El secreto del ĂĄrbol y el caracol Alejandro DĂaz Montes de Oca
CAPÍTULO I
Hace muchos, pero muchos años, en un plane-
ta no muy lejos de aquí y no muy cerca de allá, existía un lugar en donde los árboles habían dejado de existir. Era una extraña y tranquila ciudad, llamada «Nunca un árbol más», la gente habitaba dentro de enormes piedras en donde habían logrado construir y esculpir sus viviendas, procurando tener un clima ideal dentro de cada casa habitación. La ciudad conservaba 3
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un estilo completamente árido, es decir, seco y austero. Todos sus pobladores tenían un trabajo o labor muy específico que cumplir, y nadie, pero absolutamente nadie, se podía salir de su proceso laboral, ya que esto podría provocar algún desequilibrio dentro de su extraña sociedad. Su principal objetivo era el de mantenerse con vida en un clima artificial que ellos mantenían con mucho trabajo y sacrificio. Para ello contaban con gente especializada que exclusivamente se dedicaba a la oxigenación del medio ambiente, ellos eran los «Gigantes hacedores de Oxígeno », una tribu que se encontraba a las afueras de la ciudad, pues su trabajo comprendía, entre otras miles de cosas, el de contar con enormes chimeneas y túneles bajo tierra. En las profundidades, como a unos 200 metros o tal vez un poco más, ellos «Los Hacedores de Oxígeno » filtraban, a través de complejas redes de túneles, hidrogeno y agua en cantidades convenientes aplicables de la 4
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famosa formula H2O, con lo cual, en cierta forma, se les debía a ellos la oxigenación de su extraño planeta. Desde hacía muchos años, nadie recordaba el color, la forma o el aroma de un árbol. Cada poblador conocía solo la increíble historia del día en que murió el último. Una historia desoladora que narraba la forma en la cual se perdieron los árboles, y que además pasaba de generación en generación. Sabían que desde ese triste día sus vidas cambiaron. Por eso atesoraban todo aquello que tuviera al menos un toque de madera, ya que eso indicaba que alguna vez fue parte de un árbol, que cumplió con un ciclo de vida cambiando en forma y tamaño, de color verde a colores ocres, y que en algún momento cientos de miles de hojas de diferentes diseños y colores lo adornaban coronándolo. A todos los pobladores les gustaba escuchar a los viejos consejeros cuando contaban historias de cómo los árboles producían oxígeno, sombra 5
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fresca para todo aquel ser vivo que quisiera descansar, un hogar incluso para todo tipo de animales e insectos que pudieran habitarlo, eran un prodigio del ciclo de la vida, dando vida a todo lo que se encontrara a su alrededor, cosa que a los pobladores les llenaba de asombro, pues no entendían de qué forma un árbol podía producir oxígeno sin la ayuda de alguien. Tampoco entendían cómo podían dar cobijo a otros seres que llenaban de música con sus cantos el viento. Y ahora que ya no existían, era increíble que todos quisieran poseer por lo menos uno. La gente había aprendido a vivir sin ellos, aunque esto generaba grandes incomodidades, por ejemplo, para poder salir de sus refugios o casas y evitar el inclemente calor y la energía del sol, inventaron también una especie de telas que eran muy especiales, pues con ellas confeccionaban ropa y sombreros, los cuales usaban siempre que se encontraban fuera de su hogar. Esta ropa, junto con sus sombreros, ayudaba a mantener un 6
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clima artificial personal, y además habían inventado un calzado especial. También tenían algunas mascotas y animales entrenados, que conservaron ayudándoles a sobrevivir en tan inclemente clima, pues tristemente muchas especies desaparecieron, pero las que tenían, al igual que hacían los pobladores, también se aferraban a la vida de alguna forma u otra. Todos esperaban un milagro, y se basaban en una leyenda que contaban los ancianos del pueblo, según la cual, en algún otro lugar del universo existió un hermoso planeta lleno de vida y de una increíble belleza natural. Un lugar lleno de seres que amaban su mundo y lo demostraban cuidándolo mucho. Pero un día, en ese bello lugar, sucedió una hecatombe; algo que nunca imaginaron: en el cielo apareció una piedra enorme, tan grande que por un momento oscureció todo a su alrededor, e inevitablemente venía directa a estrellarse contra su planeta. En ese momento uno de sus habitantes, un sabio caracol, se dirigió lo más veloz que 7
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pudo a su hogar llevando consigo semillas de diferentes árboles y plantas que acostumbraba cultivar. Se refugió en lo más profundo del árbol donde vivía, y ahí se quedó, no supo nada más de todos aquellos que alguna vez conoció. Fue algo tan rápido que no dio tiempo ni para pensar. Todo voló, dispersándose en el tiempo y el espacio; miles de fragmentos de diferentes tamaños se movían alejándose unos de otros en la inmensidad del inmenso y oscuro universo. Hubo rocas más grandes que otras, que por su mismo tamaño se estrellaban fácilmente contra las de mediano volumen, despedazándose a tal grado que solo quedaba polvo. Tal vez el tamaño de la piedra en donde se refugió el caracol dentro del árbol, fue de las más pequeñas en comparación con los demás fragmentos, ya que a cada impacto la onda de choque provocaba alejarla más y más, saliendo disparados del área de peligro y de hacer impacto contra alguna otra roca de mayor tama8
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ño, hasta llegar el momento de quedar solos, flotando, desplazándose a través de la inmensidad del universo, y así, en un pedazo de tierra de lo que fue un bello planeta, solo quedó aquel hermoso árbol aferrándose a esa pequeña roca, donde el Caracol guardaría en secreto la posibilidad de crear vida, sembrando miles de semillas en algún otro lugar, otro mundo. Él sabía muy bien, que la cantidad de semillas que había logrado rescatar eran suficientes para iniciar un ciclo completo de oportunidades para hacer crecer la vida.
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Todos en «Nunca un árbol más» conocían aquella historia, y eso los mantenía alertas y a la expectativa de un futuro mejor, pero solo uno de sus habitantes sabía que era cuestión de tiempo para que aquel fragmento con el árbol pasara cerca de ellos. Ese era el señor Linterna, un personaje de una altura media, narizón, un poco nervioso y siempre pendiente y al estudio de los cambios climáticos. Él era el último sobreviviente de una familia dedicada a la observación de los cielos. Sabía que en la inmensidad del espacio aparecería una piedra gigante que transportaba algo que todos los pobladores llamaban «árbol», custodiado por un caracol gigante, o al menos así lo decía la leyenda. Él tenía la creencia, por sus muchos estudios, de que la posibilidad de traer tan solo a aquel árbol, podría generar más árboles y sembrarlos en su desértico planeta. Pero claro, habían pasado generaciones a la espera de tan maravilloso evento, dando pie a que muchos pobladores simplemente creían que era 10
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solo un cuento inventado para mantener una sociedad ilusionada y contenta, trabajando en conjunto, sin que nadie cuestionase nada, y se mantuvieran conformes y cómodos en la espera de un mundo mejor. Un día como cualquier otro, el señor Linterna se encontraba en su observatorio trabajando cuando descubrió en el oscuro universo un pequeño punto que se movía a gran velocidad. Nervioso, revisaba una y otra vez sus apuntes y volvía a calcular; iba de un libro a otro, de una hoja a otra; entonces, dando un gran respiro, recargado sobre su mesa de trabajo, se dijo: «Al fin, ha llegado. Tengo la gran fortuna de vivir este maravilloso momento». Con un ligero temblor de manos volvió a elevar su linterna, y apuntando en la dirección de aquel objeto, miró nuevamente a través de su viejo telescopio; exhaló un gran suspiro y, cerrando sus ojos, dijo con voz entrecortada y llena de emoción: «¡Está aquí!». 11
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El señor Linterna vivía en su observatorio, en lo alto de una montaña misma que cubría y daba una gran sombra a la ciudad. Había esperado tanto este momento que tenía todo previsto. No podía perder tiempo. Los habitantes debían saberlo de inmediato, así que para este gran día, contaba con una hermosa ave mensajera que tiempo atrás había criado y entrenado. Este bello animal era un ave muy grande de fuertes garras, de pico curvo, con un hermoso plumaje entre azul profundo y negro intenso, con unas alas enormes y fuertes para poder desplazarse en el aire lo más rápido posible. No quería perder ni un segundo a la tan esperada llegada de la piedra con el árbol y el caracol. Ahora ya sabía que la piedra pasaría muy cerca, y que muy probablemente chocaría en la parte más alta de la montaña, por lo que tendrían que estar en el momento exacto, y así poder salvar el árbol o hacer algo; era una posibilidad mínima de que sobreviviera, debi13
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do a la velocidad a la que se aproximaba a su planeta, pero no tenían más que esa pequeña gran ventaja: la de llegar antes y construir algo para frenarlo. —Tengo que enviar el mensaje a la gente que vive en la ciudad. Tomó papel y escribió: «La espera ha terminado: La gran piedra con el árbol y el caracol están aquí, y pasarán justo por la montaña más alta. Debemos llegar antes para poder alcanzarla. La hora y el día lo tengo que calcular, pero puedo dar un tiempo aproximado, a partir de que mi ave mensajera esté con ustedes, contemos unos veinte días. Por favor, tomen todas las medidas necesarias para enviar a alguien que me ayude a construir el artefacto, tomando exactas medidas del diseño del aparato que envío también en este escrito». Muy emocionado, colocó una pequeña mochila con una serie de documentos dentro de esta, para luego amarrarla con un cinto a una de las patas del ave mensajera. 14
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Desafortunadamente, el señor Linterna no sabía que desde una colina cercana, en un lugar oscuro y húmedo, un par de ojos lo observaban atentos; se trataba de un ser pequeño de estatura, calvo y con dificultades para respirar; vestía un traje especial muy diferente a la demás población; era un personaje con grandes ambiciones y malévolos planes. Era el malvado doctor Armadillo, un sujeto desagradable y perverso que, de hecho, se autonombraba así por la gran cantidad de armadillos que poseía. Él quería apoderarse de la piedra y del árbol, sabía que el árbol no era lo único importante, ya que la piedra donde este viajaba guardaba el más grande de los secretos. Oculto, acariciaba a su mascota, un viejo armadillo asustadizo, mientras imaginaba el poder absoluto que le daría poseer el único árbol junto con aquella misteriosa roca que viajaba por el universo. Caminaba con dificultad, debido a la burbuja de cristal que protegía su enorme cabeza calva, de las inclemencias del sol, calor y vien15
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to, la usaba para poder evitar cualquier contacto con el ambiente. Solo así podía respirar. A él le interesaba ser el único poseedor del tan anhelado árbol porque de esa manera seguiría controlando a los pobladores de «Nunca un árbol más». —Muy bien, solo tengo que atrapar a esa horrenda avecilla del señor Linterna, apoderarme del mensaje, y entonces… sabré el lugar exacto por donde pasará tan preciado tesoro. Dicho esto, su cara se desencajó en tremendas carcajadas de locura por el tan deseado poder que le daría el encontrarse con la piedra, el caracol y el árbol.
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Diez Suricatos En un mundo en donde ya no existen árboles, los pobladores aprenden a sobrevivir generando su propio oxígeno, trabajan en equipos para realizar actividades que ayuden a mantener un clima más o menos aceptable para vivir. Tres niños sueñan con el momento de poder ver un árbol, que dicen sus antepasados está próximo a pasar cerca de la montaña más alta de su mundo; este árbol viene atravesando el oscuro espacio del universo sobre una roca custodiada por un Caracol. Loris, Gael y Yusel viven la más grande aventura de su mundo, sin imaginar que además de ver la roca con el árbol, tal vez podrán tener la posibilidad de tocarlo. Unidos como amigos y apoyándose uno al otro, recorrerán numerosos peligros hasta llegar a la Montaña más alta, pudiendo alcanzar así sus más profundos ideales. VALORES IMPLÍCITOS: En esta historia se destaca el compañerismo, la solidaridad y confianza, el deseo de un mejor futuro, el respeto y añoranza del medio ambiente, así como el espíritu de aventura para afrontar las dificultades que surgen de un momento a otro.
978-84-18297-65-6
A partir de 10 años 9 788418
297656
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