Historias para mayores... o quizás no

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Historias para mayores...

David Landeras Cicero


GINKGO BILOBA © del texto: David Landeras Cicero © ilustración de portada: Lucas Porras Nieto © diseño de cubierta:

BABIDI–BÚ libros S.L.

© de esta edición:

BABIDI–BÚ libros S.L, 2019 Fernández de Ribera 32, 2ºD Tlfns: 912.665.684 info@babidibulibros.com www.babidibulibros.com Impreso en España Primera edición: Septiembre, 2019 ISBN: 978-84-17448-04-2 Depósito Legal: SE 1196-2019 «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»


Historias para mayores... David Landeras Cicero



Historias para mayores... o quizás no

1-EL MENDRIGO DE PAN

Esta es la historia de un mendigo o, mejor dicho, de un

mendrigo porque cuando termines de leer este relato seguro que lo entenderás. Nuestro protagonista se llamaba «Muchopan». Era un vagabundo, un indigente, de los que ves por las ciudades pidiendo limosna para vivir, y recogiendo colillas del suelo. Le conocía mucha gente, sobre todo, porque en la punta de la nariz tenía una gran verruga que se le veía mucho y siempre llevaba una gorrita de marinero. Muchopan vagaba todos los días por la ciudad. Era pobre y sin recursos. Solía dormir dentro de esas grandes cajas de cartón que se utilizan para el embalaje y el transporte de los electrodomésticos. ¿Quién no se ha metido dentro de una de esas cajas y ha rodado por el suelo dando vueltas? Pero para nuestro protagonista era su casa. Muchopan decía que pasaba más frío que si viviera dentro de una nevera. 5


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En alguna ocasión, Muchopan tenía tanta hambre que se comía las miguitas de pan que los turistas echaban a las palomas. Él solía decir que las palomas pueden volar, que tenían mejor vista que él para buscar otras migajas y otros parques de la ciudad. Recogía las miguitas y antes de comerlas hacía pequeñas figuras con formas de personas, casitas, juguetes… que le recordaban tiempos pasados. Sollozaba y sollozaba, pero pronto se dio cuenta que no se puede comer y llorar a la vez, y enseguida se las tragaba. Todos los días recorría las panaderías de la ciudad pidiendo algo de comer y los panaderos le daban mendrugos duros de pan sobrante que no se vendía. Lo que estaba claro es que se las conocía todas y cuando los panaderos le veían venir decían: «¡Ahí viene Muchopan!». Muchopan deseaba que esos mendrugos fuesen del pan del día anterior porque si eran de hace varios días le costaba mucho comerlos, ya que apenas tenía dientes. Pero nunca exigía nada. Él comía lo que le daban. Siempre se llevaba una bolsita con mendrugos de pan, unos duros y otros más blandos. Los duros los mojaba con un poquito de agua y se los comía, pero siempre su cara delataba que le encantaba el pan. Todos los días recorría las panaderías y pastelerías de la ciudad. Lo más triste de esto es que se pasó más de treinta años de su vida comiendo mendrugos de pan. Por las noches contemplaba el cielo mirando estrellas y 6


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constelaciones buscando formas de pan: baguette, tortas, chapatas… «le chiflaba» el pan, aunque también le hacía recordar tiempos mejores. Pasaron los años y en la ciudad se organizó un gran concurso de cata de pan. Era de ámbito internacional. Se reunieron representantes de muchas ciudades del mundo. El certamen consistía en probar una amplia variedad de panes y adivinar qué tipo de harina, levadura, sal, si el pan era de centeno, de trigo, de pita, blanco, tiempos de cocción, etc. Además, el concurso tenía un premio de 30 000 euros para el ganador. Empezó el concurso y el representante de la ciudad no fue capaz de acertar casi ninguna de las pruebas. ¡¡Qué desastre para la ciudad anfitriona del concurso!! Muchopan estaba paseando por la ciudad con otros mendigos y se enteró que se estaba celebrando el certamen y quiso participar. ¿Cómo se iba a presentar al concurso con esas ropas tan harapientas y remendadas? Sus amigos indigentes hicieron una colecta con todas las limosnas que les habían dado ese día y pudieron comprar ropa nueva a Muchopan. Parecía otra persona. Muchopan no quería que nadie le conociese. Deseaba pasar desapercibido. Incluso compraron un poco de maquillaje para tapar esa gran verruga que tenía en la nariz que le delataba. Nadie del concurso sabía que era él. Pasó inadvertido. 7


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No fue fácil participar, pero al final consiguió ser el representante de la ciudad. Tenía un paladar exquisito. ¿Saben quién ganó el concurso? ¿Saben quién acertó todas y cada una de las pruebas? «MUCHOPAAAAAAAAAAAAAAAAAANNNNNNN». La ciudad era un clamor. Muchopan determinó que no quería quedarse con el dinero del premio del concurso y lo donó para que los panaderos de la ciudad crearan el mejor pan del mundo, el pan más saludable, pero con la condición de que a los mendigos que había en la ciudad nunca les faltara algo que llevarse a la boca. La ciudad se hizo rica, se llenó de buenos restaurantes, se construyeron grandes parques y avenidas. Los mejores periódicos del mundo enviaron a sus fotógrafos. Retrataron la ciudad bonita, bella, y todo gracias a Muchopan. Los representantes de la ciudad cumplieron la promesa que Muchopan les había encargado. Se construyeron muchos comedores sociales para la gente necesitada. Y te preguntarás qué fue de nuestro protagonista. Recordad que él no quería que nadie le conociese. Nadie sabía de la identidad de Muchopan. Una vez terminado el concurso, volvió a ponerse su ropa de vagabundo y a vivir en las calles como había hecho a lo largo de los años. La ciudad nunca supo más del ganador del concurso y, además, ¿quién iba a pensar que un indigente y necesitado lo había ganado? 8


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Pasaron unos cuantos años más y una mañana temprano un policía encontró a un vagabundo muerto dentro de una gran caja de cartón. El policía se acercó, y miró con curiosidad las manos del vagabundo. En una de ellas sostenía un mendrugo de pan. En la otra, y todavía agarrándolo con fuerza había una foto de una familia. En el fondo de esta, una panadería. Estaban retratados un hombre y una mujer vestidos de panaderos con tres niños. El niño que estaba en el medio tenía una bonita sonrisa, una gorrita de marinero y una verruga muy grande en la punta de la nariz. Ese día la instantánea de la ciudad había salido oscura, borrosa, con tonos apagados. En el amanecer de ese triste día el carrete estaba velado.

FIN

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GINKGO BILOBA

Son historias, cuentos, pequeños relatos destinados originalmente para fomentar la lectura en los niños, y que luego se hicieron mayores buscando emocionar a los más adultos, a los hombres y mujeres con corazón de metal. Para algunos serán historias tristes, para otros manchadas de melancolía, pero para mí son un reflejo de la vida misma. No pasa nada por llorar, por decir te quiero, por abrazar, por expresar tus sentimientos. No somos máquinas, ni circuitos. No somos vulcanianos que inhiben sus emociones. Toma la pastilla roja, despierta y regresa al mundo real. Espero que tras leer estas historias tu corazón vibre desde la capa más íntima.

ISBN 978-84-17448-04-2

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788417

448042

www.babidibulibros.com


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