Flora y el bosque

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Flora

Y EL BOSQUE

Olga Vázquez Jiménez

Ilustrado por: Iñaki Rodríguez Cano y Olga Vázquez Jiménez



E

rase una vez, en un tiempo pasado y en una tierra

lejana, que existía un precioso bosque habitado por una gran variedad de plantas y criaturas. Era un lugar muy hermoso. Allí crecían antiguos robles, altos olmos, fuertes pinos, y vivían ardillas, ciervos, conejos, pajarillos... Entre los árboles discurrían dos ríos que se juntaban formando una pequeña cascada que iba a parar a un estanque de aguas cristalinas. El bosque estaba protegido por una joven ninfa que habitaba en una pequeña cueva junto al estanque. La ninfa cuidaba de los animales del bosque, los curaba si enfermaban, hacía que no les faltara agua a los ríos, y que las plantas crecieran sanas y frondosas.

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Un día se perdió por aquellos lares un apuesto joven despistado. La ninfa intentó ayudarle con discreción, como había hecho con otros viajeros. Por ejemplo, haciendo que crecieran más matorrales y plantas por el camino incorrecto, o haciendo que las plantas que estaban en la dirección correcta brillaran con más luz. Pero el joven no comprendía lo que le decía el bosque, y cada vez se adentraba más profundamente. Estaba mirando hacia la copa de un roble cuando tropezó con la raíz de un pino y cayó al suelo. Intentó levantarse, pero se había torcido el tobillo y no pudo. La ninfa, con un suspiro, decidió entonces dejarse ver para ayudarle. —Creo que estoy sufriendo alucinaciones por el cansancio y el dolor —dijo cuando la vio. Nunca había visto a una criatura tan hermosa. Su cabello era negro con reflejos verdes, largo hasta la cintura y decorado con flores blancas. Llevaba un atuendo también verde, confeccionado con hojas en la parte superior, y que caía vaporoso desde abajo del pecho y le cubría por debajo de las rodillas. Camina-

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ba descalza hacia él, y el joven creyó perderse en la profundidad de sus ojos verde claro cuando ella se situó a tan solo dos metros de donde él permanecía sentado en el suelo. —Tranquilo, me llamo Saiara y voy a ayudarte —dijo extendiendo la mano hacia el joven. Le ayudó a levantarse y dejó que se apoyara en ella para llegar hasta la cueva, donde le puso una cataplasma de barro en el pie y se lo vendó con grandes hojas. La ninfa decidió permitir al joven, el cual le había dicho que se llamaba Aser, quedarse en la cueva hasta que pudiese caminar por sí solo y marcharse. Por su parte, el joven estaba encantado de poder quedarse allí, ya que había quedado prendado de ella desde el momento en que la vio. Pasaron unas semanas y el tobillo de Aser sanó perfectamente. Ahora podría marcharse, pero ya no quería hacerlo. Él y Saiara se habían enamorado en ese tiempo, y querían permanecer juntos viviendo allí en el bosque. Los años llegaban y se marchaban, y la pareja los disfrutaba feliz el uno junto al otro. Aser se convirtió

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en una criatura más del bosque, ocultándose de los viajeros y descubriendo a otras criaturas, de las que ni siquiera conocía su existencia: a los duendes del bosque, que ayudaban a su amada a que todo funcionara perfectamente, manteniendo la armonía, la belleza y la salud de plantas y animales. También conoció a los elfos que allí habitaban en perfecta unión con la naturaleza. Pero sin duda, Saiara era el alma del bosque, su principal guardiana y protectora. Fruto del amor que se profesaban los jóvenes, nació un precioso bebé, al que llamaron Flora. —Tiene la esencia ninfa —dijo su madre—. Es como yo. Sin embargo, el ambiente de paz y felicidad se vio truncado cuando la bruja del desierto empezó a atacar el bosque. La bruja había ido ganando terreno, cada vez más, hasta topar con el precioso bosque, y planeaba apoderarse también de él. —Debo ir a defender el norte del bosque, los duendes me han informado de que ha entrado por allí y está convirtiendo en un desierto todo a su paso —dijo Saiara.

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—Entonces iré contigo —dijo Aser. —No, debes cuidar de nuestra hija. Si algo me ocurriera, ella sería la protectora del bosque —replicó la ninfa. Soltó de su cuello el colgante que había llevado consigo durante toda su vida, y lo puso alrededor del cuellecito de su hija. Se trataba de una cadenita de la que colgaba un pequeño árbol de plata. Así Saiara marchó al norte con la mayoría de los duendes y de los elfos, dejando allí a su amado y a su pequeña. Pasaron varios días en los que solo llegaban noticias de que la batalla continuaba. —¡Psst, señor! —Aser fue despertado de pronto una noche lluviosa. —Grog, ¿qué ocurre? —el hombre se incorporó rápidamente en su jergón de hojas—. ¿Le ha pasado algo a Saiara? —No temas —dijo el duende—. Está bien y es ella quien me envía. Ha descubierto que la bruja del desierto conoce la existencia de Flora, y está preocupada. Sospechamos que hay duendes del desierto espiando en el bosque.

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—¿No crees que esté segura aquí?, estamos casi en el centro del bosque —preguntó Aser, con el corazón acelerado. —La señora me ha pedido que te diga que te marches y te lleves a la pequeña ninfa. Debes sacarla del bosque. Te avisaremos cuando no haya peligro. De pronto, se oyó un barullo fuera de la cueva. Grog corrió a mirar y volvió apresuradamente. —Debes darte prisa, márchate ya. Hay duendes del desierto fuera luchando contra los nuestros. Aser envolvió a la pequeña en una manta de flores y, sin detenerse a coger nada más, se dirigió al fondo de la cueva. Depositó un momento a la pequeña en el suelo, y apartó una gran piedra que taponaba una pequeña apertura. Echó una ojeada fuera y, tras asegurarse de que no había nadie, cogió a Flora y echó a correr. Llovía a cántaros, el agua le chorreaba por el pelo, corría por su rostro y empapaba su ropa. Flora permanecía bastante cubierta, pegada a su pecho y oculta bajo el manto de hojas y flores. Conocía el bosque

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como la palma de su mano. Se dirigió al sur, lo más rápido que pudo. Pasado el bosque, estaba el pueblo rural de Yurelix. Allí podría esperar a que Saiara les buscara o enviara aviso para que regresaran. Aser y Flora se instalaron en Yurelix. Aser trabajaba de jornalero en una granja, y allí mismo les dejaron alojarse. Pasó el tiempo y ni Saiara ni los duendes vinieron a buscarlos. Los viajeros contaban que el bosque ya no era lo que solía ser, que había empequeñecido, que muchos árboles y plantas habían muerto, que una parte se había secado, que el norte se había convertido en un desierto... La pequeña Flora fue creciendo, y para su padre no pasaron desapercibidos sus dones como ninfa. Allí donde iba, crecían lustrosas y rápidamente las flores y otras plantas. También hablaba con los animales, a los que entendía perfectamente. Por ello, para no llamar la atención, Aser decidió marcharse a la ciudad con su hija. Allí había menos vegetación y tampoco había tantos caballos, vacas,

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abejas... como en el medio rural. La gente conocía la existencia de ninfas, pero rara vez alguien había visto a alguna, así que el hombre pensó que era mejor mantener el secreto. Además, debía proteger a Flora de seres que pudieran querer hacerle daño, como los duendes del desierto. —Vale, pero Drim vendrá con nosotros —dijo Flora. Drim era una ardilla. Flora la quería mucho y solía jugar con ella. —Seguro que Drim está mejor aquí en el campo —dijo su padre, no muy convencido. —Pues le preguntaré —respondió Flora. Aser no pudo decirle que no. Sabía cuánto cariño le tenía su hija a la ardilla, y al fin y al cabo iba a separarla de sus otros amigos, de los niños que iban con ella a la escuela. —Drim quiere venir —informó Flora unos días después. —Vale, pero no puedes decirle a nadie en la ciudad que entiendes lo que dice —dijo su padre. —Está bien —concedió la niña.

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Diez Suricatos

Los habitantes del bosque viven felices y en paz, pues Saiara es la ninfa que lo cuida y protege. Pero esta paz se ve alterada cuando la bruja Renda y sus aliados, los duendes del desierto, atacan el lugar. Saiara, con la intención de proteger a su hija Flora, decide enviarla lejos de su hogar. Sin embargo, Flora tendrá que regresar al bosque cuando su madre es derrotada, convirtiéndose ella en la nueva protectora de este. A pesar de no sentirse preparada, la joven, con la ayuda de elfos y duendes, intentará salvar al bosque de la bruja y de la desertización que acabaría con árboles, plantas, animales y todas las criaturas que allí habitan. Valores implicitos En esta historia sus personajes pretenden fomentar la valentía, la confianza en sí mismo y en los demás, la amistad, el amor y, sobre todo, el respeto por la naturaleza. Todos podemos ayudar a que el bosque sea grande y fuerte, colaborar para frenar la desertización y que la Tierra sea cada vez un poquito más verde.

ISBN 978-84-18017-61-2

A partir de 10 años babidibulibros.com

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