Keswick Y el รกrbol de la vida M. J. Asensio
1 Viaje hacia la aventura
No era un martes cualquiera, sin aún saberlo la pequeña Ivy estaba a punto de comenzar la aventura más maravillosa de su vida. La prestigiosa academia de Keswick la había admitido. Sentada en el borde de la cama y no dejando de suspirar, contempló su pequeña habitación donde había pasado tantas horas. Sus ojos se humedecieron por un instante al coger el retrato familiar de su mesilla de noche. Era su foto favorita, estaba radiante y feliz, soplando las once velas de su tarta preferida de chocolate, rodeada de mamá, papá, Mary Jane, Lucy y el pequeño Arthur. La imagen reflejaba a una joven muy hermosa, alegre y sencilla. Su carácter afable solía ir acompañado de cierta timidez, lo que hacía que se ruborizara con facilidad. En ocasiones, era demasiado confiada, ocasionándole alguna decepción. Le daba miedo casi todo, especialmente los dragones. 3
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—¡Ivy Spencer Hawkins, haz el favor de bajar! —vociferó algo enojada la señorita Parker. —¡Ahora mismo bajo, Vera, estoy despidiéndome de mi habitación! —bufó resignada, ya que no iba a volver, al menos en un año. Aquiles y Goliat, los dos canes de Eric, fieles, obedientes y cariñosos, empezaron a hacerle todo tipo de alharacas como muestra de cariño para animarla, ¡había llegado el gran día! Todos en casa estaban emocionados. —¡La segunda hija de Eric y Titania que logra entrar en la academia! —parloteaba para sí misma la señorita Parker estos últimos días. Sin embargo, para Ivy era lo peor que le podía pasar. Todavía no estaba preparada para separarse de sus padres tanto tiempo. —Menos mal que Mary Jane me ayudará adaptarme. — Pensaba en voz alta. —¡Qué dramática eres, cariño! —exclamó Eric subiendo las escaleras desde el hall. —Hola, papá, ¿nos llevarás a mamá y a mí a la estación, verdad? —Claro que sí, ya tengo tu maleta guardada en el coche, solo falta que llegue tu madre. —¡Te voy a echar mucho de menos! —gimió, abrazándose a su padre, con ganas de no volver a soltarse nunca. —Yo a ti también, hija. —¡Y yo también! —dijo la pequeña Lucy irrumpiendo en la habitación—. ¿Con quién voy a discutir ahora? —Bueeeno… te queda el pequeño Arthur para chincharle —respondió Ivy. —No es lo mismo, es muy pequeño, ¡todavía tiene pañal! y además… ¡No sabe hablar! —refunfuñó. 4
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—¿Has cogido la flauta? —preguntó Eric, suponiendo que no lo había hecho. —¡Ahhh! ¡Menos mal que me lo has recordado, papá! —Algún día va a perder la cabeza —repuso Lucy irónica. —No te preocupes, cariño, yo te la traigo —dijo Eric acordándose del día que la compró al anticuario de Keswick, el señor Cornelius Agrippa. No había nadie que tocara mejor la flauta travesera que Ivy. Desde que se la regaló por su octavo cumpleaños, no hubo ni un solo día que no le tocara una bella melodía mientras Eric, uno de los mejores astrónomos del mundo, se pasaba horas y horas en su despacho descubriendo todos los misterios que guardaba el Universo. Sin duda, entre los dos, componían una armonía perfecta. La señorita Parker, que esperaba a Ivy en el hall con el pequeño Arthur cogido en el regazo, empezaba a inquietarse al ver la hora que marcaba su reloj. —¡No van a llegar a tiempo! —murmuraba. Vera —como todos la llamaban en casa— era una mujer bajita, rolliza, con el pelo grisáceo propio de su edad, ¡obvio!, pero con un corazón extraordinariamente generoso. Siempre atenta y cariñosa, era como una abuelita para todos. De pronto, se acordó del regalo que todavía no le había dado a su querida Ivy, por lo que fue rápidamente a su habitación a cogerlo. —¡Qué cabeza tengo! —se regañó a sí misma. Al volver al hall le estaba esperando Ivy, con la misma cara fresca y jovial de siempre. Vera acarició con dulzura su larga melena rubia recogida en una trenza que no hacía más que realzar su belleza innata. Ivy le devolvió la atención mirándole con esos enormes ojos marrones, hoy lagrimosos, pero sin perder ni una pizca de intensidad. Quedándose absorta con los recuerdos, Vera 5
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solo reaccionó al oír el tintineo de las llaves contra la puerta principal, y justo antes de abrirse le entregó el regalo ante el asombro de Ivy, que por unos segundos transformó su carita de tristeza en alegría. Nada le gustaba más que los regalos sorpresa. —¿Qué es?, ¿qué es? —preguntaba emocionada, tirando con la mano una y otra vez de la rebeca color azul de Vera. —Es un diario. —¡UN DIARIO! —Sí, Ivy, para que escribas tus experiencias y futuras aventuras. —¿Aventuras? ¿En una academia? —respondió Ivy enarcando sus cejas. —Las mejores aventuras te esperan Ivy Spencer, pero escúchame atentamente —afirmó Vera cogiéndole la cara con su mano, asegurándose que le prestaba toda la atención—. ¡Abre bien los ojos! Y recuerda que no todo lo que ves, es realmente lo que es. Ivy se quedó perpleja, nunca antes había visto a Vera tan seria. —¡Ya estoy aquí! —dijo Titania entrando en casa. —¡Por fin! —bufó Eric cogiendo las llaves del coche. —Voy a coger una gabardina porque dentro de nada, ¡va a empezar a llover a cántaros! —alzó la voz, mientras subía acelerada a su habitación. Entretanto, Ivy, Lucy y Vera con el pequeñín, se fundieron en un entrañable abrazo. ¡Piiii piii! ¡Piii piii! —Es el coche de papá y está señalando con su dedo el reloj —anunció Lucy. Eric no se lo quitaba nunca, se lo regaló el abuelito cuando era pequeño, era diferente a cualquier otro reloj y solo él sabía cómo funcionaba, parecía más bien una especie de... brújula. 6
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—¡Vamos, cariño, vete yendo hacia el coche! —dijo Titania bajando rápidamente las escaleras—, cogeré también un par de paraguas. —Pensó en voz alta y se despidió dando un montón de besos a sus pequeños—. Si todo va bien, os veré en un par de días. —¿Cuándo iré yo a la academia, mami? —preguntó Lucy con recelo. —Cuando cumplas once añitos —respondió Vera. —¡Todavía me faltan dos! ¡Se me van a hacer larguííísimos! —gruñó con resignación—. ¿Nos llamarás cuando llegues, verdad? —dijo mimosa y con carita afligida. —¡Por supuesto, cariño! Lo haré nada más llegar. Ya sabes lo que tienes que hacer, Vera —dijo Titania guiñándole un ojo. —No te preocupes, ve tranquila, está todo controlado. —Gracias, Vera, confío en ti. Y metiéndose en el coche se fueron alejando de Sully street, ante la atenta mirada de Lucy que observaba desde la ventana del salón. —Papá, ¿podemos pasar por delante del museo? Me gustaría mucho poder verlo por última vez. Eric, contemplando la mirada melancólica de su hija, optó por hacerlo. A Ivy le empezaron a invadir cantidad de recuerdos del museo británico, donde trabaja Titania como directora, que se tomaba muy en serio su trabajo. Como decía siempre, ella es la encargada de que todo esté en orden. Sin olvidar al señor Komodo, el guardián de los tesoros, como solía decirle siempre cuando era pequeñita. Se acordaba de cómo le llamaba la atención su fisonomía, no parecía pasar el tiempo por aquel hombre, siempre tiene el mismo aspecto, es casi tan hercúleo como Eric, se solían picar entre ellos para ver quién era el más alto, corpulento y pelirrojo, con dos tatuajes curiosos, pequeñitos sin llamar mucho la 7
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atención; uno lo lleva en la mano derecha, es un dragón rojo; el de la mano izquierda, es un símbolo raro, cinco círculos entrelazados, e Ivy siempre le hacía la misma pregunta: ¿por qué te los hiciste?, ¿qué significan? Pero nunca le respondía; a pesar de ello, el señor Komodo es muy muy muy simpático. En realidad, es el jefe de seguridad, así que tiene mucha responsabilidad, ya que es el museo de antigüedades más famoso del Reino Unido. Cuando el museo cerraba sus puertas al público, a Ivy le encantaba correr por los infinitos pasillos, contemplando la belleza que desprendían las reliquias. La nostalgia se apoderó de ella por unos instantes, pero enseguida Titania, que observaba por el retrovisor, dándose cuenta de la situación, decidió sacar lo que más le gustaba en el mundo a su hija. —¿Quieres un poquito de chocolate? —ofreció, mientras una sonrisa empezó a dibujarse en el rostro de Ivy. —Tú siempre sabes animarme, mamá. Enseguida empezó a diluviar, parecía que se iba a caer el cielo. Eric llevaba los limpiaparabrisas a máxima potencia y, aun así, parecía no ser suficiente. —Menos mal que estamos llegando —suspiró Ivy con alivio. —Tu abuelo nos estará esperando en la puerta principal de la estación —dijo Titania, mirando fijamente a Eric. —¡Papá!, ¿va a venir el abuelito a despedirse de mí? — preguntó con entusiasmo. —Sí, cariño —respondieron los dos al unísono. El abuelito, como todos le llaman en casa, es el padre de Eric, un hombre serio, alto, robusto, fuerte, con el cabello blanco como la nieve, aunque perfectamente arreglado. Siempre viste con traje y del mismo color azul marino, con sus zapatos brillantes y ese olor inconfundible que, aunque parezca una locura, me recuerda al mar. Es, como dice mamá, un auténtico gent8
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leman, con su inseparable bastón que, aunque no lo necesita, siempre lo lleva. No sé exactamente en qué trabaja porque cada vez que intento preguntarle me cambia enseguida de conversación, pero es el motivo de verle muy poco. Eso sí, cada vez que viene cae una fuerte tormenta, el pobre abuelito siempre viene algo mojado. También es el único que llama Orión a papá, que es su segundo nombre. —Bueno, pues ya estamos aquí —afirmó satisfecho Eric, porque habían llegado a tiempo. A pesar de la intensa lluvia, Ivy no esperó a sus padres y corrió veloz hacia la entrada principal al ver la figura del que parecía ser su abuelo. —¡Abuelito! ¡Qué alegría! —gritó Ivy, fundiéndose con él en un abrazo—. No esperaba verte, ¿por qué no vienes más a menudo? Te echamos mucho de menos. —No puedo, mi vida, solo he venido a darte… ¡Un beso enorme! —respondió, subiéndola por los aires como si Ivy pesara igual que una pluma. —Eres tan fuerte como papá, tienes sus mismos brazos. — Rio emocionada. —Aunque ahora no lo creas, va a ser la mejor experiencia de tu vida. Recuerda que tus padres se conocieron allí y fueron muy felices. Además, tu hermana Mary está allí esperándote. Ella te ayudará los primeros días. Créeme cuando te digo que va a ser una aventura inolvidable —añadió susurrándole al oído como si fuera un secreto. Ya sentadas en el autobús, Ivy se despidió por última vez agitando su mano diestra desde la ventanilla, la izquierda estaba entrelazada con la su madre. Titania le dio un beso en la frente para que estuviera más tranquila y se quitó la gabardina. Es raro verla con esta prenda, solo por cierto cuando viene el abuelito, que 9
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coincide con fuertes tormentas, ya que, de lo contrario siempre lleva un abrigo azul grisáceo; en invierno claro está; fruncido con un cinturón que, sin duda, dignificaba su estilizada figura, con los cuellos siempre hacia arriba, quedando las orejas ocultas, muy práctico sobre todo en los primeros meses del año, realzando así su media melena que aparentaba de este modo ser más larga. Aunque, por lo general, solía llevarlo recogido con un moño que, salvo algún mechón que otro, dejaba despejada su cara. Ivy no dejaba de mirar con un deseo inocente el brazo de su madre que portaba la única joya, por decirlo de alguna forma, que llevaba siempre. —¡Qué bonito y extraño es tu brazalete, mamá! —¿Verdad que lo es...? Era de mi madre, es el único recuerdo físico que tengo de ella, murió joven y por eso siempre lo llevo conmigo. —Me hubiese gustado conocerla, mamá. Pero Titania no le respondió, por unos instantes parecía estar perdida en sus pensamientos, acariciando la espiral de madera que abrazaba su muñeca. —¡Mamá! ¿Me has escuchado? —Ehh… Sí, cariño y a mí también —respondió, todavía no muy presente en ese instante. Al cabo de tres horas, Ivy había terminado con todas las existencias de chocolate que portaba en su bolsa de viaje y el aburrimiento empezó a ser inaguantable. Titania, advirtiendo el movimiento intermitente y continuado del pie derecho de su hija, sacó de la bolsa el diario que le había regalado Vera. —¡Mamá! —exclamó algo enfadada—. ¿Cómo tienes tú mi regalo? —preguntó con cierto recelo. —Por qué siempre te dejas la mitad de las cosas —respondió con paciencia. 10
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Ivy se encogió de hombros y confesó cabizbaja: —Sí…, soy un poco despistada —reconoció. —Vi el paquete en la mesita del hall e imaginé que te lo había dado Vera, como a su vez se lo dio también a tu hermana Mary. Quizás, solo quizás, es el momento de que lo abras. Ivy cogió el paquete y lo abrió como si nunca hubiese recibido un regalo, aun sabiendo ya lo que era. Después de recoger el papel de colorines en el que iba envuelto, advirtió un símbolo curioso, bien marcado en el centro de la portada de color cobre que resaltaba del resplandeciente dorado. Le recordaba a algo que ya había visto antes, CINCO CÍRCULOS ENTRELAZADOS, por lo que no faltó tiempo para que Ivy preguntara inmediatamente a su madre qué significaba. Pero según le iba a responder, los ojos de la pequeña Ivy empezaron a abrirse por momentos, observando el paisaje más bonito y maravilloso que había visto en su vida. Una flora infinita adornaba a ríos y lagos. Las sensaciones de frescura y pureza invadieron a Ivy, mientras admiraba las verdes praderas repletas de ganado. Le daban ganas de correr a tumbarse en la yerba durante horas. Titania observaba alegre la cara de su hija por cómo se le iba iluminando la mirada ante tal espectáculo de la naturaleza. —Estamos llegando a Keswick, cariño —susurró cauta Titania, lo que hizo que Ivy se incorporara algo nerviosa pensando que llegaba el momento de despedirse de su madre. De pronto, todas sus inquietudes, dudas y temores empezaron a florecer. «¿Congeniaré con mis compañeros de clase? O me pasará lo de siempre, que no encajo en ninguna parte», se preguntaba a sí misma con cierto nerviosismo. El autobús finalizó su trayecto. Ivy y su madre se apearon rápidamente, ya que les estaba esperando montada en una especie de camioneta, la señora White, o Filipa, como le llamaban todos 11
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en la academia, en su indestructible furgoneta, según relataba a lo largo del recorrido. —¡Es el mejor vehículo que uno puede comprar! —decía con orgullo. Aunque para mí estaba algo cochambrosa. Filipa es la cocinera de la academia y lo hace muy bien, una chef de primera, según dice mamá. Solo dejó de hablar de su fabulosa furgoneta, cuando al llegar a la plaza advertimos asombradas un tumulto de personas chascarrilleaban, e incluso algunos muy osados fisgaban casi dentro de la casa de la señorita Amelia, profesora de química en la academia. Las caras de Filipa y Titania cambiaron al ver que estaba la policía. —¿Qué habrá pasado? —dijo Ivy con cierta curiosidad, pero nadie respondió. La señora White paró bruscamente mirando con cara de asombro a mamá. —¡No pasa nada! —exclamó Titania intentando despistar a Ivy. Pero justo en ese mismo momento, apareció como de la nada una mujer con abrigo largo de color verde. Era la señorita Winefrida Watkins, jefa de la policía local, aporreando el indestructible de la señora White. Titania bajó la ventanilla y saludó a Winefrida muy cariñosamente, como si la conociera de toda la vida. Los ojos de mamá enseguida se llenaron de lágrimas, algo le había comentado al oído la jefa de policía para que cambiara de actitud. Con la voz entrecortada, mandó a Filipa arrancar la furgoneta y de la misma forma la señorita Watkins desapareció sin darnos cuenta. En el momento que Filipa arrancaba el indestructible por segunda vez, oímos otra voz que saludaba también a mamá, inconfundible, grave y a la vez algo ronca. Era el señor Willian Burns, el alcalde de Keswick. Un hombre algo excedido en peso, aunque intentaba disimular los kilos de más 12
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metiendo la tripa cuando veía a mamá. Con un bigote de lo más peculiar, relativamente delgado y largo, pero con los extremos arqueados hacia arriba. Si algo le hacía inconfundible, era el intenso olor a pipa que desprendía a su paso. —Buenas noches, Titania. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Vas a quedarte mucho tiempo esta vez? —preguntó el señor Burns, apoyando su mano en el cristal a medio bajar de mamá. —Lo necesario —respondió, sin apenas abrir la boca, ni mover músculo alguno de la cara. Fue el saludo más seco y frío que había visto hacer a mamá. «No le caerá bien», pensó Ivy, sin apartar su mirada del alcalde. —Como ya te habrá contado la jefa de policía, nuestra querida Amelia nos ha dejado. Por lo visto ha sido un accidente doméstico. ¡Qué funesto suceso! —concluyó el señor alcalde sin apreciarse en su rostro ningún atisbo de tristeza. —¡Adiós, señor Burns, ya nos veremos! —voceó Titania enérgicamente. —Eso dalo por hecho —contestó el arrogante alcalde, acariciándose el bigote con su mano enguantada. —¡Qué señor más tonto y engreído! ¡No lo soporto! ¡Qué raro que no haya venido con su inseparable ayudante! — exclamó malhumorada la señora White. —¿Qué ayudante? —preguntó Ivy intrigada. —El señor Adam Smith, no va a ninguna parte sin él. Más que un ayudante diría que lo tiene de criado. El señor Smith es el secretario del alcalde, bueno, y el chófer, el cocinero, el chico de los recados, en fin… Abusa todo lo que quiere de él. Es un hombre más bien bajito, cincuentón y, al contrario que el presumido del alcalde, su aspecto es más bien descuidado, además… ¡Huele un poco mal! Como a pescado podrido — afirmó, haciendo reír a carcajadas a Ivy—. Su cara es redonda 13
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como una pelota que hace juego con su nariz y tiene un diente de oro que se puede ver a kilómetros —continuó poniéndole verde—. Cojea un poco y lleva unos zapatos muy raros, como si no fuesen su número. Tampoco debe ser muy listo, porque siempre le está regañando por todo el señor alcalde. Aun así, va con él a todas partes —añadió irónica. Con el fin de olvidar la escena que acababan de presenciar, Titania cambió la conversación. —¿Ves esa explanada tan grande? —¡Claro! —afirmó Ivy. —Justo ahí, se instala la feria cada año; vienen artistas de todas partes del mundo, es... ¡La mejor feria del mundo! —el tono de voz de Titania denotaba entusiasmo—. Dentro de poco podrás ver todas las atracciones, siempre vienen por estas fechas. Y mira a tu derecha, ¿ves esa pastelería? —¡Claro! —respondió Ivy. —Hacen unas muffin deliciosas —continuó Titania con entusiasmo, que por un instante parecía haber retrocedido en el tiempo recordando con añoranza y cariño aquellos maravillosos años. —Y esa casa de ahí, ¿qué es?, parece un centro de salud — preguntó Ivy dirigiéndose a Filipa. —Y lo es ¡Pero no vayas nunca! En la academia tenemos todo lo necesario por si te pones enferma —le respondió mirando a Titania. —Sí, cariño, eso es, todo lo que necesites lo tienes en la academia —recalcó Titania. —¿Y por qué tiene chimenea si es un centro de salud? — preguntó Ivy. —Nooo… lo sé —respondió titubeando Filipa—. ¡Pero no vayas nunca! ¿Me has oído? 14
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—Sí, sí, claro —dijo Ivy. Era una casa muy fea y lúgubre, no entraría nunca, pensaba para sí misma. Titania, al ver la cara de curiosidad de su hija, empezó a contarle que en el centro de salud trabajaban solo dos personas, la doctora Dorothy Forest y la enfermera Morgana Grey. Llegaron el año pasado, pero no tienen buena fama entre los niños, ninguno quiere ir, dicen que son MALAS. No son muy queridas por nadie, son estúpidas y muy poco amables con los pequeños, no creo que tengan mucho trabajo. Están aisladas en ese siniestro centro de salud. Su apariencia hace mucho, solo les falta una escoba para salir volando como unas auténticas brujas. Con esos ojos saltones, el pelo pegado a su cara como si les hubiese lamido una vaca. —Además, Dorothy tiene una nariz tan larga y respingona que parece un tobogán —dijo burlona. «No me extraña que los niños no quieran ir», pensó Ivy sin apartar la vista de la chimenea.
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Ivy Spencer es la segunda hija de Eric y Titania que es aceptada en la prestigiosa academia de Keswick. Pronto se dará cuenta de que la escuela no es normal, esconde muchos misterios. Se convertirá en un elegido y hará grandes amigos. Descubrirá que existe un mundo mágico muy especial donde no sólo aprenderá a utilizar la magia, ¡hacen carreras de alfombras voladoras! El destino le cruzará con Merlín, protector del Árbol de la vida y juntos lucharán contra temibles enemigos.
!Se convertirá en una poderosa hechicera!
ISBN 978-84-18017-56-8
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788418
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