Kaia y la princesa

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y la princesa M.Z.BRAUN Kaia

Ilustrado por Olga Shelkunova

En la mitad del mundo existía un reino de poder, el cual estaba dominado por el Corazón de Cristal y la Sortija Mágica que manipulaba los tiempos. Solo el elegido tenía la custodia de la sortija que destellaba matices de colores. Un único sello que no permitiría la entrada de los Crones al mundo mortal para apoderarse de él. La única forma era usando la hermosa y única sortija de poder dada por la diosa Kaia a un humano como un pacto de igualdad entre un dios y un mortal. En el principio de todos los tiempos, la diosa de la Tierra, Kaia, temía que sus hijos, los Crones, se apoderaran de la Tierra y esclavizaran a los habitantes del mundo. Luego de varios siglos sin modificaciones en esa alianza y protección mágica, un suceso desató la aventura.

Nuestra historia comenzó un día cuando el rey Demetrio I salió galopando en su caballo, como de costumbre hacía cada mañana alrededor de su castillo. El cielo comenzó a tornarse un poco más oscuro debido a que se aproximaba una gran tormenta. Su caballo Pinpin estaba sediento, así que se aproximó lentamente hacia un riachuelo para que este pudiese saciar su sed.

El rey se bajó de su caballo y le dio unas suaves caricias en su lomo.

—¡Parece que se aproxima una tormenta! —dijo el rey a su fiel amigo de paseo Pinpin, mientras alzaba su mirada al cielo observó que se encontraba encapotado—. Tú termina de tomar agua, que necesitaremos ir lo más deprisa si no queremos que la tormenta nos alcance.Luego de pocos minutos comenzaron a sentir las gotas caer cada vez más y más fuertes.

El rey montó de nuevo su caballo y galopando rápidamente intentó llegar a su castillo, sorteando obstáculos por el bosque, entre las ramas de los árboles, arbustos y piedras, tratando de esquivarlos lo más que podía. De repente, el suelo comenzó a humedecerse y volverse pantanoso, eso hizo que su caballo fuera más lento en su galopar, pero

dicha tormenta les llegó atrapándolos a él y su caballo. Pinpin se detuvo repentinamente al ver un resplandor y relinchó dos veces.

—Oh, tranquilo, amigo, cálmate —le dijo el rey mientras observaba una luz matizada entre azul y púrpura que venía directo hacia ellos entre unos gigantescos árboles frondosos formando la silueta de una mujer—.

¡Oh!, qué ven mis ojos. —Se frotó ambos ojos con sus manos el rey Demetrio.

Era una diosa con una larga melena dorada que dejaba caer tendida hasta sus pies por delante de sus dos hombros. Su cabeza estaba adornada con una hermosa diadema de cristal con piedras a su alrededor, unas más hermosas que otras, que destellaban un impactante brillo alrededor del bosque. Vestía una túnica perlada brillante que no dejaba ver sus pies. En su mano izquierda tenía una garrota donde la punta dejaba ver un diamante luminoso en forma de corazón.

El rey quedó asombrado que la diosa de la Tierra estuviera frente a él, así que bajó de su caballo y comenzó a inclinarse ante ella para darle cierta reverencia.

—Levántate, rey Demetrio. Soy la diosa Kaia, creadora de la Tierra, poder de la Tierra, bastión de la naturaleza.

—Mi señora, soy tu fiel servidor —respondió el rey sin alzar mucho su mirada ante ella, como señal de respeto.

—Soy yo la que vengo ante ti —respondió la diosa Kaia, dando vueltas en torno a él—. Porque sé que eres un buen rey y en tu corazón hay nobleza. Vas a hacer el custodio, tú y tus descendientes primogénitos, línea de sangre de reyes nobles, garantes y protectores de las reliquias.

Manteniendo su mirada inclinada en el suelo, el rey Demetrio respondió:

—¡No entiendo, mi señora! ¿Cómo puedo yo ser el custodio de algo cuando usted tiene el poder de la Tierra y de los que habitamos en ella?

Soy un mortal que tiene solo un dominio de un palacio, no del resto del mundo.

—Mis hijos, los Crones, desde la creación de la Tierra han querido dominar el mundo, y uno de sus propósitos es esclavizar a los mortales y apoderarse de la Tierra. Así que vengo a buscar a un elegido de corazón noble y ese eres tú, rey Demetrio. Vengo hacer un pacto de igualdad, entre un dios y

un mortal, un pacto de humanidad.En ese instante la diosa Kaia desprendió con su mano derecha un diamante en forma de perla que tenía en su diadema, transformándola en una sortija, que destellaba matices de colores, y se la entregó en sus manos al rey Demetrio. No solamente sería la sortija, sino que también el Diamante de Cristal en forma de corazón que poseía en su garrota que simbolizaba la vida donde cada latido destellaba diferentes luces. Mientras que, con la sortija, ella controlaba los tiempos. El pasado, presente y futuro.

La diosa Kaia se dirigió con una voz templada hacia el rey Demetrio: —Escucha con atención. Esta sortija es el sello para que los Crones no traspasen a la Tierra. Lo único que tienes que hacer es esto que te diré y estar atento a mis palabras: «Nunca interfieras en alterar el tiempo a tu conveniencia, ni tú, ni tus generaciones». Cuando eso ocurra, el portal se abrirá por completo encima de tu reino dejando pasar a los Crones a la Tierra y sus consecuencias serían devastadoras para tu reino y los venideros, todos estarán en manos de los Crones.

En ese momento la diosa Kaia hizo entrega de la hermosa sortija que se adaptaría al elegido en

su dedo anular. Y de su garrota, el Diamante de Cristal en forma de corazón que fue entregado en las manos del aquel entonces rey Demetrio.

—Cuando estés en tu último aliento de vida, traspasarás la sortija a tu sucesor, antes de tu último hálito, si no, el Corazón de Cristal también morirá y así todo lo que está a su alrededor comenzará a consumirse por la muerte.La alianza estaba consumada. El pacto entre un dios y un mortal, un escudo de fuerza y protección, una promesa de paz, una fuerza mágica que el destino traería para un futuro.Desde ese momento solo los reyes primogénitos, herederos de sangre pura real incorruptible, descendientes del rey Demetrio, tenían el trabajo de proteger la sortija mágica del tiempo y el Corazón de Cristal. Por siglos, cada rey heredaba aquella hermosa reliquia hasta que en la actualidad le tocó al rey Félix VIII, que a su edad madura solo logró tener un único hijo varón que llamaría William I, y así seguir manteniendo el pacto entre una diosa y un mortal.

Pasado el tiempo en el Reino de Cristal, todo era próspero y en paz, abundancia por doquier y protección del tiempo temerario y audaz; todo en el reino estaba bajo control, pero en esos días

venideros se rumoreaba la venida de una gran guerra. Los habitantes comenzaron a alistarse con comida, agua y provisiones y el pánico crecía a medida que la noticia avanzaba.

El mensajero del rey Félix se dirigió al pueblo para advertirles gritando por el pueblo: «Se aproxima una guerra, hay que alistarse». Las mujeres corrían despavoridas gritando: «Corran, corran». Tomaban a sus hijos de la mano en dirección a sus refugios, mientras los hombres comenzaron a alistarse con lanzas para defender a los suyos.

Las razones de la invasión se debían a que el otro reino llamado Acromía, por culpa del verano se les estaba secando sus ríos, marchitando sus cosechas, mientras que el Reino de Cristal llamado Shephyria permanecía frondoso en su totalidad, algo que no entendía el rey Hans de Acromía; él era un rey compasivo con su pueblo, pero sentía mucha rivalidad con el rey Félix debido a que él era el custodio de las reliquias.

El rey Félix alistó a sus tropas estando en la primera línea de combate los mejores guerreros. Lo que no sabía es que su único hijo, William, quería ser partícipe de la batalla, algo a lo que el rey se opondría, ya que este era el único heredero

de poder mantener el pacto que hacía siglos atrás se había marcado con la diosa Kaia.

—¡William!

—¡Sí, padre! Ya estoy preparado para salir a la guerra.

—No participarás en la batalla. Es una orden como tu rey que soy.

—Eres mi rey y mi deber es protegerte y a mi pueblo. Ni tú ni nadie impedirá que vaya a la batalla.

—No vas a pasar por encima de mis decisiones, haré que los guardias del reino te detengan y te lleven a un calabozo hasta que la guerra termine.

—¡Guardias vengan! —habló el rey con una voz resonante que se escuchó por todo el palacio.

El príncipe William, asombrado por la decisión del rey, se quedó paralizado al ver que en un segundo se aproximaban los guardias para detenerlo y llevarlo al calabozo.

—Detengan al príncipe, y manténganlo en un calabozo hasta que termine la batalla... Es una orden.—¡Padre! No me detendrás para no ir a la guerra, buscaré la manera de salir. ¡Y tú lo sabes! —lo retó con empeño.

El rey no tuvo más que doblar la guardia del calabozo. Indignado quedó el monarca de ver

Kaia temía que los Crones se apoderaran de la Tierra. El único sello que no permitía su entrada al mundo mortal era el Anillo de los Tiempos. Y la existencia de la vida sería a través del Diamante de Cristal. En un pacto entre la diosa y un rey, lo dejaba como custodio de las dos reliquias, y los de sus sucesores de primera línea de consanguinidad. Su único hijo, el príncipe, muere. Pronto el rey partiría del mundo. Y con él debilitaría el portal para que entraran los Crones a gobernar. Y sin saber que existía una hija suya, fruto de su amor con una hechicera de otro pueblo. El tiempo estaba justo para que la princesa Mía fuera coronada como reina del Reino de Cristal. Pero no podía interferir en los designios de los tiempos, algo que desconocía. Su poder de hechicera, más la fuerza del anillo, lograrían que los Crones no gobernaran.

ISBN 978-84-10412-27-9

Suricatos

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