Frente al mar, Pingüinito estaba de pie junto a su madre. Mientras los demás pingüinos nadaban felices en el agua, Pingüinito prefería estar en las rocas y mirar al cielo.
De pronto, un grupo de aves extrañas, de color rosa, pasó volando sobre ellos. Pingüinito quedó asombrado, pues nunca había visto esas aves. Se sintió muy atraído y fascinado.
¡Eran muy diferentes!
—¿Cuando crezca podré ser una de esas aves y volar? —preguntó el pequeño a su madre.
Su madre comenzó a reír fuertemente y luego le respondió: —¡Claro que no! Esas aves son flamencos, y tú eres pingüino. Siempre lo serás, como yo, como tu padre y como todos los pingüinos. Somos aves nadadoras, pertenecemos al mar, no al aire.
—¡Pero yo no quiero ser pingüino! ¡Quiero ser flamenco! —gritó Pingüinito.
—Hijo, eres pingüino y tendrás que acostumbrarte al agua, ya no puedes estar la mayor parte del tiempo en las rocas mirando el cielo cuando debes nadar como lo hacemos todos —le dijo su madre mientras lo empujaba hacia el agua.