C. A. MOYA ELAULLIDOPRIMER
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Todo lo que sabemos sobre los lobos… ESTÁ MAL.
Y esperan una respuesta. Milenios ha, en un tiempo perdido en la historia, los lobos poblaban la Luna. Estos eran los Ástorai, «lobos lunares» en nuestro idioma, y sus mana das eran los auténticos hijos e hijas del plateado satélite. Sus pelajes variaban del blanco más puro al oscuro más intenso, pero todos tenían algo en común: destellos plateados tan brillantes como la Luna misma corrían por su pelo. Y es por eso por lo que no podemos verlos desde nuestro planeta, ¡están camuflados!
¿Alguna vez te has preguntado por qué aúllan a la Luna? ¿Qué les hace mirar al cielo nocturno y cantar? Quizás, es porque vienen de allí…
Prólogo
Pero estos lobos no eran como los que cono cemos. Eran civilizados, y su raza construyó gran des ciudades usando la propia roca de la Luna. Sus casas eran pequeñas, pero acogedoras, y en ellas jamás un Ástorai pasó frío en invierno. Con el tiempo, los exploradores, astrónomos y aventureros Ástorai empezaron a sentir curiosidad por aquel gran orbe azul que veían cada noche cuando miraban al cielo. Ese orbe era nuestro planeta, la Tierra, pero para ellos era La Gran Canica Azul. Allí, en La Gran Canica Azul, los Ástorai descu brieron seres que no estaban preparados para ver. Seres que se movían en las sombras... seres con patas y pelo como ellos… Allí, en La Gran Ca nica Azul, los Ástorai encontraron... lobos. Prepárate para adentrarte en la historia de Talah, un joven y valiente Ástorai que cambiará tu manera de ver a los lobos… para siempre.
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Una luz en el cielo H ace demasiado tiempo, en la Luna que tú y yo vemos cada noche cuando miramos al cielo, vivía un joven Ástorai llamado Talah. Su pelaje era gris brillante con esquirlas plateadas y aca baba de cumplir doce años; poco más que un pestañeo en la vida de un Ástorai, ya que viven muuuchos años. Talah era tan solo uno de los muchos lobos que poblaban la Luna, y allí vivía con Lua, su madre, en un precioso faro en la colina más alta que la Luna podía ofrecer. No cabía duda, ¡desde allí tenían las mejores vistas a La Gran Canica Azul!
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Pero uno de esos planetas fascinaba a Lua más que cualquier otra cosa… ¡La Gran Canica Azul! Y mientras ella trabajaba en sus investi gaciones, Talah se pasaba los días jugando, corriendo y explorando en un gran cráter al lado del faro.
Pero ¿por qué vivían en la colina más alta de la Luna? Buena razón tenían: ¡Lua era astróno ma! Se pasaba los días mirando a través de un telescopio ENORME que ella misma, junto a su marido Hati, había construido en lo alto del faro. Desde allí, Lua investigaba el vasto espacio exte rior, con todos sus planetas y estrellas…
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—Explorando todo el día, ¡como tu padre! —so lía decirle Lua cariñosamente… pero esta era una frase un poquito agridulce. Talah nunca llegó a conocer a su padre, Hati, ya que por desgracia este falleció poco después de que él naciera. Pero Lua era una gran narrado ra, así que mantenía viva la memoria de su marido contándole a Talah sobre todas las aventuras que ellos dos corrieron juntos. ¡Resulta que Hati tam bién era astrónomo! Cambiando de tema, no había nada en el mundo que a Talah le gustase más que saltar en su cráter… ¡¡saltar tan ALTO como pudiera!! Verás, debido a la gravedad, todo el mundo es mucho más ligero en la Luna, así que Talah casi podía VOLAR cuando saltaba. Lua le había conta do tantísimas historias sobre La Gran Canica Azul, tantísimas maravillas sobre ese gran orbe, que Ta lah estaba obsesionado con saltar tan alto, ¡tanto, que llegase a tocar el planeta azul con su hocico! Pero uno debería tener cuidado con lo que desea.
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—¿Qué…? ¿Qué es eso? —se preguntó Talah quieto en el suelo mientras afinaba sus orejas en dirección al ruido. Mientras Talah movía sus orejas como si fueran antenas para identificar el sonido, un lobo grande y viejo apareció de entre las colinas, caminando. Era don Thomson, uno de sus vecinos, y el más casca rrabias de todos. Siempre llevaba un sombrero gris a rayas en su cabeza; y jamás una sonrisa en su cara.
Una mañana cualquiera, Talah estaba como de costumbre saltando en su cráter. De la nada, un ruido extraño llegó del cielo; era un rugido retumbante... ¡Como el sonido de un tren a toda velocidad!
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—Talah murmuró para sí mismo. Era mejor no res ponder al viejo lobo; a don Thomson le importaba más hablar y juzgar que escuchar y entender. —Espero que te des cuenta pronto de que deberías estar haciendo algo con tu vida, ca chorro —gritó don Thomson desde la distancia. Ni siquiera había parado de caminar mientras escaldaba a Talah, y al poco desapareció dejan do sus palabras en el aire. Talah había conseguido no caer en la espiral de miseria de don Thomson, pero las palabras del viejo lobo habían conseguido mellar su confianza. «¿Y si don Thomson tiene razón? —pensó Ta lah—. Quizás debería dejar de pensar tanto en La Gran Canica Azul…».
—No le entres al juego, no le entres al juego…
—De nuevo perdiendo el tiempo mirando al cielo, ¿eh, Talah? —refunfuñó don Thomson mientras continuaba caminando.
¡PUUFFFF! Desapareció. Talah no podía creer lo que sus ojos veían. ¿Qué había sido esa extraña pelota de fuego? «¡Tengo que contárselo a mamá! —pensó Ta lah—. Si alguien puede saber qué es, ¡es ella!».
Pero de repente, ahí estaba de nuevo; ese rugido retumbante como el sonido de un tren a toda velocidad. Inmediatamente, Talah alzó la cabeza.Delanada, un fulgor apareció en el cielo, bri llante como una inmensa BOLA DE FUEGO. Talah podía jurar que se parecía a las estrellas que llenaban el firmamento, pero esta se estaba mo viendo… ¡y bastante deprisa! La gran bola de fuego se precipitaba como un rayo hacia La Gran Canica Azul, dejando tras de sí un rastro de polvo brillante; pero jus to cuando estaba a punto de impactar contra el planeta azul a una velocidad de vértigo…
Sin perder un segundo y corriendo frenética mente como el extraño fulgor que acababa de pre senciar, el joven Ástorai esprintó de vuelta a casa.
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Cierra los ojos, pide un deseo T alah arrampló como un rayo en el observato rio. Como de costumbre, ahí estaba Lua, pegada a su telescopio. —¡Mamá, mamá! —ladró Talah casi sin alien to—. Estaba saltando en el cráter cuando… cuan do… ¡ha pasado algo increíble! Lua apartó lentamente la mirada de su telescopio. Su pelaje blanco brillaba lustroso a la luz de las es trellas. Tras ver lo exhausto que estaba su hijo, sonrió.
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Talah no podía aguantar sus palabras: —¡He visto a una estrella moverse, mamá! Iba volando a toda castaña y de repente desapareció. ¡Necesito saber qué es! La cara de Lua pasó de sonriente a intrigada. Tras unos segundos de intenso pensamiento, dijo:
—Viendo como de fuera tienes la lengua… ¿al fin has saltado tan alto que has tocado La Gran Canica Azul con el hocico, Talah? —dijo Lua entre risillas—. ¡A veces no sé si eres una rana con piel de lobo!
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—¡Eres un lobo con suerte, Talah! Parece que lo que has visto… ¡es una estrella fugaz! Confuso, Talah ladeó su cabeza.
—¡Hala! ¿De veras? ¿Y cuántas estrellas fuga ces has visto tú, mamá? —preguntó Talah rascándose la cabeza con una pata. Lua dejó salir de su boca una risilla casi inaudible.
—Me temo que son solo historias, hijo… —res pondió Lua—. ¿Estás seguro de que viste una estrella fugaz? Quizás tanto salto te mareó un poco y todo a tu alrededor pareció moverse.
—No, mamá, ¡te juro que la vi! ¡Estaba ahí mis mo en el cielo! —exclamó Talah en cuanto su ma dre terminó de hablar.
—Estas estrellas no se le aparecen a cualquiera, Talah. Dicen que una estrella fugaz solo se muestra a aquellos con grandes sueños… para ayudarlos a convertirse en quienes deben ser —concluyó Lúa.
Lua miró a su hijo fijamente. Talah podía ver que su madre estaba escogiendo sus siguientes palabras muy cuidadosamente.
—Creo… creo que hay lobos como nosotros ahí arriba, Talah. Hay lobos en La Gran Canica Azul — continuó Lua—. Tu padre y yo investigamos sobre esto durante años… Ven, mira por el telescopio, está apuntando hacia donde creo que pueden estar. Talah no lo admitiría, pero acercarse al tele scopio le dio algo de miedo. Tras las lentes del aparato, La Gran Canica Azul parecía estar mu cho más cerca.
—Tu padre nunca vio una estrella fugaz, Talah, al igual que yo, pero él creía en ellas con todo su corazón… así que te creo, hijo. Es hora de que te cuente un gran secreto. Algo que he ocultado durante años… algo que puede cambiar el mundo según lo conocemos… para siempre. Talah jamás había estado tan atento a las palabras de su madre como ahora mismo.
—¡Allí, Talah, allí! En ese bosque es donde tu padre y yo hemos visto cosas moverse entre los árboles. No puedo estar cien por ciento segura de que sean lobos… pero mi corazón me dice que lo son —dijo Lua arrastrando la mirada hacia una ventana del observatorio. Talah estaba fascinado. El bosque estaba cubierto de niebla, pero por un segundo, Talah po dría jurar que él también veía sombras movién dose entre los árboles… sombras lobunas.
Talah podía ver un bosque inmenso, y en su centro una roca enorme que resaltaba por encima de todos los árboles; casi parecía una montaña.
Recogiendo la barbilla del suelo, el joven Ás torai se apartó del telescopio.
—¡Tenemos que contárselo a todos, tienes que enseñarle esto al resto de Ástorais! —exclamó Talah. —No serviría de nada, Talah, créeme… —res pondió Lua—. Tu padre y yo ya intentamos con-
vencerlos hace años, pero no quisieron escu charnos. Nos tacharon de chalados, se rieron de nosotros… No, Talah, si de verdad queremos su atención, tendría que ir a La Gran Canica Azul yo misma y volver. —Y con una mezcla de frustra ción y tristeza en su cara, agregó—: Pero senci llamente, no sé cómo hacerlo. Talah se acercó a su madre y delicadamente apoyó su frente en la de Lua —esta es la manera que tienen los Ástorai de dar abrazos. Ella respiró profundamente.—Nuncahevisto una estrella fugaz, Talah. Pero si lo hiciera, le pediría que me ayudase a demostrarle al resto de los lobos que no estamos solos. Le pediría que hiciera que todo el esfuerzo y trabajo de tu padre no fuera en vano.
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A partir de 10 años babidibulibros.com Todo lo que sabemos sobre los lobos... está mal. ¿Alguna vez te has preguntado por qué aúllan a la Luna? ¿Qué les hace mirar al cielo nocturno y cantar? Quizás es porque vienen de allí... Y esperan una respuesta. Adéntrate en la historia de Talah, un joven y valiente lobo lunar que vivirá grandes aventuras para descubrir los secretos que oculta el planeta Tierra, probando que la amistad y la familia se encuentran en los lugares más inesperados. Pero ten cuidado... esta historia cambiará la manera en la que ves a los lobos... para siempre. ISBN 978-84-19454-28-7 9 788419 454287 I N S PIR I N GSOIRUC I T Y
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