John Dann y la chispa de luz

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John Dann y la chispa de luz Elia Santos



I UN ORFANATO AZUL

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ohn era un niño de diez años, flacucho y respingado, no es que estuviese desnutrido ni enfermo, simplemente su contextura física era delgada. Usaba ropa holgada y pasada de moda, muchas veces con algunas perforaciones por el uso constante. John era solo John, no tenía segundo nombre, y mucho menos un apellido, pues era un niño huérfano; desde que recordaba, su único hogar había sido aquel castillo viejo y húmedo, con unos muros agrietados, de los cuales se podía observar un lecho de musgo, pero si te fijabas bien, las paredes de ese castillo viejo y húmedo eran de color azul cielo, las monjas iban y venían todo el día gritando, para ser obedecidas casi al instante; no es recomendable que 3


contradigas a una monja vestida de blanco, simulan paz y serenidad, pero en aquel orfanato azul ellas tenían que ser de carácter firme para poder ser obedecidas, pues los niños nuevos llegaban casi a diario, y casi nunca se iban, lo que hacía que el número de infantes aumentara considerablemente cada año, agotando la paciencia de las mujeres fieles vestidas de blanco. Pero con John no tenían problema, este era un niño tímido, aislado, jamás se metía en problemas, cuando llegaba una pareja queriendo adoptar, nadie lo escogía, porque ni tan siquiera hablaba, solo miraba fijamente a las personas queriendo analizarlas, comportamiento que asustaba a cualquier adulto ordinario. Lo que no sabían es que él soñaba todo el tiempo, soñaba constantemente con un mundo misterioso, lleno de flores gigantes y animales asombrosos, pero con lo que más soñaba era con tres hombres altos, muy altos, con el pelo blanco que les daba hasta las rodillas y con un perro negro, quizá era un Beagle, que siempre los acompañaba. Así transcurría la vida para el pequeño John, sin nada que lo asustase, sin nada que cambiara su rutina, había perdido la esperanza de pertenecer a una familia y a agregarle un apellido a su nombre, pues a pesar de solo tener diez años comprendía muchas cosas que solo era capaz de comprender, quizá y con esfuerzo, un niño de doce. John había aceptado con resignación su destino, con la esperanza de que a los dieciocho años saldría de esos muros a encontrarse con el mundo que tanto ansiaba


conocer. Jamás pensaba en su madre, no porque tuviera resentimiento hacia ella, o porque no le hiciera falta, nadie le había dicho por qué estaba él en esa situación, pero sabía perfectamente que la energía de su madre ya no existía en este mundo en forma humana. Era algo que nadie comprendería, así que se lo guardaba para él mismo, esas no eran cosas que las personas celebrarían, lo más probable es que pensaran que estaba loco. Ese día las monjas andaban más revueltas que de costumbre, era día de visitas, algunas parejas vendrían a conocer a los niños, así que las monjas se esmeraban porque todos se vieran presentables, en especial aquellos que daban más problemas. John solo las observaba aburrido, había visto esa escena tantas veces que le resultaba agotador cada vez que llegaba un día como aquellos. ¿Cómo decirle a sor Ángela que no se esmerara tanto en Danny? Él sabía perfectamente que no saldría de ahí hasta los dieciocho, pero no había forma de decírselo a la ansiosa sor Ángela. John sabía perfectamente que ese día se iría la niña de cinco años con rizos como el oro, llamada Bella, y el niño de cuatro años con cara angelical y ojos dormilones, llamado Bill. Al terminar el día las monjas se encontraban sudorosas con los rostros cansados por el trajín del día, pero sobre todo decepcionadas, solo se habían ido dos niños, y al día siguiente traerían cuatro; generalmente tenían muy mala disciplina. 5


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John se dirigió a su cuarto cansado y desilusionado, sabía perfectamente lo que le esperaba; otra noche al lado de Billy, un niño regordete que roncaba como una locomotora, incluso antes de dormirse; así que decidió caminar lentamente por aquellos amplios pasillos de aquel castillo, admirando por enésima vez la pintura del niño Jesús en brazos de la virgen María, le gustaba esa comodidad y confianza que tenía ese niño en brazos de su madre. —¿Qué haces por los pasillos a esta hora de la noche? —preguntó sor María, asustando al pequeño John. —Haciendo más lento el proceso de llegar a mi cuarto —respondió John con toda la sinceridad que lo caracterizaba. A John le caía muy bien sor María, era la más Joven de todas y, por lo tanto, la menos cansada de lidiar con los niños; ya estaba acostumbrada al tipo de conversación que se tenía con John, a ella nunca le pareció extraño que él hablase como un adulto, sino más bien la llenaba de admiración que aquel pequeño desgraciado aprendiera cosas tan avanzadas, a pesar de estar en ese lugar encerrado, así que de vez en cuando le prodigaba uno que otro libro para que abriera su mente y extendiera su lenguaje, cosa que el pequeño John agradecía grandemente. —Entiendo —dijo dulcemente sor María, ella sabía perfectamente a lo que se refería John. —¿Quieres un poco de leche con canela? Eso te ayudará a dormir mejor. 6


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—Me encantaría —contestó el pequeño John con alegría bien disimulada solo por una sonrisa. Sor María extendió su mano y llevó a John hacia la cocina. Entrar en aquel lugar siempre era una experiencia nueva; era una estancia grande, por no decir inmensa, con amplios armarios y estantes, los electrodomésticos eran viejos como todo en aquel castillo, y eso le daba un toque rústico. Sor María se dirigió a la despensa, abrió una lata de leche en polvo, tomó unas cucharadas y se dispuso a revolverlo con agua, después lo colocó en una tetera pequeña y lo mezcló con canela en rajas. —Ten, sóplalo está un poco caliente —dijo amablemente sor María. John tomó la taza que le ofrecía sor María, sopló un poco y dio un sorbo; un alivio recorrió el cuerpo del pequeño niño estremeciéndolo, pues por extraño que parezca la leche le aliviaba un poco las agruras de su estómago que nadie sabía que padecía. —Algún día, tú te irás y serás alguien grande —dijo sor María ante aquel silencioso niño. —¿Por qué lo dice? —preguntó John por pura cortesía, él ya estaba acostumbrado a las palabras de esperanza que les daban constantemente. —Porque lo presiento —contestó al instante. John levantó su carita y miró a los ojos de aquella dulce monja. —Yo a veces también presiento cosas —dijo después de pensarlo mucho, tratando de no sonar extraño. 7


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Sor María lo miró con curiosidad, pues la verdad era que siempre que hablaba con John le resultaba fascinante. —¿Has presentido algo sobre mí? —Sí —respondió el pequeño con más confianza. —Me gustaría saberlo —dijo ella con más curiosidad. —Yo sé que usted quiere irse de aquí, algún día saldrá y vivirá una vida asombrosa. Sor María se levantó asustada, intentó decir algo acerca de que su vida en ese castillo la llenaba de felicidad, pero las palabras exactas no salían por su boca, así que se limitó a decir; —Eso sería grandioso. Que tengas dulces sueños, John.

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II EL SEÑOR Y LA SEÑORA DANN

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o hay cosa peor en el mundo para un huérfano que enfrentarse a las grandes nevadas, el frío se siente más intenso, las colchas gruesas son tan viejas que no calientan tan bien, y el castillo de piedras se hiela mucho más. Ya llevaban aquellos solitarios niños dos semanas encerrados entre esas paredes de piedra sin poder salir, lo que les obligaba a hacer alguna actividad aburrida, como: leer, pintar o jugar a algún juego de mesa. Para John todo era lo mismo, aparte del frío, para él nada cambiaba, se limitaba a leer un libro sobre animales que sor María le había prodigado unos días atrás. Le llamaba la atención un cocodrilo del Nilo, era similar a los que había soñado uno de esos días, así 9


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que se interesó más y leyó detenidamente. Este cocodrilo solo habitaba en África, era de agua dulce y medía aproximadamente seis metros de largo, llamada la «segunda especie más grande del mundo», menos mal que solo existía en África y que Haworth estaba muy lejos de ese país salvaje. Continúo leyendo más acerca de los animales más fantásticos del mundo, asombrándose en cada momento por el parecido que tenían a sus sueños. Mientras tanto, en la oficina de la madre superiora… —Ustedes deben ser el señor y la señora Dann, mucho gusto, yo soy sor Elizabeth, les diré que me sorprendí cuando hace algunos días me llamaron solicitando una cita, es inusual que a estas fechas una pareja decida adoptar un niño. El señor Dann le ofreció caballerosamente la silla a su esposa, y acto seguido se sentó con elegancia. —Tiene usted razón, es poco inusual venir en estas fechas, pero en África este es nuestro mes de vacaciones, lamento si le di algún inconveniente, pero es el deseo de mi esposa y el mío adoptar un niño. La madre superiora los observó disimuladamente, pensando quién de sus niños tendría la suerte de pertenecer a esa familia. Eran un matrimonio adinerado; él, un Neurocirujano pediátrico, y ella, una escritora, procedente ambos de Alemania, radicados temporalmente en África por asuntos de trabajo. 10


—¿Cuánto tiempo estarán en África? —preguntó la madre superiora solo por fines administrativos, pues a ella no le gustaba inmiscuirse en los asuntos de los demás. —Será por un tiempo, lo que dure la misión… es decir, la brigada médica. Estamos colocando válvulas para niños con hidrocefalia, operando tumores, y claro, en esos procesos no se sabe el tiempo. —Admiro su labor, doctor, es en realidad generoso lo que usted hace. Y usted, señora Dann, ¿qué clase de libros escribe exactamente? La señora Dann, que se había mantenido en silencio hasta el momento, dedicándose a observar todo con detenimiento, respondió: —Escribo libros de aventuras infantiles y ficción juvenil. Tengo ya trece libros en el mercado, y quiero que conserve uno para sus niños, pues es bastante educativo y quizá les guste —dijo extendiéndole un libro cuyo título era: Los animales más asombrosos del mundo los encuentras en África. Era justo el libro que leía el pequeño John. —Muchas gracias, señora Dann, a mis niños les encanta leer —dijo auto regañándose por esa mentirilla. Lo que la llevó a recordar al pequeño John, solo para limpiar su culpa. —Tenemos un niño, John, al que le encanta leer, estoy segura de que a él le va a gustar mucho. Ambos esposos se miraron a los ojos en señal de complicidad, cosa que no le agradó mucho a sor Elizabeth. 11


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—En el informe dice que han adoptado a una niña, ¿cómo les ha ido con ella? —Es una niña adorable de origen suizo, se llama Záhara, tiene nueve años, se ha integrado perfectamente en nuestra vida y es muy feliz —dijo entusiasmada la señora Dann, situación que le devolvió la confianza a sor Elizabeth. —Si quieren, les doy el catálogo del perfil de cada niño, y luego se los presento. Están todos reunidos en la estancia de juegos, por la nieve. John se había metido tanto en el libro que no había percibido la energía de las dos personas que estaban con sor Elizabeth; no había deducido quién se iría ese día, hasta que escuchó a la madre superiora pronunciar en alto con voz solemne el nombre de dos chicos, y por último había gritado «John». Sor Elizabeth tenía la esperanza de que no se lo llevaran, era un niño sensible, del cual ella se había encariñado. El corazón de John palpitó más rápido, sus piernas empezaron a entumecerse, como si supiera cuál era su destino; se levantó lentamente y se acicaló un poco su pelo rizado largo, por falta de corte; se alisó con sus manos la camisa de rayas tipo polo que era para un niño de doce años, por lo cual le quedaba holgada, y caminó decidido con el libro entre las manos, no lo iba a dejar tirado para que los demás chicos lo despedazaran, ya que era el libro de sor María. Lo sentaron el último mientras sor Elizabeth les daba las indicaciones, John miró hacia su derecha y ob12


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servó que los demás niños eran más pequeños que él. Se miraban nerviosos, pero ninguno tenía cara de irse ese día de aquel castillo, así que lo comprendió: sus días en aquel lugar estaban contados.

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John es un niño inteligente y sensible, que vive en un orfanato de Inglaterra, pero tiene la fortuna de ser adoptado por una pareja ejemplar, residentes en Zambia. De esta forma se convierte en hijo y hermano, y descubre que él y su hermana han sido elegidos para salvar «el mundo alterno» de los animales, un mundo donde hay un ejemplar por cada animal que existe en la Tierra, y cuando se extinguen en ella, también desaparece en «el mundo alterno». Para salvarlos deberán viajar a varios países del mundo, transportándose a ellos mediante una serie de libros mágicos que se encuentran en la gran biblioteca que hay en el lugar donde viven, pues deberán encontrar «la chispa de luz» y diseminarse en el mundo de los sueños, y de esta forma cada niño conocerá la realidad de los animales y procurarán cuidar su hábitat.

ISBN 978-84-18297-17-5

9 788418

297175


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