Hace mucho, muchísimo tiempo, en un reino muy lejano, vivían unos pequeños duendes.
Su trabajo consistía en recoger los colores del arcoíris para mezclarlos y darles a los animales y las plantas sus maravillosos colores.
Uno de los duendecillos más pequeños que iban a la escuela no conseguía distinguir bien los colores, y cuando el maestro le preguntaba el color de las flores o los árboles, siempre se equivocaba, provocando así la risa y burla de sus compañeros.
Jape, que era como se llamaba el duendecillo, todos los días iba llorando a su casa, y todos los días, sus padres le decían que no se preocupase, que pronto sería capaz de distinguir los colores como todos sus compañeros. Pero por mucho que se esforzaba, Jape no conseguía distinguirlos.
Un día, harto de que todos sus compañeros se rieran de él, se marchó al bosque y, escondido dentro del hueco de un viejo árbol milenario, encontró un antiguo libro de hechizos.
Al ojearlo, encontró un hechizo con el que se podía eliminar los colores de todas las cosas, y decidió que si no había colores, nadie volvería a burlarse de él.
Así que, sin pensarlo dos veces y movido por la furia que tenía dentro, leyó en voz alta las palabras que el libro contenía:
