Eric, el Gritón

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Cuando Eric nació, todos en la casa estaban felices. No esperaban volver a tener un bebé en el hogar, pues sus hermanos, Celia y Hugo, eran mayores. El Hada del Universo, en cuanto se enteró, vino a conocerle y tocarle con su varita mágica. Con ella, le bendijo y le concedió los dones de la salud, la inteligencia y la belleza. Sería un niño fuerte y sano, pero también muy inteligente y avispado, además de precioso.


Pero… se le olvidó tocarle la parte de su carácter. Pronto sus padres comprobaron aquellos dones que el Hada le dio, pero también que eran incapaces de callarle cuando lloraba o gritaba. Sus rabietas y gritos se oían por todas partes, y nadie sabía cómo parar aquello, hacerle comprender que así no se pedían las cosas. Pensaron que cuando se hiciera mayor aquellos sofocos y llantos desaparecerían. No siempre estaba enfadado o gritando, en la mayoría de las ocasiones podía ser el niño más amable y cariñoso del mundo.




Con cuatro años, era el que más amigos tenía en el colegio. Le gustaba jugar a todo, y siempre se le daban muy bien los juegos difíciles y de pensar, así que no era de extrañar que sus compañeros quisieran contar siempre con él. Según se hacía mayor, se iba agrandando el problema de sus rabietas y gritos, pues estos pasaron de ser soportables de pequeño, a hacerse terribles según cumplía años. Todos procuraban no enfadarlo, ya que cuando no lo estaba, era un niño encantador y simpático. Aquello contribuyó sin quererlo a que Eric, siempre que quería algo y no lo conseguía, gritara con más fuerza. Sus gritos llegaron a ser tan fuertes que, a veces, rompían vasos u objetos de porcelana, y las personas que estaban alrededor tenían que taparse los oídos.



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