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Había una vez un reino mágico en lo más profundo del bosque encantado, donde habitaban seres mágicos de todas las formas y tamaños. En ese reino vivía Lilaurora, un hada diminuta pero llena de magia y alegría. Su cabello brillaba como los rayos del sol al amanecer, y sus alas relucían con los colores del arcoíris.
Lilaurora era conocida por su habilidad única para crear luces brillantes en la oscuridad. Sus destellos mágicos iluminaban el camino de las criaturas nocturnas y traían una sensación de calidez y seguridad a todos los rincones del bosque. Sin embargo, Lilaurora tenía un sueño más grande: quería encontrar una manera de hacer que las estrellas brillaran aún más en el cielo nocturno.
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Un día, mientras exploraba el bosque en busca de nuevas aventuras, Lilaurora se encontró con un anciano sabio llamado Griseldo, un mago experimentado que había estudiado la magia de las estrellas durante muchos años. Lilaurora compartió su deseo de hacer que las estrellas brillaran más y le pidió consejo a Griseldo.
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—¡Hola, Griseldo! He estado pensando mucho últimamente, y tengo un sueño realmente grande. Quiero encontrar una manera de hacer que las estrellas brillen aún más en el cielo nocturno —dijo con entusiasmo Lilaurora.
—¡Ah, Lilaurora, siempre tienes sueños maravillosos! Las estrellas ya son hermosas en sí mismas, pero entiendo lo que deseas. ¿Por qué sientes esa urgencia por hacerlas brillar aún más? —respondió Griseldo sonriendo.
—Siento que las estrellas pueden traer aún más alegría y asombro a nuestro reino. Imagina un cielo lleno de destellos brillantes que iluminan la oscuridad de manera mágica. Quiero que todos sientan la misma emoción que yo cuando las miro —dijo Lilaurora mirando hacia el cielo estrellado.
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