Fábulas ilustradas para niños de este siglo

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Ilustrado por Carla Fidalgo Corujo

Ruth Corujo Martínez

Fábulas ilustradas para niños de este siglo



Los ácaros y el colchón En el colchón de Óscar vivía desde hacía tiempo una familia de ácaros. Llevaban una vida tranquila y feliz. Dormían, se despertaban, comían, hacían caca y volvían a dormir… Un día como otro cualquiera, mientras buscaban comida, se encontraron con otra familia de ácaros. ¡Anda, qué sorpresa! Todos se pusieron muy contentos y empezaron a hablar entre ellos. Esta nueva familia era de color un poco más oscuro que la primera, y además, según iban conociéndose, se dieron cuenta de que eran algo diferentes. Por ejemplo, ¡ellos primero hacían caca y luego comían! Con el paso del tiempo estas diferencias les hicieron enemistarse. Primero empezaron a discutir entre las dos familias, luego se buscaban y se daban palizas y finalmente se disparaban mutuamente todo lo que encontraban, lo que hizo que su entorno se ensuciara y deteriorara. En la habitación de Óscar, comenzaron a oírse ruidos extraños, y sus padres se sintieron preocupados. Después de poner la habitación patas arriba, descubrieron que el colchón de su hijo estaba sucio y agujereado, y decidieron que era hora de cambiarlo por uno nuevo. El colchón viejo terminó quemado en el vertedero, junto con las dos familias de ácaros.

MORALEJA: «Cuida tu hábitat, ya que de él depende tu supervivencia».



La tiburón y el atún En la pandilla de los tiburones, Carla era la más molona. Siempre llevaba complementos muy llamativos y pendientes por todo el cuerpo. Era muy popular y sembraba el terror entre los pececillos, ya que tenía mucho genio (bueno, mala leche, la verdad…) Un día, en una «pezcoteca» donde estaba con sus amigos, conoció a un atún bastante chulito, que le cayó fatal. Sin embargo, el atún se encaprichó de ella y empezó a hablar con sus amigos para conseguirla. Después de mucho insistir, Carla aceptó darle una oportunidad. El atún se esforzó mucho y, como a pesar de todo era muuuy guapo, finalmente Carla se convirtió en su novia. Él la mimaba mucho, le regalaba pescaditos y le decía que era maravillosa. A ella empezó a gustarle, y cada vez pasaban más tiempo juntos. Poco a poco dejó de nadar con sus amigos, ya no se ponía sus complementos chillones ni sus pendientes, porque a su atún no le gustaban. Él decía que esas cosas de tiburones eran de macarra y que le gustaba mucho más sin ellas, porque una chica pez no debía llevarlas. Carla cada día se parecía más a un atún y menos a un tiburón.


Un día su amorzote le dijo que había llegado el momento de dejar a esa panda de indeseables que eran los tiburones e irse a vivir con peces decentes. Los dos juntos salieron a mar abierto a buscar a los atunes. Carla echaba mucho de menos su vida anterior, pero no dijo nada, ya que no quería que su novio se «desenamorara» de ella, por lo que se comportaba como uno más y hacía lo que todos los atunes. Al poco tiempo, apareció un barco pesquero y se puso, como su propio nombre indica, a pescar. Carla picó el anzuelo y la subieron al barco. Nadie podía pensar que era una especie protegida, un tiburón, así que terminó convertida en sushi.

MORALEJA: «No dejes que nadie te cambie, sé siempre lo que TÚ quieras ser».


El caracol y la babosa Caracol y Babosa se conocían desde que eran pequeños.

Bueno, más pequeños aún de lo que eran, quiero decir, casi desde que nacieron.

Vivían en Garcinarro, un pueblecito de Cuenca, donde compartían el día y la noche, la comida, los paseos y las conversaciones… Todo menos los ligues, que cada uno tenía los suyos. Caracol quería mucho a su amigo, pero no se lo decía porque le daba un poco de vergüenza. Le dio por pensar que Babosa, tan vacilón y bromista, iba a reírse de él si le decía: «Te quiero, amigo». Una noche estuvo pensando, y finalmente decidió que sí, que se lo iba a decir, porque necesitaba expresar sus sentimientos. «Mañana se lo digo». Al día siguiente salieron a dar un paseo, como siempre, pero empezaron a hablar de sus cosas, y no vio la oportunidad. «Bueno, mañana...». Así pasó el tiempo, y Caracol no le decía a su amigo lo que sentía.



Un día de verano, mientras estaban comiendo lechuga en un huerto, un pie gigante cayó sobre ellos. Caracol aguantó el golpe, gracias a su concha, pero Babosa se quedó allí, aplastado y sin vida.

MORALEJA: «Expresa tus sentimientos cuando puedas hacerlo, ya que mañana puede ser tarde».


NA N ET A IMAGI

Para crear un mundo mejor es básico trasmitir valores desde la infancia

ISBN 978-84-19339-44-7

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788419

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