cuando salía del colegio. Pero tenerla era lo mejor que un niño podía tener, me preparaba galletas con leche, y me ayudaba en mis tareas sin contar con sus fantásticas historias. Ya listo con mi mochila y mi bici, a la que llamaba «ranger», salí para ir a mi escuela y me encontré con un alboroto de gente asustada por lo que sucedía ese día; el pueblo estaba dividido en dos, la oscuridad de la Luna y el frío de la noche, y la otra, la luz del Sol resplandeciente. Le pregunté a mi vecino qué pasaba enfrente de mi casa. —Don Pascual, ¿qué está sucediendo? Pero como hacen todos los mayores, me ignoró. Me quedé un rato inmóvil tratando de entender qué sucedía, y por lo que suponía, no podría cumplir con mi ruta diaria. Siempre acostumbraba a irme más temprano para el colegio para poder disfrutar de la mañana; después de recoger a Martín, mi mejor amigo, en su «bici veloz» que así la llamaba él, íbamos

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por el lado de la costanera, donde siempre nos esperaban muy puntuales Cirilo y Firulais, dos perritos que vivían en la calle, pues en la ciudad y, en especial, aquí en mi pueblo había muchos perros callejeros. La gente acostumbraba a comprarlos porque eran pequeños y hermosos, pero se cansaban de ellos y los echaban a la calle. A mí me daba mucho pesar no poder ayudarlos, pero a estos dos amigos siempre les traíamos el pan que nos quedaba del desayuno; sentía que me lo agradecían con sus miraditas tiernas. Las palomas no podían dejar de faltar, peleando con Cirilo y Firulais por las migas de pan que dejaban ellos. Era supermegachistoso verlos. Nuestros amigos perros nos acompañaban hasta el final de la costanera, corriendo detrás de nuestras bicis. Mirar el mar era relajante: unos días estaba tranquilo, y otros pareciera como bravo, sus olas eran muy altas y me daban sustico, pero era lo mejor antes de entrar a clase con la profe de falda larga y mirada de enojada, indicando las tareas a los niños. Uno

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se miraba con el otro, como diciendo «¿De qué habla la profe?, ¿qué tarea?». Y volviendo a tierra… Yo miraba cómo la gente estaba tan nerviosa, y escuché decir a una señora que pasaba por mi lado, que lo que sucedía era que los extraterrestres llegaban a invadirnos; otra alegaba y decía que era el fin del mundo y que pagaríamos por nuestros pecados. Entonces pensé que pagar por nuestros pecados significaba no haber hecho las tareas. La verdad es que preferí dejar de estar inmóvil, seguir mi camino e ir a buscar a mi mejor amigo Martín para irnos a estudiar. Cuando llegué a su casa y me bajé para ir a tocar su puerta, Martin abrió y me dijo: —Oye, tú estás loco para ir a estudiar. Mi madre dice que mejor me quede en casa. ¿Dónde están tus padres? ¿Te dejaron ir a estudiar? —Ellos están trabajando, y me imagino que están tratando de resolver este problema en el pueblo. La verdad es que no me da miedo, así que iré a estudiar. Eres muy cobarde, Martín. —Me reí, y cuando me alejaba, Martín me gritó:

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—No soy cobarde, solo obedezco a mamá. —Me parece muy bien, amigo —le dije y seguí mi camino.

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