La Escobita

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¡Hola!, me llamo Pío el «Solitario», vivo solo. La señora

Lupe hace la limpieza de mi casa cada semana.

La señora Lupe trabaja con una escoba muy popular en casi todas las casas.

Al terminar el día de un buen trabajo, la señora

Lupe coloca la «escobita» en una esquina del patio a descansar, para volverla a usar la próxima semana.

Todos los objetos en el mundo creo que tienen vida y propósito entre nosotros y debemos respetarlos.

Me puse a pensar y me di cuenta de que la «escobita» estaba demasiado sola en su esquina, donde la señora Lupe la había dejado.

Pensé que a la «escobita» le gustaría bailar para alegrarse y olvidarse un poco de lo que había trabajado durante el día.

Es algo natural para las niñas lucir los vestidos un poco largos, de telas suaves de varios colores, tratando de imitar a sus mamás. A casi todas las niñas les gusta la música, bailar con alegría, disfrazarse de estrellas de cine, y muchos otros juegos.

Encontré en el garaje una pelotita de color marrón claro. Le hice un agujerito para colocar la pelotita en la parte de arriba de la «escobita». Su cara parecía un poco pálida. Me convencí de que tenía que darle alegría a esa cara. Le pinté en la pelotita unos ojos grandes, con cejas de artista de cine, le puse una nariz cómica, con una espectacular sonrisa, que lucía de oreja a oreja.

El pelo se lo hice rizado, hecho con espirales de pasta pintados con el betún negro de mis zapatos. En la cabeza de la pelotita, separando a los lados el pelo, le coloqué un alegre lazo rosado. Abandonado detrás de la puerta de la terraza, encontré un pañuelo de color rosado y púrpura, de una tela muy suave. Le coloqué el pañuelo alrededor de su delicado cuello. A la «escobita» parecía que le gustaba el pañuelo y lucía feliz. Faltaba la blusa. La encontré abandonada detrás de la maceta. Era blanca, con corazones rojos. Coloqué la blusa alrededor de la «escobita», haciendo un nudo detrás de la espalda.

De los dos extremos de la blusa salían unas bolitas que parecían manitas llenas de vida. Un trapito de cocina bastante largo, de color verde con lunas, fue como terminé de vestir a la «escobita». Lucía encantadora, como nunca antes la había visto.

La «escobita» se separó de mis manos por un momento, dándome a entender que quería bailar.

Necesitaba mis brazos para sostenerse; con suerte, la recogí a tiempo cuando se caía. ¡Qué susto!

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