Jota de las
y el misterio
botellas
Jorge de Leonardo
Ilustraciones de
Álex Márquez
1. JOTA –¡N o quiero ir!
Jota estaba enfadado, muy enfadado. El año pasado había ido con su familia de vacaciones a la playa. Todavía recordaba el olor a agua salada, los innumerables castillos de arena hechos con su padre y su hermana pequeña y, por supuesto, los helados de fresa y nata con nubes por encima de la heladería cercana al faro. Y cuanto más lo pensaba, más se enfadaba mientras el coche serpenteaba por la carretera camino de Telares. Telares era un pueblecito de la sierra no muy lejos de la ciudad. Los padres de Jota habían decidido este año cambiar playa por montaña, 3
y habían alquilado una casita con jardín a las afueras del pueblo y cerca de un riachuelo. El problema vino al comunicar la noticia a Jota y a su hermana Bea. Se lo habían pasado tan bien el verano pasado… —¡No quiero ir! —repitió esta vez a pleno pulmón. Su madre se giró y le dijo pacientemente: —Verás qué bien os lo pasáis. He oído que en el pueblo hay un río donde la gente puede bajar a bañarse y… —¿Hay mar? —le cortó Jota. —Pues… no —titubeó su madre. —¿Y arena? —Tampoco. —Entonces, no quiero ir —sentenció. Por la ventanilla a medio bajar del coche, Jota miró, a través de sus enormes ojos verdes, cómo la montaña se iba acercando. El aire que entraba le removía el pelo castaño recién cortado. Acababa de cumplir diez años y ya pensaba que podía comerse el mundo desde su metro cuarenta y cuatro de estatura. 4
—¡Ahí está el cartel de entrada al pueblo! —señaló su padre con entusiasmo exagerado. El coche redujo la velocidad. Un niño rubio, de unos once años, se encontraba agachado al lado de un muro. Se giró al oír el ruido del motor, y al ver la cara furiosa de Jota, le sacó la lengua sonriéndole con malicia. —¡Eeeeh! —gritó mientras le seguía con la mirada—. Ese mocoso me ha sacado la lengua. A Bea le entró un ataque de risa viendo la cara, entre asombrada y enfurecida, de su hermano, lo que aumentó su disgusto. —Pero si no te conoce de nada, cariño —le dijo su madre tratando de calmarlo—. Habrá sido casualidad. —¿Casualidad? Pero si… —Bueeeno, ya vale —zanjó su padre—. Trata de aprovechar las vacaciones y de hacer nuevos amigos. Sin ni siquiera acabar la frase, ya había aparcado delante del que iba a ser el hogar familiar durante las cuatro semanas siguientes. Jota y Bea observaron la casa con curiosidad. No 5
tenía nada que ver con su piso de la ciudad, ni con el hotel enorme del año pasado. Un frondoso seto verde cubría la valla por completo. La verja de entrada daba paso a un coqueto jardín no demasiado amplio, pero con una barbacoa de piedra en uno de los lados. «Igual no me lo paso tan mal a fin de cuentas», reflexionó Jota haciendo una visera con la mano. El sol apretaba con fuerza mientras echaba un vistazo al exterior de la vivienda. Su hermana, cuatro años menor que él, saltaba por el césped como si tratase de comprobar lo esponjoso del terreno. La puerta abierta iluminó un salón, en el que destacaba una gran chimenea. Al fondo, una cocina con barra americana; a su derecha, unas escaleras parecían conducir a las habitaciones de la planta de arriba. —¡Qué bien! —exclamó Bea, señalando la barra—. Podremos desayunar en esas sillas altas como en los bares. —Se llaman taburetes, cielo —le aclaró su madre—. En cuanto ventilemos un poco y or6
ganicemos la ropa de las maletas, saldremos a conocer el pueblo. Pero Jota no escuchaba. Su atención se dirigía a una araña de patas largas y finas que intentaba escalar sin éxito por el hueco de la chimenea. «Si soplo hacia arriba, igual la ayudo». Cogió aire e hinchó el pecho todo lo que pudo. —¿Qué estás mirando? La inesperada voz de su hermana le produjo un ataque de tos, haciendo que la araña se escapara por el suelo. Jota permaneció unos segundos siguiendo su recorrido. Al final desistió. —Ya nada —contestó triste. Su mente volvió a recordar la playa del año pasado.
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2. SAÚL –¡M e ha picado un mosquito!
La voz enfadada de Jota se perdió entre el sonido del riachuelo. Paseaban por un sendero paralelo al cauce bajo la fresca sombra de los chopos. Su padre iba abriendo el camino. —No te rasques el brazo que se te va a poner rojo. —¡Pero es que me picaaaa! —Coge un poco de agua con cuidado y te la echas en el brazo —le dijo su madre—. Te esperamos aquí. 9
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Al acercarse a la orilla, una voz le advirtió: —Si te apoyas en esas piedras húmedas, te caerás al río. Jota miró a su izquierda, primero confundido, y luego enfadado. Una figura lo observaba sin disimulo. —Oye. Tú eres el que me has sacado antes la lengua. —No sé a qué te refieres —contestó el niño rubio encogiendo los hombros. —Que sí, que sí. Eras tú. —¿Qué quieres hacer? —preguntó el intruso, cambiando de conversación. Jota le enseñó de mala gana el brazo enrojecido. —Si necesitas echarte agua, será mejor que bajes por este otro lado. —Le indicó con la mano un acceso libre de piedras. —No me hace falta tu ayuda —contestó, girando la cara. Apoyó el pie derecho en una pequeña roca. Al tratar de adelantar el izquierdo, perdió el equilibrio. Si no llega a ser porque 11
el muchacho rubio lo había seguido sin que se diera cuenta, habría acabado empapado hasta los huesos. Lo agarró de la camiseta y tiró con fuerza, haciendo que Jota se cayera encima de él. —Gra… gracias —balbuceó aturdido, todavía sentado—. Casi me caigo. —Te he dicho que esta zona es peligrosa —contestó el otro sacudiéndose el polvo de la camiseta—. Vivo aquí todo el año y me conozco cada rincón del pueblo. Seguro que vienes de la ciudad. Al incorporarse, Jota comprobó con admiración la silueta de su salvador. Era bastante alto para su edad; el flequillo, más amarillo si cabe por efecto del sol, le caía con gracia ocultando en parte sus ojos marrones. —¿Y eso qué más da? —No da igual, chavalote. Venís aquí, y os pensáis que podéis ir por donde os dé la gana. —No me llames chavalote. Mi nombre es Jo… —¡Jotaaaa! ¡Jotaaaa! 12
—Son mis padres —suspiró resignado—. Me tengo que marchar. —Y salió corriendo de vuelta al sendero. —Hijo, ¿cuánto has tardado? —le preguntó su padre extrañado. —¿Qué tal el picotazo? —continuó su madre. Jota desvió la vista al brazo. Con la repentina aparición del niño del pueblo, se le había olvidado por completo. —Creo que me sigue picando…
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Jota es un niño de diez años que, a regañadientes, acude a pasar las vacaciones con su familia a Telares, un pequeño pueblo de montaña. Allí se hará amigo de Susana y Saúl, con los que investigará unas curiosas desapariciones. La búsqueda los llevará a conocer al personaje más extraño y fantástico que hayan visto jamás, y disfrutarán del mejor verano de sus vidas. ¿Qué apasionante misterio se esconde a las afueras del pueblo? ¡Acompaña a Jota y descúbrelo! Valores Implícitos Esta historia nos habla de que, por medio de la amistad y del compañerismo, puedes conseguir cualquier cosa, ¡incluso resolver un gran misterio! También nos enseña lo importante que es perdonar, como signo de humildad. A través de sus páginas, aprenderás a tener contacto con la naturaleza y a respetar el medio ambiente.
ISBN 978-84-18649-01-1 ISBN 978-84-18649-01-1
A partir de 8 años 9 788418 9 788418
649011 499011
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