El principio existe

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Capítulo I

En un recóndito e inexplicable lugar del oscuro y vacío espacio, a una distancia imposible de calcular, ocurría algo único, maravilloso, sorprendente, indescriptible. Estaba surgiendo un gran acontecimiento. Era un extraordinario espectáculo de luz y color en forma de tornado de grandes dimensiones, cuyos bordes se difuminaban en la inmensa oscuridad hasta formar parte de ella. En el interior de aquel gran resplandor de infinita gama de colores, de forma mágica, fue emergiendo una imagen. El proceso sucedía lentamente, no existía una medida de tiempo para saber cuánto estaba tardando. Poco a poco la luz se fue haciendo más tenue, pero sus destellos aún iluminaban gran parte de aquel oscuro lugar. A través del resplandor, se podía ver perfectamente la forma de una imagen. Parecía majestuosa, pero aún no se podía describir porque la luz que lo envolvía seguía siendo muy intensa. Levitaba sobre una vaporosa y resplandeciente nube, que lo acompañaba permanentemente. Donde esta parecía tener fin, se podía apreciar una mezcla de colores cuyos tonos eran muy suaves. Ambos viajaban sin rumbo, acompañados de cerca por los debilitados resplandores de donde emergió y que, poco a poco fueron desapareciendo totalmente. La nube cambiaba continuamente de forma, dejando ver a través de ella, al majestuoso ser por cortos periodos de tiempo. Era todo luz en aquel oscuro lugar. Levitaba sobre el vaporoso cúmulo quizás, esperando que continuase sucediendo algo igual, o parecido a lo que acababa de pasar junto con Él.

Pasó el tiempo sin medida y volvieron a suceder extraños acontecimientos en aquel inmenso, oscuro y vacío espacio.

Fueron unos impresionantes estruendos que proyectaban resplandores de diversos colores y que solo Él, aquel enigmático ser, pudo oír. Entre las delgadas e incandescentes líneas que serpenteaban en la oscuridad, viajaban infinitas partículas que incesantemente se fueron condensando las unas a las otras. El recién llegado contemplaba a gran distancia lo que estaba sucediendo. Quizás sería Él, el causante de aquello, pero no parecía sorprendido y continuó observando pacientemente tras el manto de luz que lo envolvía. Lo que estaba viendo parecía no tener fin, hasta que poco a poco, a través del tiempo, la intensidad de los resplandores fue desapareciendo, dejando ver allá en la distancia, un inmenso y llamativo lugar de infinitos y maravillosos relieves, que espontáneas explosiones de luz iluminaban difuminándose después en la oscuridad.

La imagen, envuelta en su nube se dirigió hacia aquel lugar. Antes de llegar se detuvo, lo hizo a una distancia prudencial. Observó cómo en algunos lugares la superficie estaba incandescente. En otros, sucedían extraños acontecimientos.

Francisco Javier Gallardo Panal

Podía oír fuertes estruendos y ver cómo gran parte de aquel ámbito era iluminado por intensos destellos que emergían del interior del extraño lugar, haciendo presagiar su gran belleza. Se acercó cautelosamente hacia una gran masa de vaporosos gases y comprobó sobre su luminoso rostro, que eran fríos. Instantes después, una fuerte lluvia mojaba su inseparable nube sobre la que viajaba. El cúmulo lo envolvió presurosamente para evitar que aquellas torrenciales gotas le humedeciesen totalmente. Ascendió con gran rapidez dejando tras de sí una luminosa estela de luz. Se alejó tanto, que apenas se podía ver aquel lugar en la oscuridad del espacio, excepto, algunos lejanos destellos que serpenteaban entre las densas y oscuras masas de gases.

Tuvo que esperar un largo periodo de tiempo sin medida, luego, como al principio, se volvió a acercar a la superficie. Descendió hasta llegar muy próximo a ella. Levitando, la recorrió sorteando los pronunciados relieves que veía a través de su propio halo. Buscó en la oscuridad y encontró sin apenas esfuerzo, un lugar seguro, donde poder habitar como único y mágico ser. Entre los suaves rayos de luz que Él emitía, se podía apreciar una frondosa barba blanca y largos cabellos del mismo color. Sus ojos eran verdes claros, sus blancas cejas muy pobladas y su nariz perfectamente estructurada, labios moderadamente gruesos, asombrosamente dibujados. Su respiración era suave, acompasada y todo Él, de fuerte constitución, vestía una preciosa túnica azul, cuyos bordes del cuello, mangas y pliegues delanteros, estaban adornados con preciosos hilos dorados. En la parte inferior donde terminaba la túnica, se apreciaban unos robustos pies. A continuación de los bordes de las mangas, se dejaban ver sus fuertes manos. Una suave brisa le acompañaba en cada uno de sus movimientos, meciendo sin cesar la suave tela de su túnica, a la vez que acariciaba su blanca barba y larga cabellera. Alumbrado por su propia luz, se desplazaba de un lugar a otro, levitando a muy corta distancia de la superficie, acompañado siempre de la nube que lo protegía. A veces, su resplandor se convierte en una extensa gama de colores donde el rojo y el negro no tienen lugar, convirtiéndolo en un ser más bello e imponente. Aunque no se podía ver más allá de donde llegaba su luz, Él lo veía todo sin esfuerzo alguno. No necesitaba alimentarse, era energía pura. Todo lo que quería y deseaba estaba en su mente, podía realizar cualquier cosa con un solo pensamiento y la ayuda de sus poderosas manos. Él, era y es, infinitamente sabio y poderoso, le encantaba investigar, no cesaba de trabajar en ello. El lugar donde realizaba sus trabajos era difícil de describir. A una cierta distancia, todo a su alrededor estaba oscuro. No existía el día ni la noche, solo la luz que Él desprendía y la poderosa energía de su mente, donde ve y presiente un maravilloso universo en el cual realizar todos sus proyectos. Quizás, de forma mágica, igual que su presencia. Tenía todo lo que necesitaba en un rústico lugar donde normalmente se solía mover. Era su laboratorio. Con manos habilidosas mezclaba extraños productos que Él mismo creaba de la nada, mientras fruncía el ceño, dibujando en su rostro un cierto malestar.

El principio existe

Primero levitó un poco, creando distintos tonos en el color azul de su túnica, debido a la suave brisa que producía con sus movimientos, luego, caminó despacio mientras se dirigía al exterior. Contemplaba una vez más el oscuro y vacío espacio, no le gustaba lo que veía, imaginaba algo bello, pero no veía nada, relajó la expresión de su rostro y volvió al interior de su laboratorio, allí continuó trabajando incansablemente.

Pasó el tiempo sin medida, por fin llegó el momento de probar aquello que llevaba en sus robustas manos. Era una pequeña y brillante esfera de resplandeciente luz. Caminó despacio por el pequeño laberinto de su laboratorio, cuando llegó al exterior, decidió que su descubrimiento debería tener lugar lejos de allí. Alzó la esfera hacia el espacio y mientras la contemplaba por última vez, las mangas de su túnica resbalaron hacia atrás, dejando ver con la luz que el mismo desprendía unos brazos perfectamente musculados, aunque nada en Él parecía materia física.

Aquella redonda bola se elevó de entre sus manos a gran velocidad. Se quedó inmóvil, contemplando cómo su resplandor era cada vez más débil, no tardando en desaparecer en la inmensa oscuridad. Momentos después volvió al interior, se dirigió a su aposento que se encontraba a continuación del laboratorio. Aquel lugar era mágicamente bello, todo se iluminaba a su paso dejando ver unas preciosas y coloreadas paredes de piedras, hechas a antojo de la recién aparecida naturaleza. Mientras, en el exterior todo era oscuridad, dentro no hacía falta nada para alumbrar sus pasos, bastaba con su sola presencia. La nube que lo acompañaba permanentemente se hacía más densa y sobre ella, se acomodó para descansar. Cerró sus ojos, relajó su rostro y un indescriptible resplandor iluminó su descanso.

Después de un corto espacio de tiempo sin medida, se incorporó y levitando suavemente, volvió a su laboratorio para continuar trabajando en futuros proyectos. Por su mente pasaban infinidad de visiones, todas ellas llenas de luz y color, pero cuando miraba hacia la corta galería, por la que siempre se dirigía al exterior, al final de ella, todo era inmensamente oscuro.

En un determinado momento de su trabajo, cesó en ello y se dirigió al exterior a través de la corta galería, para contemplar por unos instantes el oscuro y vacío espacio, luego volvió al interior de su aposento, levitó de un lugar a otro, como si quisiera cerciorarse de que todo estaba en orden. Descendió suavemente hasta la superficie y caminó unos pasos, luego volvió a ascender, dejando un pequeño margen entre sus pies y el suelo y se dirigió al laboratorio para continuar trabajando en su siguiente proyecto. Mientras tanto, seguía esperando resultados de la esfera. Cuando salía, miraba hacia cualquier lugar, no veía nada, en su rostro se dibujaba algo de decepción.

Después de algún tiempo, estaba observando una vez más el espacio, cuando por fin se dibujó una bella sonrisa en su resplandeciente rostro, iluminándose aún más. En lo más profundo de las pupilas de sus verdes ojos brilló el reflejo de una luz. Eran unos destellos que cada vez se hacían más extensos y resplandecientes. Alzó sus brazos y se elevó considerablemente, siempre envuelto en su nube protectora, acompañado de su resplandor de diversos tonos. A una altura bastante significativa,

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observaba cómo se sucedían múltiples explosiones que iluminaban el oscuro espacio, allá en la distancia, seguramente, infinita. Se sentía feliz, no podía evitar dibujar una extensa sonrisa, convirtiéndola en una discreta risa, que terminó en corta pero sonora carcajada. Estaba naciendo el universo y Él, su Creador, se sentía feliz y muy satisfecho. Después de contemplar durante un buen espacio de tiempo lo que estaba sucediendo, descendió y levitando a corta distancia de la superficie, se dirigió al interior de su aposento, iluminando más aún su cotidiano recorrido, pues su alegría se manifestaba en la intensidad de su luz.

Había llegado el momento de lanzar su segundo proyecto. Esta vez era un alargado y luminoso cilindro. Dentro llevaba unos secretos componentes. Lo que había en su interior tendría que evolucionar solo, con el paso del tiempo, en los lugares donde se estaba desarrollando el recién nacido universo.

Se elevó un poco, no muy lejos de la superficie, alzó sus brazos y envió con gran energía el alargado y luminoso cilindro hacia los potentes y continuos destellos de luz que hacían el espacio cada vez más visible, pudiéndose apreciar una cierta belleza allá a lo lejos, muy lejos, de donde su creador se encontraba contemplando sin descanso su reciente universo. Mientras descendía, sus largos y blancos cabellos se agitaban suavemente, igual que su frondosa barba y la suave tela de su túnica. Esta vez, decidió ir caminando hasta la entrada de su aposento. Antes de pasar a su interior, miró una vez más hacia arriba; mientras lo hacía, una leve sonrisa se dibujó en sus labios, extendiéndose ampliamente en todo su rostro. Después de descansar salió al exterior. Con gestos de sorpresa comenzó a ver los resultados de su obra. Esto, solo sería el principio, le llamó la atención ver cómo entre la línea que une la Tierra con el espacio aparecía lentamente, un ramificado haz de luz de diversos y suaves colores. Poco después, lo haría una potente estrella de la cual procedían los brillantes resplandores. Él, la llamó sol, con su luz podía contemplar en toda su extensión su lugar de trabajo y descanso. Se encontraba bajo la falda de una majestuosa y rocosa montaña, a la que le seguían unas extensas llanuras. La vegetación era de un extraño, pero llamativo color plateado de distintos tonos, salpicados por brillantes puntos luminosos, quizás, por haber estado sin recibir luz. En sus alrededores había grandes manantiales de transparentes aguas en las cuales se reflejaba la densa vegetación y árboles de gran tamaño. La superficie de aquellos alrededores era de una arcilla arenosa muy compacta. Todo en su conjunto hacía que el paisaje fuese bello y único. Cuando el sol desaparecía por el horizonte opuesto, podía seguir contemplando cómo en el oscuro espacio seguían sucediéndose las explosiones, cada vez más lejos, dejándolo salpicado de infinitos puntos luminosos a los que llamaría, estrellas.

Al amanecer, observaba cómo un suave manto de color rosado cubría la altura donde se perdían las altas cumbres de las montañas. Al color lo llamó cielo, a la luz del sol la llamó día y a la oscuridad, noche.

Con el paso del tiempo, fue desapareciendo el color rosado, tornándose azul claro. La vegetación y los árboles iban perdiendo la tonalidad plateada, convirtiéndose

El principio existe lentamente con el tiempo, en un verde precioso. Pero no por ello el paisaje era más bello que el anterior.

Con cierta frecuencia, el cielo ofrecía una preciosa y variada gama de colores, sobre todo se apreciaba con más intensidad cuando el sol se ocultaba por el horizonte.

Una noche, se sorprendió cuando observó que extrañas lenguas de fuego se dirigían hacia Él, produciendo fuerte explosiones mientras surcaban el cielo en distintas direcciones, hasta desaparecer en la oscuridad. No tardó en comprender que era parte de su trabajo, que una capa protectora impediría la entrada de cualquier objeto que se dirigiese hacia la superficie de aquel maravilloso lugar.

Durante el día, la luz de su rostro perdía intensidad, dejando ver con más claridad aún, su extraordinaria presencia, recuperando al llegar la noche todo su resplandor. Decidió explorar su mundo de un extremo a otro. Dejó lo que estaba haciendo y salió al exterior.

La temperatura siempre era suave en aquel lugar y desde que apareció la luz del sol, mucho más agradable. Caminaba por la llanura disfrutando del paseo, contemplando todo a su alrededor. Se detuvo no muy lejos de la montaña, la nube protectora se hizo más intensa, comenzó a girar a su alrededor en forma de tornado, hasta cubrirlo completamente. Se elevó a una considerable altura y allí, dentro del torbellino de luz, extendió sus poderosos brazos y alzándolos hacia el sol cuya luz le inundaba, cerró los ojos y a través de su mente, comenzó a viajar por su mundo. Contempló grandes superficies de aguas, tierras cubiertas de frondosa vegetación, interminables bosques, majestuosas montañas con grandes acantilados, impresionantes cascadas de agua que parecían no llegar nunca a la superficie, ríos cruzando por verdes praderas, desiertos de arena, con preciosos y verdes oasis que terminaban en las extensas llanuras, llegando estas hasta los pies de las montañas donde tenía su aposento. También observó dos pequeños mundos que todavía no habían aparecido por el horizonte, los llamaría, lunas. La nube protectora perdía lentamente intensidad dejando de parecer un tornado de luz. Sus cabellos, barbas, igual que su túnica dejaron de agitarse volviendo todo a su estado inicial, perfectamente ordenado. El Creador descendió suavemente y levitando a corta distancia de la superficie, se dirigió a su aposento para continuar trabajando en su laboratorio de experimentos. Cada vez que necesitaba máxima libertad de movimientos, la nube que lo protegía se difuminaba hasta casi desaparecer. Aquel mismo día, de forma mágica, con agua y arcilla comenzó a construir unas vasijas para transportar materiales al interior de la montaña, para llevar a cabo su nueva creación. Con delicadeza, modeló varios recipientes y los dejó en el compartimento que había a continuación de su lugar de descanso. Después de una jornada de trabajo, se fue a descansar, la mágica nube fue tomando forma a su alrededor haciéndose cada vez más densa y acomodándose sobre ella, quedó plácidamente dormido.

Cuando despertó todo era silencio, aún tardaría en aparecer por el lejano horizonte la luz del sol. Volvió a cerrar los ojos y a través de su mente, comenzó a ver cómo sería su nueva creación. Contempló multitud de imágenes, le quedó grabada en su espíritu las que más le llamó la atención. Abrió sus ojos y vio cómo los

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primeros rayos del sol que entraban por la corta galería, inundaba el laboratorio y su aposento, llenándolos de intensa claridad. Junto a su lugar de descanso, en el compartimento donde había dejado las vasijas de arcilla, tendría lugar su nuevo proyecto, aprovechando la luz que entraba por unas concavidades, hechas a antojo por la naturaleza, en la parte superior del mismo. Salió al exterior y comprobó que tenía todo lo necesario para crear una especie como Él, simplemente celestial. Caminó hasta los manantiales más próximos y cuando llegó hasta uno de ellos, se detuvo en su orilla y contempló su imagen reflejada en las transparentes aguas. Mientras, acariciaba con cierta delicadeza su larga y blanca barba, que cubría buena parte del borde dorado del cuello de su túnica. No quería estar solo y decidió que su creación sería a su imagen y semejanza.

CAPÍTULO II

Aquella mañana, entró en el compartimento donde previamente había colocado las vasijas, cogió una con sus robustas manos y se la colocó a un lado de su cuerpo. Caminando con gran decisión, salió al exterior, contempló el bello amanecer durante un corto espacio de tiempo, luego, continuó avanzando por la extensa llanura cubierta de verdes hierbas y flores silvestres, de diversos colores. No muy lejos, bajo unos árboles que se encontraban junto a uno de los manantiales, se detuvo, dejó la vasija sobre la superficie arcillosa, se inclinó un poco para alcanzar mejor la fina tierra y con mágicos movimientos de sus manos, sin apenas esfuerzo, comenzó a llenar el recipiente de fino polvo. Todo se iluminaba a su alrededor, convirtiendo el lugar en un bello espacio de luz y color. En muy poco tiempo, la vasija estaba completamente llena y como si alguien le ayudase, sin esfuerzo alguno, la colocó sobre uno de sus hombros sujetándola con sus robustas manos. Comenzó a caminar sin apenas presionar con sus pies la fresca hierba. Volvió varias veces al lugar y cuando creyó que ya tenía suficiente, acarreó el agua y no tardó en ponerse a trabajar en su nueva creación. En un recipiente bastante más espacioso, mezcló el agua con la arcilla y cuando consiguió que la mezcla de ambos productos fuese homogénea, en pequeñas porciones, la fue depositando sobre la limpia superficie del lugar. Comenzó a darles forma, modelándola con mucha delicadeza, consiguiendo el parecido de lo que veía en su mente. Cuando llevaba el trabajo bastante avanzado, comenzó a adornar sus figuras con preciosos detalles, esmerándose mucho en sus rostros, dibujando sus ojos, nariz y labios con gran precisión. Sus cabelleras no serían excesivamente largas, dándolas por concluidas un poco más abajo de sus hombros.

Había hecho muchas figuras, apenas cabían en el compartimento, donde llevaba a cabo su trabajo. Había adornado algunos torsos en su parte superior, con casi esféricas protuberancias. Los separó en grupos y les asignó unas categorías, a los que comenzó primero llamándolos serafines, los había embellecidos con seis alas, tres en cada lado de sus hombros, superpuestas las unas a las otras. Los últimos fueron los ángeles, a los que les puso dos alas, una en cada lado de sus hombros. Contemplaba con gran satisfacción su trabajo, parecía que estaban durmiendo sobre la dura y seca superficie donde se encontraban inertes. Ahora solo faltaba darles la vida.

Aquella mañana, después de su descanso, se dirigió al lugar donde se encontraba su obra, se quedó contemplándola mientras el resplandor de su cuerpo se intensifi-

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caba lentamente, haciéndose cada vez más intenso. Le siguió un ruido ensordecedor que envolvió todo el lugar. Su resplandor se convirtió en un poderoso tornado sin efecto destructivo. Todas las figuras quedaron en su interior. Su barba, el cabello igual que la túnica, se agitaban fuertemente, alzó sus brazos y un poderoso rayo de luz pasaba de una mano hacia la otra, los bajó y dirigió el chorro de energía hacia las inertes figuras y después de un corto periodo de tiempo, todo comenzó a volver lentamente a su estado de origen. La arcilla había desaparecido y las figuras comenzaron a moverse despacio. Habían quedado impregnados con la energía que les había proyectado su Creador, desprendiendo un suave resplandor a través del cual se podía contemplar tan bella obra. Con voz suave, les ordenó que se incorporasen. Todos, casi al mismo tiempo comenzaron a obedecer, aunque les costaba hacerlo, pues se sentían un poco aturdidos. Parecía como si estuviesen despertando de un largo y profundo sueño. Hacían algunos desperezos, e intentaban caminar. Mientras, con gran esfuerzo, trataban de mantener el equilibrio.

Las manos del majestuoso Ser se habían esmerado hasta en el último detalle, creando unos seres impresionantemente bellos. El color de sus cabellos era una imitación al dorado resplandor del amanecer en unos, y la oscura noche en otros. En sus sonrosados rostros, se dibujaban unos preciosos ojos rasgados de color azul en unos, verdes en otros, adornados en su parte superior, por delgadas cejas y largas pestañas en sus párpados, la nariz, imposible de imitar. Las manos de su Creador las había hecho celestialmente bellas, igual que sus labios, perfectamente dibujados en gran armonía con sus rostros, los brazos, igual que el total de sus divinos cuerpos, estaban perfectamente proporcionados.

Comenzaron a tocarse las alas los unos a los otros, ponían rostros de sorpresa al ver que estas se movían de forma incontroladas. Estaban desnudos y con ellas instintivamente intentaban de cubrirse. Ellos, igual que el mundo donde van a habitar, formarán parte de la magia universal, ese universo que está en proceso de expansión. Van a vivir en la mansión eterna de los bienaventurados. Se observaban incesantemente, haciéndose mutuas comprobaciones, se miraban las partes superiores de los torsos y con cierto asombro, veían que no eran iguales. A través de sus mentes se preguntan cómo había sucedido. No tardaron en adaptarse a esas ciertas diferencias, como el porqué unos tenían más alas que otros. Se acariciaban sus plumas comprobando su gran suavidad, observando la gran diversidad de colores. No tardaron en descubrir la sonrisa en sus resplandecientes rostros y con ella, los primeros síntomas de felicidad. Quiso su Creador cubrir sus cuerpos desnudos y decidió vestirlos con preciosas túnicas de suaves telas, abiertas por la parte delantera, adornadas con llamativos broches de preciosos hilos dorados. Eran simplemente bellas y de variados colores. Lentamente fueron saliendo por la corta galería al exterior y mientras lo hacían, la luz que emitían las poderosas manos del majestuoso ser, los fue envolviendo en un intenso resplandor y a la vez que el potente brillo desaparecía, se veían completamente vestidos. Eran unas holgadas túnicas que le daban total libertad de movimientos. Una vez más, mostraron su asombro por lo que acababan de ver.

En el exterior, el Creador veía su trabajo con más admiración aún. Ellos estaban atónitos contemplando el precioso paisaje que tenían ante sus ojos, las montañas, las llanuras y no muy lejos de allí, grandes y verdes árboles junto a los manantiales. Todo les era nuevo y muy raro, hasta la fresca hierba les llamaban la atención, pues sentían agradables sensaciones bajo sus desnudos pies.

El sol salió y se ocultó y volvió a salir por el lejano horizonte. Aquella mañana formaban un pequeño grupo ante la gran montaña, ahora su Creador les enseñaría las distintas formas con las cuales podrían desplazarse de un lugar a otro, caminar, levitar y volar practicando el movimiento coordinado de sus alas. Las dos primeras opciones no fueron complicadas, con las demostraciones de su Creador aprendieron rápidamente, pero Él no tenía alas así que las siguientes lecciones las tendrían que practicar sin demostración, con lo cual les sería más difícil de aprender.

Era su segundo día en el Paraíso, la Eterna Mansión de los Bienaventurados. Los reunió el majestuoso Ser para seguir con las lecciones de aprendizaje.

—Prestadme atención de nuevo —le dijo con voz poderosa y una leve sonrisa en su rostro—. Solo tenéis que utilizar vuestro pensamiento para dar movilidad a vuestras alas. Pensad dónde queréis ir, y ellas os llevarán.

Se miraron los unos a los otros. Los serafines esperaron hasta ver el resultado de sus compañeros. Los ángeles de dos alas comenzaron a mirar hacia el cielo azul, con un claro pensamiento, subir hasta él. Comenzaron a levitar y a muy corta distancia de la superficie notaron unos torpes movimientos sobre sus espaldas, muy próximo a los hombros. No conseguían subir. Unos se mantuvieron flotando y otros decidieron bajar para volverlo a intentar de nuevo. No tardó en convertirse todo en un caos, pues apenas conseguían desplazarse.

—No os preocupéis, no tardaréis en conseguirlo —les dijo su Creador con voz tranquilizadora mientras observaba sus esfuerzos por aprender.

Poco después el Creador miró hacia la montaña y allí donde era más rocosa, fijó su mirada. Como un rayo de luz, algo llegó a sus manos y quedó flotando sobre ellas. Era una piedra, miró a sus ángeles y sin que nadie se percatase la lanzó sobre uno de ellos, viendo los demás cómo era traspasado sin sufrir ningún tipo de daño, ni incluso en sus vestiduras. Quedaron sorprendidos por el reciente acontecimiento. Fue un serafín el que sin moverse de donde se encontraba, con cierta humildad, le dijo.

—Señor, suponemos que forma parte de tus enseñanzas y nuestro aprendizaje.

—¡Así es! —exclamó el Creador, prosiguiendo después con voz pausada—: Es una muestra de lo celestiales que sois y nada de este mundo y en otros futuros, os hará daño. Solo tenéis que proteger el lado izquierdo de vuestro pecho en caso de conflicto entre vosotros. —Hizo una pequeña pausa y luego continuó—: El primero que llegue con ira a ese lugar, convertirá al otro en arcilla de la que fue creado.

Al llegar la noche, antes de descansar y en perfecta formación tras el majestuoso Ser, contemplaron por vez primera la incesante expansión del universo, mirando con cierto asombro como después de una explosión muy lejana, se dejaban ver nuevos puntos luminosos brillando en la oscuridad.

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